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Historia de la infancia en América Latina
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Libro electrónico1110 páginas15 horas

Historia de la infancia en América Latina

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No existe otro ser menos visible en la historia latinoamericana que el niño. Su ausencia en los innumerables y abultados relatos de nuestra historia es sorprendente. Tanto las historias apologéticas del nacionalismo, gustosas de héroes y gobernantes, como las historias de las grandes estructuras económicas y sociales, todas olvidaron a los niños. Sin embargo, los niños siempre estuvieron ahí. Desde la época prehispánica hasta el presente, los niños han participado, de muy diversas maneras, en los eventos más cruciales y decisivos. El propósito principal de este libro es el de incluir a los niños en la historia, reparando en su existencia en distintos momentos del pasado. De alguna manera, el conjunto de ensayos que compone este libro no busca más que ayudar a aclarar lo que ha significado ser niño o niña en la historia de América Latina. Con ese propósito invitamos a un amplio grupo de experimentados investigadores de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, México, Perú, España, Estados Unidos, Alemania e Israel, para que escribieran ensayos sobre aspectos específicos de esa historia. En principio se trataba de que desplazaran sus miradas y detallaran aquellos ámbitos en los que aparecían los niños y las niñas, ya fuera como sujetos, o como motivos de reflexión y preocupación de los adultos. También nos animó a congregar este grupo de autores la cada vez mayor centralidad que parece tener en la vida de los adultos la presencia de los infantes. En nuestros países crecen los espacios donde se debaten las políticas públicas sobre la infancia, y nuestra sensibilidad frente al problema es bastante más refinada, y al mismo tiempo la solución de los conflictos que la aquejan parece cada vez más titánica. Aunque estamos convencidos de que el conocimiento histórico sobre el pasado de los infantes es una valiosa perspectiva para interpretar su presente y discutir su futuro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2007
ISBN9789587109726
Historia de la infancia en América Latina

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Historia de la infancia en América Latina - Pablo Rodríguez Jiménez

ISBN  978 -958-710-218-5

ISBN EPUB 978-958-710-972-6

© 2007, PABLO RODRÍGUEZ JIMENEZ y MARIA EMMA MANARELLI (coords.)

© 2007, UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA

Calle 12 n.° 1-17 Este, Bogotá

Teléfono (571) 342 0288

publicaciones@uexternado.edu.co

www.uexternado.edu.co

Primera edición: julio de 2007

Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización

expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia.

Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.

ePub x Hipertexto Ltda. / www.hipertexto.com.co

 MARTA ABREU

 ELIZABETH ACHA KUTSCHER

 BERTA ARES QUEIJA

 LUISA ELVIRA BELAÚNDE

 EUGENIA BRIDIKHINA

 ALBERTO DEL CASTILLO TRONCOSO

 JOSÉ ROBERTO DE GÓES

 FERNANDO DEVOTO

 MANOLO FLORENTINO

CLAUDIA FONSECA

 FRANCESCA GARGALLO

JÜRGEN GÖLTE

 PILAR GONZALBO AIZPURU

 CARLOS EDUARDO JARAMILLO

ASUNCIÓN LAVRIN

 MARÍA DOLORES LORENZO

 DIANA MAFFLA

 MARÍA EMMA MANNARELLI

 NARA MILANICH

 XIMENA PACHÓN

 BIANCA PREMO

 ESTELA RESTREPO ZEA

 BEATRIZ HELENA ROBLEDO

 PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ

 JORGE ROJAS FLORES

 SUSANA ROMERO

 CLAUDIA ROSAS LAURO

 JAVIER SÁENZ

 ÓSCAR SALDARRIAGA

 RENÉ SALINAS MEZA

 TZVI TAL

 JULIA TUÑÓN PABLOS

OTTO VERGARA GONZALEZ

INTRODUCCIÓN

No existe otro ser menos visible en la historia latinoamericana que el niño. Su ausencia en los innumerables y abultados relatos de nuestra historia es sorprendente. Tanto las historias apologéticas del nacionalismo, gustosas de héroes y gobernantes, como las historias de las grandes estructuras económicas y sociales, olvidaron a los niños. Sin embargo, los niños siempre estuvieron ahí. Desde la época prehispánica hasta el presente los niños han participado, de muy diversas maneras, en los eventos más cruciales y decisivos. El propósito principal de este libro es el de incluir a los niños en la historia, reparando en su existencia en distintos momentos del pasado. De alguna manera, el conjunto de ensayos que compone este libro busca ayudar a aclarar lo que ha significado ser niño o niña en la historia de América Latina.

Con ese propósito, se invitó a un amplio grupo de experimentados investigadores de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, México, Perú, España, Estados Unidos, Alemania e Israel, para que escribieran ensayos sobre aspectos específicos de esa historia. En principio se trataba de que desplazaran sus miradas y detallaran aquellos ámbitos en los que aparecían los niños y las niñas, ya fueran como sujetos o como motivos de reflexión y preocupación de los adultos. También nos animó a congregar a este grupo de autores la cada vez mayor centralidad que parece tener en la vida de ciertos adultos la presencia de los infantes. En nuestros países crecen los espacios donde se debaten las políticas públicas sobre la infancia, y nuestra sensibilidad frente al problema es cada dia bastante más refinada, y al mismo tiempo, la solución de los conflictos que la aquejan parece cada vez más titánica. Sin embargo estamos convencidos de que el conocimiento histórico sobre el pasado de los infantes es una valiosa perspectiva para interpretar su presente y discutir su futuro.

Pero la infancia no compone un grupo homogéneo. Incluso en la época prehispánica era muy distinta la vida y el destino de los hijos de los nobles y caciques frente a la de los simples labradores. La conquista y la colonización generaron unas circunstancias sociales que forjaron muy distintos senderos existenciales para los niños. En América Latina ser niño indígena, esclavo, mestizo o blanco tuvo una significación determinante. Para los primeros, el trabajo y la pobreza constituyeron parte de su precaria vida. Mas, esta fue una realidad que también vivieron muchos niños europeos todavía hasta fines del siglo xix. El niño trabajador fue parte de la revolución industrial europea. En América Latina las preocupaciones sobre la circunstancia social de la infancia fueron tardías, sólo hacia 1910 se empezaron a gestar en varios países expresiones que clamaban por resolver los agudos problemas que vivían muchos niños. La infancia se convirtió entonces en un problema. Su situación no mejoró y, por el contrario, en ocasiones empeoró. El niño de la calle se convirtió en una imagen representativa del atraso latinoamericano. En los últimos treinta años, la conciencia sobre el significado e importancia de la infancia ha aumentado en nuestros países. Pero aún estamos lejos de la superación de la violencia y la explotación a la que son sometidos los niños. Además, las crisis y los conflictos sociales encuentran en los infantes sus primeras víctimas. Bien porque se reducen los presupuestos destinados a ellos, especialmente en educación y salud, o porque se los usa en forma cínica en los combates.

