¿Para qué sirve la tierra?
Por Jordi Gascón
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A pesar de todos los cambios económicos y sociales, la tierra sigue siendo un elemento central de la economía y las identidades campesinas. A partir del estudio detallado de la historia y el presente de las comunidades de Amantaní (Puno) y Cotacachi (Ecuador), Gascón se pregunta por qué la tierra tiene esa centralidad, incluso en lugares donde parecen existir otras oportunidades mucho más rentables para la generación de ingresos. La respuesta, señala, implica adentrarnos en la intersección entre elementos políticos, simbólicos y económicos. En sociedades como las andinas, sujetas a intensas presiones y procesos de cambio, la tierra permite aprovechar eficientemente la mano de obra familiar y ofrece cierto margen de seguridad frente a las fluctuaciones y trastornos del mercado. El resultado es una pluriactividad particular, que facilita a las familias combinar aprovechamiento de oportunidades, arraigo y autonomía.
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¿Para qué sirve la tierra? - Jordi Gascón
A Andreu y Albert,
que conocen estas tierras.
Ojalá también lleguen a amarlas.
La Cultura (andina) había logrado dominar el medio en el que actuaba; había convertido un país inoperante para la agricultura en un país agrícola, en un esfuerzo tremendo que no desaparece durante todo el dominio español, y que tampoco ha desaparecido hoy.
Luis E. Valcárcel (1959)
La edición de este libro ha recibido el apoyo del proyecto No et mengis el món: consum i justícia alimentària global, ejecutado por la Xarxa de Consum Solidari con financiamiento de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo (Ref. ACC184/22/000013).
Serie: Estudios de la Sociedad Rural, 53
© IEP Instituto de Estudios Peruanos
Horacio Urteaga 694, Lima 15072. Lima - Perú
Telf.: (51-1) 200-8500
www.iep.org.pe
ISBN: 978-612-326-322-5
Primera edición digital: abril de 2025
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2025-04997
Asistente de edición: Yisleny López
Diagramación: Silvana Lizarbe
Carátula: Apollo Studio
Corrección: Daniel Soria
Revisión de carátula: Gino Becerra
Cuidado de edición: Odín del Pozo
Imágenes de interiores Archivo fotográfico del autor
Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro sin permiso del Instituto de Estudios Peruanos.
Gascón, Jordi
¿Para qué sirve la tierra? Nuevos campesinos pluriactivos en los Andes. Lima, IEP, 2025. (Estudios de la Sociedad Rural, 53)
1. CAMPESINOS; 2. COMUNIDADES CAMPESINAS; 3. SOCIEDAD RURAL; 4. PROPIEDAD DE LA TIERRA; 5. CAMBIO SOCIAL; 6. CRECIMIENTO ECONÓMICO; 7. DESARROLLO ECONÓMICO; 8. TURISMO; 9. ANDES; 10. PERÚ; 11. ECUADOR
W/ 14.04.02/E/53
Índice
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
Respuestas a una pregunta
La resiliencia socioecológica como objetivo (pilar 1)
La lógica económica campesina: una perspectiva chayanoviana (pilar 2)
Pluriactividad y recampesinización
¿Qué es un campesino?
Metodología
1. AMANTANÍ
Del aislamiento a la lucha por la tierra
Emigración
La consolidación de una economía pluriactiva (décadas de 1960 y 1970)
Consecuencias de la pluriactividad en el ecosistema agrario (periodo de 1970 a 1990)
La chacra entre la sobrexplotación y el abandono
El espejismo de la pluriactividad sin movilidad: el turismo comunitario en las décadas de 1980 y 1990
Hegemonía lanchera y oposición
Un mercado en crecimiento y surgimiento de nuevas opciones económicas (décadas de 2000 y 2010)
Nuevas estrategias pluriactivas
Recuperar la tierra
¿Por qué el anhelo de tierra?
