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Fotograma - Marco Antonio Maestro Serna
FOTOGRAMA
La verdad sobre los viajes en el tiempo
Marco Antonio Maestro Serna
OEBPS/images/image0003.pngPrólogo
Los misterios que rodean nuestras existencias son como imanes que nos atraen en una u otra forma hacia lo desconocido.
A veces estos encuentros nos causan estímulos positivos, que nos producen bienestar y felicidad. Otras, en cambio, son sensaciones negativas, quizás hasta trágicas, que nos empujan hacia los abismos de la desilusión, el dolor y la desesperanza. En cualquier caso, sean de una u otra manera, terminan siendo vivencias que, de haber sobrevivido a ellas, guardamos de manera especial en algún cajón imborrable de nuestras memorias.
Lo que narraré a continuación, por imposible y fantástico que parezca, ha sido por mí vivido y comprobado de la forma más científica posible dentro de mis posibilidades y las circunstancias que, como comprobarás al terminar las siguientes líneas que te dejo antes de mi partida, han sido las únicas posibles en su momento.
Quiero hacer énfasis en que, creas o no lo que aquí comento, seas tú quien tome la determinación con cualesquiera que sean las consecuencias, entendiendo que la responsabilidad será totalmente tuya. Yo me limitaré a mostrarte esta verdad y en cierta forma este camino. Pero no quisiera que lo asumieras sin razonarlo e interiorizarlo.
Con esto último quiero decir que quizás no tenga yo toda la verdad, aunque con sinceridad, creo poseer gran parte de ella.
OEBPS/images/image0003.pngCapítulo 1
Alétheia
Alétheia es el concepto filosófico que se refiere a la sinceridad de los hechos y la realidad. Literalmente la palabra significa 'aquello que no está oculto, aquello que es evidente', lo que 'es verdadero'.
Estoy trabada, por qué diablos el imbécil tiene que antojarse justamente hoy viernes y a esta hora antes de salir de los malditos gráficos de ganancias y pérdidas... y que conste que el demonio no tiene la culpa de lo que haga el imbécil... La culpa en todo caso sería de Dios por dejarlo nacer...
Alétheia, decía todo esto y a continuación sonreía burlona mientras Isabella la observaba de pie junto al escritorio donde Alétheia tecleaba con persistente elasticidad y velocidad mientras mantenía la mirada fija en el monitor del ordenador.
Dicen que da mal Karma hablar mal de Dios y bien del Diablo... lo sabes, Ale – le replicaba Isabella.
¡Por favor Isa! Me identifico más con el pobre de Lucifer... al fin y al cabo, a mí me terminará pasando lo que a él... el jefe lo tiene hasta las narices y cuando le reclama, lo despiden y lo echan de su empleo de ángel celestial directo al foso, sin prestaciones ni beneficios... ¡Caramba con los jefes!
Alétheia dirigía la mirada hacia Isabella con su sonrisa malévola, sabía de sobra que Isabella tenía una educación de una gran moral cristiana y le molestaban estas cosas. Pero estaba rabiosa y disfrutaba de pagarla con alguien.
Isabella no le contestaba, conocía perfectamente a su amiga y sabía que no cedería y seguiría profundizando en el tema si ella le daba cuerda para ello. Se limitó a sentarse en una esquina del escritorio mirándose las uñas de la mano a esperar el informe que debía entregarle su amiga para llevárselo al jefe.
Pero Alétheia, que se había dado cuenta de que la estaba ignorando, decide volver a meter el dedo en la llaga, mientras deslizaba el ratón de un lado para el otro en un eterno zigzag, que más parecía un futbolista tratando de llegar al arco contrario driblando el balón entre los oponentes.
En lugar de ir tanto al templo, deberías de venir con Tom y conmigo a la reunión de hoy.
¿Reunión? ¿Lo llamas reunión? Querrás decir Aquelarre
o Pandemónium
. Como muy sutil, llámalo Cónclave
. - Hacía el ademán de santiguarse mientras decía estas cosas... a Isabella se le daba bien el arte de la actuación y le gustaba gesticular con sus frases como si de un guion de personaje se tratase. Delante del jefe podía escenificar de mosquita muerta, de víctima, de la gran organizadora o de genio y, en este caso, se había metido en el personaje de beata moralista. Alétheia sonrió de nuevo... aunque conocía bien la faceta histriónica de su amiga, no estaba muy segura de si estaba actuando o no, así que decide dejar en paz a su mejor amiga que a fin de cuentas no tiene culpa alguna de la petición repentina en el último momento del día del jefe.
