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Comentario bíblico con aplicación NVI Hechos: Del texto bíblico a una aplicación contemporánea
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Comentario bíblico con aplicación NVI Hechos: Del texto bíblico a una aplicación contemporánea

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La mayoría de los comentarios bíblicos nos llevan en un viaje de una sola vía de nuestro mundo al mundo bíblico. Pero nos dejan ahí, asumiendo que de alguna manera nosotros podremos hacer el viaje de regreso por nuestros propios medios. En otras palabras, se enfocan en el significado original del pasaje pero no discuten las aplicaciones contemporáneas. La información que ofrecen es valiosa, ¡pero el trabajo esta a medias! La serie de Comentarios NVI nos ayuda con las dos partes del trabajo interpretativo. Esta nueva y única serie, muestra a los lectores como traer el mensaje antiguo a un contexto moderno. Explica no solo lo que da a entender la Biblia sino también como nos puede hablar poderosamente hoy día.
IdiomaEspañol
EditorialZondervan
Fecha de lanzamiento5 jun 2012
ISBN9780829759389
Comentario bíblico con aplicación NVI Hechos: Del texto bíblico a una aplicación contemporánea
Autor

Ajith Fernando

Ajith Fernando (ThM, DD) served for thirty-five years as the National Director of Youth for Christ in Sri Lanka and now serves as its Teaching Director.  He is a Bible expositor with a worldwide ministry. Ajith studied at Asbury Theological Seminary and Fuller Seminary and spends much of his time mentoring and counseling Christian workers.  He is a visiting lecturer at Colombo Theological Seminary.   

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Comentario bíblico con aplicación NVI Hechos - Ajith Fernando

Hechos 1:1–8

Estimado Teófilo, en mi primer libro me referí a todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar ² hasta el día en que fue llevado al cielo, luego de darles instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. ³ Después de padecer la muerte, se les presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Durante cuarenta días se les apareció y les habló acerca del reino de Dios. ⁴ Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó:

—No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: ⁵ Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. ⁶ Entonces los que estaban reunidos con él le preguntaron:

—Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel? ⁷ —No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre —les contestó Jesús—. ⁸ Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.

Hechos 1 introduce muchos de los temas importantes del libro: la vida y ministerio de Jesús, sus sufrimientos como un hecho predicho en el Antiguo Testamento, la importancia de la Resurrección y las pruebas que la acreditan, la importancia y poder del Espíritu Santo, la prioridad del testimonio, la Gran Comisión con su campo de acción hasta los confines de la tierra, la actitud misionera en contraste con los provincianismos, el reino de Dios, la importancia de la verdad y la Escritura en la vida cristiana, el papel de los apóstoles, la Ascensión y la Segunda Venida de Cristo, y la importancia de la oración y la comunión. Se trata, pues, de un capítulo clave para entender el libro de los Hechos. Le dedicaremos por ello un espacio relativamente más extenso aunque sea uno de los capítulos más breves.

El primer libro (1:1–2a)

La sección inicial de Hechos contiene un prólogo y una introducción histórica. El autor comienza haciendo referencia a su primer libro, nos da el nombre del receptor (Teófilo) y resume el contenido del libro anterior (El Evangelio de Lucas). Teófilo significa «amigo de Dios« o «amado por Dios«, pero es improbable, como algunos (p. ej., Orígenes) han propuesto, que este nombre represente a una persona o grupo de personas anónimos. El nombre de Teófilo era muy común en aquel tiempo y el título «excelentísimo« que lo precede (ver Lc 1:3) apunta a una persona real que podría ser, además, un alto funcionario del gobierno; esta no es, sin embargo, una deducción necesaria, ya que la palabra «excelentísmo« se utilizaba también como una «forma de cortesía«.¹ En aquellos días, era común que los libros se dedicaran a personajes distinguidos.²

Si el primer volumen de Lucas describe «todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que fue llevado al cielo«, podemos asumir que este segundo volumen narra lo que siguió haciendo y enseñando (por medio de su Espíritu) después de su ascensión.³ Tanto en su Evangelio como en el libro de los Hechos, Lucas utiliza la palabra «todo« de una manera general que el contexto ha de definir. Por ello, «no podemos asumir que el sentido de sus palabras es que su Evangelio fuera más exhaustivo que el libro de los Hechos«.⁴

Enseñanza e instrucciones antes de la Ascensión (1:2b–8)

En los cuarenta días previos a la ascensión de Jesús, su principal ministerio tuvo que ver con la verdad del evangelio (vv. 2b–3). (1) Jesús dio «instrucciones […] a los apóstoles« (v. 2). El verbo que se traduce como «dar instrucciones« (entellomai) conlleva la idea de mandar o dar órdenes y ha de aludir a los mandamientos de los versículos 4 y 8 de no abandonar Jerusalén hasta la venida del Espíritu y predicar el evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Lc 24:46–48). Estas instrucciones les fueron impartidas «por medio del Espíritu Santo« (v. 2), lo cual introduce un tema clave de Hechos: todo ministerio cristiano depende de la actividad del Espíritu en el ministro y en aquellos a quienes se ministra.

(2) A continuación, Lucas afirma que las apariciones de Jesús fueron una prueba de su resurrección (v. 3a). La objetiva realidad de la Resurrección era la prueba definitiva de las sorprendentes afirmaciones que los apóstoles iban a hacer sobre Jesús (17:31). Una clave para entender la predicación de los apóstoles era su papel como testigos de esta resurrección.⁵ Así, en el comienzo mismo de su libro, Lucas presenta la Resurrección como un suceso atestiguado por «muchas pruebas convincentes«.

(3) Jesús «les habló acerca del reino de Dios« (v. 3b), lo cual se refiere al gobierno o reino de Dios y era una clave para entender su enseñanza. En el libro de los Hechos hay menos alusiones al reino (8:12; 19:8; 20:25; 28:23, 31), pero son importantes, considerando que «el libro comienza (1:3) y termina con este tema (28:31)«.⁶ Aunque en las cartas del Nuevo Testamento se menciona el reino, el acento recae sobre la iglesia, el cuerpo de Cristo. Existe, no obstante, una estrecha conexión entre la iglesia y el reino (Mt 16:18–19). Según los Evangelios, el reino de Dios vino con los acontecimientos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y halla su cumplimiento en el retorno de Cristo como juez y rey. En la exposición de 2:14–41 veremos por qué la enseñanza bíblica sobre el reino de Cristo debería ser un importante ingrediente de nuestro mensaje evangelístico.

Los versículos 4–5 presentan la crucial promesa del don del bautismo con el Espíritu Santo.⁷ La palabra baptizom significa básicamente bañar o sumergir.⁸ Sin embargo, puede adquirir distintos significados que han de determinarse considerando el contexto en que aparece la palabra. Puede significar «lavar […] con vistas a purificar ciertos objetos desde el punto de vista ritual« y puede, por tanto, traducirse como «lavar« o «purificar«. También puede significar «utilizar agua en una ceremonia religiosa que simboliza la purificación e iniciación fundamentadas en el arrepentimiento: ‘bautizar’«. Y extendiendo figurativamente la idea de inmersión, esta puede significar «hacer que alguien tenga una experiencia religiosa muy significativa«.⁹ En relación con esta última definición tenemos la pregunta de Jesús a Jacobo y Juan en Marcos 10:38: «¿Pueden acaso […] ser bautizados con el bautismo con el que voy a ser bautizado?« (nasb). Con este sentido, el significado de la inmersión se extiende a una inundación o una abrumadora experiencia de sufrimiento.¹⁰

En algunos de los otros lugares en que se menciona el bautismo con el Espíritu Santo se sugiere una experiencia parecida a la tercera utilización del término baptizom. En la narración que Lucas hace de esta promesa en su Evangelio, Jesús dice: «Ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto« (Lc 24:49). Hechos 1:8 afirma también que, cuando venga el Espíritu Santo, los discípulos recibirán poder. Describiendo lo sucedido cuando se cumplió esta promesa, Lucas afirma que los discípulos «fueron llenos del Espíritu Santo« (Hch 2:4). En estos versículos, las palabras «poder« y «llenos« sugieren que el bautismo con el Espíritu Santo tiene que ver con una experiencia de plenitud de Dios.