La pandemia de covid-19 como tour de force: vulnerabilidad y resiliencia
2. COTACACHI
Roma, 25 de mayo de 2023
Presentando a Cotacachi
De wasipunku pluriactivos a campesinos libres: el surgimiento de la Unorcac
La Unorcac y el impulso a la agricultura campesina
La Unorcac y el impulso de actividades no agrarias
Proyectos autónomos hacia la pluriactividad
La expansión de la frontera agraria campesina
Feminización de la agricultura
El Comité Central de Mujeres
Apuesta por la comercialización directa: el mercado del Jambi
Un modelo agrario en peligro (I): de tierra agraria a suelo urbanizable
Un modelo agrario en peligro (II): el fin del mercado de tierras campesinas
El surgimiento de un nuevo agente social: la empresa florícola
Resiliencia económica y política
CONCLUSIONES
Características de las nuevas estrategias pluriactivas
Objetivos de las nuevas estrategias pluriactivas
Recomposición de la división sexuada del trabajo y empoderamiento de la mujer
Epílogo
BIBLIOGRAFÍA
معالم
Página de copyright
Agradecimientos
Página de título
Bibliografía
الغلاف
Agradecimientos
Este libro utiliza información recopilada durante más de tres décadas de investigación, así que los agradecimientos y deudas son innumerables. Por esta razón, intentaré ser sintético, indicando solo a quien debo más. Solo espero que no se lo tomen a mal —o que no dejen de ojear el libro— todas las personas a las que no citaré. Estoy convencido de que se merecerían un recordatorio y de que es un lapsus mío no haberlos incluido. Pido disculpas con antelación.
En Cotacachi, es obligado agradecer su apoyo y acompañamiento a la Unión de Organizaciones Campesinas de Cotacachi (Unorcac), al Comité Central de Mujeres de la Unorcac, al Municipio de Cotacachi y a la ONGD catalana Xarxa de Consum Solidari, que apoya a los movimientos sociales de aquel cantón desde hace tres décadas. Detrás de estas organizaciones e instituciones hay centenares de personas: con muchas de ellas, en un momento u otro, he tenido la oportunidad de trabajar, pero si he de señalar solo a unas pocas, creo que han de ser Magdalena Magui
Fueres y Carmen Farindango, dirigentes kichwas de largo recorrido y reconocido prestigio, así como Etelvina Vinueza, Denis Laporta y Hugo Carrera. Camila del Mármol, de la Universitat de Barcelona, e Isabel Giunta, del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), apoyaron la investigación en Ecuador. Agradezco mucho la revisión que Camila realizó de versiones anteriores al manuscrito definitivo.
En Amantaní las deudas son interminables, y el problema es que no me es posible agruparlas detrás de alguna organización. Quiero recordar, especialmente, a Alfredo Villanueva Cari, Juan Mamani, Ambrosio Mamani, Hermenegildo Cari, Oswaldo Mamani, Beatriz Quispe, in memoria, Simón Calsín, Juan Juli y Manuel Mamani. Un especial agradecimiento le debo a Kevin S. Mamani, ahijado mío de rutuchi y joven antropólogo con el que he tenido la suerte de trabajar y publicar algunos textos. A inicios de la década de 1990, Félix Loayza, ingeniero y director de la ONGD Cirtacc, me descubrió la necesidad de tener unos mínimos conocimientos técnicos en agricultura para entender las estrategias de reproducción campesinas.
Recibí también el apoyo intelectual de diferentes amigos y colegas con los que traté ideas que se defienden en el libro. Es el caso de Jesús Contreras, catedrático emérito de la Universitat de Barcelona, quien fuera director de mi tesis doctoral; Rodrigo Montoya, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; Víctor Bretón, de la Universitat de Lleida; François Houtard, profesor, en sus últimos años, del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN de Ecuador); Xavier Montagut, de la Xarxa de Consum Solidari; Pere Quintín, de la Universidad del Valle; Ernest Cañada, de Alba Sud; Beatriz Pérez Galán, de la UNED; o Claudio Milano, de la Universitat de Barcelona.
