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El problema con Harry Hay: Fundador del movimiento gay moderno
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El problema con Harry Hay: Fundador del movimiento gay moderno
Libro electrónico713 páginas9 horas

El problema con Harry Hay: Fundador del movimiento gay moderno

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De acuerdo con el galardonado historiador Stuart Timmons, "el problema con Harry Hay" fue "su negativa a adaptarse a una realidad que le resultaba inaceptable". A través de un recorrido estremecedor por el convulso siglo XX, Timmons nos acerca a la historia del hombre que fundó el movimiento gay moderno, y tras décadas de búsqueda y lucha creó la Mattachine Society, el primer grupo político gay de Estados Unidos. Hoy en día, el activismo LGBT se da por sentado en buena parte del mundo, pero hace más de setenta años se necesitaba un espíritu visionario y valiente para organizar a una clase de personas estigmatizadas y encerradas en el armario.
IdiomaEspañol
EditorialFondo de Cultura Económica
Fecha de lanzamiento10 jun 2025
ISBN9786071687326
El problema con Harry Hay: Fundador del movimiento gay moderno

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    El problema con Harry Hay - Stuart Timmons

    AGRADECIMIENTOS

    Sasha Alyson y Richard Labonte fueron los primeros en proponerme esta biografía; nunca hubiera logrado completarla sin su paciencia, su aliento y su apoyo.

    Muchos más merecen mis sinceros agradecimientos. Entre ellos: William Alexander, Robert Balzer, Albert Bell, Phyllis Bennis, Kate Hay Berman, Ruth Bernhard, Allan Bérubé, Betty Berzon, Martin Block, Joan Blood, Phillip Blood, Blue Sky Butterfly (Walter Blumoff), Joe Breyak, Peggy Hay Breyak, Peter Brocco, James Burford, Jean Hay Burke, John Burnside, Joey Cain, John Cage, Tracy Cave, John Ciddio, Kay McTernan Cole, Craig Collins, David Cohen, Josie Cottogio, Katherine Davenport, Tom Dickerson, Dimid, Ben Dobbs, Sandy Dwyer, Alan Eichler, Arthur Evans, Harry Frazier, Elizabeth Freeman, Fritz Frurip, Rudi Gernreich, Sandra Gladstone, Al Gordon, Eric Gordon, Helen Johnson Gorog, Lacie Gorog, James Gruber, Pat Gutiérrez, Manly P. Hall, David Hawkins, Jack Hay, Jean Hay, Dorothy Healey, Tom Heskette, Bill Hill, Evelyn Hooker, Luke Johnson, Jorn Kamgren, Jonathan Ned Katz, Walter Keller, Jim Kepner, Morris Kight, Chris Kilbourne, Ronald Kirk, Reginald Le Borg, Dorr Legg, Gene London, Alejandro López, Phyllis Lyon, Del Martin, Lin Maslow, Bob McNee, John McTernan, Harnish Mearns, Alma Meier, Joan Mocine, Mary Mocine, Jim Morrow, Hannah Hay Muldaven, Irv Niemy, Chaz Nol, Alan Page, Frank Pestana, Stanton Price, Shane Que Hee, Angus J. Ray, Silvia Richards, Ben Rinaldo, Martha Rinaldo, Florence Robbins, Earl Robinson, Bradley Rose, Charles Rowland, Sai (David Liner), Pete Seeger, Al Sherman, Michael Shibley, Dan Siminoski, Joel Singer, William Lonon Smith, Konrad Stevens, William Stewart, Mark Thompson, Dale Treleven, Jacques Vandemborghe, Frans von Rossum, Mitch Walker, Donald Wheeldin, Walter Williams, Raven Wolfdancer y Martin Worman.

    Por proporcionarme información sobre el contexto de Hay, les debo mi agradecimiento a Sarah Cooper y Mary Tyler de la Biblioteca para la Investigación Social del Sur de California, y a Sandra Archer y al animado personal de la biblioteca de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de los Estados Unidos. Los International Gay and Lesbian Archives de James Kepner resguardan muchos de los documentos originales relacionados con Hay y con la Mattachine Society; un agradecimiento especial a Kepner por permitirme examinar su correspondencia personal con Hay y sus textos históricos inéditos. Agradezco también a James Broughton por permitirme amablemente revisar un avance de una sección de su autobiografía inédita, y a Gerard Koskovich por compartir una entrevista inédita con Hay y por la información que me proporcionó sobre Stanford en la década de 1930. Rudi Gernreich conservó su libreta de notas de las primeras reuniones de la Mattachine Society y Oreste Pucciani me permitió estudiarla. Agradezco también al doctor Robert Christianson, a Dorothy Foyle, Hal Fishman, Mike Furmanovsky, Sue-Ellen Jacobs, Don Kilhefner, Dorr Legg, Freddie Paine, Miriam Sherman y Don Slater. Will Roscoe pasó días enteros fotocopiando notas de sus archivos personales; por ello y por las muchas horas en que revisó mi manuscrito e hizo sugerencias, tengo una deuda profunda con él. Por compartir conmigo sus notas y sus fuentes originales en torno a Will Geer, así como su tesis dedicada a él, agradezco especialmente a Sally O. Norton.

    Este libro consumió horas de edición. Por sus sensatas sugerencias y su apoyo, agradezco a Sasha Alyson, John Burnside, Craig Collins, Dorothy Doyle, Anthony Duignan-Cabrera, Fritz Frurip, Mike Furmanovsky, Bill Hill, Henry Holmes, Sue-Ellen Jacobs, Gerard Koskovich, Richard Labonte, Craig Lee, Joel Lorimer, Jim McGary, Jim Morrow, Carter Rose, Brad Rose, Peter Sigal, Faygele Singer, Bob Stacey, Mark Thompson, Joyce Timmons, Emily Timmons, Neal Twyford, Mickey Wheatley y Walter Williams.

    Por su agudo ingenio, que a menudo temía desgastar con el uso excesivo, Devon Clayton, Bill Fishman, Jim Kepner y el incomparable William Moritz tienen mi más sincera gratitud. Los cuatro me enseñaron tanto sobre la amistad como sobre la escritura.

