Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Generaciones y mentalidades: Estudios de teoría de la Historia
Generaciones y mentalidades: Estudios de teoría de la Historia
Generaciones y mentalidades: Estudios de teoría de la Historia
Libro electrónico404 páginas5 horas

Generaciones y mentalidades: Estudios de teoría de la Historia

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Mario Hernández Sánchez-Barba, discípulo de J. Vicens Vives y fuertemente influido por las primeras generaciones de la escuela de los Annales, defiende un modelo de historia analítica e integral cuyo objetivo es la comprensión. Frente a la ilusa pretensión, todavía no extirpada en buena parte de la historiografía, de reconstruir (a partir de nombres, fechas y datos) el pasado, reivindica el oficio de historiador como esfuerzo, nunca del todo alcanzado, por dotar de sentido la experiencia histórica del hombre. Busca aproximarse a la razón contenida en la historia, que nada tiene que ver con la pretensión, tan de aficionado, de convertir en claves cuatro datos de la compleja estructura histórica. Con la intención de reconocer un magisterio e introducir su ingente producción, presentamos una selección de sus textos, centrada especialmente en sus reflexiones teóricas sobre la disciplina. Recogemos, por un lado, textos sobre el significado del cambio y el tiempo, la continuidad y la discontinuidad, el análisis generacional y la idea de mentalidad y, por otro, algunos de los temas que más le han interesado: la época del Descubrimiento, el mundo anglosajón, los procesos de emancipación e independencia americanos, la Monarquía, etc.
IdiomaEspañol
EditorialEditorial UFV
Fecha de lanzamiento15 mar 2019
ISBN9788418360145
Generaciones y mentalidades: Estudios de teoría de la Historia

Lee más de Francisco Javier Gómez Díez

Relacionado con Generaciones y mentalidades

Títulos en esta serie (3)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Métodos y materiales de enseñanza para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Generaciones y mentalidades

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Generaciones y mentalidades - Francisco Javier Gómez Díez

    trabajo.

    La disciplina

    CAPÍTULO 1

    Acceso a los planos argumentales

    ¹

    En 1973, Mario Hernández Sánchez-Barba publica su libro Dialéctica contemporánea de Hispanoamérica, centrado, según sus propias palabras, en su preocupación intelectual básica: el mundo contemporáneo hispanoamericano, al que ya había dedicado, con anterioridad, otro libro,² que este, también de forma expresa, pretendía replantear. Junto con esta motivación temática, otras razones nos llevan a comenzar con este texto, complejo teóricamente, pero útil, pues manifiesta ciertas inquietudes y aclara conceptos básicos del pensamiento de su autor.

    Relacionando otros textos, en los que comienza con la teoría, pasa en este del problema, la preocupación, a la teoría que sustenta su resolución, porque «nadie puede argumentar soslayando sus bases operativas», ni «ninguna especialidad puede, ni debe, marginar los fundamentos teóricos que la sustentan». De esta forma, se enfrenta a la necesaria explicación de tres conceptos: «Hispanoamérica» —rechazando cualquier otra denominación, en su opinión, frívola—, «dialéctica» y, muy especialmente, «contemporaneidad», que no puede reducirse a un «concepto de ciencia positivista que, como tal, expresa más bien, especialidades y compartimentos de clasificación»; es, más allá de cualquier límite temporal, una actitud consciente respecto al futuro; «la necesidad, cada vez más urgente, ya no solo de prevenir, sino incluso la posibilidad de influir sobre el futuro y asumirlo».

    Desde aquí reflexiona sobre la historia y la Historia —solo una mayúscula, como indica en otras ocasiones (vid. cap. 5), cambia completamente el significado de la palabra— e insiste, junto con la previsión y sus límites, en el pasado, que, en el campo de la historia, «es de suyo una persistencia en cada presente», y, en relación con la Historia, en su condición analítica.

    Al mismo tiempo, el texto señala, al referirse a la diferente actitud hacia el positivismo en Brasil y en Hispanoamérica, el interés global y comparativo de su obra y, frente a la amenaza del diletantismo, presenta la responsabilidad universitaria como un servicio social sostenido sobre el rigor.

