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100 poemas
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Libro electrónico379 páginas3 horas

100 poemas

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Con la concesión del Premio Nobel en 1995 se reconocía una de las aventuras poéticas más arriesgadas y logradas del siglo XX: la de Seamus Heaney. Su obra abordó el abandono de los enclaves rurales, la difícil adaptación a un entrono urbano cada vez más aséptico, y las presiones que la política (y la violencia) ejercen sobre el hombre contemporáneo. Heaney barajó durante años preparar una selección de sus poemas que fuese representativa de su extensísima obra, un libro que sirviese de introducción a su mundo, al tiempo que contendría la médula de su legado. Murió sin rematar la selección, pero dejó indicaciones para orientar a sus descendientes, quienes también contaban con el testimonio de la palabra viva de Heaney sobre sus poemas favoritos, aquellos que consideraba sus logros superiores. El resultado es 100 poemas, un viaje que va desde las impresionantes descripciones del campo irlandés hasta las últimas meditaciones inspiradas por la sabiduría acumulada a lo largo una vida entera de observaciones y reflexión. La antología definitiva sobre uno de los pocos poetas del siglo XX que merecen el adjetivo de “imprescindibles”.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 mar 2019
ISBN9788490655542
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    100 poemas - Seamus Heaney

    Seamus Heaney

    100 poemas

    Traducción

    Andrés Catalán

    ALBA

    Nota de la familia

    La idea que hay detrás de esta colección de cien poemas no es nueva. Mi padre había contemplado un libro así, especialmente durante los últimos años, y había llegado incluso a planteárselo a su editor y a algunos confidentes. Le atraía la noción de una selección «reducida» y a pesar de que había seleccionado y editado sus Poemas escogidos 1965-1975, Nuevos poemas escogidos 1966-1987 y Campo abierto: poemas 1966-1996 –además de muchas ediciones de traducciones– no existía ningún volumen que representara todo el recorrido de su carrera, desde el primer libro al último.

    Ahora, a punto de cumplirse cinco años de su muerte, nosotros, sus familiares más cercanos, hemos recuperado esa idea. Por su propia naturaleza es una selección diferente de la que habría hecho papá... o un editor independiente, en todo caso. Tomamos la decisión de basarnos en los doce libros originales (con dos excepciones) y dejar aparte sus traducciones de Sweeney Astray, Beowulf y demás. Incluye muchos de sus poemas más queridos y célebres, así como otros que eran los que prefería leer y que evocan esa voz tan añorada. Sin embargo, hay también algunas elecciones que tienen una particular resonancia para cada uno de nosotros: evocaciones de amigos fallecidos; recuerdos de lejanas vacaciones; objetos conocidos del hogar familiar. Cada uno de nosotros –mi madre Marie, mis hermanos Michael y Christopher, y yo– nos enfrentamos a la tarea armados con la memoria de toda una vida, nadie tanto como mi madre, que tuvo que elegir entre un tesoro de poemas amorosos que abarca cincuenta años. Resulta tal vez inevitable que la selección resultante esté impregnada de los recuerdos personales de la vida que compartimos.

    Esperamos no obstante que todo el mundo encuentre aquí algo que apreciar o que le sorprenda: que un recién llegado disfrute leyendo estos poemas por primera vez y que el devoto veterano pueda redescubrir uno de sus poemas favoritos olvidados o simplemente volver a escuchar la voz poética a medida que cambia y madura a lo largo de los años. Sin duda muchos lectores acudirán a este libro con sus propios recuerdos y asociaciones: de momentos en los que un poema les ayudó a señalar un instante de dicha, quizás, o les ofreció un consuelo.

    Finalmente, en lugar de ser un volumen «in memoriam», esta recopilación pretende ser una celebración de la extraordinaria persona que nos entregó estos poemas. Él mismo dijo una vez que había empezado a pensar que la vida era «una serie de ondas que se ensanchan desde un núcleo original»; esperamos que este libro sirva como recordatorio de la fuerza y la vitalidad de su obra y sea testimonio de su vida futura, que sigue prolongándose con cada nuevo lector.

    Catherine Heaney

    100 poemas

    Digging

    Between my finger and my thumb

    The squat pen rests; snug as a gun.

    Under my window, a clean rasping sound

    When the spade sinks into gravelly ground:

    My father, digging. I look down

    Till his straining rump among the flowerbeds

    Bends low, comes up twenty years away

    Stooping in rhythm through potato drills

    Where he was digging.

    The coarse boot nestled on the lug, the shaft

    Against the inside knee was levered firmly.

    He rooted out tall tops, buried the bright edge deep

    To scatter new potatoes that we picked

    Loving their cool hardness in our hands.

    By God, the old man could handle a spade.

