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Doce cuentos filosóficos.: Con ilustraciones del autor.
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Libro electrónico576 páginas8 horas

Doce cuentos filosóficos.: Con ilustraciones del autor.

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Reseña:


El presente libro es un viaje entretenido a través del diálogo y a la observación de la naturaleza. Una invitación poética a filosofar de forma cotidiana, humana y libre. Para ello, el lector podrá descubrir las fascinantes historias en una colección en d

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jun 2024
ISBN9788409613731
Doce cuentos filosóficos.: Con ilustraciones del autor.
Autor

Jorge Muñoz Sánchez

Sobre el autor: Jorge Muñoz Sánchez nació en Ávila en el año 1982, región de santos y cantos. En la ciudad castellana del mismo nombre, entre palacios de caballeros renacentistas y rodeada de una imponente muralla que es orgullo y alma de todos sus habitantes. Siendo cuna de grandes figuras del Renacimiento castellano y del misticismo universal, la región de Ávila ejerce como atalaya y locus mundi de la vida del autor mientras va caminando por el mundo. Figuras como San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Isabel la Católica, Jorge Santayana y José Jiménez Lozano influyeron en el autor desde muy temprana edad. Gran seguidor y lector de libros clásicos tanto griegos como latinos, Jorge Muñoz Sánchez combina su pasión por la filosofía y la literatura de los antiguos sabios con el amor a los viajes y a esa aventura de la vida de sumergirse en el alma de la riqueza de otras culturas. Así llegó por amor a descubrir la maravillosa cultura japonesa; su historia, literatura, costumbres y a sus gentes. Amante de los paseos y de la naturaleza, autodidacta y creador, Jorge se considera a sí mismo un curioso de nuestro tiempo, siempre buscando sumergirse en la profundidad de experiencias hacia el sentido de la buena vida. Gran observador de la naturaleza, habla español, alemán y japonés, y ha vivido en diferentes regiones de Europa, agradeciendo a la vida por permitirle conocer personas de diferentes partes del planeta.El libro es fruto del trabajo, las investigaciones, reflexiones y meditaciones personales del autor. Todo este devenir y fluir, el autor lo ha canalizado en una visión de la vida reflejada en su gran obra escrita: Doce cuentos filosóficos. Además de esta obra, destaca: ¡Un café napolitano, por favor!

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    Doce cuentos filosóficos. - Jorge Muñoz Sánchez

    JORGE MUÑOZ SÁNCHEZ

    DOCE  CUENTOS

    FILOSÓFICOS

    En diálogos.

    Placer   y  libertad.

    © Jorge Muñoz Sánchez. 2024

    Creador, autor e ilustrador.

    Diseñador de la portada.

    ISBN: 978-84-09-61373-1

    A las tres personas a quienes más quiero;

    mi madre, mi padre y mi mujer, Masami.

    Gracias por su comprensión, apoyo y paciencia;

    en todo momento.

    Doce cuentos filosóficos

    ¿Procura la filosofía, entonces, la felicidad?,

    preguntó mi interlocutor.

    Por supuesto, respondí;

    y ella es la única.

    Y añadió: "Pero, ¿qué es la filosofía?

    ¿Y cuál es la felicidad que procura?

    Dime, si nada te lo impide".

    Y le expliqué: "La filosofía es la ciencia del ser,

    y el conocimiento de la verdad,

    y la felicidad que trae es la recompensa;

    Del conocimiento y de la sabiduría".

    San Justino (114 - 168 d.C)

    Diálogo con Trifón (III, 4)

    filósofo romano y apologista

    Premisa

    Esta obra es una invitación a filosofar. Se anima al lector a sumergirse en doce cuentos con una temática y composición en espacio y tiempo muy rica. En cada cuento, se presentan diálogos con un cierto toque divertido, razonado, humilde, transcendental, alegre, nostálgico, inocente, elevado, cotidiano o espiritual.

    He escogido el diálogo al estilo socrático, como modelo, adaptándolo a lo cotidiano por ser la forma más pura, más verdadera y auténtica para encontrar la verdad y la sabiduría. Teniendo en cuenta el diálogo del "Teeteto" escrito por Platón, mi admiración por esta obra queda homenajeada en el encuentro de la fuente de la ninfa entre Epicuro de Samos y el joven peregrino de Alejandría, en el cuento "Sobre los deseos."

    En una época en donde las tecnologías y el materialismo tienen una importancia enorme en la sociedad. Hemos ido relegando al diálogo a un segundo plano. Muchos hombres cuestionan los beneficios del dialogar viéndolo innecesario e improductivo en nuestra vida moderna. Apelan a la estandarización, a la regulación, a la planificación y a un largo etc. por encima del mismo hombre a la hora de enfrentarse y buscar solución a los problemas. Nos hemos vuelto seres pasivos y receptores. Recibiendo contenido constante de información y opiniones de forma unidireccional y encajonando al propio ser humano en un rincón como un mero espectador. La información hoy en día tiende a ser más valiosa que el contenido interior del hombre. En una sociedad frenética y sin tiempo en la que se nos enseña a hacer más que a ser.

    Esta obra pretende romper las cadenas de ese problema de una manera amable, alegre, humana, auténtica y sin complejos. El diálogo de forma natural y sin ataduras es la mejor forma de encontrarnos a nosotros mismos en sociedad. También es el mejor método para afrontar nuestras inquietudes, necesidades y problemas y, por lo tanto, para poder hallar la felicidad a la que aspira todo hombre. El diálogo es un método maravilloso y asequible para cumplir con la premisa de ser feliz que los griegos de Delfos esculpieron con un estilete en el frontispicio del templo de Apolo, con la frase: Conócete a ti mismo.

    En el escrito destaca el diálogo cotidiano que ayuda a los dialogantes a afrontar los problemas y desafíos con una nueva perspectiva y de una manera renovada. Como en el cuento de "La pareja o en El endemoniado."