El corazón de Jesús debió de entristecerse al escuchar la pregunta de sus discípulos sobre el tiempo de la restauración del reino a Israel (v. 6). Él les había enseñado sobre el reino de Dios, sin embargo, ellos hablan del reino de Israel. En este sentido, John Stott señala:

Tanto el verbo como el nombre y el adverbio de la oración gramatical delatan una confusión doctrinal sobre el reino. El verbo restaurar muestra que estaban esperando un reino político y territorial; el nombre de Israel, que esperaban un reino nacional; y la cláusula adverbial «ahora«, que aguardaban su inmediato establecimiento.¹¹

La respuesta de Jesús sobre la cuestión de conocer los momentos y fechas establecidos por el Padre (v. 7) concuerda con lo que dijo en otros lugares sobre la cronología de las últimas cosas (cf. Mt 24:36, 42, 44; 25:13; Lc 12:40).

El versículo 8 comienza con la partícula «pero« (alla), lo que sugiere que Jesús les está presentando a sus discípulos una aspiración alternativa. Su principal preocupación no ha de ser el poder político que conllevará la restauración del reino de Israel, sino el poder espiritual que traerá el bautismo con el Espíritu Santo y les capacitará para ser testigos «hasta los confines de la tierra«. Este versículo presenta un bosquejo y un resumen de Hechos. El tema del libro es el poder y testimonio del Espíritu Santo. «Los términos geográficos ofrecen una especie de ‘Índice del Contenido’ […] la expresión ‘en Jerusalén’ cubre los primeros siete capítulos; ‘en toda Judea y Samaria’ abarca de 8:1 a 11:18, y el resto del libro traza el avance del evangelio fuera de las fronteras de Tierra Santa hasta que, finalmente, llega a Roma«.¹²

En un sentido, los discípulos eran ya testigos, puesto que habían visto al Señor resucitado; esta era la clave de su testimonio (1:22). Sin embargo, necesitaban también «poder« para ser testigos efectivos, un poder que vendría del Espíritu Santo. El modo en que el Espíritu Santo hace testigos y les capacita ha de cubrir todo el proceso del testimonio, y esto está bien ilustrado en Hechos.¹³

Al libro de los Hechos se le ha llamado acertadamente los «Hechos del Espíritu Santo«, puesto que todo cuanto la iglesia consigue es por medio del Espíritu. En este primer capítulo, Lucas nos muestra cómo se preparó la iglesia para la recepción del Espíritu. A nosotros nos aporta los ingredientes esenciales de un ministerio ungido por el Espíritu.

Hechos objetivos y experiencia subjetiva

Los primeros pocos versículos de Hechos nos muestran lo que después será un importante factor en todo el libro: la combinación de lo objetivo y lo subjetivo son importantes aspectos del cristianismo. La mención de «muchas pruebas convincentes de que estaba vivo« (1:3a) muestra que el cristianismo se basa en hechos objetivos. La enseñanza «acerca del reino de Dios« (1:3b) habría también incluido mucho que podría catalogarse bajo esta categoría. La predicación evangelística que observamos en Hechos contenía sin duda muchos hechos objetivos sobre la naturaleza de Dios y la vida y obra de Jesús (ver la tabla «Predicación evangelística en el libro de los Hechos« que presentamos en la Introducción). Hacerse cristiano implica responder afirmativamente a estos hechos, y crecer en la vida cristiana comporta profundizar en su conocimiento.

Pero en Hechos 1 se subraya también la experiencia subjetiva de los cristianos. Así, los versículos 4–5 aluden al bautismo con el Espíritu Santo que, como se ha dicho anteriormente, incorpora una experiencia subjetiva del poder del Espíritu. Para poder ser testigo de estas grandes verdades objetivas uno ha de tener el poder que procede del Espíritu Santo que mora en el creyente (v. 8). El sermón de Pedro el día de Pentecostés culminó con una afirmación de la verdad objetiva: «A este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías« (2:36). Sin embargo, en respuesta a la pregunta del pueblo sobre lo que tienen que hacer, el apóstol les dice que si se arrepienten y bautizan en el nombre de Jesús para el perdón de sus pecados, «recibirán el don del Espíritu Santo« (2:38). El contexto indica que el don del Espíritu Santo incluye, entre otras cosas, una experiencia subjetiva de él.

El libro de los Hechos muestra, pues, a una iglesia capaz de integrar los aspectos subjetivo y objetivo del cristianismo.

Enseñanza y avivamiento

De lo que leemos en los versículos 2–5 podemos inferir que una de las maneras clave en que Jesús preparó a sus apóstoles para el avivamiento que siguió al día de Pentecostés fue impartirles sana doctrina. El lugar que ocupa la enseñanza bíblica en la experiencia del avivamiento ha sido objeto de debate, y a veces se ha criticado las grandes efusiones de actividad espiritual que tienen poca presencia de predicación y enseñanza de la Palabra. Esto no es lo que sucedió en el discurso de Pedro el día de Pentecostés, y ha habido varios despertares espirituales en los que la Palabra se ha enseñado sin reservas.¹⁴ Independientemente de lo que haya sucedido durante el avivamiento, es un hecho que antes de que este se produzca, se ha impartido enseñanza bíblica, como vemos en Hechos. El gran historiador de los avivamientos, J. Edwin Orr, ha afirmado que el avivamiento de la religión ha de ir precedido del despertar teológico. El Dr. John Mackay afirma: «Primero la mente iluminada, después el corazón ardiente. Primero un avivamiento de la verdad teológica, y después el despertar que necesitamos«.¹⁵

Esto es lo que ocurrió bajo el reinado de Josías cuando se leyó el recién descubierto libro de la Ley y se produjo un poderoso avivamiento (2R 22–23). El principio que extractamos, pues, para hoy es que, si deseamos prepararnos para el avivamiento, hemos de ser fieles en enseñar la Palabra de Dios a nuestro pueblo.

El bautismo con el Espíritu Santo

Como ya hemos observado, las alusiones al bautismo con el Espíritu Santo sugieren una experiencia de plenitud del Espíritu. ¿Cuándo se produce y cuál es la naturaleza de esta experiencia? Sobre estas dos cuestiones ha habido mucho debate en la iglesia. Parte del problema es que la experiencia prometida a los discípulos y su cumplimiento fueron en muchos sentidos acontecimientos singulares e irrepetibles. Lo mismo puede decirse de algunas de las otras experiencias de la venida del Espíritu sobre nuevos creyentes en Hechos. Por ello, en la iglesia se ha suscitado toda una serie de interpretaciones de lo que esto significa en nuestro tiempo.

