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Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo
Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo
Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo
Libro electrónico316 páginas4 horas

Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo

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Información de este libro electrónico

Una serie de historias cruzadas sobre el turismo y su evolución en los últimos tiempos.
De repente, en el país que presume de ser el mejor destino turístico del mundo ha surgido un movimiento de rechazo a su industria más próspera. Los españoles viajamos cada vez más pero también empezamos a darnos cuenta de los defectos que se ocultan al otro lado de la postal. ¿Qué ha pasado? ¿De dónde sale la turismofobia? ¿No estábamos todos de acuerdo en que el turismo era una actividad rentable, simpática y limpia?
En todo el mundo, no solo en España, han surgido voces críticas y se han organizado protestas; la gente rechaza ver cómo su vida recibe el impacto de un negocio al que parece que se le permite todo. Un negocio que cambia, crece y se extiende a toda velocidad gracias a la tecnología y a las contradicciones de los territorios que lo sufren sin dejar de potenciarlo. El turismo genera empleo pero este es precario y estacional. El turismo aporta músculo a la macroeconomía pero afecta cada vez más el mercado de la vivienda. El turismo es una oportunidad para el encuentro pero puede devenir en invasión. Y, sí, es muy contaminante.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son las claves del sector? ¿Cuáles son sus beneficios? ¿Cuánto turismo es suficiente y cuánto es demasiado? ¿Cómo nos afecta? ¿Se puede hacer de otra manera? ¿Se puede viajar de otro modo? De todo esto trata Exceso de equipaje, algo así como una guía turística por el negocio turístico.
IdiomaEspañol
EditorialDEBATE
Fecha de lanzamiento15 mar 2018
ISBN9788499928661
Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo
Autor

Pedro Bravo

PEDRO BRAVO lleva años investigando y reflexionando sobre temas sociales, medioambientales y culturales y retratando la estrepitosa y acelerada deriva a la que nos somete el modelo económico. Lo hace tanto en medios de comunicación, en los que colabora habitualmente, como en sus libros. Ha publicado dos obras de referencia sobre asuntos urbanos: sobre movilidad, Biciosos (Debate, 2014); sobre turismo; Exceso de equipaje (Debate, 2018); además de una novela, La opción B (Temas de Hoy, 2012), un libro de relatos, Cabo Norte (Menguantes, 2020) y el ensayo breve ¡Silencio! (Endebate, 2024). Desde hace más de una década trabaja como consultor de comunicación de asuntos urbanos para ciudades, organizaciones y empresas.

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    Exceso de equipaje - Pedro Bravo

    PRÓLOGO

    Tarjeta de embarque

    Descanso, goce, paraíso, hospitalidad, rentabilidad, desasosiego, molestia, infierno, fobia, precariedad. Algo está pasando para que a las placenteras palabras que relacionábamos con el turismo se hayan ido sumando sus antónimos. Algo está pasando para que alguien —eso espero— haya comprado este libro sobre viajes que no es una guía, sino un análisis crítico sobre el fenómeno. Algo está pasando para que yo haya decidido escribirlo. Ese algo es que, de repente, nos hemos convertido en extras para las fotos de otros. Lugares que hasta hace nada eran sobre todo origen de viajeros ahora son también destino, y quienes habitamos en ellos estamos comprobando cómo es eso de vivir en una postal.

    Desde que se inventó, el turismo es un negocio cuyo volumen de ingresos y rentabilidad aumenta cada año. Pero en los últimos tiempos, su crecimiento se ha acelerado y el campo de juego y los jugadores se han extendido y diversificado enormemente. Hemos sobrepasado los mil millones de desplazamientos turísticos internacionales por temporada. Ya no solo hay turistas en playas estupendas y en plazas históricas, también llenan barrios normales de ciudades normales. Ahora los viajeros se hospedan en hoteles y albergues a la vez que ocupan casas y pisos en las que antes vivían nuestros vecinos, vivíamos nosotros. Hoy, para trabajar en el sector turístico no hace falta moverse a la costa; de hecho, no hace falta casi ni moverse. El negocio, pues, crece y cambia al mismo tiempo, y eso provoca consecuencias entre la alegría y el dolor. Este libro es una de esas consecuencias (que cada uno lo ubique donde le parezca).

