Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Operación Tyche: La venganza de Ucrania
Operación Tyche: La venganza de Ucrania
Operación Tyche: La venganza de Ucrania
Libro electrónico395 páginas5 horas

Operación Tyche: La venganza de Ucrania

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Un grupo de turistas navega en un crucero por la costa Adriática. Un descubrimiento inesperado transforma sus tranquilas vacaciones en una trepidante aventura no exenta de peligros. Entonces es cuando la verdadera personalidad de cada uno se revelará y todos ellos se verán arrastrados por la ambición a sumergirse, no solo en el corazón del terreno territorio ucraniano inmerso en la guerra, sino también en las profundidades de la mente humana.

Como si de una maldición se tratara, empieza una cuenta atrás para que cada uno de ellos pueda salvar su vida, y también su alma.
IdiomaEspañol
EditorialKolima Books
Fecha de lanzamiento21 may 2024
ISBN9788410209176
Operación Tyche: La venganza de Ucrania
Autor

Juan Llopis Climent

Licenciado en Biología, MBA, ha cursado estudios de Veterinaria, Historia Contemporánea, Antropología, Robótica y Filosofía. Es secretario del primer partido político transhumanista de España, ALFA Alianza Futurista. Su vida profesional ha sido tan variada como asombrosa. Vivió en las montañas criando visones. Llevó una exposición de serpientes ambulante, para charlas divulgativas proteccionistas. Fabricante de tortillas mejicanas. Trabajó en gestión de Calidad. Creador de farmacias online. Fundador de una empresa de venta de consultoría. Promotor inmobiliario. Proyectó el más ambicioso parque de maquetas del mundo, “Minimundo”. En la actualidad es gerente una empresa de maquetismo profesional. Y en sus ratos libres da conferencias teatralizadas de la 2ª Guerra Mundial, de la que es un especialista. Otras novelas han sido “Athanatos” (Inmortal), “Las amantes del Führer” y “Flor de Espliego”.

Relacionado con Operación Tyche

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Operación Tyche

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Operación Tyche - Juan Llopis Climent

    1. «SNORKEL»

    Todo empezó el tercer día de crucero turístico por el Adriático en el barco «Premiere». Tocaba snorkel, el buceo con tubito para respirar de toda la vida. Los anglicismos lo asedian todo.

    El barco solía fondear en una zona de aguas cristalinas. Estaba rodeado por gigantescos bancos de castañuelas, pequeños peces negros que forman grandes cardúmenes desordenados. Estos animales no reaccionan a la aparición del depredador moviéndose en la misma dirección, como hacen la mayoría de los peces, sino que son unos locos desordenados; su movimiento es típicamente browniano, un caos total, sin orden ni concierto. Y en eso radica su éxito. Cualquier pez grande que intente atraparlos se verá sorprendido por la duda continua. Jamás cazará a ninguno.

    Cerca de estos grupos de peces suele haber bancos de alevines de la misma especie de un llamativo color azul metálico, todo un espectáculo para la vista.

    Aquella mañana, el capitán tomó la decisión de fondear en dos calas más alejadas, donde ya había atracado un yate de gran lujo. Era un magnífico barco de color oscuro; brillaba con ese negro antracita de los coches de alta gama. Parecía un bello fantasma del mar. Sus dueños debían tener mucho dinero, y tal vez mucho gusto. Sin embargo, parecía como si escondiera algo. Nada se advertía en cubierta, sus cristales estaban ahumados, no se veía el interior.

    El capitán, que era un hombre prudente, fondeó a una cierta distancia. En el mar existe la territorialidad, y es cierto que los yates más ostentosos suelen marcar el territorio como lobos dominantes. Hay un halo de protección de la intimidad a su alrededor que es directamente proporcional a su tamaño y lujo.

