Explora más de 1,5 millones de audiolibros y libros electrónicos gratis durante días

Al terminar tu prueba, sigue disfrutando por $11.99 al mes. Cancela cuando quieras.

Planeación territorial en Colombia: (cosmo) visiones en disputa: Hacia una ética territorial colectiva
Planeación territorial en Colombia: (cosmo) visiones en disputa: Hacia una ética territorial colectiva
Planeación territorial en Colombia: (cosmo) visiones en disputa: Hacia una ética territorial colectiva
Libro electrónico529 páginas6 horas

Planeación territorial en Colombia: (cosmo) visiones en disputa: Hacia una ética territorial colectiva

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer vista previa

Información de este libro electrónico

La ética territorial colectiva (e.t.c.) es considerada por la crítica especializada en Argentina, Brasil y Colombia una verdadera alternativa para la planeación territorial en clave de ética ambiental. Inspirado en la obra de Bruno Latour y en la agenda de investigación de la filósofa colombiana Diana María Muñoz-González, este libro presenta una nueva filosofía política de nuestros tiempos al proponer la e.t.c. como una guía, no solo para reflexionar, sino también para actuar de cara a los desafíos comprendidos bajo las denominaciones de "crisis civilizatoria", "crisis ambiental" o "crisis de la objetividad". Desafíos ante los cuales la e.t.c. emerge como una respuesta teórico-práctica que posibilita cumplir con la urgente tarea de reorganización de la vida pública contemporánea, pero sin caer en el catastrofismo, la desesperanza o el negacionismo acerca del origen humano del cambio climático.
IdiomaEspañol
EditorialUniversidad del Bosque
Fecha de lanzamiento1 sept 2023
ISBN9789587393453
Planeación territorial en Colombia: (cosmo) visiones en disputa: Hacia una ética territorial colectiva

Relacionado con Planeación territorial en Colombia

Libros electrónicos relacionados

Política pública para usted

Ver más

Comentarios para Planeación territorial en Colombia

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Planeación territorial en Colombia - Germán Andrés Molina Garrido

    Introducción

    ¿Por qué pongo en consideración una ética ambiental como elemento articulador de la planeación?

    El plan puede o no fallar; plan A, plan B, plan C… Se planea o, si no, otros planean por y para uno. Cuando la fuente de la planeación es uno mismo, se planea, por ejemplo, la organización del lugar para dormir. Incluso, los habitantes de calle (homeless del norte y del sur) –a quienes desde algunos marcos teóricos llamarían apresuradamente como puro lumpen-proletariado– sí que saben cómo es de importante hacerlo – planear el dormitorio–, y emplean para ello frazadas, cartones, plásticos…, cada cosa, quizás, recolectada de los basureros y deshechos de la ciudad contemporánea, o por vía de la filantropía. Se planea el cultivo, se planea el jardín. Fukuoka, en Japón, planea una revolución agrícola con una brizna de hierba.

    La joven pareja recién juntada –heteronormada o igualitaria– planea el lugar para vivir y convivir. El joven emo planea dónde poder vivir solo y sin testigos. This is my house and my bed –decía mi amigo, Mohamed–, mientras con su mano derecha señalaba un maletín de rodachines una mañana, antes de iniciar clases, cuando ambos aprendíamos inglés en la cosmopolita Boston, Massachussets. Exactamente en un salón planeado para la convivencia intercultural de futuros anglo-speakers en el muy planeado sector de Beacon Hill, cerca de la aún cada vez más y más planeada Boston Common (la plaza que rinde culto a la democracia occidental liberada del yugo imperial inglés). Sí, allí, en Boston, donde se planeó derramar el té y Washington habló de planear la Unión de Estados Americanos, hoy bajo la amenaza del supremacismo blanco. El realizador audiovisual planea el territorio y los personajes, a los que luego encuadrará con la cámara para producir la imagen garabateada en la escaleta.

