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Economía bajo amenaza
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Libro electrónico363 páginas5 horas

Economía bajo amenaza

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Chile vivió, entre 2020 y 2021, una de las mayores crisis de su historia reciente. Tras el estallido social -que desestabilizó al país en todas sus áreas-, llegó la pandemia que lo mantuvo más de 500 días bajo un Estado de Catástrofe. Se restringió la movilidad de las personas -a través de cuarentenas, cordones sanitarios y toques de queda- y se detuvo completamente la actividad económica nacional. En este contexto, Lucas Palacios a cargo del Ministerio de Economía, fue observador privilegiado -formó parte de la llamada Mesa Covid- y actor relevante en diversas decisiones que impactaron a millones de personas. Su labor tuvo un sello diferenciador, trabajando con empresas y gremios de todos los tamaños, dado que el virus no daba tregua en ningún rincón del país. Y en ese escenario la economía debía ser más humana que nunca.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 dic 2023
ISBN9789566260110
Economía bajo amenaza

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    Economía bajo amenaza - Lucas Palacios

    © 2023, Lucas Palacios

    © De esta edición:

    2023, Empresa El Mercurio S.A.P.

    Avda. Santa María 5542, Vitacura,

    Santiago de Chile.

    ISBN: 978-956-6260-10-3

    ISBN digital: 978-956-6260-11-0

    Primera edición: diciembre 2023

    Edición general: Consuelo Montoya

    Diseño y producción: Paula Montero

    Diseño de portada: Paula Montero

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    ÍNDICE

    Introducción. Los años en que Chile se vio amenazado y el mundo se detuvo

    I. Un desafío mayúsculo

    Desarticulando el paro

    Aló, ¿presidente?

    En el Salón Azul

    Horas de definiciones

    En medio de la calle

    II. Revitalizando la economía

    ¿Qué haría Lenin en mi lugar?

    Humanizar la economía

    Medidas post estallido

    Tomando control de la agenda

    Ministro, nos vamos

    III. La mirada internacional

    Estados Unidos, Canadá y Suiza

    Entre Microsoft y The Revenant

    IV. El mundo entero se detiene

    Se avecina una tormenta viral

    La duda: ¿salud o economía?

    Buscando alternativas

    Transitando en la incertidumbre

    V. Abriendo espacio a la economía

    Un equipo innovador y comprometido

    Una nueva normalidad

    Fijación de precios

    Nace un nuevo Sernac

    Los bancos se incorporan tras la ofensiva comunicacional

    La inmediatez del mensaje

    Restringir el delivery solo para lo esencial

    La dupla Pa-Pá

    Pymes de barrio

    VI. Avanzar sin descanso

    Contra el aplauso cortoplacista

    Luz al final del túnel

    Un mensaje distorsionado

    El valor del trabajo en equipo

    Planes y realidad, el camino hacia la recuperación

    VII. Un nuevo ciclo

    Una decisión arriesgada

    Se acerca el verano

    Delimitar el ámbito

    Aunando fuerzas

    Virtuosos mínimos comunes

    Colmed: buscando réditos políticos

    Actualización del Paso a Paso

    Chile comienza a avanzar

    VIII. La economía, un termómetro del país

    Desestabilizar la democracia

    2021: recuperación exitosa

    El traspaso por el bien de Chile

    Epílogo

    INTRODUCCIÓN

    Los años en que Chile se vio amenazado y el mundo se detuvo

    Formé parte del gobierno del presidente Sebastián Piñera, entre los años 2018 y 2022, primero como subsecretario de Obras Públicas y luego como ministro de Economía, Fomento y Turismo, y tuve la oportunidad de ser protagonista y observador privilegiado de ciertas situaciones y coyunturas especialmente difíciles que vivimos como país durante ese período. He querido compartir algunas de tales experiencias, incluyendo las complejidades que implica tomar decisiones difíciles y gestionar un ministerio, en un contexto social y políticamente conflictivo, sujeto a una realidad sanitariamente muy riesgosa.

    Existe una dimensión humana que incide en el funcionamiento de los equipos gubernamentales e impacta en la toma de decisiones al interior de las instituciones, lo cual es desafiante en períodos de crisis. Esta realidad, invisible para quienes no la conocen, constituye una prueba invariable al temple y a las propias capacidades. Bajo ciertas circunstancias, somos seres más emocionales que racionales, lo que nos fuerza a mantener el equilibro para tomar definiciones amparadas en la prudencia y evidencia. Son finalmente las personas, con sus valores, esfuerzo y compromiso, las que mueven a los países hacia el progreso, lo cual se hace aún más evidente, cuando no hay certezas ni seguridades.

