El misterio de la caja fuerte
Por Jerry Thomas
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Jerry Thomas
Jerry Thomas, often nicknamed ‘Professor’ Jerry Thomas, was born in Jefferson County, New York and he trained as a bartender in Connecticut before moving to California. Although he returned to New York in 1851 and ultimately settled there, the early years of his career saw him travelling and working through the United States and in Europe. He excelled in the performance elements of mixology, becoming renowned for his elaborate techniques and flashy style. He published the first edition of How to Mix Drinks in 1862, thereby initiating the codification of a discipline that had previously been entirely oral. He would come to revise and augment the book several times in the course of his lifetime, notably giving greater prominence to cocktail recipes, which formed only a small part of the initial publication. The posts for which he was most famous were as head bartender at New York’s Metropolitan Hotel, and at his own bar on Broadway in New York. He was a recognised man about town, although while in New York he married and had two daughters. He lost his fortune in ill-advised speculation on Wall Street and was forced to sell his bar. This was a blow both professionally and personally, and his subsequent ventures never achieved the same success that he had enjoyed earlier in life. He died of apoplexy in New York in 1885, at the age of fifty-five.
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Es un libro fácil de leer, me entretuve un buen rato.
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El misterio de la caja fuerte - Jerry Thomas
1
Un secreto en el sótano
Cris bajó en puntas de pie los escalones hacia el sótano de su abuela. Miró hacia atrás varias veces para asegurarse de que no lo seguían... y de que nadie estuviera espiando por la ranura de la puerta para ver dónde estaba yendo.
Al llegar abajo, Cris revisó el área debajo de la escalera. Estaba muy oscuro allí, era cierto; pero ese sería el primer lugar que revisarían. Tenía que encontrar un lugar muy bueno para esconderse; un lugar donde nadie nunca lo pudiera encontrar. Me alegro de que solo una de las luces funcione, pensó. Las sombras largas ayudarán a esconderme.
Al mirar a su alrededor el resto del sótano, Cris sacudió la cabeza. Hay tantas cosas aquí. Había una cama de madera y varios colchones apoyados contra una de las paredes más alejadas. Pensó en acurrucarse detrás de los colchones. Hay demasiadas telas de araña, decidió estremeciéndose; y eso implica arañas.
Cris miró la hora en su reloj. ¡Se le estaba acabando el tiempo! Caminó entre viejas partes de bicicleta, silletas y equipos para hacer ejercicios. Un viejo televisor yacía en uno de los rincones más alejados y oscuros del sótano. Quizá me podría esconder detrás de eso, pensó Cris. Al dar el siguiente paso, una tela de araña se le pegó al rostro.
–¡Iuuuu! –dijo Cris, sacándola de tu rostro–. ¡Uf!
La pegajosa tela de araña se le enredó en la mano.
–¡Qué asqueroso! –susurró.
De repente, ¡la puerta del sótano comenzó a abrirse despacito! Cris se deslizó en silencio detrás del televisor y sostuvo el aliento. Escuchó pasos que bajaban la escalera. Entonces se detuvieron.
–¿Cris...? ¿Dónde estás, Cris?
–Shhhh, Yami –susurró María–. Queremos que Cris piense que nos engañó. Entonces quizá revele su escondite.
–Está bien...
Cris escuchó el susurro de Yami y sonrió para sus adentros. María y Yami jamás pensarían en buscarlo tan atrás en el sótano. Las sombras eran un poco atemorizantes, pero valía la pena si María y Yami se daban por vencidas en buscarlo. Entonces él ganaría el juego de las escondidas.
Algo le hizo cosquillas en el brazo a Cris. Lo que hubiera sido comenzó a moverse. Se movió muy rápido, y luego se detuvo. Cris sintió que le subía un escalofrío por la espalda hasta el cabello, que se comenzó a erizar.
–¡Ahhh! –gritó mientras saltaba de su escondite–. ¡Odio las arañas!
Yami gritó y abrazó a María con ambos brazos.
Cris saltaba en círculos, sacudiendo los brazos con fuerza para sacársela de encima. Parecía estar haciendo algún tipo de danza india de guerra.
María le dio unas palmaditas a Yami en la cabeza. Entonces se cruzó de brazos.
–Cris, ¡tú sabes que no debes asustar a Yami! –lo criticó.
Cuando Cris finalmente dejó de dar vueltas, le frunció el ceño a María.
–No estaba tratando de asustarte a ti ni a Yami. Pensé que tenía una araña en el brazo. Estaba tratando de sacármela.
Se arrodilló frente a Yami.
–Siento mucho si te asusté, Yami –se disculpó.
–Está bien, Cris. Me alegra que fueras tú.
Yami le dio un gran abrazo a Cris. De repente, se le agrandaron un montón los ojos.
–¿Qué es eso, Cris? –preguntó, señalando a algo que se veía como una gran caja de metal cubierta parcialmente con una manta.
La manta había estado cubriendo toda la caja hasta que Cris la manoteó con su danza por la araña.
Cris se dio vuelta.
–No lo sé, Yami. Miremos.
María quitó la manta de sobre la caja de metal.
–Realmente es muy grande –dijo ella–. ¿Para qué sirve?
Cris se arrodilló. Trató de moverla un poquito, pero no pudo.
–¡Guau! ¡También es pesada!
María la descubrió por completo.
–Mira, hay un dial en la parte de atrás, Cris.
Cris lo revisó.
–Ese es el frente, María –dijo.