    Un último interés manifiesta este texto. Las lecturas sobre las que Mario Hernández Sánchez-Barba fundamenta su obra son incontables —baste observar las dimensiones de la bibliografía extraída de las citas del puñado de textos que conforma esta selección—, como resulta evidente la franqueza con la que reconoce deudas intelectuales y la claridad con la que marca distancias.

    En este «acceso a los planos argumentales» aparecen no pocos de sus autores de referencia. Intentar establecer cualquier análisis sobre estos —somos consciente— puede introducir deformaciones, pero, asumiendo el riesgo, creemos posible hablar de cuatro grandes grupos: 1) los autores que se constituyen en soporte teórico de sus planteamientos: Zubiri, Millán Puelles, Hartmann y, en especial, Pérez Ballestar; 2) un amplio sector de intelectuales (sobre este término, vid. cap. 3), en su mayoría hispanoamericanos que, situados muy lejos de la disciplina histórica, le han influido poderosamente: L. Zea, J. Marías, C. Fuentes, E. Sábato…; 3) los renovadores de la disciplina histórica, sobre todo franceses —Bloch, Febvre, Braudel, Morazé…— y anglosajones —Hill, Merritt…—; y 4) un amplísimo sector de colegas, en los que manifiesta —como de forma explícita hace en la introducción a su España. Historia de una nación, Madrid, 1995— su alta consideración sobre la calidad de las escuelas historiográficas españolas: José María Jover, Claudio Esteva Fabregat, Pedro Borges, José Manuel Pérez-Prendes,³ Juan Manzano, Cándido Pérez Gállego, Juan Pablo Fusi… y, muy especialmente, Jaime Vicens Vives, al que una y otra vez reconoce, por encima de cualquier otro, como su maestro. Sin ignorar, por supuesto, a especialistas de disciplinas que rara vez aparecen citados en obras históricas: Llavero Avilés, E. Fromm…

    * * *

    El presente libro es, ante todo, un producto de reflexión sobre el tema que constituye la básica preocupación profesional e intelectual de su autor: el mundo contemporáneo hispanoamericano. Un campo este que, en los momentos actuales, atrae la atención desde plurales sectores científicos en una considerable apertura de especialidades y que, también, constituye un nivel preocupativo para los más diversos emplazamientos contingenciales, como pueden ser las ideologías políticas, las informaciones periodísticas, los desplazamientos económico-financieros, las inquietudes del conocer sobre sus característicos medios de expresión literarios. Existe, pues, en torno a su comprensión e identificación, una enorme gama de intereses que abarca, en consecuencia, un considerable abanico de posibilidades en torno a su caracterización, a la búsqueda de su sentido y a la interpretación de sus realidades. Por consiguiente, en sus implicaciones conceptuales, el tema lleva una fuerte carga tendencial a convertirse en un lugar común. Como en los tiempos en que hizo furor la arqueología clásica, parece, hoy, que cualquiera puede hablar, escribir, dictaminar, sobre Hispanoamérica. Ciertamente, esta inquietud representa la manifestación, en nuestra época, de un interés latente durante mucho tiempo antes.