    Unos minutos más tarde apareció otro barco, una goleta con dos palos. Se puso en medio de los dos, rasgando toda la prudencia de la que hablábamos. El silencio fue roto por un estridente y molesto reguetón acompañado de risas de un grupo de jovencitas en bikini y chavales con una copa en la mano. Se acabaron la calma y el encanto de la cala. Sin embargo, del yate de lujo no salió nada; no se movieron, ni apareció nadie. Nuestra nave rezumaba tranquilidad veraniega, descanso. La nave oscura representaba riqueza oculta, dinero silencioso, de ese que no quiere llamar la atención, aunque no lo consiga. Los nuevos eran pura juventud desenfrenada, música alta y risas irritantes. Era molesto que a esa temprana hora de la mañana ya buscaran juerga. Todos los de nuestro barco oíamos sorprendidos cómo nuestros vecinos inundaban de música ruidosa aquel paraíso de paz. El barco negro era hermético; sospechábamos que si ya no les gustaba nuestra presencia, mucho menos les gustaría la de nuestros escandalosos vecinos.

    Ivanna se encargaba de organizar todas las actividades del día. Ese día tocaba bucear en las cristalinas aguas del Adriático.

    –Podéis veg muchos peces cerca de las rocas; hay una profundidad de seis metros. El que tenga pulmones para bajag que lo intente, pero os recomiendo que os quedéis en la superficie, se veg casi lo mismo y no se cogrre ningún peligro –dijo, dejando sentir su acento.

    Las recomendaciones eran más propias de una madre clueca que de una animadora de vacaciones.

    –Tenéis casi dos horas. Después se preparará un delicioso almuerzo croata.

    Todos fuimos a la cubierta inferior, donde estaban las duchas para quitarse la sal y las escaleras para que bajáramos los más mayores. Los jóvenes saltaban desde la borda.

    Yo tenía mucha experiencia en buceo; lo había hecho prácticamente toda mi vida. A mí me gustaba el buceo autónomo, pero esa vez me daba lo mismo; solo pretendía divertirme y comparar ese ecosistema con el del Mediterráneo de las costas españolas que tanto conocía. Me llamó la atención el que, aunque el agua estaba muy trasparente y no se veía nada de basura, sin embargo había muy poca vida; pocos corales, pocas esponjas y poquísimos peces. El fondo era exactamente igual al de las costas alicantinas, pero triste; no había nada que reseñar, ninguna cosa que sorprendiera. Hice varias inmersiones a seis metros forzando mis ya avejentados pulmones. Al final desistí; era muy aburrido.

    Cuando volvía al barco nadando, decepcionado, me fijé en una pared vertical que tenía una oquedad de un relativo tamaño. Me llamó la atención el que la roca pareciera haber sido labrada. Volví sobre mis aletadas e intenté observar esa pared desde otro punto de vista. Se encontraba en un pequeño talud, con un ángulo casi vertical. Gracias a la tremenda transparencia del agua descubrí una puerta… No podía creerlo. Intenté acercarme bajando esos seis metros y vi que era una puerta metálica con su marco, del mismo material, intacto. Tenía un candado muy oxidado, pero la puerta en sí estaba bien mantenida, sin apenas algas ni rizomas adheridos. Subí a coger aire; mi organismo ya protestaba. Una bocanada y otra vez para abajo; el corazón sonaba en el interior como en una caja hueca. Mi nerviosismo por el extraño descubrimiento me tenía totalmente enajenado. Bajé cinco veces, utilizando una técnica que me había enseñado mi amigo Ángel, avezado submarinista; consistía en hiperventilar en la superficie y vaciar totalmente los pulmones, sumergiéndose con poco aire. Al introducirte, la sangre está oxigenada y te mantiene consciente y alerta. Este sistema me permitía bajar más rápido y aguantar más tiempo.

    La puerta tenía un picaporte que intenté abrir pero no se movió ni un milímetro. Cansado, me acerqué al barco, subí y, sin poder aguantar la emoción, se lo dije a Pablo.

    –¡Pablo! ¡Hay una puerta!

    –¿Qué dices? –Me miraba sin prestar mucha atención, como a un niño cuando encuentra una estrella de mar.

