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Cartas Del Capitán
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Libro electrónico348 páginas9 horas

Cartas Del Capitán

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Este libro trata sobre la tormenta que se desata en un hombre después de que lo abandona la mujer de su vida...
Un viejo marino que se retira a una cabaña de playa en un pueblo de pescadores, imagina encontrar notas de náufrago entre las botellas de vino que cotidianamente vacía; inspirado en ellas, el capitán redactó las 19 cartas que conforman esta novela y que relatan sus experiencias, reflexiones y aprendizajes sobre el amor, la lujuria, la culpa, la incertidumbre, la ira, la soledad, la tristeza y la muerte, entre otros temas.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento11 abr 2017
ISBN9781543900057
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    Un cuento de dos que es uno, mi querido amigo.

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Cartas Del Capitán - Enrique Urzaiz Lares

mar

Cartas del capitán

La última carta

Definitivamente, esta cabaña es lo más parecido a un barco que podría yo haber encontrado; no importa que no flote en el mar; aunque esté asentada en tierra firme. Esta cabaña es lo más parecido; porque se mueve con el viento; porque suena, rechina, vibra y se ve como un navío, como un bote; es tan pequeña como la cabina de un velero y su terraza es como la cubierta, pues desde ella veo y siento la mar; escucho su breve reventar de olas, de sonidos y rumores entrecruzados y ceñidos, como velas viejas en el mástil torcido y seco de un velero bordeando aquellos arrecifes y burlando olas de tormenta sobre océanos inmensos, ignotos y perdidos.

La madera del piso y estos muros, parecen inventar historias de piratas o de fragatas y de bergantines hundidos; el sonido de la lluvia en la cubierta me recuerda las tormentas y los vientos embravecidos de oleajes disolutos y atrevidos, revolcando y desgajando mi navío, por partes; poco a poco hasta dejarlo desvalido, solo y triste navegando al garete en un mar sin sentido; sin timón, ni vergas, ni palo mayor o aparejos, sin siquiera velas.

Esta cabaña me recuerda a mí, también soy parecido; también quedé como extraviado en un mar embravecido y naufragué; me sentía perdido. También mi interior puede inventar y contar historias de piratas y de mil amores hundidos, de mis fracasos y de mis increíbles experiencias en esta vida loca, en esta vida excelsa y llena de sorpresas, de dolores y alegrías.

Puedo reproducir y recrear, a ojos cerrados, el ir y venir del oleaje repetido, de la lluvia sugerida por las olas reventadas de espuma blanca en mis oídos, en mis entrañas; en mi corazón despavorido que corre y sangra tras la prisa de presiones extendidas y de amores sorpresivos, que despiertan brisas y levantan esos mástiles caídos; esas velas yertas por un pasado herido de abandono y desprecio; del amor perdido.

Hoy respiro, hoy camino, hoy sonrío; no permito, ni me quiero repetir los viejos versos del estar sin ella, sin amores encendidos de verdad y sin un final. Quiero mejor despertarme los sentidos y cantar al sol, al viento y a esa la mujer/faro de luz, que seguramente me espera encendida en alguna esquina; que sugerente entrará en mi habitación, como el cormorán al agua buscando un pez; como la gaviota perseguida por albatros y pelícanos celosos de su boca, de su pico; de su presa y de su cándida y dulce mirada, entre parda y clara; azul y verde; serena luz divina, que encendida como vela, pena y da color a la penumbra de un mejor mañana con sabor a inolvidable.

Esta es pues la mejor cabaña, el mejor refugio que pude encontrar; es la mejor guarida para un prófugo, un asceta aventurero y farsante; amigo del amor, de la vida, la amistad y el vino.

Me pregunto ¿cómo fue que pude llegar hasta aquí y edificarla?; ¿cómo fue que construí esta nave en tierra y no en la mar?; como el arca del diluvio; como mi velero en astillero que espera y desespera por levar anclas, cuando el agua apriete la marea y suba y suba; como pene que se eleva presuroso a rendirle culto a la piel y los poros de aquella mujer oculta, la que quizá me espera en esa esquina; a su mirada tenue y atrevida o a sus labios rojos; a su figura leve y larga como los efluvios salinos y los oleajes bravos de sus lúbricos sonidos, como voces que emanan furtivas desde el fondo de su vulva enardecida.