    Aplicando, a largo plazo, el modelo simbólico de Willer,⁴ elaborado como un esfuerzo para promover una metodología sociológica, estaríamos en disposición de establecer los supuestos de una exigencia histórica de largo plazo de manifestación, cuyo sujeto es el mundo hispanoamericano y cuyos niveles activos serían: a) posición de interés latente, que implica un nivel eficaz de exigencia y cierta información sobre la situación social e histórica, normalmente de instancia ético-didáctica. Tal situación se caracteriza, fundamentalmente, por instancias intelectuales de carácter minoritario que plantean procesos de inquietud relativos a temas administrativos, coyunturales, políticos, religiosos, mantenidos siempre en estructuras institucionales. Tales caracteres se corresponden con la amplia etapa histórica que va desde 1492 hasta, aproximadamente, la mitad del siglo XIX. Durante ese largo proceso no faltaron, ciertamente, las intenciones de trascendencia cultural, como el humanismo renacentista, que se interiorizó y se hizo épico, lo que impidió una brusca ruptura con la mentalidad medieval; el barroco, reflejo del orden administrativo colonial, que impuso estabilidad en beneficio de la jerarquización burocrática centralista y señaló ya los primeros conflictos con las minorías criollistas; la ilustración y el neoclasicismo, inseparables para establecer el balance activo de la mentalidad emancipadora de los criollos, aunque también subsumidos en zonas de intimidad y minorización social; y, finalmente, la gran apertura que supuso el romanticismo hispanoamericano, con su proclamación de la libertad del individuo, la consigna del nacionalismo y la intensificación telúrica de la poesía de la naturaleza. No obstante, no puede dudarse de que la instancia conflictiva romántica permaneció como fondo patrimonial de la minoría intelectual, sin que proyectase trascendencia intencional con suficiente capacidad para galvanizar una opinión pública, prácticamente inexistente todavía en los horizontes vitales, sociales e ideales del mundo hispanoamericano. Esta posición de interés latente quedará trascendida por; b) la articulación del interés por la que entendemos cualquier formulación capaz de transformar una exigencia en un interés; formulación que puede variar, desde los más simples enunciados verbales a los sistemas ideológicos de máxima elaboración y complejidad. La articulación constituye una acción de comunicar, capaz de realizar la trascendencia desde el interés latente al interés manifiesto. Como es lógico, el desarrollo de un grupo de interés manifiesto depende totalmente del desarrollo de una articulación y de la existencia de un grupo —aunque minorizado— de interés latente. Pero, precisamente, en la medida en que las posiciones de interés latente no sean idénticas ni homogéneas, la articulación operará en forma diferencial imprimiendo un desarrollo distinto, e incluso, en virtud de la competencia, dividiendo en diversos sectores el grupo de interés latente, bloqueando parcial o totalmente los procesos dinámicos proyectivos.

    Todas estas funciones las cumple, con toda evidencia, en el mundo iberoamericano, el positivismo, tan magistralmente estudiado por Leopoldo Zea.⁵ Los hispanoamericanos vieron en esa doctrina el más adecuado instrumento para conseguir una estabilización política, para alcanzar un desarrollo progresivo de las fuentes de riqueza, para modelar las formas más elementales de la vida social, la filosofía capaz de conseguir la emancipación mental o ideológica;⁶ en definitiva, los hispanoamericanos entendieron el positivismo como un arma de combate y liberalización: el medio más eficaz para la solución de todos los problemas que tenían planteados en los ya indicados niveles minoritarios. Esto va a implicar el bloqueo⁷ y la inevitable división en el interés manifiesto, por más que la articulación, con un sentido positivo, haya producido la transferencia del interés latente al manifiesto. En efecto, en México fue interpretado como la posibilidad del final de su endémica anarquía; en la Argentina, como remedio del absolutismo tiránico; en Chile, como el medio para convertir en realidades los ideales del liberalismo; en Perú y Bolivia, después de la catástrofe nacional supuesta por la derrota que les infligió Chile, lo consideraron la solución para su reconstrucción moral; los cubanos, como ariete ideológico en sus propósitos de independencia. No cabe duda de que el interés despertado por el positivismo en amplios círculos, no exclusivamente filosóficos, promovió en la política, el derecho, la educación o la economía, un evidente interés por los problemas científicos y un medio muy adecuado para que, mediante el planteamiento de cuestiones teóricas, muchos se inclinasen hacia sistemáticas previas de aplicación práctica. Pero la radicalización de los supuestos positivistas y de la universalización de sus principios como solución efectiva para todos los problemas hizo que el desenvolvimiento de la teoría llevase en su seno la larva del fracaso. Por otra parte, en cuanto fue doctrina que quiso imponerse a la realidad, y no a la inversa, en sus diversas interpretaciones nacionales, figuraron fatalmente las más tremendas contradicciones; c) posición de interés manifiesto, la establece cualquier comunidad que comparta intereses constitutivos de base potencial para la acción concertada; constituida tal posición como consecuencia de la articulación, la situamos en el mundo hispanoamericano en el periodo 1880-1930, como una fragmentación expresiva, cristalizada en cuatro coherencias intelectuales:

    •el modernismo literario, en el que se advierte claramente una renovación estética de un ímpetu romántico a una serenidad expresiva y una renovación hacia la consideración de los valores propiamente hispanoamericanos;

    •la reacción filosófica antipositivista , como actitud espiritual contra el fracasado positivismo; sus hombres ⁹ han merecido el sobrenombre de fundadores y su siembra fue realmente importante, de modo especial en los medios universitarios en el sentido de preparar el terreno para el desenvolvimiento de una idea hispanoamericana; ¹⁰

    •la tercera coherencia sería la que he llamado el 98 hispanoamericano ¹¹, grupo intelectual de recio contenido que comienza a aplicar los valores del futuro en la formulación de la adecuación política; sus hombres ¹² argumentaron la necesidad de elaborar una teoría política capaz de conducir a los pueblos hacia metas concretas, concordándolos al mismo tiempo con la tradición y, en cierta manera, con la realidad, si bien, al buscar tales realidades y aplicar sus elaboradas soluciones, lo hicieron fundamentalmente a partir de unas convicciones firmemente arraigadas y, al mismo tiempo, sumidos en un profundo pesimismo;

    •por último, el cuarto sector intelectual lo integraron los apóstoles educadores , ¹³ que se caracterizaron, fundamentalmente, por su ardorosa predicación sobre la extensión de las fuerzas educativas en el mundo hispanoamericano.

    Por más que provocasen el bloqueo de la articulación positivista, la importancia de estos cuatro grupos o coherencias intelectuales es considerable, porque, efectivamente, elevaron el nivel de exigencia a un plano de interés manifiesto. Este plano constituye lo que yo considero «la doctrina hispanoamericana», la plataforma especulativa sobre la cual construir la posibilidad de cristalizar en supuestos ideológicos de alta dinamicidad las realidades regionales en el mundo contemporáneo, cuya caracterización es, cabalmente, el propósito primero de este libro. Pero, paralelamente a la formulación de los niveles de exigencia que hemos delineado, se ha desarrollado también —y no es posible soslayar su radical realidad— un proceso de enorme interés condicionante de la realidad básica hispanoamericana. Concluido con la independencia política el periodo que vinculó a Hispanoamérica con España y su economía «bullonista», aquella región cayó en la órbita de la influencia económica británica. Ya Canning, en 1822, exclamó: «Hispanoamérica es libre y, si no manejamos mal nuestros asuntos, es inglesa». Se concreta un nuevo pacto colonial: manufactura inglesa contra materias primas y productos alimenticios hispanoamericanos; el modelo de producción al servicio de esta economía agroexportadora es simple: tierra abundante, mano de obra abundante y mercado exterior seguro. A fines del siglo XIX una nueva palanca de explotación se suma a la comercial: la exportación de capitales y la financiación desde el exterior, con centros de decisión en él. Inglaterra es el corazón financiero del mundo y las rentas generadas por sus préstamos son muy superiores a estos; con las dos guerras mundiales se cancelaron los activos europeos en el exterior y los Estados Unidos sustituyeron a Inglaterra en el control económico de Hispanoamérica. Todo ello origina una densa gama de frustraciones internas en el mundo hispanoamericano, que he estudiado en otro lugar,¹⁴ concretándolos en tres: «marginalismo comercial», «dependencia agraria» y «descapitalización», tremendo lastre al que deben añadirse los gravísimos problemas de la extraterritorialidad decisoria en el campo de las finanzas y, en general, de la economía, la utilización de teorías económicas elaboradas en el exterior y aplicadas indiscriminadamente en el interior de la región y, sobre todo, la existencia de grupos organizados, que han recogido como propios los intereses regionales y nacionales, con vistas a llevar a cabo una acción concertada en apoyo de sus propios intereses, sin tener por supuesto demasiado en cuenta, por no decir en absoluto, los intereses de las sociedades que han elaborado las exigencias propias hasta el nivel de interés manifiesto, aunque con una raquítica y dependiente organización propia, en todo lo que se refiere a los recursos básicos de su realidad. Aquí radica el fundamento central de la problemática contemporánea hispanoamericana.