    Agradezco a los antes mencionados por su continuo apoyo, así como a mis amigos entre los Radical Faeries, a los de la librería A Different Light y a los escritores de la comunidad homosexual; a mi madre, Joyce Timmons, quien me llevó a mi primera manifestación en una carriola y ha crecido casi tanto como yo; a John Callahan, Bill Capobianco, John Fleck, Felidae Nemo y Adrián Rodríguez, amigos impecables; y a Carter Rose, quien me mostró, por fin, el Eros de mis caminos.

    S. T.

    AGRADECIMIENTOS

    EDICIÓN DEL CENTENARIO DE HARRY HAY

    Esta edición actualizada no hubiera sido posible sin el amable consentimiento y la cooperación de Gay Timmons, la hermana de Stuart y su albacea literaria. La edición en inglés de este volumen fue revisada y reconstruida por completo por los editores a cargo: Bo Young y Mark Thompson. Un agradecimiento especial para Toby Johnson por volver a indexar el libro.

    PREFACIO A LA EDICIÓN DEL CENTENARIO DE HARRY HAY

    DR. WILL ROSCOE

    Que el movimiento por los derechos de las lesbianas, los gays, los bisexuales y las personas transgénero (la liberación queer, por así decirlo) haya comenzado durante el macartismo es uno de los hechos más sorprendentes de su historia. ¿Una organización reclamó derechos para las minorías sexuales, se formó en 1950 y en tres años alcanzó a miles de personas mediante sus actividades y publicaciones? ¿Cómo es posible que eso haya ocurrido?

    En efecto, el pogromo estadunidense en contra de las personas queer, que a nivel nacional promovieron presuntos expertos y pseudoprofesionales de la moral y que, a nivel local, se implementaba mediante políticas y prácticas policiales, no se impugnó de modo eficaz hasta la Revuelta de Stonewall de 1969. Y si bien el activismo que se propagó posteriormente por todo el país adoptó la parafernalia de la contracultura, siguió arraigado en la realidad: hombres y mujeres enojados —hartos del abuso policial y de la persecución legal, de la denigración y la condena continuas, de tratamientos y terapias que equivalían a torturas, de la violencia y la extorsión y el miedo que éstas provocaban— que decidieron, de cara a todo lo anterior, que era poco lo que podían perder si luchaban. Así de mal se habían puesto las cosas.

    Esos nuevos activistas descartaron a las pequeñas organizaciones que aún conservaban el nombre de Mattachine; pero éstas no eran sino pálidos restos del movimiento que Harry Hay y sus colegas iniciaron hace más de seis décadas. Una vez que el polvo se asentó, las tácticas y las metas de los nuevos activistas eran precisamente aquellas que buscó o imaginó el grupo original de Mattachine: utilizar el sistema legal para reivindicar derechos, hacer circular peticiones y entregar volantes, educar a los funcionarios y cuestionar a los candidatos, crear instituciones y proporcionar servicios.

    En pocas palabras, Harry no se equivocó. Esto nos lleva al segundo hecho particular de la liberación queer. No sólo se fundó en medio de una purga en contra de la izquierda: su fundador mismo era comunista, y algunos de quienes trabajaron con él compartían sus inclinaciones. ¿Cómo se llega de Marx y Lenin al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la calle Castro? Es decir, ¿cómo se llega de queer (desviado, pervertido, afectado en el mejor de los casos según uno mismo, defectuoso para todos los demás) a una comunidad queer? Si no somos la broma de la naturaleza o la pesadilla de alguna deidad: ¿qué somos?

    Como demuestra Stuart Timmons, esa pregunta es lo primero que debe responderse y el resto seguirá. Eso es lo que hizo Harry Hay.

    Lo que sigue aquí es pura aventura: una vida vigorosa que ubica a Harry entre los grandes rebeldes estadunidenses. En unos cuantos párrafos más, usted se encontrará completamente atrapado en la compleja personalidad de ese hombre, cuyo camino a la liberación homosexual atravesó una vertiginosa muestra de la política y la cultura vanguardistas del siglo XX estadunidense. Aquí se encuentran las fechas y los lugares, quién hizo qué y cuándo, las historias encontradas, pero sobre todo la búsqueda intelectual que condujo a la proclamación de que éramos y somos un pueblo al que le llegó su momento. Con una documentación cabal y una narración vívida, El problema con Harry Hay es todo lo que podríamos pedir de una biografía seria de un personaje importante.

    Ante todo, no obstante, usted encontrará aquí al verdadero Harry Hay (ese hombre al que conocí y amé y con el que peleé y reí), el dulce amigo, el mentor desafiante, el agitador ingenioso, quien, en 1950, no tenía menos miedo que yo cuando crecí en la década de 1960 o, en realidad, que las incontables personas queer que ayudó a liberarse.

    Estuve muy cerca de Stuart durante los años en que trabajó en este libro. Lo observé batallar con los sentimientos encontrados que Harry provocaba, las dudas que suscitaba la grandilocuencia misma de su estilo, las opiniones encontradas entre quienes lo amaban y quienes no. Stuart y yo discutíamos por cuestiones grandes y pequeñas, y me preguntaba cómo podría comunicar por completo el contexto y la complejidad de las ideas de Harry.

    Ahora, después de releer el libro más de dos décadas después, veo cuánto éxito tuvo Stuart. Sabía que era un buen libro; ahora puedo ver que es grandioso. El problema con Harry Hay es una fuente indispensable para entender la historia LGBT en los Estados Unidos y, en realidad, la historia de los Estados Unidos en su totalidad.

    Ahora puedo apreciar, también, cuánto creció Stuart en el transcurso de este proyecto. Cuando se habían puesto todos los puntos sobre las íes, tenía más confianza en sí mismo, sus juicios tenían más matices, su espíritu era más generoso. Eso es lo que te hacía trabajar con Harry. Nunca bastaba con estar de acuerdo o en desacuerdo con él, tenías que entender sus ideas y mostrar que sabías cómo usarlas de manera adecuada en una oración.

    Y si no podías entenderlas o no estabas de acuerdo, articular las razones por las que era así hacía que pensaras mucho y encontraras la fortaleza de tus convicciones. Quienes sólo buscaban aprobación nunca duraban mucho en su compañía; tampoco aquellos a quienes incomodaban las contradicciones, las disonancias o los saltos al vacío. Nunca sentí que, para ser su amigo, tuviera que coincidir con lo que Harry decía, pero sí tenía que usar mi mente y estar preparado para que cuestionaran mi pensamiento.