Una explicación tradicional evangélica es que, mientras que en Hechos se produjeron singulares experiencias de este bautismo con el Espíritu Santo, hoy dicho bautismo tiene lugar con la conversión y el término «bautismo« alude a la iniciación en el cuerpo de Cristo y a la resultante experiencia del Espíritu.¹⁶

Sin embargo, hay también muchos evangélicos que ven este bautismo como una segunda obra de la gracia, distinta de la conversión, y que, por regla general, se produce algún tiempo después de convertirse. Este bautismo eleva a los cristianos a un plano más alto de su experiencia y les capacita para disfrutar la plenitud del Espíritu. Dentro de esta interpretación encontramos distintos acentos. El movimiento de la santidad wesleyano ha subrayado la santidad de corazón y vida o la completa santificación como fruto de este bautismo.¹⁷ Carismáticos y pentecostales han puesto de relieve el poder para el testimonio y los dones con carácter de señal, como por ejemplo el don de lenguas.¹⁸ Algunos evangélicos como D. L. Moody y R. A. Torrey hicieron hincapié en que el resultado de este bautismo es poder para el servicio, en especial para el testimonio.

Similar en cierto modo al punto de vista de Moody y Torrey es el de Martyn Lloyd-Jones, quien escribió que, aunque el bautismo con el Espíritu Santo puede producirse con la conversión, por regla general tiene lugar más adelante y eleva a la persona a un nivel más alto de experiencia espiritual.¹⁹ Pero Lloyd-Jones parece dar cabida a posteriores bautismos con el Espíritu Santo. De hecho, da la impresión de utilizar esta expresión para aludir también a lo que, por regla general, llamamos avivamiento, cuando el poder de Dios viene sobre grupos de personas mediante el derramamiento del Espíritu Santo.²⁰ Esta parece haber sido también la idea de algunos puritanos: «Al parecer, no detectando en la expresión ningún significado técnico consistente, lo entendieron como ‘efusión en Espíritu’ o ‘inundación en Espíritu’ y se sentían libres para orar por el avivamiento con estas palabras: ‘¡Oh, bautízanos de nuevo con el Espíritu Santo!’«.²¹

Uno de los argumentos más contundentes a favor de la posición de la conversión-iniciación es el uso que parece hacerse de esta expresión en 1 Corintios 12:13 para referirse a toda la iglesia: «Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu«.²² Algunos, sin embargo, se han resistido a esta afirmación. Howard Erwin sostiene que la primera parte de este versículo se refiere a la obra del Espíritu de incorporar a los creyentes en el cuerpo, aludiendo al bautismo en agua, mientras que la segunda parte alude a una experiencia posterior, un bautismo en el Espíritu de tipo pentecostal. Según esta interpretación, «el paralelismo [entre la primera y segunda parte de este versículo] no es de carácter sinónimo, sino sintético, en el cual la segunda metáfora complementa a la primera«.²³ La pregunta de cómo había podido decir Pablo que «todos« habían tenido esta experiencia se responde afirmando que «en la era apostólica, el bautismo en el Espíritu, en un sentido pentecostal, era la norma«. ¿Pero qué hacemos con el hecho de que muchas de estas personas supuestamente bautizadas por el Espíritu eran carnales y niños en Cristo (cf. 1Co 3:1–2)? Erwin responde que «el bautismo pentecostal en el Espíritu imparte poder en la misión. Las manifestaciones de los carismas del Espíritu no son evidencia de madurez espiritual, ni dependen de ella«.²⁴

¿Qué hacemos con estas diferencias de interpretación? Obsérvese, en primer lugar, que en el segmento más didáctico del Nuevo Testamento, es decir, las epístolas, hay poca enseñanza explícita sobre cómo se entra en este bautismo. Pero hay ciertas cosas de las que podemos estar seguros. El bautismo con el Espíritu Santo implica una experiencia completa del Espíritu, que entre otras cosas nos capacita para el testimonio. Pablo hace de la plenitud del Espíritu algo preceptivo para los cristianos con el imperativo: «Sean llenos del Espíritu« (Ef 5:18).²⁵ En este pasaje, no obstante, el fruto de la plenitud es una adoración verdadera y sincera (5:19–20).

La iglesia primitiva mostraba que ser lleno del Espíritu era obligatorio para los cristianos, porque lo convirtió en un requisito esencial para aquellos que tenían que encargarse de distribuir la comida (Hch 6:3). Por consiguiente, aun en el caso de que este bautismo aluda a la conversión-iniciación, los cristianos que no estén experimentando la plenitud de Dios en sus vidas representan una anomalía y un escándalo. El bautismo con el Espíritu Santo ha de abrir la puerta para entrar en la experiencia de todo lo que implica, a saber, la plenitud de Dios. Y han de buscar dicha plenitud de todo corazón. Puede que la entrada en esta experiencia se produzca a través de una crisis puntual o que sea más bien un proceso. Sabemos que, por nuestra naturaleza humana, las experiencias de crisis suponen a menudo saltos hacia adelante en nuestra vida espiritual. Por consiguiente, sean o no preceptivas, las crisis son para muchos cristianos verdaderas experiencias de crecimiento.

Al margen de cómo lo llamemos o de cómo accedamos al bautismo con el Espíritu, lo importante es que todos los cristianos experimenten lo que implica: la plenitud del Espíritu de Dios y el poder para dar testimonio. En el libro de los Hechos, el lugar supremo que ocupa el Espíritu Santo en el ministerio se evidencia ya desde el Capítulo 1. El ministerio que tendrán los apóstoles solo puede llevarse a cabo con el poder del Espíritu (1:8). Tan importante era esto que no tenían que iniciar la urgente misión para la que Cristo les había estado preparando concienzudamente (1:4–5) hasta recibir este poder. En aquel momento, contar con el equipamiento correcto para llevar a cabo la misión era más urgente que la misión en sí. Este es, pues, el permanente principio que extractamos del acento en el bautismo con el Espíritu que encontramos en el primer capítulo de Hechos: la plenitud del Espíritu es una realidad esencial para la vida y el ministerio cristianos.

Dos reprensiones implícitas

La pregunta que plantearon los discípulos sobre el tiempo de la restauración del reino a Israel suscita dos reprensiones implícitas por parte de Cristo (vv. 6–8): una sobre la curiosidad escatológica y otra sobre el localismo.²⁶ A pesar de sus anteriores afirmaciones en el sentido de que nadie conoce el momento de los acontecimientos del fin, los discípulos siguen preguntándole al respecto. Y cuando Jesús está pensando en «el reino de Dios« (v. 3) y «los confines de la tierra« (v. 8), ellos tienen la mirada puesta en su propia nación. Veinte siglos más tarde, estos dos errores siguen presentes en la iglesia.

La Gran Comisión

Hemos dicho que la Gran Comisión (1:8) nos ofrece una especie de bosquejo y resumen del libro de los Hechos. Esto es una indicación de lo importante que es esta comisión. En Hechos 10:42 tenemos otra forma de este mismo encargo: «Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos«. Cada uno de los cuatro Evangelios consigna la Gran Comisión de un modo distinto (Mt 28:18–20; Mr 16:15; Lc 24:46–49; Jn 20:21), y cada uno presenta una singular faceta de ella. No sabemos cuando se pronunciaron las palabras de Hechos 10:42, pero todas las demás las dijo Jesús entre la Resurrección y la Ascensión. Hemos, pues, de concluir que esta comisión ocupaba un lugar prioritario en el pensamiento de Cristo durante los días anteriores a su ascensión.

Es evidente que, cuando nos damos cuenta de esto, «su último mandamiento« ha de ser «nuestra primera preocupación«. Henry Martyn (1781–1812), que fue el primer misionero a los musulmanes en la India y Persia, afirmó: «El Espíritu de Cristo es el Espíritu de las misiones, y cuanto más nos acerquemos a él, más intensamente misioneros seremos«.