En tres ámbitos tuve la oportunidad de presentar y discutir las ideas que se defienden en el libro: el grupo de investigación Antropologia de les Crisis i les Transformacions Contemporànies (CRITS) de la Universitat de Barcelona, al que pertenezco; el equipo del proyecto I+D Turismo de base local y resiliencia socio-ecológica
, coordinado por Esteban Ruiz Ballesteros, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla; y el Foro de Turismo Responsable, plataforma de ONGD que inició el trabajo de incidencia y análisis crítico del turismo en el Estado español. Estos espacios fueron de mucha ayuda en la elaboración del texto.
También he de agradecer la revisión realizada por el coordinador editorial del Instituto de Estudios Peruanos, Raúl Asensio, y el evaluador que hizo la apreciación anónima del manuscrito. Sus comentarios críticos me permitieron elaborar una versión final más consistente, clara y estructurada.
Un agradecimiento inmenso debo a Asun, que asumió todas las cargas domésticas en mis asiduas y largas ausencias americanas.
La presente investigación se sustenta en la información obtenida con el apoyo de diferentes proyectos, pero dos han permitido la realización de las últimas fases de trabajo de campo: el proyecto Turismo de base local y resiliencia socio-ecológica
, financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad del Estado español (Ref. CSO2017-84893-P), y el proyecto No et mengis el món: consum i justícia alimentària global
, ejecutado por la Xarxa de Consum Solidari con financiamiento de la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament (Ref. ACC184/22/000013).
Introducción
En las últimas décadas, se han multiplicado las opciones laborales para la población indígena andina que reside en zonas rurales. Esta nueva oferta ya no está necesariamente relacionada con el sector primario. Las causas de este fenómeno son diversas. Una es que el mercado ha ampliado su horizonte alcanzando espacios hasta entonces marginados por su escasa o nula rentabilidad. Pero no solo el mercado ha llegado a lugares antes olvidados; también el Estado. Tras la denominada década perdida, la burocracia estatal y los servicios públicos se han ampliado a territorios donde su presencia era testimonial. Ahora encontramos a población rural que trabaja en sus comunidades como docentes, sanitarios o que asumen cargos políticos y técnicos en unas instituciones locales reforzadas presupuestariamente. La mejora de las estructuras viales y el desarrollo de las nuevas tecnologías de comunicación son otros factores destacables: han propiciado que el poblador indígena rural pueda acceder a trabajos temporales fuera de su comunidad sin tener que abandonarla, impulsando el fenómeno de la doble residencia. Finalmente, las nuevas generaciones han incrementado su nivel educativo formal y su formación profesional, lo que les permite aprovechar la posibilidades que ofrece ese mercado laboral ahora más accesible.
Por las mismas razones, sus opciones de inversión se han multiplicado. Hoy resulta común encontrar población indígena rural como pequeños industriales (panaderos o artesanos, entre otros oficios, que también se dedican al comercio, al transporte o a ofrecer servicios agrarios, como tractoristas, por ejemplo) o como abogados, peluqueros o maestros constructores que han abierto un negocio.1
En este contexto, la desagrarización —es decir, dejar de trabajar la tierra de propiedad familiar— parecería una consecuencia lógica, especialmente considerando que la división por herencia ha convertido lo que ya eran minifundios hace unas generaciones en microfundios (Martínez Valle 2004). Ciertamente, el contingente andino que se ha desagrarizado resultado de procesos migratorios es destacable desde mediados del siglo XX. Fenómeno más reciente es el de la población desagrarizada que se mantiene en su lugar de origen, aprovechando esas opciones laborales y de inversión que el mercado ahora ofrece sin tener que emigrar.
Sin embargo, buena parte de la población rural andina parece interesada en seguir siendo campesina, al menos a tiempo parcial. Para ello invierte capital obtenido de otras fuentes de ingresos en comprar tierras o se esfuerza en incrementar la finca familiar sobre espacios que antes no se habían dedicado a la agricultura por su dudosa rentabilidad. Muchas veces este comportamiento no parece sustentarse en ninguna lógica económica: el costo necesario para adquirir un pequeño lote agrario o el esfuerzo requerido para roturarlo y hacerlo productivo parecen desproporcionados desde una mirada imbuida por el razonamiento económico convencional. No parece posible el retorno del capital o del trabajo invertido. Hemos de preguntarnos, entonces, por qué parte de la población andina destina esfuerzos a ampliar la finca familiar. Hemos de preguntarnos para qué les sirve la tierra.
