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Cala, el desenlace: Serie El ronroneo del puma, #4
Cala, el desenlace: Serie El ronroneo del puma, #4
Cala, el desenlace: Serie El ronroneo del puma, #4
Libro electrónico174 páginas3 horas

Cala, el desenlace: Serie El ronroneo del puma, #4

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Cuarta parte de El ronroneo del puma
Todo se complica cuando Yuma y Cala no consiguen contactar entre sí. Beatriz está dispuesta a hacer lo que haga falta para que su hermana se quede con ella, pero Cala solo piensa en volver a reunirse con Yuma.
Mientras, entre los tupis se está generando un cambio del que nadie saldrá indemne.

Imagen portada Darksoul en pixabay

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2020
ISBN9781393030102
Cala, el desenlace: Serie El ronroneo del puma, #4

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    Cala, el desenlace - Laura Pérez Caballero

    1.

    Cala apretaba contra sí a Zale mientras le hacía gestos con su cara que la niña trataba de seguir con sus ojos todavía bizcos. Mechones de su pelo caían sobre la niña y Cala se los apartó aún maravillada con la suavidad de su cabello. Todo era nuevo y todo parecía mejor que lo que ella podía tener en su hogar en los bosques. ¿Qué pensaría su familia de ella? ¿Y de Zale? Zale era mitad humana mitad tupi ¿Cómo se tomarían aquello? ¿Serían capaces de querer a una salvaje y a un ser que no pertenecía a su misma especie?

    Cala escuchó abrirse la puerta. Giró el tronco hacia ella, aún sentada en el borde de aquella enorme cama, segura de que sería Beatriz quien entraría con alguna cosa de comer. Sin embargo, bajo el marco se detuvo una mujer delgada, de unos cincuenta años, con el pelo castaño cortado a la altura de los hombros y Cala reconoció de inmediato en ella a la mujer que Beatriz le había enseñado en una de las fotografías de su móvil.

    Aquella era su madre. Aquella era la mujer que le había dado la vida hacía diecinueve años. Era la persona a la que más había soñado conocer desde que supiera que ella era humana y no tupi. Era aquella sobre la que había vertido su odio y frustración cuando no podía entender que la hubiese dejado abandonada en un cubo de basura, y también por la que había llorado noches enteras, en silencio, deseando haber conocido el calor de sus abrazos.

    Ahora estaba frente a ella y Cala sabía que aquella mujer había deseado con todas sus fuerzas darle todo aquello que ella había deseado durante tanto tiempo. Sabía que un golpe del destino las había arrebatado a ambas aquello que más deseaban en el mundo.

    Y, sin embargo, Cala sintió miedo. Abrazó con más fuerza a Zale y se quedó inmóvil, sentada en el borde de aquella cama, mirando con fijeza a aquella mujer que era todo lo que había soñado.

    La mujer también se quedó parada bajo el marco de la puerta. La observaba en silencio, confundida. Su boca se había entreabierto, como si estuviera a punto de decir algo, pero no encontrara las palabras.

    Cala pensó que, tal vez, fuese el nombre de Beatriz el que estaba a punto de escaparse de sus labios. Que era posible que la estuviese confundiendo con su hermana gemela, que aquello sería lo más normal y que ella no era más que una desconocida igualita a su otra hija.

    La mujer pareció despertar de un largo letargo y empujó un poco la puerta tras de ella, sin llegar a cerrarla. Se acercó muy lentamente hasta el borde de la cama en el que Cala estaba sentada y esta pudo escuchar el roce que el vestido blanco emitía contra la piel morena de la mujer. Cala inspiró con fuerza y percibió un perfume suave a flores que sabía que ya no olvidaría nunca.

    La mujer se sentó a su lado. Alargó una mano y la posó con suavidad sobre una de las mejillas de Cala. Las lágrimas acudieron rápidamente a los ojos de la muchacha. La mujer pasó la mano sobre sus ojos, su cabello, sus labios.

    —Aida —dijo al fin.

