Adolphe Quetelet no intentaba diseñar la herramienta para medir la salud física más influyente del mundo cuando en 1831 creó lo que se convirtió en el índice de masa corporal (IMC). Únicamente quería conocer todo lo que pudiese sobre la fisiología humana en su afán por descubrir qué era “el hombre medio”. Entonces, al igual que hoy, los científicos intentaban encontrar patrones para comprender mejor el mundo que les rodeaba. Este estadístico y astrónomo belga pretendía definir numéricamente al hombre típico para que los que no encajasen en el perfil del Sr. Promedio tuviesen algo a lo que ajustarse. De este modo, encontró una relación entre la estatura y el peso que ha sido esencial para nuestra idea del tamaño corporal saludable durante casi dos siglos, y que ha perdurado, a pesar de no poca oposición. En 1972, un estudio publicado en el Journal Of Chronic Diseases examinó los indicadores de obesidad (en el que el índice de Quetelet pasaba a llamarse ‘índice de masa corporal’) y terminó concluyendo que solo es un indicador fiable de la salud de una sociedad, no de un individuo. Las directrices actuales establecen que deben utilizarse niveles de IMC más reducidos para los adultos de etnias negra, asiática y otros grupos étnicos, con el fin de poner en práctica medidas de prevención de enfermedades, especialmente la diabetes tipo 2. No obstante, 50 años después, con el IMC aceptado solo como indicador general, estamos aún más lejos de un acuerdo sobre hasta qué punto el peso y la grasa corporal son indicativos convincentes de la salud.
Body-positive
Todos los datos del medio siglo pasado nos dicen que