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Ichtus: Y me seréis testigos
Ichtus: Y me seréis testigos
Ichtus: Y me seréis testigos
Libro electrónico451 páginas6 horas

Ichtus: Y me seréis testigos

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Información de este libro electrónico

¿Imaginas que el cristianismo fuese un delito en el mundo entero? Año 2096. En un tiempo dónde las señales antes del fin se han disparado, quienes gobiernan se han convertido en una clase separada, y cada políticos es escogido desde antes de nacer, por su selecta condición genética. César, un brillante aspirante destinado a convertirse en uno de los políticos más influyentes de la Región Continental, es testigo de la primera ejecución de un cristiano en la España de finales del siglo XXI.
Tras encontrar de casualidad una copia del Nuevo Testamento, comenzará una aventura que lo llevará a descubrir un oscuro pasado, que cambiará toda su realidad, y que lo enfrentará con todo lo que le importa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 dic 2015
ISBN9788461713660
Ichtus: Y me seréis testigos
Autor

Adrián Fonseca, Sr

Profesional del diseño publicitario y editorial desde hace 20 años, Adrián Fonseca es un apasionado de la lectura, con una amplia experiencia en la edición de libros, habiendo participado de una manera u otra en la publicación de muchas obras. En los últimos años además de escribir relatos, obras de teatros, guiones para cortometrajes,ha trabajado en la producción musical y de espectáculos en España y Japón. En 2014 presentó su primera novela ICHTUS, un novela en el que presenta un futuro distópico dónde la religión es perseguida con mano de hierro.

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    Buena narrativa... anticlimático y faltó desarrollo de los personajes. Bendiciones.

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Ichtus - Adrián Fonseca, Sr

CAPÍTULO 1

– Por favor, vayan tomando asiento. – Una voz dulce sonó por los altavoces.

La sala-plató parecía un pequeño anfiteatro, con modernos asientos móviles haciendo un semicírculo alrededor de un pequeño escenario. Sobre él, infinidad de focos de todo tipo y tamaños, casi todos dirigidos a una pequeña sala acristalada tipo cubo, diáfana, que se apostaba en el centro del mismo. En el cubículo acristalado, un extraño asiento metálico justo en el medio, con cantidad de tubos entremezclados conectados a grandes terminales, cómo los que había en los centros sanitarios junto a la cama de los enfermos, pero más grandes, destellando con todo tipo de lucecitas.

Aún se encontraban trabajadores de la cadena sobre el escenario, ultimando cada detalle, para que nada saliera mal en tan esperado acontecimiento.

La gente iba pasando en silencio, ocupando cada uno su asiento asignado en la entrada.

El joven aspirante, esperó su turno pacientemente hasta que su nombre sonó por los altavoces del pasillo.

– César Ramos. Asiento 2/E.

El muchacho se adelantó hacia la entrada de la sala, justo donde una azafata aguardaba mostrando una gran sonrisa.

– Por aquí señor Ramos. Tendrá usted una buena vista.

– Si, esto… gracias – intentó ser amable.

Lo cierto es que era un asiento preferente, segunda fila, justo delante de la cabina de ejecución. La gente estaba pagando una fortuna para sentarse justo donde él se encontraba en ese momento, y sin embargo, daría su brazo derecho por encontrarse en cualquier otro lugar. Pero esa era, una de las ventajas de ser el protegido del presidente del Consejo, tener el honor de disfrutar en vivo y en directo de la primera ejecución en más de cien años.

Por curiosidad, había estado hojeando algunos documentos digitales libres en la red de información de la facultad. Según los textos, la pena de muerte se abolió en la antigua España, allá por el año mil novecientos setenta. 

Antes de la unificación, cada región continental era denominada país, y estos a la vez, estaban divididos en pequeñas comunidades regionales. Cada país gestionaba su propio sistema político, y a veces estos cambiaban bien por guerras, bien por imposición militar, o por algo que llamaban algo así como «elecciones populares». A mediado del siglo veinte, la euroregión continental sur estaba dirigida por imposición militar, a eso lo llamaban dictadura, y cuando ésta llegó a su fin, se abolió la pena capital.

– Hasta ahora – dijo confundido es sus propios pensamientos.

– ¿Perdón? –La joven sentada a su izquierda lo miró extrañada.

– ¿Qué?

César estaba aún más confundido.

– No, perdone. Creí que me había hablado usted a mí. – La muchacha trató de explicarse muy educadamente–. Lisa, Lisa Dominnic.

