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El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia
El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia
El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia
Libro electrónico219 páginas3 horas

El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia

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La Guerra de los Mil Días no ha sido analizada a fondo en sus diversas causas, desarrollo y efectos, ni se conocen sus laberintos más intrigantes como lo amerita un tema de tan hondo significado para la historia nacional.
Guerra en la que liberales y conservadores pretenden dirimir en el campo de batalla los conflictos en los que se han enzarzado en el siglo XIX, en donde el liberalismo a partir de Santander pretende aniquilar los restos del antiguo régimen monárquico, que persisten en la mentalidad goda o conservadora que acepta las reglas de juego republicanas, sin renunciar a su visión hispánica del mundo ni el respeto por las jerarquías.
El radicalismo liberal no se fundamenta entonces en una verdadera clase superior, una elite de gobierno capaz de fomentar el orden y estructurar una sociedad en torno de los deberes de Estado y a la alta política como lo hizo, por ejemplo, la burguesía francesa en un momento dado, prefiere combatir la tradición aristotélica y tomista que desarrolla el Libertador en su evolución política y que consagra la fronda aristocrática conservadora en la Constitución de 1843.
Lejos de este ensayo la pretensión de ir a las raíces históricas de esa guerra, ni de intentar descifrar la psicología de la tendencia colectiva por la auto-aniquilación de Colombia que aflora cada cierto tiempo entre nosotros.
Agresivos como fieras para combatir hasta el último cartucho y seguir con el arma blanca entre hermanos, e impotentes para defender el suelo patrio de la agresión extranjera. Se dan en esta Guerra de los Mil Días casos aberrantes de locura criminal, que iluminan el drama psicológico, la evolución mental y moral del combatiente atrapado en el salvajismo desenfrenado, como el caso de un pacífico y buen ciudadano dedicado al trabajo y amor paternal por los suyos, que, convertido de la noche a la mañana en soldado se aleja del hogar y embrutecido por la guerra se transforma en una fiera sedienta de venganza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jul 2019
ISBN9780463060988
El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia
Autor

Alberto Abello

Periodista e historiador colombiano, que escudriño fenómenos sociopolíticos trascendentales de la vida nacional, plasmados en diferente slibros e investigaciones de su autoría

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    El Laberinto de la guerra Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia - Alberto Abello

    El Laberinto de la guerra

    Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia

    Alberto Abello

    Ediciones LAVP

    El Laberinto de la guerra

    Guerra de los mil días, conjura internacional contra Colombia

    © Alberto Abello

    Colección Documentos para la Historia de Colombia No 2

    Ediciones LAVP

    © www.luisvillamarin.com

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9780463060988

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    El Laberinto de la Guerra

    Introducción

    El balcón de Núñez

    La guerra de los mil días

    Prolegómenos de la guerra civil

    La guerra liberal en Venezuela y Colombia

    Masones y ultramontanos radicalizan

    Caudillismo y barbarie

    La temible culebra de pico de oro

    Descalabro liberal y conjura palaciega

    El enigma de la batalla de Peralonso

    El juicio de la historia

    Antecedentes de Palonegro

    La crucial batalla de Palonegro

    La dimensión del general Próspero Pinzón

    El golpe del 31 de julio

    La revolución colapsa en Santander

    Se evapora la paz y sigue la contienda

    La guerra se traslada a Panamá

    Panamá se divide en tres

    Infortunio de Colombia en Panamá

    Epílogo

    Introducción

    La Guerra de los Mil Días no ha sido analizada a fondo en sus diversas causas, desarrollo y efectos, ni se conocen sus laberintos más intrigantes como lo amerita un tema de tan hondo significado para la historia nacional. En los Estados Unidos existen centenares de libros sobre la guerra civil y biografías de los jefes de ambos bandos, mientras que nosotros nos quedamos en el relato cronológico, son escasos y repetitivos los estudios sobre los aspectos fundamentales de la contienda, con contadas excepciones son raras las biografías de sus protagonistas y pobre el material que profundiza sobre la estrategia y conducta de los jefes y combatientes.

    Guerra en la que liberales y conservadores pretenden dirimir en el campo de batalla los conflictos en los que se han enzarzado en el siglo XIX, en donde el liberalismo a partir de Santander pretende aniquilar los restos del antiguo régimen monárquico, que persisten en la mentalidad goda o conservadora que acepta las reglas de juego republicanas, sin renunciar a su visión hispánica del mundo ni el respeto por las jerarquías.