    Cala asintió con la cabeza. La mano de su madre había llegado a la altura de su barbilla y Cala agachó la cabeza hacia el hombro para apretar con su mejilla la mano de su madre. Aquella le pareció la sensación más maravillosa del mundo.

    Entonces la mujer retiró la mano con rapidez y se tapó el rostro con las palmas.

    —No quiero despertar, no quiero despertar —susurró.

    Cala sujetó a Zale en su regazo con una sola mano y con la otra tiró de las de su madre para apartarlas de su rostro. No quería dejar de verla, no quería que se convirtiera de nuevo en una desconocida cuya cara no había podía más que imaginar durante todo aquel tiempo perdido.

    Entonces fue ella la que comenzó a recorrer con su mano las facciones de su madre. Su frente amplia, sus pestañas espesas, sus pómulos marcados... Todo en ella era perfecto, precioso, sublime ante los ojos de Cala.

    La mujer la rodeó por el cuello y comenzó a sollozar con fuerza asustando a Cala. Sin embargo era incapaz de apartar su rostro del hueco en el que su madre la había aprisionado, entre su cuello y su pecho. Aspiraba aquel olor dulzón y apretaba la espalda de su madre con su único brazo libre, hasta que Zale comenzó a llorar, posiblemente contagiada por el llanto de la mujer.

    —Dios mío —dijo la mujer apartándose para fijar los ojos en el bebé.

    Acercó sus manos y tomó a Zale con mucho cuidado. La colocó en su regazo y pasó una de sus manos sobre la ropita que Beatriz había traído para ella. Cala pensó que parecía reconocerla. Levantó a la niña y la miró directamente al rostro, para luego colocarla sobre su pecho, con la mano tras su pequeña cabecita.

    Así las encontraron Beatriz y su padre cuando entraron precipitados en la habitación.

    Beatriz avanzó rápidamente hacia ellas.

    —Mamá... —dijo arrodillándose en el suelo frente a ella, poniendo sus manos en las rodillas de la madre y observando preocupada su rostro.

    El hombre, en cambio, se quedó parado, tal y como había hecho primero su mujer, muy cerca de la puerta.

    Fue Cala la que se puso en pie, vestida aún con el albornoz blanco de Beatriz, y avanzó hacia él. Ella siempre lo había imaginado parecido a Manuel, pues era el único humano de una edad aproximada a la que podría tener su padre que había conocido. Y como aquel día, hacía unos tres años, se quedó frente a este hombre sin atreverse a hacer nada más que observar sus ojos húmedos.

    Él levantó una mano temblorosa y la acercó lentamente a la cabeza de Cala, hasta dejarla sobre su cabello, muy cerca de la nuca, y después la atrajo hacia así y la abrazó con fuerza mientras comenzaba a llorar de forma compulsiva. Su cuerpo, agitado por los espasmos hacía tambalear a Cala al punto de que pensaba que su corazón estaba rebotando en su pecho porque un dolor la recorría todo el tórax y también ella comenzó a llorar.

    Beatriz tomó a Zale de brazos de su madre y la mujer se acercó y se unió al abrazo de su marido y su hija recuperada mientras susurraba

    —Ya, ya, ya —tratando de tranquilizarlos.

    Y contra todo pronóstico, se dieron cuenta de que la madre adoptaba con facilidad su papel y que sería  ella quien tomaría las riendas para normalizar aquella nueva e inesperada situación.

    2.

    De nuevo, Zale decidió que era hora de que le prestasen un poco de atención a ella y comenzó a sollozar en los brazos de Beatriz.

    El padre de Cala se separó de ella y se acercó a su otra hija para observar al bebé en sus brazos. Beatriz le tendió la niña y el hombre la recogió con cuidado, casi con miedo y miró de cerca su carita. Se parecía mucho a su hija, pero era evidente que sus rasgos no eran enteramente los de un humano. El bebé alargó una manita y el abuelo le correspondió dejando que tomase su dedo meñique y se lo apretase con fuerza.

    —¿Qué tiempo tiene?

    —Unos días —contestó Beatriz.