Le ofreció la mano cortésmente.

–… Ce…sar Ramos.

César contestó tímido, a la vez que apretaba levemente la mano de la chica.

– Bien, señor Ramos ¿nervioso?

– César, sólo César… por favor.

– Ok. Sólo si tú me llamas Lisa – asintió –. ¿Nervioso?

Cuando César abrió la boca para contestar, los altavoces sonaron de nuevo.

– Respetables ciudadanos, con ustedes vuestro anfitrión, ¡Alejandro Castillo!

La iluminación principal se apagó, dando lugar a un sin fin de luces de colores que se movían frenéticamente apuntando hacia el escenario.

Aliviado por el fin repentino de la conversación, César se colocó cómodamente sobre su asiento, mientras el conocido presentador se mostraba ante el público, provocando una gran ovación.

– Señorías, respetados ciudadanos, querida audiencia. ¡Bienvenidos a Pena Capital!

El público aplaudió de nuevo, emplazados por los pequeños indicadores digitales que había en cada asiento, y que dictaban en cada momento que debían de hacer, si reír, aplaudir, abuchear,…

– Hoy, gracias a la sabia decisión del Consejo de la Comunidad Euroasiática y tras más de cien años desde su abrogación, podremos disfrutar en vivo y en directo de la primera ejecución de un condenado por sus delitos. ¡Un fuerte aplauso al reo 4721-41/A!

La gente aplaudía y aplaudía, mientras unos funcionarios vestidos de blanco, sacaban al condenado dirección a la pequeña sala acristalada.

– Sí, estoy nervioso.

César pensó en la contestación que no llegó a dar, mientras se movía inquieto en el asiento.

Siempre se había considerado una persona tranquila, pacífica. No se implicaba en conflictos, más bien los rehuía. Además, siendo una persona sana y de la más excelente condición genética, le desagradaba todo lo relacionado con enfermedades, médicos, hospitales, y por supuesto, muerte. Y ahí estaba él, a la espera de ver como un hombre era ejecutado delante de sus propios ojos.

Posó su mirada sobre un asiento vacío en el lateral de la primera fila, que hacía patente una ausencia entre los grandes del partido, mientras se preguntaba que si él pudo faltar ¿por qué narices le había hecho asistir? De hecho, notó que no era la única ausencia en el comité ¿Dónde podían estar en un día como aquel?

– Reo 4721-41/A– continuaba el presentador. – Ha sido acusado, juzgado y condenado por un comité ciudadano respetando todos sus derechos fundamentales, conforme a las leyes constitucionales del Consejo Unido Mundial y de la Comunidad Eurasiática, siendo así mismo hallado culpable de los delitos de...– el presentador hizo una pausa recreándose en la ambientación –. ¡No se muevan de sus asientos, unos momentos de publicidad y enseguida volvemos!

– ¡Estamos fuera!

Un hombre grandote y con barba, ataviado con unos auriculares con micrófono, avisaba así de que las cámaras habían cortado momentáneamente la emisión.

Rápidamente, aparecieron sobre el escenario diferentes operarios de la emisora para corregir diversos detalles. Técnicos, guionistas, maquilladoras... todos en un movimiento delirante, concluían las últimas pinceladas antes de volver a emitir.

Mientras, el condenado continuaba allí parado, custodiado por dos gorilas vestidos de blanco que no le quitaban ojo de encima.

– ¿Estará drogado? –Lisa preguntó sin apartar la vista del reo.

– No sé…, quizás.

– ¿Te has fijado en la paz que refleja su cara?

César no contestó. Estaba cautivado con la maravillosa tranquilidad que demostraba aquel que iba a ser ejecutado en unos minutos y que, parecía ajeno a todo aquel Circo. Sin embargo no parecía ido, de hecho se le veía muy cuerdo. César creyó percibir como si aquel hombre los mirara con… ¿compasión? y aquello lo inquietaba.

Mientras tanto en la cabina de realización, dos tipos que por su indumentaria desentonaban con el resto, cuchicheaban con cierto misterio. Vestían con caros trajes negros, y portaban sendas gafas oscuras, aunque allí obviamente no las necesitaban. Demasiado típico hasta para un agente del servicio secreto. Uno de ellos, quién parecía más tenso preguntaba.

–¿Vendrá?

– No creo. Lo cierto es que nunca dijo que lo haría.