    Cuando la fuente de planeación proviene de otros puede ocurrir, por ejemplo, que el terrorista planee en qué sitio quiere hacer estallar el avión, sin que el ciudadano advierta su próxima conversión en víctima: ¡New York Strong!, o puede ocurrir, incluso, que una mañana, los viejos buses de chimeneas, con sus humaredas de dióxido de carbono, sean reemplazados por la actual flotilla de buses de servicio público, articulados o biarticulados, o que la nueva línea del metro haya emergido y para hacerlo, los técnicos hayan tenido que negociar con varios propietarios la venta obligatoria de terrenos para trazar la ferrovía. Puede ocurrir también que se desvíe el curso de un río o se perfore una montaña para crear una hidroeléctrica o aumentar la velocidad de las mercancías puestas en el puerto costero con destino a la ciudad consumista. Imaginemos cuánta planeación territorial hay entre la gente de Amazon o de Alí Babá para lograr que el cepillo de dientes de bambú, que amenaza con reemplazar al viejo y dañino cepillo de plástico, llegue desde Kioto hasta la mano de la brillante estudiosa y activista del ambiente.

    Se planea remodelar, modernizar la cocina porque, según los hermanos Andrew y Jonathan Scott que aparecen en la televisión, los acabados y el estilo ya no son de esta época. Se planea la jaula de conservación del oso y del cóndor. El parque natural ha sido planeado para servir de destino eco-turístico. Se planea el altar zen, budista, musulmán, judío, católico y el altar de los orishas. Se planea lo que deberá ir en el sur, en el norte, en el oriente y en el occidente, en una especie de feng shui del espacio. Se planea el recorrido que hará el visitante en el museo, en el banco, en el circuito ambiental. Se planea el confinamiento, el distanciamiento, el autodistanciamiento y se cierran aeropuertos, localidades, ante la desorganización general ocasionada por un virus para el que no teníamos ni Plan A, ni B, ni C, pero que algunos teóricos dicen que fue planeado en los laboratorios del neoimperalismo, allá, en un país lejano de lengua muy extraña. Se planea salir de la Venezuela socialista con destino a Miami, Lima, Bogotá, Cúcuta, Buenos Aires, Jamundí, Ciudad de México, Mendoza. Se planea dónde es necesario fumigar con glifosato y, para alguno, cómo camuflar el producto para que nadie lo vea. Se planea el teatro de operaciones militares y el teatro del festival de verano. Se planea dónde y cómo ubicar la nueva estación planetaria internacional dentro de la órbita geoestacionaria de la Tierra y más allá. Se planea quiénes planean y quiénes serán planeados. Y, esto es clave, se planea qué materiales emplear para planear el territorio. ¡Cuidado con el asbesto, es mejor que sean materiales limpios y amigables con la salud y el ambiente! Micro, macro, mini, nano, multi, mono… se planea el territorio, el espacio.

    Al menos dos cosas se pueden concluir de un inventario de la planeación como el anterior. Por un lado, todo parece indicar que hay una omnipresencia de la planeación y que esta, por consiguiente, es propia de un modo de ser humano: de aquel o aquella que se interesa en obtener mejores resultados por la ejercitación y mejoramiento de aquello que se planea e ingresa en la órbita o en el horizonte de la planeación. Vista así, la actividad de planeación puede ser comprendida como parte del espectro de la seguridad y la pervivencia individual y colectiva, como una acción que vale la pena echar a rodar sin tener muy claro si lo planeado será efectivamente real o no. Lo que dicha omnipresencia tal vez refleja es una búsqueda de anticipación y control de algo que se percibe como susceptible de ser mejor planeado, lo que por ende parece indicar también que la actividad de planear responde a una cierta conciencia de la falla que se puede producir si se dejan las cosas al mero azar. Parece entonces que aferrarse a un plan es mejor que esperar o que no hay que esperar si se cuenta con un plan a menos, eso sí, que el plan sea esperar. Por lo tanto, alrededor de este punto, como lo dice el adagio popular, "tenga plan B, por si falla el plan

    A

    ". La planeación implica por lo menos una conciencia mínima de falla y error.