    La historia de Stuart Timmons no es menos dramática. En 2008, con apenas cincuenta y un años, sufrió una apoplejía general. Después de años de batallas desoladoras, Stuart está aprendiendo con valentía a caminar y hablar… y a escribir de nuevo. ¡Cuánto ansiamos leer una vez más las palabras de esa pluma!

    ¡Gracias, Stuart! Gracias por contar la asombrosa historia de cómo se ganó nuestra libertad, por no rendirte con todas las dificultades de Harry, por no renunciar a ti mismo. Estamos tan orgullosos de ti como lo estaría Harry. Incluso ahora, nuestro viejo amigo te lanza besos de Faerie desde los cielos que cubren este mundo que nos otorgó, este nuevo Planeta de Visión Faerie.

    San Francisco, septiembre de 2011

    INTRODUCCIÓN

    Lo conocí en una reunión de los Radical Faeries en la primavera de 1980. Tenía una apariencia imponente: su cuerpo alto estaba cubierto de un chal pálido y aderezado con un sombrero de ala ancha que podría haber pertenecido a un presbítero cuáquero. Harry Hay también se expresaba con teatralidad sobre maximizar las diferencias entre homosexuales y heterosexuales en vez de disminuirlas. ¿Maximizar las diferencias? Eso se oponía por completo a la sabiduría convencional… y era absolutamente intrigante.

    Sus grandes manos tomaron las mías cuando me acerqué después a decirle cuán honrado me sentía de conocerlo. Los hombres homosexuales que, como yo, han sabido de él desde hace años lo colman de esas presentaciones honestas, pero en cada ocasión su ceño, similar a un domo, se frunce con concentración y él toma las manos o los hombros de la persona al tiempo que la mira fijamente a los ojos. No tarda en formarse un intenso vínculo personal en que Harry suele inyectar una declaración desafiante. En mi caso —siendo un estudiante de primer año de la universidad que se aproximaba a un intelectual poco convencional próximo a los setenta años—, dijo: "¿Sabes?, es probable que no estuvieras hablándome si nos encontráramos en su mundo, en algún bar gay. Recuérdalo cuando regreses". Con sólo un desierto y gays gentiles a nuestro derredor, y con mis incertidumbres sobre lo que la vida me deparaba después de la escuela, sus palabras calaron profundo.

    Con la intención de provocarlo, y quizás de romper la intensidad del momento, le quité el sombrero y me lo puse. La gente comenzó a reírse; en un microdrama, el twink¹ se había robado la corona del padre de la liberación homosexual, como ha llegado a conocerse a Harry Hay. Sin vacilar —ni perder la atención de la muchedumbre—, sonrió. Ése es mi sombrero de fundador del movimiento. Puedes usarlo, pero cuídalo. Aún no acabo con él. La risa de los Faeries se volvió más cavernosa y Harry añadió su risa barítona. Él solía decir que los gays tienen un talento especial para las burlas afectuosas, y todos disfrutamos el momento.

    Cómo podía imaginarme que, siete años después, estaría escribiendo su biografía. Se trataba de un proyecto intenso que creó una relación profunda y en ocasiones explosiva. He aquí un ejemplo: Después de más de un año de entrevistas íntimas y planes para el libro, discutimos sobre la homofobia en el Partido Comunista. Al parecer Harry se molestó porque, a pesar de haber sufrido los prejuicios de sus ex camaradas del partido, pesaba más en él su lealtad a los ideales compartidos con ellos. Embargado de una gran emoción y lleno de convicción, declaró que homofobia no era una palabra, ni siquiera un concepto, al momento en que surgieron sus problemas. Cuando fui incapaz de entenderlo, se paró de la mesa de su cocina, me lanzó una mirada fulminante y gruñó: ¡Ni siquiera estoy seguro de que podamos comunicarnos!

    Vi cómo se caía a pedazos un año de investigación por lo que me parecía una objeción semántica… o una puesta a prueba de mi fortaleza. Calculador, lo reté. "Quizás sea necesario algo de trabajo antes de que pueda hablar de este tema sin ofenderte; pero pensé que me habías invitado para iniciar hoy ese proceso y que lo haríamos con amabilidad."

    Había juzgado mal. Harry se irguió con toda su estatura de un metro noventa; su intenso enojo había puesto en movimiento el arete al lado de su larga patilla, gruesa y cana. Al tiempo que señalaba la puerta principal de su cabaña rosa y cubierta de libros con el dedo índice, anunció: ¡Ya no eres bienvenido!

    No tardamos en arreglar nuestras diferencias —y resolver el problema—, pero descubrí las contradicciones de una vida comprometida. Harry es un patriarca antipatriarcal, un visionario que ve hacia el futuro regido por unos modales y una ética decimonónicos. Tal vez la mezcla de comunismo y homosexualidad sea su contradicción más volátil y se ubica en el núcleo mismo de su existencia. Las habilidades de organización y la creencia en el cambio revolucionario que adquirió durante sus años en el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA [Communist Party USA]) promovieron que fundara en 1950 la Mattachine Society, la organización clandestina que los historiadores reconocen como el punto de partida del movimiento homosexual moderno.

    Esa organización era efectivamente tan clandestina, que durante muchos años Harry Hay, un reformista social con un impacto tremendo y de largo alcance, apenas si fue conocido. Esto era en parte por designio; a pesar de su personalidad extravagante, él y sus compatriotas homosexuales juraron seguir siendo anónimos. La extrema represión a la que se enfrentaban volvía necesarias esas tácticas. El año en que Hay intentó por primera vez organizar a los gays, 1948, fue un tiempo muy doloroso para los homosexuales, dijo Quincy Troupe, poeta y amigo de James Baldwin. Troupe recalcó: No sólo estabas en el clóset, estabas en el sótano. Debajo del piso del sótano.

    La política radical de Hay y su sexualidad igualmente radical contribuyeron a que siguiera enterrado durante décadas. Aunque tenía muchos talentos y estaba dotado de una personalidad magnética, siguió siendo desconocido mientras varios de sus amigos se volvían famosos.

