Rómulo histórico: La personalidad histórica de Rómulo Betancourt vista en la instauración de la República popular representativa y en la génesis de la democracia moderna en Venezuela
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El propósito expreso de su autor no es el de componer una biografía personal, sino el de contribuir al conocimiento de la personalidad sociopolítica de Rómulo Betancourt, cuya significación –sostiene– será mejor apreciada al enfocársela en el largo período histórico.
Germán Carrera Damas se propuso poner de relieve el rasgo que considera más expresivo de la personalidad histórica de Betancourt, a quien no vacila en denominar padre de la democracia moderna en Venezuela o –como prefiere llamarla– de la democracia a la venezolana. Este rasgo consiste en haber reunido, en el curso de una vida de militancia democrática y de creatividad ideológica, las potencias intelectuales y espirituales requeridas para sintetizar, en el suyo, el pensamiento de quienes –en el país y en el exilio, en Venezuela y en Hispanoamérica– buscaron el camino hacia la libertad, búsqueda en la que persistió hasta llegar a formular las bases doctrinarias y los criterios estratégicos y organizativos necesarios para la fundación de la república liberal democrática en Venezuela.
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Rómulo histórico - Germán Carrera Damas
2008
PARTE I.
Coordenadas iniciales de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt
Que triunfante la revolución deben elevarse a canon los principios democráticos proclamados por ella y conquistados por la civilización, a fin de que los venezolanos entren en el pleno goce de sus derechos políticos e individuales.
«Decreto de Garantías» dictado en Caracas, el 18 de agosto de 1863, por el
GRAL. JUAN CRISÓSTOMO FALCÓN. (Documentos que hicieron historia, 1810-1989, vol. I, p. 572)
Se califican de iniciales las coordenadas respecto de las cuales a Rómulo Betancourt le cupo hacer un papel esencialmente receptivo de sus efectos, aunque esa posición muy pronto se volvió crecientemente contestataria. A partir de su llegada a Venezuela –porque ella fue más que un retorno–, el 6 de enero de 1936, al término de su primer exilio, iniciado el 6 de junio de 1928, las coordenadas de su personalidad histórica reflejaron, en buena parte, su actuación destinada a modificar las iniciales. Cabe subrayar el hecho de que en ambas etapas las coordenadas son tratadas en este ensayo como las percibió y valoró Rómulo Betancourt; no como los estudios posteriores hayan podido establecerlas y valorarlas.
Tiempo histórico en el que se inscribió la personalidad histórica de Rómulo Betancourt
El tiempo histórico inicial en el que se inscribió la fase primaria de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt se corresponde, desde el nacimiento de este, el 22 de febrero de 1908, con la etapa culminante de la dictadura liberal regionalista. El régimen sociopolítico así instaurado, abiertamente despótico y dictatorial, representó la absoluta degradación institucional, política y administrativa de la República liberal autocrática, establecida una vez rota, en 1830, la República de Colombia, alias Gran Colombia, en la cual la República de Venezuela y la República de la Nueva Granada habían sido fusionadas, mediante Ley fundamental, desde el 17 de diciembre de 1819. A partir de la que fue, en realidad, su virtual llegada a Venezuela, la actuación pública de Rómulo Betancourt estuvo dirigida a combatir las secuelas de lo que en carta a Mariano Picón Salas, fechada en el 10 de febrero de 1932, denominó el gomezolato; y la perduración, en las postreras dos etapas de ese régimen sociopolítico, de las coordenadas iniciales en las que él se había desenvuelto. Lo intentó en un escenario de atraso generalizado que, como consecuencia de su reciente articulación con el sistema capitalista moderno, comenzaba a reflejar las repercusiones socioeconómicas y culturales de esa vinculación y entraba a experimentar de manera profunda las repercusiones de los más graves acontecimientos mundiales del siglo XX.
El tiempo histórico venezolano
La comprensión del enrevesado cuadro del que podría denominarse el tiempo histórico venezolano, atendiendo a sus signos de especificidad, reclamaría que se le ubicase, siquiera sumariamente, en la evolución sociopolítica republicana hasta 1928; yendo desde la abolición de la monarquía, en sus diversas fases –absoluta, constitucional y aun republicana–, hasta el establecimiento de la dictadura liberal regionalista, nacida con el siglo XX. Tenida cuenta de que esta última representó la fase degenerativa de la República liberal autocrática, que fuera instaurada luego de ser rota la República de Colombia, alias Gran Colombia. Esa República autocrítica fue, a un tiempo, producto del rechazo argumental –y prolongación real– de la dictadura comisoria de hecho instaurada en 1828 por Simón Bolívar, al ser perpetuada tal dictadura mediante el consiguiente secuestro de la soberanía popular.