    Vivo en el centro de Madrid y desde aquí he viajado a muchos sitios. Desde pequeño, mis padres me enseñaron que era bueno explorar y me llevaron, junto a mis hermanos, allá donde pudieron. Luego seguí haciéndolo por mi cuenta, por placer y por trabajo, pues entre otras cosas me he dedicado al periodismo de viajes. Reconozco que como viajero y turista me he fijado muy poco en el rastro que he ido dejando a mi paso. Sí que he observado la evolución de lugares que se han ido especializando como escenario, he sentido algo de lástima y he huido a otros más tranquilos. De alguna manera, siempre me ha parecido que lo que les pasaba a ellos no me podría pasar a mí, que Madrid no se iba a masificar nunca como Barcelona, como Amsterdam, como Venecia, como Benidorm. Error.

    Mi ciudad se está llenando de turistas como se llenaron las que he mencionado y muchas otras. No estaba previsto. A pesar de que los destinos especialmente exitosos llevan años tratando de averiguar cómo gestionar los efectos secundarios de su atractivo, la avalancha ha pillado por sorpresa a casi todo el mundo. Como digo, a mí también. Me empecé a dar cuenta en septiembre de 2015, cuando tuve que buscar piso de alquiler y comprobé lo dificilísimo que se había puesto. Desde entonces vengo observando el fenómeno, comprobando cómo el desarrollo de las plataformas de pisos turísticos afecta al precio de la vivienda y viendo también cómo se transforman los barrios, el uso del espacio público, la oferta comercial, el ritmo de vida y hasta el propio modelo de ciudad. Sin embargo, como ocurre con cualquier asunto económico, no se puede entender este bum turístico sin levantar la vista y analizar lo que está pasando en el resto del mundo.

    De eso trata este libro, de visitar este sector tan relevante ahora para la economía y para los territorios, examinar sus raíces, estudiar las causas de su crecimiento, tratar de apuntar su evolución e indagar en las posibles soluciones para los problemas que genera. El texto es un retrato de un momento que nunca será igual porque el negocio se mueve tan rápido que los datos y hasta las normativas caducan enseguida. Es un viaje en el espacio y en el tiempo que tiene su puerta de embarque en la ciudad donde vivo para visitar lugares, personas y momentos históricos claves para entender cómo y por qué está sucediendo todo esto.

    El libro empieza en Madrid porque, como ya he dicho, es el lugar donde he tomado conciencia de la situación y porque sirve para retratar el momento en que un territorio pasa de ser origen a destino turístico masivo. De Madrid viajo a Barcelona para fijarme en el modelo. La Ciudad Condal ha sido ejemplo en todo el mundo de cómo construir un reclamo turístico diverso y de muchísimo éxito y ahora también lo es de las consecuencias negativas de ello y de los intentos para solucionarlas. A partir de aquí, el texto se mueve a lugares que me sirven de símbolo para los distintos asuntos turísticos que son esenciales para comprender el fenómeno actual.

    San Francisco, la ciudad natal de Airbnb, es el territorio elegido como base para explicar el fenómeno de las viviendas de uso turístico, su historia, su desarrollo y su impacto. La paradisiaca isla de Bali, que ya no solo es reclamo para viajeros en busca de experiencias exóticas y descubrimientos espirituales sino también imán para emprendedores de todas partes, me sirve para contar cómo el rapidísimo avance tecnológico de las últimas décadas ha facilitado el progreso de la industria de los viajes y ha hecho el planeta más pequeño, más accesible para todos. Venecia y Benidorm, ciudades en principio antitéticas, son los iconos seleccionados para explicar la historia y la evolución del turismo en el mundo y en España, procesos en los que juegan un papel esencial mucho más allá de lo simbólico.