    La apertura universal en un gigantesco abanico de intereses, que implica la existencia de grupos organizados, cuya atención sobre el mundo hispanoamericano abarca los más variados matices, señala el tono tan diverso de modalidades cuya atención se polariza unitariamente sobre la región hispanoamericana y, lógicamente, permite comprender la extensión y la densidad, así como también las distonías interpretativas de aquella realidad que, además, no solo histórica, sino sociológica y culturalmente, constituye, de suyo, un impresionante caleidoscopio de variabilidad, aun dentro de sus núcleos de profunda y firme identidad. Es preciso tener muy presente esta realidad y creo que solo puede hacerse partiendo de los supuestos elaborados por Willer en su modelo simbólico, que hemos utilizado aun a sabiendas de que, en este caso, su aplicación representa una tremenda desorbitación de los supuestos científicos que promovieron su enunciado. Y, fundamentalmente, pues, constituye la plataforma esencial que no nos permite comprender, pero sí asimilar, la característica complejidad y confusión en su historicidad del espacio histórico hispanoamericano: sus límites espacio-temporales constitutivamente imprecisos y de alta flexibilidad; sus modalidades de comunicación característicamente rígidas; sus supuestos de tensión-distensión de grave imprecisión; y, finalmente, una dinámica funcional-inflexiva caracterizada por su escasa energía. La asimilación de tales características implica, a su vez, la urgencia de una necesaria comprensión. Tal es, cabalmente, el propósito que alberga la presente reflexión. Pero, como nadie puede argumentar soslayando sus bases operativas, del mismo modo que ninguna especialidad puede, ni debe, marginar los fundamentos teóricos que la sustentan, parece imprescindible precisar cuáles son los objetivos que proponemos, delimitando los supuestos conceptuales sobre los cuales se centra nuestra atención reflexiva. De esta podremos acceder a los planos argumentales de exposición sin ambigüedades y, sobre todo, con plena conciencia por parte del lector respecto a los criterios que sirven al autor como piezas para su argumentación.

    En primer lugar: ¿por qué Hispanoamérica? No es necesario entrar en una larga y aburrida inquisitoria onomástica, que al final no nos diga absolutamente nada, sobre la procedencia del uso de cualquiera de los términos que se han utilizado y se utilizan para la denominación de la región. Se trata, por regla general, de terminología denominativa, con cierta carga intencional y que acaso resulte una de las características más visibles externamente de esa confusión mencionada antes, consecuencia de la interconexión y yuxtaposición de puntos de vista procedentes de tan diversos campos contingenciales. Respecto a la cuestión, basta con remitir al importante número de la Revista de Indias dedicado al mestizaje y, dentro de él, al estudio de Claudio Esteva Fabregat,¹⁵ quien expresa cómo el concepto de Latinoamérica «es rigurosamente extraño a los contenidos que definen la forma histórico-cultural y biológica que distingue a los países al sur del río Bravo. Se trata —insiste Esteva— de un