Pero, cabe preguntarse si hubo entonces alternativa válida en cuanto a la formación, el ejercicio y la finalidad del Poder Público, dado que era patente la condición monárquica de la población, que habría de ser gobernada por un sector todavía reducido de combatientes por la Independencia; quienes, además, habían abolido la Monarquía a cuyo cobijo se había acomodado esa población desde que José Tomás Boves restauró desde dentro, en 1814, el nexo colonial que fuera estabilizado por Pablo Morillo, comandante del cuerpo de ejército expedicionario arribado de inmediato.
En el curso de esa abigarrada evolución sociopolítica siguió el suyo la democracia. Corrió en las menciones conceptuales primarias, envueltas en la denuncia del despotismo, representado por la monarquía absolutista cuya abolición se halla, expresa, en los términos de las proclamas elaboradas por los conspiradores de La Guaira de 1797; e implícita, en la reivindicación autonomista de 1810, y en la declaración de Independencia de 1811. Culminó su marcha con la instauración del régimen sociopolítico liberal democrático, a partir de 1946; pasando por su inicial planteamiento como aspiración constitucional en 1863; y asomándose en las menciones programáticas de fines del siglo XIX; mas también padeciendo abusos como el de ser invocada, cual principio legitimador, en el montaje de la etapa gomecista de la dictadura liberal regionalista.
El tiempo histórico internacional
El tiempo histórico internacional –en la fase inicial de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt– comprendido, básicamente como el ámbito continental americano y europeo, conformaba un gran escenario sociopolítico; entendido como la red de interacciones en la cual quedaba, más que ubicada, atrapada, Venezuela, si bien casi exclusivamente como contribuyente, dada su ascendente significación como área petrolera, con posterioridad a la Primera Guerra Mundial; y como consecuencia del creciente uso del petróleo para fines energéticos, industriales y militares. Se crearon, de esta manera, las condiciones para que el imperialismo moderno suplantase al colonialismo decimonónico y los cobros compulsivos padecidos por la República hasta comienzos del siglo XX. Si bien estas dos modalidades del traumático relacionamiento con el sistema capitalista en expansión fueron percibidas, hasta la Segunda Guerra Mundial, como un continuo, a partir de ese momento pudieron ser comprendidos e interpretados como fenómenos esencialmente específicos.
Parece razonable enunciar algunos grandes acontecimientos como puntos de referencia relevantes para la comprensión de esta evolución del tiempo histórico venezolano. La Primera Guerra Mundial, caracterizada por el leninismo como una guerra antiimperialista, aportó simultáneamente la primera revelación de la vulnerabilidad socioeconómica de Venezuela y el despertador de su importancia como probable área petrolífera. La Revolución rusa marcó la irrupción de un cambio de fondo en el escenario sociopolítico internacional, inaugurando la doctrina de la revolución mundial, resultante de la confrontación entre el socialismo surgente como proyecto estatal y el capitalismo en su caracterización imperialista leninista. Acentuó el atractivo de Venezuela como potencial área petrolífera la pérdida, para el proceso capitalista, de los yacimientos de Bakú, expropiados por el Estado soviético; a lo que se sumó la nacionalización petrolera mexicana. La expectativa de guerra en Europa, vinculada con la guerra civil española (1936-1939), hizo sonar la alarma sobre la extrema vulnerabilidad de la estructura socioeconómica de la sociedad venezolana.
El gran escenario ideológico-político
El gran escenario ideológico-político estuvo conformado por las repercusiones del reordenamiento de las esferas de influencia resultantes del desenlace de la Primera Guerra Mundial; y de las repercusiones ideológico-políticas de los efectos socioeconómicos de la Gran Crisis de 1929; crisis que tuvo fuertes y perdurables efectos en la Venezuela agropecuaria. En este escenario, el socialismo post-Marx, caracterizado por su alejamiento respecto del humanismo marxista primario, fue progresivamente sacrificado en aras de la teoría política leninista del poder.
