Tras las huellas de Pablo Neruda: Un homenaje a Hernán Loyola
Por Greg Dawes
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Tras las huellas de Pablo Neruda - Greg Dawes
I. Persona y obras del ‘detective’ nerudiano
Un envío de Pablo Neruda
Pedro Lastra
STONY BROOK UNIVERSITY
A Adam Hurewitz,
que me animó a escribir esta historia.
NO SÉ MUY BIEN cómo contar esta ocurrencia, para mí conmovedora y sorprendente; pero sé que debo contarla de algún modo. ¿Por dónde empezar? Aunque su comienzo se remonta a mayo o junio de 1973, yo no vine a conocer tan singular entramado de acontecimientos sino treinta y seis años después: precisamente, el jueves 5 de febrero de este 2009.
Mi viejo amigo Hernán Loyola me visitó ese día en la Editorial Universitaria, un lugar en el cual solíamos encontrarnos en el pasado, antes de las turbulencias que nos alejaron desde aquel septiembre de mala memoria. Como muchos lo saben, el periplo de Hernán como exiliado fue muy largo y, desde luego, yo no lo ignoraba: primero, Bordeaux, luego Budapest y por último Sassari, con variados o repetidos pasajes de uno a otro sitio; sabía también de sus fugaces regresos a Chile en estos años y de sus múltiples trabajos, que han culminado con la edición de las Obras completas de Pablo Neruda.
Es cierto que de vez en cuando el correo nos acercaba con cartas, con paquetes de libros o con noticias de nuestras andanzas; pero hubo también tiempos en los cuales el trato directo desaparecía y sólo nos reencontrábamos, por así decirlo, en el espacio literario
. En treinta y seis años se alejan o se borran muchas cosas.
De ahí la novedad del 5 de febrero: Hernán Loyola estaba en Santiago y me llamaba para anunciarme una visita. Me anticipó también una sorpresa, pero se negó a adelantarme en qué consistiría.
Horas después estaba Hernán entregándome lo prometido: un sobre, algo envejecido aunque muy bien conservado, que ostentaba en la mitad inferior el conocidísimo logo de Pablo Neruda. Y sobre ese logo vi escrito mi apellido, con la tinta verde y la letra inconfundibles del poeta. Tuve la fugaz impresión de estar recibiendo un mensaje de otro mundo.
Por algunos instantes no atiné a abrir el sobre, hasta que Hernán me instó a hacerlo. Y de allí saqué un libro de floral y colorida cubierta en la cual se leía: "Pablo Neruda / Cuatro poemas / escritos en Francia. Se trataba de una hermosa edición para coleccionistas, de ésas que Neruda acostumbraba publicar en limitados tirajes para celebrar alguna ocasión o circunstancia especial. Esta se había terminado de imprimir el 31 de diciembre de 1972 y constaba de trescientos ejemplares, de los cuales los cien primeros habían sido
impresos en papel pluma especial con cubierta de papel Fantasía y numerados de I a C. El ejemplar que me había asignado el poeta era el número XII y su dedicatoria decía:
a Pedro Lastra / con un abrazo / Pablo Neruda / Isla Negra 1973".
Quedé perplejo al recibir ese envío, del cual nunca me habló Hernán en ese largo plazo de distanciamientos. Y tan perplejo como yo estaba el poeta Sergio Rodríguez Saavedra que me acompañaba esa tarde en la Editorial. Una sorpresa semejante no se recibe sin algún sobresalto del ánimo, por lo que entonces entendí una pregunta hecha por Hernán al llamarme esa mañana y que me pareció, y en efecto era, una broma cordial: ¿Cómo te encuentras? ¿Está bien tu corazón? Ahora me confirmaba que ese envío venía ciertamente de otro y otros mundos, porque desde 1973 el sobre con los Cuatro poemas… había estado en muchas partes después del allanamiento de su casa en Santiago, y por razones como ésa, y por otras que tenían que ver con los azares de sus desplazamientos, sometido a peligros de pérdidas o extravíos. Me dijo que alguna vez —al hallarlo entre sus libros y papeles— había pensado enviármelo por correo; pero detenido por aquel temor prefirió mantenerlo sin decirme nada hasta poder entregármelo personalmente. Ahora lo hacía, dando fiel cumplimiento a lo encomendado por Neruda y procurándole a su amigo reencontrado una multiplicada alegría. No necesito encarecer mi aprecio por ese gesto de Hernán, que tanto dice de su ejemplar sentido de la amistad.