    Por otro lado, el inventario también parece indicar que cada vez es más difícil aportar evidencia que nos permita seguir hablando del territorio como una unidad homogénea, ni siquiera en el seno de una misma unidad estatal o nacional. Por ende, quizás este inventario contribuya a llamar la atención sobre la pluralización de la cuestión territorial y, con ello, a tomar como punto de partida que hay varios conceptos y visiones del territorio, y que la unificación prematura del concepto nos podría brindar un retrato muy empobrecido del mundo real.

    Ahora bien, en el fondo ambas conclusiones ponen de manifiesto cuánto hay en juego en la acción de planear, en la planeación de territorios y cómo debido a todo este esfuerzo se justifica hacer una revisión, por lo menos conceptual, de aquello que está en juego. Sin embargo, cabe la posibilidad de hacerse otras preguntas: ¿Estamos seguros de que en realidad se trata de un juego?, si es así, ¿quiénes son los jugadores y cuáles son las reglas?, y entonces, ¿las reglas son claras para todos?

    Para dar cabida, prolongar y poner a prueba las dos conclusiones provisionales que se derivan del inventario con el que hemos iniciado este trabajo y para responder a estas últimas preguntas, a lo largo de todo este libro se explora, analiza, reconoce y reconsidera el modo como ha sido concebida la planeación territorial que ha ido cobrando un carácter hegemónico y predominante en el mundo contemporáneo. Todo ello sin perder de vista las fuentes históricas, institucionales y conceptuales que le han nutrido, así como las tensiones a las que ha dado lugar. A partir de esto se busca animar la discusión sobre aquellos aspectos que están involucrados en la acción de planear en general, pero especialmente en la acción de planear territorios. Por esta razón, vale la pena señalar con más detalle algunas decisiones y argumentos que están detrás del propósito de analizar la planeación territorial, tanto como las dificultades que emergen de ella en tanto una idea fija, estática y estandarizada de territorio.

    Luego de varios años de investigación, iniciados con posterioridad a un periplo laboral como politólogo-antropólogo por los territorios campesinos de los departamentos de Córdoba y Norte de Santander, y por los territorios étnicos del trapecio amazónico, el Caribe y el Pacífico colombianos, desde este Estado-nación que a mi juicio debería ser pluralizado, en 2019 me pregunté: ¿Qué concepción de la naturaleza y del ser humano subyace a los procesos de planeación territorial en Colombia y en qué visión se fundamenta?, más aún, ¿qué otro tipo de concepciones son posibles y a qué políticas territoriales podrían dar lugar? Para responder a ello, me tracé el objetivo de analizar en clave ético-ambiental la relación humano-naturaleza derivada del componente territorial presente en los ocho planes de desarrollo formulados en Colombia desde la promulgación de la Constitución Política de 1991 (vigente).

    Sí, confieso que me preocupa Colombia, y por eso me ocupa, y mucho. Pero no por ese apego chauvinista que hace del patriotismo un terrible gesto de endogamia. No. Me preocupa porque aquí, desde donde escribo, no solo ha calado hondo un modelo económico-político que es predominante en el mundo, sino porque aquí también confluyen, en diferentes escalas, los problemas de la diáspora africana distribuida en el Pacífico, en el valle interandino, en la Costa Caribe y en el Caribe seco, en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Porque también aquí han tomado lugar la cuestión indigenista que se reparte a lo largo y ancho del territorio demarcado por el Estado-nación, la travesía gitana, la trasatlántica del pueblo Rrom, la cuestión animal, la guerra contra las drogas, el terrorismo de Estado y contra el Estado, el régimen mediático de la posverdad, la guerra, el narcotráfico, el asesinato de líderes y lideresas socioambientales, una actitud autista de una élite económico-política que busca salvaguardar sus capitales y, por contraste, también un nutrido movimiento democrático que se ha cansado, como en Chile, Argentina, Estados Unidos, toda África, todo el planeta… del cerco al constitucionalismo político progresista por parte del corporativismo global y de los populismos que a su servicio se han vuelto cada vez más expansivos.