    Se da importancia al diálogo como una forma de contar historias, como ocurre en el cuento de "El carpintero y el gato. También el diálogo surge a través de encuentros mágicos, increíbles y fascinantes con una persona desconocida o especial que transforma al protagonista. Como en el cuento de La gruta turquesa, en el cuento de Los adoradores del humo o en La caminata o incluso en el cuento de El coleccionista". Diálogos de iniciación y descubrimiento.

    La importancia del diálogo es primordial, pues nos afianza como personas. Aumenta nuestra perspectiva. Salimos de la caverna platónica y descubrimos una amalgama de posibilidades que nos dan fuerza y vigor para seguir adelante en la vida. Ablanda nuestras cabezas derribando estereotipos y prejuicios y vemos al otro como una persona que también sufre y percibe la vida no muy diferente a la nuestra, aunque camine por una senda distinta.

    El diálogo enriquece la perspectiva interior tanto del que escucha como del que comunica. En la mayoría de los cuentos se nos presenta a los dialogantes con diferentes puntos de vista y distintas opiniones dentro de dicotomías similares. Por ejemplo, en El banquete, algunos relatos en Impotencia y en El café. En muchos otros más, también. Podemos expresar nuestras inquietudes, pensamientos y sentimientos de forma que la otra persona receptora participe ayudando al desahogo, análisis o catarsis del personaje y a una construcción de ideas que en meditaciones solitarias no sería fácil de alcanzar.

    Sobre la importancia de conocer al otro y escuchar al desconocido y al que por mera visión nos parecerá extraño, viene a mi mente un pasaje escrito por el filósofo Luciano De Crescenzo en su obra: "Así habló Bellavista". Una pieza literaria preciosa en donde se nos explica la napolitanidad. Lo que viene a ser; la esencia de los habitantes de Nápoles. Los cuales son famosos en toda Italia por su amor y continua comunicación con sus semejantes. Se homenajea al libro en el cuento llamado: "El café".

    En la obra del escritor italiano, dos personajes reflexionan sobre los hechos del holocausto. De como subían los oficiales a los prisioneros a empujones en vagones de ganado vacuno. Y como los oficiales realizaban el trayecto con los prisioneros en total silencio, sin interactuar lo más mínimo con los presos, hasta que finalmente llegan a un triste destino y bajan para quizás nunca salir jamás de un gris campo de concentración. Pues bien, uno de ellos explica que eso no podría pasar nunca en Nápoles, puesto que el napolitano medio obligado a trasladar a los presos, se vería en su interior tentado a preguntar al prisionero por su nombre, familia y gustos o por comentar alguna cosa. De tal manera que el oficial, viendo en él ya no un pedazo de carne sino un hombre como es, jamás le llevaría hacia ese triste final. La hipotética decisión final en Nápoles hubiese sido un rotundo fracaso.

    Un ejemplo tragicómico de la importancia del diálogo y de interesarse por los problemas y asuntos de los demás.

    Somos redimidos, dialogando por otros que escuchan, atienden nuestras opiniones, gustos y problemas. El dialogar nos vuelve a la tierra. Nos vuelve más humanos y a la vez nos eleva porque sin ocultar nada, el hombre vive feliz y liberado. No se siente aislado. Escucha y es escuchado. Piensa y medita los pensamientos del prójimo. Nos hace entender al otro y es entonces cuando nos conocemos a nosotros mismos. Así consistía la revolución humana de Sócrates que cambió la historia de la Europa occidental.

    La forma en que los diálogos fluyen en la obra se da en la trama de los cuentos. Mientras leemos los cuentos nos acercamos de una manera empática a los personajes. De tal forma que nos podemos reconocer en ellos y entendiendo mejor sus debilidades y necesidades. Entre diálogos divertidos, profundos, nostálgicos, transcendentales o cotidianos.

    Los cuentos todos tienen diálogos y en ocasiones surgen varios. Cada cuento comienza con una cita de autor o de autoridad que ayuda al lector a introducirse sutilmente en el tema central.

    Aparte del método dialéctico, cada cuento nos envuelve hacia una temática. Son doce como los cuentos. Cada historia gira alrededor de una cualidad, virtud o realidad. En la cual se profundiza sobre esa cuestión. Al modo griego clásico, la historia nos irá introduciendo en esa realidad, necesidad o virtud. En el areté de los griegos. Gracias a los diálogos y al drama de la historia, el lector inevitablemente se sentirá en la misma situación que los protagonistas.

    Si el primero de los propósitos de la obra era invitar al lector a que descubra los beneficios del diálogo. El segundo propósito es incitar al lector a que participe pensando por sí mismo sobre el asunto central de cada cuento. Como cada lector posee vidas distintas y experiencias distintas. Lo hermoso es que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones, a veces muy diferentes a las que llegan los protagonistas o protagonistas de los cuentos.

    Los doce temas son los siguientes y escritos por orden son: Sobre la fortuna, los deseos, la identidad, lo natural, el amor, las riquezas, el ingenio, la libertad, la inocencia, la influencia, la incertidumbre y sobre las ideas. El desarrollo de estos temas se explica más detalladamente en el apartado titulado Sobre la obra.

    Si el primer propósito de esta invitación a la filosofía es encontrarla a través del diálogo y el segundo reflexionar y pensar a través de un asunto o tema de cada cuento. El tercer propósito pretendido en esta obra no es menos importante. Invitar al lector a filosofar desde la contemplación de la naturaleza.

    Al filósofo griego Anaxágoras, al ser preguntado para qué elegiría alguien nacer y vivir, dicen que respondió a la pregunta: Para contemplar el cielo y las cosas que hay en él, los astros, la luna y el sol, como si el resto de las realidades no tuviesen tanto valor. También Pitágoras solía decir que él mismo, era un contemplador de la naturaleza y que para eso había venido a la vida. Ambos citados por Aristóteles en su famosa obra, el "Protréptico".