La resultante ramificación del socialismo condujo a la generación de respuestas al escenario sociopolítico internacional, representadas por la socialdemocracia, el leninismo, el fascismo, el nacionalsocialismo y el estalinismo. Tanto el estalinismo como el nacionalsocialismo alentaron propósitos de hegemonía mundial, llegando a compartir consignas dirigidas contra el capitalismo y el imperialismo; pero sobresalió el papel desempeñado por la III Internacional comunista en la conformación del escenario político-ideológico mundial, mediante el funcionamiento coordinado de los partidos comunistas y gracias a una intensa actividad propagandística y proselitista que, al contrario, no establecía diferencias entre pueblos ni razas. Por su parte, el nacionalsocialismo hizo valer la emigración alemana, estimulada por la propia crisis alemana, para montar una red de propaganda que daba a conocer el que en términos de hoy bien ha podido ser denominado el milagro alemán, representado por el führer Adolfo Hitler.
El espacio sociohistórico al que correspondieron la dimensión ideológica y la acción histórica iniciales de Rómulo Betancourt
El espacio sociohistórico al que correspondieron la formación ideológica y la acción histórica iniciales de Rómulo Betancourt se ubicó entre 1928 y 1935. A partir de su llegada a Venezuela, el 6 de enero de 1936, vale recordarlo, las coordenadas iniciales de su personalidad histórica reflejaron el impacto de su afinada y enriquecida visión del escenario venezolano, y las vicisitudes de su actuación política dirigida a modificar dichas coordenadas, hasta el punto de inducirlo a reformular su teoría de la revolución fraguada durante el exilio.
El espacio sociohistórico nacional
El espacio sociohistórico nacional en el que estaba llamado a desenvolverse políticamente Rómulo Betancourt puede ser entendido como el resultante del proceso expansivo de su conocimiento de un espacio sociohistórico con el cual establecía un contacto directo, enriquecedor de la evocación de su contacto juvenil con el mismo; y de su interpretación con arreglo a la visión teórico-política básica marxista. Esta confrontación con la realidad le llevó a valorar críticamente la generalizada atmósfera, de precariedad y atraso, en la que se desenvolvían los actores políticos y la sociedad toda, hacia cuya transformación modernizadora iban dirigidos sus afanes de líder. Una referencia muy elocuente de esta situación la ofrece la Guía General de Venezuela, 1929[7], por supuesto dedicada «Al general Don Juan Vicente Gómez, Presidente constitucional de los Estados Unidos de Venezuela». Baste decir que, según esa Guía la inauguración de unos pocos metros de cloacas era una elocuente muestra de progreso, merecedora de una fotografía; al igual que una modesta edificación pública era calificada de majestuosa. En la información ofrecida sobre el estado Táchira, que según la obra tenía registrados 181 automóviles y 189 camiones, era «(...) por su riqueza y por su situación [fronterizo con Colombia], uno de los más importantes de Venezuela».
La exploración que emprendió del espacio sociohistórico nacional le permitió a Rómulo Betancourt levantar el inventario de las cuestiones sociales básicas, percibidas y valoradas en acuerdo con el escenario sociopolítico de la etapa final de la dictadura liberal regionalista, que transcurrió en dos tiempos sucesivos, representado el primero por el Gobierno del Gral. Eleazar López Contreras, (1936-1941), como heredero y albacea testamentario de facto del eterno dictador Gral. Juan Vicente Gómez Chacón, fallecido oficialmente el 17 de diciembre de 1935; y el segundo tiempo representado por el Gobierno del Gral. Isaías Medina Angarita (1941-1945), designado por su predecesor; lo que determinó que el gobierno de este último fuese función del nuevo tiempo histórico, representado por las repercusiones de la Segunda Guerra Mundial.
Por cuestiones sociales básicas, condicionantes del espacio sociohistórico, cabría entender aquellas que, por ser generalizadas y constantes, influían de manera determinante en el funcionamiento del binomio sociedad-territorio; y condicionaban adversamente su eventual evolución hacia niveles más altos y mejores de existencia individual y colectiva; hasta el punto de constituir problemas nacionales perdurables, susceptibles de ser calificados de tradicionales. Tenían que ver con la aptitud física de la población, con su capacidad para desenvolverse en lo social y lo económico, y con las condiciones de vida, evaluadas estas en la porción mayoritaria de la sociedad, la de condición rural.