La historia de la infancia es un campo de investigación de muy reciente desarrollo. Aunque se señala su inicio en 1960, cuando Philippe Ariés publicó su impactante libro El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, la verdad es que éste ya había escrito un notable capítulo sobre el tema en su estudio sobre la población francesa aparecido en 1948{1}. Ariés formuló una teoría general del proceso de aparición de la moderna noción de infancia. Según señaló, hasta el siglo xvi el niño era una especie de adulto en miniatura sobre el cual poco se reparaba. Se le vestía como adulto y era ocasión de diversión y mimoseos. Fue en el siglo xvii cuando, de manera paulatina, los pedagogos y moralistas fueron advirtiendo su especificidad y elaborando métodos y manuales escolares acordes con su edad. Se marcaba con la escolarización de los niños la creación de una institución y unos especialistas que se ocuparían de su formación. Después, la Ilustración proclamaría los principios básicos que guiaron la defensa social del niño. Además, figuras como Juan Jacobo Rousseau y John Locke señalaron el rol que las madres y los padres tenían en la vida de los menores. La obra de Ariés generó gran admiración y crítica, especialmente se echaba de menos la poca atención que prestaba a los niños de los sectores populares, a crear una imagen evolutiva de la infancia y a basar sus argumentos más fuertes en discutibles fuentes iconográficas. Con todo, la obra de Ariés ha resistido la crítica y su influencia en el nacimiento de un fuerte interés entre los historiadores europeos sobre la infancia es indudable. El rico y amplio curso investigativo llevado a cabo en Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos abarca temas como el nacimiento, el amamantamiento, la escolarización, los juegos, las representaciones y la legislación sobre infancia{2}.

En América Latina no hace más de quince años empezaron a aparecer los primeros ensayos que se interrogaban por el pasado histórico de los niños, especialmente durante el siglo xx, llamado el siglo de la infancia. De hecho, ASUNCIÓN LAVRIN, una de nuestras autoras, formuló una especie de catálogo abierto de investigación sobre la infancia{3}. Texto inspirador, a cuyas indicaciones este libro rinde tributo. Como en otras obras aparecidas recientemente{4}, nuestro propósito es construir una especie de caleidoscopio de imágenes y de posibles interpretaciones. unas, centradas en las instituciones para el cuidado y la regulación de la vida y la conducta infantil, otras, enfocadas en la experiencia vital de niños y niñas. Pero al final, todas las aproximaciones se implican, puesto que, como se ha dicho, la historia de la infancia es, en cierto sentido, la historia de cómo las hemos tratado.

Los niños y, sin duda, más aún las niñas se encuentran entre los que más tarde han alcanzado el reconocimiento de su condición de sujetos en la historia, entre los más sometidos a la dependencia total. Fueron ellos los menos escuchados. Por eso son las experiencias más difíciles de rescatar en el presente; pero también se decía algo parecido hace pocas décadas cuando se empezaron a escribir la historia de las mujeres.

Cuando volvemos sobre cada uno de los textos aquí reunidos, y tomamos distancia apreciando el conjunto, tenemos sentimientos contradictorios. Es como si en el presente vivieran todos los tiempos, y como si las preguntas planteadas, cuando fueron respondidas crearon otras. Sin embargo, esta misma complejidad es lo que anima a fundar maneras de abordar el tema, a probar distintas explicaciones, a trascender razonamientos causales.

Este libro combina una amplia variedad de enfoques, fuentes y metodologías. Fuentes oficiales y normativas, como expedientes judiciales, memorias, gacetas, relatos, crónicas, cuentos, imágenes y registros fílmicos han sido los materiales sobre los que se han construido los ensayos acá incluidos. viejas y nuevas fuentes se entrelazan para permitir la elaboración de esta historia esquiva. Resulta trascendental constatar que estos ensayos nos proponen nuevas cronologías para comprender el pasado. Aquí se modifican los períodos históricos y se cuestiona la culminación de ciertos procesos. Entonces, este libro no es la suma de nuevos protagonistas: es una nueva mirada a la historia y a la condición humana.

Además, este conjunto de escritos abre la posibilidad de producir una historia comparativa, y que los hallazgos y las maneras de preguntar sobre procesos regionales particulares produzcan nuevas rutas para interpretar sucesos locales y nacionales propios.

En algunos de los textos se encuentran visiones panorámicas que abordan variados aspectos de cómo las sociedades prehispánicas, por ejemplo, concibieron la infancia, que de seguro provocarán más adelante seguir respondiendo interrogantes pendientes. Otros tratan la fractura que significó la Conquista y la conformación de nuevas filiaciones entre peninsulares y sus hijos americanos, además de la creación de instituciones educativas destinadas a captar y a formar la niñez indígena. En ese contexto, la formación de modelos de santidad infantil, tuvo especial significado en los avances de la evangelización y la catolización. En varios se analizan procesos más largos a través de un tema específico como la educación. También contamos con enfoques más puntuales ya sea sobre la reconstrucción y el análisis de instituciones específicas encargadas de embridar el comportamiento infantil, o sobre la formulación de explicaciones a los dilemas sanitarios y vitales de niños y niñas en nuestro continente. Los cuadros demográficos se humanizan con las trayectorias personales; intuimos vínculos y experiencias que parecen íntimas. Lo específico de las preguntas planteadas no significa dejar de explicar cómo funciona una sociedad y, en ese funcionamiento, dónde se ubican los niños.

La gran mayoría de los artículos y los ensayos parece llamar la atención, de distinto modo, sobre la importancia de situar la experiencia infantil entre complejas tensiones formadas en un reparto de poder entre estructuras de parentesco y un Estado que no siempre se distingue de aquellas. Esta distinción es una clave importante para entender la actitud de los adultos hacia los niños y las niñas -diferenciación de género a la que habrá que prestar siempre atención- y las respuestas públicas para definir la identidad de los párvulos y asumir las funciones que le corresponden. Tal orientación puede estar sugiriendo grados de control de los impulsos que modulan tanto los sentimientos entre adultos e infantes, como las metas de la normatividad jurídica en los distintos momentos de la historia de América Latina. En todo caso, conviene pensar la infancia a la luz de la expansión de lo público y, al mismo tiempo, de la complejidad de lo psíquico; en consecuencia, es claro que tampoco se entiende la niñez sin el imaginario adulto.

Estamos acostumbrados a percibir la infancia, y las etapas de la vida en general, a partir de los ciclos vitales definidos por la biología, por las medidas y el peso. Y no es que en las sociedades premodernas no se considerara el número de años -allí está la historia gráfica andina de FELIPE GUAMÁN POMA de AYALA en el tránsito del siglo xvi al xvii para confirmarlo-. Sin embargo, todo parece indicar que lo que definía el estatus infantil y la normatividad doméstica y jurídica que lo acompañaba era la calidad de los vínculos en los que el infante se hallaba inmerso.

Es difícil trazar una línea divisoria entre la experiencia infantil y la cantidad de referentes que la definen. Niñas y niños no dejan de ser expresiones del modo en que se diferencian y se procesan las instituciones, los afectos y el poder. La experiencia infantil encarna el intercambio de autoridad entre el parentesco y las instancias públicas. La especialización de funciones del Estado y el afinamiento burocrático consiguiente son sucesos relacionados con la forma en que los adultos valoran a los infantes. De estas formas también han dependido las tasas de mortalidad y los sentimientos que se han desarrollado entre los seres humanos y en especial hacia los niños.

Tener en cuenta estos factores nos permitiría encontrar la racionalidad de una relación a través de la cual surge el maltrato y el apego al mismo tiempo; el descuido y la preocupación; y la ambivalencia que se puede notar a través de tantas historias contadas y por contar. Es decir, cómo en nuestro continente, respetando las gradaciones regionales, por ejemplo, servidumbre y filiación no han estado separadas durante tantos siglos. En algunos lugares con más contundencia que en otros, crianza, criadas y servidumbre doméstica han tenido sentidos muy parecidos. El que sirve es un menor, más allá de los años que tenga, es la muchacha o el mozo, la criada la que tiene un vínculo con la familia que parece excluir cualquier otra fuente de identificación que no sea la doméstica.