    Así, en cada cuento hay una invitación y deleite a la contemplación de la naturaleza. Se nos describe en cada pasaje un cuadro bello de la vida natural y el mundo. Con paisajes como desiertos, el mar, la costa, una gruta marina, una fuente mediterránea, el patio ajardinado de una casa, el bosque de una ciudad, los cultivos en verano, el vergel nocturno frente a un edificio, etc. Las estaciones en una primavera, verano, otoño e invierno que percibe el lector. También la lluvia, el calor, los relámpagos, la frescura, la nieve o el bochorno. Sin olvidar la descripción de plantas, animales, aves, insectos, árboles, el cielo, la superficie del mar o el interior del océano. Olores, colores, sensaciones, percepciones y sentimientos en una dimensión cercana y nuestra. Es decir: la misma naturaleza. Que fluye en un continuo y sereno movimiento. Su mera y sosegada contemplación llega a ser una de las mejores enseñanzas para la vida.

    Esa descripción de la naturaleza invita al lector a descubrir más mundos que en realidad existen en la tierra. La contemplación purifica nuestras almas y nos alejan un poco del egoísmo que solemos manifestar cuando nos centramos tanto en nuestros asuntos. Observar a la naturaleza y el estar rodeado de ella, como Epicuro y sus discípulos en su jardín, ya es por sí misma una terapia sana, sencilla, barata, maravillosa y gratificante. Nos transporta a la misma entrada gloriosa de la felicidad y del placer.

    Consideramos y desempolvamos estos aspectos a través de la lectura de los cuentos de la obra, pues somos también naturaleza. Gracias a las reflexiones del epicureísmo y del atomismo democriteo en nuestras vidas, podemos, encontrar la felicidad y la alegría desde dentro. Simplemente contemplando la naturaleza. Al nacer se nos regala la vida y esa naturaleza, la cual podemos disfrutar. No necesitamos artificios ni complejos remedios costosos para hallar la alegría interior. Los sabios antiguos, tanto griegos, chinos, japoneses, indios o persas, descubrieron y dejaron testimonio sobre estos principios básicos, sólidos y hoy en día olvidados.

    Poco precisa el hombre para ser feliz. Y como dice Aristóteles, cuerpo tenemos y por ello sufrimos los envites de la vida, tanto los dolores y placeres que forman parte del juego de ella. Y como escribo para hombres y no para ángeles o seres sin cuerpo, me aventuro a decir que el propósito de la obra será entendido y apreciado por el lector. Un lector que si reflexiona tras leer el libro sobre la medida del deseo y el placer, puedo asegurar que no necesitará más esas guías rápidas de vendedores de humo para obtener la paz interior, ni métodos infalibles y modernos para lograr la felicidad en cien días. Pociones mágicas y fórmulas de guías mágicas que se esfuman a la misma velocidad que se obtienen. Si no que tras leer con calma la obra, optará sabiamente por el crecimiento sosegado como el caqui que se eleva robusto, eterno y sano en medio del campo.

    Para terminar quisiera pedir al lector que se adentre en la obra sin complejos, dado que notará enseguida la riqueza de su composición. Una obra entretenida, cargada de seriedad, de ligereza, de humor o de densidad. Divertida y en algunos momentos profunda. Con personajes e historias en diferentes situaciones, lugares y en diversas etapas de la vida. Una amalgama rica, como un prisma que va reflejando sus numerosísimas caras.

    Confío en que el lector, con este rescate de la enseñanza sabia de los clásicos, pueda aprender deleitándose durante su lectura y se anime a filosofar.

    Cuento primero

    sobre la fortuna

    "Para entender la flor (Hana),

    en el teatro Noh se debe;

    olvidar el escenario y mirar la representación,

    olvidar la representación y mirar al actor,

    olvidar al actor y mirar la idea;

    y que olvidada la idea…

    Se llegará a entender el teatro".

    Zeami Motokiyo (1364-1444)

    actor y dramaturgo del Teatro Noh.

    Japonés

    LA PAREJA

    Así empezó la historia...

    —¡Espabila, hijo!, que te estará esperando ya María en la estación. —le dijo la madre a su hijo Cefe.

    —Llegaremos a tiempo. Anda, ponte también el abrigo que voy a bajar la maleta. —le respondió Cefe.

    Bajaron las escaleras del piso, abrieron las puertas del coche y se sentaron. Cefe encendió el motor y se dirigieron escopetados a la estación de trenes.

    —¡María! ¡María! Aquí estamos. —dijo la madre dirigiéndose a María en el vestíbulo de la estación, yendo junto con Cefe, que llevaba la maleta un poco más rezagado.

    —Hola, Carmen. Todavía tenemos quince minutos hasta que salga el tren. No se preocupe. Llega por la vía dos. —saludó María a la madre de Cefe con dos besos.

    —Buenas vacaciones os esperan, María. Siete días en la Gran Ciudad. En la Gran Ciudad nadie se aburre, y además lo habéis organizado bien después de varias semanas preparando el calendario de actividades como el Festival de la Primavera, el concierto y la reserva en el Hotel Cuatro Arcos, y la visita a la playa de la Ponchaneta. Es un plan perfecto… Pero… venga hijos, os invito a un cafelito expreso. —Se dirigieron, pues, los tres a la barra de la cafetería y pidieron cada uno su café preferido mientras veían la hora de reojo.

    —Madre. A cuidarse esta semana y ayuda a papa que tiene mucho trabajo estos días. —dijo Cefe, como para destacar.

    —¡Claro! Cefe. Vosotros a lo vuestro que tendréis más tarea que yo. Que sí, que estáis de vacaciones esta semana pero el viajar, aunque sea de vacaciones requiere su esfuerzo. —aclaró la madre.

    —No te preocupes madre. —sonrió Cefe.

