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La lección tunecina
La lección tunecina
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Libro electrónico330 páginas4 horas

La lección tunecina

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Me encontraba en Túnez en diciembre de 2010, cuando se reveló la noticia de la inmolación de Mohamed Bouazizi. Tuve inmediatamente el presentimiento que en esta ocasión las cosas serían diferentes, que la lucha que comenzaba iba a resultar dramática. Una fría e invencible determinación parecía impregnar el entorno. La ira se percibía en los rostros. Algo había cambiado. Decidí seguir el desarrollo de los acontecimientos. Y vi el «Harto» que se escuchaba desde hacía años en todas las voces convertirse, de repente, en «¡Lárgate, Ben Ali!».

Los Tunecinos han abierto un nuevo tramo de su historia. «Indignados» por la dictadura mafiosa, han iniciado la primera revolución democrática de la historia árabe, haciendo de la dignidad («Karama») un lema de movilización que ya supera las fronteras de su país. Propongo aquí una explicación del por qué y del cómo de esta sana sublevación de uno de los pueblos más pacíficos del mundo.

Sami Naïr

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2011
ISBN9788481099829
La lección tunecina
Autor

Sami Naïr

Sami Naïr, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de París VIII, es Doctor en Filosofía Política y Doctor en Letras y Ciencias Humanas de la Sorbona. Además de impartir clases y desarrollar proyectos de investigación en universidades en varios puntos del mundo, ha ejercido como experto de la Comisión Europea para la selección de proyectos del programa MEDA (1995) y ha sido así mismo asesor del Ministro del Interior francés en integración de los inmigrantes (1997-1998). Elaboró el concepto de Codesarrollo aplicado a la gestión de los flujos migratorios, y fue nombrado por el primer ministro francés Lionel Jospin Delegado Interministerial en Migraciones Internacionales y Codesarrollo. Después de haber puesto en marcha la política de Codesarrollo, fue diputado europeo entre 1999 y 2004. Consejero de Estado entre 2006 y 2010, hoy en día es director del Centro Mediterráneo Andalusí de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Su actividad ha girado en torno al codesarrollo como vía para organizar las relaciones Norte-Sur, la inmigración, y también a una actividad intelectual incansable para favorecer las relaciones entre las dos orillas del Mediterráneo y el diálogo entre las culturas, temas todos ellos en los que es hoy una de las voces más respetadas a nivel internacional. Ha plasmado sus reflexiones y propuestas en centenares de artículos periodísticos, aparecidos en publicaciones como Le Monde, Liberation, El País o El Periódico de Catalunya, y en numerosas conferencias. Entre su abundante bibliografía pueden destacarse, entre otros, Mediterráneo hoy: entre el diálogo y el rechazo; El peaje de la vida ?en colaboración con Juan Goytisolo?; La inmigración explicada a mi hija; El imperio frente a la diversidad del mundo; Une politique de civilisation ?con Edgar Morin?; Y vendrán... las migraciones en tiempos hostiles; así como la dirección de las obras colectivas Frente a la razón del más fuerte; Democracia y responsabilidad; El Mediterráneo y la democracia; La Europa mestiza y La lección tunecina, todas ellas publicadas por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

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    La lección tunecina - Sami Naïr

    adelante.

    Primera parte

    EL INCENDIO

    CAPÍTULO 1

    La bofetada

    La mañana del viernes 17 de diciembre el joven Mohamed Bouazizi volvió a probar suerte en el mercado, cargado con la fruta que salía a comprar bien temprano y que revendería, o al menos eso esperaba, en apenas media jornada. Antes debía encontrar un lugar donde instalar su carreta, un lugar protegido de la vigilancia de la policía, que prohíbe la venta ambulante y chantajea a los vendedores. De lo contrario se arriesga a que le confisquen la balanza con que pesa el género, y sabe muy bien que recuperarla le puede costar caro. Y sin la balanza no hay ventas…

    Aquel día tenía por lo visto siete kilos de plátanos y dos cajas de peras y manzanas. Escasa mercancía que no le reportará grandes beneficios, pero sí lo suficiente para comprarle pan y aceite a su familia.

