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Cala, el origen: Serie El ronroneo del puma, #3
Cala, el origen: Serie El ronroneo del puma, #3
Cala, el origen: Serie El ronroneo del puma, #3
Libro electrónico185 páginas3 horas

Cala, el origen: Serie El ronroneo del puma, #3

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Tercera parte de Hasta que el amor nos separe. Saga El ronroneo del puma

Cala siempre se ha preguntado el por qué su familia decidió abandonarla. Han pasado cerca de tres años desde que comenzara su nueva vida junto a Cala. Ahora ella misma va a formar su propia familia y, por fin, va a poder conocer sus verdaderos orígenes.
Foto portada darksouls en pixabay

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ene 2020
ISBN9781393649762
Cala, el origen: Serie El ronroneo del puma, #3

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    Cala, el origen - Laura Pérez Caballero

    Para Aida

    Prefacio

    Ona se deslizó con sigilo. Ya era noche cerrada. Había esperado pacientemente durante tres días, y ahora no tenía pensado estropearlo.

    Aún le hervía la sangre. Aún podía sentir aquella sensación que había subido desde su estómago adueñándose de su pecho.

    Pero aquello no se quedaría así.

    Yuma y Cala se habían reído de ella. Él se había casado con ella sabiendo que no la amaba, luego había renunciado a todo por aquella humana, y ahora...

    Enterró un grito doloroso en su garganta y siguió acercándose con cautela a la guarida.

    En su mano derecha llevaba el bidón de cinco litros de gasolina que había robado en una gasolinera, en la izquierda un mechero, y en su pecho toda la rabia que podría acumular alguien que se siente traicionado.

    1.

    ––––––––

    Hacía calor. Mucho calor.

    Era cierto que los árboles, con copas altas y frondosas, daban sombra en el bosque, pero, aun así, el calor hacía que gotas de sudor resbalaran sobre el rostro fatigado de Namid. Llevaban horas caminando a gran velocidad, a tramos corrían.

    Unos metros delante de él, Sasa le esperaba con los brazos en jarras.

    —Vamos, gordito, tanto estar sentado con Azca te está pasando factura.

    Namid bufó al tiempo que llegaba junto a ella. Hacía un año que había empezado a engordar. Le gustaba pasar horas con Azca, juguetear con él sobre las alfombras de piel de su nueva guarida, contarle historias, cuentos, ocuparse de bañarlo... Así había dejado de lado sus aficiones y no hacía más ejercicio que el indispensable para colaborar en el abastecimiento familiar. Pero le costaba demasiado admitir que había perdido su forma física. Era un tupi grande, fuerte, ágil, que destacaba entre los suyos.

    Se pasó una mano sobre la frente para arrastrar con ella el sudor y le dirigió una mirada torcida a su mujer.

    —No entiendo por qué tienes tanta prisa.

    Ella sonrió. Conocía muy bien a Namid.

    —Pues porque solo tenemos tres días, hace mucho que no veo a Yuma y  a Cala, y porque me muero por verlos, sobre todo a Cala —se rió.

    Namid se sentó en el suelo y dio unas palmaditas en la hierba invitando a Sasa a hacer lo mismo a su lado. Los rayos de sol se colaban entre las ramas y el lugar era como un paisaje de cuento.

    —Ven aquí, tenemos tiempo de sobra.

    —¡Ay, no, venga!

    Se colocó tras él y tiró de su camiseta hecha de tela de saco. Namid se giró y la volteó haciéndola caer frente a él para luego subir sobre ella.

    —¿Quién está ahora en mala forma? ¿eh?

    Sasa se reía mientras se revolvía bajo el peso de Namid.

    —Oh, vamos, vamos, ¿no quieres ver a tu hermano?

    —A ese cabezota le tengo muy visto. Oye ¿cuánto hacía que no estábamos así?

    —Así ¿cómo?

    —Así, solos, sin Azca, sin tíos, ni abuela... esto hay que aprovecharlo.

    Sasa pensó en que era cierto. La intimidad del matrimonio se veía coartada por la presencia del resto de familiares, y Azca ocupaba todo su tiempo y atención.

    —Tal vez deberíamos pasar más ratos a solas, no sé, incluso aunque no vayamos a otro clan...

    Namid acercó sus labios a los de Sasa y comenzó a besarla.

    Sasa se dejó besar, pero de nuevo le apartó y de un empujón se zafó de Namid y consiguió volver a ponerse en pie.

