Hierbateras: Relatos de sabiduría andina sobre sanación y cocina
Por Carolina Pérez
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Hierbateras - Carolina Pérez
Introducción
No nos resulta extraño o nuevo afirmar que los alimentos, en especial las plantas, tienen el poder de sanar el cuerpo. Por años y años, los alimentos y las plantas fueron los remedios para aliviar dolores, recuperarse de enfermedades, reavivarse de decaimientos, cicatrizar heridas e incluso calmar miedos y angustias. Quién no recibió alguna vez una «agüita de hierbas» preparada por su abuela para sanar, para aliviar algún malestar o dolor de panza o para reconfortar el corazón. También nos puede resultar muy familiar el «atadito de hierbas milagrosas» que se vende por calles y mercados, ofreciéndonos curar desde un dolor hasta un «espanto» o «mal de ojo» y, por qué no, un «alma entristecida». En el campo es muy común cicatrizar heridas y recuperar a las mujeres del parto con sopas preparadas a base de ciertos alimentos, infusiones de plantas de la chakra o baños de hojas como el cacao, por ejemplo; incluso hemos escuchado que la próstata se cura con mashua (Ministerio de Cultura y Patrimonio, 2013, p. 5).
Esta sabiduría popular que nos rodea tiene un sustento real en las funciones y los beneficios de las plantas. Por ello, hasta hoy, podemos hablar de la medicina natural o naturismo, basada en los recursos del medio ambiente para curar enfermedades y alcanzar niveles de salud óptimos (Pascual et al., 2014). También podemos hablar de la medicina ancestral o andina, una forma de sanar mediante la conexión con la naturaleza, las divinidades y los ancestros andinos, con el uso de recursos medicinales provenientes de la Madre Naturaleza, a través de los máximos conocedores de la medicina ancestral para los pueblos kichwas del Ecuador: los yachaks (Ministerio de Salud Pública [MSP], 2020, p. 23). Tan validada es nuestra medicina ancestral que hasta podemos encontrar un Código de ética de los hombres y mujeres de sabiduría de la medicina tradicional de las nacionalidades y pueblos del Ecuador, elaborado por la Dirección Nacional de Salud Intercultural del Ministerio de Salud Pública. Nos queda claro, entonces, que las plantas han conseguido protagonismo en la sabiduría andina, en las ciencias, en los tipos de medicina y en la tradición popular, como recursos empoderados de sus funciones sanadoras. En fin, por estos motivos se han registrado y difundido los beneficios de las plantas en documentos públicos y académicos que mencionaremos más adelante.
Tampoco es nuevo para nosotros que la cocina puede utilizar las plantas como parte de sus ingredientes, para producir efectos sanadores. Incluso, en el mismo Código de ética, se menciona a los vegetales como «presentes en este mundo acompañándonos, dialogando, enseñándonos y dándose a sí mismos como alimentos y como medicinas» (p. 64). Así, entendemos que la fusión de diversos alimentos y plantas puede convertirse en una cocina o gastronomía con poder sanador.
Además, la comida tiene definitivamente efectos en nuestros cuerpos físicos, mentales y espirituales. Todo esto lo estudiamos en mi primera publicación, El alimento, un ser vivo: Relatos de los pueblos andinos de Ecuador sobre sabiduría alimentaria, una recopilación de relatos, sabiduría e historias de vida de indígenas de los pueblos de Ecuador. Allí concluimos que los alimentos, vistos desde la perspectiva y la sabiduría andinas, tienen una influencia en el bienestar integral de los seres humanos. Sobre todo, los relatos que inspiraron y llenaron las páginas de aquella investigación nos reafirmaron que los alimentos tienen capacidades curativas, es decir, son nutraceúticos¹ y guardianes de la salud, especialmente las plantas, que son los alimentos vivos que nacen de la tierra (Pérez, 2020, p. 179).
Así, se sembró en mí una curiosidad por conocer más sobre el poder curativo de las plantas, y sobre cómo su inclusión en la cocina nos ayuda a formar una comida con beneficios integrales para el ser humano. Cuando escribí aquella publicación me di cuenta de que las plantas son una parte ideal de la gastronomía para generar una cocina sanadora. Aquí nació, entonces, una clara necesidad de que la gastronomía concientice sobre la capacidad curadora de las plantas, y de que podamos hablar con más frecuencia de una cocina que mantiene el bienestar de los seres humanos, en honor a la sabiduría andina. Debemos preparar el terreno para que las plantas tomen su rol entre los ingredientes, por no decir que tomen su protagonismo merecido, que han perdido con el tiempo.
