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Caminos de incertidumbre: Tecnologías y sociedad
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Caminos de incertidumbre: Tecnologías y sociedad
Libro electrónico248 páginas2 horas

Caminos de incertidumbre: Tecnologías y sociedad

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Este ensayo tiene como norte argumental diferenciar entre riesgo e incertidumbre. Hay riesgo al apostar cara o cruz con una moneda, pero cuando la moneda desaparece nos hayamos en un escenario completamente imprevisible: el de la incertidumbre. La pandemia del coronavirus ha expuesto a nuestras sociedades a circunstancias impensables, lo que nos obliga a indagar sobre otros peligros que nos amenazan en este siglo XXI, desde las superbacterias asociadas a nuestro modelo alimentario a la inteligencia artificial y el big data, la temeridad nuclear, el colapso climático, la manipulación genética, la robotización o la exclusión social. Prada indaga en las disyuntivas que nos han traído hasta aquí, en las sendas que escogimos y en las que dejamos atrás, opciones que hoy podrían sernos útiles para evitar colapsos si abandonamos la confianza ciega de que avanzamos en la opción correcta.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jul 2020
ISBN9788413520322
Caminos de incertidumbre: Tecnologías y sociedad
Autor

Albino Prada Blanco

Albino Prada es ensayista y fue profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo. Miembro de ATTAC y Ecobas, colabora en los medios digitales CTXT e infoLibre. En sintonía con El despilfarro de las naciones (2017) y Crítica del hipercapitalismo digital (2019), este ensayo cierra su trilogía crítica sobre las sociedades del siglo XXI.

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    Caminos de incertidumbre - Albino Prada Blanco

    309)

    Prólogo

    La inteligencia preventiva, la revolución

    de la mirada

    I

    Aquel día, Heráclito estuvo magnífico. La gente, en la taberna, se había quedado en silencio, acodada en la barra, después de ver el Telediario, las noticias como añicos de un mundo delirante. Tomó un trago y exclamó: Más vale apagar la desmesura que un incendio.

    Pero luego se quedó pensativo, rumiando el estado de cosas.

    Sócrates, que había quedado para jugar a los naipes con el orondo Falstaff, le puso voz al desasosiego: El problema es cuando la desmesura y el incendio se dan a la vez, en la misma dirección, y avanzan, como suele decirse, alimentándose el uno al otro, son una misma cosa y con una aceleración de apariencia inapa­­gable.

    Falstaff buscó con la lengua en las faltas de la dentadura: ¿Dónde se ha metido ese adjetivo inoportunamente desahuciado? El incendio es… es….

    —¡Pavoroso! —gritó David Foster desde el ventanal.

    —Eso es, el pavoroso incendio —gruñó Falstaff—. El adjetivo siempre vuelve a la chepa. Por cierto, ¿cuándo se come aquí en esta posada distópica?

    Y Sancho, solidario, comentó con sarcasmo: El pobre no tiene ni hambre para comer y el rico paga una fortuna por no co­­mer. ¡Son carísimos esos espacios vacios de los platos de la alta cocina!.

    Volviendo al asunto de Heráclito, dijo Umberto Eco, "mantengo que lo mejor que puede hacer un intelectual (sí, todavía utilizó ese término en desuso, aunque ya era época propia del liderazgo tertuliano y el poder de la comentocracia), un intelectual, un pensador, es llamar a los bomberos en caso de incendio".

    Había fulgor en la mirada y en la palabra de Antonio Tabucchi. Pero la suya era una vehemencia irónica, que no embestía. Respondió a Eco con una batería de preguntas:

    —¿Los bomberos? ¿Y si no vienen los bomberos? ¿Y si el servicio de bomberos ha sido desmantelado?

    —La compañía de seguros, Antonio…

    —Si el incendio es en una central nuclear, no hay compañía de seguros que asuma ese riesgo. Pero, además, Umberto, yo quiero saber las causas del incendio. Porque no es un riesgo, un riesgo puede calcularse. La incertidumbre, no. Y la única forma de afrontar la incertidumbre es ir a las causas.