    El radicalismo liberal no se fundamenta entonces en una verdadera clase superior, una elite de gobierno capaz de fomentar el orden y estructurar una sociedad en torno de los deberes de Estado y a la alta política como lo hizo, por ejemplo, la burguesía francesa en un momento dado, prefiere combatir la tradición aristotélica y tomista que desarrolla el Libertador en su evolución política y que consagra la fronda aristocrática conservadora en la Constitución de 1843.

    En la Convención de Rionegro de 1863 el liberalismo radical inmaduro, se va por el modelo institucional y confunde federación con confederación en su imitación de modelo estadounidense, para ahondar el rompimiento cultural con España y la religión católica, que, generalmente, se entiende como un instrumento retardatario y de penetración, como de dominación oligárquica. El radicalismo liberal se inspira en modelos foráneos que van contra la tradición nacional y arrecia la lucha intestina contra el ser de Colombia, cuya esencia es hispánica.

    Por la derrota militar y política del conservatismo, el liberalismo, empeñado en imponer modelos extranjeros en la Asamblea de Rionegro, consagra el dogma antidemocrático de la exclusión sistemática de sus antagonistas del poder, se desata la persecución de los jefes conservadores y de los cuadros medios del partido, de los clérigos colombianos.

    Las comunidades religiosas son expropiadas y perseguidas, los obispos ultrajados o expulsados del país, con una saña que apenas se compara a la que de cuando en cuando aflora en la España Católica o en México, por cuenta del republicanismo de izquierda, en el siglo XIX y XX. En 1863 y por dos décadas, se instaura el anticonservatismo y el anticatolicismo militante en el país, se fomenta el desorden y la anarquía, dado que los "retozos democráticos" que pregona el radicalismo entre las turbas son la forma elemental y demagógica de manifestar su antipatía contra el viejo orden de siglos que mantuvo la hispanidad en la región.

    Rafael Núñez, de origen liberal y en un momento dado más a la derecha que los conservadores colombianos, el conservador Carlos Holguín y el católico ultramontano y monárquico confeso Miguel Antonio Caro, dan al traste con el régimen radical y retornan a la tradición hispánica, enmarcada en un nuevo partido nacionalista.

    No es de sorprender que el fraile español Ezequiel Moreno, hoy en el santoral de la Iglesia Católica, se convierta en el clérigo más influyente del país, especie de Zumalacarregui en el campo religioso, intelectual y conservador.

    Núñez, Caro y Holguín consiguen derrocar el poderoso régimen radical en cuanto representan las fuerzas telúricas de la nacionalidad y el sentir espiritual de la raza, hollado por doctrinas e ideologías foráneas.

    Apenas una convergencia de intereses extranjeros, intrigas de las potencias, impericia de los sucesores en el gobierno de Núñez y Holguín y el romanticismo ciego de los revolucionarios liberales puede conducir a una guerra civil destinada a horadar la unidad nacional y desmembrar nuestro territorio.

    Tal vez, por las consecuencias tan desastrosas de esa contienda cruel para la soberanía nacional y para el pueblo en general, prevalece en las sucesivas generaciones el sentimiento y la frustración de que el país en su conjunto salió perdiendo y ni el bando ganador se enorgullece de los laureles conquistados en la disputa intestina, menos los vencidos, que entienden la desmembración de Panamá como la emasculación de la nacionalidad. Así se explica el manto del olvido y la tendencia de la historia oficial a estancarse en el convencionalismo y apenas atiende la epidermis de esos episodios.

    Lejos de este ensayo la pretensión de ir a las raíces históricas de esa guerra, ni de intentar descifrar la psicología de la tendencia colectiva por la auto-aniquilación de Colombia que aflora cada cierto tiempo entre nosotros.

    Agresivos como fieras para combatir hasta el último cartucho y seguir con el arma blanca entre hermanos, e impotentes para defender el suelo patrio de la agresión extranjera. Apenas se trata de indagar sobre algunos hechos decisivos de esa larga guerra, que nos redujo a la postración y produjo al más grande descalabro histórico, con la presunción que el lector conoce la crónica de esos días heroicos para los combatientes, de intriga para los que no van al campo de batalla, de agonía para las madres, esposas e hijos de los soldados y devastadores para el progreso y la integridad nacional.

    No se agota el trasfondo de lucha racial que subyace en los conflictos de un pueblo en formación, con la carga milenaria de las viejas rivalidades europeas, de antiguos mitos y creencias, de terrores y retos que conmueven a los primitivos pobladores de estas regiones y que influyen en la psique nativa, ni el efecto del clima en la política o el grado de desquicio mental que se percibe en una parte de los combatientes.

