Negritud, género y racismos en Chile y en Suecia: Sociología y antropología
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Negritud, género y racismos en Chile y en Suecia - María Emilia Tijoux
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Introducción Negritud, género y racismos
Vivir y resistir el racismo. Ocho voces de haitianas en Chile
Presentación Sentir el racismo por ser inmigrante haitiana en Chile
Agathe
Fatima
Helene
Marie
Nadia
Priscilla
Sylvie
Thelma
Reconocer y afrontar el racismo. Ocho voces de madres afrosuecas
Presentación Reconocer el racismo como mujer africana en Suecia
Judith
Nasiche
Dusit
Sara
Helen
Adla
Mariam
Suado
Palabras finales
Agradecimientos
Agradecemos al Proyecto de Fortalecimiento de Universidades Estatales de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile UCH1799, a Swedich Council VR y al Proyecto Anillos PiaSoc18008 Migraciones y Acceso a Derechos de ANID.
Prólogo
Este libro es el resultado de un diálogo permanente entre dos equipos de investigación, uno que trabaja en la Universidad de Uppsala y el otro en la Universidad de Chile, sobre el tema de los racismos y de las intersecciones entre género, clase y raza que este fenómeno alberga en todo tiempo y en todo lugar. No pretendemos sostener que el racismo se exprese de igual forma en los dos contextos que estudiamos, de ahí el plural «racismos», pero sí afirmamos que en tanto es un fenómeno global y un potente sistema de dominación, evidencia importantes rasgos comunes a pesar de las particularidades de cada uno de estos contextos. Tampoco sostenemos que el género deba ser entendido de forma esencialista, es decir que las mujeres, por ser mujeres, compartan identidades comunes a todas. Sin embargo, sostenemos, y nuestras entrevistas lo corroboran, que el patriarcado, de la mano del capitalismo, y en su afán de explotar los cuerpos de las personas, construye identidades de género, forzando la variación individual en categorías dicotómicas y excluyentes, como son las de hombre y de mujer, dejando afuera todas las posibles tonalidades del género de la que nos informan los estudios feministas.
Los relatos que aquí presentamos nos transportan no solo a los países donde residen las entrevistadas, Chile y Suecia, sino que nos remontan a Haití, a Somalia o a Etiopía, entre varios otros. Las dieciséis entrevistas seleccionadas para efectos de esta colección representan también varias generaciones. En general las mujeres sueco-africanas (ocho) son mayores, lo que se explica por el hecho de que el proyecto de investigación en el que se generaron las entrevistas estaba dirigido especialmente a mujeres con experiencia de ser madres, mientras que las mujeres haitianas (ocho) entrevistadas, al igual que la mayoría de las mujeres que están arribando a Chile, son preferentemente mujeres jóvenes que, con algunas excepciones, no tienen hijos.
Esperamos que este texto que ponemos en tus manos constituya una contribución al campo de estudios del feminismo poscolonial, en un diálogo Norte-Sur.
Deseamos agradecer en primer lugar a las dieciséis mujeres que compartieron sus historias de migración con nosotras. Esperamos retribuir su generosidad con una interpretación y presentación respetuosas.
Las autoras,
Santiago y Uppsala, diciembre de 2022
Introducción
Negritud, género y racismos
No sé si es racismo o clasismo o es un prejuicio que está vinculado a ambos temas. Siento que no les gusta mezclarse. A lo mejor lo estoy viendo desde el punto de vista migrante, de haitiana, pero siento como que son prejuiciosos, un poco orgullosos también. Por ejemplo, he visto casos de haitianos que trabajan en servicio al cliente y la persona no quiere ser atendida por ellos. También en la comida en restaurantes, porque hay gente que cree que el haitiano no es limpio. Son prejuicios que afectan la autoestima de la persona que es rechazada, se sienten menos que otras personas. Por ejemplo, dicen: «Hay ciertos trabajos que no puedo, hay ciertos trabajos que nunca me van a dar por ser haitiano».
Thelma
Los adultos tenemos que mostrarles a nuestros hijos lo que es el racismo, y aun cuando yo misma soy bastante cuidadosa al calificar algo como racismo o discriminación, de todas formas creo que lo importante es hablarlo con los hijos.