Respuestas a una pregunta
El estudio de la vinculación de la sociedad andina con la tierra ha generado diversas respuestas a esa pregunta. Una de ellas, esgrimida desde planteamientos culturalistas, se refiere a la cosmovisión. La tierra es un elemento sagrado, que permite preservar prácticas tradicionales. La supuesta irracionalidad del comportamiento económico indígena —irracionalidad que esa perspectiva no pone en duda o, simplemente, no analiza— se explicaría aludiendo a enraizados factores culturales: una cosmovisión en la que la tierra juega un papel simbólico central (Rist, Delgado y Wiesmann 2003; Tamayo Herrera 1970), el deseo de defender la identidad —que pasaría por mantener el modelo productivo que les sería característico sea cual sea su eficiencia (Fajardo 2017, Grijalva 2012)— o la aspiración de mantener la comunidad, que requeriría la tierra como sustancia adherente frente a los factores que impulsan su desintegración (Escobar 2016, Steinhäuser 2020).
No se puede negar el papel identitario que genera la posesión de la tierra en el mundo andino, su utilización siguiendo el modelo campesino (más adelante intentaremos definir el esquivo término campesino
) o el mantenimiento de una serie de estrategias de reciprocidad que facilitan su explotación; tampoco la existencia de una cosmovisión particular en la que tiene un papel significativo la Pachamama, concepto que no se refiere solo al terreno, sino también al espacio que sustenta la vida, al paisaje. De hecho, no es infrecuente que la reivindicación política indígena utilice en su discurso estas ideas (De la Cadena 2020). Sin embargo, es difícil entender que esto sea suficiente para que grupos humanos indígenas y rurales, que personifican la pobreza en sus respectivas regiones (Correa 2018), acepten sostener un comportamiento económicamente irracional; es decir, derrochador de capitales y fuerza de trabajo. Por otra parte, es cada vez mayor el porcentaje de kichwas y aymaras urbanos que conservan y reivindican su carácter indígena, y, sin embargo, están desconectados de toda actividad agraria. En este sentido, Kingman y Bretón (2017) señalan el carácter arbitrario
de diferenciar lo rural y lo urbano al hablar de la sociedad indígena andina, cuando esta población desborda —utilizando el concepto clásico de Matos Mar (1984)— la ciudad manteniendo su identidad, posiblemente con mayor tenacidad en las últimas décadas.
Otra explicación se refiere a la necesidad de preservar los recursos naturales. Según esta hipótesis, la compra o recuperación de tierra agraria permitiría a la población andina rural un mayor control y cuidado de esos recursos para protegerlos de la sobrexplotación. Existe una concepción esencialista y, me atrevo a decir, fuertemente etnocéntrica que deshumaniza al indígena convirtiéndole en el Cándido voltairiano: un individuo impermeable al modelo social y económico capitalista que vive en comunión con la naturaleza (Bretón, Cortez y García 2014; Lindroth y Sinevaara-Niskanen 2013). Pero cuando se afirma que la adquisición de tierras por parte de la población indígena sirve para asegurar la sostenibilidad de unos recursos de los que depende su subsistencia, identificamos un medioambientalismo realista, cercano a lo que Martínez Alier (1999, 2005) ha denominado ecologismo de los pobres o neonarodnismo. Se trata de un sugestivo paradigma que, además de haber abierto una rica línea de investigación académica, fundamenta movimientos altermundistas trasnacionales. El ecologismo de los pobres se refiere a la tendencia de los sectores subordinados que residen en zonas rurales a convertirse en defensores medioambientales, pero no como resultado de un supuesto carácter inherente, sino porque, al dedicarse a la agricultura, la pesca o la ganadería, su subsistencia depende de los recursos naturales y, por tanto, de su conservación.