Son esos sonidos, olores, luces y sombras las que dan a mi cabaña el sabor de mar, de nave, de barco de navegar; y son precisamente estos momentos reflexivos cuando encuentro paz en mis adentros y en mi lento caminar por la vida y los años; sean éstos muchos, o pocos quizás, pues no importa los que sean que falten por experimentar.

Y son precisamente los recuerdos idos y esta esperanza de vivir, lo que me enciende y me tiene presto a respirar, a seguir; a vivir en pleno día y con los ojos abiertos, a descubrir y a usufructuar esta vida nueva; una vida descubierta desde el carajo de Arlequín, mi velero inquieto; entre sus velas blancas y aparejos; entre sus mástiles cubiertos del olor y el sabor del mar, del viento, de sus brisas; barlovento, sotavento y amurándome al aullar tormentas en la proa, como haría con mi cabaña si estuviera en altamar.

Soñar pues que navego y surco mares, es consuelo que me tiene entretenido mientras urdo planes, para mañana, para un presente continuado hasta ser futuro; hasta convertirse siempre en un tiempo continuo, pero sin medida, sin los años, ni los días; sin las horas, los minutos y segundos. Eso es pues lo que persigo, lo que busco y lo que encuentro cada día en mi soledad de vida.

¿Cuánto durará? ni me lo pregunto…

Las respuestas estarán siempre en el viento, en la mar, en las botellas vacías de vino, pero llenas de letras; de mensajes que los marinos extraviados pierden en el mar para pedir auxilio; para esperar que los rescaten de ese océano traidor y sugerente, de aquel del que finalmente habían huido. Mensajes de los viejos lobos, que sabiendo navegar, prefieren ahora encallar en arrecifes escondidos o en isletas de tesoros y sirenas con axilas, frescas y con las piernas entreabiertas, como peces en canal.

Si pudieran pues escribirse tantos mensajes para convertirse en libro, en éste; en este repentino suscribir destinos, sin saber siquiera letras, ni los puntos y las comas; ni los acentos o los párrafos ceñidos por cursivas; como trenes perseguidos entre blancos o renglones, que si no torcidos, son como ostras en la playa rocosa de mi vida; como seres desvalidos que se anclan y se aprietan entre rocas sólidas, para evitar sonidos y olas inquietas, repetidas e indiscretas que los lleven lejos, lejos, lejos de sus playas y de su seguridad, en vilo.

Áreas confortables de seguridad de muelle, donde ni te pierdes, ni te ahogas, ni te sientes siquiera zambullido entre las olas leves de la playa en plena bajamar.

Arena suelta y fresca donde con los pies remueves caracolas y reflejos descompuestos, por la luz cansada y decadente de la luna reflejada sobre el mar, formando caminos de plata, recordando viejos tiempos y haciéndote llorar.

Ese es el destino común de vida, de la gente, de mí, de ti y de todos; hasta que un mar rugiente nos arranque con sus olas y nos vierta en el ojo rojo y silente del huracán más fuerte; hasta hacernos reventar, sucumbir, llorar y permitirnos descubrir que, incluso ese pérfido huracán o la tormenta más agreste, todos pasan y en un instante, más allá, en el horizonte sale siempre el mismo sol, la misma luna, los mismos rayos de luz que guían tu destino; las estrellas que dirigen tu camino al navegar y al enfrentar con tino los disturbios y los descalabros que en el agua y la vida del mar, pudieras entre tus cejas recordar; o en tu corazón, si aún lo tienes, si palpita y vibra como fuelle al mirar sus ojos, escuchar su voz o simplemente al desearla observando su lánguido paso al caminar.

Así, con la seguridad de ser y saber que la luz vendrá de entre tinieblas para hacerme sonreír y seguir la estela que en la mar refleja paz, seguridad y abrigo; no importa que sea solo vanidad, que sea solo el espejismo de la humanidad y que la incertidumbre, sea en realidad la luz de vida y de continuar navegando en altamar, a vela, sin timón y sin cadenas ni anclas que nos liguen a la tierra, sino solo al agua, al mar; solo al fluido claro y transparente, ligero, mullido; permanentemente maleable y cambiante como la vida; mar de la existencia y de paso por esa vida que debemos completar, para volver de nuevo, para volver a comenzar.