El abandono de niños ha sido una práctica más o menos preponderante, con ciertas particularidades según períodos y regiones. Los artículos que lo abordan en este libro sugieren cómo las preocupaciones propias del Estado patrimonial se distinguen de aquellas del Estado moderno. Se ven concepciones distintas de la infancia que están relacionadas con los criterios para el reparto del poder y de su ejercicio. Pese a todos los reparos frente a la obra de Philippe Ariés, es sorprendente cómo seguimos dialogando con él y con su propuesta. Costó trabajo procesar la idea de que los padres no tenían ese apego que, según el discurso ilustrado, la naturaleza obligaba hacia los hijos; tampoco fue fácil aceptar que la experiencia infantil no hubiera estado marcada estrictamente por cuestiones estructurales, y que los sentimientos podían modificarse en la interacción de los sujetos. Es posible notar resistencias parecidas cuando nos confrontan con la idea de que la identidad femenina no siempre se ha inspirado en la maternidad. En la actualidad una comparación entre el texto de Ariés y La misericordia ajena de John Boswell -lo que no implica obviar toda la producción y discusión que media entre ellos- señala la complejidad que ha adquirido el tema y la enorme cantidad de matices en sus aproximaciones{5}.

Resulta que no sólo los niños significaban diferente según los padres, sino que, como se puede apreciar en algunos de los artículos de esta colección, buena parte de la crianza de los niños y niñas que poblaron esta parte del planeta no estuvo en manos de los progenitores ni necesariamente de los parientes más próximos. Todo parece indicar que los infantes han tenido una vida especialmente azarosa, criados en una casa y en otra. En todo caso, se está ante una significativa tendencia a criar niños fuera de sus familias biológicas. Simultáneamente, esta tendencia pudo convivir con la notable extensión de las redes familiares -y en este caso no precisamente de las elites sino de la población esclava-, en contextos con características específicas. Dos autores tan criticados como influyentes -ARIÉS Y GILBERTO FREYRE- prueban haber identificado claves relevantes, vigentes hoy.

El misterio permanece. La urgencia de los niños y niñas por conocer su origen biológico, que a la vez puede ser entendida como necesidad de otros miembros de la sociedad, persiste. Lo que ahora en países como Argentina se ha convertido en un derecho, gracias a las presiones de las madres y las abuelas de los desaparecidos durante la dictadura, es decir, la búsqueda de la identidad biológica, tiene una larga historia en el abandono infantil. Hecho especialmente dramático, la desaparición y apropiación de los niños argentinos y uruguayos durante las dictaduras militares han enseñado uno de los rasgos más ruines del poder.

Sin embargo, este interés, aunque de naturaleza distinta, parecería haber existido entre los niños abandonados o vendidos por sus padres en la antigüedad de Occidente. Los niños expuestos deseaban invariablemente localizar a sus padres biológicos; tal afán, incluso, fue referido con un término preciso: anagnórisis. Esta búsqueda es más inquietante si se considera que en ese tiempo no existía una cultura donde los vínculos entre padres e hijos simbolizaban públicamente el ideal del amor y de la reciprocidad, como ocurre en la contemporánea. Obviamente, la filiación tenía que ver con acceso a bienes y a estructuras de parentesco que en sí podían constituirse como patrimonio.

Parece ser que un referente clave para narrar e interpretar la infancia es la separación de los niños del trabajo. Este tema marca diferencias entre clases, como entre campo y ciudad. El trabajo volvía adultos a los niños, mientras que los esclavos ya a los doce años lo eran. Conseguían la complexión requerida para el rendimiento laboral que los campos de caña exigían sin arriesgar tanto la inversión del propietario.

Pero el trabajo actuaba de otro modo en el caso de las mujeres, que en muchas regiones y países siguieron siendo criadas y muchachas más allá de la edad que tuvieran. La servidumbre doméstica conllevó a la infantilización, en el sentido de la sujeción a la tutela. Hubo niñas virtualmente esclavizadas por el intercambio doméstico en el siglo xix en Chile, donde las condiciones del latifundio no eran tan conspicuas como en otros países andinos. Entonces, en general, las niñas aparecen más asociadas a la domesticidad donde la palabra pública tarda un tanto en penetrar y transformar. Las niñas, pese a todo, siguen siendo las más invisibles.

Las prescripciones del mundo laboral -la separación de la casa- que durante la industrialización trajo consigo la disciplina del cuerpo, los horarios y la palabra escrita, por un lado, tendieron a reemplazar el castigo físico. La fiscalización del cuerpo, bajo criterios nuevos, tuvo lugar donde el hombre dejó de ser el padre. Sin embargo, entrar a la casa -escenario de la infancia emocional por excelencia post-antiguo régimen se entiende- seguía siendo uno de los desafíos del Estado moderno. En Chile, en 1945, una trabajadora social encontró que 70% de las familias vivía en una sola pieza y que cada cama era ocupada por 5,25 personas en promedio.

La legislación laboral infantil en los albores del siglo xx parece unir a los países de Latinoamérica. Estas regulaciones protectoras públicas coinciden aparentemente con logros civilizatorios en la región. una muestra de ello es la creación de nuevos conocimientos y tecnologías pediátricas como lo detalla el caso colombiano. Son avances que revelan cambios en los estilos de concebir a los infantes y de tratarlos, lo mismo que una preocupación más nítida del Estado por la sobrevivencia infantil y, en este caso, como varios más en América Latina, por la educación de las mujeres para la maternidad. Como queda también claro, este asunto se remonta al pensamiento ilustrado con distinto impacto según las nuevas demarcaciones administrativas del final del período colonial. Es interesante apreciar cómo los niños también están en el medio del discurso higienista que no se resuelve -dados los conflictos en la propia España y las imperturbables jerarquías coloniales- con los borbones y que, aún los Estados modernos, no pueden imponer ni persuadir sobre sus supuestas bondades. Es posible que estos procesos de modernización truncos tengan que ver con la notable injerencia clerical en buena parte de los países de América Latina.

Quizás la gravitación del derecho canónico tenga que ver con que la patria potestad ha sido redefinida hace relativamente poco en América Latina. La autoridad legal de las mujeres sobre los hijos -y sobre sus propios bienes- es algo reciente en nuestros países. Nos olvidamos de esto y de sus implicaciones, pese a que era un reclamo más o menos persistente en las cortes coloniales. Somos parte de una tradición en la que los que crían no son los que han tenido los derechos; este podría ser un campo de reflexión fértil para abordar el problema de la infancia en esta parte del continente.

Otro punto a resaltar es que las aproximaciones a la escuela como parte de las preguntas por la infancia confirman la vigencia de la propuesta de Ariés. La escuela -y sus diferentes acepciones-, su cobertura y orientación para entender el discurrir y la experiencia infantil, es una instancia que trabaja en varias direcciones. Por un lado, es una forma de entrenar el control de los impulsos y, por otro, obliga a los padres a redefinir sus funciones. En tercer lugar, habla de cómo el Estado interviene en la regulación de las jerarquías y la atribución de autoridades. Además, las labores infantiles, cuando no hay escuela, son extendidas; además, la pobreza ha estado muy asociada al aprendizaje familiar, parte de los niños migrantes italianos así lo experimentó, incluso, en ciudades como Buenos Aires. En algunas sociedades, la escuela parece apuntar a la emergencia del sujeto. La escuela pública y sus alcances habla de la complejidad del Estado, la sofisticación de la cultura y del espacio público y, por supuesto, de sus limitaciones y fracasos, muchas veces producto de la omnipotencia patriarcal, como señaló Luis Buñuel en Los olvidados (1950) y se menciona en un texto de esta colección.

