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Vive confiado en un mundo caótico: Esperanza cierta en tiempos inciertos
Vive confiado en un mundo caótico: Esperanza cierta en tiempos inciertos
Vive confiado en un mundo caótico: Esperanza cierta en tiempos inciertos
Libro electrónico297 páginas4 horas

Vive confiado en un mundo caótico: Esperanza cierta en tiempos inciertos

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El autor best seller del New York Times, el Dr. David Jeremiah, actualiza su libro clásico,nos brinda sabiduría para el fin de los tiempos en Vive confiado en un mundo caótico Living with Confidence in a Chaotic World, que ofrece instrucciones prácticas y basadas en la Biblia para vivir una vida segura en un mundo lleno de caos y crisis.

«No dejes que tu corazón esté preocupado...»

La confianza puede ser difícil de conseguir en estos días. La gente está perdiendo sus trabajos, sus casas y los ahorros de toda su vida a un ritmo sin precedentes. La violencia, los desastres naturales y la depravación moral parecen estar disparándose. En medio de todo este caos, necesitamos saberlo... ¿Qué exactamente deberíamos hacer ahora?

David Jeremiah trae un mensaje de esperanza y confianza del invaluable consejo de la Palabra de Dios. Responde nuestras preguntas más urgentes, que incluyen:

  • ¿Cómo podemos pasar esta tormenta con un corazón tranquilo?
  • ¿Qué significa realmente «esperar en el Señor»?
  • ¿Qué le está diciendo Jesús a nuestro mundo caótico de hoy?
  • ¿Cómo es que nos metimos en este lío?
  • ¿Podemos tomar un mundo quebrantado y reconstruirlo en algo fructífero?

Living with Confidence in a Chaotic World

New York Times bestselling author, Dr. David Jeremiah updates his classic book,presents us with endtime wisdom in Living with Confidence in a Chaotic World, offering which offers biblically based, practical instruction for living a confident life in a world filled with chaos and crisis.

“Let not your heart be troubled . . .”

Confidence can be hard to come by these days. People are losing their jobs, their houses, and their life savings at an unprecedented rate. Violence, natural disasters, and moral depravity seem to be skyrocketing. In the midst of all this chaos, we need to know . . . what on earth should we do now?

David Jeremiah brings a message of hope and confidence from the priceless counsel of the Word of God. He answers our most urgent questions, including:

  • How can we weather this storm with a calm heart?
  • What does it truly mean to “wait on the Lord”?
  • What is Jesus saying to our chaotic world today?
  • How on earth did we get into this mess?
  • Can we take a broken world and rebuild it into something fruitful?
IdiomaEspañol
EditorialThomas Nelson
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
ISBN9781400232215
Vive confiado en un mundo caótico: Esperanza cierta en tiempos inciertos
Autor

Dr. David Jeremiah

Dr. David Jeremiah is the founder of Turning Point, an international ministry committed to providing Christians with sound Bible teaching through radio and television, the internet, live events, and resource materials and books. He is the author of more than fifty books, including Where Do We Go From Here?, Forward, The World of the End, and The Great Disappearance. Dr. Jeremiah serves as the senior pastor of Shadow Mountain Community Church in El Cajon, California. He and his wife, Donna, have four grown children and twelve grandchildren.

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    Vive confiado en un mundo caótico - Dr. David Jeremiah

    INTRODUCCIÓN

    Distingue las señales

    En junio de 2020 —en plena pandemia de la COVID-19— la diminuta nación de Fiyi, situada en el Pacífico Sur, hizo una tentadora propuesta a un número muy pequeño de personas del planeta.

    El primer ministro de Fiyi, Frank Bainimarama, anunció que buscaba a algunos vips para que se refugiaran en el paraíso insular durante la epidemia y ayudaran a restablecer la economía nacional.

    «Digamos que es usted un multimillonario que quiere volar en su jet privado, alquilar una isla e invertir algunos millones de dólares en Fiyi durante su estancia entre nosotros —escribió Bainimarama—. Si ha tomado las necesarias precauciones de salud y satisfecho los importes correspondientes, puede encontrar un nuevo hogar en el paraíso donde refugiarse de la pandemia».¹

    ¡Qué propuesta! Desafortunadamente, solo hay unos dos mil multimillonarios de este perfil en el planeta,² y esta es una de las razones por las que tú y yo nos hemos visto forzados a soportar las diferentes catástrofes de los últimos años en lugar de evitarlas.

