Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio
Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio
Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio
Libro electrónico153 páginas1 hora

Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio. La sociedad impone modelos y normas que muchos individuos acatan sin cuestionamientos, sobre todo cuando por esa aceptación reciben un privilegio o una dávida. El rango de contraprestaciones por la aceptación se reduce si de mujeres se trata. El mezquino cuadro que enmarca al género, no ha sido vencido sino merced a una actitud de desafío. He aquí cuatro mujeres que se han destacado por su reto a las condiciones dadas. La vida de cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio. La vida de Katherine Mansfield, Dolores Ibarruri, Anna Ajmatova y Margaret Mead.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2014
ISBN9781940281391
Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio

Relacionado con Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Las desafiantes. Cuatro mujeres que avanzaron sobre la injusticia, la mediocridad y el prejuicio - Monica Berestein

    Prólogo

    Durante siglos —casi todos los siglos de nuestra historia occidental— hubo un modelo de mujer al cual atenerse de manera casi estática: objeto amoroso, madre nutricia, siempre pasiva, siempre esforzada, con un espíritu de sacrificio al servicio de los otros y nunca o casi nunca de sí misma. Siendo esta concepción de origen fundamentalmente judeocristiano, solamente algunas heroínas de la tragedia griega, como Antígona, —que desafía el poder de la ciudad y pide sepultura para su hermano muerto en la guerra—, o de la historia, como Juana de Arco —que conduce a los ejércitos de su patria a la victoria—, o la reina Isabel la Católica, —que apoya el proyecto del navegante Cristóbal Colón, en franco desafío a las nociones geográficas de la época—, rompen los moldes de la docilidad, considerada incluso una cualidad propia de la naturaleza femenina.

    Ya en la segunda mitad del siglo XIX algunos escritores se atrevieron a perfilar otros caracteres femeninos: Emma Bovary, de Gustave Flaubert o Ana Karenina, de León Tolstoi, heroínas que arriesgan su posición social y hasta su vida en pos del amor. Como un emblema del destino de las mujeres, comienzan las luchas por un lugar en el mundo y, en la raíz de estas actitudes de búsqueda, hay siempre una constante: el desafío. El desafío se encuentra siempre en el comienzo de cualquier intento de autonomía.

    Las mujeres que han sido elegidas por su conducta desafiante para este libro provienen del campo de la literatura —Katherine Mansfield y Anna Ajmátova—, la antropología cultural —Margaret Mead— y la política —Dolores Ibárruri, la Pasionaria—. Nacen bordeando el siglo XX y no tienen otros esquemas de vida que los que les han sido legados por la tradición familiar. Sin embargo, emprenden caminos que las llevan no solamente a desarrollar acciones que aportan a los otros —la poesía, la escritura, los estudios culturales, el liderazgo político— sino también a modificar las costumbres y a mostrar a las otras mujeres que el puesto junto al hogar, cuidando el fuego sagrado de la familia, puede abandonarse y vale la pena hacerlo.

    Dolores Ibárruri proviene de una familia humilde, en la sufrida realidad española de fines del XIX, cuan do mineros y campesinos viven y mueren hacinados y hambreados, cuando en cada familia son pocos los niños que sobreviven a los primeros años de vida. Dolores decide que su vida va a ser otra: primero quiere ser maestra, pero termina convirtiéndose en una revolucionaria. Militante destacadísima del Partido Comunista: primero en España, luego en la Unión Soviética, participa de los debates para derrotar al estalinismo, y al regresar a su patria con más de ochenta años, logra representar a su partido en el naciente régimen parlamentario.

    Katherine Mansfield, neozelandesa de origen británico, recibe una educación esmerada pero sus padres no la comprenden. Nunca acepta el papel impuesto por las convenciones sociales, y es su abuela la que le abre el mundo de los libros y con ello la posibilidad de escaparse a través de su propia escritura. Lleva un diario desde muy pequeña, y allí escribe muy pronto: Voy a ser escritora. Probablemente sin saber muy bien de qué se trata, pero con la convicción de que es buscando un mundo personal como va a lograr encontrarse a sí misma.