Vale, vale, no te vayas a enfadar conmigo ahora... Sabes que es broma... Pero no creo que te vendría mal escuchar otras ideologías, hacer esto no cambiará tu forma de pensar si tus convicciones son firmes y están bien fundadas. Es más, míralo de esta forma, quizás, si vas, hasta puedas abrirme a mí el entendimiento y logres que vuelva al rebaño... – volvía a esgrimir su sonrisa picaresca...
¡Claro! - se limitaba a contestar Isabella.
¡Hala! Ya lo tienes, se está imprimiendo, ya se lo puedes llevar al impaciente Belcebú – Dijo casi a gritos mientras su risa estruendosa rebotó por el amplio local de oficinas ya casi vacío por la hora.
Shss... - Replicó Isabella llevándose el dedo índice a los labios - Eres... mira que eres... - dice casi en susurros - ya se lo llevo, gracias .
Sonaba el teléfono mientras la sombra de Isabella ya se desdibujaba en el fondo del largo pasillo. Era Tom, que llevaba esperando la llamada de Alétheia más de media hora.
Lo sé, Omm... - así llamaba a Tom de forma cariñosa - al imbécil hoy no se le ha ocurrido otra cosa mejor que pedirnos un informe económico con gráficos incluidos a última hora. Ya voy a salir y nos vemos en casita. ¿Vale?
Se quedó escuchando la contestación de Tom, una mano sujetándose el pinganillo del auricular en la oreja y con la otra mano apagando el ordenador y recogiendo las cosas en el escritorio. Al final esbozó un simple umhum
y colgó.
Tom era un romántico soñador. De cualquier cosa hacía una película, le gustaban las cosas simples y filosofar de la vida. Había conocido a Alétheia años atrás cuando eran muy jóvenes los dos. Fue cuando acompañó a su padre a la isla, quien competía como piloto en el rally local. Ese año se conocieron y desde entonces le había gustado la loca forma de ser de ella. Los acontecimientos los habían vuelto a juntar en el tiempo y, desde hacía un año, vivían juntos.
Él había recibido una invitación para una reunión un tanto extraña y misteriosa con un nuevo grupo civil que no se identificaba ni como un grupo religioso ni político. En las redes sociales se hablaba que eran una sociedad secreta, pues no se podía entrar en ella sin una invitación. De hecho se especulaba que eran un grupo oscuro y hasta satánico, sin embargo querían mostrarse como un grupo de acción técnica para reaccionar ante la grave situación que se vivía en general en todo el planeta y que se intuía iba cada vez a peor.
Isabella volvía ya por el pasillo del despacho del jefe. Iba gesticulando diferentes formas graciosas con la cara y las manos, como remedando la conversación que acababa de tener con él, pero sin emitir ni un susurro.
Me voy, Isa. Tom me está esperando. ¿Segura que no quieres venir?
¡Que no! Por favor cuídate, ya me contarás... por cierto, llévate una ristra de ajo, un crucifijo y no te olvides de la estaca de madera... - Se reía mientras hacía con ambas manos el gesto de estar clavándose una imaginaria estaca de madera en el pecho. – Hmmm, no sé si tiene que ser de roble, de abeto o quizás de olivo... – se volvía a reír.
¡Muy graciosa! - le hacía una mueca de risa falsa.
Alétheia se levantó alisándose su falda. Siempre había sido una mujer muy elegante. Tomó su bolso y salió cerrando la puerta. Decidió con la prisa no esperar el ascensor. Sus tacones se escuchaban alejándose con rapidez por las escaleras del edificio.
Se acercaba el fin de la tarde y en la isla el cielo del oeste ya comenzaba a ponerse naranja. La temperatura era cálida y muy pocas nubes blancas flotaban en el cenit mientras soplaba una brisa suave que apenas mecía las hojas en los árboles.
* * *
Esther caminaba por el pasillo principal del hospital donde trabajaba. Había tenido un turno largo y agotador desde tempranas horas y se dirigía de salida hacia la cafetería donde había quedado con Esteban, que había llegado anoche a la ciudad para un trabajo puntual y se marcharía nuevamente al final de la semana. Se habían conocido hace varios años en la universidad y eran buenos amigos desde entonces. Esther consiguió trabajo en la isla y no lo dudó para aceptarlo. Los trabajos buenos en estos últimos años estaban muy escasos.
A Esteban le había ido bien. Apenas salió de la universidad, graduado con honores, una gran empresa constructora le ofreció un buen puesto y desde entonces trabajaba en esta empresa como ingeniero asesor.
Esther lo divisó en una de las mesas de la cafetería, se quedó unos momentos observándolo, no había cambiado mucho desde la última vez... quizás algún kilo y alguna cana de más. Como siempre, estaba rayando en una servilleta, matemático empecinado, miraba la vida a través de los números. Se acercó a la mesa.
¡Esteban! - Lo llamó con su voz melodiosa y alargándose en la segunda e
del nombre, como un sello personal que sólo Esteban conocía...