El que había preguntado resopló a modo de respuesta.

–¿Qué? – recriminó el otro.

– Pues, que no lo entiendo.

– ¡No hay nada que entender!

Algunas cabezas se levantaron de sus quehaceres, incomodándolos.

– No hay nada que entender – repitió susurrando –. Él es el presidente, puede hacer lo que quiera.

– No me mal interpretes – quiso justificarse el primero –. Quiero decir, que tanto esfuerzo para llegar a esto, y ahora que es una realidad, ¿no asistirá?

El hombre asintió sin apartar la mirada del ventanal. Lo cierto es que él mismo había llegado a esa misma conclusión, pero no se podía permitir dudar, así eran las cosas.

Durante unos segundos los dos agentes callaron, mientras el ajetreo se acrecentaba en la sala con tipos dando órdenes y otros corriendo para cumplirlas.

– Pobre infeliz. Míralo, inocente, y ahí está como cordero al matadero, como si nada de esto fuese con él – dijo forzando cada una de las palabras, como si le doliesen.

El otro hombre se quitó las gafas de sol a modo de efecto, mirándolo desafiante.

– ¿Inocente?

– Bueno, quiero decir... ¡Tú sabes lo que quiero decir!

El tipo, abrumado con la situación, se mordió los labios. Pero su compañero seguía esperando una respuesta.

Al final, se decidió.

–Está bien, hablemos en plata. Tú sabes como yo, que ese desgraciado no ha hecho eso de lo que se le acusa. Bueno, si es cierto todo lo del proselitismo, lo de la religión, e incluso lo del material subversivo, pero.... ¿un asesinato?

El agente miró a su alrededor, buscando quién pudiera haber oído aquellas palabras antes de hablar.

– Cuidado Leandro. No deberías pensar tanto, puede ser peligroso.

El de nombre Leandro recibió aquellas palabras como una amenaza, y sintió que el corazón se le aceleraba. Él mejor que nadie, sabía como funcionaban las cosas dentro del partido, o como podían llegar a funcionar. Precisamente él, que estaba allí para controlar que todo se hiciera según los patrones marcados por los que mandaban.

–Tienes razón, perdona.

Su compañero mostró una sonrisa para suavizar la situación.

– Está bien, no ha sido nada. Estamos cansados, solo es eso.

Leandro, obligándose a sonreír, agradeció que el movimiento de abajo indicara que la función iba a continuar, mientras se esforzaba en calmar sus nervios.

– ¡… Treinta segundos y directo!

El gran hombre de los auriculares, habló tan fuerte que todos en la sala lo oyeron, haciéndose un silencio casi inmediato.

– Y... tres, dos, unos,… – Con una señal, indicó a todo el mundo que estaban de nuevo en antena.

El presentador se tomó unos segundos para ofrecer un pequeño repaso a los minutos anteriores.

– Reo 4721–41/A, ha sido acusado, juzgado y condenado por un comité ciudadano respetando todos sus derechos fundamentales, conforme a las leyes constitucionales del Consejo Unido Mundial y de la Comunidad Eurasiática, habiendo sido hallado culpable por dicho comité de los delitos de… – y girándose hacia el condenado, prosiguió –…Atentado contra la individualidad y los derechos personales e inalienables de cada ser humano a ser, autónomo en conciencia, obra y pensamiento,… delito de fundamentalismo religioso y proselitismo … Apología del terrorismo verbal, y ofensa contra la libertad individual al afirmar y no retractarse, que Jesucristo es el único camino de redención del hombre,…posesión y distribución de material subversivo de código rojo, secuestro, y homicidio cualificado con el agravante de premeditación … todos ellos, graves delitos que vulneran todas y cada una de las Leyes de la Alianza de Civilizaciones de 2018, la Constitución de la Alianza de Continentes de 2065, y en virtud a la recién aprobada Ley de enjuiciamientos morales, que en presencia de sus distinguidas señorías, respetados ciudadanos, y querida audiencia, se le administrará una inyección letal hasta que su corazón deje de latir. ¿Tiene algo que decir?– se dirigió al condenado.

–… Únicamente – comenzó lento –. Quisiera decir... que ruego a Dios para que esto no les sea tomado en cuenta en el día del juicio, y que Él, en su infinita bondad, permita que todos aquellos que me escuchan en este momento puedan llegar al conocimiento de la verdad de Jesucristo, y a la salvación de sus almas a través del arrepentimiento de sus pecados,…yo por lo que a mi me toca… les perdono…– y diciendo esto, se puso a cantar.