El concepto de testimonio

Ninguno de nosotros puede ser testigo en el mismo sentido en que lo fueron los apóstoles, puesto que no hemos visto al Señor resucitado como le vieron ellos. Sin embargo, ni siquiera su especial preparación para ser testigos sería completa mientras no recibieran el Espíritu Santo (1:8). Por nuestra parte, cuando creemos su testimonio sobre lo que vieron y oyeron y, basándonos en esta fe, nos entregamos a Cristo, podemos también experimentar por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros al Señor resucitado. Como descubre el libro de los Hechos, vemos que no solo los apóstoles, sino también los otros cristianos estuvieron activos en el testimonio (8:1, 4). Del mismo modo, también nosotros debemos dar testimonio de él. No obstante, para que nuestro testimonio sea efectivo, debe ser un testimonio; es decir, ha de proceder de un conocimiento personal del Cristo resucitado. Como los apóstoles, también nosotros hemos de decir que «no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído« (Hch 4:20).

El Espíritu Santo y la misión

Este pasaje nos muestra lo importante que es el Espíritu Santo para nuestra idea de la misión y también lo importante que es la misión para nuestra manera de entender el Espíritu Santo (vv. 2, 5, 8). El resto del libro de los Hechos expone este tema. El Espíritu es el que nos regenera y santifica para que experimentamos al Cristo resucitado de quien somos testigos (vv. 4–5; cf. Jn 3:5–8). Llena a individuos con unciones especiales para hacer frente a especiales desafíos de testimonio (Hch 4:8, 31; 6:10; 7:55; 13:9). Imparte denuedo en el testimonio (4:9–13, 31; 13:9–11) y anima a su pueblo de un modo que le ayuda a crecer en número (9:31). Del mismo modo que el Espíritu capacitó a los primeros cristianos para hablar en otras lenguas (2:4), es también el que hoy imparte palabras para dar testimonio, en consonancia con la promesa de Cristo (Mr 13:11). Dirige a los creyentes a especiales situaciones de testimonio (10:19) y les prohíbe ir a ciertos lugares a los que se encaminan (16:6–7). Llama a misiones especiales (13:2) y envía a los llamados (13:4). Por último, dirige a la iglesia a importantes doctrinas relativas a su misión (15:28).²⁷ La misión y el ministerio cristianos, pues, solo pueden llevarse a cabo en el poder del Espíritu.

Integrando los aspectos objetivo y subjetivo

¡Qué difícil nos es a los cristianos integrar los aspectos subjetivo y objetivo del cristianismo en nuestro tiempo! La iglesia primitiva representa, pues, un reto en este sentido. Tenemos iglesias que son «fuertes en la Biblia«, pero que muestran poca vitalidad porque están aquejadas de una ortodoxia muerta. Algunos sectores del movimiento evangélico fueron durante muchos años débiles por lo que respecta a los aspectos experimentales de la fe, especialmente cuando se trataba de la evangelización, hasta que el movimiento carismático irrumpió en la escena.

Esto podría explicar por qué, hasta hace poco, el evangelio avanzó tan poco en Asia, a pesar de muchos años de actividad misionera. Asia tiene un rico legado de espiritualidad, y los aspectos activista y racional del mensaje evangélico no le eran atractivos ni gratificantes. A lo largo de la historia de la iglesia ha habido movimientos —como el carismático, el de santidad wesleyano y el de los hermanos moravos— que han rescatado los aspectos subjetivos del evangelio cristiano. No obstante, estas iglesias carecían muchas veces de una sólida enseñanza bíblica. Personalmente, creo que en la actualidad estamos asistiendo, en muchas iglesias evangélicas, a una reacción a la árida ortodoxia de generaciones anteriores que está peligrosamente influenciada por la atmósfera posmoderna de nuestro tiempo (ver la sección siguiente), que subraya lo subjetivo a expensas de lo objetivo.

Sin embargo, la historia de la iglesia está salpicada de hermosos ejemplos de líderes y movimientos cristianos que integran sano pensamiento y fervoroso corazón. De periodos anteriores pienso en el apóstol Pablo, Orígenes, Juan Crisóstomo, San Agustín, los puritanos, Blas Pascal, John Wesley, Jonathan Edwards y Charles Finney. En el siglo XX tenemos a Dietrich Bonhoeffer, E. Stanley Jones, Martyn Lloyd-Jones, J. I. Packer, Jack Hayford, Henri Nouwen y John Piper. Sería bueno familiarizarnos con estos gigantes a fin de adquirir algo de su capacidad para integrar el pensamiento sano y el corazón fervoroso.

Sin embargo, las demandas de nuestro tiempo, tan ajetreado y especializado, nos lo ponen difícil. La integración de la que hablamos requiere el conocimiento de muchas disciplinas al mismo tiempo y esto es difícil en nuestro mundo tan especializado. Preferimos contar con eruditos especializados por un lado y escritores espirituales por otro. Mientras permitamos esta fragmentación de la verdad, tendremos una iglesia anémica que no conoce la profundidad de lo que significa conocer a Dios sobre el fundamento de la realidad objetiva y una experiencia de profunda espiritualidad. A partir de Hechos 1 podemos, por tanto, inferir que la enseñanza cristiana ideal es la que imparten personas energizadas por el Espíritu, basada en los hechos objetivos del evangelio y que da como resultado la evangelización.

Verdad y atmósfera posmoderna

Los versículos 2–3 nos muestran el lugar tan importante que ocupa la verdad en el cristianismo. Sin embargo, cada una de las tres afirmaciones que encontramos van en contra del pensamiento de lo que podría llamarse la atmósfera posmoderna de hoy. Distintos eruditos han situado el inicio de la era posmoderna entre comienzos de la década de 1970 y principios de la de 1990. Más adelante comentaremos algunas de sus características.²⁸

(1) Hemos dicho que «las instrucciones por medio del Espíritu Santo« que Jesús impartió a sus seguidores (v. 2) eran principalmente sobre la Gran Comisión, a saber, hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos y enseñándoles (Mt 28:19–20). Cristo prometió que dicho ministerio haría que las gentes abandonaran sus religiones para seguirle. Pero este mandamiento va directamente en contra del pluralismo religioso, que es uno de los postulados clave del posmodernismo. Según el pluralismo, ninguna ideología puede reivindicar para sí la verdad absoluta; todas las religiones son más o menos iguales en el universo de las creencias. Veith señala que, aunque los modernistas sostenían con distintos argumentos que el cristianismo no es verdadero, los posmodernistas no arguyen de este modo. Su objeción más importante se dirige contra la reivindicación cristiana de tener la verdad única y final.²⁹

Los posmodernistas muestran una gran avidez por compartir sus convicciones con los demás para que aprendan de ellos. Creen, sin embargo, que ningún grupo ha de intentar convertir a los demás a su posición por la convicción de poseer la verdad absoluta. Pero esto es exactamente lo que pretenden los cristianos. Por tanto, hay dos preguntas especialmente importantes para los cristianos contemporáneos: ¿Por qué seguimos sosteniendo el carácter único del evangelio cristiano?³⁰ y ¿por qué continuamos proclamando a Cristo en esta era pluralista?«.³¹

(2) La próxima afirmación de Lucas sobre la verdad del evangelio (v. 3a) nos ofrece la esencia de la respuesta a estas dos preguntas: podemos ser tan atrevidos como para proclamar la singularidad de este mensaje, igual que lo fue Pablo cuando se dirigió a los pluralistas de Atenas, ya que la Resurrección es la prueba final de su carácter único (17:31). La fe en la Resurrección, que es la piedra angular del evangelio, cuenta con un sólido testimonio: «Después de padecer la muerte, se les presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo« (1:3a). Sin embargo, la mente posmoderna se rebela contra la idea de que la realidad religiosa puede basarse en hechos objetivos. A esta atmósfera hemos de entrar con el mensaje de que el cristianismo es absolutamente verdadero y de que esta certeza procede de la Resurrección de Jesús, que da fe de todo lo que él afirmó sobre sí mismo y su evangelio. La Resurrección está, a su vez, atestiguada por muchas pruebas absolutamente fidedignas.

