Yo no soy, pero conozco al Yo Soy: Conoce al protagonista principal
Por Louie Giglio
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Louie Giglio
Louie Giglio is pastor of Passion City Church and the original visionary of the Passion movement, which exists to call a generation to leverage their lives for the fame of Jesus. Since 1997, Passion Conferences has gathered college-aged young people in events across the United States and around the world. In 2022, Passion hosted over 50,000 students in the Mercedes-Benz Stadium with another one million people joining online. Louie is the national-bestselling author of over a dozen books, including Don't Give the Enemy a Seat at Your Table, At the Table with Jesus, Goliath Must Fall, Indescribable: 100 Devotions About God and Science, The Comeback, The Air I Breathe, I Am Not but I Know I Am, and others. As a communicator, Louie is widely known for messages such as "Indescribable" and "How Great Is Our God." An Atlanta native and graduate of Georgia State University, Louie has done postgraduate work at Baylor University and holds a master’s degree from Southwestern Baptist Theological Seminary. Louie and his wife, Shelley, make their home in Atlanta.
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Comentarios para Yo no soy, pero conozco al Yo Soy
3 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente! En forma sencilla explicado El YO SOY y la forma en que este emerge :)
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Yo no soy, pero conozco al Yo Soy - Louie Giglio
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[Manhattan]
La vida es un relato de dos historias, una limitada y precaria, la otra eterna y permanente. La historia pequeña, la nuestra, es tan breve como un abrir y cerrar de ojos. Pero de alguna manera la obsesión por nuestra pequeña historia, y nuestro empeño por hacer de ella algo grande, ciega nuestra visión con respecto a la gigantesca historia de Dios que nos rodea.
Es un poco como el shock que me causó hace un par de semanas, durante mi trote diario, la reacción de dos policías de la ciudad de Nueva York que me hicieron señas para que me acercara a sus patrullas. La frase inicial del primer policía (cuyas palabras exactas, siento mucho decirlo, no puedo repetir aquí) condujo a una respuesta de mi parte que resulta inexcusable:
«¿Qué les parece que estoy haciendo?»
Inmediatamente me di cuenta de que había dicho algo que no debía, en especial a un policía de la ciudad de Nueva York. Segundos después, mis manos estaban sobre el capó de su patrullero y resonaban amenazas de arresto. Estaba sorprendido y desconcertado, y aunque demasiado tarde, cerré la boca. Si no me preguntaban, no iba a pronunciar una sola palabra más, y menos en tono sarcástico.
Para empeorar la situación, la única identificación que pude presentar fue la tarjeta del hotel que me servía de llave: elegante y llamativa, pero que ni siquiera llevaba impreso el nombre o la dirección del hotel. El panorama se iba poniendo cada vez peor…
Todo había comenzado de una manera inocente esa mañana al salir por la puerta de nuestro hotel en el centro de Manhattan y trotar por la acera hacia el río East, que estaba a ocho cuadras de distancia. Pero antes de haber avanzado dos o tres cuadras, empezó a llover. Al principio solo me causaba fastidio; era una llovizna intermitente y molesta. Después aumentó el viento y un aguacero frío y continuo volvió las cosas insoportables. Evalué la situación, y decidí que, por estar tan lejos del hotel, regresar no era una opción sensata; así que seguí corriendo hacia el norte, junto al río, persistiendo en mi intento bajo una lluvia incesante.
Desconozco en qué estado físico te encuentras tú, pero yo, cuando corro, pienso más en la supervivencia que en el paisaje. Y cuando lo hago bajo un aguacero frío, raramente pienso en algo. Con toda seguridad, no me vuelvo para leer la mayoría de los carteles. De modo que no estaba prestando mucha atención cuando, de repente, una cerca de alambre obstaculizó mi camino. Se extendía desde la orilla del río que estaba a mi derecha, hasta el divisor de carriles de concreto junto al que venía marchando, a mi izquierda. Una vez más consideré mis opciones. Retroceder no tenía sentido. Lo que sí tenía sentido era escapar de la lluvia. Así que sin siquiera pensarlo salté por encima del divisor de carriles y fui en busca del refugio de un puente que vi al otro lado del camino.
Muy pronto el puente se convirtió en una autopista elevada, así que pude continuar corriendo bajo techo. Seguí hacia el norte sin darme cuenta de que el carril a mi derecha, en algún momento, se había convertido en dos carriles para el tránsito y posteriormente en tres. Después de más o menos un kilómetro y medio, el tránsito de los tres carriles se volvió más lento que mi marcha, y la conductora de uno de los automóviles gritó algo dirigiéndose a mí. Pero la lluvia y el tránsito no me permitieron entenderle, aunque de todas maneras yo intentaba ignorarla. En ese punto el puente se desviaba hacia la izquierda y quedé expuesto a la lluvia otra vez.
De pronto noté a mi extrema izquierda los niveles inferiores de los edificios de las Naciones Unidas, y más cerca, justo al frente, dos patrullas estacionadas en la amplia franja de concreto del medio. Había solo un policía en cada automóvil, con sus ojos puestos en mí mientras me acercaba. Todo parecía estar en orden, hasta que el sonido agudo de la sirena y el movimiento agitado de la mano de uno de los oficiales, indicándome a que me acercara a su patrulla, interrumpió mi avance.
En ese momento recién caí en la cuenta de que iba corriendo por el medio de la FDR, una autopista de seis carriles que serpentea a lo largo de la costa este de Manhattan. Con razón la pregunta incrédula e irrepetible que el primer policía me hizo cuando finalmente me detuve frente a su patrulla.
