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El arado y la espada
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Libro electrónico223 páginas3 horas

El arado y la espada

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Las obras que encumbraron a Theodor Kallifatides como uno de los grandes escritores europeos de la segunda mitad del siglo xx fueron sus tres novelas Campesinos y señores (1973), El arado y la espada (1975) y Una paz cruel (1977), que ahora se traducen por primera vez al español. Con ellas, Kallifatides retrató su infancia y su adolescencia y a la vez el período más trágico de la historia contemporánea de Grecia, el que va desde que los nazis invaden el país en 1941 hasta el fin de la guerra civil griega en 1949, y la miseria de la posguerra en un país devastado. En El arado y la espada, los habitantes de Yalós parecen poder respirar tranquilos, tras la llegada del ejército británico y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero pronto resuena de nuevo el estruendo de las armas. En el vacío de la postguerra, los fascistas toman el poder y grupos de partisanos resistentes, que ya combatieron contra los nazis, se enfrentan a ellos. La familia de Minos, el niño protagonista de la trilogía, emerge en primer plano: el tío Stelios, contador de historias y anécdotas sin fin, el maestro liberado de las cárceles nazis que por fin puede reunirse con su familia, Minos y su primer amor por una niña judía, Rebeca, los hermanos mayores, que huyen a las montañas para unirse a la resistencia contra el fascismo, y la madre, cuyo valor y fortaleza es el soporte de todos ellos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 may 2024
ISBN9788410107106
El arado y la espada

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    El arado y la espada - Theodor Kallifatides

    © Florence Montmare

    Theodor Kallifatides

    Ha publicado más de cuarenta libros de ficción, ensayo y poesía traducidos a varios idiomas. Nació en Grecia en 1938, y emigró a Suecia en 1964, donde consolidó su carrera literaria. Ha traducido del sueco al griego a grandes autores como Ingmar Bergman y August Strindberg, así como del griego al sueco a Yannis Ritsos o Mikis Theodorakis. Ha recibido muchos premios por su trabajo tanto en Grecia como en Suecia, país en el que reside actualmente. En España, ganó el Premio Cálamo Extraordinario 2019 por Otra vida por vivir. Posteriormente, Galaxia Gutenberg ha publicado sus novelas El asedio de Troya y Madres e hijos, en 2020, Lo pasado no es un sueño, en 2021, Timandra y Amor y morriña, en 2022, y en 2023 Un nuevo país al otro lado de mi ventana. En 2023 recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

    Las obras que encumbraron a Theodor Kallifatides como uno de los grandes escritores europeos de la segunda mitad del siglo XX fueron sus tres novelas Campesinos y señores (1973), El arado y la espada (1975) y Una paz cruel (1977), que ahora se traducen por primera vez al español.

    Con ellas, Kallifatides retrató su infancia y su adolescencia y a la vez el período más trágico de la historia contemporánea de Grecia, el que va desde que los nazis invaden el país en 1941 hasta el fin de la guerra civil griega en 1949, y la miseria de la posguerra en un país devastado.

    En El arado y la espada, los habitantes de Yalós parecen poder respirar tranquilos, tras la llegada del ejército británico y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero pronto resuena de nuevo el estruendo de las armas. En el vacío de la postguerra, los fascistas toman el poder y grupos de partisanos resistentes, que ya combatieron contra los nazis, se enfrentan a ellos. La familia de Minos, el niño protagonista de la trilogía, emerge en primer plano: el tío Stelios, contador de historias y anécdotas sin fin, el maestro liberado de las cárceles nazis que por fin puede reunirse con su familia, Minos y su primer amor por una niña judía, Rebeca, los hermanos mayores, que huyen a las montañas para unirse a la resistencia contra el fascismo, y la madre, cuyo valor y fortaleza es el soporte de todos ellos.

    Galaxia Gutenberg,

    Premio Todostuslibros al Mejor Proyecto Editorial, 2023,

    otorgado por CEGAL (Confederación Española de Gremios

    y Asociaciones de Libreros).

    Esta traducción ha recibido una ayuda del Swedish Arts Council.