La importancia de estas cuestiones para el debate político se advierte en la crítica hecha por Rómulo Betancourt, en un artículo publicado el 23 de mayo de 1938, al Plan Trienal Político-administrativo, presentado al Congreso Nacional por el presidente Gral. Eleazar López Contreras, el 7 de ese mes. Centró sus objeciones en la necesidad de la reforma fiscal y de la reorientación de la anunciada política del Estado dirigida a «(...) sanear, poblar y educar (...)». Estimó que la importancia de esta política no se compadecía con la distribución presupuestaria: «(...) Los ministerios de Relaciones Interiores, de Guerra y Marina y de Obras Públicas, son los favorecidos con presupuestos inflados. Mientras que Educación, Sanidad y Asistencia Social y Agricultura y Cría, han sido aumentados en proporción insuficiente a la magnitud de los problemas a resolver por esos despachos ejecutivos». En lo concerniente a la cuestión agraria, vinculada con el propósito de poblar, concluyó que el Plan «(...) elude el problema agrario del país. Las soluciones que aporta son soluciones técnicas, dejando en pie y sin rozar siquiera esa trágica perspectiva venezolana de tierra sin hombres y hombres sin tierras».
La persistencia de las condicionantes sociohistóricas básicas, reveladoras de la ineficacia político-administrativa del régimen sociopolítico dictatorial liberal regionalista, determinaba la relatividad de la noción de progreso, empleada en función de los procesos de cambio derivados colaterales de la articulación con el sistema capitalista en expansión; articulación operativa desde el arranque efectivo de la explotación petrolera, en 1928-1930, que dotó a la dictadura de los relativamente cuantiosos ingresos fiscales de que carecieron los gobiernos de la fase precedente de la República liberal autocrática.
El contacto directo con el espacio sociohistórico nacional
El contacto directo con el espacio sociohistórico venezolano no solo comprometió, en su valoración y vigencia, los logros de la evolución teórico-política de Rómulo Betancourt. Impuso profundos reajustes en la visión que de ese espacio había llegado a conformar una suerte de espacio-exilio. Visto en sus elementos formativos, este había sido resultante de la confluencia de una diversidad de factores: el contacto e inmersión con otros escenarios sociohistóricos; la adquisición y el enriquecimiento crítico de una visión internacional asumida como modélica; el contacto directo con diversos círculos sociopolíticos e ideológico-políticos (asilados, venezolanos y otros); la gravosa superación de la precariedad vital; y el cuadro imaginado de la Venezuela deseable. En suma, el recién llegado a la Venezuela real habría de desenvolverse en un escenario cuya comprensión activa requería una alta dosis de lucidez y determinación.
En lo concerniente al espacio-exilio, es necesario establecer dos planos que si bien están orgánicamente interrelacionados admiten cierto grado de diferenciación, atendiendo a sus expresiones fundamentales. Cabría diferenciar entre el espacio-exilio como ambiente, en el sentido de la particularidad del grupo social en el que ha de ubicarse, primordialmente, el exiliado; y el espacio-exilio como condicionante de la personalidad del exiliado, en razón de los retos vitales que deberá enfrentar. Por otra parte, la de exiliado puede tender a convertirse, de una situación pasajera en una prolongada; y, en algunos casos, en una sui géneris profesión, como le ocurrió, justamente, a Rómulo Betancourt, quien llegó a considerarse un profesional del exilio, dador de consejos a los novatos. En toda circunstancia, la de exilio es la más dura de las penas, porque convierte la libertad en una prisión que no solo resta de la vida sino que obliga, a quien sufre tal pena, a un cotidiano recomenzar en el que danzan el recuerdo y la añoranza, al son de una esperanza que parece poner más empeño en desvanecerse que en realizarse.
Contra estos efectos, distorsionadores del sentido crítico, que emanan del exilio, libró Rómulo Betancourt una permanente lucha, en la que, desde muy temprano, incitó a participar a los exilados cuya guarda asumió, actuando en condición de líder y orientador de conductas, individuales y colectivas. Así quedó establecido en el Mensaje a compañeros de la emigración, desde San José de Costa Rica, del 12 de febrero de 1930. Abre una ambiciosa enunciación de propósitos: «En forma breve y recta al objeto me propongo enfocar la realidad venezolana [¿Con el tácito fin de comprenderla él mismo?], los problemas que estamos enfrentando los revolucionarios de la emigración, los deberes inmediatos por cumplir, como militantes en el extranjero de la oposición y, sobre todo, como representativos en ella de la última generación revolucionaria del país (...)». Llegó a hasta formular un compendio de ética política del exilado. Lo hizo en su Mensaje a compañeros de la Universidad Central de Venezuela, desde el destierro, del 19 de marzo de 1930. Luego de reseñar brevemente los acontecimientos que le llevaron al destierro, retó sus posibles efectos negativos: «(...) No importa. Entre mis convicciones ciudadanas y mis pasiones de hombre, no vacilo. Primero la república, después, si sobra sitio, la amistad (...)». Lo que le permitió sentenciar que «(...) Quien se sienta dinámico y altivo no es un paria bajo ningún cielo. No es extranjero en ningún país (...)». No obstante, nunca disimuló, mucho menos ocultó, el efecto que tuvo en su ánimo el permanente asedio de que era objeto por la precariedad de sus condiciones de vida y por la plena pobreza.