    En las décadas de 1970 y 1980, los historiadores homosexuales descubrieron con placer a Hay y contaron la historia de cómo fundó el movimiento gay estadunidense. Aun así, la mayor parte de su historia, que no comenzó ni terminó en la década de 1950, sigue sin contarse. En su juventud protestó contra el fascismo e hizo campaña en nombre de los sindicatos, primero por instinto y luego como un miembro dedicado del CPUSA. Incluso en ese contexto, Hay estudiaba de manera obsesiva y decodificaba la música folclórica como un lenguaje de los oprimidos que debía usarse contra los opresores, y distinguía en silencio fragmentos de historia homosexual al leer entre líneas en textos convencionales. A lo largo de las décadas de 1960, 1970 y 1980, sus instintos progresistas se mantuvieron firmes en el movimiento indígena tradicional, el Gay Liberation Front [Frente de Liberación Homosexual] y más campañas que condujeron a la Coalición Arcoíris de Jesse Jackson.

    Dado que sus valores tenían una orientación grupal, Hay nunca hizo alharaca de su estatus. Prefería que se lo pensara como una persona de ideas y no de credenciales, y se veía como un personaje actual y no como una reliquia del pasado. Asimismo, entendía que el movimiento gay se vive constantemente, sin importar quién lo fundó. Sin embargo, su estatus de fundador del movimiento gay moderno es un punto destacado e inspirador en una vida fascinante. Su amigo Jim Kepner explicó que se necesitaron determinación y agallas para dar ese paso: Muchas personas pensaron en organizar a los gays, pero nunca pudieron mantener el interés de los demás. Era como tener una fiebre periódica —explicó—, tarde o temprano te recuperabas.

    El problema con Harry Hay era su rechazo a adaptarse a una realidad que le resultaba inaceptable. Causó problemas para las actitudes contra los homosexuales en una época en que la mayoría de ellos tenían, en palabras de Allen Ginsberg, esa expresión herida. Se necesitaba alguien muy especial para hacer lo que Harry hizo. Quería saber de qué tipo.

    Harry es un entusiasta, dijo su amigo Earl Robinson, el reconocido compositor que, junto con Pete Seeger, trabajó con Harry en la década de 1940. Robinson también llamó a Harry una persona de tras bambalinas; otros lo han llamado un soñador, un administrador, un provocador de una lluvia de ideas, un temerario y, con mayor frecuencia, un visionario. Esa intensa personalidad fue esencial para los logros de Harry. Robinson continuaba: "Puedo ver cómo se le ilumina el rostro con cosas que a mí no me emocionarían: un fragmento de información histórica o un acto de Pete en un festival folk. Recuerdo cómo Harry se entregaba de lleno a lo que fuera que lo emocionara en ese momento. Se tenía la sensación de que debías escuchar a ese hombre".

    La fortuna de tener un sujeto biográfico vivo exigió que escuchara mucho a Harry. Durante un periodo de casi tres años, grabé casi sesenta horas de cintas, llené diecisiete libretas de notas, revisé aproximadamente tres archiveros de documentos personales y hablé con él semanalmente por incontables horas. Entrevisté a más de cincuenta de sus asociados, incluidos sus hijos, hermanos, ex amantes, amigos, adversarios, camaradas políticos y a todos con excepción de uno de los cofundadores de la Mattachine Society.

    El grueso del material para esta biografía proviene de fuentes originales, aunque también hice una cantidad considerable de investigación bibliográfica; todas las fuentes están documentadas para que las utilicen los futuros investigadores que Hay y el movimiento homosexual merecen. Es necesario señalar que, ya sea por su historial comunista o por su homosexualidad, varias personas a las que Hay conoció se negaron a ser entrevistadas. Digno de mención por otras razones es el hecho de que los recuerdos de Hay son comprobables con un alto grado de detalle y precisión. Debido a que, cuando Hay cuenta sus recuerdos, los tiempos suelen alternar entre pasado y presente, en este texto, con su aprobación, los tiempos se uniformaron con fines de consistencia y claridad.

    También se ajustan, aunque en este caso en contra de sus deseos, las mayúsculas que Hay utilizaba en los términos que se refieren a homosexuales. En escritos que datan de fechas tan tempranas como finales de la década de 1940, Hay usó mayúsculas en cada término que utilizaba en su activismo: Andrógino, Homosexual, Homófilo, incluso Minoría. Era un modo en que promovía el respeto por los homosexuales y se trata de una campaña que siguió los caminos de judíos y chicanos, quienes también lucharon contra el síndrome de las minúsculas. El desafío que ello plantea para las normas de la gramática inglesa y para la naturaleza cambiante del uso convencional, según argumenta Hay, resulta insignificante si se compara con el recordatorio físico de la autoafirmación.

    Hay insistía en que viera el contexto de la vida gay según la vivió él. Me retaba de modo regular para que entendiera los inmensos cambios en la cultura homosexual que ocurrieron desde que se percató de ella por primera vez en la década de 1920. Su angustia por mi uso de la palabra contemporánea homofobia es un ejemplo de ello. En otra ocasión, al inicio de mis investigaciones, pregunté sobre los estilos de la vida gay en la década de 1930. Harry puso los ojos en blanco y gruñó: "Cariño, no teníamos ‘estilos de vida’ en los treinta".

    Algunas partes de esta biografía pueden plantear un reto para diversos lectores. Un día, mientras observaba el obituario de un músico clásico que vivió en Los Ángeles, Harry suspiró y dijo: "Era tan guapo. Cuando le pregunté si lo había conocido, arrugó la cara, era obvio que estaba buscando las palabras y finalmente dijo: No lo conocí bien, pero lo conocía seguido". Algunos lectores no homosexuales han mostrado su desconcierto ante la abundancia sexual que distinguió la juventud de Hay, en especial si se compara con sus emociones, profundamente sentimentales. Los lectores homosexuales, por otro lado, entienden. En muchos casos, informé en vez de analizar.

    Harry Hay está determinado a expresarse en sus propios términos. Si se toma eso en cuenta y su mente imaginativa y de amplio alcance, en ocasiones Harry se alejaba mucho de una secuencia narrativa, con frecuencia con placer aparente. Cuando sus tangentes se volvían demasiado largas y, para mis fines, inútiles, esperaba a que tomara un respiro (con frecuencia un periodo sorprendente) e insertaba un amable: ¿Puedo hacerte una pregunta?

    Su respuesta automática, siempre con una sonrisa, era: Puedes intentarlo.