¡Estaba cantando! A César, aquello le pareció del todo delirante. Oía como cantaba algo sobre Jerusalén, ciudad de oro, lugar de descanso eterno.

De verdad estaba impactado.

Descolocado, el presentador hizo un ademán nervioso a los funcionarios, que asiéndolos del brazo lo introdujeron en la sala de cristal. Sin callar, el reo pasó tranquilamente sin oponer ninguna resistencia, y sentándose en la gran silla, permitió que los funcionarios le amarraran con las correas que lo inmovilizarían al mortal asiento.

– Está drogado seguro. –Lisa se le acercó para susurrarle al oído.

No aguantaba más. De una forma discreta, César se levantó de su asiento y se dirigió al pasillo de salida.

– ¿Necesita algo, señor? –La azafata de la puerta preguntó solícita.

– No, solo necesito salir de aquí – contestó casi sin mirarla.

El pasillo le pareció eterno. Al fin llegó al hall de entrada del edificio y aminorando el ritmo, se dirigió a la puerta de salida. Por fin estaba fuera.

– Aire, respira..., tranquilo – habló para sí mismo.

Poco a poco, se fue percatando que la calle estaba prácticamente desierta, demasiado incluso para ser domingo. Era de suponer que todo el mundo estaría en casa disfrutando de la novedad de Globalvisión, la primera ejecución de la historia en ser retransmitida en vivo y en directo. Sin duda, esa noche serían líder de audiencia.

– ¿Demasiada tensión?

César se sobresaltó al oír la pregunta, girándose rápidamente.

La chica le sonreía, mientras hacía malabares con su bolso para sacar un paquete de goma de mascar, todo un clásico, y uno de los pocos vicios que aun eran legales.

– ¿Estás bien?

Se interesó ella mientras le ofrecía uno, a lo que César rechazó haciendo un solo gesto con la mano.

– Solo necesitaba un poco de aire fresco.

– Si, a mi también me estaba pareciendo una situación desagradable.

Lisa sonrió como quién ha entendido entre líneas, y al muchacho le pareció la sonrisa más bonita del mundo.

– ¿Quieres tomarte un café soft?

A César la proposición le sonó un tanto descarada.

– Gracias, pero he de marchar a casa.

Realmente estaba sorprendido por su naturalidad o ¿era desparpajo?, pero no quiso parecer condescendiente –. Quizás en otro momento.

– Te tomo la palabra – la muchacha contestó con seguridad, y sin dejar de sonreír, sacó una tarjeta de su bolso y se la entregó.

– Aquí tienes mi número. Llámame, ¿quieres?– sonrió.

César asintió tímidamente, y cogiendo la tarjeta, se despidieron tomando cada uno una dirección de la calle. César no pudo resistirse a una última mirada mientras las puertas del taxi se abrían, pero la chica ya había desaparecido.

*******

El silencio reinaba de manera abrumadora, y pareciere que la sala estaba vacía, si no fuera por una respiración forzada que producía el sobrepeso de un par de los asistentes. El hombre que presidía la mesa, cabeza de aquella misteriosa fraternidad, y que no de casualidad, era también el presidente del Consejo, seguía sentado frente a la pantalla que ahora yacía negra, inerte.

Unos a otros se miraban nerviosos, sin que nadie se atreviese a romper la tensión. Finalmente el hombre giró a su asiento, adivinando sus pensamientos.

– Sin duda, otra gran victoria.

Aquellas palabras cayeron en la sala como un bálsamo de alivio, rebajando la tensión, y todos se sonreían en señal de aprobación.

– Pero… – alguien alzó la voz lastimosamente al fondo –. Esas palabras que él ha dicho...

Todos a una vez se giraron hacia quién había hablado, haciéndolo el centro de sus miradas inquisidoras.

– Bah, sin importancia. – El hombre apretó los dientes tras hablar.

No cabía duda alguna de que aquella situación le había afectado, pero no podía mostrar un carácter débil ante los presentes, ya habría tiempo para depurar responsabilidades.

– Lo que importa es lo que hemos conseguido, y queridos hermanos, no tengan la menor duda que este es definitivamente el primer día del fin para ellos. Primero fue aprobar la ley de enjuiciamiento moral, y ahora que es efectiva, y se ha demostrado que también eficaz, daremos un segundo paso, presentando la ley que acabará con ellos. ¡Eso es lo que importa!, ¿están conmigo?