Sin embargo, no es extraño observar indígenas campesinos que dan el salto a la producción agroindustrial y adoptan un modelo empresarial capitalista cuando el mercado les ofrece la oportunidad. Se trata de un modelo que poco tiene que ver con el cuidado y el respeto que, según supone esa percepción, deberían tener hacia la tierra. La consecuencia en Uyuni (Bolivia) del boom de la quinua, cuyo precio en el mercado internacional llegó a multiplicarse por seis entre 2006 y 2013, es un caso ejemplar: campesinos indígenas empezaron a roturar tierras comunitarias hasta entonces destinadas a la producción pecuaria para dedicarlas al cultivo de esa amarantácea, en régimen de monocultivo y aplicando paquetes tecnológicos punteros, lo que generó problemas de sostenibilidad (Jacobsen 2011, Rodas 2021). Igualmente, no son pocas las comunidades indígenas andinas que se dedican a la explotación minera de sus tierras y reivindican su derecho a practicarla, aunque se trate de una actividad que, con un carácter cada vez menos artesanal y más tecnificado cuando logran acceso a suficiente capital, tiene un impacto negativo en los recursos naturales (Cabrera y Castro 2023, Toledo 2021).
Una tercera hipótesis se refiere a la seguridad legal que genera la propiedad de la tierra y su inscripción registral. Los campesinos andinos han padecido históricamente procesos violentos en los que han sido enajenados de sus tierras, para destinarlas a la minería o a la agricultura comercial. La compra formal de tierras, con una inscripción registral, les daría seguridad jurídica sobre ellas (Chacón y Gallego 2020, Galiani y Schargrodsky 2011). Es un argumento similar al anterior, pero añadiendo un apriorismo: el título de propiedad de la tierra asegura la protección de los recursos naturales.
Este planteamiento parece confundir derechos territoriales con propiedad de la tierra. Por una parte, la expropiación de tierras para el desarrollo de actividades extractivistas o de otro tipo es una prerrogativa del Estado si decide que es de utilidad pública (Plant y Hvalkof 2002). En Perú, mediante el principio de la servidumbre minera, y aduciendo que el subsuelo es de propiedad fiscal, el Estado ofrece concesiones a empresas mineras en terrenos privados y comunitarios, y los expropia cuando lo considera necesario (Texto único ordenado de la Ley General de Minería de 1992). A la inversa, la defensa del territorio frente a determinadas actividades que lo pueden dañar se puede activar aun cuando los promotores de esa actividad tengan la propiedad del suelo o el derecho legal a su explotación (Gilbert 2016). En el valle de Intag, al norte de Ecuador, en un proceso de resistencia que se alargó por tres décadas, se paralizó legalmente la actividad extractiva, aun cuando esta tenía una concesión del Estado.
Por otra parte, es difícil pensar que, si el derecho sobre el territorio se basa en el mercado de tierras, una comunidad indígena tenga más capacidad adquisitiva que un emprendimiento capitalista. En el mundo andino, la defensa del territorio raramente se ha sustentado en el mercado de tierras. Por lo general, se basa en la lucha y la reivindicación (Van Cott 2004) o en la aplicación de derechos sobre el territorio establecidos por su carácter de indígenas (Assies 2006, Gilbert 2016). No olvidemos que estos derechos sobre el territorio se han ido consolidando a partir del Convenio 107 de la OIT, aprobado en 1957, y especialmente del 169, aprobado en 1989. Este último fue ratificado por los países andinos en la década de 1990; Chile lo hizo en 2008.
Algunos autores consideran que los campesinos indígenas ven la tierra como una inversión a largo plazo. Es una mirada más economicista que las anteriores. Más tierra supone más capacidad productiva, más excedentes, mayor posibilidad de diversificar los ingresos y más posibilidades de consolidar la economía familiar. Se trataría, así, de lanzar al campesino andino a ese proceso que los estudios agrarios denominan vía farmer: su transformación en un agricultor medio, tecnificado y articulado al mercado capitalista. Convertir al arcaico campesino andino en un productor moderno era un deseo indisimulado de aquellos estadistas e ideólogos que promovieron las reformas agrarias en Ecuador (García 2014), Perú (Matos Mar 1976), Bolivia (Romero Bonifaz 2008) y en América Latina en general (Gascón 2011, Prebisch 1949). Y, ciertamente, se han dado casos en el que esta transformación ha tenido lugar, como en el ya comentado caso de los productores de quinua de Uyuni, pero ha sido un modelo de desarrollo
—entrecomillemos este concepto tan polisémico— inhabitual (Gonzales de Olarte 1994).