    Al final —y en realidad a lo largo del proceso—, el esfuerzo valió la pena. Más allá de su motivado y eficaz activismo, Harry Hay merece ser reconocido y estudiado como un innovador y un pensador poderoso en los frentes de la política homosexual, la investigación histórica, la filosofía y la espiritualidad. A lo largo de cuarenta años se ha esforzado por sondear las profundidades y la amplitud de la cultura de los homosexuales como un pueblo aparte, y por crear una teoría sobre su existencia y su naturaleza. Mark Thompson, editor de Gay Spirit. Myth and Meaning [El espíritu gay. Mito y significado], da crédito a Hay por formar la única teoría unificada de la homosexualidad [gayness].

    Existe una buena parte de la ocupada y compleja vida de Harry que no pude cubrir o evaluar de manera definitiva en este libro. Sólo el tiempo dirá si sus contribuciones fundadoras a los Radical Faeries o sus escritos sobre la relación de la conciencia homosexual con la humanidad opacarán su labor de la década de 1950. Muchos de sus logros, teorías y opiniones —y las opiniones son algo que nunca le falta a Harry— esperan otro examen; después de todo, no ha dejado de moverse, pensar o agitar.

    Su legado, no obstante, es claro. Al mismo tiempo que sirve como Figura Paterna, Hay ha dado a la otrora anónima población homosexual una serie de mascotas fabulosas: los matachines enmascarados; el bufón burlador, que exige ingenio para representar su papel, y el luminoso Faerie, que hace el bien por impulso. El símbolo personal de Hay, que suele guiar sus acciones con una eficacia insólita, es el benévolo alborotador. Como el sagrado Contrario de las sociedades nativas americanas, el alborotador trastoca el orden de las cosas, muestra nuevas posibilidades e impulsa un programa, y al hacerlo, es una fuerza de equilibrio para el orden de la vida.

    Tras los logros que Harry ha tenido provocando cosas, abriendo caminos y conjurando movimientos existe un tipo de vida que rara vez se cuenta: la historia de una vida homosexual. Si en un inicio no pareciera estar todo ahí, haga lo que Harry hace: lea entre líneas.

    STUART TIMMONS

    Los Ángeles, 1990

    EL PROBLEMA CON HARRY HAY

    I. EN LAS MEJORES FAMILIAS

    Nuestros inicios nunca conocen nuestros fines.

    T. S. ELIOT

    NACIÓ mariquita, con una vena delicadamente imperiosa que salió a la luz cuando apenas tenía dos años.

    Eso ocurrió en 1914. Harry Hay, su hermana de diez semanas y su madre, Margaret, vivían en Worthing, el lugar donde él nació en la costa sur de Inglaterra. Un buen día de primavera, la señorita May Pittock, su nana, se estaba preparando para sacar a los niños de paseo.

    Mi nueva hermana ya tenía puesto su tocado, su vestido y la habían hecho un bulto en la grande y lujosa carriola que estaba en el vestíbulo, a la espera de que la sacaran al brillante sol de la tarde —Hay recordaba esa historia según se la habían contado—. Mi adorable y joven madre, que entonces tenía veintiséis años, estaba cerca, con una bata azul claro y holgada de pesada seda china. Pronto estaría arreglándose para recibir a las visitas del té de la tarde. Todos estaban esperando a que yo bajara las escaleras, ya fuera para andar también en la carriola o para caminar junto a ella, tomado de la mano de mi nana.

    El pequeño Harry, lo llamaban así para distinguirlo de su padre, apareció en el descansillo. Estaba ataviado hermosamente con un abrigo blanco de sarga con cuello, pantalones y zapatos blancos, y un sombrero blanco de lino que cubría sus sedosos rizos. Sin embargo, se negaba a bajar las escaleras.

    —¿Onstán mis gantes? —preguntó el niño.

    La señorita protestó que había buscado por todos lados esos guantes de gamuza gris con botones y no los había encontrado. Le dirigió una mirada ansiosa a la madre de Harry.

    —No hay problema, querido, si sales hoy sin ellos —dijo Margaret, intentando razonar con su primogénito—. Es una tarde maravillosa… y muy cálida.

    —No salir sin gantes —anunció él, firme.

    De viejo, a Harry le divertía su precoz terquedad. Sabía que estaba ocasionando un gran revuelo. Mi nana no podía dejar a mi hermana, a quien ya habían sacado al jardín. Mi madre estaba retrasada para arreglarse y peinarse. La sirvienta de abajo ya estaba puliendo la vajilla para el té. Era el día libre de la sirvienta de arriba.

    Al final, el cocinero tuvo que ir a buscar los guantes de Harry.

    En 1914 nadie podría haber sospechado que esa voluntad aristócrata arrojaría su fuerza detrás de algunas de las causas más radicales de ese siglo; sin embargo, para Harry Hay el decoro siempre fue algo que definía él mismo. Su fundación del movimiento homosexual en los Estados Unidos, algo que fue prácticamente inconcebible durante la mitad de su vida, fue su logro más sorprendente. Hay decía que ese movimiento era el producto de la lealtad total a propósitos superiores, tenacidad de visión, una determinación irrevocable y, ante todo, audacia.

    Lo que dio forma a la singular y audaz personalidad de Harry Hay recorría lo profundo de su ser y comenzó a una edad temprana. Él solía referirse a su sociedad gay como su principal familia, pero sus relaciones consanguíneas le importaban mucho. Le gustaba volver a contar sus historias para ilustrar las cualidades que él había heredado y que admiraba, y también para conservar sus recuerdos. Harry se convirtió en el historiador familiar de su generación, pero también se mostraba selectivo hacia su herencia; aquello que Harry reclamaba para sí le era tan importante como cualquier cosa que estuviera en sus genes.

    Las tradiciones de los escoceses de las Tierras Altas constituían su herencia favorita; eran individualistas e igualitarios, al mismo tiempo que estaban consagrados a sus clanes. Los habitantes de las Tierras Altas eran reconocidos por sus valores socialmente progresistas y hacían hincapié en una educación para todos, operaban por consenso y solían alejarse de la autoridad en torno a cuestiones morales. El blasón de la familia Hay muestra tres escudos y tres cuervos, con un yugo en la cima, porque un milenio antes un ancestro de las Tierras Altas y sus tres hijos habían desempeñado un papel importante en la derrota de los daneses girando el yugo y luchando con rejas de arado y guadañas. Como agradecimiento por su valor, cada hijo recibió tantas tierras como un cuervo pudiera recorrer en un día de vuelo. Somos los descendientes del viejo y sus hijos, le dijo a Harry su papá. Sin embargo, la familia Hay no se identificaba con el lema de su blasón, Serva Jugum, que se traduce como Para servir al yugo.