Cabe notar, como lo hacen algunos autores de esta serie, que la escuela no tiene una solución de continuidad en nuestros países y que el esfuerzo doctrinero en educar a los jóvenes fue una experiencia bien diferenciada de lo que pudo significar la educación prehispánica. Así, otro tema que emerge con cierto peso es la presencia de la iglesia católica en la definición de la infancia y en la instauración de los patrones educativos. La contundencia de las propuestas laicas antes de fines del siglo xix no se siente por igual en todos los países. Quizás México, de los casos agrupados en esta antología, sea el más distinguible en términos del perfil laico de sus instituciones educativas. De todas maneras, aún queda camino por andar en términos de las tensiones entre los paradigmas formativos clericales y laicos. Esto también es significativo en relación al desarrollo de los discursos públicos sobre el cuidado de la infancia y cómo estos coexisten con la actuación de diferentes congregaciones religiosas que pueblan, por ejemplo, los hospitales públicos de nuestros países desde tiempos coloniales. En esta dirección surgen las preguntas acerca de las limitaciones de la iglesia católica para controlar el impulso, en el caso de las correccionales.

De la lectura se desprende que el devenir de la experiencia infantil está también estrechamente vinculado a los procesos de secularización y a las tensiones provocadas entre estos y las instituciones inspiradas en diferentes tipos de tutelaje. La variedad de agentes que interactúan con los infantes en la canalización del deseo y la agresividad infantil es grande y muy nerviosa frente a tales pulsiones.

Por momentos se puede llegar a concluir que la infancia es una construcción de los adultos. Sin embargo, hacerlo significaría desconocer la tensión propia de las estructuras humanas. Es cierto que los adultos elaboran normas de conducta, sanciones para la trasgresión, patrones de herencia, entre otras cosas, pero lo hacen bajo presiones dinámicas de distinto tipo y desde una red más o menos tupida de interdependencias, de la cual forman parte también los niños y las niñas. La escuela, como otros logros culturales, es pues una expresión específica de los cambios en la naturaleza de los vínculos. Por más que sea el adulto el que define, lo hace desde una tensión que es propia del vínculo.

Las reflexiones y los hallazgos sobre la experiencia infantil y las actitudes de los adultos hacia los niños, por momentos inducen a pensar que existe una línea evolutiva -la aparición de la literatura infantil y su significado por ejemplo- y acercan a tesis como las que sostenían que los niños cada vez han sido mejor tratados, que nuestra disposición adulta para el trato de la prole ha mejorado. Sin embargo, el fotografiarse la introspección y la subjetividad como características de un período donde la infancia cambia de significado, incorporándose y reconociéndose a los niños como sujetos, convive con la participación activa, cada vez mayor, de niños y niñas en los conflictos armados que nos azotan.

La variedad de distinciones que acompañan en América Latina a niños y niñas nos aproximan a cuestiones sustantivas de las sociedades coloniales y republicanas: desde los encierros tempranos de niñas para proteger el honor y el patrimonio familiar y otras formas de segregación jerárquica, hasta la total exposición y extrema vulnerabilidad. Se descubren así las polaridades de las sociedades latinoamericanas, que no excluyen una profusión de matices intermedios.

Otra puerta de ingreso a la historia de la infancia es el castigo físico. Si bien sólo insinuado en algunas de las contribuciones de este libro, su progresivo descrédito como medio de educar también parece uno de los rasgos que marca la presunta evolución de la infancia. Tal inhibición, muy reciente e incompleta por cierto, habla del reemplazo de la violencia por la persuasión. Sin embargo, es obvio que el control de la agresión se escapa de las manos, tanto de parte del Estado como del mundo doméstico. Los planteamientos al respecto que aparecen en este conjunto de estudios sugieren la necesidad de seguir sondeando estos ámbitos.

Los procesos de guerra interna de las sociedades latinoamericanas y la presencia de niños y niñas en estos develan a la violencia como un ingrediente arcaizante. Cuando nos vemos en estas historias provoca relativizar nuestros propios criterios que definen a la niñez como la etapa fundamental de la vida en términos de la formación del individuo. La guerra resignifica la infancia y potencia la crueldad de los niños y las inclinaciones adultas por abusar de ellos. Hace mucho se sabe que las guerras no respetan tratados y, como lo ha recordado una reciente cinematografía, los niños latinoamericanos han vivido el terror de los conflictos. Bien con fusiles extraños en sus manos, agónicos en el afán de sus padres desplazados, observando absortos el desastre o comprendiendo callados el temor de sus padres perseguidos.

Efectivamente, este afán de comprensión de la infancia no es sólo una aventura intelectual. El tema de la niñez, si bien como se verá a lo largo de este libro está necesariamente vinculado a procesos en los que se combinan desarrollos institucionales, estructuras familiares y componentes afectivos, conlleva también una carga emocional muy particular. Acercarse a lo pueril es también mirar las formas en que las sociedades, de las cuales nuestros vínculos forman parte, y los sujetos han experimentado los sentimientos más primarios -se ve en el abandono, en el infanticidio, en el abuso o en las guerras- así como han creído en expresar lo mejor de sí, recortando las arbitrariedades, desplegando la caridad, creando escuelas o desarrollando la medicina, creando vacunas, fundando revistas e inaugurando cátedras, entre otras cosas.

La historia de los sentimientos se presenta entonces como un desafío para los que pretendan seguir hurgando en el universo de la historia infantil. Y, pese a las advertencias de autores como JACK GOODY O NORBERT Elias sobre la eventual imposibilidad de entender con cierta certeza las emociones de las personas en el pasado, los que nos acercamos al tema que nos convoca no podemos evitar preguntarnos cómo la sobrevivencia de los infantes implica un cambio en los umbrales de la sensibilidad y obliga a cierta sofisticación amorosa o, por lo menos, a cierto control del impulso.

La infancia encarna las referencias y los recuerdos más movilizadores. Recuerda a los adultos aquello de sí mismos, pues los niños finalmente están más cerca de cuando se han experimentado los impulsos más intensos y las represiones más incontestables. Podemos asumir que sobre los niños se ha descargado buena parte del tánatos y el eros adulto y de los esfuerzos por convertirlos en cultura. Podría explicar esto la insignificancia de sus referencias, lo mismo que el registro intermitente.

GARCILASO DE LAVEGA, niño ilegítimo y mestizo -aunque más tarde escribiera sobre su vida y la de su pueblo- creció en el Cuzco (Peru) del siglo xvi entre arcabuces, pólvora y caballos, como lo hacen ahora niños y niñas en territorios cada vez más extensos en nuestro continente. Hoy a algunos nos produce horror cuando recién nos internamos en las sensibilidades del pasado.

Finalmente, queremos dar las gracias a los autores, por su pronta y generosa respuesta a nuestra invitación. A las instituciones donde laboran, por permitirles tiempo para su trabajo investigativo. A los amigos que nos colaboraron con la traducción de artículos, con la indicación de hechos o de referencias bibliográficas. A la maestra Margarita Lozano que nos cedió su cuadro para la ilustración de la portada. Y a la Universidad Externado de Colombia, que acogió con optimismo esta obra dentro de su casa editorial.