    –Síí, es increíble. ¡Una puerta cerrada a seis metros!

    –¿Una puerta? ¿Dónde? ¿En el casco del barco?

    –No, no. En una roca cerca de aquí, en una pared. Una puerta cerrada con un candado.

    –Pero ¡qué tonterías dices! ¿Debajo del agua?

    –Que sí, créeme, es una puerta perfectamente conservada. Está un poco profunda. Ven, sígueme y te la enseño.

    Pablo se puso la máscara con un cierto fastidio; no buceaba bien y le desagradaba tener que llegar a esa profundidad; además, apenas me conocía. Creo que pensó que estaba ante un imbécil que le iba a complicar la vida.

    Pablo era consultor financiero, un hombre muy práctico y que no hacía caso de fantasías. Nos habíamos conocido el primer día cuando nos presentaron en la cena del capitán. Éramos un grupo de españoles y él llevaba la voz cantante. Tenía la cabeza rapada, el cuerpo cuidado en gimnasio y era un buen nadador, aunque no le gustaba el buceo; decía que le producía una claustrofobia tremenda. Yo, sin embargo, insistía mucho con la puerta.

    Se metió con un cierto escepticismo, aunque también le movía la curiosidad. Nadamos unos diez minutos hasta llegar a la roca. Se la señalé con el dedo y aspiré, llenando bien los pulmones para poder aguantar un rato abajo. Me acompañó. Enseguida vimos la puerta. Me acerqué hasta coger el candado. Lo sacudí con fuerza; se movió, pero nada más. Pablo me miraba bajo el agua. Subimos a respirar y nos quitamos el tubo.

    –¡Es cierto! Una puerta de metal. Asombroso, y no parece vieja.

    –¿Qué te decía? Será de pescadores.

    –¡Qué absurdo! ¿Para qué quieren los pescadores guardar aparejos abajo? No me parece lógico.

    Hablábamos en la superficie, tragando agua y agotándonos.

    –Volvamos al barco.

    Mientras subíamos a la cubierta, sin pensarlo dos veces nos dirigimos a buscar a Ivanna. Nos cruzamos con Alejandro, otro amigo, hombre de pocas palabras, ingeniero industrial.

    –Habéis salido del agua como si quemara. ¿Qué os pasa?

    –No te lo vas a creer: hemos encontrado una puerta debajo del agua.

    –¿Una compuerta?

    –No, una simple y normal puerta metálica. Está cerrada y cabe perfectamente una persona por ella.

    –No tiene sentido –decía Alejandro, que, como buen ingeniero, era un ser muy racional y lógico. La imaginación, y mucho menos la fantasía, no entraba en sus parámetros.

    –Sí –dijo Pablo–, carece de sentido, pero la realidad es que está allí, a seis metros. –Levantó los hombros mojados mientras se los secaba. Pablo, sin palabras, me miró a los ojos; sabíamos que habíamos encontrado algo increíble.

    Decidimos esperar a la noche para bajar con una luz potente y ver si podíamos abrir la puerta. Solo sirvió para añadir incertidumbre a nuestro descubrimiento. El candado no estaba oxidado y era imposible de forzar con un simple cuchillo de buceo. Nos metimos los tres en el agua, comentándole a Misso, uno de los marineros del barco, que salió al oír chapotear en la cubierta:

    –Nos gusta nadar de noche.

    No dijo nada. Estaba acostumbrado a las excentricidades de los pasajeros.

    ***

    Por la mañana, en el desayuno, Pablo, muy serio, propuso:

    –Se lo voy a comentar a Ivanna para que se lo diga al capitán. Seguro que es algo común entre los lugareños.

    Ivanna se acercó al oír su nombre. Era una mujer joven, de unos veintisiete años, con unos preciosos ojos azules, iguales que el mar de su tierra. Un rizado pelo rubio le caía a borbotones por la espalda. Era una guapa croata que hacía magníficamente bien su trabajo de guía turístico.