La mayoría de las plantas con que cuenta nuestro país megadiverso tiene funciones medicinales. Dentro de las 5172 especies identificadas en la Enciclopedia de las plantas útiles del Ecuador, el 60 % se utiliza para fines medicinales, mientras que un 30 % se usa para la alimentación humana y un 20 %, con funciones sociales (De la Torre, Alarcón et al., 2008, pp. 8-9). En estas últimas, se encuentra lo que forma parte de la cosmovisión de nuestros pueblos andinos: pueden curar enfermedades no concretas y hasta el alma, alivian malestares físicos y psicológicos y también sanan las enfermedades conocidas como «mal de aire» o «mal de ojo» (Yépez, 2008, pp. 94-95). Además, encontramos que la mayoría de las plantas medicinales son hierbas y arbustos (De la Torre, Alarcón et al., 2008, p. 106), algo que nos resulta familiar, puesto que han sido las más populares por sus facultades curativas. Por ello, si bien muchas de las plantas comestibles también tienen beneficios medicinales, las hierbas, concretamente, se han tomado plazas y mercados y han otorgado el valioso oficio de hierbateras a mujeres que conocen sus poderes curativos y los transmiten de generación en generación. Se trata de un potencial que ha sido poco tomado en cuenta: no solo los atributos sanadores de plantas y hierbas han sido ignorados en la gastronomía actual, sino que también se han dejado de utilizar ciertos tipos de hierbas que solo se conocen por su afecto aliviador a través de infusiones o por las famosas agüitas y baños.
Por ejemplo, en El alimento, un ser vivo, en medio de las voces, las historias, los conocimientos heredados y las sabidurías transmitidas, fueron entrelazándose nombres de hierbas: magui, toronjil, taraxaco, ashnayuyos… Estos son solo algunos ejemplos que surgieron en las conversaciones y transmisiones de conocimiento, todas con funciones no solo organolépticas, sino también nutritivas y reconstituyentes (Pérez, 2020, p. 186). Es más, recuerdo con mucho cariño un fragmento del relato de Laurita Santillán, de la nacionalidad kichwa del pueblo otavalo, en relación a las hierbas silvestres o, como las llaman en kichwa, los yuyos:² «Laurita asegura que los yuyos combinados con otros alimentos pudieron, por miles de años, nutrir a los indígenas sin el consumo de carne» (p. 158).
Ahora bien, debemos reconocer que la botánica, la etnobotánica y la academia ya se han encargado de documentar inventarios de plantas útiles. Es decir, sí contamos con publicaciones valiosas de plantas y hierbas y sus beneficios: por ejemplo, la ya mencionada Enciclopedia de las plantas útiles del Ecuador o las dos ediciones del Libro rojo de las plantas endémicas del Ecuador (León et al., 2012), que recogen más de 4500 especies. Ambos libros de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador son íconos bibliográficos de la flora ecuatoriana. Otro ejemplo valioso es Plantas de Quito (2013), de Carlos Ruales, de la Universidad San Francisco de Quito. En fin, como afirma Mauricio Nieto (2019, p. 3), «[e]n los últimos años, investigadores españoles y latinoamericanos han mostrado un creciente interés en temas de botánica, farmacia y medicina. La literatura secundaria en español es enorme».
Adicionalmente, es importante que pongamos sobre la mesa que, dentro del maravilloso mundo de las plantas, contamos con un concepto con enorme potencial: las plantas alimenticias no convencionales (PANC), todas aquellas con potencial alimentario que crecen con facilidad en nuestros entornos, pero a las que difícilmente se encuentre en sitios de comercialización, o sobre las que se carece de conocimiento. Este concepto abarca todas las partes comestibles de la planta, como raíces, flores, semillas, entre otras. Además, estas plantas, muchas de ellas silvestres, tienen altos valores nutricionales (Duarte, 2020, pp. 6-7). Por lo tanto, rescato las valiosas investigaciones actuales, como la Guía de plantas alimenticias no convencionales en el Chocó Andino, de Nina Duarte (2020), donde encontramos una detallada lista de las PANC que crecen en este territorio particular del noroccidente de Pichincha, cada una de ellas con sus beneficios nutricionales y posibles usos en la cocina. Definitivamente, es un campo de estudio que nos abre las puertas para futuras investigaciones sobre la inclusión de las PANC en la gastronomía y los hábitos alimentarios de nuestra sociedad. Más aún, vale recalcar que varias de estas plantas también poseen beneficios medicinales y, por lo tanto, se encuentran inmersas en los conocimientos, huertos y centros de comercialización de las personas que siembran, recolectan y comercializan plantas medicinales.
