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100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar
100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar
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100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar

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Cambie su vida desde Génesis 1:1 hasta Apocalipsis 22:20.
Con la inmediatez de los resultados que producen las búsquedas en Internet y la disponibilidad de aparatos manuales, tal vez no parezca necesario el hábito de memorizar las Escrituras, pero Robert J. Morgan, autor de éxitos editoriales, plantea un argumento irrefutable para reanimar esa gratificante práctica en 100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar.
"Es vital para la salud mental y emocional y para el bienestar espiritual", escribe el autor. "Es algo tan poderoso como la semilla que cae en un surco de tierra fértil. Permite que la mente del lector absorba las palabras de Dios y sature con ellas sus pensamientos inconscientes. El hábito impregna la personalidad, satisface el alma y nutre la mente. Cambia la atmósfera de cada familia y modifica ‘el pronóstico del tiempo’ de cada día”.
En una serie de breves capítulos introductorios, Morgan nos prepara para esta antigua pero renovada manera de pensar, y luego nos presenta su comprobada lista de 100 versículos esenciales, proporcionándonos comentarios en las franjas laterales, citas y consejos para la memorización de cada versículo. Se incluyen páginas adicionales para que el lector agregue sus versículos favoritos, ampliando así el hábito de la memorización como ejercicio transformador.
"Rob Morgan nunca me decepciona. Sus libros hacen lo que tiene que lograr un buen libro: hacerte pensar en la vida desde una perspectiva nueva y original”.
David Jeremiah, escritor consagrado por el New York Times como autor de éxito.


Change your life from Genesis 1:1 to Revelation 22:20.
With the immediacy of Internet searches and ease of handheld devices, the custom of memorizing Scripture may not seem necessary, but best-selling author Robert J. Morgan makes an airtight case for reviving this rewarding practice in 100 Bible Verses Everyone Should Know by Heart.
"It's vital for mental and emotional health and for spiritual well-being," he writes. "It's as powerful as acorns dropping into furrows in the forest. It allows God's words to sink into your brain and permeate your subconscious thoughts. It saturates the personality, satiates the soul, and stockpiles the mind. It changes the atmosphere of every family and alters the weather forecast of every day."
In a series of brief opening chapters, Morgan prepares us for this new old way of thinking and then presents his experienced list of 100 crucial verses, providing sidebar notes, quotes, and memorization tips for each. Extra pages are included to add your favorite verses, extending this life-changing exercise and memorization habit.
"Rob Morgan never disappoints me. His books do what a good book should do: make you think about life from a new and fresh perspective."
David Jeremiah, New York Times best-selling author.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2016
ISBN9781433689406
100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar
Autor

Robert J. Morgan

Rob J. Morgan is the pastor of The Donelson Fellowship in Nashville, Tennessee, where he has served for thirty-three years. He has authored more than twenty books, including The Lord Is My Shepherd, The Red Sea Rules, and Then Sings My Soul. He conducts Bible conferences, family retreats, and leadership seminars across the country. He and his wife, Katrina, live in Nashville. His website is RobertJMorgan.com.

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    100 versículos bíblicos que todos debemos memorizar - Robert J. Morgan

    memorización.

    Parte 1

    El poder de memorizar la Escritura

    Pues como piensa dentro de sí, así es…

    (Proverbios 23:7)

    UNO

    Somos lo que pensamos

    A James Allen lo han llamado un hombre misterioso de la literatura. Nunca alcanzó fama ni fortuna, y murió a los 48 años de edad. Escribió 19 o 20 libros, sin decir mucho sobre él mismo, y ninguno se vendió particularmente bien mientras vivía. Sin embargo, un pequeño volumen —su segundo libro y uno que ni a él le gustaba— ha vendido millones de copias desde entonces, y ha influenciado miles de vidas.

    Se titula As a Man Thinketh [Como un hombre piensa, así es su vida], basado en Proverbios 23:7: «Pues como piensa dentro de sí, así es». El tema de As a Man Thinketh es sencillo: Nuestros pensamientos son lo más importante que tenemos. Allen escribió: «Los buenos pensamientos y acciones nunca pueden producir malos resultados; los malos pensamientos y acciones jamás producen buenos resultados. Es como decir que del maíz no puede salir otra cosa que maíz, y las ortigas solo producen ortigas. Los hombres entienden esta ley en el mundo natural y se adaptan a ella, pero pocos la comprenden en el mundo mental y moral (aunque aquí también es igual de simple y constante)».¹

    Lo que James quiso decir es que somos lo que pensamos, y nuestras vidas se dirigen en la dirección hacia donde van nuestros pensamientos. Si tenemos pensamientos iracundos, estaremos enojados; si pensamos cosas positivas, seremos positivos; si nuestros pensamientos son negativos, seremos negativos. La mente es un jardín que tenemos que cultivar, y somos responsables de la clase de semillas que sembramos en los surcos de nuestra mente.