    –¿Queg desean? Les veo un poco excitados. ¿Cómo puedo ayudagles?

    –Juan ha encontrado debajo del agua una puerta metálica cerrada.

    –No los engtiendo.

    –Sí, es muy raro, pero en el fondo muy simple. Imagínate una puerta en una roca, cerrada con un cerrojo. Bien, pero a seis metros de profundidad.

    –¿Y qué quieren que haga yo?

    –Solo que se lo traduzcas al capitán. Queremos saber si esto es normal en estas costas.

    Buegno, voy a comentárselo.

    El capitán se encontraba en el puente de mando mirando unas cartas marinas. Solo hablaba croata e Ivanna empezó a contarle que nosotros estábamos extrañados por lo que habíamos visto bajo la superficie. Por los gestos que hacía estaba claro que no entendía nada. Me acerqué a Ivanna y se lo volví a explicar, esperando que ella lo tradujera literalmente, mientras miraba fijamente al sorprendido marino.

    Ne, ne –repetía, negando con la cabeza.

    –Ivanna, dile que sí, que está a pocos metros del barco. Que venga con nosotros y lo vea buceando.

    Ivanna se lo explicó, y nosotros dedujimos que no le gustaba la idea por la cara de rechazo que puso y por la repetición continua de su «ne» acompañado de un «sranje!».

    –Ivanna, ¿qué dice?

    –Que no.

    –Pero repite algo más.

    –Sí, que se vayan a la mierda.

    Mientras decía esto se ponía totalmente colorada y pedía perdón, aunque el capitán seguía mirándome fijamente y repitiendo su negativa. Pablo intervino:

    –Solo le estamos pidiendo que se ponga una máscara y vea lo que estamos diciendo. Me molesta su empecinada desaprobación.

    Ivanna, queriendo romper la tensa situación, se ofreció a bajar ella a verlo.

    –Vale, de acuerdo. No sabía que estábamos dirigidos por un ignorante cabezota.

    Ivanna se puso la máscara y el tubito, y, sin pensárselo dos veces, se quitó el vestido. Debajo llevaba un discreto bañador negro que realzaba un fantástico cuerpo.

    –Os sigo. Enseñadme esa egtraña puegta.

    –Yo también quiero verla –nos dijo Alejandro.

    Los cuatro nos deslizamos por el agua y en pocos minutos nos encontrábamos encima del pequeño talud. Allí estaba, en el mismo sitio; no era ningún espejismo, ni el efecto de un sueño momentáneo. La inexplicable puerta hizo que, mientras volvíamos al barco, mi imaginación subiera a la montura de la locura, algo que solía sucederme con mucha frecuencia. Siempre había tenido una mente muy fantasiosa. Yo decía que era un gran cuentista. Mientras aleteaba pensaba que detrás de aquella puerta había un nuevo mundo, un sinuoso camino entre prados soleados y abetos altísimos. Me hacía gracia pensar que era un agujero negro que se tragaría todo el agua de aquel tranquilo mar. También podía ser el paso al futuro o al pasado, una sima del tiempo. Reconozco que disfruté con toda esa fantasía en los cortos minutos de la vuelta.

    –En efecto, es una puegta.

    Los demás asentíamos mientras nos secábamos y esperábamos a que le trasmitiera la realidad al cabezota del capitán. Ivanna, sin perder un segundo, fue hasta el puente de mando, y, sin dejar que el capitán le diera permiso, le escopetó toda la información en un croata que seguramente a este le costó entender. Nosotros íbamos detrás a una prudencial distancia. Aquel hombre frunció el ceño, mientras que por lo bajo decía el famoso «ne, ne»… Estuvo un rato en silencio, mientras pensaba si aquello le podía traer problemas. Luego llamó a Tomislav, un fornido marinero que hacía las funciones de hombre para todo. Le dio unas breves instrucciones y él se dirigió a Ivanna:

    Gdje su ta vrata.