    En Grecia me paro para tratar los asuntos económicos de un sector que muchos ubican como el cuarto en importancia del mundo y que sigue siendo considerado como una oportunidad de crecimiento para los países en desarrollo, aunque, como explico en el capítulo, ya hay estudios y expertos que cuestionan los números que habitualmente se atribuyen al negocio. Para mostrar las consecuencias medioambientales de la que se ha dado por llamar «la industria sin chimeneas» utilizo Florida, la región que presume de ser la primera del pujante (y muy contaminante) sector «crucerístico» mundial.

    Para la reflexión final no me fijo en ningún lugar sino en todos. El turismo es el fenómeno económico global y globalizador por excelencia, tanto en su origen como en su evolución actual. Por mucho que su desarrollo impacte de forma evidente en lo local, no se puede entender sin hacer un recorrido por todo el planeta y ver lo que está pasando en todas partes. Pero tampoco es posible hacer una reflexión completa sobre el asunto sin hacer una parada en nuestro propio comportamiento como turistas, como viajeros. Eso he tratado con este libro, en el que he viajado por los lugares mencionados en las cabeceras de los capítulos y muchos más (Ibiza, Mallorca, Málaga, Amsterdam, Oslo, Reikiavik, Bangkok, Phnom Penh...) sin casi moverme de mi escritorio. Eso es Exceso de equipaje, un paseo turístico por el turismo que despega ya.

    1

    Madrid

    De visitantes a visitados

    Imagina que eres un pez. Imagina que eres un pequeño pez mariposa que vive deambulando por el arrecife, nadando entre rocas, corales y arena. Imagina cómo es tu vida. Cada día te despiertas debajo de una piedra y dedicas la jornada a encontrar alimento, juguetear un poco con los de tu especie, saludar a otros peces vecinos y escapar de los que bajan del piso superior de la pirámide alimentaria para añadirte a su merienda. Cada vez te generan más problemas los plásticos y la porquería de todo tipo que, no sabes muy bien cómo, ha llegado hasta tu casa. Por lo demás, tu vida es relativamente tranquila. Una vida normal en un entorno normal, sin muchos contratiempos ni nada muy trascendente que ver o contar. Una vida la mar de corriente.

    Ahora imagina que un día esa vida del montón se ve interrumpida por dos buceadores, dos seres extraños con un traje de neopreno negro y unas botellas metálicas atadas a la espalda. La pareja hace muchísimo ruido y agita el suelo de tu vecindad con sus aletas gigantes. Los dos miran a través de unas gafas transparentes que parecen escaparates, señalan cada cosa que ven como si se tratara de un espectáculo inigualable, te señalan a ti como si tú, y no ellos, fueses el bicho raro. Imagina que eso pasa un día y que al siguiente vienen cuatro seres curiosos más. Y al otro, ocho. Y después, veinte. Imagina que no solo no cesan las visitas sino que se multiplican; imagina que tu vida tranquila en tu barrio tranquilo deja de serlo porque hay una invasión de curiosos que quieren sentir lo que tu sientes, vivir lo que tú vives, hacer lo que tú haces. Imagina que todo esto hace que tu vida, la misma que los buzos visitantes quieren vivir, ya no puede existir así y allí y por eso te tienes que ir a otra roca más lejana, más profunda, más oscura.

    En realidad, si habitas en Barcelona, Madrid, Valencia, Ibiza, Palma, Málaga, San Sebastián, Venecia, Florencia, Roma, París, Londres, Amsterdam, Brujas, Nueva York, Portland, San Francisco, Bangkok, Singapur, Hong Kong y en otros cientos de lugares del mundo, tal vez muchos días te habrás sentido igual que ese pez mariposa. De repente, el turismo ha pasado de ser tema de conversación poco antes de las vacaciones a convertirse en un asunto clave de la polémica diaria, de ser considerado por todos algo positivo y sin peros a representar para muchos un trauma. Esto sucede porque ha venido de repente y en tropel a visitarnos a nuestras ciudades, a nuestros barrios, incluso a nuestras casas, y ahora estamos comprobando que no todo es tan bonito como se cuenta en las postales o en los posts de Instagram, como lo contamos nosotros mismos cuando somos turistas. El sector de los viajes —de ocio y de trabajo— no solo está creciendo muchísimo en muy poco tiempo, también está cambiando y ampliando sus modos y sus ámbitos de actuación. Todo lo que disfrutamos cuando vamos por ahí con la mochila, la guía y las ganas de descubrir puede afectarnos cuando son otros los que vienen por aquí. Muchos lo empezamos a comprobar ahora.

