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El Gran Pequeño León: La pérdida de un Tesoro
El Gran Pequeño León: La pérdida de un Tesoro
El Gran Pequeño León: La pérdida de un Tesoro
Libro electrónico102 páginas1 hora

El Gran Pequeño León: La pérdida de un Tesoro

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Información de este libro electrónico

Toby estaba estancado en una rutina de horror. Su vida, de alguna forma, le resultaba díficil. Era el juguete rompible de un abusador, más conocido como Koko o El León más Grande la Escuela; el hazmereir de la Reserva Natural; el león adolescente más "incompetente" en la Escuela de Cazadores y el león menos sociable de la historia.

Pero con la llegada de la tigresa Sasá como nueva estudiante, la vida de Toby estaba a punto de tomar un giro. Y Sasá estaba dispuesta a darle el ligero empujón que él necesitaba. Lo que significaba que Toby debía romper su rutina y salir a enfrentear el mundo por su cuenta. Debía adquirir habilidades, tanto físicas como mentales, para que ese cambio se llevara a cabo y convertirse en el Gran León que siempre ha sido.

¿Toby habrá podido superar sus obstaculos? O ¿Seguirá siendo víctima de sus propias circunstancias?

IdiomaEspañol
EditorialAstrid Orozco
Fecha de lanzamiento25 dic 2018
ISBN9780463365458
El Gran Pequeño León: La pérdida de un Tesoro
Autor

Astrid Orozco

Astrid Orozco comenzó a escribir novelas desde el 2012. Publicó su primer libro El Gran Pequeño León en el 2018.Ella tiene una página web donde abarca temas de superación personal, frases y reseñas de libros, poemas y artículos relacionados con la Salud Mental.Para más información visita: www.astridorozco.com

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    El Gran Pequeño León - Astrid Orozco

    Érase una vez…

    Perder la propia identidad y ser consciente de ello es algo aterrador.

    Se suelen buscar las respuestas más relevantes sobre uno mismo por fuera.

    Me doy cuenta que no hay que ir lejos;

    pero sí profundo.

    Érase una vez, un pequeño león, llamado Toby, de una tierra muy lejana, hermosa y llena de vida.

    Nació en La Gran Reserva Natural y vivió junto a sus padres Lennox y Aba, su hermano mayor Yuyo, y otros miles de animales salvajes. Pero una cerca de metros de altura y kilómetros de longitud, los separaba de la villa porque la reserva había sido reducida por sus habitantes. Una parte estaba protegida y la otra, tratada de cientos formas posibles, probando que el humano es incapaz de equilibrar el hallazgo de su bien propio, sin afectar el de otros.

    Era un día muy común en su vida. Jugaba a escondidas con sus únicos amigos que su padre consideraba que un león de su clase, no debía tener. Desafortunadamente para Lennox, la familia de Pino y Reggy habían construido su madriguera a metros de la suya.

    Faltaban pocos minutos para que Toby y su familia se mudaran lejos del 'Desierto'. Un desierto lleno de animales que Lennox pensaba, poco o nada interesantes a estar más cerca de un mejor paisaje. Lleno de animales de todo tipo y, en mayoría, a su altura. A la altura de uno de los cazadores y guardianes más conocidos que protegían La Reserva con la fuerza de sus garras y colmillos. Tal y como lo había hecho Zekúm, el héroe y la leyenda antes de morir.

    — ¡Toby! ¡Toby!—Yuyo interrumpió el juego de su hermano en la lejanía.

    Él trataba de descubrir en cuales de los diez hoyos, estaban escondidos sus amigos erizos. Le era fácil adivinar porque cada uno tenía su propia esencia y aunque intentaban hacerle trampa, él escuchaba sus pasos cada vez que cambiaban de lugar.

    Toby sintió tristeza, pues supo que era momento de despedirse, sin saber si era por siempre o solo por un tiempo. De inmediato, él deseó no tener que mudarse para no tener que despedirse de sus dos grandes pequeños amigos. No sabía ni qué decir, ni qué hacer, ni por qué era tan complicado decir o hacer algo.