Nasiche
Negritud y género se entrelazan de diferentes maneras en los dieciséis relatos que componen este libro. El concepto de negritud señala tanto una identidad contestataria como un movimiento social antirracista de autoafirmación de los pueblos negros (Enciclopedia Stanford de Filosofía 2018)¹. El concepto fue formalmente acuñado por el escritor y activista antirracista Aimé Césaire en 1939², aunque hoy se reconoce que fue creado en un colectivo intelectual de la diáspora negra en París. Las anfitrionas del colectivo eran las hermanas
Nardal, procedentes de Martinique, Andreé, Pauline y Jane. Esta última, Jane Nardal, publicó un artículo en 1929 en el periódico, en el cual se considera lanzó el concepto y sentó las bases para la formación del movimiento Negritud, que se convirtió en una corriente filosófica que traspasó las fronteras del continente europeo y se hizo conocida mundialmente. Por tanto, el término se considera hoy en día indirectamente lanzado por Jane Nardal. La Enciclopedia Stanford de Filosofía lo explica así: «Aquí se necesita hacer una importante aclaración en relación con el espacio para Negritud creado por las hermanas Nardal». Es así como T. Deanan Sharpley-Whiting llama la atención al hecho de que las «genealogías masculinistas construidas por los poetas y consolidadas por historiadores literarios, críticos y filósofos africanistas continúan eludiendo y minimizando la participación de las mujeres, es decir sus contrapartes francófonas, en la evolución del movimiento» (Sharpley-Whiting 2000, 10). Esta aclaración adquiere una importancia adicional para los efectos del presente libro y no podía estar ausente, ya que lo que pretendemos visibilizar a través de los relatos seleccionados son las experiencias de ser mujer racializada como «negra» en un contexto de migración. Las sociedades hacia donde las participantes en nuestros respectivos estudios han migrado, son sociedades, al igual que el resto de las naciones del planeta, caracterizadas y regidas por las estructuras de dominación del racismo y del patriarcado. Negritud y género se entrelazan en este caso en la categoría, también impuesta, de migrante.
Para comprender los entrelazamientos entre negritud, género y también migración y clase, apelamos al instrumento creado por el feminismo poscolonial conocido como la interseccionalidad. Si bien la subordinación femenina tiene sus orígenes en la filosofía clásica con Aristóteles y Platón³, no es sino hasta Descartes que esta ordenación invade los ámbitos de la ciencia y la academia. A partir de la Ilustración se establece un sistema de categorización y comprensión ontológico del ser humano y su relación con la naturaleza, por una parte, y con Dios, por la otra, creando la dicotomía base que vendría a marcar todos los demás opuestos binarios y que al mismo tiempo configura las relaciones hegemónicas legitimadas a su vez desde la ciencia y la academia. Son estas relaciones hegemónicas y la definición cartesiana de «quién es el ser humano/hombre?» las que le han permitido al hombre blanco europeo tomar control sobre las mujeres, las «otras razas» construidas por estas mismas hegemonías, los territorios y los recursos naturales que ha ido encontrando y depredando a su paso. La legitimidad de la explotación de personas y riquezas se ha basado en la dicotomía puesta en práctica desde las empresas colonizadoras hasta hoy en día⁴.
Entender el racismo y otras formas de opresión, como por ejemplo el patriarcado y la opresión de clase, pasa por comprender la raíz común en que estas se originan, sin perder de vista las particularidades de cada contexto en cuestión. Remanentes de la clasificación racista y explotadora de la colonia, bajo las construcciones ideológicas y filosóficas del cartesianismo, en conjunto con el desarrollo de particulares maneras de exclusión que aparejó el discurso aglutinador del estado nación, aquel sistema estado nación que ha impuesto los límites y las fronteras que utilizan, regulan o impiden la migración internacional. La interseccionalidad, así como el feminismo y el poscolonialismo, ponen en jaque a las epistemologías en función de las cuales las diferentes formas de opresión se han legitimado, es decir, desnaturaliza lo que hasta hoy en día y por siglos nos ha sido presentado como lo natural. Es el caso del movimiento Negritud, que desafía justamente la construcción cartesiana de «ser humano» refiriéndose a este y formulándose la pregunta ¿quiénes somos nosotros como personas negras en este mundo de hombres blancos? Es así como el desafío de repensar el mundo y las relaciones que lo componen se nutre de las relaciones entre distintas fracturas ya existentes, intentando deconstruir el discurso que naturaliza la desigualdad⁵. Este mencionado proceso de construcción no puede, en la práctica, reducirse a solo una esfera de acción. El comprender la interacción entre las diversas categorías de identificación permite pensar la estructuración de la sociedad en términos de justicia o la falta de esta en la distribución del poder⁶. La interseccionalidad visibiliza así una realidad constituida por múltiples capas⁷, acentuando problemáticas que de otra forma se mantendrían imperceptibles en los intersticios de la sociedad. En el caso de esta colección de entrevistas, las intersecciones entre negritud, género y migración nos entrega la posibilidad de acercar dos contextos aparentemente muy lejanos como la vida de las migrantes negras en Chile y la de las mujeres migrantes afrosuecas.