    Los recuerdos se van diluyendo en el tiempo. Los detalles del día a día, que mientras se viven son nítidos y absorbentes, se van haciendo borrosos y terminan cayendo en un océano inmenso de olvido e indiferencia. Pero más allá de los sentimientos, emociones y añoranzas, es lamentable que con el tiempo se pierda el detalle y contexto de las decisiones tomadas. Eso es parte de lo que todos construimos, la historia que compartimos. A veces, esas decisiones impactan a millones de personas o pueden salvar a miles. Por ello, considero valioso recogerlas para aprender de ellas, debatirlas, mejorarlas. Nadie sabe lo que nos pueda deparar el futuro y las experiencias suelen entregar aquello que la teoría no alcanza a transmitir.

    Para el llamado estallido social del 18 de octubre de 2019, ejercía el cargo de subsecretario de Obras Públicas, pero a los diez días, asumí como ministro de Economía, Fomento y Turismo, cargo que ocupé hasta el 11 de marzo de 2022, día en que culminó el período de gobierno de Sebastián Piñera. Este libro centra su relato en los años 2020 y 2021, plena pandemia, post estallido social, en momentos neurálgicos de la historia reciente de nuestro país, en un contexto en que la capacidad productiva del país se desplomaba progresivamente, correspondiéndome habilitar algunas de las medidas de apoyo para favorecer una rápida y extendida recuperación de una economía que se encontraba en un punto muerto, incluyendo a las empresas más pequeñas a lo largo todo Chile. En múltiples casos, se tuvo que partir de cero, desde el reinicio de empresas en base a inyecciones de capital de trabajo subsidiado.

    El desafío económico fue mayor desde lo técnico y estratégico, pero además sujeto a riesgos desconocidos y a la amenaza de consecuencias fatales, lo cual implicó reinventar formas de trabajo que permitieran la operación y puesta en marcha productiva de un sinnúmero de industrias y empresas, de todos los tamaños y latitudes, con protocolos sanitariamente seguros, aunque nunca inexorables. El asumir el riesgo de que los trabajadores salieran, en plena pandemia, de manera coordinada hacia sus puestos de operación, se cruzaba con el fantasma multiforme del Covid-19, escondido tras cada superficie, rostro, saludo o suspiro, como un animal peligroso, siempre al acecho.

    Durante la crisis sanitaria, la toma de decisiones al interior del gobierno tomó un conducto institucional, en el cual cada ministerio y autoridad debía asumir la responsabilidad. Esto suena evidente, pero su aplicación práctica estaba sujeta a permanentes tensiones por los temores y presiones de los interlocutores internos y externos del gobierno. El desafío principal era proteger a la ciudadanía, evitando contagios y entregando asistencia hospitalaria, pero además se requería la acción coordinada de medidas de apoyo a familias y empresas, avanzando en forma paralela hacia la recuperación de las vidas de las personas, así como de la capacidad productiva de Arica a Magallanes. Mientras más se postergase la recuperación de la economía, mayor sería el daño social. Algunas experiencias asociadas al proceso de las decisiones, la implementación de las medidas acordadas y las dificultades asociadas, describiré en distintos capítulos.

    Además, la inestabilidad social y política gatillada tras el estallido nos exigía una estrategia de contención institucional basada en políticas sociales y económicas con resultados urgentes. Y trabajar con la nebulosa de la muerte por el Covid-19 hacía ver las cosas desde otra perspectiva, con más cautela, temor. Eso también afectaba la toma de decisiones, pues las hacía humanamente más trascendentes, personales y difíciles. En esas condiciones nos despertábamos y desvelábamos todos los días. Para el país la pandemia aterrizó como lluvia sobre el piso mojado. Me imagino que cada cual tuvo que vivir su propio proceso interno, valorando y descubriendo el rol que se debía cumplir ante tan complejas circunstancias. Personalmente esta reflexión fue necesaria para poder desempeñar el cargo de ministro con entereza y decisión. Parte de ese proceso interno lo describo en el libro.

    Sin duda, una complejidad adicional para poder ejercer la administración del país, bajo el Covid-19, fue la polarización en que estaba sumida nuestra sociedad a raíz del estallido social, lo que decantó en un proceso constituyente extremadamente politizado. Lo que se agudizó por una serie de elecciones que venían por delante. Ante dicha realidad, había que mantener el foco y la calma, para poder superar la crisis y minimizar su impacto en las personas.