El espacio sociohistórico latinoamericano y mundial
El espacio sociohistórico latinoamericano y mundial fue asumido por Rómulo Betancourt, en la fase inicial de la formación de su personalidad histórica, en función de la posición vinculada de Venezuela en el conjunto de América Latina; regida esa visión por una voluntad de unión latinoamericana ante los retos brotados del espacio sociohistórico extralatinoamericano.
Su enfoque del espacio sociohistórico latinoamericano y mundial se basó en la calificación de las economías respectivas, y en la comprobación de la naturaleza subordinada de la participación de América Latina en el intercambio económico internacional, sobre todo con los Estados Unidos de América, Alemania y Japón. Este fue el criterio primordial, como se correspondía con un enfoque marxista del capitalismo imperialista: la de productores de materias primas que concurrían en el mercado mundial con una doble desventaja. No controlaban sus fuentes de producción y menos aún tenían capacidad de intervenir en el mercado. Como contrapartida, prevalecía la condición de importadores netos de mercancías elaboradas, y la de parcialmente dependientes en cuanto a la subsistencia.
De acuerdo con ese enfoque, la estructura de las economías de las sociedades latinoamericanas era también la base de los conflictos contemporáneos entre Estados latinoamericanos. De allí que en el terreno de los diferendos limítrofes, aunque derivados de la disputa de la Independencia, se advirtiesen las rivalidades interimperialistas; dando como resultado guerras estigmatizadas como fratricidas; además de sustentar la visión clasista leninista de la guerra, en virtud de la cual los potentados guerreaban entre sí utilizando obreros y campesinos como carne de cañón.
En este cuadro predominaba la presencia de las relaciones entre América Latina y los Estados Unidos de América. Ante la comprobación de la circunstancia de que actuando separadamente los países latinoamericanos quedaban a la merced de las potencias imperialistas, y fundamentalmente de la de los Estados Unidos de América, la estrategia requerida habría de ser la conformación del bloque latinoamericano, amparada por una invocación ad hoc del pensamiento de Simón Bolívar. Rómulo Betancourt alentó visiblemente, durante casi toda su vida política activa, la creencia de que ello sería posible, sobre la base de una especie de mancomunidad de Estados democráticos.
La convicción de la necesidad de tal mancomunidad, que permitiría reubicar a América Latina en sus relaciones con las más poderosas economías industrializadas, se acentuó, para Rómulo Betancourt, como consecuencia de la evolución, del cuadro europeo, desencadenada por el expansionismo político y territorial de los surgentes totalitarismos, representados por el nazifascismo y la Tercera Internacional estalinista. La vulnerabilidad de América Latina ante los credos totalitarios, que hallarían terreno propicio en el personalismo político imperante en las sociedades, en forma de caudillos y dictadores –y dada la ausencia de regímenes sociopolíticos democráticos–, determinaría la urgencia de establecer alianzas estratégicas con los países democráticos imperialistas, y particularmente con los Estados Unidos de América.
PARTE II.
Formación inicial del militante político Rómulo Betancourt: circunstancias y factores que condicionaron la gestación de su personalidad histórica básica
(...) En cambio, la tradición de los Sucre no prospera. Imitar las vidas superadas es más áspero y más difícil que imitar las vidas elementales, donde la acción no es consciente camino hacia propósitos indesviables sino aleatorio vaivén al impulso de los apetitos y a tono con el color cambiante de los acontecimientos. A veces, muy pocas –suficientes, eso sí, para restarnos pesimismo– florece alguna vida gemela de la suya.
«La personalidad del Mariscal A. J. de Sucre». Rómulo Betancourt. Antología política. Vol. I, p. 186
En rigor, solo de manera convencional parecería posible delimitar dos etapas en esta instancia de la formación de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt. Fue un proceso único y continuo. He querido, en realidad, identificar dos fases del mismo proceso: la de toma de conciencia del punto de partida, en cuanto a la formación militante; y la de puesta en marcha progresiva de la aspiración de liderazgo revolucionario; esto, a sabiendas de que tampoco es posible trazar una línea nítida de demarcación entre ambas fases. Busco, propiamente, subrayar las circunstancias que rodearon cada una.