    Aunque el Homo sapiens ha viajado casi desde su origen, el turismo no ha existido siempre. El turismo, es decir, la práctica industrial del viaje, es una actividad muy reciente que tiene su origen en el Grand Tour de mediados del siglo XVII y eclosiona después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se extiende entre los gobiernos la sana costumbre de legislar para tener unas semanas de vacaciones pagadas. En los años sesenta se produce un primer bum de los viajes, casi siempre en busca de descanso, sol y playa. En los noventa hay otro que acorta para siempre el perímetro del mundo y nos permite empezar a saciar nuestros anhelos de exotismo. Pero es en los últimos años del siglo XXI cuando se produce el gran desparrame. Cada vez hay más gente con ganas de visitar y conocer, cada vez hay tarifas más baratas para viajar en distintos medios y dormir en diferentes tipos de alojamiento, cada vez nos ayuda más la tecnología. Cada vez está todo más lleno de gente constantemente y cada vez lo estará más. Así es y así va a ser. Salvo que suceda un gran desastre natural, bélico o económico, esto no va a parar; de hecho, va a ir a más, a mucho más.

    El movimiento genera movimiento, es parte de nuestra condición humana y social. Vivimos en un estado de mutación constante muy acelerado últimamente y el turismo es un factor más en nuestro mejunje existencial; un factor que conlleva sus propios conflictos. A la hora de pensar en soluciones para apañar estos conflictos, no se trata tanto de ponerse a frenar la imparable dinámica sino de intentar ordenarla para que, tanto el pez mariposa como cada uno de nosotros, podamos seguir con nuestras vidas sin tener que mudarnos a otras peores. No es cosa fácil.

    El turismo no es una industria corriente, no es un producto que se diseña en un estudio, se crea en una fábrica, se distribuye en camiones y se vende en comercios. El turismo es una actividad económica transversal que toca todos o casi todos los palos de lo político y lo social: alojamiento, transporte, movilidad, medioambiente, trabajo, salud, paisaje, territorio, servicios, vivienda, comunicación, cultura... Por eso es tan imposible prohibirlo como dejarlo a su libre albedrío. Por eso es tan fascinante pensar y escribir sobre ello. Y por eso es tan complicado tratar de gestionarlo.

    ¿Por qué? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo va a seguir creciendo el sector de viajes y turismo? ¿Hasta cuándo? ¿Cómo puede afectar ese crecimiento? ¿Cuáles son sus beneficios? ¿Se puede actuar de otra manera? ¿Se puede uno mover de otro modo? Sinceramente, ahora mismo no tengo ninguna respuesta. Como decía unas líneas más arriba, este libro acaba de empezar, y estas y otras preguntas son el impulso para escribirlo. Puede que las respuestas vayan apareciendo al paso de las páginas o puede que no. Al fin y al cabo, ¿no habíamos quedado en que el destino es el viaje?

    Empiezo a lo grande, voy con los números gordos. El turismo es el negocio que más crece en todo el mundo, a un ritmo de un 3,1 % al año. Supone el 10,2 % del Producto Interior Bruto (PIB) del planeta, genera 6,6 billones de euros y emplea a 292 millones de personas (el 9,6 % del trabajo global).[1] Son datos de 2016 a partir de la suma de contribuciones directas e indirectas y los da World Travel & Tourism Council (WTTC), una suerte de lobby creado por las grandes empresas del ramo para recordar la importancia de su trabajo en la economía mundial y, supongo, conseguir reconocimiento, abrir puertas, y obtener ayudas y algún favor. Los datos se recogen en un informe de impacto económico y se muestran con discreta alegría. «A pesar de los crecientes e impredecibles impactos causados por ataques terroristas y de la inestabilidad política, las pandemias y los desastres naturales, Travel & Tourism [Viajes y Turismo, así se llama el negocio, para incluir viajes de trabajo y otros] continuó mostrando su resiliencia en 2016.»