concepto incongruente, de un giro inculto en estudios propiamente antropológicos, cuyo uso se explica solo en función de ignorancia histórica o de intereses marginales a un enfoque conceptual verdaderamente sistemático de la problemática que constituye a los países de la América hispano-portuguesa». Al explicar la terminología que emplea en su estudio, aclara Esteva las pautas válidas para el uso, antropológicamente exacto, de los conceptos. Parte, para ello, de las raíces étnicas formativas: Blanco (a veces európido) incluye a los individuos de origen europeo en sus diversas variedades caucasoides; negro (con las diversas variedades negroides), el grupo originariamente africano, cuyos caracteres morfológicos son claramente diferenciables; mestizo, el relativo al híbrido resultante de la mezcla biológica de blanco e indio; criollo, el producto derivado de la unión de progenitores blancos o európidos, nacidos en América; el concepto ibero utiliza los conceptos hispano o español, luso o portugués. El concepto mestizaje es generalizable a la hibridación misma y no necesariamente descriptivo de un producto biológico o cultural específico; en general, designa una situación relativa a productos «asimilados» o «aculturados», precisamente, en cualquiera de ambas vertientes, desde sus respectivas raíces étnicas o culturales. El mestizaje básico estudiado por Esteva Fabregat se refiere al triángulo indio-blanco-negro, en el que las proporciones relativas de cada contribución étnica resultan diferentes en cada región de Iberoamérica, tanto desde el punto de vista biológico como desde el cultural. En cada caso una escala de proporciones establece la variabilidad funcional de muy diversos factores históricos y culturales. Lo que resulta impensable —y científicamente indefinible— es extraer de cada sector étnico en trance de asimilación biológica o de interacción cultural su propia y decisiva identidad, de modo que, si se mezclan un hispano y una india, su producto solo podrá ser llamado hispano-americano; si entra en interconexión algún actor cultural hispano con otros indígenas, el resultado de su aculturación solo podrá conocerse como, por ejemplo, «arte hispanoamericano». En definitiva, el resultado es inseparable de su origen étnico y de su identidad antropológico-cultural. En ese sentido resulta altamente explicativa la experiencia recogida por Alexander von Humboldt¹⁶ cuando preguntaba a un blanco viandante por la plaza Mayor de México: «¿Es usted español?», a lo que este replicaba: «No, señor, soy español americano»; respuesta en la que va implícito un sentimiento de identidad nativista o, si se quiere, telúrica, sin que ello implique renuncia a su identidad de trascendencia original. Desde estos fundamentos resulta, pues, ingenua y bizantina cualquier discusión sobre el empleo terminológico adecuado al referirse a supuestos relativos a los contenidos históricos y culturales de Hispanoamérica;¹⁷ solo queda lamentar el empecinamiento en el empleo de términos inadecuados, incluso por parte de personas que, por su formación, estarían obligatoriamente movidos al empleo de un lenguaje preciso, sin dejarse llevar por frívolas modas.