PABLO RODRÍGUEZ

MARÍA EMMA MANARELLI

PRIMERA PARTE

ÉPOCA PREHISPÁNICA

PABLO RODRÍGUEZ

  Los hijos del sol

Un acercamiento a la infancia en la América prehispánica

Entre los innumerables hechos asombrosos de las culturas prehispánicas americanas, probablemente uno de los menos conocidos es el de su elevado concepto de la infancia. Sobre los aztecas, mayas, incas y muiscas se conocen sus complejas formaciones urbanas, su exuberante arquitectura, sus sofisticadas obras de ingeniería hidráulica, su conocimiento de la agricultura, sus complejos conocimientos del cosmos, de la medicina y de las artes. También se han valorado sus sistemas de Gobierno y la eficacia de su política. Sin embargo, continúan siendo menos conocidos sus sistemas y formas de vida familiar. Y entre ellos, éste que ahora nos ocupa, el del valor que tenían los niños indígenas antes de la llegada de los españoles.

Antes del arribo de los españoles, el continente americano estaba habitado por una gran diversidad de sociedades nativas. Y estas sociedades presentaban historias bastante distintas en su conformación, las cuales las habían conducido a momentos particulares de su desarrollo. En estas sociedades se encuentran estadios de desarrollo y crecimiento sumamente complejos, como es el caso de los aztecas y los incas. Tal era su población y su complejidad política y social, que ha llegado a reconocerse la existencia de un protoestado. Los muiscas, quechuas y aymaras fueron grupos de elevados desarrollos. Otros pueblos como los mayas, habían vivido una sorprendente historia siglos antes de la Conquista española. Pero también, otros muchos grupos de menor conformación y desarrollo habitaban el territorio. En suma, una fuerte sociedad indígena preexistía a la presencia española en América, cuyas características más sobresalientes eran su diversidad, complejidad y diferente momento en su desarrollo.

Esa diversidad puede observarse precisamente en relación con la infancia. En la mayoría de estas sociedades se puede afirmar que la infancia, más que un hecho biológico, constituía un asunto cultural. Esto de alguna manera quiere significar la existencia de una auténtica cultura de la infancia en muchas sociedades prehispánicas. Una efectiva conciencia de la importancia de la reproducción y el crecimiento del grupo humano volcaba todo el interés y la expectativa sobre el éxito de los partos y el bienestar de los infantes. Múltiples ritos y ceremonias festejaban el embarazo y los nacimientos de los niños, pero además en algunas sociedades hubo finas consideraciones sobre la educación y preparación de los niños y las niñas para la vida adulta. Una especie de pedagogía social y moral instruía a los niños en los valores esenciales de la vida de estas comunidades. Esta elevada afectividad hacia los niños puede observarse en el lenguaje refinado, lleno de metáforas con las que los nombraban. Como veremos más adelante, cotidianamente los llamaban piedras preciosas.

Corrientemente se cree que entre los pueblos prehispánicos, debido a su costumbre de sacrificar humanos a los dioses, no había una valoración de la vida. Y esto tiende a extenderse a los niños. La verdad, este es un asunto que sólo puede comprenderse dentro de la cosmovisión y tejido religioso prehispánico. La importancia que para pueblos agrícolas y cazadores tenían los elementos de la naturaleza, explica que los indígenas asignaran entidades divinas a cada uno de ellos. La ofrenda y el sacrificio no buscaban otra cosa que mantener el equilibrio de la naturaleza y la seguridad del bienestar de la comunidad. Además, estos pueblos sacrificaban a los vencidos en la guerra o a esclavos que adquirían en los mercados. También realizaban sacrificios de castigo o de personas contaminadas por un maleficio. Es decir, se sacrificaba a los extraños, a los dominados, a los que no habían recibido los ritos de bienvenida a la comunidad.

La historia de la infancia prehispánica se puede empezar a conocer gracias a los formidables testimonios recogidos por los cronistas. Entre ellos, sobresale con especial brillo FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, cuya excepcional sensibilidad le indujo a inquirir sobre los aspectos más ocultos y variados de los aztecas{6}. Como él, otros cronistas registraron distintos aspectos de la vida familiar y de los niños de los distintos grupos indígenas prehispánicos. Así mismo, los códices prehispánicos y coloniales ofrecen constancias de trato y consideración hacia los niños. La rica cerámica prehispánica presente en diversos museos del continente conforman un valioso material para comprender la valoración de la maternidad, el parto y la crianza de los infantes. Sin embargo, conviene advertir la existencia de un desarrollo muy desigual entre las sociedades prehispánicas respecto a la infancia. Normas, conceptos y principios como los de los aztecas y los mayas no se conoce entre los demás grupos indígenas americanos. Claro está, sobre estos no se tiene el número y calidad de testimonios que quedaron de las comunidades mesoamericanas. Con todo, por lo pronto, nuestro intento es sólo una aproximación a uno de los más atractivos temas del pasado histórico americano. Empresa que exigirá una atención continuada en el hallazgo de nuevas fuentes y esfuerzos e imaginación en su interpretación.

I EL EMBARAZO

Sorprende la manera tan minuciosa como los informantes de Fray Bernardino de Sahagún recordaron el momento en que se anunciaba y celebraba el embarazo. Una vez la recién casada se sentía preñada informaba a sus padres, luego reunían comida, bebida, flores olorosas y cañas de humo. Invitaban a los padres del casado y a los principales del pueblo a un festivo convite, en el que comían y bebían y, al final un anciano, en medio de todos y sentado en cuclillas decía estas palabras:

... oíd pues señores que estáis presentes, todos los demás que aquí también estáis, viejos y viejas, y canos y canas: sabed que nuestro señor ha hecho misericordia, porque la señora N, moza y recién casada, quiere nuestro señor hacerla misericordia y poner dentro de ella una piedra preciosa y una pluma rica, porque ya está preñadilla la mo- zuela. Parece que nuestro señor ha puesto dentro de ella a una criatura.

El orador terminaba clamando a los dioses por la ventura de la criatura. Otros oradores intervenían, como en una especie de diálogo, con felicitaciones a la preñada. Y así le decían:

... muy amada y preciosa, como piedra preciosa, como chalchíhuitl y zafiro, noble y generosa, ya es cierto que nuestro señor se ha acordado de vos [.] ya está claro que estáis preñada y que nuestro señor os quiere dar fruto de generación y os quiere poner un Joel y daros una pluma rica. Por ventura lo han merecido vuestros suspiros y vuestras lágrimas, y el estendimiento de vuestras manos delante de nuestro señor y las peticiones y oraciones que habéis ofrecido en presencia de nuestro señor [.] por ventura habéis velado; por ventura habéis trabajado en barrer y en ofrecer incienso en su presencia, por ventura por estas buenas obras ha hecho misericordia con vos nuestro señor.

