Hay que esperar a la vuelta de los últimos presos, más de diez años después del final de División Azul, para que el episodio de los voluntarios de apoyo a Hitler aparezca en el cine español, con la excepción del mediometraje documental de Reig y De la Serna. Esta distancia explica el mayor metraje dedicado a los campos de concentración y las penalidades posbélicas de los divisionarios, las omisiones sobre la condición falangista de muchos voluntarios y la integración de la división en las fuerzas militares del nazismo. Varias décadas después, aquella misión militar es evocada en Ispansi (Españoles) y en Silencio en la nieve, con un tratamiento diverso: en la primera reflejando una peculiar continuación de la guerra civil española en Europa y en la segunda como marco para una intriga criminal.
El regreso de los combatientes de la División Azul en 1954 da lugar de inmediato a tres largometrajes de ficción (La patrulla, Embajadores en el infierno y La espera) y a una breve crónica de NO-DO cuyo material será citado en aquellas y otras películas, como ha estudiado Sergio Alegre en El cine cambia la historia. Las imágenes de la División Azul (PPU, Barcelona, 1994).
La perspectiva de (Pedro Lazaga, 1954) integra la formación y lucha de la División Azul dentro de una suerte de crónica de la posguerra. A partir de cinco soldados que se hacen una foto en los días finales de la Guerra Civil, se lleva a cabo un seguimiento de sus vidas mostrando el regreso a sus trabajos, los avatares sentimentales, la tentación delincuente o la incorporación a filas para luchar contra el comunismo. Hay cierta voluntad de discurso moral de la «nueva España» cuando se condena la conducta de Paulino que, captado por el hampa, se ve involucrado en un episodio de tráfico de drogas o cuando el periodista Vicente pelea con un norteamericano que plantea que el final de la Segunda