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La sombra de la Corona
La sombra de la Corona
La sombra de la Corona
Libro electrónico374 páginas5 horas

La sombra de la Corona

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Helena Stuart es una princesa de la monarquía inglesa que está atrapada en una vida de deberes y protocolos, donde cada instante debe mostrar elegancia y satisfacer la voluntad del pueblo.
A pesar de sus privilegios, anhela una existencia más auténtica y significativa, más allá de su título real.
Cuestionándose si siempre estará destinada a seguir las obligaciones de la Corona, Helena decide desafiar el rígido círculo de los herederos al trono y explorar su propia identidad comportándose cada noche como una plebeya libre.
En su búsqueda de un propósito más profundo, Helena descubre que la libertad que tanto anhela se encuentra en el deseo que los hombres sienten por ella. Sin embargo, este camino conlleva a dilemas y decisiones trascendentales que desencadenarán interrogantes tanto en el pueblo como en la propia realeza, sobre su lugar dentro de la Corona.
A medida que las tensiones entre el deber y su anhelo aumentan, Helena se enfrentará a una encrucijada inevitable que podría transformar su vida y su destino en la Corona.
¿Podrá encontrar la auténtica felicidad más allá de su título y sus responsabilidades reales?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 dic 2023
ISBN9798215374979
La sombra de la Corona
Autor

Yunnuen Gonzalez

Escritora de historias paranormales y romance contemporáneo.Se dice que un libro puede cambiar la vida. Solo fue cuestión de tiempo para que su lado como escritora naciera, y en el 2009 tomó papel y pluma tras tener una pesadilla constante que la llevó a desarrollar la idea para su primer libro: El Despertar. Desde entonces, no ha dejado de escribir.Para saber más sobre ella, visita su sitio web, Twitter o Página de Facebook.--Writer of paranormal and contemporary romance stories.It is said that a book can change life. It was only a matter of time before her side as a writer was born, and in 2009 she took paper and pen after having a constant nightmare that led her to develop the idea for her first book: The Awakening. Since then, she hasn't stopped writing.To find out more about her, visit her website, Twitter, or Facebook page.

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    La sombra de la Corona - Yunnuen Gonzalez

    Palabras de la escritora

    Desde una edad temprana, he estado familiarizada con el mundo de la realeza inglesa. Algunos de mis recuerdos más antiguos están relacionados con Anne Boleyn, lo que marcó el comienzo de mi fascinación por la historia inglesa.

    A medida que exploraba, me encontré con datos tan intrigantes que me motivaron a profundizar aún más. No me considero una experta; a veces, creo que es imposible serlo, ya que la historia de la monarquía es tan vasta que hay personas dedicadas exclusivamente a documentar cada reinado.

    Pero mi conocimiento fue lo suficientemente amplio como para crear la historia que estás a punto de leer.

    Regresando al tema… Siempre me ha fascinado la famosa Guerra de las Rosas y la intensa rivalidad entre las Casas Tudor y Stuart. De hecho, esta última Casa fue la que utilicé como base para desarrollar el mundo monárquico de mi historia.

    La Casa de Stuart llegó a su fin con la muerte de la reina Anne, debido a la falta de herederos, lo que abrió el camino para la Casa de Hannover, que luego se convirtió en la Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha, y finalmente en la Casa de Windsor, como la conocemos actualmente.

    En el contexto de mi historia, la Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha sí reino; ya que gran parte de la Inglaterra actual se estableció arquitectónicamente durante el reinado de la reina Victoria, y era esencial para el desarrollo de mi historia utilizar los lugares e historia de la monarquía de esa época. Por lo tanto, opté por que después del reinado del rey Edward VII, quien era el heredero directo de la reina Victoria, los Stuart regresaran al trono, después de que esa Casa sufriera el mismo destino que el de la reina Anne.

    Este pequeño cambio fue necesario para que la historia funcionara.

    Un detalle importante que quiero compartir es que este primer libro es la introducción emocional de Helena Stuart en su vida como princesa. Sin embargo, no será sino hasta el segundo libro que te sumergirás por completo en su fascinante vida como miembro activo de la realeza.