¿Cómo puede uno correr en medio de una autopista de Nueva York y no darse cuenta de que lo está haciendo? Pienso que de la misma manera en que uno puede vivir la vida entera ajeno a la maravillosa historia del Creador del universo que se desarrolla a nuestro alrededor. Del mismo modo en que uno puede pasar los días prestándole toda la atención a unos seres tan pequeños y pasajeros como tú y como yo, y restándole importancia a alguien tan glorioso y eterno como Dios.
Por eso es que este libro no se trata de ti, ni de cómo mejorar tu historia, sino más bien de que tomes conciencia de la infinitamente más grande historia de Dios, que acontece a tu alrededor, y de su invitación para que lo acompañes en ella. Se trata de que mires hacia arriba para descubrir que hay una historia que viene desarrollándose desde mucho antes de que tú llegaras a este planeta, y que seguirá ocurriendo mucho después de que te hayas ido. Dios es el protagonista de esa historia y de este libro. Él domina el centro del escenario de la existencia, la creación, el tiempo, la vida, la historia, la redención y la eternidad.
No trato de humillarte o de insinuar que no importas. Tampoco quiero decir que no estés presente en la gran historia de Dios. De hecho, intento justo lo contrario. Lo sorprendente es que apareces en cada página, y has existido en el pensamiento de Dios desde mucho antes que este mundo hubiese sido creado. Simplemente estoy declarando lo obvio, que…
LA HISTORIA YA TIENE UNA ESTRELLA, Y NI TÚ NI YO SOMOS ESA ESTRELLA.
Y hay una razón para que esto resulte importante: si no tenemos en claro que existen dos historias, todo lo demás en nuestra vida se encontrará fuera de sincronía. Pasaremos nuestros días tratando de usurpar la historia de Dios para convertirla en nuestra historia. Al invertir la realidad, viviremos cada día como si la existencia tuviera que ver solo contigo y conmigo. Nos conduciremos como si la vida fuera una comedia de un solo acto, y la historia, nuestra historia; como si la creación fuese solo el lugar de nuestra morada, la existencia, nuestro parque de recreo, y Dios, nuestro sirviente (eso, si decidimos que tenemos alguna necesidad de él). Volcaremos cada gota de energía en nuestra historia fugaz y fragmentada. Tomaremos las decisiones nosotros, y permitiremos que una forma de pensar egocéntrica determine cada uno de nuestros movimientos y sentimientos.
Y al final, cuando se escuche el último aplauso a nuestra minúscula historia, esa historia se desvanecerá luego de recibir una pobre recompensa por el único intento que realizamos, la única oportunidad que tuvimos de desarrollar lo que se conoce como una «vida sobre la tierra».
Cerca de treinta minutos después de haber comenzado mi calvario con los policías, la situación se alivió cuando me percaté de que lo peor que me podía pasar era recibir una multa por cruzar la calle imprudentemente, algo que sin duda merecía. Mientras esperábamos que mi historial apareciera en la computadora de la patrulla, el más amable de los dos policías me preguntó a oídas del otro:
—¿Y a qué se dedica usted?.
Hmmm…
Optando por una respuesta corta, le dije:
—Soy pastor.
Dos pares de cejas se levantaron.
—¡Pastor! ¿Qué clase de pastor es usted?
Creo que buscaba que le diera el nombre de una denominación, pero yo respondí:
—Soy cristiano.
—¿Sí? ¿Y qué hace en Nueva York?
—Estoy aquí para hablarle a un grupo de estudiantes universitarios esta noche en Queens.
—¿Y qué les va a decir?
El tiempo quedó como detenido por un segundo. Luego respondí:
—Les voy a recordar que la vida es corta y que nuestro tiempo en la tierra es muy breve. Es por eso que tenemos que asegurarnos de que nuestras vidas se relacionen con las cosas eternas.
Eso es también lo que quiero hacer en estas páginas. Guiarte a una nueva conciencia de la historia de Dios, que se asemeja a una autopista de seis carriles en medio de la que corremos a diario.
Es un lugar que requiere que elijamos constantemente. Podemos optar por aferrarnos a un papel protagónico en nuestra pequeñita e insignificante historia, o podemos cambiar nuestros cinco minutos de fama por un papel secundario en la historia grandiosa y eternamente bella de Dios.
Considerémoslo como un intercambio ventajoso. Abandonar lo anterior y abrazar lo último permitirá que nuestras pequeñas vidas se llenen de la maravilla de Dios mientras vivimos para promover su fama y rendir un aplauso interminable a su nombre. Y el unir nuestras pequeñas historias a su voluntad nos dará lo que más anhelamos en la vida: la seguridad de que nuestros breves momentos en la tierra cuentan para algo en la historia que nunca termina.
BÚSQUEDA
[Londres]
Dado el inusual calor de agosto, encuentro increíblemente fresco este lugar. Y silencioso.
Por lo menos hasta ahora.
Una ruidosa familia italiana acaba de pasar junto a mí por el pasillo hablando a gritos, e ignorando la quietud.
Desde donde estoy sentado, parecería que la abuela, su hijo favorito (quizás el único), la esposa de este y los tres hijos de la pareja han quedado todos instantáneamente impresionados. Hasta la hija, que lucha por quitarse los auriculares de los oídos y salir de su caparazón externa de adolescente con onda. Mientras dirige su mirada hacia arriba, abre la boca y sus labios articulan un ¡Guau! en cámara lenta sin esperar que nadie en particular lo escuche.
Intercambian entre