    Y hemos vivido acontecimientos perturbadores, aparte incluso de la pandemia mundial, que han dado un vuelco inmediato a nuestra vida «normal». Hemos visto crisis económicas y desesperación financiera, incendios que han arrasado el oeste de Estados Unidos, terremotos que han sacudido los cimientos de ciudades de todo el mundo y huracanes e inundaciones que han destruido casas y se han cobrado vidas. Hemos visto violencia en las calles y protestas por las injusticias en muchas sociedades. Y mientras escribo estas palabras, solo ha pasado un mes desde que Estados Unidos ha vivido las elecciones más divididas y tensas de los últimos tiempos.

    ¿Estás cansado? Yo también.

    También hubo tiempos tumultuosos en el pasado. ¿Te acuerdas de la Primera Guerra Mundial, Pearl Harbor, el Día-D, la bomba atómica, las revoluciones de la década de 1960 y la caída del Muro de Berlín? ¿Recuerdas el 11-S, las guerras más recientes del Sudeste Asiático y Oriente Medio y el terrorismo? ¿Te acuerdas de la recesión económica de 2008? No hay duda de que en el pasado ha habido disturbios políticos, pandemias mundiales y crisis económicas, pero sugiero que nunca ha habido un periodo en nuestra memoria colectiva como el actual: el mundo entero está en un estado de agitación.

    Pero no te desanimes ante la perspectiva de tiempos difíciles. La Biblia afirma que, inmediatamente antes de que Jesucristo cumpla la promesa que hizo a sus discípulos y regrese a este mundo, vendrán días perturbadores. Y, amigos, es bastante posible que hayamos entrado en las primeras etapas de estos acontecimientos.

    En su primera carta a los tesalonicenses, Pablo nos dice: «Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán» (1 Tesalonicenses 5:1–3).

    Con este pasaje en mente, no puedo dejar de pensar que la metáfora de los dolores de parto encaja perfectamente con los titulares que leo en la prensa. Una madre expectante soporta toda una prueba cuando se prepara para el nacimiento de su hijo. Tiene frecuentes náuseas, experimenta toda clase de cambios corporales drásticos, y después llegan los dolores de parto. Cuando el bebé está a punto de venir al mundo, la incomodidad de la madre aumenta; es un mensaje que Dios no quiere que pierda de vista. ¡Alégrate, tu pequeño va a nacer!

    De igual modo, en este momento nuestro mundo tiene dolores de parto. Es cierto que sentiremos los vaivenes y temblores de las naciones. Pero podemos alegrarnos porque nuestra «redención está cerca». Este dolor, esta confusión, esta ansiedad solo durarán un poco más.

    Volvamos al término catástrofe que tanto nos aterra. Es una extraña palabra de cuatro sílabas. De hecho, representa la unión de dos palabras griegas: cata, que significa «movimiento hacia abajo», y strofe que significa «volverse». La idea completa es la de un derrumbamiento, todas las cosas desplomándose en un cambio súbito y violento.

    Todos hemos experimentado este tipo de cambio, esta clase de violencia en que el mundo se derrumba en caóticos espasmos. Y cada vez que lo experimentamos, nos interpela la misma pregunta: «¿Hay alguna forma de vivir con confianza en un mundo caótico?».

    Es una pregunta que requiere una respuesta. No podemos permitirnos el lujo de sentarnos en el sillón, rascándonos dubitativamente la barbilla, mientras analizamos este espectáculo a distancia. En nuestro mundo cada vez más interrelacionado, todos somos ahora actores en el gran escenario. Cuando una nación lucha, todos lo hacemos. Cuando se produce otra catástrofe, todos nos vemos afectados.

    Necesitamos un plan y lo necesitamos lo más rápido posible. Afortunadamente, podemos encontrar este plan en las páginas de la Palabra de Dios. En mi minucioso recorrido por los libros del Nuevo Testamento, he descubierto diez estrategias prácticas que nos ayudarán a vivir con confianza en medio de un mundo caótico. Cada una de ellas nos asegura el regreso de Cristo y nos muestra cómo hemos de vivir hasta entonces. ¡Qué bendición es saber responder cuando nuestros desafíos sobrepasan a nuestra valentía!