    Confío en que, a pesar de ello, disfrutarás plenamente de esta historia.

    Feliz lectura,

    Yunnuen González

    1

    Contemplé mi reflejo en el espejo de cuerpo completo, que emanaba un aire antiguo y misterioso. Me sentí como si estuviera ante la ventana de mi vida, un portal hacia un pasado ancestral que me había impuesto responsabilidades de las cuales no podía huir, y que me habían atemorizado desde que descubrí la verdad sobre mi origen.

    Mi papá me dijo una vez que había cosas mucho más terribles que descubrir la verdad sobre la familia Stuart en la clase de historia del último año de primaria. Pero nunca esperé que fuera así.

    Durante mucho tiempo, no tuve noción de la importancia de mi familia para Inglaterra, ya que incluso se le tenía al staff hablarme de la verdad. Inocentemente, creía que la vida que teníamos era muy normal; quizás solo un poco más bulliciosa.

    Las marcadas diferencias en nuestro estilo de vida quedaban ocultas bajo la cotidianidad de tener siempre mucha gente a mi alrededor, especialmente fotógrafos que parecían formar parte de nuestro paisaje. Nunca me molestó que registraran visualmente mis salidas con mis padres; de hecho, en ocasiones me emocionaba tanto la atención que bromeaba con ellos.

    En innumerables ocasiones, preguntaba a mis padres cuándo podría ver las fotos que nos habían tomado durante esas salidas especiales. Pero solo recibía como respuesta una risa contenida, acompañada de una caricia en la cabeza y la promesa de que pronto las tendría en mis manos.

    Pero esa promesa nunca se cumplía, y, en lugar de revelar la verdad, ellos seguían alimentando mi inocencia sobre nuestro mundo, protegiéndome de algo que desconocía.

    Si tal vez hubiera tenido la oportunidad de participar en los desfiles, quizás habría descubierto gradualmente la verdad. Sin embargo, solo me permitieron ver la parte glamorosa, desde el balcón de lo que siempre consideré la hermosa casa de mi tío.

    En donde, con estúpida ironía, era el castillo en donde yo jugaba a ser una princesa.

    Los aviones surcaban el cielo con estelas de humo en los colores de nuestra bandera, mientras la multitud se reunía a las puertas para celebrar. Nosotros teníamos un lugar privilegiado, y todos nos saludaban efusivamente cada vez que salía con mis papás y mi hermano pequeño.

    Para mí, aquel mundo parecía tan cordial y lleno de amabilidad entre desconocidos. No sabía que mi tío, a quien quería muchísimo, era el rey de nuestro país y que yo era una princesa real, y no solo un apodo cariñoso.

    Fue en una clase de historia donde me mostraron la verdad que cambiaría mi vida, pero, por desgracia, no para bien.

    Descubrir mi verdadera identidad trajo consigo el peso de las expectativas y la desconfianza hacia las personas que se acercaban. Aunque, fue un despertar necesario, también me hizo cuestionar las relaciones que había mantenido hasta entonces, incluso de mis compañeros de estudio. Los extraños ansiaban tocar la «divinidad» que mi familia representaba para ellos, y siempre había alguien tratando de sacar provecho de mi posición.

    Así, mi círculo de amistades se redujo rápido, quedando solo dos amigas en quienes podía confiar plenamente, Laura Davis y Hannah Yates. Fueron las únicas que demostraron que nuestra amistad estaba basada en afinidades personales y no en las influencias de mi título nobiliario.

    A medida que entraba en la adolescencia, comenzaron a asignarme responsabilidades relacionadas con la Corona. Me expusieron a eventos donde las familias reales debían reunirse para apoyar a la familia de mi tío. Mi única tarea por el momento era lucir perfecta, sonreír y saludar sin acercarme demasiado a los extraños. Aceptaba sus obsequios con gratitud y los entregaba de inmediato al staff que estaba allí para asistirnos, y seguía adelante.

    No me dejaban interactuar con personas influyentes; después de todo, ¿quién querría hablar con una adolescente inexperta en la vida

    Con cada año que pasó, los eventos aumentaron y se volvieron obligatorios; solo podía faltar a ellos en época de exámenes.