    Considerando la densidad de los desafíos que se me presentaban, busqué apoyo en mis compañeros de trabajo; en la fuerza y complicidad que se forja desde el equipo. Entre muchos fuimos configurando un grupo cohesionado, muy profesional, que además sirvió de respaldo en momentos de desazón y angustia. Pude constatar que en la vida real no hay iluminados, aunque sí esfuerzos conjuntos, liderazgos, intenciones, aprendizajes. En un aspecto más personal, busqué una filosofía de vida basada en la trascendencia de la labor diaria y en la aceptación de la realidad, a lo que sumé una disposición consciente por incorporar el sentido del humor en los múltiples detalles del quehacer ministerial, resultando esto último un factor irreemplazable para enfrentar las adversidades. Sin embargo, quizás el mayor apoyo lo encontré en mi familia, en las personas que más quiero.

    Cada noche le contaba a Francisca (mi señora) lo que me pasaba, las cosas buenas y malas, aventuras y desventuras. Ella me escuchaba con cariño y atención; era como un puerto en el cual buscaba refugio para colmarme de fuerzas antes de volver a la mar, a la tormenta inclemente. No obstante, hay experiencias que no se pueden transmitir con facilidad. ¿Cómo expresar lo que sentimos frente a las frustraciones, riesgos tomados, éxitos logrados? Se pueden describir racionalmente, pero transmitir una emoción es otra cosa. Y desde el estallido social en adelante, pasando por la pandemia, mi trabajo estuvo sujeto a una montaña rusa de emociones, mías y de los demás; incluyendo dirigentes gremiales, equipos ministeriales, presidente, periodistas, asesores, parlamentarios, trabajadores, empresarios, todo lo cual fui absorbiendo. Creo que todos tuvimos, en parte, esta experiencia, desde distintos espacios.

    En efecto, mi señora y cada uno de mis hijos (Benito, Domingo, Amaya y Lucas), además de mis padres y personas cercanas, me llenaban de ánimo para seguir adelante con energía y entereza. Un abrazo bastaba para detenerme de la vorágine y hacerme recordar lo más importante; para volver al terruño de siempre, aquel lugar conocido, íntimo y querido.

    Al evocar estos recuerdos siento alegría y también una cierta tristeza. Esa contradicción respecto de los sentimientos me ocurrió muchas veces. Por ejemplo, cuando llegaba tarde y mis hijos dormían: entraba silenciosamente en sus piezas y les hacía un nudito en la punta de la sábana, que ellos lo buscaban al despertar y así sabían que yo había estado ahí, que los había ido a ver. Los miraba dormir y me llenaba de alegría y de pena a la vez... Somos seres complejos y contradictorios, lo que nos humaniza profundamente.

    Los capítulos descritos a continuación están basados en historias y experiencias reales. Al escribir recuerdos, los matices cumplen un rol significativo, que se profundizan con el paso del tiempo. Esa es la razón por la cual he ido intercalando datos concretos, referencias objetivas, los cuales otorgan mayor fiabilidad al texto.

    Muchas de las personas que aparecen mencionadas en el transcurso del libro fueron, desde diversos puntos de vista, muy significativas para mí, pero sobre todo para el devenir del país, durante una de las mayores crisis que ha vivido Chile.

    Esta es la historia.

    I

    UN DESAFIO MAYÚSCULO

    Desarticulando el paro

    La solución del problema suele no ser delegable cuando se está en una posición de responsabilidad.

    Los canales de televisión llevaban una semana mostrando, una y otra vez, con morbo y dramatismo, las imágenes de decenas de estaciones del metro de Santiago completamente quemadas o destruidas¹, así como edificios y pequeños negocios vandalizados por los manifestantes del denominado «estallido social». Progresivamente, las calles se habían ido poblando de encapuchados, algunos incluso provistos de palos y piedras, mientras los ciudadanos atemorizados y angustiados se guardaban en sus casas o departamentos. ¿Qué había desatado esa creciente pulsión de rabia? De la noche a la mañana, Chile había transmutado desde el orden y la convivencia respetuosa, hacia una violencia ilimitada, hacia un enjambre de humo y gritos.