    La pareja se montó en el tren que acababa de efectuar su llegada a la estación de El Soto. Se saludaron desde lejos y se dispusieron a disfrutar a lo grande de la Gran Ciudad. A los veinte minutos se presentó el interventor con la pareja ya en el tren.

    —Muy buenos días. Por favor, me muestran sus billetes. —invitó el interventor.

    —Sí, por supuesto. Faltaría más. —contestó sacando los billetes que tenía Cefe en su mochila.

    —Bien. Vagón 14. Los puestos son; ventanilla cuatro y pasillo cuatro. Destino la Gran Ciudad. ¡Todo correcto! Comentar que desde el mes pasado hay que hacer transbordo en Fuentecaliente de Puerta. Lo sentimos mucho. Pero la compañía nos obliga, dado que cada vez registramos menos viajeros desde El Soto a la Gran Ciudad. —explicó el interventor que destacaba por una pobladísima y teñida barba de color azul caspio.

    —¡Oh! ¡Vaya! No sabíamos nada. A penas miramos el panel porque nos estábamos despidiendo de mi madre. Mis disculpas. —contestó disgustado Cefe.

    —No se preocupe caballero. Solamente tendrá que esperar en el pueblo diez minutos y cambiarse de la vía 3 a la vía 5. Los asientos se los indico aquí. Perfecto. Aquí tiene caballero. Todo en orden y gracias. —aclara el interventor.

    —Gracias. Muy amable. —agradeció la pareja también al unísono.

    —¡Que tengan muy buen viaje! —se despidió el trabajador ferroviario.

    Anunciaron la llegada a la estación de Fuentecaliente de Puerta y descendieron del tren haciendo transbordo en el siguiente que venía a la vía 5. Cuando se montaron en el siguiente el chasco fue enorme. Los suelos eran pegajosos y los asientos de plástico duro como de plexiglás. El viaje no presentaba grandes inconvenientes, pero el hecho de cambiarse de un tren a otro de esa guisa chafaba los anhelos de entrar triunfante en la Gran Ciudad.

    —Es un poco molesto este tren. Pero al menos no se tambalea tanto como el otro. —aseveró María.

    —Sí, María. Descansa que en una hora y media llegamos a la Estación de Bejorís de la Gran Ciudad. Ya verás cuando veamos el nuevo centro comercial que han abierto en la estación. —dice Cefe animado.

    Todo hacía presagiar un viaje tranquilo. Pero en cada estación que el tren paraba más se llenaba de gente. No cabía casi ningún viajante más. El colmo fue cuando un grupo de cinco o seis chicos jóvenes hizo acto de presencia y entonces se llenó por completo.

    El escándalo en el vagón se volvió insoportable, gritaban reían a carcajada limpia y de manera provocativa, se dirigían a los demás pasajeros irreverentemente, parecían tener poca formación y ni hablaban bien español. Tuvo la mala suerte María de que se sentara delante de uno de estos personajes y haciéndole gestos groseros, este, como ademanes sexuales con la lengua de un lado a otro a la sufrida María. Con más inri, señalaba con las manos llenas a los pechos de María.  Mientras Cefe tuvo que soportar a otro de los personajes justo delante y estar pendiente de su chica al mismo tiempo. El que estaba enfrente de Cefe comía con la boca llena una bolsa de patatas Lays grandes. Cada vez que masticaba, como que escupía y a veces los restos impactaban en el cuerpo o la cara del pobre Cefe.

    El viaje se volvió insultantemente insoportable y el estrés de la pareja fue tal que la situación de incomodidad anubló por completo el pensamiento de ambos jóvenes. Olvidando cualquier detalle logístico del viaje. Ese viaje, que con tanto amor habían preparado. Un anciano, que estaba cerca de la pareja y del grupo de jóvenes irreverentes, los recriminó duramente. Ante eso se pusieron a reír a carcajada limpia y fue peor porque Cefe recibió un baño de patatas en toda la cara. Lo que provocó el gran estruendo. Derivó en una abrumadora carcajada aún mayor. La gente empezó a llamarles la atención airadamente y a viva voz, pero manteniéndose alejados. El ambiente se volvió muy tenso.

    —María. Esto es el colmo. Vayámonos de aquí. —dijo Cefe cogiéndola a María de las manos entre las carcajadas del grupo de maleducados.

    Pero tras decir esas palabras escucharon por el altavoz el anuncio de final de trayecto. Llegaban por fin a la Gran Ciudad y por las ventanillas se podía contemplar el skyline de los 7 rascacielos más grandes del país. Significaba que habían dejado su querida y tranquila ciudad de El Soto para disfrutar de la Gran Ciudad. No era la primera vez que visitaban la Gran Ciudad pero sí de vacaciones para una semana.

    El bullicio y el ajetreo del tren seguían mezclándose con las risas y gritos de los chicos. Esto distrajo especialmente a Cefe. María cogió la maleta pequeña, pero Cefe solo su mochila y olvidó una bolsa azul del gimnasio que guardó antes en el suelo bajo el asiento suyo.

    Salieron del tren y caminaron hacia el gran Hall de la estación de Bejorís de la Gran Ciudad. Por fin habían llegado a la Gran Ciudad después de un viaje para nada agradable. Deprisa, como alterados por lo sucedido, buscaron la boca del metro como si el tiempo o el miedo les atenazase y su actitud distaba mucho de ser de vacaciones. Sin duda lo sucedido en el vagón los perturbó hasta distraerlos. Tuvieron que bajar tres largas escaleras mecánicas. En la última, la de más abajo. Notó María que Cefe llevaba menos bultos.

    —¡Cefe, el bolsón azul! —gritó al viento María.