    El paso del tiempo se aceleró gracias a la abrumadora cantidad de actividades planificadas por los secretarios de mis padres. Aunque, tenía la energía propia de mi edad, a veces era agotador. Sin embargo, cuando llegaba mi día libre, me liberaba de todas las responsabilidades relacionadas con la Corona y disfrutaba mi descanso invitando a mis amigas a casa.

    Cuando era niña, vivimos en Clarence House, pero al saber la verdad de mi origen nos mudamos al palacio de Kensington. Mi actual hogar. Aunque para algunos podría ser considerado pequeño para los estándares de un palacio, para mí era enorme, y aun lo considero mi fortaleza.

    No obstante, incluso dentro de sus muros, a veces se esperaban que me comportara como si estuviera en el exterior.

    A pesar de que no era la siguiente en la línea de sucesión al trono, mi llegada a la universidad se convirtió en un suceso mediático, atrayendo aún más paparazzi a mi vida cotidiana. Estar lejos de la seguridad del palacio y ser joven parecía dar pie a la expectativa de que cometería errores que podrían ser capturados en fotografías para venderse a los tabloides, quienes se nutrían de dinero con titulares denigrantes.

    Cuando me di cuenta de que la expectativa era que cometiera errores, comencé a cuestionarme por qué no podía tener una vida universitaria como cualquier otra mujer de mi edad. A pesar de ser una princesa, seguía siendo un ser humano con deseos y necesidades. No quería temer a los deslices, pues comprendía que a veces es precisamente de ellos de donde se aprende y se crece.

    Además, siempre me había comportado de manera ejemplar, cumpliendo con todas las expectativas que el pueblo tenía de mí. Creía que era justo que me permitieran vivir mi vida como cualquier otra joven.

    Sabía que una vez que terminara la universidad, mi vida tomaría otro rumbo, donde mi principal ocupación sería asistir a más eventos, tal vez involucrarme en alguna fundación, encontrar un novio adecuado para la Corona y asegurar la línea de sucesión hasta que mi primo formara su propia familia.

    Me asustaba ese futuro planeado cada vez que me contenía de hacer algo que podría ensuciar el apellido. No obstante, irónicamente, ese mismo miedo me empujaba a vivir ahora. Así que comencé a salir con mis amigos de universidad a los pubs y a disfrutar de esos momentos; aunque en el fondo sintiera que esas amistades eran temporales y no forjarían lazos más profundos. Por desgracia, mis mejores amigas estudiaban en otras universidades, lo que hacía que mi círculo cercano fuera más pequeño.

    Fue sorprendente cómo el alcohol, en esos momentos de desenfreno, disipaba el interés que algunos tenían en obtener algo de mí debido a mi estatus real. En esas ocasiones, me sentía como cualquier otra persona del pueblo, liberada del peso de las expectativas y las responsabilidades reales.

    Era adictivo sentir esa igualdad que la bebida ofrecía.

    Sin embargo, esa sensación de libertad era efímera y se limitaba a los fines de semana. Durante la semana, debía volver a ser la estudiante perfecta que la universidad esperaba tener, aquella de la que pudieran presumir en el futuro.

    Esa dualidad entre mi vida de estudiante y mi papel como miembro de la Corona a veces resultaba abrumadora.

    Debía esforzarme más que cualquier otro estudiante para desmentir los murmullos a mis espaldas de que me regalaban las calificaciones. Estudiaba y participaba en clases con dedicación, demostrando que estaba aprovechando la educación que se me proporcionaba. Así, dejaba sin argumentos a quienes envidiaban mi posición y querían desacreditarme.

    Fue comprensible que, durante mi tiempo de libertad, quisiera experimentar la irresponsabilidad sin consecuencias que el ciudadano común disfrutaba. Los placeres mundanos, como despertar con una resaca un domingo, eran experiencias que podía permitirme sin preocupaciones públicas.

    Por suerte, para mi etapa universitaria, se dictaminó que los medios no tenían de permiso para documentar mis actividades diarias. Solo se me retrataría cuando la familia me convocara a algún evento en la ciudad. Sin embargo, esta restricción no se aplicaba a la gente común con un celular, y aprovechaban el acceso rápido a mi para conseguir rápido y fácil por medio de una fotografía mía. Desde mi perspectiva, cualquiera podía transformarse en un paparazzi.