Todos en aquella sala, comenzaron a golpear la mesa en señal de aprobación, produciendo un escándalo atroz.

– ¡Por la orden! ¡Fuerza y Honor! – el presidente levantó la voz, haciéndose oír por el encima del tumulto.

Ante el grito, todos los presentes se levantaron haciendo un gran estruendo, y a una voz repitieron con gran ímpetu ¡Fuerza y Honor! mientras alzaban la mano derecha hacía arriba.

El presidente sonrió ocultando sus verdaderos sentimientos, mientras tomaba asiento de nuevo, sugiriendo al resto que hiciesen lo propio. No asistir a la ejecución había sido una decisión arriesgada, pero era un momento para disfrutar en familia, y aquellas personas de alguna manera eran su familia. Cada uno de los presentes, quienes compartían su visión, habían hecho posible que aquel momento fuese una realidad, y así quería hacérselos ver. El hombre paseó su mirada por cada uno de ellos, mientras era correspondido con asentimientos de respaldo a su presidencia.

– Está bien, continuemos con la reunión.

*******

– A la calle Lenin, por favor.

El conductor asintió con la cabeza, a la vez que marcaba los datos en el sistema de gestión del vehículo.

El monitor conectado a la red, se hacía eco de la noticia más destacada del día con un gran enunciado: «Golpe al fundamentalista cristiano. Hoy, el primer condenado a muerte desde hace más de cien años».

César se acercó a la pantalla para pulsar la opción de apagado, y acomodándose en el amplio sillón del taxi, cerró los ojos analizando todo lo sucedido en las últimas horas.

– Tenía que ir – pensó.

El taxi cruzó rápidamente la gran avenida de Darwin, bajo la atenta mirada de ciento de rascacielos, quienes se erigían como señores indiscutibles del paisaje, y pronto doblaban la esquina de la céntrica calle Lenin. César pasó su tarjeta de identificación por el lector, y el costo del trayecto fue cargado instantáneamente en su cuenta bancaria.

– Buenas noches señor, y gracias por usar nuestro servicio de taxi – El taxista se despidió correctamente, antes de salir embalado de allí.

Subió los peldaños de dos en dos hasta llegar al lector de retina, justo en la entrada del edificio, y acercando el rostro, esperó a oír el chasquido que le avisaba de que la puerta estaba abierta, entrando sin más complicaciones.

Había podido adquirir un pequeño apartamento gracias a los préstamos de futuro que el partido único ofrecía a los aspirantes. Estos adelantos, acogidos en el plan de ayuda regiocontinental para aspirantes, estaban concebidos para la compra de viviendas, vehículos, viajes, y todo aquello que pudiera añadir estabilidad en su crecimiento personal, en un intento de anular cualquier clase de frustración en los futuros líderes. 

Desde que se implantó el sistema político del partido único, y se había decidido preparar a los elegidos por su selecta condición genética como futuros dirigentes del partido, los aspirantes se habían convertido en una clase social aparte. Eran los beneficiarios de muchas ayudas del gobierno, y gozaban de infinidades de privilegios. César era uno de ellos.

Ascendió en el elevador hasta la planta cuarenta, y rápidamente, cruzó el pasillo hasta llegar a su apartamento. Tras una nueva identificación ocular y vocal, por fin entraba en su santuario, su cueva, su hogar.

Soltó su chaqueta sobre la mesa, y cogiendo una bebida isotónica se tiró sobre el sofá.

– ¡Música!, ¡volumen dos!

Al instante, una dulce música instrumental comenzaba a sonar por los altavoces del sistema.

César cerró los ojos con fuerza. Necesitaba desconectar un poco, desintoxicarse de todo lo ocurrido, pero por alguna razón su mente no transigía. 

Como aspirante se esperaba, mejor dicho se exigía que apoyara todo lo que el partido decidía o dictaba, pero hacía tiempo que su corazón se rebelaba ante ello. Le asqueaba ver las injusticias dónde nadie más las veía... o no las querían ver; engaños, hipocresías, falsedades... ¿Estaba mal el sistema, o por el contrario era él quién estaba mal?

Y no era ajeno a lo sedicioso de sus argumentos, que por otro lado, no hacían más que acrecentar un hiriente sentimiento de soledad, de aislamiento, pero nunca podría hablar de aquello con nadie, no lo comprenderían.