Mi querida Esther – soltó el bolígrafo y se levantó tomándola por los hombros –. Déjame mirarte... - sus ojos brillaban. - ¡Que alegría verte! Ya ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos. Cuéntame, ¿cómo van las cosas? ¿Qué has hecho? Y sobre todas las cosas, mi pregunta de siempre... - decía esto haciendo aspavientos con las manos mientras reía tímidamente.
Ya la sé... ya la sé... - replicó Esther un tanto avergonzada mirando a los laterales a ver quien los miraba y Esteban, tamborileando con sus dedos sobre la mesa, cual se tratase de un concurso televisivo, por fin soltó la frase:
¿Eres feliz sin mí?
Sabes de sobra que no. Sí, reconozco que es verdad, necesito de tus tonterías que me hacen reír – lo abrazó.
Venga, déjame sacarte de este valle de dolor y de lágrimas, llévame a ese restaurante en la montaña que tanto me gustó la otra vez. Pero esta vez invito yo.
De acuerdo, primero pasamos por mi casa, no pensarás que voy a salir con esta bata blanca, ¡por Dios, qué falta de glamour...!
¡Oh la la, Glamour
! ¿Sabías que la palabra glamour originalmente significaba un hechizo mágico
que te hacía percibir una gran belleza en objetos o seres normales? - Esther esbozó una sonrisa.
Ya empieza mi bibliotepedia particular a darme clases de historia y literatura – ambos rieron y se dirigieron hacia el estacionamiento del hospital para tomar el coche de Esther.
Veo que sigues demasiado ocupada con tus pacientes... – Esto lo decía mientras miraba de reojo el coche de Esther de lado a lado, con cara de asco y pasando el dedo por el techo del vehículo escribiendo sobre el polvo del mismo y de esta forma criticando su aspecto.
Lo lavo cuando llueve y, como verás, llueve poco en esta zona del sur de la isla - Esther soltó la risa –. No hace falta que me lo recuerdes, tú sube al coche, que lo importante es que estás conmigo... ¿o no? - se lo preguntó apoyándose sobre el otro lado del techo del coche mientras lo miraba fijamente abriendo más de lo normal sus verdes ojos.
¡Claro! ¡Claro! - Respondió rápidamente Esteban al darse cuenta de que lo habían colocado entre la espada y la pared. - ¡Por supuesto! ¡Esta, sin dudarlo, es la mejor carroza a la que jamás he subido y definitivamente con la acompañante más guapa del universo!
Pelota... - ambos rieron.
Se subieron al coche y se dirigieron al piso de Esther dentro de una urbanización costera. Una vez allí ambos entraron y, mientras Esther se cambiaba, Esteban se puso a confirmar la reserva que ya había hecho en el restaurante cuando venía en el vuelo y a curiosear por el salón.
OEBPS/images/image0003.pngCapítulo 2
La cena
Seguía la calurosa tarde de verano y Esther ya volvía al salón enfundada en un rojo vestido ajustado mientras se colocaba un pendiente en su oreja izquierda.
¡Lista! ¿Nos vamos?
Pero bueno, qué metamorfosis... la pequeña oruga blanca que traje del hospital se me ha convertido en hermosa mariposa... ¡Caramba! - Decía Esteban todo esto mientras tomaba una de las manos de Esther, se la levantaba y le hacía girarse para observarla. Esther le devolvió una dulce sonrisa y acto seguido bajaron.
El coche se dirigió por la autopista y más tarde comenzó a subir por las empinadas cuestas de la montaña hacia donde se encontraba el restaurante que tanto le había gustado a Esteban en su anterior visita. La carretera sinuosa se iba incrustando de vez en cuando entre el verde follaje de la montaña con el mar al fondo de los barrancos formados con multitud de negras, filosas e irregulares rocas volcánicas que mantenían absorto a Esteban mientras Esther lo miraba sonreída.
Hey, you – le cantó Esther remedando la canción del grupo musical The Beatles
haciendo que Esteban volviese a fijarse en ella.
Disculpa... me entretuve mirando el mar en el horizonte - replicó Esteban.
¿Te has fijado, Esteban, que el mar al final del horizonte siempre está a la altura de tus ojos?
¡Caramba! Es cierto, no me había percatado hasta ahora que lo dices... fíjate, seguimos subiendo y sigue estando para mí a la misma altura... simpático... ¿Sabes la explicación?
La verdad es que no. Me lo comentó una vez una amiga arquitecto que vino a la isla a visitarme. No sé la razón pero, siendo tú el ingeniero, te dejo que con tu ingenio lo investigues... como médico te puedo asegurar que no es culpa de los ojos ni confusión del cerebro - sonrió con sus ojos puestos en el mar en el horizonte. – Seguramente mañana mi chico biblioteca me aclarará el tema... - se rió con suavidad – pero volvamos al le glamour
que, según te entendí hace un rato, es algo así como una brujería para ver las cosas de color rosa.