Creo que en el cielo gris que se avecina, mi cabaña al norte se debiera preparar; para resistir tormentas, ciclones y hasta brisas breves con la levedad del mar; del líquido vital que, de agua sugerente, se convierte en huracán de sal que da sabor; sabor de vida y muerte, compañeras infranqueables para ser y perseguir, para amar, vivir, soñar, gozar y para morir; morir en paz o no; simplemente morir el día en que ese navegar reviente, sobre las olas enfurecidas de este mar; o me estrelle en mil pedazos sobre el arrecife hundido y escondido de mi muerte.

Por eso, desde esta cabaña, desde la mesa del capitán, desde mi ventana mirando a proa y con un mar rugiente, ahora escribo esta carta, estas cartas; estas confidencias al presente que serán futuro y pasado en un instante; esta vida que se desata en mis entrañas y me hace amar hasta que reviente, hasta no poder vivir y seguir silente la postura inerte de la muerte.

Si puedes en cambio tú, seguir leyendo entre líneas y releyendo los misterios escondidos entre las letras; descifrar los mensajes contenidos en tantas botellas vacías y perdidas en las olas del mar; pues sigue, sigue como vas; continua pues presente en este libro de cartas, cartas de mar que no marinas, sino de vida; de la vida que camina y que navega día a día en un mar candente, refulgente, encendido como lava hirviente y a la vez mullido, fresco, húmedo y sugerente como la mirada y la entrepierna que me esperan en mi lecho mientras pienso diferente, sueño, reflexiono y te lo escribo en estas letras… ¡para siempre!

Carta de un viejo fenicio… tal vez

No existen voces entre amigos ni mentiras que pudieran separarlos; no existen diferencias ni contrastes que dejen de lado su amistad y los conviertan en enemigos. Solo las mujeres quizás, o los hombres en su caso. Más que la verdad, la amistad contiene los secretos y los deja respirar; porque busca coincidencias y conciliación y no controla, porque no regula, porque no se mete ni se remete en la vida de los otros, ni en los deseos o los gustos de los demás. El respeto es diferencia que une en lugar de separar; el respeto y la confianza son monedas de cambio que podemos troquelar y manejar siempre, sin lugar a dudas y sin dejarnos acomplejar. Los amigos, pues, son una especie de clave para hallar formas de entrar y permanecer en la vida de una o más de las mujeres que quisiéramos amar; si aprendes que tus velas hay que aparejar contra el viento del sureste; si recuerdas siempre que en libertad las debes amar; cada vez que intentes naufragar por no saber qué hacer, recordarás cómo navegar, como si lo hicieses con un amigo; pues así como lo has de respetar, a ella o ellas igual en su libertad, en equidad; pues es seguro que con viento en contra o con mareas y corrientes, sin problemas, como amigos, siempre habrán de estar.

Recuerdo haber hallado esta nota en la primera botella rescatada del mar frente a mi playa; era de un papel grasiento, antiguo y muy ajado; un papel amarillo y lleno de rallas y de signos; estaba escrito en falsas letras, como de un lenguaje antiguo que se quisiera copiar. Seguramente pensó aquel náufrago que lo podría bien imitar; sin embargo, no salió su intento en letras, sino solo en signos ilegibles, pordioseros y fatuos, de los que solo yo y tú nos pudiésemos burlar.

Así que decidí reescribirlos, reinterpretar aquellas manchas tendidas ayer en papel y sobre la mar; en la botella gris y blanca que supo navegar hasta llegar aquí, hasta mi playa; hasta mi banca y mi mesa de capitán donde hoy escribo letras, pinceladas de otras bocas, de otros sueños; de otras manos trabajando y tratando de fornicar con su destino; trasponiendo épocas y mares, estrellas, vientos y desgracias; naufragares entre luces y con sombras de una vida perdiéndose en altamar; como sucede con nosotros; con todos nosotros que pretendemos navegar por una vida fatua; llena de milagros, comodidades y sabores emanados de otros; desde afuera, desde la otredad que agrede y enfrenta por imponernos nada y todo.