    —Joer. ¡Es verdad! Me cagüen la leche... ¡Se me ha olvidado en el tren! —le vino el chispazo a Cefe y mientras decía estas palabras llegaban al fondo del todo de la estación de metro, permaneciendo estáticos entre los dos profundos túneles como petrificados. Mientras, la gente de la Gran Ciudad en una fila semifluida caminaban sin fin o hacia arriba o hacia un lado o hacia abajo: así evitaban a la pareja que estaban en medio. Quizás en otras circunstancias más favorables se hubieran apartado notándose como un estorbo en medio del fluir de los caminantes en la estación de metro de la Gran Ciudad. Pero el asunto de la bolsa les alejó mentalmente en espacio y tiempo. Sus pensamientos y angustias estaban más allá de aquel lugar. Más bien, en el vagón del tren que recientemente abandonaron hacía un rato. Eso no hubiera sido un problema en su ciudad, en El Soto, pero en la Gran Ciudad las cosas eran diferentes y el asunto parecía serio.

    —¡Hay que volver a la estación! —dijo María.

    Al instante María recibió un gran empujón desde atrás. De la nada. Se tambaleó y casi se cae de bruces al suelo subterráneo. Una mujer de la Gran Ciudad de forma fortuita o de manera premeditada la debió de empujar. Cefe se acercó como para socorrerla y entonces se dieron cuenta de que no era un buen lugar para quedarse a reflexionar, entre una marea tan extraordinaria de gente. El tremendo golpe a María, les hizo que volvieran a la realidad y con sensatez decidieron retornar a la estación subiendo las tres escaleras mecánicas, con más abatimiento que esperanza. Se dirigían sin prisas, como aceptando el destino fatal de una de sus posesiones: la pérdida del famoso bolsón azul.

    —Perdone usted, hemos perdido una bolsa en un vagón. —habló angustiado Cefe en la ventanilla de información.

    —¿Era importante la bolsa? —preguntó el trabajador.

    —Evidentemente. Teníamos diversas cosas. Ropa, comida, un libro y una de mis carteras y los pasaportes y documentación diversa... en fin… claro. —habló Cefe.

    —Muy bien. Diríjanse al puesto 7B. Objetos perdidos. —contestó el trabajador.

    —Muy amable. Gracias. —respondió la pareja.

    Ya en el puesto 7B.

    —Perdone. Hemos extraviado un bulto en un tren. —se dirigió Cefe al trabajador que parecía ser el responsable de objetos perdidos y demás casos extraordinarios acaecidos en la estación de Vejorís de la Gran Ciudad.

    —Dígame procedencia y tren, por favor. —pidió el trabajador.

    —Pues… Desde El Soto a la Gran Ciudad. No recuerdo el número de tren, pero llegamos, hará unos veinte minutos. —contestó María.

    —Entiendo. Tiene que ser el tren BHXYZ23. Es el que hace la misma ruta cada semana este día. —informó a la pareja.

    —Remi… Hola. Mírame el tren BHXYZ23… sí… Ese… el que vino ahora de El Soto y dila a Martina si tiene algo…  Sí… Sí… como siempre… Vale, gracias. Remi. Esperen un momento y ahora les digo... —les indicó el trabajador de objetos perdidos.

    —Pero, ni siquiera le he dado una descripción de mi bolsa. Es un bolsón azul con unas tiras blancas a los lados. Un bolsón como del gimnasio y que he usado en el gym muchos años... —añadió Cefe algo sorprendido.

    —No se preocupe caballero. Ahora vemos. —le interrumpió de manera flemática el responsable.

    La pareja se calmó un poco. Vieron que el chico parecía eficiente.

    —Sí. Dime Remi… aja… ya… claro… Sí. Me la traes. —contestó el trabajador al teléfono.

    —No se preocupen. La tienen. Ahora mismo viene mi compañero. En cinco minutos sube. —anunció el trabajador a la pareja.

    —¡Oh! Gracias. Gracias. ¡Qué cabeza! ¡Cómo es posible!… ¡Qué alivio! —se miraron exultantes, María y Cefe. No se lo podían creer. Habían recuperado con más facilidad de lo esperado el querido bolsón.

    —Gracias, Remi. —cogió el bolsón azul de su compañero, que así como vino se marchó.

    —¡Aquí la tienen! —dijo el trabajador dando sumas muestras de eficiencia.

    —¡Oh! Mil gracias. Sí llega a saber, menudo viaje. Todo fue por culpa de esos críos maleducados… hasta nos escupieron... Es usted increíble. Muchísimas Gracias … De Verdad… ¡Qué cabeza! —Cefe, no paraba de agradecer y de decir frases sueltas e inconexas como de agradecimiento y de explicación. Su preocupación desapareció. Podían estar de nuevo tranquilos.

    —No se preocupe. Agradézcanle más bien a mi compañero, que la encontró. Buenos días. —contestó como acostumbrado a estos casos el trabajador de objetos perdidos.

    —Siguiente, por favor. —animó de esta forma a que la pareja dejase el lugar para los siguientes clientes con problemas.

    —¡Qué rato más malo! María. Perdona. —dijo triste Cefe.

    —No pasa nada Cefe. Al final no ha pasado nada. La llegada de esos gamberros nos distrajo. Ahora centrémonos y vamos de nuevo al metro. —dijo María aliviada.

    —María… Estoy pensando que casi mejor cogemos un taxi y vamos más tranquilos que ya sabemos cómo es viajar con mucha gente al lado. La Gran Ciudad nos ha dado un recibimiento muy raro. Y como estoy de vacaciones te invito con gusto, María. —dijo Cefe.

    —Me parece bien Cefe. —contestó María sonriendo.

    Entonces, se dirigieron a la parada de taxis. Los taxis llenaban la calle y formaban un total de cuatro hileras de autos. Todo taxi y ningún coche privado. Así que se decidieron a llamar al primero que estaba. El taxista tenía pinta de ser de toda la vida de la Gran Ciudad debía de tener alrededor de sesenta años.

    —Buenos días. ¿Nos puede llevar, si es tan amable, al Hotel Cuatro Arcos? —preguntó Cefe al primer taxista.

    —Por supuesto. —el taxista, metió el equipaje e invitó a la pareja a que tomaran asiento.