    Margaret Mead proviene de una familia de profesionales y quizás su lucha no es tan dura; pero en cambio, sí lo es el hecho de que, para seguir su vocación e insertarse en las comunidades a las que desea estudiar, tenga que abandonar a su única hija en manos extrañas y solamente volver a ella en momentos robados a su profesión.

    Anna Ajmátova vive en la convulsionada Rusia prerrevolucionaria, y como no encuentra en los nuevos ideales la aurora y el renacimiento anunciados, pasa a formar parte de los intelectuales y escritores perseguidos por el estalinismo: tiene que sufrir las reiteradas prisiones de su hijo, asiste al fusilamiento de su primer marido y ve morir de un suicidio sui géneris, en un campo de trabajos forzados, a Osip Mandelstam, el poeta y amante que compartió con ella las novedades de una poesía rusa de vanguardia que luego sería apreciada en toda Europa.

    Curiosamente, estas mujeres comparten algunos espacios: Mansfield nace y se educa en Nueva Zelanda, pero no le interesa nada fuera de la cultura europea, mientras que Margaret Mead estudia algunas comunidades de los pueblos maoríes; la Pasionaria vive en la Unión Soviética mientras Ajmátova sufre las persecuciones del régimen y a duras penas puede sobrevivir. Situaciones paradójicas éstas que muestran cómo la historia puede a menudo enfrentar concepciones de vida distintas, pero partiendo de una actitud común: la de elegir un camino sin aceptar las presiones de los modelos preestablecidos. Soy una inadaptada —escribe Mansfield—, no pertenezco a este lugar. Y éste es un punto en común de estas mujeres, que nunca aceptan el entorno en el que les toca vivir.

    Resulta curioso cómo las desafiantes pocas veces encuentran en el amor el refugio que las contenga. Todas se casan o se unen a los hombres elegidos varias veces; sin embargo, al menos tres de ellas terminan sus vidas cerca de alguna mujer que las quiso y supo comprenderlas: Katherine y su amiga Ida, Margaret y su colega Ruth Bendict, Dolores e Irene Falcón, pero de todos modos en ellas alienta el espíritu de la resistencia. Las luchas en el mundo literario de la Inglaterra de los años veinte no son cosa fácil para Katherine, que debe convencer a sus críticos de que en sus narraciones no importa tanto la intriga como el ritmo del lenguaje y el clima creado con pocos elementos. Margaret Mead se empeña en demostrar que tanto el papel de la mujer como el concepto de adolescencia son productos culturales, propios de las tensiones de la sociedad capitalista y no elementos de la naturaleza humana que no puedan ser cambiados. Por otra parte, Mead se empeña en divulgar estos conocimientos y logra un gran efecto en las estrechas concepciones de la sociedad norteamericana de posguerra.

    Para Dolores Ibárruri el mundo de los afectos es algo a lo que renuncia en reiteradas oportunidades: ya sea por divergencias políticas, como en el caso de su primer marido, o por ambición, como en el caso del compañero muchos años menor que ella; también pierde el contacto con sus hijos, a quienes envía a la URSS cuando el desenlace de la Guerra Civil Española hace temer por su seguridad.

    Anna Ajmátova decide que su destino ha de ser el de mantener viva, aun en una vida clandestina, la voz del pueblo ruso, sofocada por los excesos del estalinismo. Uno de sus poemas, escrito luego de ver cómo su hijo es deportado a la estepa asiática, concentra este espíritu desafiante que es una de las piedras angulares del nuevo carácter femenino: Hoy tengo que hacer muchas cosas:/ Hay que matar la memoria, / Hay que petrificar el alma, / Hay que aprender de nuevo a vivir.

    Porque este es el desafío para ellas: comenzar una nueva vida cada vez que el destino, un destino atávico, las aparta de su deseo de encontrarse a sí mismas. Y aprender a vivir con cada golpe.