Colocó la bebida en el suelo, y tumbándose, se tapó el rostro con las manos. Quería gritar, maldecir... al sistema político, a los jueces, a los juicios rápidos sin ninguna oportunidad, a los políticos que querían vender una falsa igualdad en los derechos de todos las personas, a los ciudadanos que se creían legitimados a condenar a alguien, simplemente por que habían sido nominados por una maquina para ejercer como jurado en un comité popular, a quienes son capaces de ejecutar a alguien por su ¿individualidad? ¿No era ese el lema de aquellos tiempos?, ¿no ejercían ellos su individualidad?

César respiró profundamente. Debía dejarlo ya, ¡en serio! Un bostezo lo sorprendió, y llevando sus manos al pecho, se palpó algo en el bolsillo de la camisa. Sacándola, sostuvo la tarjeta, mientras esta comenzaba a proyectar los textos frente sus ojos.

– Lisa,…Lisa Dominnic – leyó

Tener memoria fotográfica tenía sus ventajas, y una de ellas era que podía recordar el rostro de la chica con todo detalle. Indudablemente lo había impresionado, y eso si era una novedad. Una sensación extraña le recorrió la boca del estómago.

– Lisa, ¿te volveré a ver?

– ¡Debían haberlo previsto!

Un hombre con barbas, quién debía ser un pez gordo de la cadena, dio un golpe sobre la mesa, antes de preguntar paseando la mirada hacía cada uno de los presentes.

– ¿De quién fue la idea?

La reunión se había tornado tensa. Todo el equipo de producción estaba allí, apelotonados, cabizbajos. Los gritos se oían por todo el estudio, y el resto de empleados, inteligentemente, rehusaban acercarse lo más mínimo a la pequeña sala.

– Señor, siempre fue así.

El hombre grandote ya sin auricular, quién resultó ser el jefe de producción, habló de manera conciliadora.

– La ley lo dispone de esa manera, y si busca usted en la red, podrá ver que siempre a un condenado a la pena capital se le permitía decir sus últimas palabras antes de ser ejecutado. Además los dos tipos del partido dieron el visto bueno.

– ¡Pero es que no conocen ya a estos fundamentalistas! – siguió el hombre a gritos, obviando el último comentario – ¡Era evidente que si se le daba oportunidad de hablar solo una palabra, iba a usarla para hacer proselitismo! ¡SON FA-NA-TI-COS! – puntualizó cada sílaba.

Sentándose sobre el sillón que presidía la larga mesa de reunión, resopló.

– Hemos quedado como unos ineptos –habló afectado –. La mayor audiencia en diez años, y éste pirado logra dar su mensaje fanático a más de mil millones de personas en toda la Comunidad Eurasiática.

Todos lo miraban fijamente. Nunca habían visto al director de la cadena tan enfadado, y eso era para preocuparse.

– Quiero un nombre – volvió a hablar –. Mañana, cuando alguien del partido me llame para pedirme explicaciones, voy a darles un nombre... Así que me voy a marchar a casa, y cuando regrese por la mañana, quiero una carta de dimisión sobre mi mesa, si no, no se dignen a volver a su puesto ninguno de ustedes. ¿Entendido?

Sin esperar respuesta, empujó el asiento hacía atrás con fuerza, y poniéndose en pie, salió de la sala seguido de su secretaria.

*******

El camillero avanzó apresuradamente por el interminable pasillo blanco, un tanto fastidiado por la hora. Al fin, pudo acceder a la enorme sala de depósito del edificio sanitario.

– Hola Tino, ¿qué me traes? – El celador preguntó al verlo aparecer.

– A la estrella de la noche, al señor 4721-41/A, todo un acontecimiento – contestó en broma, sin siquiera devolver el saludo.

El celador se acercó para firmar con su huella el albarán de entrega del cuerpo.

– ¿Lo has visto?

– ¿Y quién no? – contestó de forma exagerada –. ¿No era el mayor acontecimiento en los últimos años?

El celador bufó siguiendo la broma, a la vez que se arrascaba la pierna.

– Están locos estos cristianos ¿no crees? – preguntó mientras lo miraba de reojo en busca de cualquier reacción. Pero el camillero, ajeno, repasaba la orden de trabajo que le acababa de llegar.

Frustrado por la falta de atención, el celador destapó el cuerpo para verle la cara, encontrando un rostro tranquilo.

– Esto es auténtica paz – pensó mientras sostenía la tela que lo cubría.

