Anacreonte, Poemas y fragmentos
Por Anacreonte
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Anacreonte, Poemas y fragmentos - Anacreonte
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INTRODUCCIÓN
ANACREONTE:
EL AGUIJÓN Y EL TIEMPO
Anacreonte, poeta lírico de Teos; fue hijo de Estino; según unos, de Eumelo; de Partenio, según otros y, según otros más, de Aristocrito. Escribió elegías y yambos, todos en dialecto jónico; nació en tiempos de Polícrates, el tirano de Samos, en la quincuagésima segunda Olimpiada (572/1 - 569/8 a. C.). Otros dicen que nació en tiempos de Ciro y de Cambises, en la quincuagésima quinta Olimpiada (560/59 o 559/57 a. C.). Debido a la revuelta de Histeo, tuvo que huir de Teos y fundar Abdera, en Tracia. Dedicó su vida a los amores de jóvenes y mujeres, y a cantar; compuso canciones báquicas, yambos y las llamadas Anacreónticas.¹
Son punto de partida la vida del poeta y los testimonios que nos hablan de quien fuera determinado hombre, aparentemente desconocido y ajeno a nosotros; irrecuperable, salvo por algunas pinceladas que intentan mostrar ciertos hitos dignos, a la luz del juicio de los antiguos, de ser consignados para la posteridad, como muestra este epítafio:
Esta tumba recibió a Anacreonte, inmortal por gracia de las Musas,
el poeta de Teos, patria suya,
quien de las Gracias respirando el canto, respirando Amores,
armonizó la dulzura del deseo hacia los muchachos.²
Punto de partida, la evidencia sobre la obra: peculiaridad del material que produjo Anacreonte —como muchos otros autores de la antigüedad clásica— es que mucho se ha perdido. Testimonios, pues, sobre su vida y su obra para contextualizar al poeta y a su poesía; sin embargo, no se debe perder de vista que este mismo punto de partida resulta sumamente problemático, como lo expresa Lefkowitz:
Si los textos históricos griegos fuesen tan parecidos a los nuestros, como en ocasiones pensamos, sería posible escribir cuidadas y explicativas biografías [...] para los poetas griegos [...] Sabríamos qué leían y estudiaban dichos poetas, y cómo aprendían a componer versos; cómo eran sus familias, a dónde viajaban y cuándo […] Pero la incómoda verdad es que prácticamente nada del tipo se puede conocer al respecto. No existen diarios qué leer, ni fajos de cartas qué descubrir en áticos escondidos; tampoco hay periódicos de la época, ni registros de nacimientos y muertes. Y no sólo no existen tales cosas, sino que nadie hubiera pensado que valiera la pena conservarlas.³
Una noticia interesantísima en lo referente a la dificultad de escribir biografías de los antiguos, y de cómo se llegan a inventar
tantas cosas, la proporciona Rafael de Zayas, en su introducción a la traducción de Anacreonte (en realidad son las Anacreónticas, pero este hombre de letras pensaba aún que eran poemas del lírico):
Mlle. Le Febre, más conocida bajo el nombre de Mme. Dacier, fundándose en anécdota dudosa contada por Máximo de Tiro, pretende que Anakreonte llegó a ser consejero y primer ministro del tirano [sc. Polícrates], aseveración tanto más inverosímil cuanto que no se halla en las obras del poeta ninguna huella política, y es indudable que si de tal manera hubiese estado unido con la administración de la cosa pública, no habría dejado de reflejarse en sus inspiraciónes anhelos o disgustos, ambición o desencanto que inherentes son a la política.⁴
No parecerá excesivo, entonces, partir de la leyenda, paso anterior al mito, signo de devoción que, centelleante, atrae la mirada y la hechiza; Valerio Máximo, en sus Factorum dictorumque memorabilium libri novem, apunta sobre la muerte del poeta: Lo mismo Anacreonte quien, habiendo sobrepasado los límites comunes de la vida humana, mientras intentaba restaurar con jugo de uvas algo de las fuerzas que le restaban, murió sofocado por un seco huesecillo de uva que obstinadamente se hincó en su garganta
.⁵ Más allá de lo fidedigno de la fuente, hay que apreciar lo que se desprende de la interpretación del dato, ya que en el instante en que sobre una persona se comienzan a estructurar leyendas, historias, lo que destaca nunca es la narración en sí, sino el hecho de narrar. ¿Qué llevó a Valerio Máximo a escribir lo anterior?, ¿por qué le pareció necesario establecer este suceso que, de inicio, sería explicable de otras formas? Evidentemente, resulta poco fiable esta memoria, como lo han mostrado diversos estudiosos: ninguno de los once epitafios recogidos en la Antología Palatina refiere una muerte parecida, sino la imagen