    A las doce se acerca una agente de policía, acompañada de otro uniformado. Mohamed Bouazizi la conoce bien, pues suele estar en su punto de mira. Le ordena que deje de vender, y amenaza incluso con llevarse la balanza. ¿Le pide simplemente que se vaya, o más bien exige el pago del diezmo que los policías imponen en tales casos? Sea como fuere, la discusión va subiendo rápidamente de tono. Una riña: palabras, amenazas, insultos. La familia dirá después que ella le dio una bofetada; también es lo que clamaba Mohamed Bouazizi. Los testigos que siguieron la escena de lejos recuerdan una algarada. Más tarde la agente se presentará como «víctima» de la cólera de Bouazizi, una versión de los hechos que en cierto modo es como agredirle por segunda vez…

    Su ánimo se altera justo en ese momento. Está furioso, harto. ¿Qué hacer, responder al insulto? En tal caso recibirá a buen seguro una paliza en comisaría, y luego acabará en prisión. Su única alternativa, pues, es quejarse, acudir a las autoridades, a la que sea, aun a riesgo de ser multado por vender sin permiso. Esa policía le ha humillado, y además quiere confiscarle la balanza. La fruta ha quedado desparramada por el suelo, pero él está tan furioso que corre hacia Gobernación.

    Desea clamar a voz en grito su indignación, exigir justicia, terminar con el asunto de una vez. Llega como una exhalación y pide al conserje que le conduzca ante algún responsable, ante cualquiera que esté dispuesto a escucharle. El hombre responde que todos están ocupados, que ninguno tiene tiempo, que más vale callarse. En definitiva, que se largue.

    Es en ese instante cuando se apodera de él una sensación indescriptible que le hace hervir de indignación, de impotencia, de rebeldía, de odio, especialmente de odio contra sí mismo por haber soportado durante tanto tiempo esa vida de miseria, esa vida de paria. No está dispuesto a seguir así, ya no puede más; entonces echa a correr de nuevo, esta vez en dirección al garaje donde acostumbra a guardar su carrito por la noche, y tras coger el bidón de gasolina que hay allí, regresa jadeante a la plaza y grita, chilla a todo pulmón que está hastiado, que ya no puede tragar tanta injusticia, tanta humillación; se empapa el cuerpo de gasolina, enciende el mechero, se abrasa, su ropa se convierte en una antorcha; pierde la consciencia, se desploma, pero la gente no se atreve a acercarse; se retuerce y sin que la gente se atreva aún a acercarse, y después corren en busca de agua; él sigue ardiendo, nadie sabe qué hacer; por fin le cubren con algo, finalmente sofocan las llamas, pero él ya no está consciente, huele a carne quemada, su cuerpo ya no se mueve; llega la policía, le trasladan, le llevan al hospital; ha muerto, dicen que ha muerto.

    Entonces comienzan los corrillos de transeúntes, aquellos que han visto la escena con la policía la relatan, aquellos que le han visto en Gobernación la relatan, aquellos que le han oído clamar su cólera la relatan, aquellos que le han visto arder la relatan. Y la muchedumbre va en aumento. Y los gritos se vuelven cada vez más violentos. Buscan a los policías, los encuentran, la toman con ellos. La familia de Bouazizi es avisada. Llantos, lamentos y gritos desgarradores, la madre se desmaya. Los primos acuden. Y también todos los demás, allegados o no. La consternación es absoluta. Y empiezan a formarse grupos de indignados, y empiezan las escaramuzas con los representantes conocidos del régimen.

    La ciudad de Sidi Bouzid se inflama. Esta vez no pasará lo de siempre. Esta vez habrá un incendio.

    Nunca se sabrá con certeza lo que ese día se dijeron el vendedor ambulante y la agente de policía. Una leyenda se ha urdido en torno al suceso, a la bofetada que originó lo que habría de convertirse en el gran despertar del mundo árabe en el siglo xxi. El joven Bouazizi ya no puede ofrecer su versión. Ella, la policía, no se privó sin embargo de darle la vuelta a la situación, hasta tal punto la palabra de los vivos cubre con facilidad el silencio de los muertos. Los celos y la envidia que sienten por un muchacho transformado en icono hará que algunos allegados quieran castigarle por segunda vez, intentando devaluar su acción; sin embargo la imaginación de los oprimidos creará, a lo largo del mundo árabe, un mito fundador.

    Y así fue más o menos como dio comienzo la revolución tunecina. Poco importa lo que sucedió en realidad. A fin de cuentas todos saben que aquel día el joven Mohamed Bouazizi se inmoló porque ya no soportaba más injusticias.

    La ciudad de Sidi Bouzid no aparece en La guía Trotamundos, que por lo general no suele equivocarse (¡quién sabe, tal vez en su próxima edición se convierta en lugar de peregrinación obligado!). Es cierto que Sidi Bouzid es una localidad bastante anodina, en mitad de la nada, y que no puede rivalizar con la Túnez de los folletos turísticos, la de las playas, los balnearios y los hoteles de cinco estrellas. Un no lugar perdido en el desierto, abrasado por el sol, con un paro enorme, donde el autoritarismo del poder se muestra sin paliativos, donde los ciudadanos viven en un sistema regido por la economía sumergida, la corrupción, el favoritismo, el nepotismo, la arbitrariedad. Una ciudad no demasiado alejada de la frontera argelina donde el contrabando proporciona el sustento a centenares de familias, donde el Estado no muestra sino su rostro más feroz, el de la represión.

