Los rendidos. Sobre el don de perdonar
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“La naturaleza de este documento es algo indefinida. Por su forma agrupa relatos cortos, a media carrera entre reflexiones y apuntes biográficos de una época de violencia. Llamémoslos textos de no-ficción, sencillos, para no enrarecer más el entreverado campo de la memoria. Sin embargo su contenido no es arbitrario. Da vueltas sobre diferentes dimensiones relacionadas con mi condición: ser hijo de padres que militaron en el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso…”, así presenta el autor sus escritos y reflexiones sobre la época del conflicto armado interno en el Perú.
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Los rendidos. Sobre el don de perdonar - José Carlos Agüero
José Carlos Agüero
LOS RENDIDOS
Sobre el don de perdonar
76522.pngSerie: Lecturas contemporáneas, 20
©IEP Instituto de Estudios Peruanos
Horacio Urteaga 694, Lima 11
Telf.: (51-1) 332-6194/424-4856
www.iep.org.pe
© José Carlos Agüero
ISBN (Edición impresa): 978-9972-51-497-5
ISSN: 1026-2699
ISBN (Edición digital): 978-9972-51-496-8
Editado en Perú
Primera edición impresa: febrero de 2015
Primera edición digital: febrero de 2015
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2015-03072
Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 11501131500285
Fotografía de carátula: José Carlos Agüero
Diagramación de interiores y
Diseño de carátula: Gino Becerra
Cuidado de edición: Odín del Pozo
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio sin permiso del Instituto de Estudios Peruanos.
Agüero, José Carlos
Los rendidos. Sobre el don de perdonar.Lima, IEP, 2015. (Lecturas Contemporáneas, 20)
1. VIOLENCIA POLÍTICA; 2. ENSAYOS; 3. MEMORIA; 4. SENDERO LUMINOSO; 6. VÍCTIMAS; 7. ESTIGMA; 8. CULPA; 9. PERÚ
W/19.02.06/L/20
A la memoria de
Silvia Solórzano Mendívil (1945-1992) y José Manuel Agüero Aguirre (1948-1986)
El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.
Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.
Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector.
Roberto Juarroz
Contenido
SOBRE ESTOS TEXTOS
I. Estigma
II. Culpa
III. Ancestros
IV. Cómplices
V. Las víctimas
VI. Los rendidos
COLOFÓN: Expresiones de lo íntimo y condiciones de lo público. Una lectura de Los rendidos
Bibliografía
Sobre estos textos
La naturaleza de este documento es algo indefinida. Por su forma agrupa relatos cortos, a media carrera entre reflexiones y apuntes biográficos de una época de violencia. Llamémoslos textos de no-ficción, sencillos, para no enrarecer más el entreverado campo de la memoria.
Sin embargo su contenido no es arbitrario. Da vueltas sobre diferentes dimensiones relacionadas con mi condición: ser hijo de padres que militaron en el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso[1] y que murieron en ese trance, ejecutados extrajudicialmente.
Largo tiempo llevo escribiéndolos, años. Algunos relatos los compartí en un blog personal, de esos que brindan la falsa impresión de que existes para algún otro que puede leerte.[2] Allí publiqué
los que eran menos patéticos o me parecía que no generarían demasiadas preguntas. Inútil precaución ante textos que en realidad pasaron desapercibidos.
La mayoría los fui guardando en una carpeta de mi computadora, sin saber si llegaría a compartirlos ni cómo lo haría. En algún momento pensé en sintetizarlos, darles otra forma y reescribirlos con rigor académico. Pero abandoné esta idea. Hay quienes pueden hacerlo con mayor talento. No me sentí cómodo. Reconozco que tampoco capaz.
Pero sí quería compartir, usando un lenguaje que me es familiar y que por ello, siento más personal, algo que para mí es importante y que quizá pueda servir para algo y para algunos.
Por el modo en que se han ido produciendo estos textos se dejarán sentir reiteraciones, también contradicciones o ideas a medio formular. Pero esa es la forma real de este libro. No hay propuestas acabadas, solo aproximaciones que con el tiempo también se han ido modificando. Posiblemente no, esclareciendo.
Este libro está escrito desde la duda y a ella apela. No tiene el ánimo de confrontar las verdades predominantes sobre la guerra interna y las ideas sobre los "terroristas" desde alguna otra versión monolítica, ni otorgar una visión de parte, o proponer una justificación de la violencia apelando a lo complejo de la experiencia de los sujetos para relativizar sus culpas.
Pero nadie escribe en vano, aunque no escriba desde la claridad. Creo que hay experiencias que no tienen el valor de salvar a sus portadores de la reprobación, pero que al compartirlas sí pueden tener efectos hacia afuera, morales y políticos, que ayudan a hacer visible lo que se quiere dejar de lado y a desestabilizar los pactos a veces inconscientes con los que damos por natural nuestra realidad, nuestra historia de la guerra y su proyección en el orden del presente.
Entonces puede valer la pena re-mirar a los culpables, a los traidores, a los criminales, a los terroristas, y por contraste también a los héroes, a los activistas, a los inocentes y quizá a los que no son nada, a los espectadores, los que creen que son el público pasivo en este drama. Y revisar nuestro lenguaje, ¿puede este ejercicio tener consecuencias sobre nuestra propia mirada, nuestros recuerdos o el modo en que los hemos construido? No lo sé.
Lo que sí sé es que escribo porque creo que a otros que han vivido situaciones parecidas, que son hijos de terroristas o que, más directamente, han militado en organizaciones subversivas y han sobrevivido, puede servirles que se hable de estos temas fuera de la intimidad de los hogares. Porque hay mucha gente que quizá quiere decir algo, pero tiene menos oportunidad, que está en una situación menos favorable que la mía para hacerlo.