    La previsión es que el subidón, perdón, la resiliencia continúe los próximos diez años. WTTC prevé un crecimiento para 2027 que puede alcanzar los 10 billones de euros, el 11,4 % del PIB de la Tierra. Ahora mismo, el turismo es el cuarto sector en importancia, por delante de la industria química, la agricultura y la automoción, y solo por detrás del comercio, las finanzas y el petróleo y el gas.

    No son números sacados tras chuparse el dedo, coinciden con otro informe anual, el de la Organización Mundial de Turismo (OMT) de la ONU. Según este, el turismo internacional ha crecido y lo ha hecho más que nunca en los últimos siete años: un 7 % (los crecimientos desde 2010 rondaban el 4 %).[2] Europa es la región que más crece (8 % y 617 millones de turistas), seguida de África (también un 8 % y 62 millones), Asia Pacífico (6 % y 324 millones), Oriente Medio (5 % y 58 millones) y América (3 % y 207 millones). En total, en 2017 se han registrado hasta 1.322 millones de llegadas (con pernoctación). Para 2030 se prevén 1.800.[3] Son muchas, ¿verdad? Pues comparadas ganan aún más: en 2008 fueron 922 millones; en 1995, 536 millones; en 1960, 25 millones.[4] Además, esos 1.322 millones solo retratan los viajes internacionales, no los que suceden dentro de cada país, más difíciles de medir y contabilizar. Como apunta Duccio Canestrini en No disparen contra el turista, «todos los años, en época de vacaciones, se desplaza un número de personas superior al conjunto de los ejércitos que guiaron todos los grandes conquistadores del mundo».[5]

    De todos modos, antes de seguir me detengo en un matiz importante que liga de alguna manera con la metáfora de los ejércitos y las conquistas. Por mucho que esté creciendo el número de gente que viaja, sigue siendo una mayoría la que no puede hacerlo: aun suponiendo que cada una de esas 1.322 millones de llegadas las realizara una persona distinta, todavía quedarían 6.200 millones de seres humanos en el planeta fuera de la estadística. En Europa, la media de los que no tienen recursos para moverse en vacaciones ni siquiera una semana es del 33,1 %, y precisamente son algunos de los lugares más turísticos los que superan esa media: Croacia (61,2 %), Grecia (53,6 %), Portugal (47,2 %), Italia (45,2 %) y España (40,3 %).[6]

    Otra cosa para cerrar este paréntesis de bajón: cuantas más y más facilidades damos a los desplazamientos relacionados con el ocio y el negocio de quienes podemos y queremos permitírnoslo, más aumenta el número de personas que se desplaza a su pesar, porque no tiene otro remedio. Según la ONU, hay en torno a 250 millones de migrantes (cifra que representa un crecimiento del 41 % en quince años) y, según ACNUR, 65,6 millones de desplazados (un 55 % más en solo cuatro años).[7] Dicho esto, tan necesario, tan relevante, tan real, ya puedo volver a los fuegos artificiales.

    Si bien las empresas del sector turístico tienden a la discreción y hasta a la prudencia, las regiones que acogen a los viajeros hacen todo lo contrario: disparan las cifras como quien enciende la mecha de un buen cohete. Al menos, así ocurre en España. Aquí nos gustan los petardos y, además, podemos presumir de ser ya el segundo país del mundo en volumen de turistas: en 2017, 82 millones de llegadas, un aumento del 8,9 % con respecto al año anterior, más de 30 millones más que en 2010, cuando empezó la vertiginosa escalada de cifras.[8] En la presentación de los números de 2016, el ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, aseguró que poco queda para que seamos los primeros.[9] La realidad le está dando la razón: acabamos de adelantar a Estados Unidos y estamos ahora mismo soplando el cogote de Francia.