    Slijedi me, pod vodom –le contestó ella.

    Los dos fueron a cubierta, y, después de ponerse la máscara, se echaron al agua. Nosotros nos quedamos mirando sin tomar parte en la acción y esperamos a que volvieran. Estaba claro que el capitán seguía sin fiarse de nuestras palabras. Al rato aparecieron los dos. Tomislav salió del agua exclamando:

    Da, da je istina.

    Movió la cabeza afirmativamente y se dirigió a comunicarle la noticia a su jefe. Ivanna iba detrás. La paré diciéndole:

    –Queremos saber qué va a hacer el capitán. Al fin y al cabo, yo he sido quien la ha encontrado y quiero participar en la decisión que se vaya a tomar.

    Ivanna me miró un poco extrañada. Estaba claro que muchos años de dominación soviética le hacían ser obediente al mando, aunque no fuéramos militares.

    Nos sentamos Pablo, Alejandro, Ivanna, el capitán y yo a la mesa donde aquel tenía las cartas navales. Tomislav estaba detrás de su jefe.

    Este le comunicó lo que había visto y cruzó con él una serie de comentarios que indudablemente no entendimos. El capitán, sin dar tiempo de que acabara, negaba con la cabeza y ponía cara de pocos amigos.

    –Ivanna, quiero que le digas que nosotros estamos interesados en saber qué hay detrás de esa puerta y que, si él no nos da permiso para investigarlo, volveremos con otro barco para hacerlo.

    Lo expresé con un cierto tono de ultimátum que pilló con una cierta sorpresa a Ivanna, pero que entendió perfectamente. Durante un rato estuvieron discutiendo sin que nos enteráramos de lo que hablaban. Estaba claro que el asunto ponía nervioso al capitán, pero la insistencia de Ivanna y nuestras caras de no querer dejar pasar el tema le hicieron recapacitar. Callaron durante un instante mientras rumiaba su respuesta.

    U dogovoru. Sici cemo dolje i pokusat otvoriti vrata.

    –¿Qué dice?

    –Que vamos a averiguar qué hay detrás de la misteriosa puerta.

    –¡Bien! –gritamos los tres con evidente alegría.

    Ali samicemo se potopiti. A ti ces cekati na palubi.

    –Dice que serán ellos los que se sumerjan y que ustedes esperarán en cubierta.

    –Bueno. Al final sabremos lo que hay detrás de todo esto. La verdad es que ya empieza a ser todo un misterio.

    Satisfechos, nos dirigimos a la parte trasera del barco, donde había un equipo completo de buceo. Tomislav empezó a montar la botella y el regulador, probó la presión del manómetro, revisó el jacket y preparó todo el dispositivo mientras nosotros observábamos sus movimientos. El resto de pasajeros fueron acercándose y preguntando en sus diferentes idiomas qué es lo que pasaba. Ivanna fue explicando con infinita paciencia lo que había sucedido. Renaud y su mujer, Chloé, una divertida pareja de franceses, mostraron un interés excesivo, bombardeándola con preguntas de todo tipo. Renaud gesticulaba como si sobreactuara; daba la sensación de estar siempre en un escenario y su cara hacía espavientos que contrastaban con la mirada baja y lánguida de Chloé. Eran todo un espectáculo circense. Daban el toque vodevil al crucero. Todos pensábamos que eran actores por lo exagerado de sus reacciones, pero no; nuestro simpático personaje era consultor externo de una famosa compañía de ascensores. Los australianos también metieron baza; Jim y Susan, los millonarios, asomaron sus curiosas cabezas entre el tumulto que formábamos en la popa. Al final los otros australianos, Stevens y Petra, se unieron al alboroto general. Petra preguntaba como una metralleta, con la dificultad añadida de que mezclaba su magistral inglés con su alemán natal. Ivanna, que daba muestras de ser una perfecta diplomática, intentaba responder a la batería de preguntas que salían de todas partes. Para aumentar la ensalada lingüística los dos mejicanos salieron del jacuzzi en el que estaban permanentemente a remojo.