Ahora bien, aterrizando en el objeto específico de estudio, debo recalcar con mucho entusiasmo y satisfacción —al observar una nueva línea de investigación alineada a este tema— que recientemente se publicaron dos repositorios de plantas medicinales de los principales mercados de Quito. Uno de ellos es el realizado con el apoyo de la Secretaría de Cultura del Municipio de Quito, El almanaque de las hierbas golosas, un proyecto de investigación de la cocina de la salud y de las hierbas y especias del Mercado Central de Quito (Pazos et al., 2023). Se trata de un aporte muy valioso de las diversas hierbas y sus beneficios corporales, incluidas recetas para su aplicación.
También contamos ya con el catálogo 100 hierbas medicinales, una publicación resultante del proyecto «Territorios que sanan», iniciativa del Museo de la Ciudad y la Plataforma 1.° de Mayo con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El catálogo, como su título nos indica, nos ofrece una oferta de cien plantas medicinales que se comercializan en la Plataforma Central 1.° de Mayo de San Roque, con el objetivo de revalorizar el trabajo y los procesos de recolección y cosecha de las plantas y potenciar la conexión entre hierbateras y consumidores, así como la preservación de la medicina tradicional (Museo de la Ciudad y Plataforma 1.° de Mayo, 2022a).
Finalmente, debo recalcar que algunas plantas medicinales aparecen en las publicaciones Hierbateras, experiencias desde el saber comunitario, resultado de un trabajo de intercambio con las hierbateras del Centro Histórico, las adultas mayores de 60 y PiQuito, el Museo de la Ciudad y el Museo Interactivo de Ciencia (Mediación Comunitaria, 2015). A pesar de que estas publicaciones son muestras muy significativas y relevantes sobre las plantas medicinales y sus posibles usos en la cocina, afortunadamente todavía nos abren el camino y nos brindan una oportunidad para otro tipo de publicación humana o testimonial. Es decir, consideramos necesarias las publicaciones locales que no solo vinculen las plantas medicinales con la cocina, sino que también documenten las historias de vida de las personas auténticas, originales y conocedoras de los poderes de las plantas.
Por lo tanto, tenemos el camino libre para documentar las voces e historias de vida de los seres humanos que se dedican al oficio de conocer, cultivar, recolectar, cosechar y comercializar las plantas con usos medicinales y, sobre todo, vivir la magia verídica de las plantas en su día a día. Estas son las conocidas hierbateras, que han proporcionado la información valiosa para aquellas publicaciones. Debemos trabajar en dar a conocer sus rostros —al fin y al cabo, siempre hemos hablado de la importancia de dar rostro a la gastronomía—. En resumen, es importante que contemos con investigaciones o publicaciones que brinden protagonismo a quienes nacieron con el conocimiento puro y vivo sobre las plantas. Concretamente, que cuenten la historia de las mujeres andinas de Ecuador que guardan en su memoria colectiva el rol de haber conocido a las plantas y sus virtudes a profundidad, un conocimiento que les daba valía y poder, y que también fue motivo y excusa para etiquetarlas como brujas con el objetivo de aplacar su lucha, su resistencia y su manejo de la naturaleza, que representaban riesgos para los conquistadores y las sociedades con sistemas patriarcales.
Con respecto a las hierbateras como punto central de esta investigación, debo mencionar los proyectos actuales existentes, que fueron también fuente de inspiración para esta obra. Como docente de la Escuela de Gastronomía, tuve el honor de participar en el proyecto «Volver al mercado», liderado por David Lasso y Estefanía Luna,³ una valiosa mujer con la fuerte convicción de ayudar a otras mujeres a través de su emprendimiento familiar La Luna del Ilaló,⁴ con el apoyo de la Secretaría de Cultura del Distrito Metropolitano de Quito y el Museo de la Ciudad. Para cumplir su valioso objetivo de acercar a los consumidores a los mercados, identificaron y trabajaron con los comerciantes de plantas de la Plataforma Central 1.° de Mayo, ubicada en San Roque, que resulta ser el principal centro de acopio de plantas medicinales de la ciudad y donde trabajan varias mujeres con el oficio de hierbateras.
El proyecto incluyó salidas de campo para compartir con sus familias, así como para trabajar en conjunto con cocineras del mercado y estudiantes de la Escuela de Gastronomía⁵ de la UDLA, para desarrollar platos que usaran plantas medicinales y silvestres y, así, promover su uso en la cocina cotidiana. Este menú incluyó platos de la cocina popular con las