Así aceptamos siempre la voz de Tánatos que nos sorprende, que da reglas y abona entre los saberes de vivir la vida siempre, como los demás sugieren; como la religión; como las escuela y la instrucción; como el Estado o la intromisión de instituciones falsas y perversas del consumo en masas y desperdiciando todo lo que falta a otros, otras, a todos los demás que no lo tienen.

Así destruimos siempre, escuchando a otros; a la voz de afuera que seduce como maldición en la frontera de nuestra pobre y débil intención de ser y de escuchar mejor, la voz ligera y sabia de nuestro propio ser; la voz que grita quedo y que suave nos sugiere, nos seduce y nos prefiere por seguir caminos propios y sinceros del amor de Eros.

Si Freud supiera y viera lo que hoy sabemos… ¡nada!

Pues punto por punto me puse entonces, a interpretar y descubrir, que una a una las manchas se iban entrelazando hasta formar palabras; hasta enredarse tanto como zarzas y vagones en el tren de plata, que sugieren ideas y prometen deudas para no pensar. Poco a poco pude entresacar sombrías notas de consejos y reclamos sobre cómo navegar.

Eran pues ya de mañana las luces que apagaban velas, para despertar y darme cuenta; cuánto y tanto tiempo se me pudo ya pasar; dos botellas, verdes, vacías y yo sin poderlas rellenar; horas y horas sentado frente a la misma mesa, la vela, la pluma y la misma nota amarilla de la botella gris. Así me amaneció temprano, con la luz brillante del oriente azul y los ojos cansados de no mirar, de solo pensar y pensar y recordar pasados y tantos mis errores; reflexiones de ceguera yerta entre los ojos pardos y con las cejas ya pintándose de gris; con mis manos secas, gastadas, llenas de una cicatriz tras de otra; con las arrugas a flor de piel y el aroma de las olas y los besos y caricias que faltaron por hurtar, de aquella camisa blanca repleta de mujer; con su desnudez transparente y transpirante de sudores fríos y de gritos y gemidos de saber sentir la gloria, la memoria y la excelsa forma más discreta, de su discreto frenesí, de sus orgasmos.

Así se me acabó la tinta y se me escurrió el cerebro para no decir más letras. Desde luego que no pude ni escribir siquiera lo que el fenicio aquel quisiera decir; lo que pudiera yo leer o entresacar de aquellas malsanas sombras, manchas, signos desgastados por la mar. Amaneció temprano y una vez más vi la luz y el sol, la vida; escuché los cantos de los pájaros, los vi, los miré y me sorbí de un sorbo el sabor del mar, su olor en la cubierta; su sonido en las entrañas y los sustos por dejar atrás los muelles del confort; las playitas mullidas de mi seguridad y no pensarlas más, porque me aventuré en cuclillas, en la orilla, caracolas y serpientes marinas acechándome al caminar.

Así es señoras y señores, la forma de vivir no puede más si no sabemos sucumbir a los deseos de ser, de portar las armas del saber interno; a superar infiernos estridentes de las voces de sirenas sugerentes y de todos los intensos bombardeos en el mar de nuestros sesos. Sí, pues, así de intensa es esta guerra entre nuestro propio ser de Arjuna y los deseos que nos quieren imponer.

Si no traspones el impulso de limitar, controlar y decidir por otros, por la otra, por tu otra, por tu mujer; si no aprendes el respeto de la libertad; si no te atreves a escuchar tu voz en lugar de solo conformarte con mirar y oír la voz de los demás; si solo controlar pretendes y no respetas la amistad de amigos con la mujer que amas y contigo mismo y con los demás, ¿cómo pues sugieres que podamos navegar sin naufragar mil veces antes de zarpar?

Pero basta ya por hoy, es la hora de dormir; ya ha salido el sol y en la cubierta las aves arremolinadas se entrometen fisgoneando si los peces, como presas, se revuelven y revuelcan en las aguas de la mar; vamos pues, me voy a descansar; la flama de mi vela está de nuevo a punto de caducar, cegada ya por la luz intensa de mañana, por el brillo del sol de amanecer.

