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La desconocida del Sena
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Libro electrónico35 páginas22 minutos

La desconocida del Sena

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La leyenda de la Desconocida del Sena, como siempre se la nombró y escribió, así, con mayúsculas, nació hacia 1900 y contaba que un empleado de la Morgue habría sacado a la joven de las aguas del Sena y que, maravillado por su enigmática sonrisa y la paz que se desprendía de su rostro, le habría hecho la máscara que se replicó inmediatamente en un gran número de ejemplares. En los años veinte y treinta, el molde de yeso solía encontrarse en casa de artistas e intelectuales, como si fuese un distintivo de la moda ornamental. Jules Supervielle, el poeta franco-uruguayo, no tardaría en dedicarle uno de sus poéticos cuentos: "La Desconocida del Sena", que publicó por primera vez en 1929.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 may 2024
ISBN9786073089166
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    La desconocida del Sena - Jules Supervielle

    La desconocida del Sena

    LA DESCONOCIDA DEL SENA

    Licenciado Vidriera cumple 20 años

    y ha contado ya 100 historias

    COLECCIÓN

    RELATO LICENCIADO VIDRIERA

    COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

    Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

    ÍNDICE

    Introducción

    Fabienne Bradu

    La desconocida del Sena

    Jules Supervielle

    Epílogo

    Philippe Jaccottet

    Aviso legal

    INTRODUCCIÓN

    La Joconda del suicidio

    AFINES DEL SIGLO XIX, UNO DE LOS PASEOS DOMINICALES DDE LOS PARISINOS LOS CONDUCÍA A LA MORGUE DONDE se exhibían los cadáveres de los muertos en la vía pública y no reclamados por nadie. Construida en 1868 por el barón Haussmann que cambió radicalmente la fisionomía de París, era la segunda Morgue de la capital y se situaba en el muelle de l’Archevêché, en la Isla de la Cité, a unos pasos del Hospital del Hôtel-Dieu. Los cadáveres se alineaban tras unas vitrinas, semirrecostados y semidesnudos, en espera de su eventual identificación. La muerte súbita se consideraba un infortunio; de ahí, la necesidad (y la obligación legal) de identificar a los cuerpos encontrados en la vía pública. Las ropas que llevaban a la hora de morir colgaban detrás de ellos, porque a veces ayudaban a reconocer al deslomado yaciente. Grabados de la época muestran a los variopintos visitantes que se aglutinan contra los cristales; predominaba la gente del pueblo, pues era un espectáculo gratuito, pero también acudían extranjeros advertidos por las guías turísticas de la capital.

    La palabra morgue —que ha pasado tal cual al español— proviene del verbo morguer que significa mirar desde lo alto o altivamente y hoy es más bien sinónimo de burlarse de alguien. En efecto, la posición de los cadáveres favorecía esta manera de mirar desde cierta altura, pero la contemplación estaba lejos de encantar a los

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