Así habló Parra en El Mercurio
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María Teresa Cárdenas emprende el delicado rescate de sus palabras, revelando de paso la vigencia de sus ideas. El libro da cuenta de su vida, su familia y su obra. También expone su pensamiento en temas tan diversos como la ecología, el poder, la educación, la muerte. Así habló Parra en El Mercurio esboza el retrato y la trayectoria de un hombre que liberó a la poesía de sus amarras líricas y le abrió las puertas al lenguaje del hombre común.
“Este libro será un antecedente indispensable para dilucidar ahora y más adelante lo que, a estas alturas, puede ser llamado el fenómeno Parra”.
Carlos Peña, “Artes y Letras” de El Mercurio, 22 de abril de 2012
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Así habló Parra en El Mercurio - M. Teresa Cárdenas
© 2011, El Mercurio SAP
© De esta edición:
2011, Empresa El Mercurio S.A.P.
Avda. Santa María 5542, Vitacura,
Santiago de Chile.
ISBN Edición Impresa: 978-956-9986-18-5
ISBN Edición Digital: 978-956-9986-19-2
Inscripción Nº 214816
Edición general: Consuelo Montoya
Diseño: Paula Montero
Fotografías: El Mercurio
Fotografía de portada: Carla Pinilla, El Mercurio
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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A Nicanor Parra, por inspirar esta búsqueda
y sorprender, como siempre, con el resultado.
Índice
Nota a esta edición, por María Teresa Cárdenas
Introducción, por María Teresa Cárdenas
Nicanor Parra y su difícil relación con el poder, por Carlos Peña
Conversación con Nicanor Parra. Preguntas a la hora del té, por Cecilia García-Huidobro
Nicanor Parra: «No hay que dejarse tragar por el discurso cuico», por Macarena García
Artefactos Quijotescos: en un lugar de Las Cruces, por Nicanor Parra
Nicanor Parra en sus cuarteles de invierno, por María Teresa Cárdenas
Shakespeare, Parra & compañía. Del Avon al Mapocho, por Elena Irarrázabal
Nicanor Parra: «Queda Parra parra un ratito no más», por Rodrigo Barría
El Rap de Parra
Nicanor Parra recuerda a su hermano Roberto
Arriba los corazones, por Nicanor Parra
Nicanor Parra: «Parresía: Hablar francamente pan pan vino vino», por María Teresa Cárdenas
Nicanor Parra: «Incluido el que habla, nadie sabe quién es Violeta Parra», por María Teresa Cárdenas
«Solo para morir hemos nacido», por Nicanor Parra
Nicanor Parra: «Para Rulfo, los muertos son iguales a los vivos», por María Ester Roblero
Nicanor Parra: «Yo prefiero seguir buscándole el cuesco a la breva», por Ana María Larraín
Nicanor Parra: «& Remember: hacéis mal en sacarme de mi tumba», por Ana María Larraín
Nicanor Parra: «La verdadera seriedad es cómica», por Cecilia Valdés Urrutia
Poema para Gabriela Mistral, por Nicanor Parra
Nicanor Parra se convierte al ecologismo, por Malú Sierra
Otro Nicanor Parra ha nacido, por Malú Sierra
El Averiguador Particular, por Nicanor Parra
Carta abierta a su excelencia el presidente de la SECh, por Nicanor Parra
Antipoeta Nicanor Parra: «Apruebo la revolución cubana, pero como escritor reclamo la libertad», por Silvia Pinto
Nicanor Parra: Premio Nacional de Literatura
Renuncia del profesor Parra
Epílogo
Nota a esta edición
Desde que se anunció la entrega del Premio Cervantes de Literatura a Nicanor Parra hasta la publicación de Así habló Parra en El Mercurio pasaron solo cuatro meses. Cuatro meses en los que trabajamos contra el tiempo, revisando cientos de archivos, seleccionando materiales, editando, diseñando. En fin, haciendo un libro que se había impuesto por derecho propio y en el que recogíamos sobre todo entrevistas, pero también textos y poemas que Parra había dado a conocer por primera —y en algunos casos, única— vez en este diario.
Y pasó lo imaginable: publicado el libro, empezamos a encontrar nuevos materiales —tan valiosos como los ya reunidos—, que ahora sí incluimos.
Seis años después de esa primera edición, el contexto de este libro es totalmente distinto. Por una razón muy simple y a la vez definitiva: Nicanor Parra no era inmortal. Aunque casi lo olvidamos.
En 2008 había dicho que viviría hasta los 100 años si Barack Obama ganaba la elección presidencial de Estados Unidos. Y se las arregló para llegar a esa edad con Obama como presidente, en su segundo mandato.