– Es sorprendente la paz que transmite. Parece que duerme ¿No crees? –quiso entablar conversación con el camillero.

Pero éste, que estaba más pendiente de terminar su jornada que de otra cosa, levantó la mirada hacía el cuerpo antes de negar con la cabeza.

– Si despierta, me avisas.

El celador abrió la boca, pero prefirió no decir nada más. Así no había manera. Esperó que el camillero terminara de manipular su tableta, y cuando se hubo marchado, volvió a tapar el cuerpo.

Mientras empujaba la camilla, el celador, quién vestía con el típico vestuario verde usado desde siempre para los de su función, cerro brevemente sus ojos, y tras abrirlos suspiró mientras leía la pequeña pantalla digital de la camilla.

– Bueno, Juan Marcos Reo 4721-41/A..., ya estás en el gozo de tu Señor.

Y diciendo esto, lo introdujo en una de las cámaras de refrigeración adecuada para ello, mientras canturreaba una canción.

– Nueva Jerusalén, ciudad de oro, con mar de cristal, mi lugar de descanso eterno serás.

CAPÍTULO 2

– ¡AAAAAaaagh!

César se reincorporó en un movimiento brusco, y agobiado, paseó la mirada por la menuda sala de estar. Estaba desorientado, y por un segundo dudó si realmente no se encontraba en el pequeño cubículo acristalado, en medio de aquel espantoso escenario y rodeado de un público que, frenético, ovacionaba ante la inminente ejecución.

Bajó los pies del sofá y tras un golpe seco, sintió como un líquido regaba la planta de sus pies. 

– ¿Qué?

Entonces cayó en la cuenta. Se había dormido en el sofá, y el golpe seco no era más que, el refresco que había dejado el suelo, y que ahora se hallaba desparramado. Se estiró con fuerza deshaciéndose del entumecimiento, y cogiendo el recipiente del suelo, se levantó con decisión esquivando el charco que había producido el descuido.

–  ¡Limpieza... líquido! –  dijo con voz bronca, justo antes de salir de la habitación.

A la orden, un pequeño asistente robótico se activó dirigiéndose con presteza hacía el lugar en el cual, según sus sensores, se encontraba el líquido derramado. Segundos más tarde, el pequeño electrodoméstico se dirigía de nuevo a su lugar de origen, con la misión cumplida.

César se desvistió con poca gana, mientras recordaba aquellos pensamientos de antes de dormirse. La ejecución le había afectado más de lo esperado y eso, no era bueno. Debía mantenerse sereno, cuerdo, y demostrar toda la entereza emocional que caracterizaba a los de su clase. Sin embargo, aquella sensación no desaparecía.

–  ¡Maldita sea!

No podía olvidar la pesadilla que lo había hecho despertar. Revivía la ejecución una y otra vez, pero con la diferencia, de que en esta ocasión el reo era él. ¡Había sido tan real! Allí estaba la sala acristalada, los guardias de blanco, el público que gritaba histérico, y Lisa... Lisa que de forma hilarante, vociferaba: ¡Matadlo!, ¡matadlo!

Definitivamente, aquello no era nada bueno.

Ya fuera de la ducha y suficientemente seco, el muchacho se vistió con la ropa adecuada para un aspirante, siempre con corbata. Frente al espejo observó que tenía ojeras y, suspirando con resignación, salió del baño arrastrando los pies demasiado cansado para caminar. Debía apurarse si no quería llegar tarde a clase, otra vez.

Dio las órdenes pertinentes al sistema domótico, y al momento, un desayuno compuesto por cereales, frutas y café soft aparecían en el dispensador de alimentos.

–  ¡Globalvisión!, ¡noticias!

La gran pantalla se encendió, mostrando las imágenes del noticiero de la principal cadena de ocio.

Acababa de colocar el desayuno sobre la mesa y, ya tenía la taza en la mano, cuando el timbre sonó en la puerta de su apartamento. César tuvo la tentación de ignorar que alguien, esperaba en el rellano, pero ante la insistencia, el muchacho se levantó de mala gana.

– ¿Mmmm? – un extraño sonido apagado salió de su boca en forma de pregunta.

–  Entrega para el Señor Toni Santos.

El mensajero habló sin dejar de mirar su orden de entrega, y César tardó una fracción de segundo en reaccionar.

– Eeeeee – titubeó – . ¿Toni San..?, si... ¡Si! ¡Es aquí!