    Creo que la Biblia es el mensaje inspirado e indefectible de un Dios que es tanto íntimo como infinito, y que es omnisciente y omnipotente. La Escritura verbaliza la inteligencia revelada de Dios sobre cómo deberíamos pensar, sentir, actuar y hablar. Su teología es terapéutica y su consejo es sensato. Todos los versículos de la Biblia son invalorables, porque toda la Escritura es inspirada por Dios, y tenemos que vivir según cada palabra que procede de Su boca (2 Tim. 3:16; Mat. 4:4). Un versículo aprendido se graba en nuestra memoria y de allí pasa a nuestro consciente y subconsciente. El principio de Proverbios 23:7 es verdad siempre. Es una ley inquebrantable de la vida que no puede ser alterada y que permanecerá mientras exista la naturaleza humana: pues como pensamos dentro de nosotros, así somos.

    … mandato sobre mandato, línea sobre línea […],

    un poco aquí, un poco allá…

    (Isaías 28:13)

    DOS

    Cómo memorizar la Escritura

    H ace poco, tuve una charla interesante con Dallas Willard sobre la memorización de la Escritura. El Dr. Willard es profesor en la Escuela de Filosofía de la UCLA, y un excelente pensador y escritor. Además, es un entusiasta defensor de la memorización de la Escritura. Le pregunté por qué estaba tan convencido de la bondad de este hábito, y me dijo que, en gran parte, su vida fue formada al crecer en un ambiente que hacía énfasis en grabar la Palabra de Dios en los surcos del corazón.

    «He descubierto que, al memorizar la Escritura, los increíbles tesoros de la Palabra no solo están disponibles en mi mente, sino que se comunican a todo mi ser, de manera que es un testimonio del poder sustancial de la Palabra de Dios», expresó.

    El Dr. Willard sugiere memorizar pasajes enteros en lugar de versículos aislados, y estoy de acuerdo.

    «Memorizar versículos es bueno, pero cuando hablo de memorizar la Escritura, en realidad me refiero a memorizar pasajes, salmos enteros, o partes extensas de las Epístolas o los Evangelios», afirmó Willard. «Esto afecta no solo la manera de pensar sino toda nuestra perspectiva. Para mí, para que algo sea eficaz en la formación espiritual o en el crecimiento de la gracia, tiene que ser integral. No puede ser algo al margen, unos pocos versículos memorizados. Una ilustración sencilla es el Salmo 23. Muchas personas lo han memorizado, pero no permiten que afecte su manera de pensar y de actuar al meditar en él como deberían. Tenerlo almacenado en la mente es un recurso poderoso para el desarrollo interior».

    Y añadió: «También es importante para [compartir con los demás] porque es extraño cómo tener grabados pasajes extensos de la Palabra de Dios en la mente produce bosquejos, perspectivas y maneras de expresar que permearán tu forma de hablar, tu conversación y tu predicación. Es lo más importante que he descubierto con el tiempo: que hay poder al memorizar pasajes largos de la Palabra».²

    El Dr. Willard tiene razón. Cuando acumulamos versículo sobre ver-sículo, memorizamos la Escritura en contexto, y es más probable que la interpretemos adecuadamente en el proceso de la meditación. Así que considera el libro que tienes en tus manos como una herramienta para ubicar 100 pasajes distintos en los cuales puedes profundizar; no solo 100 versículos aislados.

    No hace falta que empieces con un pasaje largo, o incluso con un versículo extenso. Simplemente, empieza con una palabra: la primera palabra del versículo, y luego añade la próxima, y la próxima.

    Como lo expresa Isaías: «… mandato sobre mandato, línea sobre línea […], un poco aquí, un poco allá…» (Isa. 28:13). Es como pintar el interior de tu mente con los colores de Dios, de a una pincelada a la vez.

    … pon sus palabras en tu corazón.