En esa «promesa», o desafío que se imponía a sí mismo y que como muchas de sus frases podía parecer un chiste, Parra también revelaba cuánto le seguía importando Estados Unidos, país al que viajó por primera vez en 1943 como estudiante de posgrado en la Universidad de Brown y al que volvería en numerosas oportunidades. En él fue profesor visitante; leyó sus poemas junto a Allen Ginsberg; compró un departamento en Nueva York… También visitó la Casa Blanca, lo que junto a un encuentro fortuito le acarreó la ruptura con la izquierda chilena y, peor para él, con Cuba. «Yo no he cortado con Cuba. Sigo con puertas y ventanas abiertas a todo contacto», decía en una entrevista de 1970 incluida en este libro y en la que, además, apelaba directamente a Castro: «Si fuera justo Fidel, debería creer en mí tal como yo creo en él: la Historia me absolverá».
«Cuba sí, yanquis también», escribió en esos años en un artefacto que tampoco es un chiste. No solo porque Nicanor Parra quisiera a esos dos países y a su gente, sino también porque resumía lo que llegó a ser su filosofía de vida: la integración de los contrarios, la capacidad del escritor de vivir en la contradicción sin conflicto.
En la introducción de Así habló Parra en El Mercurio conté el origen y gestación de este libro. No sabía entonces qué ocurriría después…
El 23 de abril de 2012, en una ceremonia en la Universidad de Alcalá de Henares, Cristóbal Ugarte, el Tololo, recibió a nombre de su abuelo el Premio Cervantes de Literatura. Hasta último momento, Nicanor Parra mantuvo la incógnita sobre si viajaría o no a España, aunque quienes lo visitamos en esos meses previos teníamos bastante claro que no lo haría.
Tampoco estuvo en la presentación de Así habló Parra en El Mercurio. Ese día hablamos por teléfono, se disculpó por no asistir —ya lo sabíamos…— y preguntó si dejaríamos registro de ese momento. Quería verlo.
Poco antes lo habíamos visitado en su casa de Las Cruces para entregarle algunos ejemplares del libro. Nos sentamos a conversar con él y, sin darnos por aludidas, veíamos cómo miraba con curiosidad el misterioso paquete que llevábamos. Finalmente, al mostrarle el contenido y después de revisar uno de los libros, saltó de su asiento y dijo: «¡Esto hay que celebrarlo!». Lo que para él significaba ir a almorzar al restorán El Caleuche, de El Tabo. Mientras comíamos empanadas, se acercó a saludarlo un grupo de turistas chinos que recién llegaba al local. Y si al principio se había puesto algo nostálgico por la música de Richard Clayderman que inundaba el ambiente —hasta ese momento vacío—, y que le recordaba a una de las mujeres que habían pasado por su vida, su ánimo dio un vuelco con la presencia de los asiáticos, que le pedían fotografiarse con él. Accedió después de algunas negativas, pero lo más sorprendente fue que les habló en chino. Y le entendieron. El encuentro, breve, dio espacio a las evocaciones de ese país y a la pregunta por una dirección que todavía recordaba. En algún momento, y olvidándose del bastón
—que en realidad era un palo grueso y algo torcido—, se paró de la mesa. Suponíamos que iba al baño, pero al pedir la cuenta nos dijeron que él ya había pagado. Esto que puede parecer un detalle menor, para mí significó, en cambio, una contundente prueba de cuánto le había gustado el libro. Al salir, lo reconoció un exalumno de la escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, donde Parra trabajó hasta 1994, en el Departamento de Estudios Humanísticos. El día estaba completo, y fuimos a dejarlo a su casa.
En el auto, recuerdo, habló de Neruda, de Pablo de Rokha, del mall de San Antonio…
Como en todas las veces anteriores, salió a dejarnos y nos hizo prometer que volveríamos. Así lo hicimos, tiempo después, para llevarle el video de la presentación. Ahí vio cómo Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, y el poeta Adán Méndez hablaban de él y se referían con elogios a este libro. Esa tarde entonó un tango y nuevamente se despidió en la calle, levantando su mano cuando ya partíamos.
Nuestra última visita fue en marzo de 2017. A sus 102 años, Nicanor necesitaba ayuda para desplazarse, aunque no aceptaba más de la justa y necesaria. También su mente se notaba más lenta, pero él lo sabía y no se dejaba vencer por ese dato o ese nombre que olvidaba momentáneamente. Mientras miraba fotografías iba recordando anécdotas, personajes, lugares importantes de su vida. Y lo que conservaba intacto era su característico humor ladino.