    Otro deseo que anhelaba experimentar durante mi libertad era perder mi virginidad. Sin embargo, al ser miembro de la realeza, confiar en los hombres a mi alrededor se volvió complicado. Por esa razón, había decidido esperar hasta la universidad para tener mi primera experiencia sexual.

    La expectativa era que llegara virgen al matrimonio, pero no podía concebir la idea de enfrentar mi noche de bodas con nerviosismo, sabiendo que tendría que conformarme si mi esposo no resultaba ser hábil en la cama. Quería al menos tener la certeza de que alguna vez había experimentado el placer sexual.

    Los temores en torno al divorcio y las potenciales implicaciones sociales arraigadas en la historia de la monarquía me llevaban a explorar opciones que me permitieran satisfacer mis deseos y descubrir mi sexualidad sin tener que recurrir a soluciones extremas en el futuro. Dado que tal vez nunca conocería el verdadero amor, decidí tomar el control de mi vida íntima y elegir a quienes llevar a la cama.

    Sabía que cuando decidiera tener al fin mi primera experiencia íntima, las habladurías a mis espaldas iban a surgir al día siguiente. Sin embargo, estaba dispuesta a asumir ese riesgo con tal de satisfacer mis deseos.

    Al final, «la verdad» estaba de mi lado, porque ¿a quién iban a creer? A la princesa que siempre había mantenido su privacidad y se había mostrado respetuosa con su imagen pública, o a aquellos que solo buscaban crear escándalos.

    Era consciente de la importancia de proteger mi privacidad durante este momento. Solo tenía que ser cuidadosa con no permitir que él hombre en cuestión entrara a la habitación con celular.

    Así, frente a ese espejo ancestral, reflexionando sobre mi lugar en la historia y sobre la carga y el privilegio que conllevaba ser parte de una familia con un legado histórico, estaba decidida a forjar mi propio camino, a vivir mi vida según mis propios términos y no simplemente seguir las expectativas impuestas por la realeza.

    Esta noche iba a ser «el gran evento», y no me preocupaba lo que el pasado o las tradiciones pudieran decir al respecto. Estaba dispuesta a tomar el control de mi vida y a seguir a mi corazón.

    Cuando di la espalda a mi reflejo, recibí una videollamada de Laura y Hannah. Respondí con una sonrisa en el rostro.

    —¿Estás segura de lo que vas a hacer? —preguntó incrédula Hannah sin saludar, tras haberles comentado hace rato de mi decisión por un mensaje.

    —Sí, y ya he encontrado al afortunado —respondí acostándome en la cama.

    —¿Cómo se llama? —preguntó Laura.

    —Alexander, y es perfecto para esto.

    »Es muy guapo... Mmm, su mirada parece desnudarte todo el tiempo.

    »Práctica remo, por lo que su cuerpo es atlético. Es amigo de un compañero de mi clase de finanzas, y el hecho de que esté a punto de graduarse significa que no tendrá la oportunidad de alardear de ser el primero en mi cama, lo que es un alivio considerando las expectativas que rodean mi posición en la línea de herederos.

    »Hemos tenido algunas conversaciones agradables en el pub y ha sido capaz de sacarme risas, lo cual me ha dejado intrigada.

    Dado que he estado bajando lugares en la lista de herederos, decidí estudiar algo que pudiera servirme más adelante. Rechacé estudiar algo que fuera tan trivial, como Artes o Historia de algo.

    —¿Tienes una foto para que podamos dar el visto bueno? —preguntó Hannah. Solo que reí entre dientes.

    —¡No! Pero… También está en el Motor Drivers’ Club(1)…

    —¡Hum! Juego de niños —menospreció Hannah.

    —Que puede llevarlo a carreras de autos. Se corre el rumor de que a veces hacen carreras clandestinas de autos en la madrugada y él ha participado.

    —No es bueno que le guste la adrenalina. Siempre va a querer más cosas que no podrás darle.