    (Job 22:22)

    TRES

    Cómo llevar la Escritura al subconsciente

    H ace unos años, Philip tuvo un accidente terrible en una avioneta. Cuando recuperó la conciencia, la mente de Philip estaba fragmentada con imágenes aisladas y confusas. Pasaron las horas, y al comenzar a pensar con más claridad, de repente, le vinieron a la mente una serie de pensamientos, como brillantes rayos de luz. No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros… quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada… No teman… Porque de tal manera amó Dios al mundo… ¿habrá algo imposible para mí?

    Estos eran fragmentos de pasajes bíblicos, pero Philip no era un hombre religioso, y no iba a la iglesia. No había abierto una Biblia en años y, por cierto, jamás había memorizado un versículo bíblico.

    ¿O sí? Lentamente, algunos recuerdos imprecisos se filtraron en su mente. Un pequeño círculo de sillas rojas. La anciana Sra. Wolf con una Biblia abierta sobre la falda. Tarjetitas. Premios.

    A los cinco años de edad, Philip había asistido a la escuela dominical, y la maestra los había entrenado a memorizar versículos bíblicos. Los que aprendían recibían premios, pero Philip nunca había ganado uno; había sido una desilusión para la Sra. Wolf. Sin embargo, en las profundidades de su cerebro, esos versículos permanecían como semillas latentes, esperando el momento justo para germinar.

    Philip se recuperó lentamente de sus heridas y, en el proceso, él y su esposa se comprometieron con Cristo y comenzaron a ir a la iglesia. Muchos años después, Philip me contó esta historia por teléfono, y su entusiasmo por memorizar pasajes bíblicos y por plantar versículos en las mentes de los jóvenes de todas las edades era muy evidente. Su vida había cambiado por versículos que ni siquiera recordaba haber aprendido.

    Cuando memorizamos una palabra, una frase, una línea o un versículo de la Palabra de Dios, es como implantar una poderosa partícula radioactiva de la mente misma de Dios en nuestros cerebros finitos. Cuando la repasamos o la escuchamos, penetra aún más en nuestra mente, y al aprenderla de memoria, desciende a las grietas y recovecos escondidos de nuestra alma. Al meditar en ella, comienza a enviar olas suaves y terapéuticas de influencia. Y, como enseñó el apóstol Pablo, somos transformados mediante la renovación de nuestra mente (ver Rom. 12:2).

    Por eso, el Señor nos manda en Proverbios 7:1,3: «… atesora mis mandamientos […] escríbelos en la tabla de tu corazón».

    Y por eso es que Dios promete en el primer salmo que, a medida que interioricemos Su Palabra y meditemos en ella día y noche, podremos aplicar Su lógica a nuestras vidas. Seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua, que dan fruto a su tiempo y tienen hojas que no se marchitan, y en todo lo que hacen, prosperan.

    Los sabios atesoran conocimiento…

    (Proverbios 10:14)

    CUATRO

    Cómo llevar la Escritura a la imaginación

    L a semana pasada, terminé de leer la biografía de un hombre que pasó varios años en un campamento de prisioneros de guerra en el norte de Vietnam. Era un golfista ávido, y todas las tardes, jugaba 18 hoyos en su mente. Utilizando un palo, caminaba por su pequeña celda, balanceando los brazos lo mejor que podía. Se imaginaba que entraba en el carrito de golf e iba traqueteando hasta el próximo hoyo. Visualizaba cada swing de cada hoyo. Cuando por fin regresó a su hogar, retomó su juego como si nunca lo hubiera interrumpido.

    Todo esto demuestra el poder de la meditación, el potencial de la visualización y la verdad del proverbio: «Como [el hombre] piensa dentro de sí, así es» (Prov. 23:7).

    ¿Quién creó nuestro cerebro con una complejidad tan increíble? ¿Quién nos dio la capacidad de pintar frescos en las paredes de nuestra mente? ¿Quién hizo la imaginación?

    No soy un defensor de la filosofía que reza: «Si puedes pensarlo y creerlo, lo recibirás». No es así de automático ni ingenuo. Pero el Señor sí quiere que contemplemos Su Palabra en nuestra mente, utilizando todos los poderes mentales que nos otorgó. La mente es una obra maravillosa del genio creativo de Dios. Procesa el pensamiento, pero también puede visualizar e imaginar. Los sueños y las fantasías de nuestra naturaleza caída suelen dañarnos, pero hay un tremendo poder en el uso santificado de la imaginación y la visualización.