Brujería no, mon amour, suena muy basto decirlo así. Hechizo suena más romántico y sí, hace que veas las cosas más con el alma que con los ojos y esto proporcione que las veas más hermosas...
Llegaron al fin al restaurante. Un camarero vestido con un intachable uniforme blanco los recibió en la entrada y los condujo a una mesa frente a uno de los ventanales, donde podía divisarse, al final de la verde vegetación, el inmenso mar... El sol, que ya tenía algunas horas en su descenso del cenit, metía sus rayos lateralmente entre las copas, como esperando para curiosear los platos que estaban por venir y haciendo brillar los cristalinos ojos de los dos comensales, inmersos en una cuasi eterna charla.
OEBPS/images/image0003.pngCapítulo 3
La reunión
Tom miró su teléfono para ver la hora nuevamente. Estaba nervioso esperando el mensaje de la entrevista que iba a tener con esta incógnita sociedad. Era un hombre desconfiado por naturaleza y por norma general, nunca habría aceptado ir a una reunión como esa sin saber con exactitud todos los parámetros del encuentro. En el último mensaje le habían dicho que le remitirían un nuevo mensaje donde se le diría la dirección a la que debería dirigirse. También le habían explicado que se entrevistaría con un tal Señor Albert.
No había nada claro ni seguro y en esta ocasión, sin embargo, sentía un impulso, como una corazonada, de que debía ir. Las cosas se estaban poniendo muy mal a nivel sanitario y económico en el mundo a partir de la pandemia del 20. El capitalismo se caía a pedazos, los estados democráticos se habían vuelto autoritarios en un afán por contener el descontento general de la población. Las corruptelas políticas se incrementaban como malolientes hongos en descomposición. Cada año se exigían más impuestos a la población incrementando el umbral de pobreza.
En la Isla las cosas estaban más tranquilas, pero en las principales ciudades del mundo el orden se volvía caos. Había que hacer algo, es verdad...
Y tocaba a todos los ciudadanos de bien actuar. Además se hablaba desde hace años de un nuevo orden mundial. Le producía resquemor, pero había decidido ir.
En un principio iba a ir solo, no quería mezclar a Alétheia en este asunto, pero cuando ella se enteró, lo puso contra las cuerdas. Si no iba ella, él no iría. En ese momento, envió un mensaje al contacto telefónico desde donde le había llegado el mensaje, pidiendo la posibilidad de que Alétheia igualmente fuese a dicha reunión y la respuesta fue: Contábamos con ello
. Esto le pareció aún más raro, a pesar de que a estas alturas se sabía de sobra que se seguían nuestros movimientos a través de las tarjetas bancarias, por la navegación en los teléfonos... Con su localización a través del GPS tenían un perfil de nuestras vidas y hábitos. Seguramente hasta escuchasen las conversaciones e inclusive viesen nuestras imágenes.
De hecho, Alétheia recibió de inmediato una invitación igual, con las mismas instrucciones y Tom no les había notificado en ningún momento el teléfono de Alétheia. Todo esto daba mucho que pensar. ¿Qué tanto poder tenía esta gente?
Vibró el reloj de Tom, el mensaje que esperaba esa tarde había llegado. Lo leyó con avidez:
SOC:
Calle García Lorca 43 a las 22:00
Miró la hora, las 18:40, quedaban aún 3 horas y 20 minutos y ordenó al teléfono que lo comunicara con Alétheia.
¿Que pasó? - se oyó en contestación.
He recibido el mensaje, García Lorca 43.
Déjame mirar – se oyó la voz de Ale ordenando al coche le leyera los mensajes – A mí también me acaba de llegar...
Mira la hora... faltan más de tres horas... ¡Puf! Te espero en casa... No me gusta mucho esa hora... ¿No te parece extraño?
Ummhumm … Pues sí, pero casi lo agradezco, hoy el día ha sido muy fuerte con la entrega de los resultados contables del periodo.. nos vemos en casa, creo que voy a dormir una pequeña siesta y así ir despejada... nos vemos ahora - y a continuación colgó la comunicación.
Tom se recostó en el sofá mientras esperaba a Alétheia. Cuando ella llegó, él se encontraba dormido. Ella pensó que era raro, pues Tom no era de siestas y menos con la tele encendida. Así que programó una alarma en su teléfono para despertar a Tom antes de la hora de salida, y se puso a ver la televisión. Al rato igualmente se quedó dormida.
La alarma sonó según lo había programado, se levantó y despertó a
