Una fe radical: Lo esencial para los creyentes llenos del Espíritu
Por James W. Goll
3.5/5
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Todos moramos en un mundo hostil al reino celestial. Constantemente tenemos que batallar contra un enemigo que todo lo que desea es destruirnos. Bajo semejante presión se pueden formar grietas en los cimientos de nuestra fe; algunas creencias que estimábamos inexpugnables parecen menos sólidas. Nos volvemos más vulnerables en la lucha contra el infierno y hasta podríamos colapsar ante la incertidumbre y el miedo.
Al igual que todas las torres fuertes que están construidas en cimientos firmes, lo mismo sucede con nuestra fe. Ya sea que usted sea un experimentado guerrero espiritual o un nuevo creyente, esta accesible guía prepara para todo cristiano el fundamento bíblico que establece el perdurable cimiento de su creencia.
Acompañado de una guía de estudio, este manual que invita a la acción, le ayudará a establecer una indestructible base de fe radical.
James W. Goll
Dr. James W. Goll (GodEncounters.com) is founder of God Encounters Ministries and the bestselling author of more than 50 books and dozens of Bible study guides. An internationally respected prophetic leader, he's shared the love of Jesus in more than 50 nations, teaching and imparting the power of intercession, prophetic ministry, and life in the Spirit.
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Una fe radical - James W. Goll
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1
EL FUNDAMENTO PARA TODOS LOS CREYENTES
HACE AÑOS, CUANDO mi fallecida esposa, Michal Ann y yo vivíamos en Lee’s Summit, Missouri, construimos una casa. Empleamos contratistas para despejar la propiedad y cavar un hoyo gigantesco para levantar los cimientos. Ellos llevaron grandes camiones y montaron andamios. Los obreros colocaron vigas, vertieron concreto en el piso y reforzaron los muros de los cimientos. Después de que todo se colocara firmemente, palearon la tierra hacia los nuevos cimientos. Fue hasta entonces cuando colocaron la base de madera para el primer piso.
Mientras montaban y completaban el primero y el segundo pisos, el lugar me parecía tan alto como un rascacielos. Pronto, el sótano desapareció bajo la tierra y difícilmente se podían ver los cimientos. Pero, estos se habían colocado profunda y fuertemente, para que el resto de la casa pudiera construirse segura y correctamente.
En el mismo orden exacto, Dios hace que cada uno de nosotros nos convirtamos en los bloques vivos de construcción de su propia casa, la cual es la Iglesia de Jesucristo (ver 1 Pedro 2:5). Jesucristo mismo es la Roca Fuerte, el cimiento de nuestra nueva vida y nuestra nueva fe. Él es el sótano, el pedestal, las vigas y el concreto reforzado: nuestro cimiento. Él es nuestro cimiento, no una iglesia, no una denominación, no un conjunto de reglas o de ceremonias, ni siquiera un credo. Nuestra vida, tanto en lo individual como en lo grupal, están basadas en su realidad omnipresente. Él es la fuente de nuestra salvación y de nuestra fe.
En el lenguaje de la Biblia, vemos la vida de un creyente comparada con un edificio establecido sobre un cimiento firme. Observe, por ejemplo, los siguientes pasajes familiares:
Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois [ … ] edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica.
—1 CORINTIOS 3:9–10
En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
—EFESIOS 2:22
Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias.
—COLOSENSES 2:6–7
Un hecho que puede ser fácilmente ignorado, es que se espera que nosotros los creyentes nos edifiquemos a nosotros mismos: Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo
(Judas 1:20). Debemos hacer algo con lo que Él nos da. Como colaboradores de Dios, tenemos diferentes tareas de construcción en la Iglesia. Pero, en resumidas cuentas, esto nunca varía: ninguno de nosotros puede construir apropiadamente, a menos que hayamos respondido a la gracia de Dios a través de insertar nuestras raíces en Él.
Y no podemos llevarlo a cabo solos. Las palabras del Nuevo Testamento están dirigidas a un grupo, no solamente a personas como usted y como yo que posiblemente están sentadas leyendo en su sillón. Aunque cada uno debe responder a la Verdad habiéndola considerado, escuchamos acerca de ella en el contexto de una vasta red de creyentes, lo cual hace que nuestro proyecto personal de construcción sea significativo solamente como parte de un proyecto de construcción mucho más grande llamado la Iglesia.
Jesús establece a la Iglesia (con mayúscula para referirnos al grupo de personas alrededor del mundo que han representado muchas culturas y expresiones de la fe cristiana a lo largo de los siglos). De hecho, Él es el Novio y la Iglesia es su Novia. Él murió para llevarla a la madurez, de tal forma que ella pudiera estar con Él para siempre. Esto quiere decir que aunque nos lastime alguna expresión de la Iglesia, necesitamos, con mayor razón todavía, perdonar y responder con el amor que el Espíritu Santo nos proporciona. Necesitamos perdonar todo abuso y herida, así como demasiado énfasis en el comportamiento externo, con una obediencia llena de fe que venga desde el corazón. Y necesitamos confiar en la Roca más de lo que confiamos en lo que se ha edificado sobre ella, creyendo que nuestra respuesta personal es importante en el esquema total de las cosas, porque así es.