Una de las claves para entender el posmodernismo es precisamente esta pérdida de confianza en la verdad objetiva. En el ámbito científico, se cuestiona abiertamente la idea de un universo ordenado que sigue las leyes establecidas de la física de Newton con un espacio y tiempo absolutos. La teoría de la relatividad de Einstein mostró que lo que antes se consideraba absoluto (el espacio y el tiempo) era a veces relativo y condicionado al marco de referencia del observador. Esta teoría se popularizó y provocó lo que se dio en llamar una revolución de la ciencia. Einstein introdujo un nuevo absoluto, a saber, la velocidad de la luz. Pero muchos extendieron esta idea de la relatividad a otras esferas, como la religión y la moralidad (algo que Einstein nunca pretendió). La relatividad pasó a ser relativismo: no existen absolutos.

En otras esferas de la ciencia también comenzó a cuestionarse abiertamente la idea de la realidad objetiva. En el modelo newtoniano, el mundo se consideraba ordenado desde un punto de vista matemático, y las matemáticas, con sus axiomas lógicos, eran consideradas una herramienta efectiva para obtener conocimiento del mundo físico. La geometría euclidiana, que se consideraba una forma apropiada de describir la realidad física, se construyó sobre diez principios, como el de que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. Estos principios han sido también cuestionados desde el siglo XVIII, y la gente se ha dado cuenta de que puede haber un abismo entre lo que puede ser cierto desde un punto de vista matemático y lo que lo es en la Física. Es posible que el desafío más radical sea el que procede de la Física Cuántica, que parece violar los cánones esenciales de la lógica o el sentido común.³² El resultado de todo esto es que la importancia de la verdad objetiva se ha devaluado.

Filosóficamente, ha habido también un cambio de enfoque. La Ilustración, madre de la era moderna, se centraba en el racionalismo y abogaba a favor de una cosmovisión basada en causas y efectos. Sin embargo, el posmodernismo es un hijo del existencialismo, que no se centra en los hechos objetivos «externos«, sino en el contenido de nuestra mente, las ideas que tenemos «ahí«. Por ello, la verdad se considera algo subjetivo, que surge de uno mismo —el sujeto— más que de algo o alguien externo. En esta atmósfera, la verdad personal es muy importante: Tú tienes tu verdad que procede de tu particular experiencia y yo tengo la mía. Nadie puede tener la pretensión de poseer verdades absolutas y de aplicación universal.

La devaluación de lo racional se ve en los medios utilizados en nuestros días para convencer a las personas. Comencé a estudiar el posmodernismo cuando me di cuenta de que este influenciaba lo que las personas estaban viendo en televisión en Sri Lanka (principalmente programas occidentales). Puesto que trabajo entre jóvenes y soy padre de dos adolescentes, pensé que tenía que analizar este cambio de manera más profunda. Me asombró descubrir la gran cantidad de anuncios que pretendían persuadir a los espectadores, no con argumentos racionales sobre el valor del producto en cuestión, sino mediante impresiones de naturaleza emocional que asociaban dicho producto con un sentimiento agradable.

La atmósfera existencialista posmoderna ha influenciado de forma significativa a la iglesia de de hoy.³³ Me atrevería a decir que, en muchos segmentos del evangelicalismo, la experiencia está sustituyendo a la Biblia como suprema fuente de autoridad. Si analizamos algunos libros y enseñanzas sobre temas prácticos, descubriremos que las estadísticas, la investigación y los testimonios de experiencias se presentan a menudo como directrices autorizadas. En una buena parte de la enseñanza cristiana sobre la administración, las autoridades son una especie de gurus. La Biblia se utiliza meramente como un texto del que extraemos citas o ilustraciones para apoyar verdades encontradas en otros lugares. Debería ser al revés: las verdades deberíamos buscarlas en la Biblia e ir al mundo para encontrar formas de apoyarlas e ilustrarlas. De quienes teorizan sobre la conducta cristiana principalmente dentro del evangelicalismo norteamericano David Wells afirma: «Aunque rinden pleitesía a la Biblia, miran rápidamente para otro lado cuando se trata de diseñar los métodos de actuación para la vida de la iglesia. En un sentido histórico, la teología está, pues, desapareciendo«.³⁴

Muchos predicadores, líderes de adoración y escritores evangélicos de nuestro tiempo prefieren a menudo concentrarse en los aspectos más reconfortantes subjetivos y experimentales del cristianismo. Las devociones diarias de muchos evangélicos se limitan a los breves pensamientos inspiradores que reciben de algún libro devocional. Una vez más, la fuente esencial de alimentación no es la Biblia, sino algún relato inspirador: «Me hace sentir bien, por tanto, ha de provenir de Dios«.

Lamentablemente, una buena parte de la predicación evangélica de hoy responde a este tipo de mentalidad. El tiempo que se dedica a la predicación es cada vez más breve, puesto que se da más relevancia a elementos como los testimonios.

La diversión ha sustituido a la pasión por la verdad como principal medio para atraer a las personas al evangelio. Sin embargo, cuando nos acostumbramos a relacionar los sentimientos de bienestar con la actividad de Dios se crea un problema, y es que comenzamos a pensar que algo erróneo es la voluntad de Dios por el mero hecho de que nos hace sentir bien. Por ejemplo, el mundo occidental aporta trágicas estadísticas que indican poca diferencia entre la moral sexual de los cristianos y la de los que no lo son; y aunque es triste decirlo, esto quiere decir que la Biblia no es ya el factor principal cuando se trata de determinar la conducta cristiana.³⁵

Todo lo anterior son pruebas de que el movimiento evangélico ha sido muy influenciado por los énfasis posmodernos en los sentimientos y lo subjetivo en detrimento de la verdad objetiva y absoluta. Estos acentos podrían llevar perfectamente a los evangélicos a abrir la puerta al pluralismo. Cuando la experiencia se hace monótona o aparece «la oscura noche del alma« (como sin duda sucederá), no hay fundamento donde afirmar el carácter singular y absoluto del cristianismo. Las experiencias y testimonios en que nos hemos basado no serán suficiente para ayudarnos a superar con éxito estos periodos sombríos. Me temo que, por una falta de atención a las verdades del cristianismo, muchas personas ya han sucumbido sin darse cuenta a lo que podría llamarse una posición proto-pluralista dentro del movimiento evangélico. Nuestro desafío para hoy es encontrar la manera de proclamar las verdades objetivas del cristianismo de un modo que sea relevante y atractivo para la sociedad posmoderna. Lo que nos da esperanza es saber que, en última instancia, solo Dios a través de Cristo puede satisfacer esta búsqueda posmoderna de una auténtica experiencia subjetiva.

(3) El tercer aspecto de la verdad del evangelio que se nos presenta en Hechos 1 es la enseñanza «acerca del reino de Dios«, que incluye la importancia de someternos al gobierno del Dios trascendente. Esto es lo último que se le pasa por la cabeza al hombre posmoderno. Más que buscar a un Dios externo, están descubriendo al dios que hay dentro de ellos. El analista de la Nueva Era Theodore Roszak afirma que nuestra meta es «despertar al dios que duerme en la raíz del ser humano«.³⁶ Esta es una de las razones por las que el movimiento de la Nueva Era ha crecido tan rápidamente en este tiempo. En él hay suficiente de lo divino para satisfacer la incurable religiosidad del ser humano (esto es algo que el humanismo secular de la era moderna no podía darle). Pero, en la Nueva Era, lo divino no es un Dios trascendente y supremo, puesto que una divinidad así sería una afrenta a la búsqueda de realización personal en la que muchos están implicados. Lo que tenemos es un acercamiento pan-teísta a la realidad, donde todo, también nosotros mismos, forma parte de la divinidad. Swami Mukthananda, quien tuvo una gran influencia sobre Werner Erhard (fundador de EST y FORUM), es un claro exponente de este talante: «Arrodíllate ante tu propio ser. Honra y adora tu propia esencia. Dios habita dentro de ti, como Tú«.³⁷ En otras palabras, el mensaje del reino, del gobierno de un Dios supremo, ofende a quienes están influenciados por el panteísmo de la Nueva Era.