    El abuelo de Harry, William Hay, tenía un hermano gemelo que se convirtió en un granjero próspero, pero William fue una excepción y estudió derecho en la Universidad de Edimburgo. No obstante, después de algunos años como aprendiz de abogado, se sentía profundamente insatisfecho. De acuerdo con la leyenda familiar, William descubrió que el propósito de los abogados no era defender la majestuosidad de la ley, sino ayudar a los hombres malvados a descubrir cuán lejos podían llegar. Él no quería tener nada que ver con eso y, tan rápido como pudo, vendió su cargo en el despacho y partió hacia Nueva Zelanda, que entonces era una colonia británica. Con más de un metro ochenta y tres de altura y con una barba y una larga cabellera que nunca cortó después de partir de Escocia, el abuelo Hay tenía lo necesario para el trabajo de labranza y cría de ovejas que ofrecía esa nueva frontera. La terquedad moral del abuelo Hay cuando renunció a su profesión y su independencia cuando encontró un nuevo modo de vida lo convertían en el ancestro favorito de Harry.

    A los tres años de haber llegado a Nueva Zelanda, se casó con Helen MacDonald, otra migrante escocesa. Sus descendientes se referían a ella en voz baja como la hija natural de un sirviente de granja y una mujer que estaba comprometida con un hombre que le doblaba la edad. Esta hija ilegítima se convirtió en una cristiana devota, de una respetabilidad severa. Siempre estaba vestida de negro y sólo portaba joyas simples, si es que traía alguna. De un metro cuarenta de estatura, la empequeñecía su inmenso esposo. Se referían la una al otro formalmente como señor Hay y señora Hay y le enseñaron a su hija a nunca sostenerle la mirada a un hombre. La sobrina de Harry, Jean Hay, la historiadora de la familia en la generación actual, señaló que ese frío emocional se mantenía. Toda la familia, iniciando por los abuelos de Harry en Nueva Zelanda, pareciera haber sido rígida, fría, incapaz de expresar amor y afecto, por no hablar de sexualidad, dijo. Según los estándares modernos, ella percibía a la familia como herida. Se explicaba: No creo que ninguno de ellos haya crecido con el mínimo de confianza en sí mismo que resulta de tener padres amorosos que te aceptan. En un cuento que Harry escribió en 1937 sobre una reunión de la familia Hay, observaba a una familia cuya ternura estaba restringida por firmes amarres en el corazón.

    El severo decoro de Helen MacDonald Hay podría haberse visto exacerbado por su pertenencia a una secta religiosa estricta, los Hermanos de Plymouth, un grupo anabaptista de mediados del siglo XIX relacionado con los menonitas y famoso por su ferviente evangelismo y su postura de no resistencia a la persecución. El hecho de que Harry Hay, a quien con frecuencia se describía como evangelista en su organización homosexual, tuviera una abuela misionera es algo que no sorprendía a muchos de sus amigos.

    La familia Hay prosperó en Nueva Zelanda. Tuvieron una hija y siete hijos; el mayor fue el padre de Harry, quien nació en 1869. En 1879 decidieron mudarse a los Estados Unidos, quizás, como le dijo su tía Alice a Harry, porque Helen MacDonald siempre había soñado con tener un naranjal en California, o quizás, como indican sus descendientes en Nueva Zelanda, porque los Hermanos de Plymouth planeaban establecer un asentamiento en California. Sin importar cuál fuera la razón, el abuelo de Harry compró una parcela en California sin haberla visto, en la que planeaban construir un rancho de ganado; con todo, a su llegada descubrieron que los habían estafado: el terreno californiano estaba en Baja California, México, una región afectada por una larga sequía. Al descubrirse pobre de repente, la familia se mudó a la zona de Los Ángeles, donde rentaron una vaquería cerca de Long Beach.

    Seis años después, en 1885, el abuelo Hay compró un rancho de ganado en Hernández, un hermoso valle en la montaña San Benito de California central. Allí ideó un plan sensato para garantizar las fortunas de sus hijos. Estableció con cada uno de ellos, uno a la vez, una sociedad de tres años. Los jóvenes aprenderían todo lo que su padre sabía sobre labranza y crianza. Cada hermano pasó por ese proceso, excepto el más chico, James, quien escapó al mar, y el padre de Harry, Henry, quien aspiraba a tener una educación y pertenecer a las clases profesionales. Este último estudió ingeniería de minas en la Universidad de California en Berkeley, no tardó en prosperar y terminó por comprarle el naranjal a su madre. Tenía la ambición de cumplir el sueño de ella —recordaba Harry—. Era su hijito. Su Henry.

    Harry es un hipocorístico de Henry y, según la tradición de la familia Hay, significaba representante materno. (Su significado germánico original es jefe del Estado.) Para la familia Hay, el hijo que llevara el nombre Henry era el portavoz de la matriarca. El padre de Harry tomaba su papel en serio y protegía los intereses de su madre. El mismo Harry conducía los asuntos de su madre y, en público, como progresista, llevó ese significado más lejos al hablar por quienes no tienen derechos. Con el tiempo, Harry aplicó ese papel a todas las personas homosexuales cuando dijo que eran representantes de la gran Madre Tierra.

    El lado materno de la familia de Harry, los Neall, se correspondía bien con los itinerantes Hay. Los Neall también eran tenaces y muchos consiguieron distinción en la sociedad. Aun cuando habían vivido por más tiempo en los Estados Unidos, se mudaban seguido y su red de mudanzas y sagas resulta un poco vertiginosa. Margaret Neall nació en Fort Bowie, en el territorio de Arizona, en 1886, cuando su padre, que era militar, estuvo apostado allí. No obstante, su pedigrí era refinado y su familia incluía a personas de apellido Corcoran (de la Galería de Arte Corcoran de Washington), a Anna Wendell (tía del juez de la Suprema Corte Oliver Wendell Holmes) y a la familia Van Rensselear, quienes se contaban entre los primeros terratenientes holandeses de Nueva York. La estirada tía Kitty de Margaret investigó su genealogía para demostrar que la familia no tenía ninguna sombra interracial en su historia y documentó minuciosamente a generaciones con prominencia social.