Finalmente, ese afán por incrementar la finca familiar también se relaciona con la seguridad alimentaria: más tierras comporta más autonomía del mercado de alimentos (Quishpe et ál. 2018, Radcliffe 2014, Salcedo y Guzmán 2014). Adelantaré que este argumento se acerca a la tesis que defiendo en el presente trabajo. Al menos, coinciden en que el objetivo es asegurar la reproducción del grupo doméstico. Sin embargo, es una explicación que también genera dudas. Como veremos en los casos etnográficamente estudiados, el esfuerzo destinado a aumentar la frontera agraria familiar y, por ende, la de la comunidad puede parecer excesivo considerando los resultados. Veremos campesinos endeudándose por años para adquirir media hectárea de terreno, yéndose a dormir cada noche con el temor de no poder hacer frente al préstamo y de que les ejecuten la deuda; a otros, roturando unas pocas decenas de metros cuadrados de tierras marginales que en cualquier momento pueden perder por causas climáticas. Desde una lógica economicista, esto solo se podría explicar en un contexto de colapso absoluto del mercado laboral o por alguna extraña normativa que prohibiese al indígena invertir su capital fuera de la comunidad. Porque si estos dos factores no se dan y el objetivo es, simplemente, obtener ingresos que aseguren la alimentación, ¿no podría ser más eficaz destinar esos recursos y fuerza de trabajo a actividades económicas no agrarias?
En resumen, ninguna de las cinco razones planteadas parece dar una explicación concluyente a la pregunta, aunque varias presentan visos de realidad. La convención académica establece que las tesis de la investigación se han de revelar en las conclusiones. La introducción se ha de destinar a presentar la pregunta de investigación y, si acaso, dejar vislumbrar cuál será la respuesta. No obstante, creo que es conveniente descubrir las cartas desde el principio.
Recuerdo la pregunta planteada al inicio de la introducción: ¿por qué los campesinos indígenas andinos quieren obtener más tierra agraria? Pero añadiré una coletilla: ¿…cuando la inversión en capital o trabajo para la obtención de estas tierras parecen excesivas y cuando pueden acceder a otras actividades económicas a las que podrían destinar esa inversión? En otras palabras, el presente trabajo se pregunta si ese deseo es desatinado, resultado de una supuesta irracionalidad del comportamiento económico indígena. Mi tesis es que no: farmer is no fool, como afirmaba Lipton (1968). Por el contrario, creo que ese comportamiento tiene como finalidad asegurar la reproducción de la unidad doméstica mediante el máximo aprovechamiento de sus recursos, y que esto se sustenta en dos pilares: la búsqueda de la resiliencia y una lógica económica particular.
La resiliencia socioecológica como objetivo (pilar 1)
Diversos autores ya han observado el deseo de una parte del campesinado por ampliar su explotación familiar tanto en el Sur (Rincón 2012) como en el Norte global (Narotzky y Smith 2006). Pero muchas veces este fenómeno es visto como una estrategia reactiva, de supervivencia, ante un clima hostil. El mercado laboral capitalista es escaso para esa población por no ser fuerza de trabajo cualificada para oficios urbanos, pero también porque el origen étnico fundamenta la discriminación laboral (García 2014). Además, padece crisis cíclicas que golpean especialmente a las clases populares. En este contexto, la agricultura familiar aparece como un resguardo resultado de la marginación y la pobreza.
No se puede negar que esto sucede, pero en el presente trabajo veremos que la producción agraria familiar en una economía pluriactiva tiene poco de opción estática y conservadora dirigida a asegurar un mínimo vital. Esta es una idea heredera de la reiterada tesis de la aversión al riesgo
del agricultor, que aún se defiende (Conti, Zanello y Hall 2021; Yesuf y Bluffstone 2009) y que, en la mayoría de los casos, se utiliza para explicar un comportamiento económico que el investigador no llega a comprender. Por el contrario, la agricultura como componente de una estrategia pluriactiva tiene más de acción proactiva, de aptitud dinámica para articularse mejor a la economía global. Desde esta perspectiva, parece oportuno aplicar el concepto de resiliencia socioecológica.