Después, el padre y la madre de la moza respondían a los oradores, refiriéndose nuevamente a la criatura como piedra preciosa y pluma rica. También exhortaban a la embarazada a mostrar humildad y gratitud con el señor, como también a cuidar su criatura. Las palabras finales de la ceremonia correspondían a la futura madre, quien se preguntaba si merecía la dicha de tener un hijo. Por su belleza y humildad reproducimos el texto en su totalidad:

Señores nuestros y padres muy amados, por mi causa habéis recibido trabajo en el camino, porque hay caídas y tropiezos con tener muchos negocios y ocupaciones que nuestro señor os ha encargado. Por mi causa habéis dejado, por darme a mi contento, descanso y placer con vuestras palabras y consejos y avisos muy preciosos y raros que aquí he yo oído, como de padres y de madres muy amados, los cuales tenéis atesoradas en vuestras entrañas y en vuestra garganta, como cosa muy preciosa y deseable. ¿Por ventura los olvidaré? ¿O ambos los olvidaremos, yo y mi marido, el cual aquí está, que es vuestro siervo y criado N, a los cuales ambos nuestro señor nos ha juntado y atado? ¿Por ventura con descuido lo olvidará? y lo que, señores, habéis oído, la razón porque habéis venido, es verdad. Verdad habéis oído, que ya nuestro señor tiene por bien de nos querer dar una piedra preciosa y pluma rica. ¿Por ventura tendrá por bien de sacar a luz lo que está comenzado? ¿O por ventura perderé este beneficio y no gozaré de mi criatura? No sé lo que nuestro señor tiene propósito de hacer en este negocio. Por cierto esto sé, que en mí no hay merecimiento para que venga a luz y nazca en el mundo. Duda tengo de que nuestro señor le dé luz para que se conozca la merced que me ha hecho. Aquí está presente vuestro siervo y criado. Siempre andamos juntos como trabados de las manos. No sé si lo verá. No sé si se conocerá. No sé si se verá la cara de lo que su sangre se ha hecho, que es lo que tengo en el vientre. No sé si verá a su imagen, que es la criatura que está en mí, o si por ventura nuestro señor que está en todo lugar, se quiere reír de nosotros deshaciéndole como agua o dándole alguna enfermedad en su ternura o nacerá sin tiempo y nos deshará con el deseo de generación, porque ni nuestro lloro ni nuestra penitencia merece otra cosa. Esperemos en nuestro señor. Por ventura no lo merecemos. Padres míos y señores míos muy amados, deséoos todo reposo y todo contento².

Una vez el embarazo llegaba al séptimo u octavo mes, se reunían de nuevo las familias y aparejaban la comida y bebida y escogían una partera para encargarse de la embarazada. La partera participaba como ministro en un culto religioso, actividad que estaba íntimamente ligada con su función médica y a ella se referían los parientes de la preñada como persona honrada y digna de veneración. Con gran respeto, le suplicaban que se hiciera cargo de la futura madre y, en un discurso entrecortado por la emoción, la llamaban muy amable señora y madre espiritual, madre y médica. El carácter sacerdotal de la partera se vislumbra en estas palabras se expresa también en las ceremonias que se llevan a cabo durante y después del parto, tanto con la madre como con la criatura, y en los que ella era oficiante.

Una matrona, pariente del marido y padre de la criatura, decía a la partera:

... os rogamos señora, que hagáis misericordia con esta muchacha y que hagáis con ella vuestro oficio y facultad, pues que nuestro señor os ha hecho maestra y médica, y por su mandado ejercitáis este oficio [.] Déos Dios muchos días de vida para que le sirváis y ayudéis en este oficio que os ha dado.

Siameses. Arte de la tierra. Tumaco.

Colección Tesoros Precolombinos,

Fondo de Promoción de la cultura, Bogotá, 1994,p.33

Diosa dando a luz, Cultura Mexicana. Tomando de MAX SHEIN,

El niño precolombino. Trazo Blanco Asesoría Creativa,Roche

México, 2001, p.52.

Ceramio  Mochica  con escena de parto. Museo Nacional de

Arqueología Antropología e Historia. Tomado  de ENRIQUE

GONZÁLES CARRÉ, Ritos de tránsito en el Perú de los Incas.

Lluvia Editores,Instituto Francés de Estudios Andinos,Lima,2003,p.29

.

Maternidad.Arte de la tierra . Tumaco

Colección Tesoros Precolombinos,

Fondo de Promoción de la Cultura,Bogotá, 1994,p.31

Ofrenda. EN ELISA RAMÍREZ DE CASTAÑEDA.

Fray Bernandino de Sahagún para niños,

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México,

2000,p.24.

Niños de cinco años . Códice Mendocino. Tomado de MAX SHEIN, El niño Precolombino.

Trazo Blanco Asesoría Creativa, Roche, México, 2001, p.58.

Árbol Chichihualcuahuitl,Códice Vaticano.Tomado de Max

Shein, El niño precolombino. Trazo Blanco Asesoría Creativa,

Roche, México, 2001,p. 55.

No hay duda de que la partera cumplía una función mágico religosa. Sus palabras invocaban a las deidades, especialmente a la diosa mayor Yoaltícitl y a Vol xuchicalli, la diosa de los temazcales. A ellas ofrecía su trabajo.

Oído esto, la partera luego ella misma comenzaba a encender el fuego para calentar el baño, y luego metía en él a la moza preñada, y la palpaba con las manos el vientre para enderezar la criatura si por ventura estaba mal puesta. Y volvíala de una parte a otra [.] Después de sacada del baño, la palpaba la barriga, y esto hacía muchas veces aun fuera del baño. Y éste se llamaba palpar a secas [.] También mandaba la partera que no se calentase mucho la preñada al fuego, ni la barriga ni las espaldas, ni tampoco al sol, porque no se tostase la criatura. También mandaba la partera a la preñada que no durmiese entre día, porque no fuese disforme en la cara el niño que había de nacer. Otros mandamientos o consejos daba la partera a la embarazada para que los guardase entretanto que duraba la preñez [.] que no comiese aquel betún negro que se llama tzictli (o chicle) porque la criatura por esta causa no incurriese en el peligro que se llama netentzoponiliztli y que no se hiciese el paladar duro y las encías gruesas [...] También mandaba que no tomase pena o enojo, ni recibiera algún espanto, porque no abortase o recibiese daño la criatura: asimismo prevenía los de casa que lo que quisiese o se le antojase a la preñada luego se lo diesen, porque no recibiese daño la criatura [.] mandaba igualmente a la preñada que no mirase lo colorado, porque no naciera de lado la criatura; que no ayunase porque no causase hambre a la criatura [.] que no comiese tierra ni tampoco tizatl (greda, yeso), porque nacería enferma la criatura o con algún defecto corporal, porque lo que come y bebe la madre, aquello se incorpora en la criatura y de aquello toma la sustancia…

También mandaba la partera a la preñada

... que cuando llegaba cerca el tiempo de parir, que se abstuviera del acto carnal, porque si no lo hiciese así la criatura saldría sucia y cubierta de una viscosidad blanca como si fuera bañada con atolli blanco [.] y esto es cosa vergonzosa a la mujer preñadas.

Existían muchas otras supersticiones: si la embarazada salía de noche debía ponerse un poco de ceniza en su blusa o en la cintura, pues de no hacerlo los fantasmas la asustarían. Si observaba el cielo durante un eclipse, el niño nacería con labio leporino, a menos que la madre hubiera ya tenido la precaución de llevar bajo sus vestidos, junto a la carne misma, un cuchillo. Se decía también que si el padre, durante la noche, veía un fantasma, el niño padecería una enfermedad del corazón. Durante todo el período anterior al parto una red de prohibiciones y preceptos tradicionales encerraba a la madre, y aun al padre con el fin, se creía, de proteger al niño. Y en él, el papel de la partera era primordial, especialmente con la mujer joven ichpochpilhua (la que tiene su primer hijo).