    —Muy bien. Eso está... en la Avenida Sancho Dragonías en el barrio Aurón cerca del centro. —adaptó el navegador, aunque se veía que conocía el hotel.

    —Pues. Hemos tenido mala suerte. No sé si son de por aquí, pero ya saben que en la Gran Ciudad casi todos los días del año en el barrio Viejo del Palacio hay manifestaciones. Y esta es grande. Hoy tendrán cortada la ruta directa en la GC30 y es la única que hay desde aquí. Se manifiestan las personas con pies planos. Y esta será más grande que la de ayer que fue la manifestación de las personas con pies zambos. Intenta esta minoría tener los mismos derechos que el resto de personas o igual o más derechos, pues notan discriminación porque las calles no están debidamente adaptadas para ellos. ¡Va a ser gorda! —dijo el taxista acomodándose el cinturón.

    —Bueno, vaya, pues todo sea por mejorar la situación de esas personas. —dijo Cefe como yendo al paso y resignado.

    —Cierto, caballero. Eso pienso yo absolutamente... Bien. Nos centramos; la mejor ruta natural es yendo por la GC30, pero está cortada por la manifestación de las personas con pies planos y la GC40 no pasa por el barrio Aurón. Tendrá que ser la GC50. Lo que significa que tardaremos treinta y cinco o cuarenta minutos en llegar de forma fluida. La otra forma es callejear, pero con los semáforos que hay tardaríamos una hora o más. —explicó el taxista.

    —Bueno. Si es lo que hay... No hay problema tardar un poquito más. También las personas de pies planos deben luchar por sus derechos, supongo. —dijo el bueno de Cefe. María escuchaba mientras tanto.

    —Bueno, entonces, jóvenes, ustedes por lo que veo no son de la Gran Ciudad sino de Olocau. ¡Ah, los olocaunenses! ¡Qué orgullosos deben de estar con su magnífico acueducto romano! Nada de eso tenemos en la Gran Ciudad. A penas tenemos arquitectura antigua. Los magnocívicos solo disfrutamos de una iglesia románica del siglo XII, la de San Castillo Pedroso. Qué ciudad más hermosa. ¡Qué envidian me dan! —hablaba el taxista. Acostumbrado a dar conversación mientras hacía con suma maestría su trabajo.

    —No. Se equivoca. Disculpe, pero somos de El Soto. —dijo María.

    —Ah. Es verdad. El Soto. Cómo está más cerca Olocau de la Gran Ciudad por eso les relacioné… Bueno, El Soto, El Soto ¡Qué murallas románicas! Estuve allá con quince años. Supongo que habrá cambiado desde entonces todo mucho. Pero qué buenas tapas tienen ustedes. ¡Qué ciudad de El Soto! Histórica. ¡Qué maravilla! Ojalá viviera yo allí en El Soto y no en este caos de ciudad que es la Gran Ciudad. —aseveró el taxista.

    —Bueno. Sí, la verdad, es que estamos muy orgullosos de nuestra muralla y de nuestras sierras y montañas, de Ahumada y de Yepes. Pero, nuestro problema es que cada vez hay menos gente. La gente se va a haciendo mayor y los jóvenes… Por ejemplo, el ochenta por ciento de mis amigos o conocidos se han venido a vivir aquí a la Gran Ciudad porque en el Soto es difícil encontrar un trabajo fijo y más difícil encontrar un buen salario. Al final todos están fuera. Menos nosotros y cuatro amigos, entre ellos, Mario, que vive en Glasgow, y Koke en Alemania, todos se han ido a vivir a la Gran Ciudad o cerca de la Gran Ciudad. Mi ciudad se está muriendo. No tiene vida. —explicó Cefe cayendo en la conversación iniciada por el taxista.

    -—Pero. ¡Qué me dice joven! No diga locuras. La Gran Ciudad es sucia, tiene polución, hay gente por todas las calles y es todo carísimo. Los impuestos municipales se han multiplicado. Créame a mí, que soy taxista. La licencia del taxi es prohibitiva. Al final dedico meses trabajando solo para pagar la licencia para trabajar. El aire está contaminado y la gente suele tener estrés. Escúcheme que yo si tuviese su edad. Haría lo que usted hace. Son unos absolutos privilegiados. Les envidio con creces. El aire puro de las montañas… Mire, mire… ¡Qué idiota! A cualquiera le dan el carnet en una tómbola. —dijo el taxista entre la conversación y el tráfico.

    —No estoy de acuerdo. No tenemos buenos salarios. Sin embargo, en la Gran Ciudad los salarios son más del doble o el triple. Hay más posibilidades laborales. Mis amigos que trabajan y viven en la Gran Ciudad en cinco años han comprado una bonita casa en mi ciudad y no desearían volver por ahora a El Soto. ¡Ah! ¡Eso sí! Lo echan algo de menos. Aparte, no hay casi vida. Se aburre uno y no puedes elegir fácil el trabajo. —dijo Cefe.

    —Hágame caso, joven. Hacen bien. La Gran Ciudad es insoportable. Yo nací aquí y si es cierto que hace treinta años era una ciudad habitable, pero ya no lo es. Ustedes se pasarían la mitad del tiempo de aquí para allá y es cara. Nada más que vea que la gente de mi ciudad que puede se están yendo a las montañas entre El Soto y la Gran Ciudad aquí en el centro vivimos solo los que tenemos que vivir aquí. Más aún. Le diré que estoy haciendo planes para irme a vivir a Olocau a un pueblecito para que cuando me jubile, pueda disfrutar bien a gusto. Es difícil acoplarse. Lo tengo claro, cuando me jubile a los 85 años viviré en un pueblecito de Olocau. Y me olvidaré de esta Sodoma-Gomorra. Hágame caso. —dijo convencido el taxista.