    Ante las incertidumbres de nuestra atribulada generación, no podemos permitirnos prescindir del inestimable consejo de la Palabra de Dios. Lo necesitamos más que nunca porque nos proporciona un fundamento firme aun cuando el mundo parece atrapado por el remolino de las arenas movedizas.

    Personalmente, siento la ansiedad de estos tiempos, pero también encuentro la profunda paz de la promesa de Jesús a sus discípulos —que nos incluye a ti y a mí— en el aposento alto. Jesús les dijo que no les dejaría nunca sin consuelo: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:26–27).

    En estas palabras escucho a Jesús hablando a nuestra generación. Nos asegura que, digan lo que digan los titulares, no tenemos por qué vivir en un estado de temor. Podemos perder el trabajo o se puede derrumbar nuestra casa, pero el amor de Cristo es para siempre. Comprender esta verdad nos calma el espíritu y nos permite comenzar a pensar —pensar de verdad— sobre el nuevo mundo que nos rodea.

    Pido a Dios que, durante nuestro estudio de estos diez capítulos, veas tus circunstancias de una forma nueva y busques en tu interior para encontrar un nuevo valor, no en tus propias fuerzas o capacidades, sino en los recursos ilimitados de Cristo, en quien podemos hacer todas las cosas.

    Si es así, al terminar estas páginas no nos sentiremos tentados por la promesa de huir, ni siquiera a nuestra isla privada de un lejano paraíso. No, en medio de todo ello podemos poner nuestra confianza en las promesas, el poder y el amor de nuestro Dios todopoderoso, y podemos vivir con confianza en una era de caos.

    —David Jeremiah

    San Diego, CA

    Octubre de 2020

    CAPÍTULO 1

    MANTÉN LA CALMA

    Es curioso que nunca llueva en Pekín cuando llegan los presidentes estadounidenses en sus visitas oficiales a China. No es una coincidencia. Antes de la visita, los meteorólogos militares chinos provocan la lluvia de forma artificial y vacían las nubes de humedad.¹ Se prepara una meteorología a medida para la ocasión. Esta es la razón por la que la atmósfera estaba impecable para la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008. Sirviéndose de un arsenal de cohetes, artillería y aeronaves, los científicos chinos arrojaron todas las nubes del firmamento. «Podemos hacer que un día nuboso se convierta en una jornada seca y soleada», se jactaba Miam Donglian del departamento meteorológico de Pekín.²

    Esto no es nada en comparación con lo que viene. La tecnología de modificación meteorológica se está desarrollando a un ritmo muy rápido, promovida por inversiones de miles de millones de dólares en cuestiones relacionadas con el cambio climático y el calentamiento global. Se trata de una ciencia nueva, y los planificadores militares son muy conscientes de sus posibilidades. En instalaciones militares de todo el planeta hay laboratorios secretos desarrollando lo que podría ser la carrera armamentística menos conocida de la tierra: la guerra meteorológica.

    Muchos científicos militares y medioambientales creen que podemos aprender a utilizar potentes agentes químicos y ondas escalares electromagnéticas para manipular y controlar patrones meteorológicos a corto plazo de formas que pueden alterar el equilibrio del poder mundial.

    Cuando leemos sobre este tipo de cosas, nos sentimos como si estuviéramos entrando a toda velocidad en la era de la ciencia ficción o en los escenarios del libro de Apocalipsis. El último libro de la Biblia indica que, durante la gran tribulación, distintos trastornos de los patrones meteorológicos de la Tierra van a producir grandes y destructivas catástrofes en el mundo.

    Pero quiero que sepas esto: mientras esperamos el regreso del Señor, la atmósfera de nuestro corazón debería estar en calma. La Biblia dice que tenemos un Dios que calma las tormentas y un Salvador que reprende al viento y a las olas para que se calmen (Salmo 107:29; Lucas 8:24). El autor del Salmo 131 dijo: «En verdad que me he comportado y he acallado mi alma» (v. 2). Proverbios 17:27 afirma que las personas sabias tienen un espíritu calmado; y en Isaías 7:4, el Señor nos dice: «que tenga cuidado y no pierda la calma; que no tema» (NVI).