    —En serio, Namid, nos queda aún mucho camino, no estamos ni a la mitad y me gustaría cubrir esa distancia antes de que se haga de noche.

    Namid se puso en pie, resignado.

    —Entonces esta noche, cuando por fin se vaya este sol y deje de hacer este calor me dejarás dormir muy pegadito a tu lado —bromeó.

    —Bien, eso será si me alcanzas antes de que se haga de noche.

    Sasa salió lanzada recuperando el camino marcado y Namid volvió a limpiarse el sudor de la frente y la siguió.

    Después de que consiguieran permiso del clan para mudarse a la nueva guarida, y así estar más cerca de la de Yuma y Cala, cada cuatro o cinco meses algún miembro de la familia hacía un viaje hasta la guarida de estos para ver cómo estaban y mantener la relación familiar. Nunca todos a la vez, pues eso despertaría las sospechas de los otros tupis. En los casi tres años que llevaban haciendo esto, Sasa y él era la segunda vez que los visitarían y Sasa estaba muy emocionada de volver a verlos, si bien Namid lo había imaginado más como unas vacaciones y una forma de poder estar solos y tener más intimidad, pues desde que había nacido el niño apenas podían estar solos.

    —Espérame —le dijo a Sasa levantando una mano.

    Sasa se detuvo de nuevo. Namid llegó desfondado, puso las manos en sus muslos mientras se inclinaba hacia adelante y respiró con fuerza.

    —Así no llegare... —Sasa se detuvo a media frase al ver a Namid llevarse un dedo a los labios.

    Inmediatamente la tupi se refugió tras un tronco mientras Namid se colocaba tras ella. Durante un minuto ambos se mantuvieron inmóviles. Sus bocas se entreabrieron tratando de captar cualquier olor que resultase peligroso. En la profundidad del bosque se escuchaba el trino de los pájaros, imparable ante un día soleado.

    Namid relajó su cuerpo de nuevo.

    —Me pareció  escuchar pasos.

    Sasa le golpeó en un hombro.

    —Serás mentiroso, solo querías pararte otro ratito y de paso meterme miedo para reírte de mí.

    Namid se apretó el hombro en el que Sasa la había golpeado. Su rostro estaba serio y Sasa comprendió que no, que no había sido una broma.

    —¿Qué estás pensando? ¿Crees que nos siguen?

    Namid negó con la cabeza.

    —Podría ser cualquier cosa, un ciervo, un ratón, ¿quién sabe? No me gustaría toparme con un humano.

    —Lo hubiésemos olido, desprenden olor a metros.

    Los dos estaban pensando lo mismo. Si alguien podía tener la habilidad suficiente para seguirlos sin ser descubiertos era otro de su misma raza.

    —¿Crees que el Consejo nos vigila? —murmuró Sasa.

    —No creo, si no lo han hecho en casi tres años ¿por qué ahora? ¡Vamos!

    Y Sasa notó que, a pesar de decir que no lo creía así, Namid alcanzó una velocidad que la resultaba difícil mantener y que su boca se entreabría a menudo analizando cada uno de los olores que iban entremezclándose en el aire del camino.

    2.

    ––––––––

    Ona seguía a Namid y a Sasa a una distancia prudente. Ella era una tupi y sabía bien del fino oído y prodigioso olfato de los de su raza.

    Por eso se asustó cuando les vio ocultarse tras el tronco de un árbol, y retrasó un poco más su paso. Poco más, pues no quería perderles el rastro. Escondida entre matorrales observaba cómo hablaban entre ellos. Luego volvieron a ponerse en marcha, esta vez con Namid a la cabeza.

    Desde que habían solicitado el cambio de guarida al Consejo, ella estaba segura de que era porque volvían a estar en contacto con Cala y Yuma. ¿Acaso el Consejo estaba ciego? Se suponía que eran sabios. ¡Qué estúpidos! O eran solo una panda de viejos o estaba claro que beneficiaban al clan de Min, y ella no estaba dispuesta a permitirlo. Sush siempre había tenido muchos privilegios aunque no perteneciera al Consejo. Su palabra siempre era tenida en cuenta a la hora de tomar decisiones importantes, y ahora que él ya no estaba parecía que le habían traspasado ese papel a su esposa, Min.