    El hombre recordó la descripción de los tupis en la novela de aquel muchacho. Él no entendía mucho de bebés, pero no era necesario para darse cuenta de que su tamaño era más grande del habitual en un bebé humano. Instintivamente levantó la vista y la paseó por la habitación como si esperase encontrar a alguien más.

    La madre estaba recuperándose del encuentro con Cala y estaba claro que las preguntas comenzaban a acumularse en su cabeza.

    —Es tu bebé ¿verdad?

    Cala asintió.

    —Sí, es una niña. Se llama Zale.

    La madre miró hacia la niña.

    —Pero... ¿cómo? ¿Dónde has estado todo este tiempo?

    Beatriz intervino con rapidez.

    —Mamá, es una historia muy complicada. Está claro que tenemos muchas cosas de las que hablar, pero creo que ahora deberíamos ocuparnos de Maite —dijo haciendo referencia a la asistenta.

    La madre se mostró aún más confusa.

    —¿De Maite? ¿Qué tiene que ver Maite con todo esto?

    —Mamá, tendrás que confiar en nosotras —dijo incluyendo a Cala —. Por ahora lo mejor es que nadie sepa que Ca... Aida ha aparecido.

    A Cala se le hizo muy raro escuchar cómo la llamaban por su nombre de nacimiento, el nombre que ella misma había bautizado como el humano.

    La madre sacudió la cabeza. Estaba haciendo un esfuerzo tremendo por asimilar todo lo que estaba sucediendo.

    —Pero ¿y la policía? ¿Acaso no la ha encontrado la policía? No entiendo nada, necesito que alguien me explique lo que está sucediendo.

    —Mamá, yo he encontrado a Aida. Lo importante es que Aida está aquí, y está bien. El resto puede esperar. Hay que librarse de Maite por un tiempo, créeme.

    El padre le devolvió el bebé a Cala y se encaminó hacia la puerta de la habitación.

    —Yo me ocupo de eso. Conozco más o menos la historia, al menos la mayor parte, es el momento de que tu madre se entere —dijo dirigiéndose a Beatriz.

    Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

    La madre era incapaz de despegar la mirada de Cala y la pequeña Zale. Tomó a Cala por los hombros y juntas se encaminaron de nuevo para sentarse al borde de la cama. La madre, entonces, tomó a Zale entre sus brazos.

    —Dios mío. Se parece tanto a ti... —dijo mirando a su hija recién recuperada. Y luego se volvió hacia Beatriz —. Creo que ibas a contarme algo ¿no?

    Beatriz trató de resumirle lo mejor que pudo todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. Cómo había tropezado con aquel muchacho por casualidad durante el viaje en el que acompañó a su padre. Que la curiosidad la había llevado a leer su novela y que rápidamente había relacionado los hechos. Que sabía que habría sido una locura acudir a la policía contando aquella historia de unos seres que vivían en el bosque y que ella pensaba que podían tener retenida a su hermana, así que se había puesto a investigar por su cuenta y había seguido al muchacho hasta dar con el paradero de su gemela.

    Su madre guardó silencio durante todo el relato, y cuando su hija terminó de hablar, dirigió su mirada hacia Zale.

    —Si no fuera porque tengo a esta niña entre mis brazos, pensaría que te has vuelto loca, Beatriz.

    Cala comenzó a reírse y Beatriz la miró con la boca abierta.

    —La incredulidad de los humanos es lo que mantiene a los tupis a salvo.

    La madre acariciaba el rostro de Zale.

    —Yo sabía que había algo en ella que no cuadraba... Es una niña preciosa, tan parecida a Aida, pero algo en sus rasgos... —elevó a la niña un poco y la besó en la cabecita.

    Beatriz vio cómo su madre volvía a llorar, esta vez en silencio, mientras abrazaba a la pequeña Zale contra su pecho.

    —Mamá, ¿estás bien?

    Su madre asentía con la cabeza, apretando los labios, las lágrimas resbalando mansas por sus mejillas. Cala le comprimió un brazo con cariño.

    —Dios mío, estoy tan agradecida, estoy feliz, es solo que no sé, no sé ni por dónde

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