Permanecer cimentados en Él importa mucho más que las señales y maravillas y las manifestaciones de gloria, aunque estas son vitales para la completa expresión del Reino de Dios. (Digo esto como alguien cuyo ministerio ha enfatizado las manifestaciones sobrenaturales). Las maravillas sobrenaturales dependen de los fundamentos, tanto como todo lo demás, y, a menos que nuestro cimiento sea solamente Jesucristo incluso los milagros más evidentes no probarán nada.
SOLAMENTE JESUCRISTO
El apóstol Pablo le escribió al cuerpo de nuevos creyentes de la ciudad de Corinto, que estaba gobernada por los romanos: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo
(1 Corintios 3:11). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos están de acuerdo en que solamente Jesucristo es nuestro fundamento:
Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure.
—ISAÍAS 28:16
Pedro citó este pasaje mucho después en una de sus epístolas (1 Pedro 2:6). Según Pedro y muchos otros creyentes, la persona que cree en Jesucristo no será decepcionada.
Las propias palabras de Jesús confirman que Él se considera a sí mismo como nuestro fundamento:
Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
—MATEO 16:15–18
Jesús está armando un juego de palabras aquí. En griego, que es el idioma original de este Evangelio, se utilizan dos palabras diferentes para roca
. Jesús es una petra, una roca grande del tamaño de un acantilado; y Pedro, cuyo nombre proviene de esta palabra, es petros, una piedra pequeña. Jesús es la Roca de nuestra salvación, Aquella sobre la cual la Iglesia ha sido puesta, y Pedro es un apóstol (un siervo mensajero) del Señor en el cimiento de la casa. Y todos nosotros estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo
(Efesios 2:20).
Sin importar el gran profeta que fue, Isaías no es la piedra principal del ángulo. Aunque su nombre tenga una gran semejanza con la palabra, Pedro no es la Roca: Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía
(Salmos 18:2).
En Dios solamente está acallada mi alma [ … ]
El solamente es mi roca y mi salvación;
Es mi refugio, no resbalaré mucho.
Alma mía, en Dios solamente reposa,
Porque de él es mi esperanza.
El solamente es mi roca y mi salvación.
Es mi refugio, no resbalaré.
En Dios está mi salvación y mi gloria;
En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.
—SALMOS 62:1–2, 5–7;
VER TAMBIÉN HECHOS 4:10–12
¿Cómo es que Jesucristo se convierte en nuestra roca fuerte? Solamente y siempre a través de cuatro etapas que son comunes a todos los creyentes:
1. Ser confrontado personalmente por Cristo (ver Mateo 16:16).
2. Tener una revelación directa y espiritual de Cristo (ver Juan 16:13–14).
3. Reconocer a Cristo de manera personal (ver Juan 17:3; 1 Juan 5:13, 20; 2 Timoteo 1:12).
4. Confesar abierta y personalmente a Cristo (ver Job 22:21; 2 Timoteo 1:12).
Al tener el fundamento firme en su lugar, la casa puede comenzar a crecer. Tal como una planta crece, nosotros crecemos a partir de Jesucristo, nuestro fundamento vivo. Por lo tanto, el apóstol Pablo les dice a los creyentes: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados
(Hechos 20:32).
EL PROCESO DE EDIFICACIÓN
¿Cómo es que se traduce la palabra de su gracia
en crecimiento? En otras palabras, ¿cómo podemos cooperar usted y yo en el proceso de edificación? Sucede al escuchar y llevar a cabo las palabras de Jesucristo.
Cuando vivió con sus discípulos, Él les enseñó cómo escuchar y llevar a cabo sus palabras constituye la esencia crucial del proceso de edificación:
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
—MATEO 7:24–27
Escuchar y llevar a cabo sus palabras, implica entender el mensaje de la Biblia, su Palabra. En otras palabras, la Biblia, como la Palabra escrita, va de la mano con Jesucristo, la Palabra Viva. No podemos separar a Jesús de la colección de libros que llamamos la Santa Biblia, porque Él mismo es la Palabra de Dios.¹ Esta será siempre la prueba de nuestro discipulado:
escuchar y obedecer su Palabra. De hecho, si no podemos guardar su Palabra, la vida de Dios no podrá fluir en nosotros. Jesús dijo: El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él
(Juan 14:23). Nuestra entrega a la Palabra de Dios (ver 1 Juan 2:4–5) prueba nuestro amor por Jesucristo y nos suelta el favor de Dios.
Su luz brilla a través de nosotros al permanecer en su Palabra y aumentar en la presencia y el poder de su Espíritu.² Dios establece su presencia perdurable con sus discípulos (es decir, ¡nosotros!), directamente a través de su Palabra, lo cual nos hace llevar mucho fruto.³
La Palabra de Dios y su Espíritu, unidos en nuestra vida, contienen toda la autoridad creativa y el poder necesario para participar y suplirnos toda necesidad que tengamos, mientras habitemos en esta Tierra. Edificados sobre el fundamento de Jesucristo mismo, podemos esperar florecer, ¡desde ahora hasta la eternidad!
¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe,
De Dios en su eterna palabra de amor!
¿Qué más Él pudiera en su Libro añadir
Si todo a sus hijos lo ha dicho el Señor?⁴
2
LA ASOMBROSA PALABRA DE DIOS
LA BIBLIA, LA Palabra de Dios, no es un libro ordinario. Es el libro más asombroso que ha sido o será escrito. Compuesta por hombres que fueron inspirados por el Espíritu Santo de Dios, las Escrituras expresan su plan fundamental para los seres humanos en la Tierra y en el plano de la vida eterna. Sin la Palabra de Dios, el propósito de su salvación y del destino humano, no podrían transmitirse de una generación a la otra.
Dios mismo les habla a todas las personas a través de la Biblia, directa y personalmente. Las palabras contenidas en la Palabra nos informan, nos alientan, nos limpian, nos santifican y nos hacen partícipes de la misma naturaleza de nuestro Dios Padre. Nos dan sabiduría y poder para vencer a las fortalezas de las tinieblas; para que cada uno podamos tener una vida victoriosa en Cristo Jesús.
Es posible que ya sepa y crea todo esto, pero nunca está demás revisar por qué su Biblia (¡el único libro escrito que lo interpreta a usted al leerlo!) ha sido establecida como el fundamento de su vida como creyente.
LA AUTORIDAD DE LA PALABRA DE DIOS
Los creyentes consideramos que la Palabra de Dios es nuestra autoridad. Basamos nuestra cosmovisión llena de fe en ella. Basamos nuestra estimación de su autoridad, en parte sobre la experiencia de primera mano, así como en la experiencia indirecta. Pero —esencialmente al probar su propia autoridad— acudimos a las palabras de la Biblia misma para encontrar pruebas de la confiabilidad de su fuente, su propósito y sus beneficios.
La fuente de la Palabra de Dios
La palabra de Dios es inspirada por Dios mismo. Se originó en el cielo. Dios sopló
a través de su Espíritu y los hombres fueron inspirados para escribir, convirtiéndose así en canales a través de los cuales su Palabra pudiera ser transmitida al resto de la raza humana. La Palabra escrita dice lo anterior con respecto a su propio origen:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
—2 TIMOTEO 3:16–17
Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.
—2 PEDRO 1:20–21
La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia.
—SALMOS 119:160
Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos.
—SALMOS 119:89
En el cielo, en la persona de Dios, la Palabra de Dios comienza, se establece y afirma. Cuando Dios sopló
(a menudo aludiendo al viento de la esencia de su Espíritu o pneuma en griego) sobre la gente que permanecía receptiva, la Palabra entró en su mente y en su corazón. De esta manera, al ser inspirados o al recibir este mover en ellos, comenzaron a hablar acerca de ella. Si los escribas estaban presentes, ellos comenzaron a escribirla.
El Hijo de Dios, Jesús, les llamó a las Escrituras, la Palabra de Dios y declaró que no puede ser quebrantada
(Juan 10:35).
El propósito de la Palabra de Dios
De manera que, después de cientos de años, terminamos con 66 libros individuales que, coleccionados en un solo volumen, constituyen lo que conocemos como la Biblia. ¿Cuál es el propósito de un volumen tan inusual? Su Palabra nos dice:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
—2 TIMOTEO 3:16–17
No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
—MATEO 4:4 (JESÚS CITANDO DEUTERONOMIO 8:3)¹
La Escritura nos enseña a distinguir lo bueno de lo malo, corrigiéndonos cuando es necesario; y su importancia para nuestro bienestar se encuentra al par que nuestra necesidad de alimento físico. No debemos dejarla, ni siquiera teniendo una razón. La Palabra es tan importante para nuestro crecimiento espiritual básico, como lo es la leche materna para un bebé (ver 1 Pedro 2:2). Siendo el fundamento de la salud y el crecimiento fortalece al creyente desde el comienzo.
Al crecer, nuestro espíritu añora la Palabra, tal como nuestro cuerpo añora la comida sólida. Cuando Jesús dijo: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios
, la palabra sale es un verbo en tiempo presente continuo. En otras palabras, Dios sigue alimentándonos con su Palabra continuamente. Así como nuestro cuerpo físico muere si lo privamos de comida, nuestro espíritu se marchita si no continuamos ingiriendo la Palabra viva de Dios.
Gracias a que he viajado y ministrado por el mundo, he conocido a personas de todas las culturas que aman y valoran la Palabra de Dios, pero que no tienen una experiencia viva con el Espíritu Santo. He conocido a otros que asienten a la Biblia, pero que son, en su mayoría, adictos a las manifestaciones del Espíritu Santo. Los creyentes más maduros que conozco, combinan un amor por la Palabra con su amor por el Señor de la