    –¿Qué pasó? –dijo José María, mientras Jean Paul encogía los hombros y miraba al compacto grupo, que no paraba de gesticular.

    Tomislav, sin hacer caso a nadie, se sumergió en el mar, llevando con él unas grandes tenazas de las que sirven para cortar cadenas.

    Aquello parecía un gallinero; todos sabían que algo ocurría, pero el desorden de información era tal que nadie se enteraba de lo que sucedía. Siempre me ha molestado el barullo. Me puse un poco serio y, elevando la voz, dije:

    –Señores, por favor, ¡escúchenme!

    Milagrosamente todos callaron y, aunque se hablaba en varios idiomas, el inglés chapucero servía de nexo y nos entendíamos todos.

    –Ayer encontré debajo del agua algo extraño, y, después de enseñárselo a mis amigos, se lo comunicamos al capitán. Tomislav está bajando para comprobar qué es.

    –Algo extraño. ¡Carajo! ¿Qué es algo extraño? –quiso saber Jean Paul con un duro acento mejicano.

    –Una puerta. Una puerta metálica cerrada con un candado a seis metros de profundidad.

    –¡Ándale! Sí que es una chingada. ¡Una puerta!

    –Ahora van a intentar romper el candado y veremos qué hay dentro, ¡si es que hay algo!

    Pog favor, les pido que sigan las instrucciones que ogdene el capitán –dijo Ivanna, que sintió la necesidad de sentar las bases de quién era la autoridad en el barco.

    –Lo importante es que, por iniciativa de uno de los pasajeros, se ha descubierto algo, y esto ha llamado la atención del que manda. Bien. Pero exijo que todo el pasaje sea informado de lo que se descubra –dijo Stevens, el australiano que se veía que dominaba el control de equipos de personas.

    –Yo creo que lo primero es saber qué hay detrás de esa puerta y después nos pondremos a decidir qué hacer. Pero veo ridículo que estemos imaginando actitudes si tal vez no sea más que un armario de aparejos de pesca –espetó Pablo con energía y una cierta lógica. Gemma, que estaba apoyada en su hombro, apretó su brazo, queriendo transmitirle su aprobación. Se miraron y se dieron un fugaz beso, que no pasó desapercibido a nadie.

    Volvió a animarse el gallinero. Todos hablaban con todos y sentían que una nueva diversión no programada los unía en el viaje de recreo. Evidentemente se lo tomaban como lo que en ese momento era, una nueva juerga.

    Tomislav asomó la cabeza, depositando en la plataforma del barco un candado roto.

    Iza vrata je mala prostorija s vrlo teskim metalnim kutijama. Sto ja radim?

    –¿Qué dice? –gritaban todos al unísono, mirando a la pobre Ivanna.

    –Quiere hablar con el capitán. Dice que detrás de la puerta hay un túnel lleno de agua, y que no está preparado para meterse dentro.

    Yo intervine con decisión y marcando el territorio:

    –No sé qué opinión tendrá el capitán, pero queremos saber lo que hay en ese pasadizo. Debemos hacer una inmersión con linternas para ver a dónde lleva esa cueva.

    –Pero ¡estáis locos! ¿Acaso sabes bucear en cuevas? –intervino Gemma, la pareja de Pablo, con un indisimulado miedo a que su novio se metiera en aquel agujero.

    –Sí –les contesté mirándolos a todos.

    –He buceado muchas veces y también me he metido en cavernas submarinas. Tendré precaución, y si no lo veo claro regreso y doy por finalizada la aventura.

    Todos asentían con la cabeza. El capitán puso cara de circunstancias y volvió a callar durante un silencio que se me hizo eterno. Estaba claro que era un hombre indeciso y que le costaba dar un paso. Volvió a mover la cabeza negativamente y concluyó:

    Ovo nije nasa stavar. Idemo!

    –El capitán dice que esto no es asunto nuestro y que nos vamos –tradujo Ivanna.