    No le puede extrañar a nadie. No es raro que España luzca estos resultados en las estadísticas internacionales ni que los gobernantes presuman de ello. El negocio de la hospitalidad ha sido, desde que Fraga fue ministro de Información y Turismo, una parte muy importante de la política económica del país y un argumento clave en la comunicación de gobiernos locales, regionales y centrales. Mientras otros países viven de diseñar, producir y vender cosas, España vive de los servicios, que suponen casi el 75 % de nuestro PIB.[10] En 1970, el sector terciario representaba solo un 46 % del PIB, pero el porcentaje ha ido creciendo década tras década, estimulado sobre todo por la pujanza del turismo, al que ahora mismo se le atribuye más de 11 % del PIB. Muy bien. O puede que no tanto.

    Paseando por la red me encuentro un mapamundi que muestra, diferenciados por colores, los países que más dependen del turismo. De los diez líderes del sector, España es, junto a Turquía, Tailandia y México, uno de los que sobresale en dependencia. Para Francia, Estados Unidos, China, Italia, Alemania y Reino Unido el turismo supone menos del 5 % de sus ingresos, es decir, no están tan especializados.[11] Aunque, afortunadamente para todos, no soy ministro de Economía, me suena que la diversificación de la producción y las exportaciones —entre ellas el turismo— es conveniente para mantener cierta estabilidad. Tampoco soy director financiero, pero también tengo entendido que una buena gestión pasa por saber rentabilizar a los clientes. Y aquí viene otro matiz. El gasto de los visitantes aumenta —77.000 millones de euros en 2016, 87.000 en 2017—, aunque no tanto como el número de turistas. En cualquier caso, está muy lejos de la cifra que ingresa Estados Unidos, cerca de 180.000 millones,[12] y solo un poco por encima de países con muchas menos visitas. De hecho, según quién presente los datos, el gasto por viajero cae un 3 %.[13]

    Otro tema del que se presume mucho por aquí cuando se habla de turismo es de nuestra competitividad, y con razón. Ya trataré el asunto con más profundidad, pero adelanto que somos competitivos, entre otras cosas, porque somos baratos. Y somos baratos porque tenemos salarios bajos. Igual que Nike, Apple, Zara y demás grandes fabricantes se van a Asia a producir porque allí los sueldos son pequeños, una de las razones de nuestro éxito es que venir aquí no cuesta mucho. Como no se puede devaluar la moneda desde que es euro, nos han ido devaluando los salarios y nos hemos convertido, otra vez, porque ya lo fuimos durante muchos años, en una ganga. Dicen algunos titulares que el sector turístico genera uno de cada cuatro nuevos empleos,[14] pero ¿qué empleos? Desde luego, y en general, ni estables ni muy dignos. También esto da para buena parte de un capítulo.

    Por supuesto, el precio no es el único factor de nuestro éxito. A España vienen manadas de gente porque es un lugar estupendo donde se come muy bien, hay una oferta histórica, cultural y de ocio de primerísima, somos hospitalarios, tolerantes y divertidos, nuestras calles son muy seguras, hay paisajes variados y hasta alguna que otra zona libre de ladrillo y se puede disfrutar de lo que mayoritariamente se conoce como buen tiempo. No lo digo con ironía, estoy convencido de que es así. Si hay algo que une a los ciudadanos de esta frágil nación es la sólida creencia de que como aquí no se vive en ningún sitio. Si este es nuestro mejor valor, tiene lógica que hagamos negocio de él.

    Como decía, el turismo está creciendo una barbaridad y, además, está cambiando, se ha saltado los perímetros previamente establecidos y está invadiendo nuevos territorios, nuevos paisajes. Un buen ejemplo de este fenómeno es Madrid, donde los datos de crecimiento brillan. Si en 1999 pasaban por los hoteles de la Comunidad poco menos de 5,5 millones de seres humanos, en 2016 fueron más de 11 millones (5 de ellos extranjeros).[15] Y la cifra está coja porque no incluye a quienes se alojaron en viviendas de uso turístico —según datos de Airbnb, solo a través de la empresa se registraron 663.000 huéspedes.[16]

    Madrid, aunque crece en torno a un 3 % anual,

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