***
Estos poemas que Neruda quiso hacerme llegar pocos meses antes de su muerte, me han llevado a recordar las muchas manifestaciones de su simpatía, recibidas desde mi juventud y mis comienzos literarios. He contado en otros lugares cuánto significaron para mí ciertos encuentros con él y de qué manera su generosa disposición para informarse de mis trabajos como editor, o simplemente como lector, se tradujo en obras o en escritos que algo han de haber significado a su vez para otros: en 1970 me animó a reeditar los cuentos de Juan Emar y consintió en escribir un prólogo para el libro que decidí incluir de inmediato en la colección Letras de América
que yo dirigía en la Editorial Universitaria. No menos productivos fueron otros diálogos sobre asuntos y libros muy variados: la Historia general del Reino de Chile, del padre Diego de Rosales (pensó una vez encargarme una selección de esa historia para una posible serie que proyectaba); su invitación a una lectura detenida de Benjamín Vicuña Mackenna, u otras reflexiones y noticias sobre algunos escritores del siglo XIX, y esto desde que se enteró de mi dedicación a ese periodo de la literatura hispanoamericana. Su aproximación a cuestiones literarias tan diversas como las que he mencionado, me fueron revelando a través de los años un lado de su personalidad no siempre conocido por los lectores de su poesía e incluso negado por sus detractores: el de un intelectual abierto a incitaciones culturales e históricas aparentemente distanciadas de sus intereses como poeta. El libro traído por Hernán viene a decirme que en esos diálogos para mí tan memorables, él pudo verme como un atento auditor suyo, preocupado además por no desviarse demasiado de su vocación. A las emociones suscitadas por el hecho relatado en estas páginas se suma, pues, mi reconocimiento por su enriquecedor y amistoso magisterio.
Para Hernán
Jaime Concha
UNIVERSITY OF CALIFORNIA—SAN DIEGO
Gran âge, nous voici
ESTAS LÍNEAS, ALGO INDECENTES por lo escasas e improvisadas, no quieren ser obviamente una exposición o un análisis de la obra crítica de Hernán Loyola. Ella se merece una evaluación madura y reflexiva que vendrá seguramente en su oportunidad. De momento, lo que sigue es más bien el producto de alguien que, por amistad y compañerismo, a través de contactos esporádicos y de conversaciones telefónicas, ha estado más o menos cerca de la actividad académica de Hernán. Y, más que nada, es la expresión de quien tanto debe (como muchos otros), en el conocimiento de las cosas y los hechos nerudianos, al colega al que hoy rendimos homenaje.
***
El hecho es indudable, y conviene subrayarlo al comenzar: Hernán Loyola es hoy por hoy el mayor especialista en la vida y obra de Neruda. Por muchos años, por más de medio siglo, desde que al término de sus estudios universitarios decidiera (instigado por el profesor Juan Uribe Echevarría) dedicar su memoria de prueba al tema del Canto General, Hernán Loyola no ha dejado de publicar monografías, comentarios, repertorios bibliográficos, colectáneas, ediciones, antologías y un par de exhaustivas biografías del poeta. Esta labor incesante, que ya da una suma impresionante de escritos, no solo echa las bases para la comprensión moderna de Neruda, sino que, diseminando un interés creciente por su poesía, ha estimulado y abierto canteras de investigación en distintos países y entre nuevas generaciones de estudiosos.
Lo primero que leí de Hernán fueron un artículo de Atenea y su monografía sobre las Autorreferencias. En la revista de la Universidad de Concepción Loyola trataba el tema de Crepusculario, lo cual me vino como anillo al dedo pues en ese mismo tiempo yo me ocupaba también de ese libro juvenil. Y, dicho sea de paso, ya era visible en esos comienzos del crítico su tendencia, casi manía, de celebrar los aniversarios, más aún si se trataba de libros nerudianos. El artículo se llamaba precisamente "En los cuarenta años de Crepusculario".