    Solía compararse a Harry, tanto en rostro como en temperamento, con su bisabuelo materno, el general James Allen Hardie, a quien el presidente Martin Van Buren designó para la Academia Militar de West Point. En ella, entre sus compañeros se contaron Ulysses S. Grant y William Starke Rosencrans. Hardie era un hombre sensible y estudioso que se convirtió en un oficial de la Guerra de Secesión ascendido nominalmente, pero su más grande honor fue haber sido nombrado por el presidente Abraham Lincoln como secretario de Guerra durante la ausencia temporal de Edwin Stanton en 1863. Después de su muerte, el gobierno publicó una biografía que conmemoraba su carrera militar.

    Harry se rebeló, aun así, contra la política sangrienta de Hardie. Entre sus muchas campañas militares, Hardie fungió como oficial en la guerra del coronel George Wright contra los spokane en 1857 e introdujo el recién inventado rifle de largo alcance en la sumamente exitosa matanza. Su hijo, Francis, portó después la bandera de la Tercera Caballería en la infame masacre de indígenas que tuvo lugar en Wounded Knee. Esa sombra en la historia de su familia obsesionaba a Harry y, quizás como una manera de compensarla, durante toda su vida cultivó una relación con los nativos norteamericanos.

    El abuelo de Harry, John Mitchell Neall, se casó con la hija del general Hardie. Él también se había graduado de West Point y sirvió como teniente de Caballería, primero en Fort Davis y luego en Fort Bowie. Neall se convirtió en capitán de la Cuarta Caballería en el Presidio de San Francisco, pero abandonó su carrera militar para enseñar matemáticas e ingeniería de minas en la Universidad de Nevada. Nadie en la familia entendía la razón detrás de ese cambio, pero, como había ocurrido con el abuelo Hay que había renunciado al colegio de abogados, su revuelta contra el sistema impresionó a Harry, quien sospechaba que se relacionaba con el servicio de Neall en Fort Bowie y la negociación de la rendición del guerrero apache Gerónimo. El oficial a cargo de ese acto, el general George Crook, casi había conseguido negociar un acuerdo exitoso cuando la prensa ultranacionalista pidió que lo remplazara el ambicioso general Nelson A. Miles, quien rompió todas las promesas y sometió a Gerónimo por la fuerza.

    Cuando en 1928 Harry escribió a los dieciséis años a su abuelo Neall para solicitar una recomendación para que lo aceptaran en West Point, recibió una respuesta furiosa. Mi abuelo dijo que él se encargaría, si estaba en sus manos, de que ningún descendiente suyo fuera otra vez a esa escuela. Dijo que en el pasado el ejército de los Estados Unidos había sido sinónimo de honor y dignidad, pero que, en lo que a él concernía, se había transformado en un antro de corrupción. Margaret estaba conmocionada; sabía que su padre había querido salirse del ejército durante años antes de cortar lazos de manera definitiva, pero nunca supo por qué. La furia de Neall hirvió a fuego lento y silencioso.

    La ingeniería de minas unió a los padres de Harry. En el cambio de siglo, esa profesión prosperaba mientras se descubrían minerales y metales en todo el mundo. El abuelo Neall y papá Harry, junto con montones de ingenieros de minas más, oyeron el llamado del financiero y colonizador británico Cecil Rhodes en Sudáfrica. Rhodes, que entonces se encontraba al final de su larga carrera, estaba al frente de la operación minera más grande del mundo, que incluía diamantes y oro. Aunque había recibido una educación tolerante, Rhodes tenía la ambición supremacista occidental de unir a los países angloparlantes del mundo en su dominio de todos los demás. Derechos iguales para todos los hombres civilizados era su lema, y era famoso por ser implacable en los negocios y la política.

    Papá Harry era inteligente, capaz y sorprendentemente guapo. Esas cualidades pueden haber favorecido su soltería hasta la edad de cuarenta y dos años. Rhodes, su jefe, nunca se casó y era célebre por su amor por la decoración y las antigüedades… así como por los empleados guapos. Cuando Harry le habló a su madre de su homosexualidad en 1951 y especuló sobre cuánto hubiera conmocionado a su padre, ella contestó: Tu padre conocía a Cecil Rhodes, y nunca volvió a referirse a la homosexualidad.

    Cuando papá Harry empezó a trabajar para Rhodes, no tardó en convertirse en miembro de su círculo íntimo; cazaba con los estadunidenses en Johannesburgo e incluso ganó un trofeo de tiro. En poco tiempo, fue nombrado administrador de Witwatersrand Deep, la mina que en última instancia producía la mitad del oro de todo el mundo. Ese trabajo le pagaba tan bien que cada año visitaba en barco de vapor a sus padres en el sur de California, y en esas visitas compró la casa con el naranjal para su madre e hizo una serie de inversiones en bienes raíces para él. Con el fin de estar en el centro del mercado internacional, estableció también una oficina en Londres, en Old Jewry Road 7, que compartía con Herbert Hoover, entre otros ingenieros de minas estadunidenses. Sus conocidos en sociedad ayudaron a establecer tanto a Henry como a Margaret como republicanos durante toda su vida.

    Harry solía describir a su padre a partir de su físico: con expresión impertérrita, torpe y con un cuerpo enorme. En efecto, la educación y el éxito profesional de papá Harry no disimulaban su crianza de rancho y se mantuvo sencillo y atlético hasta bien entrado en los cuarenta. El éxito le venía bien. Hijo mayor de granjeros, ahora era un ejecutivo en ascenso y desarrolló un aire imponente y autoritario. Harry siempre recordaba a su padre rugiendo y dando pisotones, y en un cuento lo describió como tiránico y lleno de principios y sabiduría heredados del cielo. Su conducta señorial intimidaba a sus parientes y en especial amedrentaba a su familia inmediata. Las relaciones de papá Harry con sus tres hijos eran distantes y, con sus dos varones, sumamente frías. Una hostilidad particularmente profunda creció a la larga entre Harry y su padre, aunque compartían muchas cualidades, incluidas la pericia gerencial, una voluntad de hierro y la independencia. A pesar de haberse rebelado contra la clase de sus padres, su estatus no se le pasaba por alto; Harry sabía, como lo harían también sus hijas, que ser un Hay significaba algo.