En resumen, el evangelio choca frontalmente con el pluralismo, el subjetivismo y el panteísmo de nuestro tiempo. Encontrar formas relevantes y efectivas de presentar el evangelio de Jesucristo es un gran desafío, al que hemos de dedicarnos con mucho vigor y compromiso.³⁸ Por una parte, en la evangelización, tenemos la responsabilidad de adaptar nuestros métodos para que el evangelio inmutable sea comunicado de un modo que nuestros contemporáneos quieran escucharlo.³⁹ Por otra parte, tenemos la responsabilidad pastoral de ayudar al desarrollo de cristianos que sepan estudiar y aplicar las Escrituras a sus vidas diarias, es decir, personas que practiquen su fe en la suprema autoridad de la Escritura en un mundo posmoderno.

Enseñanza bíblica en la preparación para el avivamiento

En un estudio del avivamiento de Josías, Lewis Drummond escribe: «Los despertamientos espirituales siempre vuelan con las alas de la Palabra. Aunque el pueblo haya descuidado por mucho tiempo la verdad de Dios, esta aparecerá un día y llevará a cabo su obra asombrosa«.⁴⁰ Esto debería ser un estímulo para los ministros de la Palabra que anhelan un avivamiento. Se esfuerzan en lo que parece ser un terreno estéril, ven poco fruto visible y pueden sentirse muy tentados a abandonar la orientación de sus ministerios centrados en la firme proclamación de la Palabra de Dios y pasar a entretener a los cristianos con una predicación dirigida a hacerles sentirse bien.

Recordemos que, después de su éxito inicial, también a Jesús le abandonaron las multitudes a causa de lo que enseñó. «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?», decían (Jn 6:60). Pero él perseveró con los pocos que permanecieron firmes. Hechos 1 muestra que incluso los discípulos, tras más de tres años de enseñanza intensiva, no habían entendido realmente uno de los aspectos fundamentales de la enseñanza de Jesús: el reino de Dios. Sin embargo, su enseñanza acabó prosperando en sus vidas. Capacitados por el Espíritu, se echaron a la calle proclamando las buenas nuevas y provocaron la revolución más poderosa que el mundo ha conocido. Las palabras de Pablo, pronunciadas en un contexto distinto, se aplican también al ministerio de enseñanza: «No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos« (Gá 6:9).

Acentos desequilibrados

Cada uno de los diferentes acentos sobre el Espíritu Santo puede llevar a la iglesia a vivir un cristianismo desequilibrado. El peligro de la interpretación de la conversión-iniciación es que puede ahogar la aspiración de experimentar la plenitud de Dios y crear una clase de cristianos a medias que no viven todo lo que Dios desea que disfruten.

Por otra parte, quienes subrayan la idea de que el bautismo con el Espíritu nos capacita para la misión pueden descuidar el esencial aspecto de vivir vidas santas y producir el fruto del Espíritu. Esto está sucediendo con tanta frecuencia en nuestro tiempo que debería ser motivo de preocupación dentro del movimiento carismático. El acento wesleyano en la completa santificación y la plenitud del Espíritu capacitándonos para vivir vidas santas corrige este desequilibrio (1Ts 5:19–24).

No obstante, este énfasis puede dar lugar a un malsano perfeccionismo que introduce una serie de criterios ajenos a la Biblia para evaluar si uno está o no completamente santificado. Personalmente, veo también este peligro en el tipo de reuniones en que se espera la venida del Espíritu Santo. Es preceptivo que esperemos hasta estar seguros de que contamos con todo lo que Dios ha provisto. Sin embargo, no debemos identificar con esta plenitud nada que la Biblia no certifique como un elemento esencial de ella. Por nuestra parte, la pregunta que siempre deberíamos hacernos es: «¿Tengo todo lo que debería, según las Escrituras?«.

La prioridad del Espíritu para el ministerio cristiano

La relación entre el Espíritu Santo y la misión fue un factor que se pasó por alto en la historia de la iglesia, como señala el teólogo sudafricano David J. Bosch:

Hacia el siglo II d.C. el acento había pasado casi exclusivamente al Espíritu como agente de la santificación o garante de la apostolicidad. La Reforma Protestante del siglo XVI tendía a poner el énfasis principal en la obra del Espíritu como testigo e intérprete de la Palabra de Dios […] Solo en el siglo XX se ha producido un progresivo redescubrimiento del intrínseco carácter misionero del Espíritu Santo. Esto ha sucedido, entre otras cosas, por el renovado estudio de los escritos de Lucas.⁴¹

En este asunto, uno de los pioneros fue Roland Allen, un clérigo anglicano inglés (1868–1947), quien, tras un breve ejercicio como misionero en la China y sacerdote en Inglaterra, llegó a ciertas convicciones radicales que expresó en varios libros y artículos publicados entre 1912 y 1930. Es particularmente interesante su libro, Pentecost and the World: The Revelation of the Holy Spirit in the «Acts of the Apostles« [Pentecostés y el mundo: la revelación del Espíritu Santo en los «Hechos de los Apóstoles«].⁴² Allen defendía la creación de iglesias nativas que no dependieran de las misiones extranjeras sino del Espíritu Santo. Cuando se publicaron estos escritos, sus «ideas sobre ‘delegar’ la responsabilidad a los nuevos cristianos y confiar en el Espíritu Santo parecían no solo radicales, sino también irresponsables«.⁴³

Allen sabía que sus ideas iban muy por delante de su tiempo y llegó a predecir a su hijo que su trabajo no se tomaría en serio más o menos hasta la década de 1960. Esta profecía se cumplió con creces y en nuestros días se le considera uno de los misiólogos más influyentes del siglo XX. Uno de los primeros en seguir sus ideas sobre la conexión entre el Espíritu Santo y la misión fue Harry Boer, un misionero reformado estadounidense en Nigeria, cuya influyente obra, Pentecost and Mission [Pentecostés y Misión],⁴⁴ se publicó en 1961. Afortunadamente, hoy se reflexiona y escribe mucho sobre este tema, pero nunca podemos, por su importancia, dejar de mencionarlo.

En Hechos 1 se da a entender que el ministerio no ha de llevarse a cabo sin que el ministro experimente al Espíritu. A menudo, los obreros cristianos con serios problemas espirituales rechazan el consejo de detener su tarea y pasar un cierto tiempo a solas con Dios para recuperar una vida espiritual sana. Por regla general, se aduce que su obra se desmoronará si se toman este descanso. Sin embargo, más grave incluso que este colapso es hacer la obra de Dios en la carne, porque, en ese caso, la más noble de las tareas se lleva a cabo de manera innoble y el nombre de Dios será deshonrado.

