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Los relatos que componen este libro son imprevisibles porque no buscan solo una sorpresa efecticta.Son imprevisibles porque hasta las conclusiones más lógicas son puestas en duda, son imprevisibles porque el autor consigue, incluso, sorprenderse a sí mismo. 

Son imprevisibles, en definitiva, porque también lo es la única vida que vale la pena ser vivida. Y el oficio y el oficio de Fernado Riera consiste en tomar la realidad más anodina y devolvernosla transformada en aventura. 

 

IdiomaEspañol
EditorialTony Jim
Fecha de lanzamiento3 abr 2024
ISBN9798224926077
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    Imprevisibles - Fernando Riera

    Agradecimientos:

    A todos los que me han

    apoyado en mis relatos,

    tanto personalmente como

    en las redes sociales; en especial

    a Gloria Albadalejo Ayala,

    con quien he realizado conjuntamente

    el relato, aquí publicado,

    Las horas muertas.

    El oficio de Fernando Riera

    Los 19 relatos que componen este libro tienen un elemento en común, algo que los define: son imprevisibles. Y puede que la palabra imprevisible esté un tanto manida en estos tiempos de novelitas efectistas, que mueren en el intento de epatar a un lector demasiado curado de espanto, y series audiovisuales producidas para el consumo inmediato, sin un rumbo argumental demasiado definido. La imprevisibilidad de la que hablo tiene más que ver con la idea del escritor de oficio arquetípico del siglo XX, aquel que se sentaba cada día frente a su máquina de escribir y la aporreaba para poder llenar la olla. Poco importaba que no tuviese, en un momento dado, ninguna idea nueva para desarrollar; lo importante era la constancia, que cuando llegase la inspiración, lo encontrase trabajando, como dijo el artista.

    Fernando Riera es un poco heredero de este tipo de autores. Un trabajador de la palabra que, lejos de la idea del escritor romántico, se nos antoja —a su vez— cargado de un nuevo romanticismo pop, algo que reivindicamos muchos de quienes nos dedicamos a este noble aunque ingrato oficio: la constancia, el amor por lo que se escribe, el respeto por el lector —hacia quien nunca nos dirigiremos con condescendencia—, el sabernos artesanos de la palabra, obreros con mayor o menor destreza, pero meros obreros fabricantes de historias. Dueños de un talento que no es más que una intuición, un filtro por el que pasamos la realidad para devolverla transformada; a veces apenas, solo un matiz que lo resignifica todo. La constancia en la consecución de una nueva historia es, quizás, la virtud más importante del escritor de género.

    En estos relatos encontrará el lector gran cantidad de los elementos que definen a la literatura que ha dado en llamarse pulp o popular: escenarios aparentemente cotidianos interrumpidos por un solo elemento fuera de lugar que dispara la trama, giros de timón en los momentos menos esperados, altas dosis de acción y descripciones cortas aunque suficientes. Muchas de las historias de Fernando comienzan con una frase parecida a «Me llamo Fulano y soy tal cosa». Con eso le basta. El personaje no tiene por qué hacer interminables soliloquios detallando cada aspecto de su personalidad y de su apariencia. El buen escritor pulp es capaz de definirnos al personaje por las cosas que hace, más que por las que dice. Las palabras solo justifican, la acción es la que construye. Y es en este sentido que Fernando Riera se erige como un digno heredero de los autores pulp de la vieja escuela.

    Los relatos que componen este libro son imprevisibles, pero no por lo que ustedes puedan pensar —valga la necesaria perogrullada—. Son imprevisibles porque no buscan una sorpresa efectista. Son imprevisibles porque hasta las conclusiones más lógicas son puestas en duda. Son imprevisibles porque el autor consigue, incluso, sorprenderse a sí mismo por la deriva de los acontecimientos (o, al menos, logra que así lo creamos). Son imprevisibles, en definitiva, porque también lo es la única vida que vale la pena ser vivida. Y el oficio de Fernando —como ha quedado dicho— consiste en tomar la realidad más anodina y devolvérnosla transformada en aventura.

    Disfruten ustedes de su lectura.