    De este modo, la tesis que se desarrolla en este libro es: la planeación territorial en Colombia, que es representativa de lo que ocurre en la mayoría de los Estados-nacionales contemporáneos, ha respondido a cierta noción de desarrollo económico basada en el crecimiento y en la explotación sostenible de los recursos, y concibe la relación entre nosotros, los seres humanos, y la naturaleza, en términos de apropiación; en otras palabras, parece dar por supuesto que el ser humano está llamado, por su modo de ser, a apropiarse de la naturaleza, siendo así que la planeación territorial obedecería en cierto modo a la búsqueda de optimizar o racionalizar tal apropiación. Pero, ¿debe ser necesariamente así?, ¿no puede pensarse una relación entre el ser humano y la naturaleza que esté al margen de este concepto de apropiación y de la visión dualista y oposicional que este acarrea?, ¿a qué políticas de territorialidad daría lugar una visión alternativa?

    La tesis que sostengo es que, efectivamente, una visión distinta es posible y que, de asumirla, conduciría a una manera alternativa de pensar el territorio y, con ello, de organizarlo en función de la que también sería una noción de desarrollo diferente. A esta visión alternativa la nombro ética territorial colectiva (

    ETC

    ), que tiene como base la filosofía democratizadora y, dentro de esta, el continuo naturaleza-cultura (NatCul), tal y como ha sido planteado por el filósofo, antropólogo y sociólogo de la ciencia, Bruno Latour. La ética que propongo se desmarca de la teoría ética ambiental, pero conserva de este marco el desafío de no apelar a la noción de generaciones futuras como fuente de valor, de norma o de contrato. A diferencia de la ética ambiental axiológica, centrada en la noción de valor intrínseco de la naturaleza, o de una ética prescriptiva, enfocada en la imposición de leyes racionales de obligatorio cumplimiento e informadas por la Ciencia, la ética territorial colectiva (

    ETC

    ) se esfuerza por dejar abierta la búsqueda de nuevos principios de interacción entre lo humano y lo no humano, pero, por su tiempo de aparición y por las apremiantes urgencias de la época, se arriesga a tomar como punto de partida el principio filosófico político de redistribución, inspirado también en las investigaciones de Bruno Latour. Por lo tanto, la

    ETC

    no se basa en jerarquías, valores y apreciaciones dadas por anticipado sobre las entidades que pueblan el mundo, las relaciones que estas entablan y las finalidades que deberían perseguir, sino que sus apuestas se generan a partir de interrogantes y preocupaciones que son comunes entre seres humanos y no humanos interesados en articularse territorialmente para sobrevivir.

    Varios problemas están detrás de la tesis que aquí despliego. Como lo señaló en su momento el Consejo de Europa,

    la planeación territorial puede ser definida como una disciplina científica, una técnica administrativa y una política concebida como un enfoque interdisciplinario y global, cuyo objetivo es un desarrollo equilibrado de las regiones y la organización física del espacio, según un concepto rector [enfásis agregado]. (Consejo de Europa, 1983, p. 2)²

    En Colombia, la planeación territorial quedó formalmente consignada en el Título

    XI

    de la Constitución Política de 1991, con la que se desmontó la vieja Constitución de 1886. Esta última estuvo vigente en el país por casi cien años y sus principios católicos y centralistas –Bogotá, que era asumida como un distrito especial (

    DE

    ), fue el corazón y cerebro de la república– justificaron la idea de un país cultural y poblacionalmente homogéneo. En contraste con la de 1886, la bandera política de la Constitución de 1991 se enarboló a partir de tres ideas-fuerza: 1) hacia un Estado secular organizado alrededor del concepto de Estado social de derecho; 2) en procura de una descentralización político-administrativa gradual del poder público (justicia, legislación y ejecución), y 3) por el reconocimiento de un país cultural y poblacionalmente diverso, a la vez pluriétnico y multicultural. El territorio colombiano fue ordenado en varios niveles: municipios, departamentos, distritos, provincias, regiones y nación, a lo que se sumó la propuesta de adoptar un régimen territorial especial para las culturas étnicamente diferenciadas que, valga recordar aquí, habían sido sofocadas e invisibilizadas a la luz de la centenaria Constitución de 1886: pueblos indígenas, comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras (

    NARP

    ), y grupos Rrom o gitanos³.