    Título de la edición original: Plogen och svärdet

    Traducción del sueco: Carmen Montes Cano y Eva Gamundi Alcaide

    Publicado por:

    Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª

    08037-Barcelona

    info@galaxiagutenberg.com

    www.galaxiagutenberg.com

    Edición en formato digital: mayo de 2024

    © Theodor Kallifatides, 1975, 2024

    © de la traducción: Carmen Montes Cano y Eva Gamundi Alcaide, 2024

    © Galaxia Gutenberg, S.L., 2024

    Imagen de portada:

    En una playa de Grecia, soldados británicos comparten

    sus raciones de desayuno con un niño griego, el 5 de

    octubre de 1944.

    © Imperial War Museums (CM 5912)

    Conversión a formato digital: Maria Garcia

    ISBN: 978-84-10107-10-6

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

    Para mis hermanos

    TODO AQUELLO QUE QUEDÓ

    La noche de la liberación

    El tío Stelios abre la ventana que da a la calle. En Yalós es de noche y reina el silencio. Un silencio denso, en el que la gente duerme o simplemente cierra los ojos y deja de buscar palabras, puesto que todas las palabras están dichas y todo lo que debía hacerse está hecho.

    Es la primera noche de la liberación, una noche de mayo de 1944 y, en lo que respecta a Yalós, la guerra ha terminado. Los nazis se vieron obligados a retirarse no como vencedores, sino como perdedores. Por toda Grecia sopla un viento con el aroma del dulzor de la victoria, y el mundo se ha vuelto de repente más comprensible; un mundo de vencedores y de perdedores.

    Pero ya hay gente que recela de la victoria. Ya hay gente que sabe que nadie ha vencido, que todos han perdido y que pronto dará comienzo una nueva guerra.

    Pero a esa gente también la envuelve el mismo silencio cansado. Algunos duermen, otros velan. El tío Stelios no puede dormirse, no quiere dormirse. Vela por el día que ha transcurrido. Los mayores siempre han velado por el pasado.

    Va y viene por el dormitorio. Se desplaza de una ventana a la otra. La primera vez en cuatro años que no las tienen cerradas a cal y canto.

    Las ventanas han vuelto a ser ventanas. Ya no son una mirilla. Las ventanas han vuelto a ser lo que eran desde un principio: ojos. Por ellas se puede mirar hacia dentro, hacia fuera.

    El tío Stelios está encantado con sus ventanas. Las reconoce, y una ternura asombrosa se apodera de su corazón. Va de una a otra y las acaricia despacio, sus manos viejísimas están ásperas después de cuatro años de trabajos forzados en aquel aeropuerto sin sentido, pero la madera es más áspera todavía y, aun así, cede.

    El viejo es demasiado viejo para dejarse engañar por la complacencia de las cosas. Se da cuenta de que los listones se están pudriendo y decide que mañana mismo emprenderá los trabajos de reparación.

    Pero mañana mismo puede ser demasiado tarde. Esa es la trampa secreta de la vejez. Cuanto menos nos dejamos engañar, tanto más a menudo comprobamos que es demasiado tarde.

    La casa ha envejecido, y el tío Stelios también. Pero la casa recuperó los ojos cuando las ventanas volvieron a ser ventanas, mientras que el tío Stelios está perdiendo la vista.

    Últimamente está cubriendo sus ojos azules una película gris. Al principio pensó que sería algo pasajero y se los frotaba con todo el dorso de la mano como un niño pequeño.

    Pero la película no se iba. Se quedó entre él y las cosas, entre él y los demás, como un muro, hasta que se convirtió en el centro indiscutible y fallido de la existencia.

    El anciano va y viene por su dormitorio y, sin saberlo, se prepara para una vida en la oscuridad que se avecina. Da pasos regulares y vacilantes; extiende hacia delante el brazo derecho de un modo inconsciente pero tenaz, como los cuernos con ojos de un caracol. En algún punto de su interior la ceguera ya ha arraigado, igual que la muerte.

    Pero el tío Stelios no piensa rendirse, piensa resistir, no piensa ceder hasta que no tenga una historia graciosa que contar sobre su propia muerte. Aunque tal vez sea demasiado tarde para eso también. No porque se hayan acabado las historias graciosas, sino porque el tío Stelios ya no tiene ganas de inventárselas.