    La palabra calma es un término interesante que se conoce más por lo que no es: agitación, temor o turbulencia. Pero la «calma» presupone alguna forma de tormenta, pues de otro modo nunca la notaríamos. Esta palabra procede del mundo de la meteorología y hace referencia a un viento que se mueve alrededor de un kilómetro por hora. La escala de Beaufort tiene «calma» en uno de sus extremos y «huracán» en el otro: opuestos radicales.

    Tómate un momento y evalúa tu vida. En tu paso por estos días caóticos, ¿en qué lugar de la escala de Beaufort se sitúan los vientos de tu alma?

    Una encuesta de la Asociación Estadounidense de Psicología (American Psychological Association) de junio del 2020 indicaba que para un 83 por ciento de los ciudadanos de Estados Unidos el futuro de la nación es una significativa fuente de estrés. ¡Esta cifra representa un ascenso de diecisiete puntos porcentuales en solo doce meses!³

    El sector de los medicamentos para la ansiedad ha salido, de hecho, muy beneficiado. He leído informaciones en el sentido de que más de cuarenta millones de estadounidenses sufren un grado tal de ansiedad y depresión que necesitan medicamentos.⁴ Aunque esta puede ser una opción sabia en casos de estrés clínico, muchos ataques de pánico y ansiedad tienen causas que son totalmente inalcanzables para los medicamentos.

    Puede que este sea un buen momento para recordar por qué he escrito este libro y por qué tú has decidido leerlo. Estamos intentando comprender lo que deberíamos estar haciendo en estos tiempos de estrés. Y hemos descubierto que Dios nos ha dado sólidas respuestas a nuestras preguntas, precisamente en los pasajes en que nos habla del regreso de su Hijo a este mundo.

    En este y cada uno de los siguientes capítulos he identificado instrucciones para vivir la vida mientras esperamos al Salvador. No encuentro mejor recurso para nuestros días agitados que su ejemplo. Jesús, por ejemplo, les habló a sus discípulos de sus propósitos después de abandonar la tierra. Así es como comenzó: «No se turbe vuestro corazón» (Juan 14:1). Jesús no habría dicho estas palabras si sus seguidores no las necesitaran. Sus corazones estaban atribulados; Él sabe que también lo están los nuestros. Cada uno de nosotros tiene un «cociente de ansiedad» distinto.

    Algunas personas creen que cuando aceptan a Cristo, reciben un cupón gratuito que les aliviará de todo estrés y vivirán una vida de dicha ininterrumpida. Si he de ser sincero, te diré que cuando creí en Jesús me encontré con algunos problemas que no tenía antes. Jesús nunca hizo falsas promesas. Siempre nos advirtió de que nuestro camino estaría salpicado de problemas y de que obedecerle empeoraría la persecución. Pero Jesús es también el que dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33, cursiva del autor).

    Jesús mismo sentía las presiones del mundo. Cuando vio llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, «se estremeció en espíritu y se conmovió» (Juan 11:33). Ante la cruz, sintió verdadera ansiedad (Juan 12:27). Mientras esperaba la traición de Judas se sintió apesadumbrado (Juan 13:21). Jesús es un sumo sacerdote que puede «compadecerse de nuestras debilidades» (Hebreos 4:15).

    Cuando se acercaba la muerte de nuestro Señor Jesús, sus discípulos comenzaron a inquietarse por las situaciones de su vida, y Él les consoló con estas palabras:

    No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:1-6).

    LO ÚLTIMO EN COMODIDAD

    Hemos de volver a este pasaje siempre que nos sintamos asediados por la preocupación. Recuerda que Jesús no dijo estas palabras junto a un arroyo de Galilea en un día soleado, ajeno por completo a las tensiones del mundo. Las dijo, más bien, en las fauces mismas del infierno. No hablaba desde el refugio protector del regazo de su Padre. Estaba sentado en el aposento alto, con sus asustados discípulos, preparándose para lo peor de la humanidad y el silencio del cielo. Sus palabras fueron: «No se turbe vuestro corazón».