    Sin embargo a ella nunca la habían tenido en cuenta. Después de todo lo que había sucedido ella había quedado desprestigiada y nunca la habían tomado en cuenta ni creído. Lo que ella había tenido que pasar, muy pocos lo sabían. Rechazada por una humana, aquello era un lastre que debería arrastrar durante toda su vida. Además, se había corrido la voz sobre su embarazo y ningún otro tupi había vuelto a acercarse a ella. Era como si se hubiese vuelto invisible para el resto.

    Cuando tuvo que desmentir aquel embarazo ante su madre no esperaba que ella reaccionara así. Dejó de hablarla durante meses. Y su padre le dijo claramente que era una vergüenza para su clan. Luego hizo correr la noticia de que había perdido a su bebé, pero estaba seguro de que muy pocos lo habían creído.

    No, no había sido nada fácil para ella.

    Tampoco habían sido fáciles las noches que pasaba sola en su habitáculo, llorando con rabia, sintiéndose despreciada y despreciable, resguardando la cara contra su cama para que no la escuchara el resto de su familia.

    Luego lo supo. Yuma había decidido ser desterrado para poder continuar con Cala. Había preferido el destierro a que les separasen.

    Había sido tan tonta que, hasta el último momento había guardado la esperanza de que él se rajara y volviera a su lado. De que se diera cuenta de que todo lo que ella había hecho lo había hecho tan solo por amor. Pero su amor no parecía valer nada.

    Veía a Namid y Sasa, a la distancia, riendo, haciéndose arrumacos, felices...

    ¿Acaso ella no merecía también ser feliz?

    El tiempo había pasado muy lento. Ella quiso confiar entonces que con el paso de los días, de los meses, todo se iría mitigando, apagándose en su interior, hasta lograr al menos un poco de paz. Pero no, casi tres años después sentía arder su pecho cuando pensaba en que Cala y Yuma estaban juntos.

    Cuando habían pasado cerca de dos años, Min pidió un cambio de destino a un clan más cercano al de una de sus hermanas aún viva y el Consejo se lo concedió.

    Ona lo sospechó nada más enterarse de la noticia. Pero no podía demostrarlo, claro, y ella no era más que una tupi joven y deshonrada a la que el Consejo jamás tendría en cuenta después de todo lo que había pasado.

    Descubrirlo por sí misma se convirtió en una obsesión. Analizó todas las opciones y pidió a sus padres pasar unos días en uno de los clanes cercanos, con una prima cercana en edad a ella. Su padre no sospechó nada y le dio el permiso. Su madre, más audaz, la pidió que fuese prudente.

    Apenas pisaba el clan de su prima. Se levantaba por la mañana y no volvía hasta el anochecer. Sus familiares, que conocían su historia imaginaban que buscaba estar sola. No sabían que se pasaba el día rondando el clan de Min.

    También allí, uno de esos días, Namid estuvo a punto de descubrirla.

    El bebé Azca, que ya tenía dos años, salió corriendo de la guarida. Ona se quedó obnubilada ante aquel ser que le recordaba tanto a su falso embarazo. También ella tendría un bebé si nada de aquello hubiese sucedido. Entonces Namid apareció corriendo tras él, y en el momento de cogerle se quedó inmóvil mientras sus ojos recorrían los alrededores y su nariz se ponía en movimiento.

    Namid era demasiado prudente como para dejar al niño solo o para buscar lo que quisiera que estaba olfateando y se volvió hasta la cueva con el niño para dejarle a salvo antes de ponerse a investigar, lo que le dio tiempo a Ona para huir.

    Aquello no le hizo desistir a Ona, que siguió vigilando la vida en el clan de Min hasta escuchar lo que quería oír: Namid y Sasa saldrían unos días de viaje.

    Entonces volvió al clan de su prima y les comunicó que quería regresar a su hogar. Se negó en rotundo a que la acompañara su tío, dijo que lo único que necesitaba era estar tranquila y sola.

    Al amanecer ya estaba apostada en las cercanías del clan de Min.

    Desde que Namid y Sasa habían entrado en el bosque, ella estaba segura de que esta vez conseguiría lo que quería, aunque fuese solo para ella misma, demostraría que no estaba loca y que el clan de Min se había mudado única y exclusivamente porque estaban incumpliendo la norma del Consejo y continuaban en contacto con Yuma y aquella humana.

    3.

    ––––––––

    El silbido tupi cruzó el aire plagado de otros sonidos, piar de pájaros, hojas agitadas por la brisa, el sonido del agua de un río corriendo cerca...

    Ona estaba preparada, tensa, a la espera de volver a ver a aquellos que tanto daño le habían hecho.

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