    –¿Cómo? No. ¡Ni de coña!

    –No pensamos hacer eso. Porque lo diga un capitán de un yate de recreo. ¡Ja!

    –¡Y unas narices! ¿Quién se cree que es este pinche? Ni que fuéramos un buque de guerra y él un almirante.

    –¡Pero, señores! Los clientes somos nosotros y solo nosotros decidimos lo que vamos a hacer.

    Cada uno daba su opinión y todos querían conocer ese divertido misterio que se había presentado en sus vacaciones.

    La cara de indignación iba extendiéndose entre todos los pasajeros. Estaba claro que no íbamos a dejar que un capitán analfabeto de un yate decidiera arrebatarnos nuestra nueva aventura.

    Santiago, que era un abogado canario, se había mantenido prudencialmente retirado de la cubierta inferior, donde el buceador había depositado el candado y donde se estaba gestando un motín de turistas. Abrió la boca y, levantando los brazos, quiso calmar los ánimos.

    –Señores, saben que soy abogado y me permito recordarles que en una nave la autoridad, siempre y cuando no nos encontremos en aguas jurisdiccionales de un país, es el capitán.

    –Según eso, aquí la autoridad no es este señor, sino el gobernador croata de la isla.

    –Bueno, creo que no nos interesa entrar en discusiones jurídicas. Me parece que lo más acertado es mantener una negociación amigable con el capitán.

    Este miraba en todas direcciones, sospechando que el pasaje no estaba muy de acuerdo con su opinión. Las manos le temblaban; necesitaba un trago de vodka. Los ojos se le estaban poniendo rojos fruto de una ira contenida y, nerviosamente, giró sobre sus propios talones y se encaminó al puente de mando. De dos zancadas entró y volvió empuñando un arma. Nos quedamos petrificados, incluidos Tomislav y Misso, los dos marineros, que había aparecido al ver cómo el capitán salía del puente de mando maldiciendo.

    Ivanna, en un arrojo de valentía, se cruzó delante del histérico personaje, pidiéndole calma. Se echó literalmente en sus brazos, sorprendiéndonos a todos por la familiaridad con la que empezó a hablar y acariciarle la cara, mientras él blandía la pistola, cual energúmeno enajenado. Le hablaba sin parar como si estuviera calmando a una fiera, le susurraba al oído… Él seguía con el arma en alto. La fuerza persuasiva que tiene una pistola es indudable, silencio inmediato, atención máxima, pero se transforma para el que la ha sacado en un bumerán de intenciones. La cabeza, evidentemente trastornada del capitán, empezaba a traslucir arrepentimiento por ese comportamiento inapropiado. El pasado soviético de aquellas latitudes permitía ese abuso de poder sin mayores consecuencias. Pero los tiempos habían cambiado. Ahora, un fallo de ese calibre representaba una falta imperdonable para cualquier persona. Por la mente de aquel paranoico pasaban toda serie de desastres: lo despedirían de la naviera, posiblemente tendría un juicio, incluso podría recibir una pena de cárcel. Había amenazado a un grupo de turistas que, además, eran sus clientes. Quería que se lo tragara la tierra, que el día volviera a empezar otra vez. No sabía cómo retroceder en el tiempo. Ivanna seguía diciéndole palabras tranquilizadoras y poco a poco le cogió la pistola. Él no se resistió, soltando el arma. Ivanna lo besó en la boca mientras los ojos del hombre dejaban escapar unas lágrimas incontroladas.

    El grupo seguía en silencio sin saber bien qué decisión tomar. Estaba claro que entre el capitán y la guía turística existía una relación desconocida para el pasaje. Todos nos mirábamos preocupados por el cariz que habían tomado los acontecimientos. Pero, a la vez, una simple diversión de verano se había transformado en algo oculto que movía a una curiosidad imposible de calmar.