    Pese a que, en apariencia, la Constitución de 1991 parecía orientada a enderezar el rumbo de la República de Colombia en materia de reconocimiento de la pluralidad de culturas asentadas en los territorios, por lo menos tres problemas emergieron alrededor del Título

    XI

    , es decir, acerca de la organización territorial. Primero, dado que en el país lo constitucional cuenta con fuerza jurídica y financiera solo hasta que se materialice en una ley de la república, la aplicación efectiva de varios de los artículos de la Constitución referidos al tema del ordenamiento territorial se ha visto retrasada. Aunque existen varias e importantes leyes anteriores a 1991⁴, solo veinte años después de promulgada la Constitución de ese año se expidió la Ley 1454 (exactamente el 29 de junio de 2011), publicada en el Diario Oficial No. 48.115, por medio de la cual se dictaron las normas orgánicas de ordenamiento territorial y se modificaron otras disposiciones. Sobre este primer problema, que es de índole práctico y político, pues habla de la tendencia del Estado colombiano a ver en la legislación la solución –formal– de todos los problemas sociales, el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda (2010) consideró irónicamente que esta ha sido la ley más estudiada y discutida previamente en toda la historia nacional (p. 284).

    Segundo, debido a la diversidad étnico-cultural de las poblaciones humanas históricamente asentadas en Colombia, las concepciones de territorio y los lenguajes de valoración sobre el mismo están hoy en disputa (Martínez, 2009). Sin embargo, la fuerza de esta controversia parece asfixiada, por lo que en este libro llamaré, en mis términos, la maniobra tecnocrática de los planes de desarrollo nacionales y locales. No es una novedad que en Colombia cada gobierno presidencial (el país tiene un régimen político presidencialista y marcadamente personalista) ha dejado consignada su particular visión de mundo a través de los denominados Planes Nacionales de Desarrollo, que son las hojas de ruta en las que inevitablemente queda plasmado el pensamiento político-jurídico del gobierno de turno. En dichos planes, sobre los cuales cada cuatro años –por lo menos desde 1991⁵– se debe alinear la planeación en los otros niveles territoriales, no solo hay una idea acerca de cómo se debería organizar y administrar el espacio físico, sino que esta refleja las concepciones que las élites políticas dan por sentada acerca de cómo ha de ser entendida la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Los siguientes fragmentos extraídos de algunos planes de desarrollo permiten entrever dicho reflejo:

    Plan de Desarrollo La Revolución Pacífica (1990-1994), del presidente César Gaviria Trujillo:

    […] una visión completa del desarrollo de Colombia no puede dejar de incluir el tema ambiental. En los años pasados, el aumento del nivel de vida de los colombianos ha ocurrido en buena parte a costa del medio ambiente y los recursos naturales. La erosión ha afectado el 49 % del suelo y la baja calidad del aire es una causa creciente de enfermedad en nuestras ciudades; los ríos y los bosques están destruyéndose de manera acelerada. Por ello el Plan contempla un profundo cambio institucional, una variación en las reglas de juego y numerosas modificaciones en materia financiera que aseguren que el desarrollo económico del país sea sostenible. Ante todo se busca que nuestros hijos y nietos puedan contar con un país grato para la vida en donde el progreso económico no destruya nuestras riquezas naturales [énfasis agregado]. (Cfr. de la Introducción, parr. 25)

    Allí también se formuló lo siguiente dentro del Programa C, Programa de ciencias del medio ambiente y el hábitat, incluido en el capítulo sobre el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología:

    El programa está orientado a la investigación sobre el funcionamiento de los ecosistemas, las relaciones hombre-medio ambiente desde el punto de vista de los asentamientos humanos, las pequeñas poblaciones y las dimensiones de lo urbano y lo industrial. También permitirá ampliar el conocimiento de los recursos naturales y las formas de protegerlos o explotarlos racionalmente. Todo ello como elementos indispensables para un aprovechamiento económico y un desarrollo social sostenible en el largo plazo. (Cfr. La Revolución Pacífica, Programa

    C

    , parr. 1)