No pretendo representar a nadie. Al escribir lo hago con una única regla, procuro ser honesto, lo hago como si escribiera para mí. Como no soy excepcional, entonces espero que haya algunos que encuentren aquí algún reflejo.
Muchas ideas, reflexiones, intuiciones, seguro las más interesantes, no me pertenecen. Se han ido tejiendo en conversaciones con amigos muy queridos a los que no sé si nombrándolos les hago un bien.
Y sin embargo menciono a unos pocos, con su permiso. A Tamia Portugal, que ha acompañado este proceso desde su agudeza y sensibilidad y en muchos momentos, le dio invalorable soporte. No puedo agradecerle con mayor respeto y cariño. A mis colegas del Grupo Memoria,[3] sobre todo a mi camarada Ponciano Del Pino, siempre alentando nuevas formas de visitar los temas que nos comprometen. A mis queridos amigos del Taller de Estudios de Memoria, que me han brindado su respaldo para pensar temas no tan cómodos siempre acompañado.[4] A Marcus Lenzen, que me animó a escribir algunos de estos primeros relatos cuando ambos éramos notablemente más jóvenes. A Francesca Uccelli, porque en el último tiempo me ha renovado la confianza de que vale la pena insistir en este y cualquier intercambio, y que la proximidad, el aprendizaje mutuo y el afecto no pueden nada frente a ninguna distancia. A Goya Wilson, que en un momento clave de duda, llegó a compartirnos sus esfuerzos. Y a Martha Dietrich, por haber escuchado con paciencia en varios inviernos, versiones orales de estas historias, con inteligencia y cariño.
Un agradecimiento especial a Rubén Merino, quien con un breve texto en el colofón contribuye a colocar este libro en contexto, y evitar en lo posible que las miradas se detengan, por mis limitaciones narrativas, en lo anecdótico, lo psicológico o lo meramente testimonial, ayudándome a transmitir que lo personal es el recurso desde el cual hoy encuentro que es más sencillo y legítimo abrir estos temas a lo público.
Gracias a mis hermanos, a los que debo su paciencia y comprensión porque forman parte de este universo y son incomodados por este pasado que no pasa y que por mi hacer, ahora vuelve y se expande hacia los demás.
Y gracias a mis padres, que no son vindicados en este libro, que son recordados para los demás, casi como instrumentos para compartir preguntas y errores. Porque desde este saber endeble, desde esta desposesión de la verdad, tengo la esperanza de que la duda y su modestia puedan invitarnos a abandonar nuestras trincheras y sentir curiosidad por el padecer de los que nos son ajenos e incluso odiados. Porque aunque ajenos, quizá no son necesariamente tan lejanos, quizá un reflejo nuestro y una generación entera mora en esos que son los enemigos.
Las situaciones que se relatan parten de mi conocimiento directo en la mayoría de casos, pues tienen que ver con mi familia o con la forma en que experimenté (y aún experimento) las situaciones que la guerra nos trajo. Otras me han sido contadas por sus protagonistas. No pretendo una reconstrucción fiel de mi propio pasado, porque en parte son recuerdos compartidos, y mis hermanos tienen en algunos casos versiones diferentes o variaciones de lo que acá nos involucra, pero sobre todo, porque los hechos son un punto de partida para compartir un significado y algunos argumentos, y si se puede, reflexionar sobre algo tan elusivo como la subjetividad de las cosas públicas. Se han cambiado nombres y lugares para no involucrar en este develar a nadie que no haya sido consultado.
José Carlos Agüero
I. Estigma
El individuo estigmatizado, ¿supone que su calidad de diferente ya es conocida o resulta evidente en el acto, o que, por el contrario, esta no es conocida por quienes lo rodean ni inmediatamente perceptible para ellos? En el primer caso estamos frente a la situación del desacreditado, en el segundo frente a la del desacreditable.
Erving Goffman
1
Se aprende a convivir con la vergüenza. Tener una familia que para una parte de la sociedad está manchada por crímenes, que es una familia terrorista, es una realidad concreta, como una silla, una mesa o un poema.
La vergüenza se va aprendiendo, se vive de formas muy distintas. Cuando se es niño las cosas son más sencillas pero también más hirientes, porque aún no están todas las defensas preparadas y se es un blanco fácil. ¿Dónde están tus papás? ¿En qué trabajan? No son preguntas difíciles, no son hechas con mala intención, pero incomodan y desarman, duelen, de un modo modesto.
Miras para atrás y piensas: no fue tan difícil. La vergüenza pocas veces fue algo evidente, no hay en el recuerdo rostros rojos ni manos sudorosas ni burlas. Hay sí un sentimiento de ser inferior que ensucia los días. No se puede decir la verdad. No poder usar la verdad es algo que quita nobleza. De niño no lo entiendes con estas palabras, pero lo presientes.
Mis padres están presos, mis padres han sido detenidos, mis padres están escondidos, mis padres están muertos
. Explicaciones imposibles de ofrecer pero que podrían haber generado alivio, para dejar a veces de ocultar y actuar una forma precaria de normalidad. Para poder encajar.
Las cosas mejoran cuando pasan los años. Aprendes a manejar las situaciones. Inventas historias que tienen algo de verdad y mucho de fábula. Raramente, decides contar algo a alguien que se muestra capaz de comprender. Un ir tanteando el entorno para ver si los que preguntan serán duros, o fríos o indiferentes.
La vergüenza no es un sentimiento, es algo real, un mecanismo