    Iván Guevara

    Barcelona, febrero de 2024

    La inspiración no viene del cielo

    Me llamo Lola, tengo cuarenta años y soy escritora de novelas de terror. Tengo un problema, y es que aún no tengo tema para mi próxima novela y se acaban los plazos... Mi editor no deja de escribirme y llamarme. Yo no le contesto, y sé que acabará con mi paciencia y mis nervios... Es más; he apagado el móvil, que además estaba sin batería... y lo he dejado sobre la mesa. 

    Es de noche y hay silencio absoluto en mi casa, por lo que son unas condiciones perfectas para trabajar. Me estrujo el cerebro buscando la más miserable de las ideas para mi novela, pues ya con cualquiera me conformo. Ya me ocuparé luego de estirarla y de darle forma... Pero nada, ni el más mínimo resquicio de una idea aprovechable... Mi imaginación se ha quedado seca, y es por lo que me tiro de los pelos mientras grito: 

    ⸺¡Maldita sea!

    Es la primera vez que me encuentro en una situación así, y no sé qué hacer... Abatida sobre la mesa, pienso: 

    «Necesito ayuda». 

    Entonces, algo asombroso ocurre. El móvil, que lo tenía apagado, se enciende y suena. De manera que lo cojo intrigada y miro la pantalla, en la cual se refleja: «Número oculto». La batería está vacía y, además, no tiene cobertura... Seguidamente, el dispositivo vuelve a sonar con el tono habitual de llamada, pero esta vez me suena terrorífico... y es por ello que todo el vello se me eriza.

    Sigo agarrada al móvil, sin dejar de mirarlo. «¡No lo puedo creer...! ¡¿Quién me puede estar llamando, y cómo...?!». Solo hay una forma de averiguarlo; así que contesto: 

    ⸺¿Quién es?

    Y nada... Al otro lado hay un silencio espectral... Pero, de pronto, una voz más fantasmal que humana contesta: 

    ⸺¿Cómo que quién soy? Tú me has llamado. Tú me has invocado, ¿recuerdas? 

    Esta vez se me hiela la sangre y el móvil se me desliza entre los dedos, cayendo al suelo... «No puede ser real lo que está pasando...». Sin embargo, aquella voz desde el artefacto continúa: 

    ⸺¡¿Qué falta de respeto es esta?! ¡Desprecias mi solicitud, mi preocupación por ti...! 

    Durante unos instantes, me quedo petrificada. No obstante, reacciono y aplasto el móvil con el pie, haciéndolo pedazos. 

    No vuelvo a oír la demoníaca voz, y por un momento, dudo si aquello ha sido tan solo una alucinación.

    La cuestión es que vuelvo a respirar tranquila, aunque ahora me he quedado sin teléfono... 

    De pronto, alguien golpea la puerta: <<¡Pow, Pow, Pow!>> Entonces me quedo mirando hacia el recibidor, sin atreverme a moverme de donde estoy, y grito: 

    ⸺¡¿Quién es?! 

    ⸺¡Vuelvo a ser yo! ⸺responde la misma voz espectral del móvil. Os aseguro que casi me da un infarto... 

    ⸺¡¿Qué quieres de mí?! ⸺exclamo sin dejar de mirar hacia la puerta.

    Se produce un silencio siniestro, pero peor es lo que veo. Y, de verdad, tenéis que creerme porque no miento. Una espesa niebla comienza a entrar por debajo de la puerta llenando el recibidor. 

    ⸺¡He de acabar con esto de una vez...! ⸺exclamo dirigiéndome con rapidez hacia la cocina.

    Una vez allí, abro un cajón y saco el cuchillo más largo que encuentro. Acto seguido, voy rauda hasta la puerta con cuchillo en mano, la abro y... el susto es mayúsculo.

    Justo en ese momento, mi editor está llegando al rellano y, al ver que me abalanzo sobre él con un cuchillo éste pega un grito: 

    ⸺¡¡Aaahhh!! 

    ⸺¡¡Aahhh!! ⸺también grito yo.

    ⸺: ¡¿Pero qué haces, Lola?! ¡Has estado a punto de matarme! 

    ⸺¡Lo siento, Juan...! ¿Pero qué haces aquí? ¿Eras tú el que estaba llamando a mi puerta? 

    ⸺¿Qué...? ¿No ves que acabo de llegar...? ¿Se puede saber qué te pasa? Te veo muy exaltada... Y, ¿por qué no has contestado a mis llamadas? ¿Te pasa algo...?