    Otro ejemplo podría apreciarse en torno a la consolidación del desarrollo minero-energético para la equidad regional, contenido en el eje titulado Colombia en Paz del Plan de Desarrollo del segundo gobierno del presidente Juan Manuel Santos:

    Plan de Desarrollo Todos por un nuevo país (2014-2018), del presidente Juan Manuel Santos:

    Es fundamental continuar fortaleciendo el diálogo intercultural, informado, transparente y que reconozca la humanidad del otro, conducido por el Estado, acudiendo a los diferentes conceptos de tiempo que tienen las partes pero sin llegar a ser indefinido. Este debe ser, entendiendo como un proceso que incluye pero no se limita a la consulta previa. Lograr este diálogo requiere que el Estado sea capaz de liderar, ser actor y contribuyente fundamental del diálogo intercultural. Para eso, es necesario dotar con claridad conceptual, responsabilidad legal, presupuesto suficiente y personal calificado y estable a la institución responsable tanto de liderar los diálogos con todos los actores del territorio, y en particular las consultas con las comunidades étnicas, como también de coordinar la acción del Estado y realizar seguimiento de los compromisos que surjan del diálogo y/o consulta. Se debe crear un consenso multicultural respecto de la metodología, institucionalidad, tiempos, procedimientos y representatividad del proceso de diálogo intercultural. (Cfr. Cap.

    V

    ., p. 247)

    En este mismo plan, exactamente en el diagnóstico del eje Colombia, la más educada, se afirma lo siguiente:

    […] dada la coyuntura mundial actual, las naciones enfrentan una serie de retos comunes. La globalización en todos los niveles demanda un capital humano informado, innovador, crítico, flexible, con el dominio de más de un idioma, y con la oportunidad, disposición y capacidad de aprender a lo largo de la vida. Los procesos de transformación económica y social, el cambio climático, y las crisis financieras y humanitarias requieren individuos capaces de manejar el riesgo, con una sólida conciencia ambiental que les permita una apropiada interacción con su entorno, como sujetos activos del proceso de desarrollo humano sostenible. (Cfr. Cap.

    IV

    , p. 87)

    De manera que el segundo problema que se ha venido señalando, es decir, la existencia de diferentes nociones y valoraciones del territorio al tenor de la diversidad étnico-cultural que hay en Colombia, no queda enteramente recogida en los planes nacionales de desarrollo. Podría comprenderse mucho más si, sumado a los ejemplos ya señalados, se toma en consideración el concepto y la finalidad del ordenamiento territorial. Ambas cosas figuran en la Ley 1454 de 2011, específicamente en el artículo 2:

    (Inciso 1) El ordenamiento territorial es un instrumento de planificación y de gestión de las entidades territoriales y un proceso de construcción colectiva de país, que se da de manera progresiva, gradual y flexible, con responsabilidad fiscal, tendiente a lograr una adecuada organización político administrativa del Estado en el territorio, para facilitar el desarrollo institucional, el fortalecimiento de la identidad cultural y el desarrollo territorial, entendido este como desarrollo económicamente competitivo, socialmente justo, ambientalmente y fiscalmente sostenible, regionalmente armónico, culturalmente pertinente, atendiendo a la diversidad cultural y físico-geográfica de Colombia.

    (Inciso 2) La finalidad del ordenamiento territorial es promover el aumento de la capacidad de descentralización, planeación, gestión y administración de sus propios intereses para las entidades e instancias de integración territorial, fomentará el traslado de competencias y poder de decisión de los órganos centrales o descentralizados del gobierno en el orden nacional hacia el nivel territorial pertinente, con la correspondiente asignación de recursos. El ordenamiento territorial propiciará las condiciones para concertar políticas públicas entre la Nación y las entidades territoriales, con reconocimiento de la diversidad geográfica, histórica, económica, ambiental, étnica y cultural e identidad regional y nacional. (parr. 2)

