El destino de Juan Morenas
Por Julio Verne
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Relato que cuenta la historia de una condena injusta. Juan Morenas uno de tantos reos inocentes, encarcelado por un crimen
que no ha cometido, Juan parece conformarse con su destino, el verdadero autor del crimen se dio a la fuga. Un dia
inesperado alguien visita a Juan y le ofrece escapar
Julio Verne
Julio Verne (Nantes, 1828 - Amiens, 1905). Nuestro autor manifestó desde niño su pasión por los viajes y la aventura: se dice que ya a los 11 años intentó embarcarse rumbo a las Indias solo porque quería comprar un collar para su prima. Y lo cierto es que se dedicó a la literatura desde muy pronto. Sus obras, muchas de las cuales se publicaban por entregas en los periódicos, alcanzaron éxito enseguida y su popularidad le permitió hacer de su pasión, su profesión. Sus títulos más famosos son Viaje al centro de la Tierra (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), La vuelta al mundo en ochenta días (1873) y Viajes extraordinarios (1863-1905). Gracias a personajes como el Capitán Nemo y vehículos futuristas como el submarino Nautilus, también ha sido considerado uno de los padres de la ciencia ficción. Verne viajó por los mares del Norte, el Mediterráneo y las islas del Atlántico, lo que le permitió visitar la mayor parte de los lugares que describían sus libros. Hoy es el segundo autor más traducido del mundo y fue condecorado con la Legión de Honor por sus aportaciones a la educación y a la ciencia.
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El destino de Juan Morenas - Julio Verne
IX
Capítulo I
Aquel día -a fines del mes de septiembre,
hace ya mucho tiempo- un rico carruaje se
detuvo ante el hotel del Vicealmirante
comandante de la plaza de Tolón. Un hombre
de cuarenta años, poco más o menos, de
constitución robusta, pero de aspecto y
modales bastante vulgares, bajó de él e hizo
pasar al Vicealmirante, además de su tarjeta,
algunas cartas suscritas por tales personajes
que la audiencia que solicitaba hubo de serle
inmediatamente concedida.
-¿Es al señor Bernardón, el armador tan
conocido en Marsella, a quien tengo el honor
de hablar? -preguntó el Vicealmirante tan
pronto como se encontró en presencia de
aquel personaje.
-Al mismo -respondió éste.
-Tenga la bondad de sentarse -prosiguió
el Vicealmirante-, y de decirme en qué puedo
servirle.
-Gracias, Almirante; creo que la petición
que tengo que dirigirle no es de las difíciles
de ser acogidas favorablemente.
-¿De qué se trata?
-Sencillamente de obtener una
autorización para visitar el presidio.
-Nada más sencillo, en efecto, y eran del
todo superfluas las cartas de recomendación
que usted me ha transmitido. Un hombre que
lleva el nombre de usted no necesitaba de
ello.
El señor Bernardón se inclinó levemente,
y después, habiendo manifestado de nuevo
su gratitud, quiso enterarse de las
formalidades que habían de llenarse.
-Ninguna -se le contestó-; vaya usted a
ver al Mayor General con esta carta mía, y en
el acto se verá complacido.
Despidióse el señor Bernardón,
haciéndose conducir delante del Mayor
General, y obtuvo en seguida el permiso de
visitar el Arsenal; un ordenanza le condujo a
la casa del Comisario del presidio, que se
ofreció a acompañarle.
Sin dejar de dar las gracias más
expresivas, el marsellés declinó la oferta que
se le hiciera y manifestó deseos de estar solo.
-Como usted guste, caballero -dijo el
Comisario.
-¿No hay, pues, ninguna dificultad en que
circule yo libremente por el interior del
presidio?
-Ninguna.
-¿Ni en que me comunique con los
presos?
-Tampoco. Prevendré a los ayudantes y
no le pondrán dificultades.
-Gracias.
-Me permitirá usted, sin embargo, que le
pregunte ¿cuál es su propósito al hacer esta
visita, tan poco grata?, indudablemente.
-¿Mi propósito...?
-Sí; ¿sería por mera curiosidad o persigue
usted otro objetivo...? Un objetivo
filantrópico, por ejemplo.
-Filantrópico precisamente -repuso
vivamente el señor Bernardón.
-¡Perfectamente! -dijo el Comisario-.
Estamos acostumbrados a semejantes visitas,
que no se ven con malos ojos en las altas
esferas. El Gobierno trata incesantemente de
introducir todas las mejoras posibles en el
régimen de los presidios; muchas ya se han
realizadas.
El señor Bernardón aprobó con un gesto,
sin responder de otro modo, como un hombre
a quien esas cosas no interesan en alto
grado; pero el Comisario, que sólo pensaba
en este asunto y hallándose en una ocasión
propicia para formular una declaración de
principios, no noto aquel palmario desacuerdo
entre la indiferencia de su visitante y el fin
confesado de sus gestiones, y prosiguió
imperturbablemente:
-Es sumamente difícil guardar un justo
término en semejante materia. Si bien no
deben extremarse los rigores de la ley, es
preciso, no obstante, mantenerse en guardia
contra los críticos sentimentales que se
olvidan del crimen para no ver sino el castigo.
Nosotros, sin embargo, aquí no perdemos
nunca de vista que la justicia debe
moderarse.
-Semejantes sentimientos honran a usted
-respondió el señor Bernardón-, y si mis
observaciones particulares pueden
interesarle, tendré mucho gusto en
comunicarle las que mi visita al presidio me
sugiera.