    —Con el dinero que ganamos deberíamos de jubilarnos nosotros a los 95 años. No. Yo ni me planteo la jubilación. Estamos en el año 2055 y hay muchas mejoras tecnológicas, pero el derecho de los trabajadores va empeorando claramente. Aunque nadie parece reparar en eso. Aceptamos como algo bueno una ley como la del ministro Monchi y la ley 17MS que nos obliga a trabajar hasta los 85 años de edad. Genial. Yo no me planteo la jubilación en absoluto. —dijo Cefe.

    —Pero ¡Qué dice joven! Hoy en día el hombre vive más. Lo sabe todo el mundo y lo dicen los científicos de renombre. Hay más calidad de vida y estamos en la cresta de la ola tecnológica. Viviendo normal se vive hasta más de 90 años. Y, mire en Alemania, que es un ejemplo, se jubilan a los 87 años y tan felices. Hay que disfrutar de la vida y la jubilación, joven. —comentó el taxista.

    —Si usted lo dice... El caso es que los políticos han ido subiendo la edad de jubilación, pero yo en El Soto trabajo duro y no tengo derecho a escribir las leyes. No confío en tener una buena jubilación. Y si trabajas duro y a los 48 años mueres de cáncer u hoy me atropella un coche. No. No. Estoy desencantado con este tipo de cosas. Lo venden bien, pero son todo falacias. —afirmó Cefe.

    —Es cierto. —recalcó María.

    —Pero, señores míos. Tenemos que trabajar y mirar por los demás. No me digan eso. Las leyes las escriben expertos y profesionales y si lo afirman es por algo. Y está comprobado que la sanidad ha mejorado sobre todo después de las crisis sanitaria del virus Corona en el año 2020, de la peste de la rata peluda de Cantón del año de 2026 y la destrucción de Papúa-Nueva Guinea por el gran Volcán Phuten en el año 2029 que nos sumó en una nueva era glaciar con bajas temperaturas, la guerra holandesa alemana que destruyó el norte de Europa, desapareciendo como daño colateral Escandinavia del mapa. Todos estos hechos, los conoce bien, joven y sabe que por estos hechos ha mejorado la medicina y, por lo tanto, los hombres vivimos más. Es normal que nos hagan trabajar hasta los 85 años, además de los 80 a los 85 son de cuatro horas opcionales a ocho. Blanco y en botella, caballero. Malibú. —explicó el taxista mientras se dirigía finalmente a una entrada de la GC50.

    —Pues yo diría, que estos hechos; aparte de la crisis financiera económica de 2008, la crisis de los bancos 2023, la hiperinflación del año 2026, la crisis asfixiante del año 2031 del maravedí digital… la destrucción del Banco Chino Mundial, la guerra civil árabe que nos dejó al borde de la ruina casi sin petróleo y podría continuar. En resumen, exceptuando la guerra de Rusia-Ucrania que llevan ya para 30 años y la de Corea 100 años, el resto de cosas es completamente inestable en ese sentido. Es difícil formar así una familia y ahorrar para el futuro. —dijo María.

    —Me sorprende que diga usted eso, mujer. ¡Qué pesimismo noto! Mire, sin impuestos no se construyen carreteras como la GC30 o la genial GC40 o la GC50, sin impuestos no se construyen hospitales, ni túneles, ni colegios. Y los impuestos son estables, con lo cual siempre va a existir un servicio público. Con lo que no se tienen que preocupar por las crisis de todo tipo. Yo pago impuestos y ustedes también y todos nos beneficiamos. Y si lo piensa no le faltaría ni le falta de nada, dado que el estado le puede dar lo que necesita. Eso sí, es cierto que para pedir un subsidio el protocolo es arduo, evasivo y farragoso. Dígamelo a mí. Pero se confunden al pensar así. —apuntó el taxista.

    Se hizo el silencio durante cinco minutos, pues la conversación había derivado por vericuetos puntiagudos. De nuevo el taxista acostumbrado a hablar y por querer dar conversación viró el telescopio hacia otros campos.

    —Entonces. De vacaciones en la Gran Ciudad. Eso está bien, hay que disfrutar de la vida. La Gran Ciudad es el mejor lugar de Europa para disfrutar de una ciudad en unas vacaciones en todo su esplendor y de la manera más sencilla y práctica. ¿Qué plan tienen? Lo pregunto, porque lo mismo les puedo aconsejar. —se animó a hablar el taxista, ya como más humanizado y pensando en ellos de otra forma.

    —Estaremos una semana. En principio hoy visitamos el centro y por la noche vamos al Gran Parque para ver El festival de Primavera, mañana a la playa de Ponchaneta, el lunes iremos al Museo Moncada y luego a visitar a unos amigos. El viernes tenemos el gran concierto del grupo Metales Primerísimos… y bueno… más actividades. —dijo Cefe como más en sintonía con el conductor que antes.

    —Buen plan. Yo solo les sugiero. Eso ya es de cada cual. Decirles que mañana domingo va a estar la playa de la Ponchaneta hasta los topes. Es mejor que vayan el lunes a la playa porque el domingo no hay quién esté. Una opción es ir a la playa de la Soraneta. Está menos concurrida, aunque precisan una hora larga en metro hasta el norte. ¿Qué les parece? —dijo el taxista.

    —Sí. Sería lo ideal, pero para ese día y hora ya tenemos compradas las entradas en el Museo Moncada. Así que no va a ser posible. Iremos con gentío. Nos da igual. —contestó Cefe.

    —Está bien. Bueno, señores, ya hemos dejado la GC50 y entramos de nuevo a la Gran Ciudad en sí. —afirmó el verborreico taxista.

    —Ya veo. Siempre me impresionan los grandes rascacielos de la Gran Ciudad. ¿Por cierto, sería tan amable de recomendarnos un restaurante de esta zona, que den buena comida castiza y se esté bien? —solicitó como sin querer molestar Cefe.

