Nadar en aguas abiertas: Una forma de meditación
Por Tessa Wardley
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Tessa Wardley
Tessa Wardley es una amante de los ríos, una aventurera que ha trabajado y disfrutado en aguas de todo el planeta, desde Nueva Zelanda hasta el Círculo Polar Ártico. Es consultora medioambiental y gestora de recursos hídricos en la agencia británica de medio ambiente.
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Nadar en aguas abiertas - Tessa Wardley
Edición en formato digital: junio de 2017
Título original:
The Mindful Art of Wild Swimming.
Reflections for Zen Seekers
© Diseño de cubierta y maqueta, The Ivy Press Limited, 2017
© Tessa Wardley, 2017
© De la traducción, Julio Hermoso
This translation of
The Mindful Art of Wild Swimming
originally published in English in 2017 is published
by arrangement with The Ivy Press Limited
© Ediciones Siruela, S. A., 2017
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-17041-96-0
Conversión a formato digital: María Belloso
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
DAR EL PASO Y LANZARSE
CAPÍTULO 2
NADAR EN SOLEDAD
CAPÍTULO 3
CON LOS AMIGOS
CAPÍTULO 4
AVENTURAS A NADO
CAPÍTULO 5
REFLEXIONES DESDE LA ORILLA
CAPÍTULO 6
LO QUE EL AGUA NOS ENSEÑA
NOTAS
INTRODUCCIÓN
Una vez dominamos el arte de nadar, descubrimos la liberación que trae consigo la ingravidez y nos adentramos en un universo profundamente íntimo donde se alcanza con facilidad un estado mental de meditación. Nadar en aguas abiertas eleva esta experiencia a un nivel aún más intenso, en el que residen el descubrimiento de uno mismo y la realización personal, y de ese modo genera profundos efectos en la mente y el espíritu. Si estás dispuesto a aventurarte en una especie de obsesión por el agua, zambúllete en tu propio viaje por las aguas abiertas.
¡Lánzate!
PASIÓN POR NADAR
A todo el mundo le encanta nadar. Jóvenes o viejos, fofos o esbeltos, fuertes o débiles: para el agua, todos somos iguales. Pero ¿qué nos hace volver a ella una y otra vez? A mí me basta el saber que siempre salgo del agua sintiéndome feliz.
Cuando tenía tres años, mi madre me llevó con ella a la piscina cubierta de nuestra localidad. Me fui directa a la parte más honda y salté del bordillo. Jane, la instructora, valoró por fortuna mi entusiasmo, pero a buen seguro puso los ojos en blanco cuando me enganchó por la parte de atrás del traje de baño y emprendió la tarea de enseñarme a nadar. Tuve suerte de que mi madre quisiera que yo nadase, y suerte de contar desde una edad tan temprana con una profesora de natación y entrenadora que infundiese tanta inspiración. Nadé con Jane durante todo mi periodo escolar, y en la adolescencia ella me avergonzaba delante del club de natación contando la historia de nuestro primer encuentro y de cómo le tocó rescatarme de lo más hondo de la piscina. Fui una alumna difícil, sin la menor duda: los recuerdos de mis primeras clases de natación están envueltos en un velo de agua; las imágenes destellan y se arremolinan cuando en mi imaginación miro fijamente a mi profesora pronunciando sus sabias palabras. No estoy segura de cómo se enseña a una niña que se empeña en mantener la cabeza debajo del agua, pero, felizmente, ella perseveró e infundió en mí aquel inmenso gozo de nadar que supondría el pistoletazo de salida de mis aventuras acuáticas.
Jane, que es una espléndida nadadora, tenía la costumbre de contarnos historias de sus compañeras; al parecer, una amiga que pasaba de los ochenta años mantenía una postura erguida maravillosa y caminaba con paso regio junto a la piscina antes de comenzar su sesión de ejercicio diario. Jane utilizaba aquel ejemplo para mostrarnos que la natación podía ser una formidable actividad durante toda la vida, que podía ayudarnos físicamente, así como mantenernos sanos y en forma hasta la vejez. Aquella primera profesora mía de natación ha cumplido ya los ochenta años y encaja a la perfección en el modelo de dama que ella misma nos describía, alta, en forma y de regia postura; continúa siendo una fuente de inspiración para muchos y sigue dejando atrás a la mayoría de los nadadores más jóvenes.