El grueso mar al norte, ese que me inflama y me impacta, no cesa de bramar; viene y va amenazante siempre, provocando miedos y a la vez caricias en los oídos y en los sentimientos de quienes lo quieran rescatar. Ese mar que pide a gritos que lo vean, que lo escuchen y lo sientan, aunque sea una sola vez, o tal vez más; diez, doce, mil…

Cierro el libro y se apaga el fuego de mis ojos con un solo crepitar; recuerdo la voz amada y me encamino incierto y tembloroso por el frío matinal, a mi hamaca clara y la extiendo suave, tersa; escondiéndola del viento norte que se filtra sin control, por las rendijas de la madera aún sin calafatear, de ésta mi nueva nave, de mi pobre barco en tierra; velero sin velas y sin mástil, ni aparejos y con solo su inoxidable y breve cubierta de madera a proa, con barandales descubiertos y plenos de cara al viento de la mar.

Apagada ya esa vela y dispuesto a descansar, no puedo, me asalta la sorpresa de un mensaje más; mensaje en clave e insistente del fenicio aquel, quizás. Escribe y escribe cartas sin cesar y me pide ayuda en la memoria, en la cabeza, entre mis sueños, para navegar; pide anclas por si acaso y exige sogas y aparejos de repuesto, por si en la batalla o en la tormenta los pudiera necesitar. Aquel marino viejo, aquel fenicio, quizás; entre olas, marejadas y ventiscas se fulmina como rayos de tormentas desprendidas de sorpresas; entre mares bravos y nubosos días grises, se atraganta de palabras por no comer, por no beber ni el agua de la lluvia que le baña.

Sin cesar y a gritos me pregunta: ¿sabes por qué estoy aquí?, ¿por qué hoy vivo en tu cabaña de tierra y no en el mar, o en la ciudad, o en el campo como todos los demás? ¿sabes por qué fornico en sueños y paro como res encinta los becerros de la muerte y del faro azul de Gibraltar?… no… ¿verdad?… ¡no lo sabes!… ¡ni lo sabrás!

Es incierta la palabra y más profunda que un mar; es tan falsa como extraña y rara en las bocas de los demás. Si sientes ganas de entablar mañana un discurso de palabras enfrentando a otros, no podrás negar que tan distintos, como iguales, los dos serán. A modo pues que, como al mar, si lo agredes, sus olas te podrán ahogar; aunque pinten lanchas como borlas y encajitos blancos de su espuma breve, sugerente y suave al reventarse en esas olas.

No insistas pues; lo igual te reconforta, porque te hace descansar; permite que te sientas en confianza y puedas dialogar, usando o sin usar palabras, pues tan solo las miradas logran comunicar y comunicarle al otro, que lo quieres o lo intentas rechazar. Pero igual lo igual, te reconforta y lo distinto te pudiera estimular; igual si hablas con tu igual no hiciera falta porque siendo tan igual… pero si es distinto, aunque intentes sería imposible comunicar, pues tan distinto, tan diferente, no habría manera de poder entrar.

Es pues por eso que el marino vive hoy en su cabaña de la tierra y no del mar; es por eso que trata de entenderse inventando las palabras para hablar; para comunicarse con alguien diferente pero igual. Ahí radica pues el secreto de esta carta que empiezo ahora apenas a querer descifrar.

El fenicio y sus letras no están en el papel aquel, en el amarillo de manchas de la botella gris y blanca; sus ideas están tan solo en mi cabeza; las trato de inventar; porque aquellas letras son ficticias y como esquizofrenias locas para atar, las combino con mis vicios y las puedo poco a poco escuchar. Son tan solo gritos de mi mente loca que pretende explotar; así que no hagas caso en demasía ni te formes guías, ni sobacos para resanar, entre tantas ideas locas de esta boca floja que no habla, grita, con palabras huecas y escondidas entre letras pintadas en papel de hojas.

Entonces, aprender que el ego y el egoísmo se nos notan cuando estamos escuchando solo la voz del otro, de la otra; que si no escuchamos para dentro de nosotros y del alma, no podrán salir a gotas, borbotones o tinajas, los secretos de vivir la vida sin matar, sufrir, doler; los secretos de vivir en paz, en la senda del amor de dar y recibir; de sentir con todos los sentidos y no solo de ver o de escuchar lo que dicen los demás; de sentir en verdad intensamente los sabores, los sonidos, las texturas y los roces de los poros encendidos de otras pieles; de poder percibir los sentimientos tristes o alegrías por igual, llenándote los ojos por las aguas saladas de la mar en gotas, en lágrimas de dulce y de verdad.