    Aunque en su vejez adquirió el rostro enjuto de una pionera, la joven Margaret Neall gozaba de admiración como una de las bellezas de la colonia estadunidense en Johannesburgo. Un pintor local se obsesionó con ella y, como dictaba la costumbre social de las buenas familias, era incapaz de pedirle que posara para él, por lo que hizo su retrato de tamaño real a partir de recuerdos. La estricta madre de Margaret también había prohibido las lecciones de canto, aunque su hija tenía una gama vocal de tres octavas y media. Para cuando era debutante, sin embargo, se permitió que Margaret tomara lecciones de piano y cantara en diversiones de casa en salones privados. Era sofisticada y podía sostener una conversación animada, refinamientos que transmitió a Harry.

    Después de pasar aproximadamente diez años en Sudáfrica, papá Harry puso la mirada en Margaret Neall durante los bailes formales, los juegos de tenis sobre pasto y otras ocasiones sociales del mismo estilo que patrocinaba el Martha Washington Club for American Women [Club para Mujeres Estadunidenses Martha Washington] en Sudáfrica. Son pocas las historias de su cortejo que sobreviven, con excepción de que los padres de Margaret no estaban de acuerdo; la pareja se llevaba diecisiete años y Hay no era católico. Puede ser que también les preocupara que, a pesar de sus riquezas ya acumuladas, la demandante vida del ambicioso hombre de cuarenta y dos años sería ardua para quien se casara con él. De hecho, acababan de ofrecerle un trabajo para abrir nuevas minas de oro en el distrito no colonizado de Tarkwa en la Costa del Oro. No obstante, Margaret estaba segura de sí misma y también era ambiciosa. Su familia militar había sido refinada, pero nunca rica, y cuando el acaudalado y guapo hombre le propuso matrimonio, ella aceptó. Como parte del acuerdo, Harry el mayor se convirtió al catolicismo y aceptó que todos los hijos que tuvieran fueran educados en la fe católica.

    La pareja se casó en Johannesburgo el 29 de abril de 1911 y zarpó en una dispendiosa luna de miel. En Madeira los recién casados compraron ropa de cama y encaje, y en París y Londres asistieron a la ópera. Durante el tramo final de su recorrido, un peregrinaje a las ancestrales Tierras Altas escocesas de los Hay, se unió a ellos la hermana del novio, Alice, y su padre. Henry les había enviado un pasaje para que salieran desde California y pudieran conocer a la novia. Después de visitar a los familiares de la patria, papá Harry y Margaret se aventuraron al norte hacia los Trossachs, la sección de los Altos a la que sir Walter Scott nombró particularmente apta para la poesía. En particular, Margaret quería visitar esas románticas tierras cubiertas de brezos y fue ahí donde concibieron a Harry.

    Antes de partir de Europa para comenzar su nueva vida en la tierra salvaje de Tarkwa, donde serían los primeros blancos, la nueva señora de Henry Hay se enfrentó a una prueba: debía planear y ordenar todos los suministros necesarios para su aislado hogar. Los administradores blancos esperarían todas las comodidades europeas, y pasaría un año antes de que pudiera comprar cualquier cosa que hubiera olvidado. Empacó lo básico que había adquirido en su luna de miel, incluidos tres juegos de candelabros de plata, una vajilla Royal Doulton, cristalería Steuben y un juego de cubiertos de plata Gorham para dieciséis personas. Después ordenó de Fortnum & Mason un barco cargado de suministros, que incluían ropa de cama, prendas de vestir y suficientes alimentos para realizar tres comidas al día más las cenas formales que se celebrarían para los administradores blancos cuando menos una vez por semana durante un año y que incluían todos los tiempos, ¡con caviar, anchoas, champaña, segundos vinos, vinos de postre y dulces! Entrevistó y contrató a sirvientes ingleses y compró los muebles para toda una casa. Harry siempre pensó que la calmada eficiencia con que Margaret recolectó y transportó ese hogar fue su iniciación en mantener el imperio al llevar los artefactos y las prácticas de la cultura a las fronteras de la civilización, una misión de vida que duró hasta su último puesto fronterizo en el provincial Los Ángeles.

    El puerto de Tarkwa era muy poco profundo para que una barcaza se acercara a la costa más de noventa metros, así que papá Harry y Margaret, junto con su bote cargado de bienes, llegaron a la costa sobre las espaldas de algunos africanos: papá Harry sobre los hombros de un joven, Margaret en un equipo conocido como Mammy Chair [silla de mami], que cargaron varios hombres. Con excepción de vecinos blancos, nada faltaba a la familia Hay. Un símbolo de su privilegio era el piano que Margaret llevó a la selva. No se trataba de cualquier piano. Ya que el clima tropical haría que la madera se pandeara, cuando estaba en Londres había ordenado un piano hecho por completo de metal. Papá Harry consiguió un generador eléctrico para que siempre ardiera una llama en su interior con el fin de evitar que se formara moho en el fieltro de los martillos.

    Durante más de siete meses en que esperó a Harry embarazada, Margaret trabajó, agasajó gente y se esforzó por establecer el asentamiento, pero como Tarkwa no tenía instalaciones médicas y Accra, la ciudad más grande en la colonia, no ofrecía gran mejora, en marzo zarpó para dar a luz en la seguridad y la comodidad de Inglaterra. Henry no podía dejar su trabajo, pero su oficina en Londres arregló el arrendamiento de Colwell, una gran casa al estilo de los Tudor en Worthing, un exclusivo complejo en la costa que no estaba lejos de Londres y era cercano a Brighton. Allí, el Domingo de Resurrección, 7 de abril de 1912, nació Henry Hay, hijo.

    Harry, como llegó a llamarse al recién llegado, fue educado a la sombra de los mundos victoriano y eduardiano. Con las cortas visitas intermitentes de su esposo a casa y una nana inglesa que cuidaba de Harry, su madre pasó los tres años más felices de su vida en el corazón de la cortés sociedad eduardiana. Durante sus visitas de fin de semana a las elegantes mansiones de campo inglesas a las que la invitaban, solía pedirse a Margaret que cantara y su voz siempre hizo que gozara de popularidad. Con el bebé al cuidado de su nana, el viaje en tren durante la tarde llevaba a Margaret a la ópera, al teatro y al cumplimiento de sus sueños; asistió a todos los espectáculos de la famosa contralto de coloratura Clara Butt, cuya voz se parecía tanto a la suya. Podía pasar el fin de semana en un

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