El ejercicio perfecto
Verdaderamente, la natación es el ejercicio físico más perfecto. El cuerpo, soportado por el denso medio del agua, recibe su entrenamiento cardiovascular sin el desgaste del ejercicio en tierra firme, y desarrollas flexibilidad y fuerza al tener que trabajar contra el peso del agua. La naturaleza rítmica de las brazadas fomenta la regularidad en la respiración, mejora el rendimiento de los pulmones tanto en lo referente al volumen de aire que entra y sale en cada respiración como al oxígeno asimilado, y es fantástico para quien padece asma. Con la natación se ejercita todo el cuerpo: se trabaja el abdomen, los glúteos, los hombros y los tendones de las corvas. Además de eso, nadar rejuvenece. ¡No, en serio!: un estudio de la Universidad de Indiana ha revelado que, desde el punto de vista biológico, los nadadores profesionales son veinte años más jóvenes de lo que cabría esperar de su edad cronológica. Así, nadar puede tener efectos positivos en la presión arterial, el rendimiento cardiovascular, el sistema nervioso central, la función cognitiva, la masa muscular y la química de la sangre.1
No obstante, nadar no solo es bueno para el cuerpo, sino que también lo es para el espíritu. ¿No te has dado cuenta nunca de lo bien que te sientes después de nadar, y de que esa sensación dura un tiempo? Cada vez hay más pruebas de sus beneficios para la salud mental. El simple hecho de encontrarse cerca del agua transmite una sensación de calma y tranquilidad, y sumergirse en ella no hace sino acentuar dicha sensación. La natación promueve la sociabilidad, además de aclarar la mente y promover el carácter positivo, todo lo cual fomenta la autoestima. Estar en el agua te mantiene literalmente a flote.
LEJOS DE LA CIVILIZACIÓN
Hace un siglo, antes de la época de la contaminación de las aguas naturales y de las aglomeraciones en las piscinas cubiertas, casi siempre se nadaba al aire libre. Sin embargo, esa época empieza ahora a quedar atrás, y cada vez más gente siente el impulso de volver a conectar con la naturaleza y de descubrir sus aguas.
Al tiempo que recibía clases formales de natación en la piscina cubierta, mis padres me iniciaron en las aguas naturales. Tengo una vieja fotografía que resume las vacaciones de mi familia. Está sacada en Escocia: solíamos pasar las vacaciones de verano acampados junto a una ría de la costa noroccidental, asediada por los mosquitos y los aguaceros. Mi madre, con una sonrisa enorme, me balancea en unas aguas cristalinas; aún no he cumplido los dos años, pero también estoy sonriendo, y a nuestro alrededor están mis hermanos y mi hermana, mayores que yo, tirados y chapoteando, salpicándonos de agua por todas partes. Debía de estar helada —hace unos años nadé en aguas escocesas y, aun siendo el final del verano, dolía de lo fría que estaba—, pero todos parecemos felices y relajados.
Y esto constituye una parte importante de mi infancia: al observarla a través del prisma de la edad adulta, mi niñez queda definida por las masas de agua que solíamos frecuentar. Al ser de Norfolk, un condado dentro de una isla rodeado de agua por tres lados, pasábamos los fines de semana en la zona de los estuarios y en la costa. La Semana Santa la pasábamos en el hotel de mi tía en Exmoor, pescando y jugando en los ríos; los veranos, a orillas de las rías de Escocia, más adelante en los lagos de Suecia, y después nos trasladábamos a los acuáticos paisajes del Distrito de los Lagos, y a los ríos y costas de Francia. Así pues, no es de extrañar que acabase estudiando Biología Marina y Ecología de las Aguas Dulces, trabajando y viajando por todo el mundo, y metiéndome en el agua a la menor oportunidad.
Las aguas que fluyen siempre son nuevas
Ni en casa, en el condado de Surrey sin salida al mar, ni cuando estoy de viaje he perdido la pasión por nadar. Me encanta hacerlo en cualquier parte del mundo, pero todas las piscinas cubiertas son bastante similares una vez te das el empujón para alejarte del bordillo: igual que un McDonald’s, nadar en una piscina es prácticamente lo mismo en Brisbane, en Bangalore, en Pekín o en Brighton. Todos los recuerdos de las piscinas se funden en uno. En comparación con ellos, un chapuzón diario en aguas abiertas enseguida hace honor a Heráclito, el filósofo del siglo V a. C. tan citado por su famosa frase «Nunca podrás bañarte dos veces en el mismo río, pues las aguas que fluyen hacia ti siempre son nuevas».
Me he metido en las gélidas aguas del círculo polar ártico en Noruega, he disfrutado de unas brazadas para desperezarme en los lagos de los montes Flinders de Australia, y he visto frustrado mi deseo de cruzar los lagos de Suecia. Me he deleitado en el cálido vaivén de un verano en el mar Egeo y he tiritado en ese frío que te retuerce las tripas cuando te das un chapuzón invernal en el Atlántico. Cada masa de agua produce su sensación particular y sus propios recuerdos. En la naturaleza, las aguas cambian a cada instante, cada día, cada temporada. La exposición a los elementos, a la flora y fauna del entorno natural convierte la experiencia de nadar en algo completamente distinto. Cada vez que lo haces es una aventura que forma recuerdos indelebles; nunca lo olvidas. Quizá no sea posible hacerlo a diario, y nunca dejaré de nadar en piscinas cubiertas, pero estoy convencida de que, igual que el ajo que coges del bosque cerca de tu casa, el agua es mejor cuando es natural.
CONCIENCIA PLENA
Todos tenemos a nuestro alcance una oportunidad de estar presentes en nuestra vida, de vivir cada momento como si