    La película gris que le cubre los ojos es un impedimento, el mundo está apagado y distante, y el mundo no es divertido si no es nítido y tangible. El mundo se ha distanciado del tío Stelios por medio de una fina mucosa gris.

    Va a la cocina a lavarse la cara y a beberse un vaso de agua. Pero, cuando se encuentra ante el fregadero y mira inseguro hacia el pueblo por la ventanita de la cocina, se ríe para sus adentros y llena un cubo enorme con agua fría, que se echa por encima con gritos de regocijo.

    –Que la muerte me lama el culo –dice son una sonrisa socarrona, y se da unas palmadas en las nalgas que tantas sillas de cafés han desgastado a lo largo de toda su vida.

    –Un trasero de oro –dice animándose a sí mismo, y piensa en los millones de dracmas que, después de la inflación, hicieron las veces de papel higiénico.

    Luego vuelve a llenar el cubo y entra en la habitación contigua, donde suele dormir su nieto, Minos. Pero Minos no está en la cama.

    El tío Stelios se queda empapado delante de la cama con el cubo lleno de agua en las manos mientras el desasosiego se apodera de él. Su repentina alegría desmedida se aplaca de golpe.

    Por lo que a él se refiere, esa noche tan feliz ha terminado. En Yalós ya no hay nada duradero; ni la alegría ni la pena ni el silencio. Lo único que dura es Yalós mismo, y el mito de Yalós.

    La guerra ha terminado, pero la familia del anciano sigue dispersa por los cuatro puntos cardinales. Su yerno, el maestro, continúa en la cárcel. Los presos de los alemanes son hoy por hoy los presos de los griegos. Los alemanes les entregaron las cárceles a los traidores griegos, los batallones de seguridad, que eran más temidos que los propios alemanes. El nazismo seguía vivo. Grecia era una tierra fértil para la semilla de Hitler.

    De modo que el maestro continúa en la cárcel. Antonia, la mujer del maestro, hija del tío Stelios, tampoco está. Se ha mudado con un familiar a Esparta, cerca de la cárcel para poder visitar al maestro las pocas veces que le dan permiso.

    Los presos necesitan toda la ayuda que se les pueda dar. Necesitan ropa, comida, medicamentos, pero, sobre todo, necesitan saber que sus mujeres y sus hijos los esperan, los echan de menos y desean que vuelvan.

    Antonia, que aún es joven y guapa, se disfraza hasta hacerse irreconocible. Se pone los trapos más andrajosos que encuentra, cambia su forma de andar y nadie presta atención a la mujer en la que se convierte. Ni vieja ni joven, ni guapa ni fea. Una mujer que no es nadie, como el viejo y astuto Ulises cuando engañó a Polifemo, el gigante de un solo ojo.

    Los yalitas han tenido que engañar a Polifemo muchas veces. Y muchas veces se han visto obligados a convertirse en nadie y en nada para sobrevivir. Ha habido épocas y años en los que sólo la vegetación sobrevivía a la maldad y a la venganza de los seres humanos. Ha habido épocas y años en los que los seres humanos tenían que transformarse en vegetación para ver la luz del sol un día más.

    El tío Stelios piensa en sus hijos y en sus nietos. La tormenta los ha dispersado. Aunque se cuenten entre los que han tenido suerte, puesto que aún no ha muerto nadie de la familia, aún no han asesinado a nadie.

    Pero en Yalós hay muchas familias donde no queda ni un solo hombre con vida. Hay casas donde los espejos están cubiertos con telas negras, donde las mujeres solitarias persisten con su dolor en habitaciones silenciosas y camas vacías y luchan por estrangular los gritos que se les agolpan en el pecho y quieren salir, llegar a Yalós y a la gente.

    Pero los demás o están asustados o se han ahogado en sus propias penas. Muchos en Yalós han enmudecido después de cuatro años de ocupación alemana.

    Los yalitas son muy celosos de su dignidad. El llanto y las lamentaciones tienen su momento. El silencio tiene el suyo. El del silencio es el que más dura. Pero el tío Stelios no se desespera. Sabe que el silencio acabará por romperse.