    Mohamed Bouazizi es un ciudadano representativo de la nueva Túnez. De clase popular, estudió y se vio abocado al paro, al igual que decenas, centenares de miles de jóvenes tunecinos. Otros como él llenan las calles sin que sus estudios sirvan para nada, devaluados, obligados a sobrevivir con trabajos eventuales, a trampear por aquí, a ir tirando por allá, esperando ese empleo que nunca llega, sin poder casarse, sin poder emigrar, sin más remedio que vivir al día. Y ello sin hablar de esos otros miles que abandonan prematuramente los estudios, y que aguardan también la llegada de un empleo salvador, la salida de emergencia. Pero todos comparten la misma aspiración: que llegue el cambio algún día, poder por fin vivir. Dejar atrás la miseria.

    ¿Hasta cuándo soportarán el yugo?

    No obstante, la historia siempre hace acto de presencia cuando menos se espera. Ella sí que sabe abreviar los plazos. Es capaz de transformar el menor pestañeo en una tormenta devastadora. La bofetada, real o simbólica, recibida por Mohamed Bouazizi supone la humillación final, la gota que desborda el vaso, la chispa que incendia la llanura. Y que da a conocer al mundo la dura opresión que un pueblo con fama de sereno y tolerante padece bajo la férula de un poder mafioso. Una Túnez donde los ladrones llegan a menudo a la cima del poder y los inocentes se encuentran siempre bajo amenaza de prisión.

    CAPÍTULO 2

    Fuego en la llanura

    [1]

    «No te olvidaremos nunca, Mohamed Bouazizi. Haremos llorar a quienes te han hecho llorar.»

    Lema escuchado durante el entierro de

    Mohamed Bouazizi, el 5 de enero de 2011

    Seguramente lo que ha dotado de fuerza volcánica a la revolución tunecina no es sólo la inmolación del joven Mohamed Bouazizi, sino también el eco que le aportó, a su pesar, el presidente Ben Ali al acudir el 28 de diciembre a la cabecera del mártir, justo antes de irse de vacaciones a Dubái. Y queriendo sacar el máximo beneficio mediático con esta visita. El presidente deseaba demostrar que se compadecía de la familia, y a la vez lavarse las manos de cualquier responsabilidad en la tragedia. Los medios oficiales ya habían culpabilizado a la agente de policía.

    La imagen resulta de una inhabitual crudeza: sirve para inmortalizar la mirada del verdugo, tras la ejecución de la sentencia, sobre su víctima. El rostro del presidente aparece hermético, tenso, las manos crispadas una sobre otra; su figura voluminosa llena el espacio y hace aún más ridícula la presencia de sus acompañantes. La víctima está tendida, el cuerpo cubierto y la cara envuelta por una venda blanca, unido a un último soplo de vida por el grueso tubo de oxígeno. Parece ya amortajado. Por otra parte, da la sensación de que el presidente está midiendo la extensión del atolladero al que se ha arrojado mientras busca una «salida» rápida, pues el fuego está a punto de prender en la llanura tunecina. El fuego de la inmolación de Mohamed Bouazizi.

    Resulta verdaderamente imposible en estos momentos medir el alcance del incendio que hizo arder Túnez entre el 17 de diciembre de 2010 y el 14 de enero de 2011. Un incendio que afectó tremendamente al país, a sus estructuras sociales y sus símbolos colectivos, a su economía y sus instituciones. Pero lo que sí podemos hacer es desplegar múltiples puntos de vista o, más bien, un conjunto de actos, en el sentido teatral de la expresión, que servirán para acompasar el desarrollo del enfrentamiento entre el pueblo y el poder. Estos actos, en especial los de las jornadas del 13 y 14 de enero, comportan numerosas escenas que se relacionan y superponen a manera del anverso y reverso en las figuras de Picasso. Los tiempos se entremezclan, y sólo la ubicuidad propia de la cámara cinematográfica podría captarlos, hasta tal punto se imbrican entre sí en sólo milésimas de segundo… Así, lo mejor será intentar seguir día a día, y en la medida de lo posible ciñéndonos al minuto, el depliegue zigzagueante e irreprimible de un proceso de insurrección que culminará con la huida, súbita y acobardada, del presidente Zine Eddine el Abidine Ben Ali, ahora ya, en la Túnez liberada, oficialmente designado como jefe de un clan mafioso y «presidente

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