    Ivanna le dio la pistola a Misso, que inmediatamente la descargó, guardándose los cartuchos en el bolsillo. El capitán cayó derrumbado y rompió a llorar como un niño. La escena era inaudita: un montón de personas en bañador en la cubierta de un barco, mirando estupefactos cómo el responsable de su seguridad se hundía tras haber quebrantado su confianza en él, máxima autoridad de la nave..

    Parecía que el tema de la discusión había perdido fuerza. Pero no, era todo lo contrario. ¿Qué escondía ese túnel? ¿Por qué ese hombre había perdido el control por algo aparentemente banal? ¿O era solo que estaba atravesando una crisis de cualquier tipo? Las venillas de la nariz y su relativa inflamación delataban un posible problema con el alcohol. Estábamos en manos de un hombre problemático. O tal vez es que sabía algo más; acaso tenía miedo, pero no sabía cómo expresarlo. Lo que estaba claro es que entre Ivanna y él existía algo más que una simple relación comercial.

    Pablo, como buen negociante, quiso aprovechar el momento de debilidad para sugerirle a Ivanna que lo convenciera para entrar en el túnel.

    –Como te puedes imaginar, no pensamos irnos de aquí sin saber qué ocurre.

    El capitán, vencido, asintió, dando órdenes a sus dos marineros para que se pusieran los equipos de inmersión. Fue obedecido en el acto. Estaba claro que ellos tenían tanta o más curiosidad que nosotros.

    Todos estábamos pendientes de los dos marinos. Hasta que salté yo.

    –Pero ¡qué locura es esta! ¿Estos hombres han hecho espeleobuceo? –le pregunté a Ivanna. Ella tradujo esta observación mía al capitán. Misso puso cara de miedo contenido y negó con la cabeza. Tomislav movió los hombros delatando que él tampoco había buceado en cuevas pero que no le importaba.

    –Creo que lo mejor es que baje yo solo, que sé lo que hay que hacer. Si uno de los marineros entra en pánico dentro de la cueva, lo más probable es que muera ahogado y me lleve a mí por delante. ¡Seamos serios! Para este tipo de inmersiones hay que estar preparado. No sabemos lo largo que es el túnel ni a dónde lleva.

    Ivanna le iba traduciendo toda la conversación al capitán. Mientras tanto, el resto de pasajeros asentía apoyando mi proposición.

    –El capitán dice que de acuerdo, pero que usted nos tendrá que firmar un documento que diga que ni él, ni la compañía naviera, se hacen responsables de su seguridad, ya que es una decisión que toma libremente y sin ningún tipo de coacción.

    –De acuerdo –afirmé, mientras miraba a Santiago, encajándole la responsabilidad de ser mi jurista, responsabilidad que él no había aceptado. De todas formas, y ante mi insistente mirada, asintió con la cabeza.

    Ivanna se fue corriendo al puente de mando y trajo una simple hoja en la que escribió dos renglones en croata. Firmé sin pensarlo mucho. Total, si me ahogaba qué más me daba lo que pusiera y lo que hicieran. Me puse el equipo, ante la expectación de todos, y pedí una linterna, un sedal blanco y otra botella, por si acaso.

    Una vez en el agua me sumergí a los 6 m profundidad, que para una inmersión con botellas es algo muy sencillo y carece de peligro, aunque había que tener cuidado, ya que desconocía el tiempo que podía estar abajo, y eso sí incrementaba el riesgo. Sin embargo tomé todas las precauciones que merece el espeleobuceo. Nunca había sido un inconsciente, y esa vez no iba a ser la primera. Tras unas pocas brazadas llegué frente a la puerta, la abrí sin ninguna dificultad. Tomislav había roto el candado. Até fuertemente el sedal al mismo picaporte, encendí la linterna, y, arrastrando la segunda botella, me introduje en la boca del lobo.

    Había espacio de sobra, la cueva era natural, pero la habían agrandado. Me deslicé intentando no aletear; no había que remover el limo del fondo y convertir la galería en una sopa de lentejas. Ya me ocurrió

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1