Racismos
Para la manifestación del racismo cada contexto tiene su historia y su lugar. Sin embargo, tanto la complejidad como la particularidad de las expresiones del racismo en diversos contextos nacionales y regionales no impiden que estas puedan relacionarse entre sí y poseer importantes rasgos en común. Por ejemplo, a raíz de los flujos migratorios a Europa desde diferentes puntos geográficos, es común encontrarse con medidas de identificación de inmigrantes indocumentados. Esta medida, que retóricamente se funda en la necesidad de la seguridad ante la amenaza –también retórica– del terrorismo, se concreta en la evaluación de perfiles racializados (racial profiling) para el control de identidad⁸, una práctica altamente reconocida en los contextos de migración, y que acompaña al sujeto inmigrante desde el mismo borde fronterizo. A pesar de que este perfilamiento se cimienta en la limitación de la inmigración ‘ilegal’, esta se traduce en la práctica como forma de señalar y controlar a la población que luce fenotípicamente diferente que la europea, independiente de su condición legal. Claramente los órganos del Estado encargados de llevar a cabo estas incursiones, policía y otras autoridades, se basan tanto en la apariencia como también en la edad, siendo reconocidos como entes peligrosos la juntura entre el aspecto no europeo y juventud. Llevando la ejemplificación un poco más atrás en el tiempo, el caso de la eugenesia como práctica médica fue aceptada durante largos años como parte de la política pública, no solo de la Alemania nazi, sino que también, hasta entrada la década de los 70, aún era posible encontrar vestigios de ella en diferentes países europeos. El caso de la esterilización forzada en Suecia, que incluso estaba amparada por una ley que rigió en 1913-1975, es un claro ejemplo de ello. La esterilización en pos del perfeccionamiento de la raza y la eliminación de ciertos problemas sociales ilustra cómo a través de la eugenesia se busca controlar, someter o eliminar a aquellos que están en la intersección de lo no deseado⁹.
En este mismo sentido, en América Latina también el racismo se expresa en una práctica social que actúa desde lo teórico, pero que ha tenido, sin duda, efecto en la organización de lo cotidiano. Como ejemplo extremo, las diversas situaciones de genocidio que se han dado en Latinoamérica no solo durante la conquista y el periodo colonial, sino que también como parte de la organización de las repúblicas en el siglo XIX e incluso durante tiempos más recientes como es el caso del genocidio guatemalteco que sistemáticamente buscó eliminar a las poblaciones maya. Estos grupos originarios fueron considerados como el enemigo interno dentro de la Guerra Civil de este país entre 1960 y1996¹⁰. Otro ejemplo son las esterilizaciones forzadas llevadas a cabo en Perú contra cientos de mujeres campesinas, de pueblos de la Amazonía o de sectores empobrecidos de las ciudades, a quienes dejaron secuelas en su salud para toda la vida o que las llevaron a la muerte¹¹. La concreción de estas prácticas como elementos constitutivos de un tiempo y espacio determinados también se pueden encontrar en las formas de discriminación religiosa durante la colonia en América Latina, donde, y proviniendo de España, la organización jerárquica estaba dada por la «pureza de sangre» que otorgaba el linaje cristiano¹². En el caso del Chile contemporáneo, en los últimos años se han llevado a la luz los casos de adopciones ilegales realizadas durante la dictadura cívico militar de Augusto Pinochet (1973-1989), cuando mujeres de sectores empobrecidos, campesinos y particularmente del pueblo mapuche fueron engañadas con el propósito de arrebatarles a sus hijos e hijas recién nacidos o durante su primera infancia, para luego ser vendidos en países de Europa, entre ellos Suecia¹³. También en los últimos años y a partir de nuestras investigaciones recientes en la ciudad de Santiago se ha logrado documentar casos de institucionalizaciones irregulares en casas de acogida estatales e incluso adopciones ilegales de niños y niñas de madres haitianas residentes en Chile, quienes al igual que Joane Florvil son catalogadas como «malas madres» por la sociedad y el Estado chileno.