    Memorizar la Escritura nos permite practicar la contemplación espiritual. En Mateo 22:37, Jesús dijo que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente.

    «Y renovaos en el espíritu de vuestra mente» (Ef. 4:23, RVR1960, énfasis añadido aquí y en los versículos siguientes).

    «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado» (Isa. 26:3, RVR1960).

    «Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús» (Fil. 2:5, DHH).

    «Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra» (Col. 3:2, DHH).

    «Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz» (Rom. 8:5-6).

    «Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio» (2 Tim. 1:7, DHH).

    «Así que preparen su mente para actuar y ejerciten el control propio. Pongan toda su esperanza en la salvación inmerecida que recibirán cuando Jesucristo sea revelado al mundo» (1 Ped. 1:13, ntv).

    Y Romanos 12:2 (NTV) nos enseña a ser transformados mediante la renovación de nuestra manera de pensar.

    La manera más sencilla de implementar estos preceptos es imprimiendo la Palabra de Dios en las vallas de nuestra alma. Piensa en la mano misteriosa que escribió el mensaje aterrorizador de condenación y destrucción en las paredes del palacio de Belsasar en Daniel 5. La misma mano puede escribir un mensaje vivificante, positivo y esperanzador en las paredes de nuestro intelecto cuando memorizamos las Escrituras.

    En Colosenses 3:16, el apóstol Pablo nos insta a permitir que la Palabra de Dios habite abundantemente en nosotros, y en el Antiguo Testamento, el Señor prometió: «Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (Jer. 31:33, RVR1960).

    Mira esta traducción de Deuteronomio 6:4-7: «¡Escucha, pueblo de Israel! Nuestro único Dios es el Dios de Israel. Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales. Apréndete de memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado, y repítelas a tus hijos a todas horas y en todo lugar» (TLA).

    Deuteronomio 11:18 afirma: «Apréndanse de memoria estas enseñanzas, y mediten en ellas» (TLA). Y el Salmo 119:11 declara: «En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti».

    Memorizar las Escrituras nos permite mantener nuestro equilibrio mental y la vitalidad espiritual. Podemos ver los pasajes bíblicos en nuestra mente, imaginar las escenas, escuchar las palabras como si nos las dijeran, haciéndolas rodar en nuestra mente como calcetines en un lavarropas. Somos transportados a los verdes pastos, a las aguas cristalinas, a las tormentas en Galilea, a las colinas de Judea, las cárceles romanas, las calles de oro, y al mismo trono de Dios.

    Una noche, estaba preocupado por un ser querido. Decidí dormir un poco, ya que quedarme despierto toda la noche no ayudaría a mejorar la situación; me dejaría exhausto al día siguiente, e iba a necesitar nuevas fuerzas para enfrentar el problema. No podía relajarme en la cama, pero pensé que quizás podría descansar en el sofá, si tan solo lograba controlar mis pensamientos desenfrenados. No obstante, mi mente no cooperaba; imaginaba lo peor y visualizaba todas las posibilidades más terribles. Finalmente, decidí maltratar mis pensamientos, obligándolos a ir en otra dirección. Mientras daba vueltas en el sofá, comencé a repetir el Salmo 23, el cual había memorizado años antes.

    El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. Él restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre. Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo. . .

    Cuando llegué al final, comencé otra vez desde el principio. Mi mente comenzó a visualizar esos verdes pastos, a ver y a sentir al buen Pastor, a experimentar Su presencia en el valle oscuro, a proclamar Sus promesas de bien y misericordia.

    A medida que mi mente se relajó, mi cuerpo también lo hizo, y pude dormir. Más tarde, pensé: ¿Qué habría sucedido si no supiera el Salmo 23? ¿Y si no me hubieran guiado a memorizarlo cuando estaba en segundo grado? ¿Qué habría hecho? ¿A quién habría acudido?

    Muchos me han contado que experimentaron la misma paz mientras contemplaban el Salmo 23 palabra por palabra, y justo hoy leí en un periódico sobre un hombre que, durante un tiempo de profunda tribulación, citó mentalmente 100 veces el Salmo 23 en un día.