    Just like his old man.

    My grandfather cut more turf in a day

    Than any other man on Toner’s bog.

    Once I carried him milk in a bottle

    Corked sloppily with paper. He straightened up 

    Cavando

    Descansa entre índice y pulgar la gruesa

    estilográfica; ceñida igual que un arma.

    Bajo la ventana, un nítido chirrido

    al hundirse la pala en la grava del suelo:

    mi padre cava. Le observo desde arriba

    hasta que entre los arriates la esforzada grupa

    baja, se yergue a veinte años de distancia

    inclinándose rítmicamente por los surcos

    de patatas en los que cavaba.

    La burda bota apoyada en el canto hacía

    palanca con el mango apoyado en la corva.

    Arrancaba de raíz los tallos altos, hundía bien el filo

    para desparramar las patatas nuevas que recogíamos

    y cuya fría dureza nos gustaba sentir entre las manos.

    Por Dios, sí que sabía mi viejo manejar una pala.

    Tan bien como su viejo.

    Mi abuelo cortaba más turba en un día

    que ningún otro en el tremedal de Toner.

    Una vez le llevé una botella de leche

    tapada torpemente con papel. Se incorporó 

    To drink it, then fell to right away

    Nicking and slicing neatly, heaving sods

    Over his shoulder, going down and down

    For the good turf. Digging.

    The cold smell of potato mould, the squelch and slap

    Of soggy peat, the curt cuts of an edge

    Through living roots awaken in my head.

    But I’ve no spade to follow men like them.

    Between my finger and my thumb

    The squat pen rests.

    I’ll dig with it. 

    para beber, después volvió a ponerse

    a cortar y sajar con esmero, arrojando terrones

    por encima del hombro, buscando más y más

    abajo la turba buena. Cavando.

    Me vienen a la cabeza el frío olor del moho

    de las patatas, el chapoteo y los golpes de la turba

    empapada, los secos tajos de un filo cercenando raíces frescas.

    Pero no tengo pala con la que seguir a hombres como ellos.

    Descansa entre índice y pulgar la gruesa

    estilográfica.

    Cavaré con ella.

    Death of a Naturalist

    All year the flax-dam festered in the heart

    Of the townland; green and heavy-headed

    Flax had rotted there, weighted down by huge sods.

    Daily it sweltered in the punishing sun.

    Bubbles gargled delicately, bluebottles

    Wove a strong gauze of sound around the smell.

    There were dragonflies, spotted butterflies,

    But best of all was the warm thick slobber

    Of frogspawn that grew like clotted water

    In the shade of the banks. Here, every spring

    I would fill jampotfuls of the jellied

    Specks to range on window-sills at home,

    On shelves at school, and wait and watch until

    The fattening dots burst into nimble-

    Swimming tadpoles. Miss Walls would tell us how

    The daddy frog was called a bullfrog

    And how he croaked and how the mammy frog

    Laid hundreds of little eggs and this was

    Frogspawn. You could tell the weather by frogs too

    For they were yellow in the sun and brown

    In rain.

    Then one hot day when fields were rank

    With cowdung in the grass the angry frogs

    Invaded the flax-dam; I ducked through hedges

    Muerte de un naturalista

    Durante el año la balsa del lino se enconó

    en el corazón del pago; verde y granado el lino

    se pudría allí, lastrado por terrones gigantescos.

    Se achicharraba a diario bajo un sol de justicia.

    Burbujas delicadamente gorgoteadas, las moscardas

    tejían una tupida gasa de sonido en torno del olor.

    Había libélulas, mariposas moteadas,

    pero lo mejor de todo era la espesa baba tibia

    de huevas que crecía como un agua coagulada

    a la sombra de la orilla. Todas las primaveras

    solía llenar hasta arriba tarros de jalea con los granos

    gelatinosos y los alineaba en los alféizares de casa,

    en los estantes del colegio, y esperaba y vigilaba hasta que

    los puntos engordados estallaban en forma de ágiles

    renacuajos. La señorita Walls nos explicaba

    que a la rana papá se la denominaba rana toro

    y que croaba y que la rana mamá ponía

    cientos de huevecillos y que esto eran las huevas

    de rana. Con las ranas además podía predecirse el tiempo

    pues eran amarillas si hacía sol y marrones

    si llovía.

    Entonces un día de calor cuando los campos hedían

    a hierba llena de estiércol las ranas enfadadas

    invadieron la balsa del lino; yo me adentré en los setos 

    To a coarse croaking that I had not heard

    Before. The air was thick with a bass chorus.

    Right down the dam gross-bellied frogs were cocked

    On sods; their loose necks pulsed like sails. Some hopped:

    The slap and plop were obscene threats. Some sat

    Poised like mud grenades, their blunt heads farting.