    Goya hace un grafiti en la pared. Reproduce un grabado de Los desastres de la guerra. Una madre que corre a proteger a una niña para escapar. Refugiadas, evacuadas, migrantes. Atraviesan la pared, los siglos. Queda el título rotulado por Goya: ¿Por qué?

    Alguien apaga la televisión.

    En silencio, una muchacha empieza a contar con lenguaje de signos el capítulo XIV de Las uvas de la ira: La tierra del oeste, nerviosa ante el cambio que se avecina. Los estados del oeste, ner­­viosos igual que caballos ante la tormenta…

    II

    En El accidente original, Paul Virilio destaca la urgencia (nace la urgencia), en este siglo en que el planeta se configura como un gran parque temático de la catástrofe, de una inteligencia de la crisis de la inteligencia. Una inteligencia preventiva.

    Caminos de incertidumbre. Tecnología y sociedad es una obra de la inteligencia preventiva. Un paso más, después El despilfarro de las naciones (2017) y Crítica del hipercapitalismo digital (2019). Un paso más en el sentido firme, literal, a la manera en que tres piedras prismáticas, elegidas, trabajadas y colocadas con sabiduría, crean el puente primigenio, la posibilidad de vencer la aparente imposibilidad de adentrarse en la desmesura de lo desconocido, como antaño la superstición disuadía de atravesar el río del Olvido. Ese andar es una experiencia que se vive como un proceso de descolonización de la mente. La obra de Albino Prada, esos tres pasos prismáticos, contiene información básica, esencial, pero la forma en que se transmite supone también un aprender a repensar. Repensar el pasado, en lo que tiene de reactivación en el presente. Y Prada sabe conjugarlo a la manera del maestro historiador Jordi Nadal, como un presente recordado. Y repensar el mundo de hoy con una excitación creativa y crítica a la vez, con una lógica del asombro, sí, pero alternativa, el pensamiento abierto que no acepta lo inaceptable, la suspensión de la conciencia, esa domesticación de la inteligencia que idolatra el dios Progreso: Y es así como también progresamos hacia la incertidumbre o el colapso.

    La inteligencia preventiva, la que somete a crítica a la propia inteligencia, que no rinde culto al solucionismo tecnológico, entre otras supersticiones, tiene en este libro de Prada un punto de arranque decisivo: la distinción entre riesgo e incertidumbre. Como se apunta con ironía, el riesgo es un campo en el que todavía juegan las compañías de seguros. La incertidumbre va más allá: una fuente de riesgo que no se presta al cálculo (ni de su gravedad, ni de su probabilidad, o de ambos). Hemos transitado de la sociedad de riesgo, que acuñó Ulrich Beck (1986), a esta sociedad de incertidumbre que cartografía con alerta precisión Albino Prada (2020).

    Ha sido un proceso de aceleración con rumbo suicida. No faltan quienes celebren cada acelerón como una fiesta en el Titanic. El poeta marinero Manuel Antonio habló de los horizontes enfermos. Pienso en cada incertidumbre de las que va describiendo Albino Prada como una enfermedad del horizonte. O una substracción. Un espacio sin horizonte sería el trazo más definitorio del infierno. Así lo pintó El Bosco, allá por el año 1500, y así lo describió John Berger en Contra la gran derrota del mundo en vísperas del siglo XXI, cuando proyectó esa profecía para iluminar la catástrofe planetaria que se ocultaba tras el frenesí triunfal de la globalización.

    El infierno no es un lugar de destino, es el lugar sin destino. Allí donde enferma el horizonte, es decir, la posibilidad. La posibilidad de entrever un mundo diferente. Donde todavía sea po­­sible elegir entre el caos y lo que Albino Prada llama sociedad decente.

    Caminos de incertidumbre no es una obra de hipérboles apocalípticas. El estilo es otro. No se nombra el infierno, pero se cartografía con detalle y con hechos ese lugar letal de las incertidumbres. Mejor que frases apocalípticas, a mí me gustaría repartir como pasquines tres recuadros, tres cartografías magistrales que figuran en Caminos de incertidumbre. La que contrapone saber en mundo sólido y saber en mundo líquido. La que enumera ignorancias y amenazas. Y la que detalla incertidumbres y precaución. Repartirlas por la calle, en las escuelas, en los bares, en los buzones. Y pregonar un pensamiento albinista mucho más contundente que cualquier requiebro apocalíptico: No enciendas nada que no sepas apagar, no muevas nada que luego no puedas parar.