Nos resulta fácil distraernos y buscar nuestra seguridad en otras cosas que actúan como sustitutos del poder del Espíritu. Una excelente programación utilizando lo mejor de la tecnología moderna, técnicas de gestión y unas buenas instalaciones pueden producir resultados impresionantes. Alguien dijo en una ocasión que un noventa y cinco por ciento de lo que sucede en muchas iglesias evangélicas podría hacerse sin el Espíritu Santo. Muchas personas acudirán a estas comunidades atraídas por el programa que ofrecen. La gente quiere su dosis de religiosidad semanal y, en nuestra cultura tan ávida de diversión, una iglesia que proporcione un programa entretenido atraerá a la gente, igual que lo hará un buen concierto o un evento deportivo. Sin embargo, el ministerio cristiano es un ministerio en el Espíritu. Sin su poder, nuestros excelentes programas carecen en última instancia de sentido.

De modo que, seamos quienes seamos y hagamos lo que hagamos por Dios, nuestro gran deseo ha de ser la plenitud del Espíritu para que nuestro trabajo sea fruto de su poder. Como hizo Jacob cuando se vio ante el desafío de encontrarse con su hermano Esaú, hemos de suplicar: «¡No te soltaré hasta que me bendigas!« (Gn 32:26). Esta actitud está bien expresada en una historia que contó el Dr. Martyn Lloyd-Jones sobre un viejo predicador galés que tenía que predicar en una convención que se celebraba en un pueblo. La congregación estaba ya reunida, pero el predicador aún no había llegado. Los dirigentes enviaron a una muchacha a la casa donde se alojaba para que le trajera. La chica regresó y dijo que le había oído hablar con alguien y no había querido interrumpirle.

—Es extraño, porque todos estamos aquí —dijeron los líderes—. Regresa y dile que ya pasa de la hora convenida y que ha de venir.

La muchacha fue a buscarle por segunda vez y volvió diciendo lo mismo:

—Está hablando con alguien.

—¿Cómo lo sabes? —preguntaron los responsables.

—Le he oído decir a la persona que está con él: «No voy a ir a predicar a esta congregación, si tú no vienes conmigo« —contestó la joven.

—De acuerdo, entonces. Más vale que esperemos —concluyeron los líderes de la iglesia.⁴⁵

Curiosidad escatológica

Qué curioso que, a pesar de todas las advertencias sobre lo inapropiado de poner fechas sobre el tiempo del fin, los cristianos sigan haciendo predicciones específicas y pronunciándose dogmáticamente en el sentido de que un determinado acontecimiento de la historia del mundo es una señal de que el fin está cerca o de que se producirá en un cierto número de días, meses o años. ¿Cómo pueden seguir los cristianos haciendo esto cuando la historia de la iglesia ha sido ya testigo de tantas predicciones incumplidas que han dejado tras sí una triste estela de sinceros creyentes desconcertados? ¿Y cómo pueden los cristianos ser tan crédulos como para dejarse seducir una vez más por tales predicciones?

Hay muchas razones que lo explican. (1) Muchos de quienes hacen estas predicciones son personas piadosas, por eso no desestimamos fácilmente lo que dicen. Algunos afirman tener un don de profecía, de modo que rechazar lo que dicen parece lo mismo que rechazar un mensaje especial de Dios. No obstante, Pablo instaba a los gálatas a rechazar cualquier mensaje que no encajara con lo que habían escuchado, aunque procediera de él mismo o incluso de un ángel (Gá 1:8). Nuestra autoridad final es la Palabra de Dios. Lo que dice una persona piadosa o con el don de profecía debe considerarse con suma seriedad, pero, si contradice la Escritura, ha de ser rechazado.

(2) La Biblia predice que en el tiempo del fin sucederán ciertas cosas y hoy se están viendo acontecer muchas de ellas. Esto eleva el nivel de entusiasmo por la posibilidad de estar viviendo en los días del fin. La aparición de señales que parecen cumplir específicamente determinadas profecías sugiere que la venida del Señor puede producirse en cualquier momento. La actitud bíblica que hemos de adoptar bajo tales circunstancias es estar preparados y activos en la obra del reino. Esta es sin duda la enseñanza de Cristo en sus discursos escatológicos (p. ej., Mt 24–25). Mateo 24:44–46 resume bien esta actitud:

Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen. ¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su señor ha dejado encargado de los sirvientes para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo cuando su señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber.

Hechos 1 nos muestra también que, aunque este tipo de curiosidad escatológica no es aceptable, sí lo es una sana expectativa (obsérvese que los ángeles afirman que Cristo volverá del mismo modo que se fue al cielo [1:11]). Esta actitud hacia los acontecimientos del fin la expresa muy bien la respuesta que John Wesley dio cuando le preguntaron qué haría si supiera que aquel sería el último día antes de la venida del Señor: «Lo pasaría igual que tengo intención de pasarlo ahora«. Y a continuación leyó el programa que tenía para aquel día. Debemos estar siempre preparados para su venida, pero jamás hemos de caer en la trampa de poner fechas.

La respuesta de Jesús a los discípulos (1:8) sugiere que nuestra principal tarea debería ser la evangelización. Esto es lo que prepara al mundo para la venida de Cristo. El propio Jesús dijo: «Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin« (Mt 24:14). George Ladd, el gran teólogo del Nuevo Testamento, afirma que «puede que este sea hoy el versículo más importante de la Palabra de Dios para el pueblo de Dios«; se trata «de la afirmación más clara que encontramos en la Palabra de Dios sobre el tiempo de la venida de nuestro Señor«.⁴⁶ En realidad, las señales y enseñanza sobre el tiempo del fin pueden ser una efectiva herramienta para la evangelización. Hay una curiosidad natural sobre lo que sucederá en el futuro, que despierta el interés de la gente sobre lo que la Biblia tiene que decir. No caigamos nunca, sin embargo, en la trampa de ir más allá de lo que la Biblia nos permite enseñar.

Localismo

La segunda reprensión implícita en la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos sobre la restauración del reino a Israel tiene que ver con su localismo. Su respuesta mira a «los confines de la tierra«. Según el Nuevo Testamento, en la vida cristiana no hay lugar para el localismo, el racismo y los prejuicios. Consideraremos el tema de los prejuicios cuando analicemos la visita de Pedro a Cornelio (Hch 10). Lo que vemos en este primer capítulo es un provincianismo con un interés tan exacerbado en los propios asuntos que no queda relativamente ningún interés por los asuntos de los demás. La respuesta de Jesús fue desarrollar una orientación de la misión, un recordatorio de que nuestra responsabilidad no acaba hasta que el evangelio haya llegado a «los confines de la tierra«.

Hay varios periodos de la historia de la iglesia en que esta ha perdido la visión de alcanzar al mundo. Pero Dios siempre ha llamado a siervos clave para que abran la mente de su pueblo y entienda lo que las Escrituras han de decir sobre su misión en el mundo (Lc 24:45–48). Cuando el movimiento protestante perdió de vista este acento, por ejemplo, Dios envió a personas como los moravos y John Wesley (1703–1791) —quien afirmó: «Mi parroquia es el mundo«— para recuperarlo.

Dios no siempre se sirve de cultivados eruditos como Wesley para reavivar el interés misionero de la iglesia. En ocasiones utiliza a «provincianos« como los apóstoles. Un joven William Carey (1761–1834) intentó hacer conscientes de esta visión a los bautistas de su tiempo. A un grupo de ministros reunidos les pidió que consideraran «si el mandamiento impartido a los apóstoles de enseñar a todas las naciones [Mt 28:19–20] no era obligatorio también para todos los ministros sucesivos hasta el fin del mundo, teniendo en cuenta que la promesa que acompaña a dicho mandato era de igual extensión«. Aunque ellos rechazaron su argumento, él, no obstante, persistió. Carey escribió un tratado titulado, An Inquiry into the Obligation of Christians to Use Means for the Conversion of the Heathen [Investigación sobre la obligación de los cristianos de utilizar medios para la conversión de los paganos]. Él mismo respondió al llamamiento y fundó la Sociedad Misionera Bautista.⁴⁷ Este tipo de historia se ha repetido en incontables ocasiones a lo largo de la historia de la iglesia y es lo que sucedió también con el ministerio de Juventud para Cristo en Sri Lanka, con el que he trabajado estos últimos veintiún años.