    I sickened, turned, and ran. The great slime kings

    Were gathered there for vengeance and I knew

    That if I dipped my hand the spawn would clutch it.

    agachado hacia un burdo croar que no había oído

    nunca. El aire lo llenaba un coro de bajos.

    Allí en la balsa las ranas barrigudas se alzaban en los terrones,

    los cuellos fofos hinchados como velas. Algunas saltaban:

    los golpes y chapoteos eran obscenas amenazas. Otras eran

    como granadas de fango, pedorreando por sus chatas cabezas.

    Me dio asco, me di la vuelta y corrí. Los grandes reyes del limo

    se habían reunido allí por venganza y yo era consciente

    de que si sumergía la mano las huevas la agarrarían.

    Blackberry-Picking

    For Philip Hobsbaum

    Late August, given heavy rain and sun

    For a full week, the blackberries would ripen.

    At first, just one, a glossy purple clot

    Among others, red, green, hard as a knot.

    You ate that first one and its flesh was sweet

    Like thickened wine: summer’s blood was in it

    Leaving stains upon the tongue and lust for

    Picking. Then red ones inked up and that hunger

    Sent us out with milk cans, pea tins, jam pots

    Where briars scratched and wet grass bleached our boots.

    Round hayfields, cornfields and potato drills

    We trekked and picked until the cans were full,

    Until the tinkling bottom had been covered

    With green ones, and on top big dark blobs burned

    Like a plate of eyes. Our hands were peppered

    With thorn pricks, our palms sticky as Bluebeard’s.

    We hoarded the fresh berries in the byre.

    But when the bath was filled we found a fur,

    A rat-grey fungus, glutting on our cache.

    The juice was stinking too. Once off the bush

    En busca de moras

    Para Philip Hobsbaum

    A finales de agosto, tras toda una semana

    de aguaceros y sol, las moras maduraban.

    Al principio una sola, un lustroso coágulo morado

    entre otras, rojas, verdes, duras como una piedra.

    Te comías esa primera y la pulpa era dulce

    como un vino espeso: era la sangre del verano

    que te dejaba la lengua manchada y ganas

    de más. Luego se entintaban las rojas y esas ansias

    nos hacían ir con lecheras, con latas de guisantes, con tarros

    a donde las zarzas arañaban y la hierba húmeda nos desteñía las botas.

    Alrededor de henares, maizales y campos de patatas

    pateábamos y rebuscábamos hasta llenar los cubos,

    hasta que el fondo tintineante se cubría

    con las verdes, y encima ardían oscuros goterones

    como un plato de ojos. Teníamos las manos acribilladas

    de espinas, pegajosas las palmas como las de Barbazul.

    Almacenábamos en la tenada las bayas frescas.

    Pero al llenar la pileta encontramos una pelusa,

    un hongo de un gris como de rata, inundando nuestro alijo.

    El zumo además apestaba. Una vez lejos del arbusto 

    The fruit fermented, the sweet flesh would turn sour.

    I always felt like crying. It wasn’t fair

    That all the lovely canfuls smelt of rot.

    Each year I hoped they’d keep, knew they would not.

    la fruta fermentaba, la dulce pulpa se agriaba.

    Me entraban siempre ganas de llorar. No era justo

    que todos los estupendos botes olieran a podrido.

    Cada año esperaba que aguantaran, sabiendo que no lo harían.

    Follower

    My father worked with a horse-plough,

    His shoulders globed like a full sail strung

    Between the shafts and the furrow.

    The horses strained at his clicking tongue.

    An expert. He would set the wing

    And fit the bright steel-pointed sock.

    The sod rolled over without breaking.

    At the headrig, with a single pluck

    Of reins, the sweating team turned round

    And back into the land. His eye

    Narrowed and angled at the ground,

    Mapping the furrow exactly.

    I stumbled in his hobnailed wake,

    Fell sometimes on the polished sod;

    Sometimes he rode me on his back

    Dipping and rising to his plod.

    I wanted to grow up and plough,

    To close one eye, stiffen my arm.

    All I ever did was follow

    In his broad shadow round the farm.

    Seguidor

    Mi padre trabajaba con un arado romano,

    los hombros como una vela henchida

    atada entre el surco y las estevas.

    Los caballos tiraban al chascar la lengua.

    Un experto. Ajustaba la telera y encajaba

    la reluciente reja de afilado acero.

    La tierra se volcaba sin romperse.

    En el cabecero, con una sacudida

    de las riendas, el sudoroso tiro giraba

    y regresaba al campo. Entrecerrando

    un ojo sin apartarlo del terreno,

    trazaba con precisión los surcos.

    Yo tropezaba en

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