    — ¡Toby!—Yuyo lo gritó y él se asustó, sacándolo de su mundo interior.

    — ¡Ya voy!—le respondió a su hermano algo acelerado. Luego, le añadió a los erizos como en una disculpa—Debo irme.

    Sus salieron de sus hoyos, justo en los que Toby sabía que estaban escondidos. Sus miradas mostraron que no tenían idea qué decir tampoco.

    Después de un rato de silencio.

    —Aquí estás—murmuró Yuyo brevemente aliviado. Luego añadió molesto—Date prisa. Papá llegará en cualquier momento y no querrás verlo enojado.

    —Adiós Toby—dijo Reggy.

    —Adiós chicos—respondió él, resignado.

    —Buena suerte— Pino añadió y se sintió incómodo con la presencia de Yuyo que siempre pensó que era intimidante porque él era parecido a su padre: grande y fuerte, y con una actitud indiferente (no en todo).

    — Adiós— Yuyo dijo y se marchó con su hermano, dejando a los erizos sorprendidos por su repentina amabilidad.

    Cuando Yuyo y Toby llegaron a la madriguera, su padre ya estaba en ella, pero no se veía enojado como esperaban al entrar. Se veía ansioso y emocionado por marcharse de aquel lugar. Pareció que ni la desobediencia de sus hijos iba a amargar su buen humor.

    — ¿Listos?—les preguntó Lennox.

    —Sí papá—respondieron al unísono.

    Luego miró a Aba, esperando su respuesta. Ella asintió pero no estaba feliz.

    —Entonces...no perdamos más tiempo ¡Emigremos!—exclamó, con su tono de autoridad habitual.

    Mientras dejaban atrás su hogar, Toby estaba viéndolo por primera vez. Sí era un desierto solitario y, aun así, era de lo más extraño de hallar. Había montañas con prados verdes y decenas de árboles con abundantes hojas que se iluminaban con los tonos anaranjados que brindaban los rayos del amanecer o atardecer. Era un lindo e imperfecto desierto.

    Luego, se intimidó por la forma en que algunos animales los observaban mientras se marchaban y en que otros huían y se escondían con el miedo grabado en sus ojos.

    Era temporada de invierno y las gotas de lluvia no dejaban de caer. Los cuatro tuvieron que maniobrar para poder atravesar los pantanos y charcos que se formaron en el camino. Ellos estaban vueltos una nada debido al lodo. Estaban incómodos durante la travesía; ya que del agua solo les gustaba cuando saciaba su sed.

    Toby tenía seis meses, era pequeño (incluso para su edad) y uno de los pantanos superaba su tamaño. Lennox lo llevó en su espalda mientras soportaba en silencio, esas pequeñas y filosas garras que se sostenían con firmeza, y a la vez, se quejaba en voz alta, culpando a Aba por no haberse mudado antes, esperando que su cachorro creciera un poco.

    —Te dije que esperáramos a que pasara el invierno—Aba se defendió malhumorada.

    —Y yo te dije que no iba a esperar más tiempo—dijo Lennox, exasperado.

    —Pues debiste hacerlo. Viajar en estas condiciones, es peligroso e incómodo y es obvio que te molesta más que a mí…más que a nosotros—añadió al ver a sus hijos.

    Toby jamás había visto a sus padres discutir. De hecho, era inusual que lo hicieran. La mayoría de las veces, se hacía lo que Lennox decía y no había quien dijera o hiciera lo contrario, él era el líder de esa manada y, aparentemente, estaban de acuerdo con ello.

    De alguna manera, Toby se sintió culpable; ya que las palabras que decía su padre, llegaban a él. Palabras, indirectamente, directas. No dejo de pensar que era la razón principal de aquella sensación de incomodidad que sentían todos, afectándolos de formas distintas.

    Toby no supo por qué. Si por haberlo deseado con vehemencia o por acontecimientos inefables del clima; pero la lluvia se detuvo instantáneamente

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