    Josefina Delgado Buenos Aires, marzo de 2007

    Katherine Mansfield

    (1888-1923)

    "Me siento profundamente feliz. Todo está bien. "

    Relee la última línea y, satisfecha, pone su nombre, sopla sobre las diminutas letras para secar la tinta, dobla prolijamente la carta y la introduce en un sobre apenas gris. Acaba de publicar dos libros de cuentos, Felicidad y La fiesta en el jardín. Desde el balcón de su habitación mira la bahía y recuerda el paisaje de su infancia. John leerá la carta al día siguiente.

    Cuando levanta la vista, se encuentra con la mirada celeste de Ida. ¿Cuántos años hace que se conocen? Casi veinte. ¿Cuánto se conocen? No lo sabe. Ida ha soportado sus desplantes, sus rechazos y sus demandas. ¿Quién la ha querido tanto y sin condiciones como Ida? ¿Su abuela? ¿Su hermano?

    Su abuela también tenía la mirada celeste. No era sólo el color de los ojos, era la mirada, una mirada diáfana, confiada, que protegía y cobijaba. Tenía la armonía del paisaje zelandés y la elegancia de una dama inglesa.

    La abuela Mansfield había llegado muy joven a Nueva Zelanda, acompañando a su marido, un contador sobrio y de una ternura impensable para una mente de superficiales conocimientos. Había sido feliz y aprendió a amar esas tierras lejanas y exóticas. El primer recuerdo infantil de Katherine, su nieta, sería para siempre el rostro hermoso y cálido de su abuela inclinado sobre ella cantando una canción de cuna en lengua maorí.

    "Me siento profundamente feliz. Todo está bien. "

    Una tierra lejana

    Katherine Mansfield nació el 14 de octubre de 1888 en Wellington, capital de Nueva Zelanda, y fue anotada en el Registro civil como Kathleen, tercera hija del matrimonio Beauchamp. Era un bebé pequeño, inquieto, de abundante pelusa oscura alrededor de la cabeza bien formada, con unos ojos profundos e inquisidores en su primera mirada al mundo que la rodeaba. Mirada curiosa, sensible, mirada que la llevaría más tarde a imaginar otros mundos y otras vidas.

    A los nueve años escribe su primer cuento y logra que lo publiquen en un periódico local. Es su primera comprobación de que es posible soñar y vivir en el cuerpo de personajes diferentes.

    Sus dos hermanas mayores nunca llegaron a entender lo que había dentro de esa cabecita cubierta de rulos oscuros, siempre pronta a pasar de una conversación cantarina y amorosa a un silencio cerrado, sólo roto por su abuela materna.

    El matrimonio Beauchamp continuó procreando y tuvo tres hijos más: las mellizas —una de las cuales murió muy pronto— y un varón, Leslie, que sería el hermano adorado de Katherine. La vida transcurría sin demasiados sobresaltos en esa región de Nueva Zelanda, alejada de los logros de la Gran Bretaña del siglo XIX y a la vez beneficiaria, aunque a destiempo, de los avances del imperio.

    Harold Beauchamp, el padre, era un próspero hombre de negocios ocupado en el mundo competitivo de las finanzas; Annie Dyer, la madre, era en cambio una aburrida señora de la burguesía zelandesa que solía llamar Mr. Business a su marido. Para cuando Katherine llegue a la adolescencia, su padre será el Director del Banco Nacional de Nueva Zelanda y ella reafirmará sus ansias de ser otra, partir, alejarse, dejar Wellington para siempre.

    ¿Quién fue Kathleen Beauchamp? ¿Quién fue Katherine Mansfield? Tantas veces fueron descritos su carácter y su personalidad que bien cabe recordar a Walter Benjamin, cuando afirmó que la desgracia de los muertos es que no pueden defenderse de las palabras de los vivos.

    La definieron como una mujer frágil y etérea, como un ser de sensibilidad exacerbada y conflictiva, como una esposa enamorada y también como una mujer de varios amantes, tuberculosa soñadora y resignada, una enferma que se rebelaba a cada momento contra la cercanía de la muerte, un ser que amaba profundamente la vida. Dijeron que era generosa, egoísta, ambiciosa, desinteresada. Quizás la descripción más cercana sea la que dio el escritor Juan Carlos Onetti: "Una mujer como los hombres se imaginan

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1