    En el largo proceso en que el arborícola se hace bípedo, se produce uno de los factos fundamentales en el viaje humano, tal vez el gran facto: la liberación de la mano. Escribe Prada: "Será la liberación de la mano lo que permitirá al ser humano convertirse rápidamente en el más delicado, pero también en el más peligroso de los primates". En el caso que tratamos, Caminos de incertidumbre, la liberación de la mano ha dado lugar a una obra delicada. Propia de un taller donde se elaboran lentes para ver lo que no está bien visto. Este libro de la inteligencia preventiva es también el escenario de una revolución de la mirada.

    Manuel Rivas

    Junio de 2020

    PROPÓSITO

    En mi ensayo El despilfarro de las naciones (Clave Intelectual, 2017) me ocupé de rastrear a lo largo de la historia el lugar central que habitualmente no se le reconoce a nuestra pulsión al despilfarro frente al relato que creo a cada paso más irrelevante de la gestión de la escasez. Este objetivo lo detallé para la época actual señalando tanto las amenazas (sociales o ambientales) a las que nos conduce, como algunas alternativas para sortearlas.

    En mi último ensayo Crítica del hipercapitalismo digital (Los Libros de la Catarata, 2019) concretaba y detallaba mi análisis para uno de nuestros más recientes logros tecnológicos y sus implicaciones sociales: de la inteligencia artificial a las ciberdictaduras. De nuevo mi labor se limitó a recordar amenazas y alternativas para aquellos que, no siendo tecnófobos, nos distanciamos de los muy numerosos optimistas tecnológicos.

    Considero que tanto los despilfarros de múltiples recursos (por ejemplo, energéticos) como las tecnologías para mantenerlos (por ejemplo, nuclear) conviene rastrearlos en un análisis retrospectivo de las opciones y soluciones humanas que nos trajeron hasta aquí; y hacerlo, al mismo tiempo, para aquellas otras tecnologías (productivas, genéticas, transportes, alimentarias, digitales) que nos sitúan ante no pocas fronteras de in­­certidumbre en relación a las condiciones de existencia de la humanidad.

    Opciones humanas que nos enfrentan a pandemias como la COVID-19, que está suponiendo un dramático recordatorio global a nuestras sociedades de lo que sucede cuando no nos enfrentamos a riesgos sino a incertidumbre. Convirtiendo en imperiosa necesidad el rastrear –para prevenirlas– otras incer­­tidumbres no menos letales que nos amenazan en este siglo XXI.

    Como quiera que buena parte de esa tarea la había realizado en un anterior y muy extenso ensayo –autoeditado y sin distribución comercial– titulado La razón en evolución (2011), he seleccionado aquí, corrigiéndolos y ampliándolos, aquellos capítulos centrados en una retrospectiva de lo que ya a Montaigne en 1595 le había llevado a afirmar: La razón humana es una espada doble y peligrosa.

    Más recientemente Robert Heilbroner identificó tres colapsos, tres problemas insolubles, en sus propias palabras, a los que nos conduce el sistema económico actual¹. El primero se refiere a las barreras ecológicas al crecimiento, que, entre otros efectos, nos sitúa ante las incertidumbres del calentamiento global y el subsiguiente colapso climático, pero también a las derivadas de la energía nuclear, de los organismos genéticamente modificados o de la creciente resistencia a los antibióticos. Todas ellas incertidumbres relativas a nuestra sostenibilidad ambiental que ponen en peligro lo que debiera ser un sistema social equitativo, de cooperación igualitaria entre generaciones a lo largo del tiempo².

    El segundo colapso tiene que ver con el menguante poder defensivo de los gobiernos ante la globalización del capital, por ejemplo ante el big data de las grandes corporaciones comerciales y financieras o la inteligencia artificial –muy pronto sobrehumana– generada por las mismas.