La resiliencia es la capacidad de enfrentar situaciones de crisis mediante la adaptación a la nueva situación que surge de ella. Resiliencia socioecológica se refiere a la adopción de prácticas que fortalecen la sostenibilidad medioambiental, comunitaria y doméstica como mecanismo para obtener esa resiliencia. Esto no se basa tanto en el reforzamiento de las estructuras organizativas existentes frente a una crisis como en su adaptabilidad al nuevo contexto. Se trata de un enfoque que considera la interdependencia entre el sistema social y el ecosistema (Ruiz-Ballesteros y Del Campo 2021).
Como veremos, la pluriactividad es una estrategia económica resultado de la continua adaptación a un contexto cambiante, uno que proporciona nuevas oportunidades a medida que termina con otras, que ofrece opciones en momentos de expansión y las elimina en tiempo de crisis. Es, por tanto, una estrategia basada en la adaptación, una que depende de factores endógenos al grupo doméstico, como los recursos productivos de que dispone, el nivel de formación de sus miembros o su estructura, que cambia a lo largo de su ciclo de vida (Chayanov 1966 [1924, 1925]), pero también de factores dependientes del ámbito comunitario: estructura organizativa, mecanismos de reciprocidad, grado de inequidad y mecanismos de participación en las tomas de decisiones, entre otros. Un sistema —un grupo doméstico, una comunidad, un ecosistema humano— es resiliente cuando, de forma gatopardiana, cambia y se actualiza estableciendo un nuevo equilibrio con el contexto pero manteniendo sus funciones básicas (Escalera y Ruiz-Ballesteros 2011, Walker y Salt 2006). De este modo, la resiliencia socioecológica es un factor que contempla el grupo doméstico al diseñar su estrategia pluriactiva.
La lógica económica campesina: una perspectiva chayanoviana (pilar 2)
El razonamiento económico campesino no sigue los mismos principios que rigen una empresa o se imparten en las academias financieras. Podríamos decir que la unidad campesina está condicionada por —y subsumida en— el contexto capitalista, pero que no se administra bajo sus reglas (Marsden 1990, Ploeg 2013). Por tanto, es necesario considerar la excepcionalidad de esa lógica económica para comprender las estrategias campesinas; es decir, cómo gestiona y organiza la fuerza de trabajo, el capital, su red social y los recursos naturales disponibles.
Hasta la década de 1960, excepto algunas escasas voces discrepantes (Chayanov 1966 [1924, 1925], Kropotkin 2020 [1902]), el mundo agrario se analizó a partir de los cánones establecidos por la economía convencional y la marxista. Estas corrientes aseguraban que la tecnificación del agro permitiría más rendimientos con menos inversión de recursos. Este principio se consolidó con el advenimiento de la Revolución Verde, un paradigma agroalimentario basado en la sustitución de fuerza de trabajo por maquinaria y energía fósil, el uso de insumos inorgánicos para el control de plagas y la recuperación de la fertilidad, la tendencia a la especialización productiva y la vocación comercial hacia los mercados internacionales.
La industrialización del agro parecía imponer la lógica de la economía de escala y, por tanto, la concentración de la tierra y la desaparición de la explotación campesina (McMichael 2013). Con la denominación de la cuestión agraria, el análisis de cómo acontecería esta desaparición y qué papel podía tener en procesos revolucionarios y en la economía el sector social que lo sustituyese fueron uno de los temas que más esfuerzos ocupó al marxismo en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX (Kautsky 1970 [1899]; Lenin 1969 [1899], 1979 [1908]; Marx 1973 [1894]). En el pensamiento económico capitalista, para el que la modernización agraria se había convertido en un mito, la desaparición del campesino tampoco se ponía en duda (Berger y Spoerer 2001, Garrabou et ál. 2010). En otras palabras, tanto las escuelas