Sobre los maya, dice Max Shein que debido a la alta mortalidad que padecían, como una actitud instintiva buscaban tener familias grandes. Entre ellos, el matrimonio era una institución para la procreación de niños. Las mujeres hacían peregrinaciones a la isla de Cozumel al templo de la diosa Luna, ixchel, también diosa del embarazo, para rogarle por un parto venturoso; peligroso viaje de más de 30 kilómetros, en frágiles canoas, para atravesar el canal que separa a la isla de la península de Yucatán. También las mujeres estériles hacían este viaje para ofrecer oraciones en las que rogaban por su fertilidad{¹¹ }.

Se cita que entre los mayas el coito no sólo era permisible sino muy necesario durante el embarazo por la creencia de que la mujer necesitaba un soporte regular de líquido seminal masculino para el buen desarrollo del niño. Pensaban también que el tiempo de la concepción del niño tenía gran influencia en su vida futura. Y algunos días nefastos debían ser evitados.

II. EL PARTO

El momento del parto -que era llamado la hora de la muerte- estaba lleno de un dramatismo, que sólo los conocimientos y la experiencia de la partera lograban conjurar.

Llegado el tiempo del parto [.] cuatro o cinco días antes de que pariese la preñada, estaba con ellos la comadre aguardando a que llegase la hora del parto. Cuando comenzaban los dolores, ellas mismas, según dicen, hacían la comida para la preñada. Y cuando ya la preñada sentía los dolores del parto, le daban un baño. Y después del baño, dábanle a beber la raíz de una yerba molida que se llamaba cihuapatli, que tiene la virtud de empeller o rempujar hacia fuera a la criatura. Y si los dolores eran recios todavía, dábanla a beber tanto como medio dedo de la cola del animal que se llamaba tlacuatzin (zariguaya), molida. Con esto paría más fácilmente{¹¹ b}

El parto tenía lugar habitualmente en posición genupectoral, en cuclillas, la mujer apoyada en los talones, posición que está reproducida en figurillas mayas de Caminaljuyu, en el bajo relieve de Sayil, y en uno de Monte Albán, así como en muchas estatuillas procedentes de Colima y Nayarit y en varios pictogra- mas de códices antiguos. La más célebre de todas las figurillas es sin duda, la admirable estatuilla de la colección de Robert Wood Bliss de Dumbarton Oaks (Washington D. C.), figura de un realismo extraordinario que representa a una mujer en trabajo de parto dando a luz a un niño que se ve saliendo de la vagina. Se han encontrado otros ejemplos en figuras de cerámica de la civilización mochica.

La partera buscaba animar a la madre. Le decía, ¡esfuerzate! Mira que aquí están tus padres. Has como hizo aquella diosa que parió primero, que se llamaba Cihuacóatl. Si había problemas durante el parto:

… si pasaba una noche o un día que no paría la paciente, luego la metían en el baño, y en el baño la palpaba la partera, y le enderezaba la criatura. Si por ventura se había puesto de lado o atravesada, enderezábala para que saliera derechamente. Y si esto no aprovechaba, y si con todo esto no podía parir, luego ponían a la paciente en una cámara cerrada, con sola la partera que estaba con ella, y allí la partera oraba y decía muchas oraciones llamando a la diosa que se llamaba Yoalticitl, y a otras diosas [.] La partera que era hábil, y bien diestra en su oficio, cuando veía que la criatura estaba muerta dentro de su madre, por ver que no se meneaba, y que la paciente estaba con gran pena, luego metía la mano por el lugar de la generación a la paciente y con una navaja de piedra cortaba el cuerpo a la criatura y sacábalo a pedazos{¹¹ c}.

Y si por ventura los padres de la paciente no permitían a la partera que despedazase a la criatura, ésta cerraba muy bien la puerta de la cámara donde estaba y la dejaba sola. Y si la mujer moría de parto, la llamaban mocihuaquetzqui, que quiere decir mujer valiente. Las madres que así morían eran tenidas por santas. Sus cuerpos eran lavados, ataviados y con sus cabellos tendidos. El marido y los amigos cargaban el cuerpo para enterrarlo en el patio del templo. Su cuerpo debía ser vigilado día y noche pues los malos hechiceros buscaban robarlo para hacerse a sus poderes encantadores. Acostumbraban cortarles el brazo izquierdo que, según decían, daba poderes extraordinarios a los ladrones. Las madres que morían en el parto no iban al infierno, ellas estaban destinadas a la Casa del Sol, y que el Sol, por su valentía, las llevaba para sí.

Según dice MAX SHEIN, entre los maya ningún acontecimiento tenía mayor significado que el nacimiento de un hijo. Los niños no sólo eran considerados una medida de la riqueza personal y de la buena fortuna, implicaba también una bendición de los dioses, especialmente de Ixchel, patrona de los partos, cuya imagen se ponía debajo del lecho de la madre durante el trabajo del parto, según menciona el obispo Landa: . para sus partos acudían a las hechiceras [.] y les ponían debajo de la cama un ídolo llamado Ixchel{¹¹ d}.

Poco se sabe del parto entre los mayas, pero se puede inferir de las costumbres entre los zinacantencos actuales que la madre era atendida por una comadrona (x-alnzah) auxiliada por el marido y algunos familiares de éste, los cuales ingerían bebidas embriagantes durante y después del parto. Estas comadronas predecían el día del parto y lo facilitaban y después solían dar masajes para reinstalar el útero a su posición natural.

Entre los incas, la mujer embarazada trabajaba hasta el último momento antes del parto y éste se efectuaba en el lugar donde ella se encontrara. En ocasiones era ayudada por vecinas expertas, en especial por aquellas que habían dado a luz mellizos. No había comadronas profesionales y la misma madre cortaba el cordón umbilical. Inmediatamente después del parto, la madre se acercaba al arroyo más cercano para bañarse y lavar al infante con agua entibiada en su propia boca, para posteriormente acomodarlo en una cuna preparada de antemano.

En Colombia, donde tampoco parecería haber existido la institución de la partera, la madre era auxiliada por parientas o amigas. El nacimiento ocurría fácilmente y sin mayores contratiempos. Sin embargo, sucedía dentro de una cierta particularidad, era un parto sumergido en el agua. El fraile De la Vega observó así el hecho en la región de Cartagena:

La india se metió con sus dos compañeras al río hasta la altura del pecho [.] dando un grande grito la india zambulló junto con las dos, cuando resollaron fue con la criatura, era hembra. Así que la lavaron bien y la madre acabó de parir, salieron del agua y llevaron a la parida a un chinchorro o hamaca, poniéndole un brasero de candela debajo para que allí escurriesen las inmundicias del parto. Pregunté al fiscal que para qué hacían aquello. Aquí me respondió que para que no tuviesen llagas nunca y para que nadie pisara aquella sangre porque moría la parida{¹¹ e}.

Cieza de León, protagonista y observador directo de la Conquista, lo registró así:

Por todas estas partes las mujeres paren sin parteras, y aun por todas las más de las indias, y en pariendo, luego se van a lavar ellas mismas al río, haciendo lo mismo a las criaturas, y hora ni momento no se guardan del sereno, ni les hace mal, y veo que muestran tener menos dolor cincuenta destas mujeres que quieren parir, que una sola de nuestra nación. No se si va en el regalo de las unas o en ser bestiales las otras.{¹¹ f}

Finalmente, Gumilla, viajero del siglo xviii, observó en la región oriental del país: Luego que siente los primeros dolores la india, se va con disimulo a la vega del río o arroyo más cercano para lograr a sus solas el lance{¹¹ f}.