    —¿Qué más adrenalina que quitarle la virginidad a una princesa real? —cuestioné tras reír irónica.

    —¿Y a qué hora va a ser el gran evento? —preguntó Laura.

    —Esta noche, tras que cierren el pub, si es que responde a mis insinuaciones.

    —¿Será en tu casa?

    —Sí.

    —Ventajas de vivir sola —comentó Laura.

    —Solo no te enamores de él —recomendó sabiamente Hannah porque ella se enamoró de su «primera vez» y le ha costado mucho olvidarlo.

    —No tengo pensado hacerlo. Es por eso por lo que solo será esta noche, después le haré ghosting.

    —¿Estás segura de que no sientes nada por él?

    —Solo me gusta. —Sonó mi alarma para avisar que ya era hora de prepararse—. Lo siento, tengo que cortar la conversación para arreglarme.

    —¡Helena! ¿Qué vas a hacer con la protección? —preguntó Laura.

    —Nada. Han sido discretos hasta hoy.

    —Me refiero a los condones, ¿ya lo tienes? —aclaró Laura.

    —Sí, ya los tengo.

    —Ya lo tienes todo planeado —comentó Laura, aunque noté su tono de preocupación.

    —Querida amiga, mi corazón está muy bien resguardado, como la corona de mi tío.

    Ambas rieron cuando escucharon una vez más mi comparación.

    —Entonces, disfruta mucho la experiencia —animó Hannah.

    —Si sucede, les hablo mañana para contarles.

    —Bien.

    —¡No te enamores! —advirtió Laura antes de que cerrara la conversación.

    Mientras me preparaba para encontrarme con Alexander, me aseguré de lucir lo más natural posible para no parecer demasiado arreglada o fuera de lugar en el ambiente del pub. Quería estar cómoda y lista para lo que la noche pudiera deparar.

    Decidí llevar solo lo esencial en mi bolso: mi celular, un par de condones, pensando en la posibilidad de intimidad con Alexander, y mi cartera.

    Al llegar al pub, no me dejé afectar por las miradas y murmullos que acompañaron mi entrada. Estaba acostumbrada a la atención, aunque prefería que me ignoraran en ciertas ocasiones. Sin embargo, cuando vi a Alexander, su sonrisa tuvo un efecto inesperado en mí. Todo mi sentido de seguridad se desmoronó ante su presencia.

    Alexander era un hombre increíblemente atractivo, y la idea de que solo lo tendría por una noche me entristeció un poco.

    Fue el único que realmente me vio cuando llegué. Aunque, a veces me gustaba pasar desapercibida para los conocidos, en ese momento, preferiría que no me hubieran ignorado. Así hubiera podido ocultar que me puso nerviosa.

    —¿Qué deseas tomar? —preguntó Alexander muy educado cuando me senté a su lado a propósito.

    Como no quería perder el tiempo bebiendo, porque me atontaría, tomé su pinta para darle un trago. Me miró asombrado de mi atrevimiento. A decir verdad, esa sonrisa a medias me dio más valor para susurrarle al oído que me gustaba.

    Hizo más pronunciada su sonrisa y desvió la mirada en un gesto sonrojado.

    Alexander era dos años mayor que yo, así que tener tal poder sobre un hombre puede ser asombroso.

    No me respondió, lo que hizo que me arrepintiera de mi osadía. Como no podía sentarme en otro lado, porque le diría que me dolió su indiferencia, me levanté de la mesa para ir a la barra; era la única manera de alejarme de la situación.

    Lamenté tanto que mis «guardianes», como he llamado a mi equipo de seguridad desde los quince años, no tuvieran en sus funciones evitar que me avergonzara a mí misma.

    Tras que me dieron mi pinta, regresé a la mesa, pero no me senté de nuevo junto a Alexander; sino que me uní a la conversación de mis compañeras de estudios: Maya y Robyn.

    Ignoré a Alexander lo más que pude. Y él hizo lo mismo porque desviaba la mirada cuando se llegaba a cruzar con la mía. Quise creer que en realidad no le atraía y no que mi título lo asustaba. Sería la primera vez que me sucedía eso.

    —¿Qué sucede entre tú y Alex? —preguntó Maya siendo discreta.