    El tercero se refiere a una galopante concentración del capital³ (sobre todo tecnológico), robotización y automatización, que no favorece un renovado fundamento moral para una justa distribución de ingresos en el capitalismo a escala mundial. Induciendo graves incertidumbres sistémicas relativas a la desigualdad y la exclusión social, así como una hipertrofiada terciarización desalarizada que jibariza y relega los otrora básicos sectores agrarios o industriales.

    Considero que el conjunto de peligros e incertidumbres a los que nos enfrentan nuestras opciones tecnológicas podrían quizás esquivarse si tomamos conciencia de las disyuntivas que nos trajeron hasta aquí. Pues sospecho que algunas de las opciones que dejamos por el camino, o ciertas sendas menos frecuentadas, podrían sernos hoy más útiles para evitar esos colapsos, que la ciega confianza de que avanzamos en la dirección correcta. Porque, como se verá aquí, en el pasado las soluciones humanas fueron, y debieran serlo aún más en el futuro, múltiples y diversas. Desentenderse de cómo algunas han llegado a alcanzar una hegemonía imparable, así como de embridarlas o diversificarlas, nos podría costar muy pronto demasiado caro.

    Tomar buena nota de las implicaciones sociales de lo anterior nos obliga a asumir que a medida que la tecnología se hace más compleja, el funcionamiento defectuoso resulta más difícil de predecir, de controlar, o incluso, de detectar. Es por eso que los problemas de complejidad aumentan hoy más rápido que los medios para su solución⁴. Y es así como progresamos hacia la incertidumbre o el colapso. Hacia situaciones en las que resulta temerario actuar suponiendo, como al lanzar una moneda, que es improbable que salga cruz. Porque ya no se trata de probabilidades, ni de riesgos, sino de incertidumbres⁵. Algo así como si la moneda desapareciese. Porque una cosa es enfrentarse al riesgo, un miedo al daño que debería ser proporcional no solo a la gravedad del daño, sino también a la probabilidad del evento, y otra muy diferente enfrentarse a la incertidumbre: una fuente de riesgo que no se presta al cálculo⁶ (de su gravedad, de su probabilidad, o de ambos).

    Por eso debiéramos asumir y enfrentar la incertidumbre derivada de que, en cierto momento del futuro, distintos grupos de seres humanos puedan seguir sendas evolutivas diferentes a causa del uso de tecnología genética. Hoy no es una especulación ociosa discutir, y precaverse, sobre las consecuencias futuras de praxis de momento fuera de nuestro alcance, pero en absoluto inverosímiles⁷. Más bien al contrario. No debiéramos encontrarnos desprevenidos frente al equivalente a Hiroshima en ingeniería genética o en inteligencia artificial sobrehumana (IAS). Desprevenidos frente a los efectos de selección y uniformidad genética, derivados de nuestra actual dificultad para manejar las fronteras entre la razonable exclusión de caracteres hereditarios indeseables y la optimización de los deseables, entre la eugenesia terapéutica y la perfeccionadora⁸.

    Otro amenazador escenario de esa frontera letal –entre riesgo e incertidumbre– bien podría ser este: si el hielo de la Antártida se licuase –al desprenderse el manto de hielo del oeste del mismo– se elevaría el nivel del mar en cinco metros en todo el mundo. Para hacernos una idea de aquello a lo que nos enfrentamos debe tenerse en cuenta que la fusión de los hielos al final del último período glacial duró más de mil años con un aumento de seis grados. El calentamiento global actual (derivado de nuestro modelo energético, industrial y consumista) tendría ya un ritmo de triple de intensidad⁹. Nos dirigiríamos de forma irreversible a un escenario invivible (Hothouse Earth, ‘Tierra invernadero’), derivado de una cascada de realimentaciones fuera de control. Un escenario que, aunque dieciséis científicos que suscriben tal diagnóstico¹⁰ lo rotulen coloquialmente como riesgo (risk), es obvio que debe nombrarse como incertidumbre (efectos impredecibles, no lineales, exponenciales, desbocados). No deja de ser un eufemismo llamar a todo esto cambio

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