    ¿Qué entendemos por «contemporáneo»? He aquí, tan sencillamente indicado, uno de los problemas más graves y profundos que tiene actualmente planteada la ciencia histórica, pero sobre el cual no hay más remedio que definirse, fundamentalmente, sobre todo, como cortesía para el lector, pero también porque es preciso señalar el campo sobre el cual debe efectuarse una operación, del mismo modo que resulta obligado señalarlo al cirujano, antes de proceder a efectuarla.

    El problema consiste, a mi juicio, en diferenciar, desde el principio, «contemporáneo» y su noción conceptual derivada, «contemporaneidad», del anticuado, absurdo y convencional concepto historiográfico de «Edad contemporánea». Todavía en una reciente e importante enciclopedia¹⁸ insiste en la descripción de la voz correspondiente el profesor Comellas, considerándola «unidad de estructura metodológica para designar la época más cercana a nuestros tiempo» y aceptándola en cuanto concepto histórico como el desarrollo histórico del Nuevo Régimen salido de la crisis revolucionaria de fines del siglo XVIII y mantenido, «por lo menos», hasta la Segunda Guerra Mundial. Destaca, después, sus caracteres, que considera como «extrínsecos» (los que se desprenden de la «fenomenología general») e «intrínsecos» (los que integran el contenido histórico de los tiempos contemporáneos), destacando entre estos últimos: el prevalecimiento del concepto de «libertad individual» y el de los «derechos del hombre» en la decisión del sistema político, el prevalecimiento de la burguesía y, en consecuencia, del capitalismo y del proletariado, el avance tecnológico y el incremento de la organización. Es decir, la «Edad contemporánea» se utiliza como concepto de ciencia positivista y, como tal, expresa más bien especialidades o compartimentos de clasificación.¹⁹ Pero la realidad histórica es de extraordinaria complejidad y, dentro de su unidad, de amplia diversidad; por ello, los verdaderos científicos se ven obligados a retocar constantemente las clasificaciones, puesto que se parte del principio de que ellas son siempre convencionalismos operativos que están sujetos a la variabilidad que impone la investigación de la realidad. Esa complejidad de la realidad termina por convertir en problemático e ilusorio —casi siempre en falso— todo intento de clasificación. Además, ¿es que vamos a reducir lo histórico a un organismo clasificado? Ello produciría, sin duda, su fatal conversión en unos inmensos depósitos donde iríamos colocando, hasta que ya no diesen más de sí, los datos constitutivos de la realidad, cuando el objetivo del historiador debe ser, precisamente, el contrario. En efecto, el trato existencial con lo histórico que tiene toda persona humana es solo la condición previa a la que debe añadirse una reflexión como medio suficiente para alcanzar la vivencia de lo histórico y, a ambas, una investigación empírica como razón suficiente de la experiencia histórica.²⁰ En virtud de su estructura óntica, el hombre se despliega existencialmente, utilizando cosas y conviviendo con los demás; de modo que «trata existencialmente» con dos clases de realidades: unas, las que tiene «a mano»; otras, las que tiene «ante los ojos».²¹ La vivencia de lo histórico se alcanza como consecuencia de la puntualización de que lo que se tiene ante sí unas veces ha estado o está de otra manera y de que lo que ahora se tiene ante sí llegará a correr la misma suerte. Como todo aquello con lo que el hombre tiene trato existencial constituye su mundo, cuando alcance aquella vivencia de lo histórico, resulta evidente que «su mundo circundante» deja de serlo para convertirse en «mundo histórico», que es, entonces, manifestación fenoménica de la realidad histórica, que puede distinguir no como simple acumulación, sino como estratificación categorial y, sobre tal base, construir su experiencia histórica. Resulta fundamental, pues, la introducción del valor tiempo que permita una radicalización de lo humano y no del hombre como sujeto clasificatorio. Estas mismas consideraciones han llevado a Emil Staiger²² al planteamiento de una nueva poética, al tiempo de aproximarnos a una nueva posibilidad de ver y comprender el fenómeno poético en su inmanencia temporal, utilizando el método fenomenológico y tomando como punto de partida la ontología existencial heideggeriana. En ella se reconoce la manifestación más pura e inmediata de la esencia del ser del hombre, que es temporalidad, desde el tiempo íntimo como dimensión esencial del ser del hombre. No cabe duda de que todas las ciencias integradas bajo el término general de «filología» (gramática, lingüística, estilística) han realizado una aportación y una asombrosa labor de acumulación, enumerando y catalogando minuciosamente todos los hechos de su ámbito; pero, a fuerza de clasificaciones y de descripciones se pierde la perspectiva de lo total: las pormenorizadas descripciones de las pajas, impiden ver el pajar. La poética de Staiger, en su búsqueda de lo originario y esencial, trata de alcanzar esa visión de la realidad inmediata de lo humano en su proyección íntima. Staiger admite la clásica división tripartita de lírica, épica y dramática, pero la rechaza como fundamento de la poética y, en su lugar, propone los conceptos fundamentales de «lo lírico», «lo épico», «lo dramático», soslayando el bizantinismo de la clasificación, para acudir a la manifestación originaria de los fenómenos. Y así divide su libro en el estudio del «estilo lírico»: recuerdo (vivencia íntima del pasado); «estilo épico»: representación (triunfo del momento, el ahora); «estilo dramático»: tensión (el proyecto, el futuro).