Así, en diversos puntos del planeta el racismo actúa tomando elementos propios de su contexto y haciendo una jerarquización adaptada y adaptable a las necesidades de la elite dominante. El clásico ejemplo del apartheid sudafricano apunta también en esa misma dirección. Legalmente se estableció la existencia de cuatro grupos dentro de la realidad sudafricana de mitad del siglo XX: blancos, bantús, indios y gente de color. No obstante, esto se tradujo en la práctica en la separación binaria entre dos clases de fenotipos: europeos y no europeos, lo cual sintetizaba la organización jerárquica de la sociedad y su reflejo en lo administrativo¹⁴. Siguiendo a Wallerstein¹⁵, esta separación que se edifica sobre cuestiones genéticas y fácilmente identificables muestra el juego con otra categoría como «clase», cuando Sudáfrica por ejemplo decide no considerar como «asiáticos» a los hombres de negocios de Japón de visita en el país, pero mantiene la clasificación para los ciudadanos de Sudáfrica provenientes de, por ejemplo, China. La división capitalista mundial del trabajo, entonces, contribuye con otra posible identidad que reorganiza la clasificación existente y otorga privilegios en concordancia con los intereses de una clase dominante que en muchas sociedades con pasado colonial se corresponde con una cuestión de apariencia.
La práctica social en la que el racismo se transcribe sobrevive a la convención de la no existencia de raza, pero sus efectos son objetivos, concretos y hasta a menudo cuantificables. La extensión de estas prácticas sociales, muchas veces también acompañadas de normas administrativas formales, nos muestra cómo la globalidad transversal del racismo actúa en diferentes espacios, amparándose también en más categorías en la conformación de las diferentes formas de exclusión. Esto no solamente debe servir para señalar una forma de entender el fenómeno, sino que también nos obliga a reparar en las consecuencias de este ordenamiento social que afecta más dramáticamente a los excluidos entre los excluidos.
Es así que se puede decir que los migrantes de hoy no son bienvenidos y se vuelven objeto de discriminación, debido a su origen, rasgos, color y condición económica. Su presencia se vuelve incómoda al transgredir los procedimientos de la «normalización» de la sociedad y esta solo es aceptada como mano de obra, aun cuando estos hayan entrado como refugiados por razones políticas, religiosas o humanitarias. En este marco se puede entender al migrante y a la migrante como «una paradoja de la alteridad» según señala Sayad (1999), pues su dimensión económica los convierte en presencia provisoria. La paradoja implica un estatus de permanente transitoriedad –no saber si regresará o se asentará– y el hecho de ser considerado solamente como fuerza de trabajo lo ubica entre el miedo a ser expulsado y el de saber si su presencia es o no útil. Así, desde el momento en que una persona ingresa como inmigrante, se pone en funcionamiento un proceso de racialización que se inicia por la imputación categorial que la sociedad le impone a partir de los estereotipos que le están asociados. Dicho proceso implica una alteridad histórica y política que parece insuperable porque proviene, según Goffman (2009), de la forma tribal de un estigma que se reconoce en diversos comportamientos de descalificación cultural. La racialización es la extensión de la significación racial a un grupo, a una práctica o a una relación social que no había sido categorizada antes como racial. La búsqueda de trabajo que empuja a las personas a migrar se transforma en una cuestión de «raza» y la inmigración se convierte en una categoría racista relacionada con el racismo diferencialista (o racismo cultural), al punto que las palabras «inmigración» o «inmigrantes» postulan diferencias con aquellos(as) extranjeros no considerados(as) como migrantes.