    Me anima comprender que, aunque en aquel momento Jesús experimentaba las peores angustias de la realidad humana, encontró suficiente fuerza para consolar a quienes estaban a su alrededor. Miró a sus amigos y sintió compasión por ellos. Eran hombres a quienes había llamado para que le siguieran. Durante tres años Jesús había sido su vida. Después había comenzado a hablar de su partida. En Juan 13 les había dicho que se acercaba el momento de partir, y que en esta ocasión no podrían acompañarle. Pedro le preguntó dónde iba exactamente. Jesús le dijo de nuevo que se dirigía a un lugar al que no podía seguirle hasta más adelante (Juan 13:36).

    Seguramente, esta conversación fue terriblemente inquietante para los discípulos que habían dependido de Jesús para todo. El apóstol Juan preservó estas palabras de ánimo de nuestro Señor a sus amigos más íntimos para que puedan también servirnos de consuelo a nosotros. Jesús les dio a sus discípulos ciertas cosas que creer, cosas a las que aferrarse. Les pidió que pusieran su confianza en cuatro cosas y les prometió que estas impartirían valor y fuerza renovada a sus atribulados corazones. Creo que, a medida que leas las siguientes páginas, descubrirás que estas verdades intemporales son simplemente lo que tú y yo necesitamos en estos días caóticos.

    JESÚS NOS PIDE QUE CREAMOS EN UNA PERSONA

    Cuando un niño tiene miedo por la noche, ¿quién sino alguno de sus padres puede confortarle? El niño se abrazará a mamá o a papá y comenzará a sentirse sosegado. Esto es lo que sucede con Jesús. Su consuelo comienza con su propia identidad. «No se turbe vuestro corazón —nos dice—; creéis en Dios, creed también en mí» (Juan 14:1).

    Los judíos creían en un solo Dios. El centro de su fe se expresaba en la Shemá: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:4–5). Estos seguidores judíos de Jesús habían sido educados desde la infancia para amar exclusivamente a Dios. Ahora Jesús les está diciendo algo chocante: quería que creyeran en Él exactamente de la misma forma porque era el Hijo de Dios. Si a nosotros nos cuesta comprender la naturaleza divina de Jesús, imagina la suma dificultad de los discípulos para entender esto. No fue, de hecho, hasta después de su resurrección cuando comenzaron a procesar lo que les estaba diciendo.

    Jesús les estaba pidiendo a personas que habían sido educadas en las Escrituras hebreas que pusieran su fe más allá de su Padre celestial e incluyeran a su Hijo, su maestro terrenal. Invocando su plena autoridad como Señor del cielo y de la tierra, Jesús dijo: «El Padre y yo somos uno» (Juan 10:30 NVI). Para creer en lo que Jesús dice, tienes que creer quién es.

    JESÚS NOS PIDE QUE CREAMOS EN UN LUGAR

    A continuación, Jesús les dijo a sus discípulos: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14:2).

    Un hombre comienza a trabajar en otra ciudad. Está preparando las cosas para trasladar a su familia a una nueva casa, pero él tiene que trasladarse antes para comenzar su trabajo. Su hijo llora porque estará fuera una semana, pero el padre se inclina, le abraza y le dice: «Me voy a preparar tu habitación en la casa nueva. Vas a tener espacio para ir en bici y voy a empezar la casa en el árbol que construiremos». A medida que el niño va viendo todo esto en su mente, las lágrimas se le secan.

    Esto es una ilustración de lo que Jesús estaba haciendo aquí, animando a sus discípulos a pensar en el maravilloso futuro que planeaba para ellos.

    En las Escrituras encontramos muchos sinónimos para el cielo. Sabemos que es inmenso, y sabemos que su belleza y maravillas son inimaginables. Sabemos que es un espacio incomparable, junto al cual nuestros paisajes terrenales más bellos son dibujos infantiles. Es, en otro sentido, una ciudad magnificente, construida y perfeccionada por el arquitecto del universo. Podemos imaginarlo también como un reino, el territorio de un poderoso rey. Al cielo se le llama también paraíso, un término que sugiere su suprema belleza.