Cuando llegó la hora de partir, nos dijo con galantería: «Ustedes se van riendo, y yo me quedo aquí llorando». Sentado en su sillón frente al mar, levantó la mano para despedirse. Esta vez no salió a dejarnos.
A primera hora del martes 23 de enero de 2018 supimos la noticia de su muerte.
No, no era inmortal. Pero su voz sigue viva en estas páginas.
M. T. C. M.
Julio de 2018
Introducción
Nicanor Parra no da entrevistas. Lo decidió hace años. «Me distorsionan todo lo que digo!», escribió en verso endecasílabo. Aun así, es posible que reciba a ciertos periodistas y converse con ellos; la condición es que lo aborden como simples seres humanos. Cuando se siente interrogado o, peor aun, si intentan fotografiarlo, da por terminada la cita. Instalado en su casa de Las Cruces hace casi dos décadas, el antipoeta sabe cuándo abrir sus puertas e invitar una taza de té. Si se equivoca —puede suceder, y ha sucedido—, las palabras quedan flotando en el aire, dice: «Voy y vuelvo», y desaparece.
Parra está consciente de la fama que ha cultivado. Conoce el interés que despierta, y sabe que los periodistas llegan a verlo con la esperanza de publicar el resultado de esa visita. Un resultado siempre imprevisible. Para el periodista, porque Parra es astuto, y maneja la situación.
Con el personaje bien estudiado, partimos a Las Cruces un día de enero. Un mes después de que —finalmente— se le otorgara el Premio Cervantes. Un mes después de que la prensa, chilena y extranjera, se afanara sin éxito en conseguir sus declaraciones.
Parra estaba advertido, y de acuerdo. Sabía que no pretendíamos una entrevista. Ni abierta ni encubierta.
¿A qué íbamos entonces?
En todo lo descrito está la clave. Es cierto que hoy Parra se niega a dar entrevistas, pero durante años —también con períodos de silencio— estuvo dispuesto a hablar. ¿Por qué no recuperar entonces lo que había dicho a El Mercurio con plena conciencia de que aparecería publicado en este diario? ¿Cuánto revelaría hoy de él, de su vida, de su obra, de su pensamiento, lo que quedó escrito en estas páginas? La búsqueda arrojó mucho más de lo que esperábamos, y dejó en evidencia que el interés periodístico en Nicanor Parra ha traspasado siempre los límites literarios. El escritor que liberó a la poesía de sus amarras líricas y abrió puertas y ventanas al lenguaje y las tribulaciones del hombre común, había sido entrevistado y fotografiado en El Mercurio para sus secciones, cuerpos semanales y revistas. Tanto en política, literatura, espectáculos, miscelánea, deporte, Parra tenía algo que decir.
A eso íbamos, a contarle a Nicanor este proyecto, a hacerlo partícipe de una idea que se sostenía por sí sola, publicar un libro que desde el primer momento tuvo título: Así habló Parra en El Mercurio. En él seleccionaríamos entrevistas y otros materiales en los que se pudiera «oír» su voz. Quedaban fuera, por lo tanto, los artículos en torno a él o las críticas a sus libros. Ese material es aun más inmenso y servirá probablemente para otro u otros proyectos. Una valiosa e iluminadora muestra, en todo caso, se encuentra en Para leer a Parra, libro que José Miguel Ibáñez (Ignacio Valente), el crítico que más se ha ocupado de la obra de Parra en casi cincuenta años, publicó en 2001.
Sí habría espacio para textos diversos que fueron surgiendo en la búsqueda, como «El Averiguador Particular», una colaboración dominical que alcanzó a aparecer cinco veces, en 1981. O su carta abierta al presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, en 1970. O las palabras que escribió a la muerte de su hermano Roberto, en 1995.
Este libro los recoge. Y recorre 40 años de la vida de Nicanor Parra.
Desde una declaración en la que deja establecidas las razones de su renuncia al cargo de director del Departamento de Física de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, en 1968, hasta una entrevista que el rector de la Universidad Diego Portales y columnista habitual de El Mercurio, Carlos Peña, le hizo en 2007 para el «Cuerpo de Reportajes». Y en 2008: una declaración al periodista deportivo Aldo Schiappacasse.
¿Pondría obstáculos Parra para que esto se publicara en un libro?
Dos horas estuvimos en su casa. Dos horas en las que el antipoeta nos contó su tarea del momento —escribir el discurso para recibir el Premio Cervantes— y nos sorprendió, cómo no, con la juventud de sus 97 años. Ya avanzada la conversación —¿o monólogo parriano?— en la que recordó a personas y anécdotas, hizo citas en inglés, ofreció té, reflexionó sobre su obra, habló de sus nietos, se paró a buscar libros, dijo: «Ha estado buena esta entrevista». Pero