III . EL NACIMIENTO

Entre los nahuatl, en el momento del nacimiento la partera reconfortaba a la madre con gritos estridentes similares a los de un guerrero en combate que había ganado la batalla y que había vencido varonilmente cautivando a un niño. Y luego hablaba la partera a la criatura, si era varón, le decía: seáis muy bien llegado, hijo mío muy amado. Y si era hembra decía: señora mía muy amada, seáis muy bien llegada y la saludaba como piedra preciosa y pluma rica en un largo discurso en el que advertía de la incertidumbre y penas de la vida: donde hay trabajo y fatigas, donde hay calor y frío, donde no hay placer ni contento porque es un lugar de trabajos, fatigas y necesidades. Luego la partera lavaba el cuerpo de la criatura, mientras le decía las siguientes palabras:

Hijo mío, llegaos a vuestra madre la diosa del agua llamada Chalchihuitlicue. Tenga ella por bien de os recibir y de lavaros. Tenga ella por bien de apartar de ti la suciedad que tomaste de tu padre y madre. Tenga por bien de limpiar tu corazón y de hacerte bueno y limpio. Tenga por bien de te dar buenas costumbres.

Luego la partera, que actuaba como sacerdotisa, dirigía un recitativo al agua para que vertiera sus poderes en el recién nacido. Esto, dice el texto de Sahagún, no lo hacía en forma recia, sino como rezando. Finalmente, la partera hablaba a la madre recién parida y la colmaba de halagos. Una parte de esas especiales palabras es la siguiente:

Bien he visto todos los trabajos que habéis tenido estos días pasados, que ni habéis dormido ni reposado [...] Por cierto, este negocio es como una batalla en que peligramos las mujeres, porque es como tributo de muerte que nos echa nuestra madre cihuacóatl […] Ya ven nuestros ojos lo que ha nacido. Es como una piedra preciosa y es como una pluma rica que ha brotado en nuestra presencia. Lo que puedo agora afirmar es que nuestro señor Quetzalcóatl, que es criador, ha puesto una piedra preciosa y una pluma rica suya en este polvo y en esta casa pobre, hecha de cañas; puedo también decir que ya ha adornado vuestra garganta y vuestro cuello y vuestra mano con un Joel de piedras preciosas y de plumas ricas de rara preciosidad, y que raramente se halla ni aun a comprar. Puedo decir que ha puesto en vuestras manos un manoxito de plumas ricas que se llama quetzalli, de perfecta hechura y perfecto color. Y en agradecimiento de este tan gran beneficio conviene que respondáis con lloros y oraciones devotas a nuestro señor que está en todo lugar{¹¹ g}.

Esta ceremonia era ocasión para que la familia, los amigos y la comunidad dieran los parabienes a la madre y al padre de la criatura. Personalmente o a través de mensajeros hacían sus expresiones y entregas de regalos para el recién nacido. Tanto los principales, los comerciantes, como entre la gente humilde se ofrecían tejidos, mantas y huipiles de diversa riqueza.

Llama la atención que en distintos lugares de Los Andes el primer acto de la madre con su bebé fuera bañarlo en un arroyo, casi como en un rito. Luego lo bañaría todas las mañanas. Algunos han pensado que el agua cumpliría aquí, además de una función profiláctica, una religiosa. Probablemente se buscaba que el niño o la niña no recibieran los pecados de sus padres. En este sentido, el baño del niño constituía más un acto de purificación. Después de su primer baño, la madre envolvía al bebé en mantillas y lo presentaba a los familiares y amigos. Esta presentación era conocida con el nombre de Aylluskay. El cronista Cristóbal de MOLINA la describió así: el ayskay era que cuando paría la mujer, al cuarto día ponía la criatura en la cuna que llaman quirao, y en este día llamaban a los tíos y parientes para que lo viesen, y venidos bebían aquel día, pero no porque hiciesen otra ceremonia ninguna{¹²}. En este encuentro el bebé recibía un nombre, que luego le sería cambiado en la ceremonia de corte de cabellos.

IV. EL BAUTIZO

ALFREDO LÓPEZ AUSTIN ofrece una definición de la infancia entre los náhuatl, que bien merece retomarse:

La infancia era concebida por los antiguos nahuas como la edad en que el individuo estaba expuesto a los mayores peligros de orden natural y sobrenatural; como un período de pureza que daba al menor la posibilidad de comunicarse con los dioses; como una etapa de la vida en la que el ser humano se iba fortaleciendo por medio de la educación para incorporarse, paso a paso, a las actividades económicas de la familia y de la comunidad, y como una fase de la existencia en la que, cuando menos en los primeros años, el niño era un ser de racionalidad en formación y con limitada responsabilidad por sus actos'{¹³ }.

Es en relación con estas nociones como se debe comprender los distintos ritos de bautismo, de purificación y de educación de los niños en la sociedad.

Una vez terminaban los ritos comentados, los padres aztecas se interesaban por conocer el signo que marcaría el destino de la criatura. Para ello llamaban a un tonalpouhqui, el que sabe conocer la fortuna de los que nacen. Primero, éste preguntaba la hora exacta en que había nacido, luego consultaba sus libros, en especial el tonalmatl o el libro del destino, para saber el signo del nacimiento del niño y ver si el día era propicio o nefasto. Después el adivino buscaba un día favorable para el bautizo, casi siempre al cuarto día. Por este trabajo la familia daba comida y bebida al adivino, y si era una familia principal le agradecían con gallinas y mantas.

El bautizo constituía un ritual lleno de simbolismos. En los días previos a éste, la familia reunía una serie de objetos propios de los niños y las niñas. Si el bautizado era varón preparaban una rodelita, un arco y cuatro flechas, cada una de las cuales significaba los puntos cardinales. Y si era una hembrita, traían alhajas femeninas, aderezos para hilar y tejer, como el huso y la rueca. También ponían un huipil. En ambos casos se festejaba con comidas como frijoles y maíz tostado. Cuando tenían reunido lo necesario mandaban llamar a la partera para que hiciera el bautizo, especie de ofrenda a los dioses. Se reunían muy temprano, antes que saliera el Sol, en el patio de la casa, allí la partera pedía un recipiente con agua, acercaba los objetos y esperaba a que saliera el Sol. Una vez aparecía, mirando al Occidente, invocaba a los dioses, resaltando que la criatura procedía de su casa sagrada. Luego humedecía sus dedos mientras los llevaba a los labios del pequeño y decía: Toma, recibe.Ves aquí con qué has de vivir sobre la tierra para que crezcas y reverdezcas. En seguida, le mojaba los pechos, diciéndole: Cata aquí el agua muy pura que lava y limpia nuestro corazón, que quita toda suciedad. Continuaba diciendo: Toma el agua del señor del mundo, mientras le mojaba la cabeza. Después lo tomaba en sus manos y lo levantaba hacia el cielo cuatro veces. Esta ofrenda al dios Sol era en solicitud para que le infundiera su fuerza en las batallas y lo hiciera un soldado valiente. Cuando la criatura era una niña, la ceremonia era similar, sólo que después del ofrecimiento había un nuevo rito dentro de la casa. Allí, la partera la envolvía en unas mantillas y la ponía en una cuna, a la que destinaba unas palabras: Tú, que eres madre de todos, que te llamas yoaltícitl, que tienes regazo para recibir a todos, recibe a esta niña que te entregamos. Luego todos los asistentes celebraban con las comidas y las bebidas. No cabe duda de

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