    Así pues, se puede ver cómo la planeación territorial es objeto de una disputa que podemos definir, en primera instancia, como conceptual (¿qué se entiende por territorio?), con serias repercusiones prácticas (¿cómo debe ser habitado por los seres humanos?). Apunta pues a la necesidad de asegurar el reconocimiento, al menos en términos jurídicos, de la diversidad de ideas y prácticas culturales en conflicto. Por esta razón, habría que dejar muy claro que los planes de desarrollo no solo no logran cubrir la diversidad de concepciones del territorio de base étnico-cultural existentes en el país, y mucho menos los disensos y diferencias internas que existen al respecto en cada grupo o comunidad étnica y cultural. Habría que tener muy en cuenta que ni siquiera entre los pueblos, comunidades o grupos afro, indígenas o gitanos se piensa o actúa monolíticamente, pues hay entre ellos profundas diferencias de cosmovisión y praxis, o, para decirlo más explícitamente, no todos los indígenas creen y actúan en función de la Pacha Mama, y, por el contrario, algunos de ellos se han acomodado voluntaria o involuntariamente a discursos funcionales del capitalismo global.

    El tercer problema en torno a la planeación territorial en Colombia tiene que ver con los hallazgos académicos acumulados hasta hoy que apuntan a lo que se llama giro espacial o territorial de las ciencias humanas (Serje, 2010). Una larga tradición de científicos sociales colombianos –entre quienes cabe mencionar en orden cronológico al sociólogo Orlando Fals Borda (2010, 2010 y 1999), y a los antropólogos Arturo Escobar (1998, 1999, 2005, 2014, 2019) y Margarita Serje (1999, 2010, 2011)– han advertido la importancia capital que tiene la planeación del territorio como lugar científico y político disputado que compromete, entre otras cosas, imaginarios geográficos y geopolíticos, ideas del desarrollo humano y nociones de cultura, ambiente y naturaleza. Se da así un giro en la manera de concebir e interpretar al ser humano y al conocimiento humano como inseparables del territorio. En efecto, para quienes participan del mencionado giro, se trata de adoptar una actitud teórica proclive a defender y a promover dos cosas: 1) que los saberes (en plural) están anclados al territorio, y 2) que hay una base territorial en las formas de conocer, en los conocimientos e, incluso, en las formas de ser y de hacer. Esto es a lo que apunta la expresión conocimientos territorializados, central en este giro.

    Desde tal perspectiva, la planeación territorial consiste en proponer, según el término técnico empleado en algunos planes, una imagen objetivo del territorio que se pretende lograr. Por lo general, tal imagen objetivo está compuesta por los siguientes elementos:

    Una Estructura de Protección: Conformada por las áreas que integran la estructura ecológica principal, que es el conjunto de elementos bióticos y abióticos que dan sustento a los procesos ecológicos esenciales del territorio, cuya finalidad es la preservación, conservación, restauración, uso y manejo sostenible de los recursos naturales renovables, los cuales brindan la capacidad de soporte para el adecuado desarrollo socioeconómico de las poblaciones […].

    Una Estructura de Producción: Constituida por las áreas que, por razones de oportunidad, o por sus condiciones de aptitud, pueden ser objeto de usos agrícolas, pecuarios, forestales, comerciales, industriales, recreacionales, turísticos, institucionales, de restauración morfológica y rehabilitación de suelos u otros que involucren la producción de bienes o servicios necesarios para la población […].

    Áreas de inmuebles considerados como patrimonio cultural o natural. […].

    Áreas de servicios públicos domiciliarios. […]

    Áreas de amenaza y riesgo: Incluye las zonas que presentan alto riesgo para la localización de asentamientos humanos por amenazas o riesgos naturales o por condiciones de insalubridad.

    Una Estructura de Asentamientos Urbanos: Constituida por las áreas destinadas a usos urbanos y de expansión urbana, a usos suburbanos y las de los centros poblados rurales […]. (Concejo Municipal de La Calera, Acuerdo municipal No. 011, agosto 27 de 2010, pp. 9-10)