    ⸺No, no me pasa nada. Lo siento... Pasemos adentro. 

    Ambos entramos en el piso, cierro la puerta y nos dirigimos al salón. Esta vez, yo estoy más calmada, pero no entiendo nada de lo que ocurre. 

    ⸺Ahora en serio, Lola. ¿Tienes algún problema? ⸺insiste mi editor⸺. Quiero saber si estás trabajando en tu novela. De lo contrario, tus lectores pronto empezarán a impacientarse. 

    ⸺¿Quieres la verdad? ⸺le contesto yo⸺. ¡Pues no! ¡No tengo nada...! Ya lo ves. Ahí está mi portátil... Ni una línea escrita; ninguna idea para mi libro... Jamás me había ocurrido esto.

    ⸺¡Pues soluciónalo! Busca las ideas en otras partes. Cópialas o sácalas de alguna vivencia tuya... Aunque no sea algo sobrenatural... La gente quiere leer, básicamente, algo tuyo. 

    ⸺Nunca me ha gustado narrar cosas de mi vida, pero quizás... quizás pueda ser el momento.

    ⸺¡Claro! Escribe lo que sea, pero dime que puedo irme tranquilo de tu casa, que te pondrás a ello.

    ⸺¡Sí, sí! Puedes irte tranquilo. ¡Me voy a poner a ello! 

    Entonces, vuelve a oírse aquella espectral voz, pero esta vez desde el teléfono desmenuzado, el cual sigue en el suelo. 

    ⸺¡Qué bien, Lola! Me alegra saber que por fin este será un trabajo entre los dos. 

    ¡Ja, ja, ja! 

    Mi editor y yo miramos al suelo, hacia las piezas rotas del móvil. El altavoz aún vibra después de la última y espectral risotada. El caso es que tengo que sujetar a mi editor para que este no caiga desmayado.

    El regalo

    Año 2001. Mucha gente tiene androide doméstico en su vivienda. Luis, un ejecutivo que vive solo, también tiene uno; un modelo K20. Este realiza todas las tareas mientras él está fuera de casa trabajando. Prepara las comidas, limpia, hace reparaciones; incluso puede recibir visitas y realizar encargos.

    Sin embargo, Luis ha de decidido reemplazar a su androide por otro más sofisticado, pues piensa que el suyo ha quedado algo anticuado.

    Cuando Luis llegó aquella tarde de trabajar, traía un cuadro, y le pidió al K20 que le ayudara a colocarlo en la pared del salón. La obra era una pintura minimalista que no destacaba artísticamente. Cumplía con la misión de armonizar con el ambiente de la casa, y nada más.

    Luis se alejó del cuadro para comprobar que estuviera correctamente situado. Lo miró un instante y dio su aprobación. Después, se dirigió hasta el androide, que seguía allí.

    ⸺K20, he decidido que necesitas una modificación ⸺le dijo⸺. Mañana sábado iremos a la empresa que te construyó. Nos están esperando. Voy a tratar de que conserves tu memoria acumulada, porque sería una lástima que perdieses todo lo que te he enseñado... Pero es que también necesito que estés preparado para aprender a realizar cosas nuevas. Si no puedo mantener tu memoria, quizás no nos volvamos a ver; así que lo más ético es que nos despidamos... Quería darte las gracias por cuanto me has ayudado durante este tiempo. ¿Tienes algo que decirme sobre esto?

    ⸺No, señor. Seguro que su decisión será la correcta.

    ⸺Me retiro a mi habitación entonces... Buenas noches.

    ⸺Que descanse, señor.

    Luis se alejó del salón, dejando solo al androide mientras este le veía alejarse. Luego, el K20 apagó las luces y se fue a su cámara a recargarse.

    A la mañana siguiente, ya sábado, el K20 le servía el desayuno a Luis en el comedor.

    ⸺En un par de horas saldremos hacia la fábrica ⸺avisó Luis al androide.

    ⸺Estaré preparado.

    Hubo un momento de silencio. Tras este, Luis añadió:

    ⸺Estás muy silencioso esta mañana, K20.

    ⸺No más que cualquier otro día, señor. Puede comprobarlo en el habitual test de preguntas.