Los modos de autorreferencia en la obra de Pablo Neruda, de 1964, es una breve monografía (68 pp.) producto de una conferencia que diera el autor para unas jornadas nerudianas del mismo año. Fue editada por la revista Aurora, en su segunda época, conducida por la competencia y entusiasmo de Carlos Orellana. Al recorrerla ahora, uno se da cuenta que, junto a la tradición nacional que el Partido retomaba, había una gran dimensión internacionalista, visible, por ejemplo, en la temprana y sorprendente colaboración de Rossana Rossanda. Como se sabe, esta gran mujer tendría una destacada presencia en el movimiento comunista italiano de las próximas décadas.
De apariencia sencilla, el libro inicial de Hernán podía hacer perder de vista su real interés, su valor y su indudable importancia. Yo mismo, que lo reseñé para Atenea, no capté entonces todo su alcance. Hay que tener en cuenta que, a mediados de los sesenta, en materia de bibliografía nerudiana no había mucho pan que rebanar. A penetrantes ensayistas como el venezolano Picón-Salas y el anglochileno Clarence Finlayson, se sumaban los pocos libros de Amado Alonso, señero como el que más, del argentino Roberto Salama, útil pero limitado en su perspectiva, y el de Jean Marcenac, más orientado a ver la poesía de Neruda en su afinidad con el proyecto de la izquierda francesa de posguerra. Por el mismo año, 1964, se publicaba en Chile el Pablo Neruda de Raúl Silva Castro, que fue recibido en los cachos, unánimemente y un poco injustamente a mi ver, por la gente de letras santiaguina. Según oí, le criticaban al autor, director de la Biblioteca Nacional en ese tiempo, cerrar el acceso a los archivos de la literatura chilena. Una política así, de puerta cerrada, dejaba a los potenciales investigadores au dehors de la mêlée.
Entre otros aportes, el trabajo incluye una periodización que combina la tripartición que se hará habitual en los estudios nerudianos con una cronología más fina, que establece divisiones internas y lapsos discernibles en cada etapa: romántica, metafísica y político-social. Como cubre hasta las manifestaciones poéticas más recientes (exclusive el Memorial), se da cuenta en vivo de una poesía en pleno movimiento. Naturalmente, el foco específico del ensayo es lo que indica el título: las Autorreferencias, a saber, las formas con que se autodesigna el sujeto lírico. Este hilo conductor permite observar los cambios y constantes en la evolución de un trayecto creador de casi medio siglo. Ahora bien, lo que me parece de mayor proyección ulterior es el énfasis puesto en el carácter concreto, activo, ligado a un compromiso con lo real de la obra estudiada. Se lo plantea así: Es una poesía concebida como quehacer, como trabajo, como actividad suprema y básica a través de la cual Neruda quiere realizarse en su existencia
(7). El vocablo quehacer, de clara denotación, tal vez contenga alguna valencia connotativa si se piensa en las circunstancias de época y en una determinada perspectiva ideológica. Aunque tal vez me equivoque.
Entre 1954, fecha de su tesis de grado, y 1964, año de las Autorreferencias, hay una buena porción de tiempo en que no sabemos nada del desenvolvimiento intelectual de Hernán. Con un término que él emplea para referirse a los versos más tempranos del poeta (Neruda antes de Neruda), podríamos nombrar ese decenio como prehistoria del crítico. Este mismo, no sé si con deliberación, ha echado un velo de misterio, mencionando solo alusivamente o con evasivas lo que significó su Tesis (ver, por ejemplo, en Ser y morir..., libro que menciono en seguida, la referencia fugaz a su Orígenes y estructura del Canto General, 199). Obviamente es claro que, egresado de la universidad, la mayor parte de su tiempo se haya dedicado a la docencia o a una incipiente militancia de izquierda.