    Un pueblo que se dice joven y cuyos viejos ancestros se pierden en la historia europea, americana y con un tinte africano, situado en un Continente que se denomina como nuevo y que los hallazgos arqueológicos muestran que tiene una antigüedad de milenios anteriores al cristianismo, habitado por tribus primitivas, en esta esquina tropical del planeta.

    Se dan en esta Guerra de los Mil Días casos aberrantes de locura criminal, que iluminan el drama psicológico, la evolución mental y moral del combatiente atrapado en el salvajismo desenfrenado, como el caso que narra de manera sucinta y escalofriante Gonzalo París Lozano, en su trabajo Guerrilleros del Tolima, donde da cuenta de un pacífico y buen ciudadano dedicado al trabajo y amor paternal por los suyos, que, convertido de la noche a la mañana en soldado se aleja del hogar y embrutecido por la guerra se transforma en una fiera sedienta de venganza.

    Su esposa, motivada por el amor y la desesperación de no recibir noticias de su hombre, toma la heroica decisión de buscarlo en el frente de batalla, con la pequeña hija en los brazos y sale a pie para encontrarlo en algún camino. Hasta que en un desolado paraje del llano se entera que está el oficial que comanda a su marido y se dirige al campamento. El militar le indica la zona cercana en donde está su esposo y la mujer parte de carrera a su encuentro. Ella lo divisa y le llama por su nombre. El hombre gira la cabeza y la observa con ojos fríos en los que se lee el delirio y la muerte, apenas musita:

    "Que andará haciendo por aquí esta grandísima... y asiéndola por los cabellos con la mano izquierda, con la derecha descargó sobre ella su machete. El cadáver de la infortunada quedó allí, al borde de la ‌quebrada.

    Entre tanto, al cerrar la noche, el general en cuyo alojamiento quedaba la niña ordenó a uno de sus oficiales que a caballo, fuera a llevarla hasta donde encontrara la madre o el padre. Después de andar un buen trecho, el oficial se encontró con nuestro hombre.

    -Coronel, aquí está su niñita, la traía la mamá.

    -Maldita sea ¡otro pereque!

    Y arrebatando la niña al oficial que la conducía levántola en alto con una mano y con la otra le segó la vida de un tajo de su machete".

    Al parecer, en un arranque de misteriosa conmiseración el coronel se apiadó de su mujer y de la hijita, por lo que en un momento de locura comete el horrible crimen y les quita la vida, para que no tengan que sufrir más horrores de esa guerra cruel en un país hundido en la miseria donde imperan el terror y el instinto homicida. Es de los ejemplos más gráficos para captar el sentir nacional y la tragedia que abruma el inconsciente colectivo de la raza.

    Esa guerra es, también, la continuación de los sangrientos desencuentros del siglo XIX, en los que por la debilidad del Estado y la anarquía generalizada es usual que los contendientes resuelvan sus asuntos a balazos. Políticos y soldados de fortuna aspiran a fomentar, acaudillar o sumarse a la revolución para disfrutar del poder, más que para hacer obra de gobierno superior.

    Quizá hasta la contienda de 1860, en la que se enfrentan dos aristócratas como Tomás Cipriano de Mosquera y Julio Arboleda, cuando tío y sobrino acaudillan, respectivamente, el bando liberal y el conservador, se libra una verdadera guerra de caballeros y por lo tanto a muerte, entre dos mundos antagónicos, en el que cada partido para imponer sus ideas debe aniquilar al enemigo, lo mismo que se predica que uno de los dos jefes políticos debe perecer en el lance.

    Mosquera está por el modelo radical, antirreligioso y federal, bajo el influjo de la masonería estadounidense. Arboleda está por un régimen al estilo de Felipe II en España. Los dos desdeñan la moral de los esclavos, sin importar en el bando político que militen y suelen fusilar a sus contrarios, al estilo del Duque de Alba, famoso e implacable guerrero de la rancia aristocracia española de los días de la grandeza. En ese caso el temprano asesinato de Arboleda será fatal para el conservatismo y para Colombia, que no volverá a dar un jefe político tan completo por sus condiciones morales, intelectuales, de escritor, orador, ni como guerrero y conductor de multitudes.

    La política y la guerra se convierten en estas latitudes en una noción primaria, elemental de llegar al poder y vivir del Tesoro Público, dado que se carece de empresa privada. El cacareado anhelo reformista o revolucionario, se disuelve en el gobierno en discusiones estériles, comisiones anodinas, copia de instituciones extranjeras, grandilocuencia vana y la falta de recursos.