Si no aprendemos a sentir, dice el marino, el fenicio, quizás. Si no aprendemos a ser y sentir desde el fondo de la botella, del corazón, del alma, de la sentina que se llena de agua; si no somos capaces de sucumbir y aceptar la derrota; de rendirnos a las aguas, a las olas y al mar; si no aceptamos naufragar y ahogarnos y morir poco a poco; si no lo hacemos así, nunca podremos sobrevivir, seguir, flotar, navegar y respirar sobre aguas turbulentas como la vida misma; como el cantar de voces mil y de llantos entramados en las redes de pescar pijamas y los sueños de sirenas que nos quieran convencer de envenenarnos almas y cuerpos y todo.

Las palabras que va dictándome ese marino loco están aquí, sucediéndose unas a las otras; con puntos, comas, acentos y asteriscos cuando tengan que surgir. Este fenicio ficticio, este loco marino de mar y de olas que contra el viento me acompaña en sueños y no me deja descansar; que me levanta y me pone de nuevo entre letras a escribir y a descifrar los enigmas más vitales para sucumbir así a los años perdidos, a la experiencia ahogada y a los instintos más profundos que siguen y siguen sucediéndose en mi hamaca, en mis deseos de mujer y de ofrecer la vida por volver a navegar mañana entre unas piernas largas y blancas; entre voces de amor y placer, por verter mi saliva entre sus aguas; entre nalgas, pechos; su cintura breve y una vulva húmeda por el deseo de ser; de ser quien eres siempre, con tu libertad, tu paz, tu voz, tu fe; tu caminar y tus decisiones fuertes de ser mujer y ser; mujer.

Pues bien, me dice el fenicio; si de verdad quieres saber por qué estoy aquí en la tierra, en tu cubierta, en tu mesa de capitán y no en la mar; si de verdad estás dispuesto a rendirte, a renunciar y a dejar de ser quien eres o quien pretendes creer que eres; entonces pues, estoy dispuesto a renunciar también a mi obcecada negación de darte información, de explicarte; de compartirte lo que sé, o creo saber; lo que intuyo, lo que supongo y no sé; entonces y sólo entonces, tú sí podrás empezar a descubrir, tú solo, cómo y por qué llegué hasta aquí.

Sabes que primero estuve lejos, lejos, lejos; después me fui acercando más y más. Sabes sin complejos, que en el camino tuve dudas, desencuentros y muchos miedos que me impidieron navegar a gusto y sin parar; que me hicieron naufragar o surcar mares sin rumbo, ni timón, ni velas, ni destino. Sabes ahora que descubrí que, al ser marino, los asuntos de la tierra no resultan como en la mar; sabes pues entonces que no se pueden aplicar igual los consejos aquí y allá; ni obtener reflejos con resultados favorables, si no inviertes los papeles y aprendes ahora a ahorrarte las palabras infieles y los actos; aquellos actos de traicionar; actos de engañar por el simple impulso de actuar y no dejar de ser y hacer lo que los demás te dicen, lo que los demás permiten y fomentan con su eterno murmurar.

El calor aprieta y no me deja trabajar; las gotas de sudor nublan mis ojos y mojan el papel, los papeles de mar con su mar de gotas, de sudor, de notas que se borran y se vuelven a borrar, que se escriben pocas y se borran muchas para volver a empezar. Así de poco en poco, logro descifrar lo que el viejo del mar me dice o lo que creo yo interpretar; así con lentitud de hastío, de calma chicha y de velas sin viento para navegar, la temperatura sube y las ideas fluyen; así voy viendo y entendiendo que él quería llegar hasta aquí para explicar, para explicarme y explicarnos, que en la rendición está el triunfo de la batalla; que en perder se gana cuando tienes que renunciar; que nuestro ego gana cuando ganas y pierde cuando pierdes; pero tu ganas y con ganas, cuando pierdes; cuando renuncias a ese murmurar extraño, exógeno, exótico, foráneo y forastero de tu ser; cuando logras parar en seco ese balbucear palabras imbéciles que te llaman, con voz de sirena, que no de mujer; entonces logras escuchar esa otra voz que en tu interior, calladita y casi silente te llama y te dice que enciendas la llama; que apagues el fuego de incendio que te quema afuera y enciendas la pálida flama que apenas brilla en tu interior; esa pequeña luz que brillará por siempre como lo que es, como tu luz del interior, del encierro; como la bujía de nuestra alma perdida en un mar que se mueve sin parar y que no cesa de rugir; por sugerir pijamas, autos, teles, viajes, casas; te atarantas y pareces sucumbir al oleaje verde de la fama, o al rojo de existir entre princesas, entre alebrijes y profetas. Es mejor pensar naranja y dejar de fumar la mota que te hace ver remotas las estrellas de los cielos y la mar; que guían pasos y navegaciones rubias, entre las oscuridades locas de la vida y un suspirar.