    En ese sentido, la imagen objetivo del territorio que se pretende lograr con la planeación territorial abarca desde cuestiones micro-espaciales, tales como la habitabilidad doméstica, la agricultura urbana o rural, el jardín y el uso individual y familiar del suelo, hasta cuestiones macro-espaciales, como la protección de ecosistemas estratégicos, la vigilancia epidemiológica, los megaproyectos eléctricos, comunicacionales o viales, las rutas legales, el control de rutas ilegales de comercio y la prevención de riesgos frente a posibles desastres de toda índole, entre otros. En Colombia, el inventario detallado de las cuestiones que cubre la imagen objetivo del territorio se halla recogida en el régimen legal ambiental⁷, que, entre otras cosas, debe estar articulado con la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano (1972) y con la Declaración de Río de Janeiro sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1992), así como con los objetivos de desarrollo periódicamente actualizados, definidos y promovidos por la Organización de Naciones Unidas (

    ONU

    ). Sin embargo, pese a que en las declaraciones de Estocolmo y de Río, especialmente en sus preámbulos, se hace explícita una concepción de la relación que ha de haber entre los seres humanos y la naturaleza, o al menos se encuentra una enunciación de los ideales y aspiraciones que deberían conducirla, en la planeación nacional del territorio en Colombia aparentemente no hay una preocupación explícita ni sistemática por enunciar esto mismo.

    Con todo, la ausencia o indefinición en la planeación territorial nacional de una concepción sobre el modo de relación que debe existir entre los seres humanos y la naturaleza es solo aparente. Necesariamente hay una visión detrás, la cual, precisamente, alimenta los litigios que se presentan entre los valores que las distintas comunidades, pueblos y etnias buscan defender en materia territorial y los que promueven tales políticas. La sospecha cada vez mayor ante la crisis ambiental y climática actual, es que la visión presupuesta en esos planes territoriales sobre cómo debe ser concebida la relación entre el ser humano y la naturaleza –que resulta funcional a la ley de acumulación de capital propio de la producción económica hegemónica global– reclama ser contrastada y cuestionada frente a visiones distintas de cómo debe ser esa relación y, más aún, sobre el modo de ser de quienes entran en esta relación: el ser humano y la naturaleza.

    Precisamente, en razón de esto último, esta apuesta investigativa es de índole filosófica. Usualmente los análisis acerca de la planeación territorial se han efectuado desde la ciencia política, la economía, el derecho, la geografía, la antropología y, actualmente, en mayor proporción, en el campo de los estudios sobre el desarrollo o a través de la denominada ecología política (Demos, 2013; Alimonda, Toro y Martín, 2017; Mesa, 2018). En esta investigación se buscó, en cambio, remontar el análisis a un nivel filosófico en el que se indagó a fondo la visión (ontológica, antropológica y ética) que quedó reflejada en el componente territorial formulado en los planes de desarrollo en Colombia –en especial a partir de la promulgación de la Constitución Política de 1991–, es decir, se sometió a examen crítico la forma de concebir allí la relación entre el ser humano y la naturaleza y las consecuencias prácticas, tanto éticas como políticas, a las que esto ha dado pie. Ciertamente, la forma de concebir dicha relación obligó a formular preguntas acerca de las consecuencias prácticas que se derivan de esta concepción, y a dejar abierta, por ende, la pregunta acerca de cómo podría concebirse una política de planeación territorial que parta de una visión distinta de esta relación, una que, en particular, responda a una preocupación ético-ambiental.

    Anotemos que la ética ambiental no es una ética aplicada como, por ejemplo, la bioética (Valdés, 2004), sino que es un campo autónomo de la filosofía que se interroga por los fundamentos de la consideración y el trato que, en un sentido amplio, los seres humanos conceden a la naturaleza. Es así como en este campo, varias posturas fundamentan los preceptos éticos hacia la naturaleza sobre la idea de que esta tiene valor por sí misma, y no solamente como medio para el ser humano. Se les reconoce así un valor intrínseco a priori, y no solo instrumental, a algunas entidades naturales, como ecosistemas, biotas, entre otros, en virtud de lo cual se exige que sean preservadas de cualquier acción humana que las ponga en peligro, independientemente de la pérdida de utilidad que esto pueda representarle a los seres humanos. Aunque se trata de una línea de argumentación muy llamativa, esta investigación se distanció de dicho enfoque y prescindió de la noción de valor intrínseco, no solo en relación con la naturaleza, sino también en relación con el ser humano, ya

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1