    Son raros y casi exóticos los debates que se hacen en el Congreso sobre temas decisivos para el progreso nacional. Es infrecuente que se parlamente en el Congreso, lo que tiende a anular la eficacia de la institución, la tendencia general es la de intentar imponer a base de discursos más retóricos que reflexivos el propio criterio o la falta de criterio.

    La política colombiana, dirigida la más de las veces por elementos que consiguen disfrazar la incompetencia en la solemnidad y habilidad para la simulación, está dominada en sus mandos medios y a veces en la cumbre, por ambiciosos sin escrúpulos, egoístas, demagogos e irresponsables redentores de palabra fácil. Los gobiernos se mueven entre la utopía, la mediocridad, la ineficacia y el desgano, la prensa partidista exalta a sus hombres y reniega sin el menor análisis del contrario.

    Los encargados de informar a la sociedad como periodistas están comprometidos con la política y las pasiones, en cierta forma con una dedicación mayor que los soldados, por lo que no son inocentes y la imparcialidad que invocan suena a moneda falsa. Incluso entre los más eruditos, serenos y neutrales de los escritores públicos campean los prejuicios del medio, que impiden ver el bosque y liberarse de los lugares comunes de la época.

    Cada bando considera que tiene la razón o la justicia de la causa de su lado, sin conocer o debatir los planteamientos del otro. Y lo que es peor, así no tenga argumentos para hacer retumbar los tambores de la guerra, le basta saciar sus bajos instintos y dejarse llevar por el odio ancestral. Se da un cierto caudillismo menor, por cuenta del número de peones que siguen a los jefes que van a la contienda.

    En ocasiones, ni la noble profesión de periodista se salva y se la confunde con la adulación y con demasiada frecuencia se degrada hasta la abyección, dado que desde los orígenes de la república el vicepresidente Santander establece el modelo de fomentar diarios y periodistas pagos al servicio del régimen, para confundir al público y combatir de forma ladina o abierta al Libertador.

    A partir del régimen de Santander, se establece tácitamente que cualquier funcionario público, por anodino y falto de imaginación que pueda ser, por el simple hecho de figurar en la nómina oficial es admirable y se le atribuye toda suerte de virtudes.

    Pertenecer a la planilla oficial, que es algo así como el Gotha de la plutocracia criolla, a falta de grandes hazañas, de guerras exteriores, de verdadera aristocracia o auténticos empresarios creadores de riqueza, es punto de honor -del cual se vanaglorian- el vivir por generaciones del Tesoro Nacional.

    Esta clase parasitaria de codiciosas sanguijuelas, a su vez, es admirada por el rebaño que envidia su manera de vivir a costa del Estado o favorecidos por intrigas y contratos, sin comprender hasta que punto desvalorizan y ensucian la política.

    La incomunicación de las regiones, las dificultades del transporte, el aislamiento de Bogotá, la superstición, la ignorancia del peonaje, el atraso invencible, la falta de desarrollo y la miseria elocuente en los andrajos de la poblada, es secular. Colombia posee un territorio que guarda inmensas riquezas naturales y minerales, que no ha sabido comunicar, ni explotar con pericia y visión. Semejante contraste hace más irónica la situación de una raza por lo general mal gobernada, incapaz de prosperar de acuerdo a sus posibilidades y el destino que soñó el Libertador.

    Pueblo insólito, indomable e indolente a la vez, inteligente e ingenuo, de rara malicia para ciertas cosas, atento a los poemas decadentes y los cánticos nostálgicos, acostumbrado a celebrar el estallido de la guerra con cohetes y voladores, de los que se vale en medio de la embrutecedora embriaguez milenaria de la chicha y otras bebidas para comunicar sus intempestivos estados de ánimo, los festejos patrios, religiosos o privados, las diversiones y las penas familiares.

    El ruido de la pólvora alegra el ambiente por unos instantes, después se cae en la atonía de siempre y de seguir a la zaga de las grandes naciones que conquistan un lugar en el desarrollo, calidad de vida y en la historia.

    Entre los laberintos de la historia por develar habría que penetrar en los libros de contabilidad del siglo XIX y verificar el intercambio desigual que lleva a empresas como la Dupont, fabricante de dinamita, y otras firmas estadounidenses y europeas, a quedarse con el oro de Latinoamérica que enviamos al exterior para cambiarlo por armas letales, en vez de invertir en desarrollo.

    El presente ensayo sobre la Guerra de los Mil Días surge en la cátedra universitaria y se publica, inicialmente, un tanto resumido en el

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