Por eso es importante aclarar, desde esta mesa del capitán, que es mejor callar y silenciar las voces que escuchamos, antes de empezar, de zarpar, de iniciar un viaje que, pudiera o no, tal vez, quizá, enseñarnos y entablarnos un camino sano, limpio, verde y claro; luminoso y en santa paz, para vivir la vida y para compartirla sin final.

Si estamos dispuestos a una vida tal; a una actitud de navegante a ciegas; de un marino sin instrumentos, que se lanza al mar de vida solo con sus aparejos, sus vergas y palos y sus velas; que navega en alta mar sin miedo, con seguridad y la certeza en sí mismo; la que solo se le da con aquella sabiduría inmensa de la inseguridad; la que Allan llamó wisdom y apellidó insecurity; o lo que es igual a no saber, no creer, no apostar, no claudicar, no esperar, no imaginar, no suponer; sino solo confiar en el universo claro de la vida inmensa; ese, aquel que nos palpita y nos hace respirar en un suspiro desigual y sabio; por seguir viviendo así, solo así, sin expectativas ni seguridad; solo aceptando y amando todo lo que la sorpresa diaria e instantánea nos pueda regalar y traer; viviendo solo en el presente, en un presente continuo y atento, en conciencia de ser y de no esperar nada más que lo que hay; con alegría y plenitud; con sorpresa de niño; con esperanza de ciego; con amor de almas y con toda la compasión posible por uno mismo y por todo su ser, que somos todos; porque somos uno mismo aunque no lo queramos creer. Soy el capitán y tú; y ella y él; y el mar y las sirenas y las olas y los cielos y los ciervos y tu mano en mis entrañas y mi corazón volando en cruces rojas de colores y entre llamas. Sí, eso soy y somos, quieras o no, quiera yo o no, quiera ella o quieran todos o no.

Si esto es tal, pues entonces sí, el marino fenicio y el mar y yo y todos, podremos zarpar en cartas de un futuro leído y escrito ayer; como un suspirar continuo de letras y de signos discontinuos, obcecados y farsantes; como mimos que se esconden en literas de la noche, para acampar en vilo y en tu cama, hoy y siempre que los quieras colgar en hombros y en hombreras de colores rojos, púrpuras sangrientos o al menos rosas; rozas poros y rosas de los vientos y con viento en popa, para navegar.

Si me entendiste, bien, si no, también, pues tienes que ponerte claro si quieres leer estas notas y estas cartas del capitán; tienes que ponerte las gafas de saber que no sabes nada y que te cuesta mucho trabajo entender; pues tienes que leer entre líneas, entre versos, entre palabras que riman; y quitarles la paja y lo que las hace conectarse para decir, para hablar; es decir, tienes que aprender ahorita, ya, que para leer estas cartas del capitán, debes despojarte de ti mismo o misma y de creer que lees cuentos; que lees novelas; que lees programas televisivos o memes en el feis; debes de saber que leerme entre líneas es sinónimo de no entender y de poder saber, que no es aquí, en mis letras, donde escribo; y que no escribo yo, sino tú y solo tú; nadie más debe interpretar, leer y escribir las notas; es decir, no escribo yo, sino tú; no digo yo, sino tú interpretas; como Anthony quizás dijera alguna vez: el pájaro no canta para que lo escuchen, sino canta solo porque tiene un canto que expresar; piensa en algo así y entonces definitivamente es posible que entiendas; que está en la mente de quien lee y escucha, el entender, imaginar, poner palabras; el crearlas, ordenarlas con puntos y comas; el creer que los sonidos que se escuchan, son solo los motivos para pensar y reflexionar.

Así que no importa que no entiendas mucho lo que lees,

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