La permanente necesidad del avivamiento del interés misionero surge por nuestra tendencia natural al localismo. Los desafíos que experimentamos a nivel local pueden parecer tan grandes que perdamos de vista nuestra responsabilidad para con el mundo. Por regla general, la visión misionera nos es molesta porque nos sitúa ante muchas demandas a las que hemos de responder (y no para nuestro beneficio, sino para el de otros). Puede que tengamos que hacer cambios estructurales con los que nos sentimos incómodos. Sin embargo, bajo un liderazgo con visión y recibiendo la energía del Espíritu podemos mantener viva la perspectiva de las misiones. William Booth era muy anciano y estaba demasiado enfermo para asistir a un importante aniversario del Ejército de Salvación. Booth envió, pues, un telegrama que no debía abrirse hasta la reunión del aniversario. Contenía únicamente esta expresión: «Los demás«. A William Temple se le atribuyen estas palabras: «La iglesia cristiana es la única organización del mundo que existe puramente para el beneficio de quienes no son miembros de ella«. ¡Misión!

Cristianos de la Gran Comisión

Como buen motivador que era, Jesús puso sin cesar ante sus discípulos una visión de la obra que les había sido confiada. Este es un buen modelo para todos los líderes. Muchas veces, las bases de los movimientos acaban tan absorbidas en la tarea específica que realizan que pierden la visión general del proyecto. Algunos pueden implicarse tanto en el mantenimiento o en apagar fuegos que pierden la visión. Esto hace que la desmotivación y el estancamiento ganen terreno y se produzca una muerte lenta. Como ha dicho alguien, «la iglesia que viva por sí misma morirá por sí misma«. El teólogo suizo Emil Brunner escribió en una ocasión: «Las iglesias existen por la misión, como el fuego por las llamas«.

Los dirigentes tienen la responsabilidad de presentar al pueblo esta grandiosa visión. En esto, Jesús es nuestro modelo. Él habló del significado de esta misión (Mt 24:14); presentó al pueblo la necesidad y desafío que suponía (9:36–38); respondió a las objeciones que se planteaban (Jn 4:35–38); se presentó a sí mismo como modelo a seguir (20:21); les mostró dónde tenía que llevarse a cabo (Mt 28:19; Mr 16:15; Hch 1:8) y cómo (Mt 10:5–42; 28:19–20; Lc 24:46–48; Hch 1:8). Obsérvese la creatividad, variedad, motivación e instrucción en el modo en que presentó esta comisión. Seguir este ejemplo es una de las mayores responsabilidades de los dirigentes. Personalmente pienso que, junto al llamamiento de orar por mis colegas y capacitarles, mi responsabilidad más importante es presentar ante el movimiento que dirijo (Juventud para Cristo) la visión, en toda su gloria, de nuestro llamamiento específico de llevar el evangelio de Cristo a los jóvenes que no le conocen.

Cuando nos damos cuenta del importante lugar que la Gran Comisión tuvo en la iglesia primitiva, creo que podemos respaldar el uso de expresiones como «cristianos de la Gran Comisión« y «estilo de vida según la Gran Comisión«. Algunos se oponen a estas expresiones, pensando que su uso restará valor a otros aspectos de la misión cristiana, como por ejemplo el cumplimiento del imperativo social. Lamentablemente, esto puede suceder y ha sucedido a cristianos que han subrayado excesivamente la Gran Comisión. Pero no tiene por qué suceder. El imperativo social está claro en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento.⁴⁸ Nunca hemos de tener miedo de ser completamente bíblicos. Es cierto que combinar estos dos elementos de la misión no es fácil, como hemos visto en nuestro propio ministerio con los pobres. ¿Pero cuándo ha sido fácil el ministerio bíblico? Gracias a Dios, tenemos una noble historia de evangélicos que han puesto en práctica este doble compromiso con los aspectos social y evangelizador de nuestra misión.⁴⁹

Ante la urgencia de la comisión de Jesús, todos hemos de procurar ser cristianos involucrados en la Gran Comisión⁵⁰ y esforzarnos para que también lo estén las organizaciones cristianas y las iglesias locales.⁵¹ Deberíamos vivir constantemente bajo el influjo de nuestra misión, de modo que estemos dispuestos a pagar cualquier precio para alcanzar a los perdidos. Naturalmente, la misión significa involucrarnos tanto con nuestros vecinos más inmediatos como por todo el planeta. Es responsabilidad de los líderes cristianos cultivar una ardiente pasión por la misión y pagar el precio de dicho compromiso (ver 1Co 9); a continuación, y partiendo de la credibilidad que les otorga este apasionado compromiso, han de mantener viva constantemente la visión de la misión ante aquellos a quienes dirigen.

Cristianos que dan testimonio

En un plano estrictamente personal, un cristiano identificado con la Gran Comisión es ante todo un testigo. E. Stanley Jones (1884–1973), misionero norteamericano en la India, tuvo un efectivo ministerio de evangelización entre los intelectuales de la India y por medio de sus escritos se convirtió en mentor de muchos ministros cristianos asiáticos. En su juventud se debatió por dilucidar si Dios le llamaba a ser abogado o predicador. Finalmente decidió que sería predicador y «abogado de Dios«: «Para presentar su sumario y defender su caso«. Muchos de sus parientes y amigos fueron a escuchar el primer sermón que predicó en su iglesia local. Solo había dicho seis frases cuando se equivocó utilizando una palabra inexistente, «indifferentism«. Al ver que su error hacía sonreír a una joven de la audiencia, ¡Stanley se quedó en blanco! Tras un largo silencio, consiguió decir abruptamente: «¡Siento decirlo, amigos, pero se me ha olvidado el sermón!«.

Avergonzado, Stanley comenzaba a dirigirse a su asiento de la primera fila cuando oyó que Dios le decía:

—¿No he hecho acaso nada en tu vida?

—Sí, claro, por supuesto —respondió él.

—¿Podrías, pues, hablar de ello? —fue la nueva pregunta.

—Puede que sí —dijo él.

De manera que, en lugar de tomar asiento, se dio la vuelta y dijo:

—Amigos, como ven, soy incapaz de predicar un sermón; sin embargo, ustedes conocen mi vida antes de mi conversión y después de ella; y, aunque no puedo predicar, amo al Señor y quiero dar testimonio de él el resto de mi vida.

Jones cuenta que «dijo algunas otras cosas de este tipo para rellenar el terrible vacío«. Después de la reunión, un joven se le acercó y le dijo: «Quiero conocer por mí mismo lo que tú has encontrado«.⁵²

Ciertamente, al final Jones se convirtió en abogado de Dios. Se sumergió en las Escrituras y en la cultura hindú, y presentó de manera efectiva las afirmaciones de Cristo a los intelectuales de aquella cultura hasta su muerte con casi noventa años. Pero siempre consideró la predicación como un testimonio: «Igual que ‘toda la gran literatura es autobiografía’, toda la verdadera predicación es testimonio«.⁵³

Si algo de lo que la Biblia da testimonio no se está cumpliendo en nuestra vida, hemos de detener toda nuestra actividad y tratar con Dios hasta resolver la cuestión, igual que los discípulos esperaron en Jerusalén, dedicándose a la oración (1:14). Creer en la Biblia es creer que lo que dice funciona, que es operativo en la práctica. Jones cuenta la historia

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