    Memorizar las Escrituras es nuestra herramienta más poderosa para cambiar nuestros hábitos de pensamiento, y las verdades de la Palabra de Dios que interiorizamos mantienen nuestra salud mental. Es el mayor secreto que conozco para la resistencia personal. La memorización moldea nuestros pensamientos, y nuestros pensamientos forman nuestras vidas; porque como pensamos en nuestro corazón, así somos.

    Alguien me dijo una vez que memorizar la Escritura acelera el proceso de transformación en nuestra vida. Es como un aditivo especial que aumenta exponencialmente la eficacia de la santificación. Al interiorizar versículos bíblicos, estamos integrando los pensamientos de Dios a nuestra lógica consciente, subconsciente e inconsciente.

    No sé tú, pero eso es lo que yo necesito todo el tiempo.

    … pónganse a pensar seriamente en quién es Jesús…

    (Hebreos 3:1, TLA)

    CINCO

    El punto de partida: Pensar seriamente

    H ans Hugenberg era considerado el horticultor y paisajista más creativo de Italia. Sus jardines formales embellecían algunas de las fincas más exclusivas del país; y durante dos décadas, sirvió como el principal asesor privado del gobierno italiano, proporcionando un costoso consejo sobre temas que iban desde el diseño de los parques nacionales hasta la disposición de las residencias oficiales.

    Hans era un maestro que se lamentaba solo de una cosa; no tener jardín propio. Adornaba los jardines de la nación, pero él vivía en un departamento sin demasiada superficie, porque viajaba todo el tiempo, apostaba demasiado, bebía en forma excesiva, y estaba muy ocupado como para tener otra cosa más grande que un apartamento de seis habitaciones en Milán.

    Hans se retiró de la vida profesional a los 49 años de edad para dedicarse a descansar en su nueva casa. Compró una villa a 43 kilómetros de Roma. Era un pequeño palazzo cerca de una carretera rural, con un jardín pintoresco en la parte de atrás. Sin embargo, el jardín se había desbordado, estaba lleno de roedores y plagado de malezas. Había sido descuidado y necesitaba el toque de una mano maestra.

    Hans sabía qué hacer. El jardín necesitaba un punto focal, una pieza central. Viajó a Nápoles, Florencia y Torino, visitando a los escultores que más admiraba. Por fin, en Venecia, en la tienda de su viejo amigo Francesco, encontró lo que había estado buscando. Era una estatua de tres metros (diez pies) de alto de Jesucristo, en el momento de la ascensión. Hans transportó la estatua a su jardín, donde limpió los escombros, colocó los cimientos y ubicó la pieza en el centro. Comenzó a diseñar el jardín alrededor de la estatua. Cada árbol y flor fue seleccionado para mantener la proporción particular y la uniformidad creados por la imagen del Jesús ascendente. Cada línea y diseño llevaba la vista a las manos elevadas y a los ojos de Cristo que miraban hacia abajo … todo esto se hizo para deslumbrar la centralidad de Cristo.

    Jesucristo era la pieza central sobre la cual giraba el jardín.³

    Esa también es la clave para nuestros jardines mentales. Lejos de Cristo, nuestros pensamientos se vuelcan al mal, llenos de fantasías impuras, actitudes dañinas y motivaciones descarriadas. Pero cuando le entregamos el dominio de nuestras vidas a Jesús, Él comienza a transformar nuestras mentes y a cultivar santidad y felicidad. Nuestras mentes se transforman en Su jardín, centradas en Él y sembradas con los bulbos de la Biblia y las semillas de la Escritura.

    Después de todo, el cerebro humano es posiblemente el pináculo de la creación de Dios, la invención más increíble en Su universo. Es una supercomputadora fabulosa y llena de vida, con un indescifrable sistema de circuitos y una complejidad inimaginable; una colección de miles de millones de neuronas, cada una tan compleja como una pequeña computadora… es como tener 100.000 millones de computadoras dentro del cráneo. Y además, están todas interconectadas. Un científico afirmó que la cantidad de conexiones dentro del cerebro humano compite con la cantidad de estrellas y galaxias en el universo entero.

    A veces me pregunto si, en mi caso, algunas de esas conexiones hacen cortocircuito. Me siento confundido, tomo malas decisiones, me olvido de compromisos importantes, doy malos consejos y dejo entrar influencias impuras o desalentadoras. Nuestros pensamientos nos meten en más problemas que una bolsa llena de demonios. Cuando hablamos de más, cedemos a la tentación o reaccionamos de

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