Yo empecé a leer el nuevo El Siglo alrededor de 1962 y no recuerdo haber visto el nombre de Loyola entre los articulistas. Lo cierto es que, como escribí en otra ocasión, el decenio 1950-1960 es uno de los menos estudiados en la historia reciente del país, quizás porque carece del dramatismo de la década anterior y del carácter explosivo y esperanzador de la siguiente. Pero, simplemente teniendo en cuenta episodios como estos: reelección de Ibáñez, como General de la Esperanza, apoyado nada menos que por la mayoría del Partido Socialista de esos años; los hechos del 2 de abril de 1957; la derogación de la Ley Maldita, que permitía reanudar su actividad al Partido Comunista; y una nueva elección presidencial que dejó a Salvador Allende a las puertas de la Moneda, con apenas 30.000 votos de diferencia ante el gran Cachorro alessandrista: todos ellos hablan de un período rico y complejo para un despertar intelectual. ¿Conoció de cerca Hernán la edición clandestina del Canto General? Si probablemente gente como Américo Zorrilla o Álvaro Jara no le eran cercanos, sí que debió alternar con Carlos Orellana (esto es seguro) y con Joaquín Gutiérrez. En fin, de todo esto sería altamente interesante saber más, lo que podría hacerse fácilmente mediante una entrevista que se enfocara en torno a 1950.
Tengo la impresión de que el libro que consolidó el renombre de Hernán como estudioso de Neruda fue Ser y morir en Pablo Neruda (Editora Santiago, 1967). Al ganar una mención honrosa (Premio de Ensayo) en el concurso de Casa de las Américas, el autor alcanza una audiencia internacional, principalmente iberoamericana. Esto, junto a la edición de los Estudios sobre Pablo Neruda (Anales de la Universidad de Chile, 1971), confirmó su magisterio en el campo nerudiano. En la colectánea que acabo de mencionar participarían prácticamente todos los críticos conocidos y reconocidos de la especialidad.
Yo leí tarde Ser y morir..., pues estaba fuera del país. Nunca me gustó su título, tal vez por prejuicio filosófico. Además, una muerte infinitiva figurando en la portada, que de hecho asignaba un hemisferio de la poesía nerudiana al tema de la muerte, me parecía excesivo. Lo curioso fue que, cuando leí el libro y ahora releyéndolo en parte, no solo advierto que Loyola recorre un tema que empieza en la más tierna edad del poeta hasta su gran eclosión en Alturas de Macchu Picchu —parte substancial y brillante en que culmina el comentario. ¿Qué podría explicar en Neruda esta familiaridad vitalicia, este trato casi desde guagua con la experiencia de la muerte —porque experiencia lo es, no cabe duda? Sé que se han adelantado no pocas hipótesis sobre el particular, ninguna a mi ver convincente. En todo caso, la notable contribución de Loyola, por su óptica rigurosamente descriptiva, ayuda, y ayudaría, a profundizar en este enigma aun no resuelto de la subjetividad creadora. Por el momento, yo formularía el enigma de este modo: ¿Relación osmótica, simbiosis con la muerte? Lo que empezó como mero reciclaje del sentir posromántico, termina siendo experiencia poética en profundidad: experiencia de la muerte personal y de la naturaleza en las Residencias, experiencia de la muerte colectiva y en la historia en Alturas.
***
El exilio de Hernán es de arco curioso. Hasta donde sé, pudo salir pronto del país a través de la Embajada de Italia, arribando a Roma, y de allí a Bordeaux donde fue recibido por la solidaridad generosa y abierta de Noël Salomon. Nos vimos una vez, brevemente, por un par de días, en Clermont-Ferrand, adonde Hernán viajó con su esposa, Elena Ballerino, y sus dos hijos. Estuvo poco tiempo en Francia, trasladándose a Budapest, donde fue llamado por Mátyás Horányi, notable hispanista reconocido por sus trabajos sobre Antonio Machado. Tampoco duró mucho ahí, debido probablemente a que el idioma húngaro no es el más hospitalario. Finalmente recaló en Italia, instalándose definitivamente en Sássari, pequeña ciudad en el norte de la isla de Cerdeña, con cuya cultura, política y estilo general de vida encontró máxima afinidad. La buena química le permitió incluso evitar fricciones con los baroni, gente temida y temible del establishment universitario. Los largos años italianos de Hernán en Sássari le permitieron asentar su vida personal y desarrollar el imponente trabajo intelectual que apenas estoy esbozando.
En mi opinión, y para muchos colegas, las tres contribuciones más valiosas y significativas del período italiano son su edición de Residencia en la tierra. los cinco volúmenes de las Obras Completas de Neruda y el par de formidables biografías ya en este siglo.
En una nota rápida para Araucaria de Chile, dije tiempo atrás —medio en broma, medio en