    Todas estas metáforas representan hermosas imágenes de nuestro hogar futuro, pero mi descripción preferida del cielo es la que hace Jesús: «La casa de mi Padre». Sabemos lo que esto significa. Muchos de nosotros hemos visitado a nuestros abuelos. Cuando estábamos en su casa pensábamos: Aquí es donde vivía papá cuando era un niño. ¡Esta es la casa de mi padre! Tiene un encanto y atractivo especial para nosotros, relacionado con la Navidad, la alegría y la risa. Me gusta pensar en el cielo de este modo. Yo crecí en una casa que era especial para mí. Cuando envejecieron, mis padres acabaron mudándose a otro lugar, y esto fue algo difícil de aceptar para mí. Aunque ya hacía algún tiempo que no vivía allí, aquella casa simbolizaba todo mi pasado, mis primeros recuerdos, mi inocencia infantil y mi sentimiento de seguridad. Formaba parte de mí.

    Alabado sea Dios que nunca decide trasladarse a una casa más pequeña. Hay una seguridad categórica en la naturaleza eterna del cielo. El escritor Thomas Wolfe escribió un libro titulado You Can’t Go Home Again [No puedes volver a casa], pero hay un hogar que jamás podemos perder o dejar. Cristo está allí para preparar lugar para nosotros, y esto es reconfortante.

    El cielo es real. Las películas, cómics y bromas sobre un espacio de nubes y lleno de puertas doradas han reducido el cielo a un mero estereotipo. Hemos de entender que, cuando se trivializa esta preciosa imagen, se nos roba la posibilidad de usar nuestra imaginación santificada. Todavía no estamos en el cielo, pero este tiene ahora mismo un gran poder para nosotros. Nos extiende su esperanza. Guía nuestras aspiraciones. Alivia nuestro corazón cuando perdemos a algún ser querido. Y cuando pensamos en su realidad final, nos damos cuenta de que todos nosotros hemos sido llamados a algo trascendental y glorioso: somos hijos del reino; ¡nuestro destino es el cielo! Es un lugar real, y es nuestro hogar.

    Sobre estas moradas

    Muchos de nosotros estamos familiarizados con la expresión «muchas mansiones» por haber leído este texto en la versión King James de la Biblia. Las traducciones más recientes sustituyen esta expresión por palabras como «muchas viviendas» o «lugares donde vivir». La razón es que la palabra mansiones connota una vivienda opulenta y lujosa, cuando en un principio significaba un sencillo lugar para vivir. (Nuestra versión equivalente en castellano, la Reina Valera, traduce «muchas moradas», que no tiene las mismas connotaciones de opulencia que la palabra «mansiones». N. del T.). Lo que Jesús estaba diciendo de hecho era: «En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones». Pero no pienses que seremos inquilinos en una gran pensión donde viviremos apretujados y compartiendo un baño en el vestíbulo. El cielo es el infinito espacio de la gloria de Dios; es la perfección, y la idea de una mansión es más que apropiada.

    Este lenguaje que habla de un hogar definitivo es un potente bálsamo para el corazón. Aunque cada persona tiene una idea distinta de lo que significa un hogar, este es un anhelo que todos compartimos. El hogar, por humilde que sea, es el lugar en el que comenzamos la vida. Es el lugar que inevitablemente debemos dejar para construir una vida adulta. Y la aspiración de recuperar esta seguridad esencial y sentido de pertenencia nos acompaña siempre. Eclesiastés 3:11 dice que Dios ha puesto eternidad en nuestros corazones, y esto se cumplirá en el cielo, nuestro hogar definitivo. En una ocasión, Paul Tournier, el brillante médico cristiano suizo, estaba aconsejando a un joven que se encontraba en una difícil situación familiar. «Básicamente, siempre estoy buscando un lugar; algún sitio en el que estar», dijo el hombre. Tournier le explicó que cada ser humano anhela un verdadero hogar.

    Puedes ver este anhelo a lo largo de la historia. Lo primero que hacen las personas cuando se enriquecen considerablemente es construir «la casa de sus sueños». En algunos casos, se han obsesionado con este proyecto. En el siglo xix, el rey Luis II de Baviera casi vació las arcas del reino obsesionado con la construcción de un palacio tras otro. Tuvo que

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