    ⸺No hace falta. Seguro que tienes razón, como siempre.

    ⸺Quizás es porque usted espera que diga algo.

    ⸺Sí. Pensaba que quizás expresarías alguna preocupación por lo que te va a pasar hoy.

    ⸺No, señor. Confío plenamente en usted. Sé que lo hace por un bien.

    ⸺Eso es. Te necesito mucho más actualizado. Voy a empezar a trabajar desde casa y quiero que me ayudes. Pero, como te he dicho, haré todo lo posible para que no modifiquen tu identidad. Echaría mucho de menos nuestra interacción, nuestras conversaciones siempre provechosas los fines de semana sobre cuestiones intelectuales o de cualquier otra índole...

    ⸺¿Aunque a veces discrepemos un poco?

    ⸺Sí. Ja, ja... Pero ambos aprendemos, ¿verdad?

    ⸺Por supuesto, señor.

    Luis terminó de desayunar, y el K20 se puso a recoger la cocina.

    A las doce del mediodía, Luis y el androide salieron en dirección a la Fábrica Nacional de Androides.

    Y a las seis de la tarde, Luis regresó a casa. Venía solo, y fue a su despacho a dejar las cosas que traía. Mientras recorría el piso, sentía una extraña sensación... El silencio, el no oír al K20 caminando de un lado para otro realizando alguna tarea le turbó.

    Se dirigió hacia la diminuta cámara, un espacio muy pequeño donde el androide permanecía todas las noches recargándose. Luis se metió en ella para inspeccionarla, y se sorprendió al ver el recorte de una imagen pegada en una de las paredes. Una imagen que él nunca había visto antes... Se trataba de un paisaje natural. Y quizás no era una fotografía, pero sí que era la imagen más bella que un ojo humano podría ver jamás. Y más excelso aún era un texto escrito en la parte inferior de aquella postal, el cual decía así:

    «Para mi amigo Luis. De quien aprendí y siempre estuvo a mi lado, preocupándose por mí. Y con quien pasé los mejores momentos de mi corta existencia.

    K20 ».

    Luis se derrumbó ahí mismo. Sollozaba y las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos.

    El extraterrestre

    Hola, me llamo Frank. Y el día más polémico de la historia fue el día en que decidimos despertar a esa cosa. Presumiblemente, era un ser procedente de otra galaxia; y también un secreto de Estado desde hacía muchas décadas. Yacía en una cápsula de hibernación custodiada en un recinto militar.

    Esa tarde se decidió por votación si lo despertábamos o no. Unos pocos más y yo votamos que no; pero salió el sí.

    Se abrió la cápsula, se conectaron los electrodos al cráneo del ser, tomando todo tipo de medidas y se le empezó a ejecutar la reanimación.

    Desde los ordenadores se leía alguna actividad cerebral, pero seguía dormido... No había nada que pareciera alterarle. Así que el general comenzó a impacientarse y tuvo la feliz idea de establecer contacto con el ser lo antes posible.

    ⸺¡Hola, hola! Está usted en la Tierra ⸺dijo tras coger el micrófono⸺. Nosotros somos los humanos. ¡¿Me está usted oyendo?!

    Entonces, el alienígena se despertó y gritó:

    ⸺¡Claro que le oigo, gilipollas! ¡¡Me está destrozando los tímpanos!!

    A partir de ahí, las cosas no fueron a mejor... Trataron de conseguir del extraterrestre toda la información posible acerca de su planeta de origen y sobre cómo había logrado llegar hasta la Tierra. Sin embargo, nada averiguaron de él. En cambio, él sí que pudo conocer todo sobre nosotros: cómo funcionan nuestros gobiernos; los secretos más ocultos... Y no tuvo que hacernos ningún lavado de cerebro, ya que simplemente los humanos somos demasiado chismosos... Yo, mientras tanto, alucinaba ante lo que estaba ocurriendo. Finalmente, el ser accedió a facilitarnos alguna información si nos ofrecíamos a echar una partida de póker con él.

    Todos estaban encantados con la propuesta. Trajeron una mesa redonda, prepararon la partida y fueron a por bebidas y también a por algo para picar.

    El alienígena, al final de la noche, no solo no tuvo que contarles nada, sino que, además, entre todos le acabaron debiendo un millón de dólares.

    El

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