    —Nada.

    —¡Por favor! —exclamó con ironía Robyn—, entre los dos han construido un muro que los separa.

    A lo largo de mi vida, me han recomendado mis padres que tuviera mucho cuidado de lo que hablara con terceros, porque la gente era fácil de comprar. Todavía no tenía la confianza para hablar con tal facilidad de mis sentimientos; pero en ese momento estaba tan desilusionada que necesitaba desahogarme.

    Ambas voltearon a verlo sin ser discretas, logrando que él sintiera el escrutinio y volteó a vernos; al menos, eso fue lo que vi de reojo.

    —No importa —dije, encogiéndome de hombros.

    Bebí mi cerveza para terminar el asunto. No tenía caso que me desahogara.

    Por suerte, han aprendido que cuando bajaba la mirada y no hablaba más era porque en verdad ya no deseaba hacerlo.

    Y las personas han aprendido a respetar mi negación.

    Nunca creí que el rechazo me afectaría hasta el punto de que una hora después me despidiera para regresar a casa. Alegué que tenía que terminar el trabajo que nos habían dejado, cuando estuvo listo desde el mismo día que nos lo encargaron.

    Alexander me siguió con la mirada todo el tiempo; de seguro, se preguntaba por qué lo estaba ignorando en las despedidas. La respuesta debió haber sido obvia.

    Salí del pub, notando que el equipo de seguridad se puso en movimiento. Caminé sola, sumergida en mis pensamientos, sin prestar atención a los guardianes que estaban en la otra acera y caminaban a mi paso. Tampoco me importó el auto que avanzaba despacio por la calle, como si me estuvieran acosando.

    Tal vez subestimé a Alexander. Estaba muy segura de que no me rechazaría solo por quién era.

    —¡Helena! —me llamaron en un grito. Me tomó un par de segundos reconocer la voz de Alexander.

    Me detuve tranquila para no alarmar a los guardianes.

    —¿Qué sucede? —pregunté cuando llegó a mí un poco agitado.

    —No vas a irte sola, ¿o sí? —Miré inconscientemente hacia los dos hombres que se detuvieron a mi altura y nos miraron con atención, incluso el auto se detuvo. Me di cuenta de que los ignoró para su beneficio—. ¿Puedo acompañarte?

    Encogí los hombros, mostrando indiferencia, y me di media vuelta para continuar mi camino. La verdad era que no me importaba lo que quisiera hacer. Si deseaba sentirse como uno de mis guardianes, no iba a impedírselo.

    Caminó a mi lado con las manos en los bolsillos. A decir verdad, no sabía por qué me acompañaba si estaba incómodo conmigo. Quizás las tres miradas extras del otro lado de la calle lo intimidaron.

    —Me agarraste desprevenido —comentó cuando estábamos a una cuadra de mi casa.

    —No lo menciones. Yo ya lo he olvidado.

    —¡Oh! —Lo sentí desilusionado; pero me han enseñado que yo no debía suplicar.

    Seguimos caminando en silencio.

    Por primera vez, deseé que los guardianes intervinieran o que alguien me contactara a través del celular. Incluso, un mensaje de mis amigas en este momento me vendría bien para sentirme acompañada.

    Finalmente, llegamos a casa. Antes de abrir la puerta, le agradecí por haberme acompañado, aunque no haya sido realmente necesario.

    —Mmm, ¿puedo pasar a tu sanitario? —preguntó él con urgencia—. No voy a regresar al pub, sino a casa, pero no creo llegar.

    —Sí, claro —respondí, abriendo la puerta y permitiéndole entrar. Después hice la seña establecida a los guardianes para decirles que ya no tenía pensado salir. Aunque, sabía que iban a esperar hasta que Alexander se marchara.

    Prendí la luz para evitar chocar con la mesa del vestíbulo, algo que me sucedía con frecuencia. Solo que, en ese momento, Alexander me tomó del brazo para voltearme hacia él. Sus manos acunaron con dubitativa ternura mi mejilla.

    —Yo no lo he olvidado —susurró con su mirada cautivadora y deseosa de mí.

    Su gesto romántico detuvo el tiempo. No supe qué decir ni cómo reaccionar a su toque que me había dejado sin palabras.