Así enfocadas las fases, creo posible apreciar mejor la magnitud del esfuerzo, de conducta e intelecto, requerido para cubrirlas; y la determinación con la que Rómulo Betancourt lo realizó. Pareciera que en esa determinación reside la clave de una personalidad tesonera, en la cual la que él mismo denominó terquedad fue factor del éxito alcanzado en ambas fases. Mas no la explicación suficiente de tal éxito, pues esta la proporcionaron también el fervor político revolucionario y el desarrollo del espíritu crítico aplicado, simultáneamente, a la lectura de los tiempos del exilio y la política; y a la asimilación crítica de las proposiciones ideológicas y doctrinarias.
La circunstancia de que esa formación se iniciara sin que hubiese militancia política precedente hizo posible que una vehemente determinación de luchar por la libertad contra la dictadura pudiese subyacer a lo largo de su vida histórica. ¿Cómo el substrato liberal que lo indujo en su evolución hacia la socialdemocracia?
El juego de las coordenadas iniciales en el que hubo de desenvolverse Rómulo Betancourt
El juego de las coordenadas, sociohistóricas y socioespaciales en que hubo de desenvolverse Rómulo Betancourt no habría podido ser menos alentador para quien emprendía el que sería un largo camino, poblado de dificultades, que habría de culminar con la fundación de la República liberal democrática en Venezuela. No parece haberse planteado la cuestión, –en términos de que fuese o no posible resolverla; o quizás tenía esto último por factible, dada su voluntad de resolverla–, de que una sociedad atrasada, diseminada en un medio geográfico poco menos que avasallante, con una economía agropecuaria rudimentaria y muy escasa de recursos humanos capacitados, pudiese reunir las condiciones objetivas requeridas para promover una revolución ajustada al criterio leninista. Es cierto que, consciente de la necesidad de explorar la realidad sociohistórica, en procura de identificar y sistematizar esas condiciones objetivas, redactó y esbozó textos, primarios, que anduvieron lejos de compararse con la obra de Lenin titulada La formación del capitalismo en Rusia, elaborada con propósito similar[8]. Pero no es menos cierto que esta preocupación corrió a lo largo de toda la vida histórica de Rómulo Betancourt, hasta cristalizar en su obra máxima, Venezuela, política y petróleo, realizada más como una rendición de cuentas ante la Historia que como una plataforma de partida para la acción política; si bien su autor llegó a concebirla como una suerte de manual para la formación ideológica de los jóvenes militantes del partido Acción Democrática.
En cambio, los indicios apuntan, sobre todo, en la dirección de las condiciones vitales e históricas enfrentadas por Rómulo Betancourt. Vistas en su mayor amplitud, estas revelan una sucesión de momentos cuyas características de urgencia, grado de dificultad y potencial trascendencia parecen haber sobrepasado, y hasta con creces, las enfrentadas por los demás grandes políticos republicanos venezolanos que le precedieron. Al centrar su esfuerzo intelectual inicial en la edificación de su liderazgo, pareciera que Rómulo Betancourt dio la cuestión de las condiciones objetivas, de esta manera conformada, por resuelta, doctrinaria y teóricamente. Por consiguiente, actuaría convencido de que se necesitaría tan solo la aplicación, decidida e inteligente, de los preceptos así extraídos, a la realidad en la que él se disponía a actuar. De allí los indicios de que estas convicciones se conjugaron, durante un lapso prolongado, en una apreciación circunstancial del escenario sociopolítico, que mucho tuvo de emotiva; y en una poco realista apreciación de los recursos disponibles y de la viabilidad de los resultados procurados.
El complejo de propósitos y determinaciones personales implícito en el clásico concepto de vencerse a sí mismo
Al complejo de propósitos y determinaciones personales implícito en el clásico concepto de vencerse a sí mismo, dado el carácter totalizador de este precepto, no parece que sea razonable atribuirle un sentido ético predominante –si bien no descuidó Rómulo Betancourt su ejercicio ejemplarizante–, como tampoco demarcarlo cronológicamente. Quizás no cabría subestimar, en su alcance de autoexamen, vestigios de la formación cultural-religiosa básica común, presumiblemente adquirida en la familia. Esto sea dicho sin subestimar el sesgo misionero del marxismo doctrinario. Pero parece convenirle un significado de autoevaluación crítica de su