Ante la efusividad, el mensajero que hasta ahora no había apartado la cara de la ficha, levantó la mirada hacía el chico que ahora, sonreía incómodo.

– Si, esto... deje aquí su huella.

César dudó un segundo, y aprovechando la circunstancia de tener que soltar la taza que aún sujetaba en una mano, se acercó a la pequeña mesa ante el sofá. Allí y fuera de la mirada del mensajero, tardó unos segundos en adaptar a su dedo una funda provista de una falsa huella que usaba para estas compras, y que estaba vinculada a otro perfil que, magistralmente, él mismo había creado hacía tiempo.

– Aquí – Le indicó, mientras con la otra mano le entregaba el paquete.

César cerró la puerta en las mismísimas narices del mensajero, mientras pensaba que no le había dado ni las gracias, pero, ¡estaba tan emocionado!

De un salto, se colocó en el sofá, y olvidando que el desayuno esperaba sobre la mesa, dedicó unos instantes a contemplar aquel paquete opaco. Hacía días que lo esperaba, pero finalmente lo tenía en sus manos.

Usó cuidado para desprenderse de la funda sintética que cubría su dedo, y depositándola en la pequeña caja de madera sobre la mesa, sostuvo unos segundos más el paquete frente a él.

Era del todo consciente de el riesgo que suponía aventurarse en ese tipo de compras, pero, ¿qué le iba a hacer? Era su mayor pasión. Aún así, estaba plenamente convencido de que aquel perfil creado, no sería fácil de rastrear.

Con delicadeza quitó el envoltorio.

–  ¡Genial!

Un auténtico libro de papel apareció al abrir la caja. Cubierta rígida, encuadernación rústica, autentico papel de pasta vegetal.

Lo había visto en una subasta ilegal en la red, y enseguida supo que debía ser suyo. Y aunque no fue barato, al fin lo tenía en sus manos; un ejemplar auténtico de El Quijote, uno de los escritos más importantes de todos los tiempos, y el número veinte de la lista de libros proscritos por la junta de supervisión moral del Consejo. Toda una obra subversiva de clase azul, y una nueva joya para su colección de libros antiguos... y clandestinos.

Cesar lo abrió con cuidado, mirando las páginas de atrás hacia delante, hasta encontrarse con la fecha de impresión.

–  Mil novecientos sesenta y seis…– leyó emocionado – . ¡Casi ciento veinte años! 

Aquel era uno de esos momentos en los que, si de verdad era diferente, no le importaba. Y aunque no era indiferente a, lo arriesgado que sería que lo descubriesen con alguno de aquellos ejemplares proscritos, estaba seguro de que merecía la pena. 

Respiró profundamente el aroma a papel añejo, y se sintió transportado a otro tiempo. Definitivamente sí era diferente. Sonrió.

Llevaba así un par de minutos, ajeno al tiempo que pasaba, cuando el altavoz del sistema sonó con un volumen exagerado, y devolviéndolo a la realidad.

–  «¡Videollamada, videollamada!.»

César escondió el objeto de la vista, antes de acomodarse.

–  Adelante.

–  ¡Buenos días! – Un hombre de mediana edad habló al aparecer en la pantalla.

César se puso de pié de un salto, tan sorprendido como avergonzado. Como el niño que es pillado en una travesura.

–  ¡Buenos días, Señor Presidente, Señor!

El hombre soltó una carcajada seca. Había perdido la cuenta de cuantas veces le habría dicho al muchacho que no lo tratara con tantos formalismos, pero por lo visto, no se había dado por enterado.

–  Pensaba que me llamarías después del espectáculo – habló frunciendo el ceño – . No todos los días te regalan una entrada a primera línea de escenario en un evento histórico, ¿no crees?

César sintió como el estómago se le revolvía al oír la forma en la que se había referido a la ejecución, pero se esforzó en que no se le notara.

–  No Señor. Llegué bastante tarde y no me pareció correcto..., y ahora me pareció demasiado temprano –  creyó salvar la situación de forma astuta, al menos al presidente le valió.

–  Siempre tan prudente. Eso me gusta de ti, hijo.

–  Gracias Señor.

Aquel tono afable no correspondía con el carácter del presidente, y César lo sabía. Aguardó en silencio a que el hombre hablara de nuevo, y éste, cambió de registro usando el que más le caracterizaba.

–  Almorzamos mañana al medio día – habló autoritario –

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