    —Sí, hombre. Faltaría más. Está el Restaurante el Saco, pero ese es muy caro y uno en donde se come bien y es más asequible sin ser barato es el Restaurante Meneses de un conocido mío, llamado Marino. Comida tradicional y acaban de introducir las modernas costumbres para los comensales. —aconsejó el atento taxista.

    —Es muy amable. Me ha servido de mucho. —dijo Cefe.

    —¡Mira! ¡Qué fuente Cefe, es gigantesca!, cariño. Pero lo desproporcionado que es con ese chorro tan pequeño y lo grande que es la fuente. ¡Increíble! —señaló María mientras miraba sin pegar ojo del cristal izquierdo lo que había en la Gran Ciudad.

    —Sí, señora, es la famosa fuente de la Milagrosa y esta plaza es de las más bonitas de la ciudad se llama, Puigdemonte, un gran alcalde la mejoró. De hecho Puigdemonte tiene ocho estatuas y media erigidas en su honroso honor. —dijo el taxista mostrando respeto.

    —La fuente sí la conocía, es preciosa. Al impulsor ni idea. Por cierto, María, creo que siguiendo el consejo del taxista se puede cambiar el día de la playa por el martes. El martes teníamos planeado ir al Palacio del Marqués de Bétera. Podemos ir mañana y la playa la disfrutamos el martes, que habrá menos gente. ¿Qué te parece? —dijo Cefe.

    —Bueno, creo que se podría cambiar. Está bien, así iremos más tranquilos. —contestó María.

    —¡Oh! Señores. Veo que están metidos en la cresta de la ola… —dijo de sopetón el taxista.

    —No le entiendo. Perdóneme. —se extrañó misteriosamente Cefe.

    —¡Cómo que no me entiende! ¿No ha oído hablar de los actores de Hollywood que han adoptado a más o menos la mitad de los gorilas del planeta porque están en peligro de extinción? —dijo más asombrado el taxista.

    —Sí, algo oí, en las noticias ¿Qué tiene que ver con nuestra visita al Palacio del Marqués de Bétera? No lo entiendo. —dijo un confundido Cefe.

    —No me diga que no sabe que los actores de Hollywood inventaron la moda y que la están siguiendo concienzudamente. Que son la gente más pudiente en sus mansiones, jardines y casas. —siguió el taxista.

    —Claro que la conozco. Que los actores poseen grandes mansiones y dado que los gorilas están en claro peligro de extinción, han decidido adoptar a los gorilas y viven y conviven con el actor y su familia. Duermen en una habitación, comen en la mesa y juegan en el jardín y que es bien visto que el gorila destroce el inmobiliario, pues supone un disfrute para el actor el hecho de poder reparar su casa constantemente. Además, según dicen, ellos dan trabajo a una cantidad ingente de operarios que tienen que arreglar cada día o semana lo que destruye el gorila. Yo lo sigo viendo una moda absurda, pero son ricos, son caprichosos y han de comprar un gorila y protegerle en su mansión conviviendo con él noche y día. Es una costumbre extravagante. Pero, ¿Qué tiene que ver esa moda en auge con el palacio del Marqués de Bétera? —explicó Cefe sorprendido.

    —Pero, muy señor mío. Con todos los respetos, no se entera usted de absolutamente nada. El alcalde de la Gran Ciudad el ilustrísimo y venerado Don Ramón Laida, puso en funcionamiento el Real Decreto aprobado por toda la Corte. En el palacio y jardines viven ocho gorilas a la manera de los grandes de Hollywood. Es una forma magnífica para dar rentabilidad a un palacio que desafortunadamente es el símbolo del rococó español. —replicó de manera jocosa el taxista.

    —Ciertamente, es algo que no comprendo de estas modas absurdas. Que diga la opinión pública que el estilo rococó sea perverso, que los colores luminosos, suaves y claros sean la representación de lo execrable y la ornamentación abundante, sinuosa y curvilínea depravada, decadente y deplorable y que como algunos influencers y gente importante afirma que ha de ser completamente destruido hasta su mínima expresión. No tiene razón de ser. El palacio del Marqués de Bétera, según tengo entendido, es del siglo XVIII y es de proporciones bellas, una obra histórica tanto de la Gran Ciudad como de la arquitectura del país. ¡Es absurdo! —dijo desencantado Cefe.

    —Todos sabemos que el estilo rococó ha de desaparecer por completo. Y no es algo que se lleva diciendo de un día. De gracias que los gorilas habiten en el interior del palacio y que sean solo ellos de manera natural los que vayan destruyendo ese aborrecible arte en ese palacio, porque en condiciones normales el edificio debería de ser demolido desde los cimientos. Como ha pasado en muchos lugares con los edificios rococós o las obras rococós. De gracias que en la Gran Ciudad siga siendo la capital de la libertad absoluta, ya que respetamos más que otros los derechos fundamentales.  Pero no se apremien, lo pasarán de vicio en el palacio. No se asusten. Los gorilas no se meten con los visitantes. Ellos viven libremente en su interior y no suelen interactuar con los turistas. Se lo pasarán en grande. Ya verán... —comentó el taxista.

    —¡Qué preciosidad se ve el Estadio Olímpico! ¡Y mira, al lado está la torre-reloj más alta de Europa: la Cronosa! El bello parque, el Campito ¡cuánta gente y cuánta actividad tiene! —dijo María.

    —Sí. El parque del Campito debe ser un lugar único. Lástima que no tengamos tantos días. Hay todo tipo de actividades y de funciones. Debe ser un lugar único. —contestó Cefe

    —¡Mira cuánta gente en esa plaza! Seguramente hay algún concierto: Concierto Dj de inteligencia artificial ¡Guau! —apuntó María.

    —Bueno, señores, ya estamos. Esta es la Avenida Sancho Dragonías. —dijo el taxista.

    —Mira María. Hotel Cuatro Arcos. Elegante hotel. Genial… Disculpe, ¿Cuánto le debo? —dijo Cefe al

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