    —También me gustas, solo que me he contenido en demostrártelo por obvias razones —confesó, bajando después la mirada a mis labios.

    Lo leí tan bien que humedecí los míos con delicadeza, enviándole una señal clara de que ya no debía hacerme esperar más. Fue entonces cuando Alexander supo que era el momento adecuado.

    Su beso me deshizo tan rápido, y sin ninguna duda, lo abracé por el cuello para expresarle que estaba disfrutando cada instante y que deseaba intimidar con él. No tenía idea de que un beso suyo tendría ese efecto sobre mí, pero no podía negar la intensidad de lo que estaba sintiendo.

    Admitía que también estaba teniendo mi primer beso. Había pasado muchas horas viendo en películas cómo besaban y cómo expresaban su deseo con caricias, pero nunca imaginé que experimentar algo así sería tan especial y emocionante. Solo esperaba que él no notara mi inexperiencia.

    Era una sensación extraña, que hacía preguntarse cómo se habría dado el primer beso de la historia. Aunque, entendía muy bien la popularidad que logró, porque me encantaron las sensaciones que despertó en mí.

    De un momento a otro, me acorraló en la pared; si bien, dudaba mucho en tocarme de aquella manera que nos llevaría a la cama.

    No sabía por qué era así, si yo se lo estaba pidiendo con un beso largo y tan húmedo. Espero que la estúpida sombra de la Corona no estuviera reprimiéndolo.

    Sin embargo, recordé en mal momento a los guardianes que estaban a la espera de que se marchara; lo cual coincidió con el manoseo que al fin se atrevió a dar.

    Lo detuve con tal decisión que me miró en silencio, confundido de las señales que le he enviado.

    —Tengo que avisar a seguridad que… —Me agaché para tomar el bolso que solté. Aproveché para ocultar que me avergonzó decir en voz alta que había posibilidad de tener sexo—. ¿Por qué no pasas a la sala mientras voy por un poco de agua para ambos?

    Alexander entendió que iba a avisar que se retiraran. Sonrió estando de acuerdo con mi sugerencia y siguió mi mano que le mostraba dónde estaba la sala. Así no se sentiría presionado en irse.

    De camino a la cocina, saqué mi celular y abrí el chat de mensajes, el santuario digital de comunicación con Hudson, para darles la orden de retirarse; sabiendo en el fondo que era una solicitud inútil, pues uno de ellos siempre se quedaba de guardia.

    Con elegancia casi robótica, dejé mi pequeño bolso en la mesa de la cocina, pero saqué antes los condones y los escondí en uno de los bolsillos de mis jeans. Enseguida, tomé dos vasos para llenarlos con agua fría.

    Volví a la sala, sintiendo la emoción burbujeando en mi estómago por lo que podría pasar esta noche. Mi plan se desarrollaba sin contratiempos.

    Sin embargo, al descubrir a Alexander sumergido en las fotografías de mi familia, incluidas aquellas que retrataban a mis tíos y mi primo, sentí un tímido temblor en las rodillas. Esas imágenes representaban la esencia de nuestra intimidad como familia, y me gustaban especialmente por esa razón.

    Me pregunté si a Alexander lo sorprendería ver cómo actuábamos con tal naturalidad. Mi único deseo era que no se arrepintiera de haber elegido quedarse aquí.

    Olvidó las fotografías en el mismo instante en que percibió mi presencia. Su mirada intensa se clavó en mí, como si quisiera desnudarme antes de tiempo.

    Dejé los vasos en la mesa de centro tratando de ignorarlo, luego miré su celular de manera casual.

    —¿Podrías apagar tu celular y dejarlo en la mesa de centro? —pedí cuando se acercó por un vaso.

    Al principio, me miró confundido; pero no me atrevía a decirle la razón por la que estaba siendo precavida, así que esperé a que él mismo lo descifrara.

    Por suerte, no tardó mucho y cumplió mi petición. Pero el punto malo fue que todo esto enfrió tanto las cosas que ya no supe cómo retomarlo. Así que me entretuve bebiendo mi agua, con la esperanza de que él me guiara

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