    Allí delante de sus ventanas, que vuelven a ser ventanas, siente una confianza profunda, casi dolorosa e inevitable. ¡Todo va a cambiar a mejor!

    El maestro volverá, la hija volverá. Los dos nietos que llevan dos años desaparecidos también volverán. Y se sentarán todos juntos a una mesa larga, el tío Stelios y su mujer Maria la Santa, y toda la vida que ellos dos han traído al mundo se sentará a su alrededor.

    El tío Stelios piensa en los años pasados. Piensa en todas las personas que vinieron y se fueron del pueblo; alemanes e italianos, gente de ciudades y pueblos, jóvenes y ancianos, mujeres y niños.

    Yalós era un pueblo rico. Si había algún lugar donde quedaba un pedazo de pan, era Yalós. Aun así, pasaron hambre. Aunque nadie murió de inanición como en las grandes ciudades.

    Los olivos daban su fruto sagrado, los almendros daban almendras y con las bellotas hacían café. Siempre tenían algo con lo que calmar el estómago, y cuando ya no quedaba nada, tenían el vino, el vino claro y aromático que aliviaba los sentidos de tal modo que incluso Josef el Perro, el cabo alemán, llegaba a comportarse como una persona.

    Pero aquello no ocurría a menudo. Josef el Perro había convertido en el objetivo de su vida subyugar a los yalitas. Nunca los subyugó. Con su aeropuerto sucedió lo mismo que con el resto de los monumentos de Yalós; nunca llegaron a terminarlo, y el aeropuerto, al contrario que la iglesia a medio construir, nunca podrían inaugurarlo como ruinas.

    Los yalitas eran vanidosos, pero no levantaban monumentos por vanidad, puesto que habían aprendido que los monumentos acaban derribados algún día. Habían aprendido que el único monumento conmemorativo que perdura son los huesos de los antepasados, y esos se hunden en las profundidades de la tierra, donde no llegan ni los perros ni los humanos.

    Eso no lo sabía Josef el Perro. Quería construir su aeropuerto cuanto antes. El tío Stelios estuvo trabajando allí durante cuatro años. En ocasiones llegó a haber hasta cincuenta trabajadores. Pero debe de haber sido una de las pocas veces en la historia de la humanidad en la que cincuenta hombres acostumbrados a desbrozar y a cavar lograran tan poco.

    En cuatro años de trabajos forzados, les dio tiempo de preparar un caminito en el que no podía aterrizar ni una hormiga. Josef el Perro ladraba y ladraba, pero de nada servía.

    Los trabajadores forzosos habían desarrollado una serie de métodos de ralentización sencillos, pero bastante eficaces; no paraban de escaparse al bosque, se desmayaban o sencillamente uno cavaba lo que otro hubiera cubierto.

    El tío Stelios tenía un pasado particular con Josef el Perro por la cancioncilla difamatoria que se inventó sobre él. Además, el tío Stelios era el único que sabía un poco de alemán y con el tiempo ascendió a intérprete.

    Fueron cuatro años estúpidos, crueles y sin sentido. El tío Stelios se pasaba todo el día gritando órdenes, los demás trabajadores forzosos no se lo tomaban en serio ni a él ni a Josef, sobre todo porque las palabras de Josef se traducían con mucha frivolidad y se comentaban con más frivolidad aún.

    Fueron cuatro años estúpidos, crueles y sin sentido, pero ya habían quedado atrás. Ahora había que volver a empezar, ahora eran libres. Los alemanes y Josef habían abandonado el pueblo. Ahora Yalós se levantaría de nuevo. ¿O no se levantaría?

    El anciano está preocupado y, como siempre que está preocupado, se dirige a la otra habitación para hablar con su mujer, pero Maria la Santa está durmiendo. Duerme como una niña pequeña con la cabeza bajo la almohada. Lo único que se ve es el cabello blanco, que se suelta para dormir.

    El tío Stelios se queda indeciso delante de la cama. No quiere despertarla. Maria la Santa está cansada, muy cansada. También ella ha tenido que sufrir mucho, también ella

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