    Mayor aliento, por razones obvias de la materia que se va a tratar, ha tenido en esta línea la importante obra del profesor Jorge Pérez Ballestar²³ para la comprensión de la trascendencia íntima y categorial de la historia y de la problematicidad de lo histórico.²⁴ Porque hay que plantearse qué tipo de saberes pueden resolver esta problematicidad y con qué grado de eficacia pueden conseguirlo. Una vez adquirida la vivencia de lo histórico, una primera actitud consiste en adquirir la experiencia histórica como hábito intelectual y resolver la problemática de lo histórico mediante la investigación de los «mundos» históricos: se trata de la investigación historiográfica, cuya eficacia no es concluyente, porque, aunque proporciona un enriquecimiento cuantitativo en el saber de los «mundos» históricos y cualitativo en orden a la valoración de los mismos, al ser su caracterización heterogénea el fundamento de la problematicidad de lo histórico, esta, en lugar de quedar resuelta, se intensifica por la investigación historiográfica; en una palabra, su eficacia es descriptiva, pero no fundamentadora. Por otra parte, como se indicó antes, la historicidad de lo real tiene dos vertientes: por un lado, cada realidad histórica está dotada de identidad de intransferible individualidad; por otro, tiene en común con otras el carácter de historicidad, es decir, está formalizada. El primer momento —historicidad individual— establece la complejidad histórica en el seno de cada «mundo» histórico y su heterogeneidad respecto a los otros; el segundo —historicidad transcendental— constituye la esencia de todos los «mundos» en tanto que históricos. Para el primero de estos momentos, en virtud de la fuente y método de conocimiento de su sentido que dé lugar a la experiencia histórica, Pérez Ballestar propone la denominación de «historicidad empírica» y es el objeto formal de la investigación histórica en sentido estricto o Historiografía. Pero el hecho de que lo histórico sea histórico es algo que no se hace empíricamente accesible al conocimiento; por ello una denominación más adecuada que la de historicidad trascendental, según Pérez Ballestar, es la de «historicidad transempírica», cuyo saber debe corresponder a otra ciencia, que no puede ser otra que la Metafísica, cuya definición concuerda con el carácter del objeto que se va a investigar.

    Lo histórico es un campo de investigación metafísico, no en cuanto serie de realidades individual y equívocamente caracterizadas, sino en cuanto base para el hallazgo de la superestructura esencial y análogamente caracterizable que funda su historicidad. Se constituye, de tal modo, una ontología del ser histórico o de la historicidad del ente cuyo campo de investigación tiende, primordialmente, al esclarecimiento de la siguiente problemática:

    (a) establecer si la estructura de la realidad posibilita en su seno la existencia de entes históricos;

    (b) determinar la región de la realidad en que se encuentren situados;

    (c) estudiar cómo se hace posible su historicidad;

    (d) configurar los caracteres de su ser histórico;

    (e) describir las relaciones de analogía que puedan existir entre los diferentes entes históricos. ²⁵

    Es decir, la ontología de lo histórico, al asentarse en una reflexión distintiva entre la historicidad empírica y la transempírica, hace posible el descubrimiento de relaciones explicativas de lo histórico con otros aspectos de la realidad, entre distintas vertientes de la historicidad y entre diversas realidades históricas. Pero ¿cuál es la fuente de procedencia del material mediante el cual la ontología de lo histórico encuentra acceso hacia la historicidad transempírica? ¿Dónde se establece el enlace entre la historicidad empírica? ¿Dónde aparece la problematicidad de lo histórico y la historicidad transempírica objeto de la ontología de lo histórico? Como expresa Pérez Ballestar, se trata de una cuestión única: «las investigaciones previas que proporcionan materiales a la ontología de lo histórico deben ser precisamente aquellas que estudien el plano de lo histórico en que se dé el enlace entre su historicidad empírica y la transempírica».²⁶

    En lo indicado hasta aquí, vemos cómo cada realidad histórica se encuentra constituida por: 1) la expresión concreta de un sentido en el plano de su significación, existencialidad o espiritualidad; y por 2) una esencia formal, denominada «historicidad» en sentido estricto. Por vía reflexiva dentro del primer componente puede distinguirse: a) el contenido peculiar expresado y b) la estructura de la expresión. Dentro del segundo componente, por la misma vía, puede diferenciarse: a) la formalidad pura de la historicidad y b) la funcionalidad en que la esencia de lo histórico se manifiesta. El conjunto 1, b) y 2, b), es decir, la estructura de la expresión (del primer componente histórico) y la funcionalidad de la historicidad (del segundo) constituyen el núcleo de enlace entre el momento empírico y el transempírico de lo histórico; como explica Pérez Ballestar, lo estructural de la expresión y lo funcional de la historicidad son, en rigor, los aspectos estático y dinámico, respectivamente, de un momento único común de lo histórico, «definible como receptáculo de sus propiedades en contraposición al de la desnuda materialidad empírica, que sería el de sus accidentes

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1