    Durante los días posteriores al 18 de octubre de 2019, campearon los saqueos a supermercados, tiendas y pequeños negocios. Las Fuerzas de Orden y Carabineros no daban abasto, debiendo distribuirse territorialmente para garantizar el cuidado de la infraestructura crítica. Ciertos establecimientos educacionales y liceos públicos fueron tomados por los propios estudiantes, generando daños. Los muros de la ciudad se fueron llenando de grafitis, las avenidas de fogatas, las plazas de moradores amenazantes, los buses y carros policiales de ataques incendiarios. Los locales comerciales comenzaron a tapiar sus accesos y vitrinas, para evitar ser destruidos y saqueados. Reinaba el temor en cada rincón, pues se trataba de una violencia desconocida, inexplicable. ¿Cuándo y cómo terminaría? ¿Quiénes habían provocado este estallido? Había más preguntas que respuestas.

    Hay quienes han pretendido teñir de romanticismo el estallido social, haciéndolo parecer un acto de desobediencia civil, idealista y legítimo, lo que constituye una simplificación tan poco honesta como oportunista². Es posible que el germen del malestar social haya motivado a muchas personas a sumarse espontáneamente a las manifestaciones; sin embargo, con el paso del tiempo me he convencido de que, tras el estallido inicial, hubo una cierta articulación que facilitó un ambiente propicio para la delincuencia, el desorden, la desorientación política y el consiguiente desmembramiento de las instituciones. En cosa de días, el país estaba sumido en el caos y los sectores políticos más extremos, anárquicos y antidemocráticos, se apresuraban a pedir la cabeza del presidente de la República. Curiosa coincidencia.

    Ese era el contexto el viernes 25 de octubre de 2019, a una semana de haberse producido el estallido social. El país estaba convulsionado y una gran manifestación de camioneros había comenzado esa mañana a desarrollarse en las comunas de San Bernardo y Quilicura, en forma paralela. Al mediodía, ambos frentes se encontrarían y sumarían fuerzas en la ruta 68, que es una autopista fundamental para la distribución logística del país, uniendo las regiones Metropolitana con la de Valparaíso, las dos más pobladas y de mayor tráfico comercial y de alimentos. A eso de las 13:00, el flujo vehicular en la neurálgica ruta ya estaba cortado y completamente colapsado por cientos de camiones que exigían «No + TAG». En definitiva, reclamaban en contra del valor de los peajes y el costo de las multas por acumulación de deudas, las que consideraban excesivas, además con otras exigencias como por ejemplo la necesidad de contar con sitios de descanso. Por supuesto, exigían respuesta inmediata a todos sus planteamientos.

    Aquel día, yo estaba en mi oficina ejerciendo como subsecretario del Ministerio de Obras Públicas (MOP) cuando sonó mi celular… Era Rodrigo Ubilla, subsecretario del Interior:

    —Hola Lucas, ¿qué tal? Por favor, enciende la televisión. Está la escoba…

    —Me imagino que es por los camioneros…. Han estado reclamando desde hace semanas por el TAG y otras cosas. —le dije.

    —¿Te juntaste con ellos? —me preguntó preocupado.

    —Sí, nos hemos reunido y tenemos una mesa de trabajo en curso. De todas formas, ya hicieron el punto político y deben estar por bajar la movilización e irse para la casa.

    —¿Y si no se van? Pégate una vuelta y conversa con ellos. Tenemos que solucionarlo cuanto antes, no hay mucho margen. Les dije que tú ibas a resolver las cosas —acotó.

    —Rodrigo, los elementos técnicos ya los estamos abordando. Esta es una movilización más bien política, con impacto en el orden público. ¿Y si vamos los dos? —le contesté, medio nervioso, imaginándome solo en medio de la manifestación.

    —Es que yo no puedo. Anda y me cuentas. Además, están en la carretera: eso es del MOP. Yo te mando apoyo. Es mejor que lo veas tú, así revisan los temas a un nivel más técnico y avanzamos.

    —Bueno, voy y te cuento.

    Le pedí a José Antonio Tanhuz³ y a Daniela Pradel⁴ que me acompañen, nos subimos al auto fiscal de la subsecretaría⁵, y partimos.

    Con Rodrigo Ubilla trabajábamos muy bien, casi de memoria. En el primer gobierno del presidente Piñera, estuvimos en la misma situación, ambos de subsecretarios. Nos tocó resolver conflictos complicados, como el de la ruta Coronel-Tres Pinos, que movilizó a las comunidades locales por mejores estándares en la ruta. Rodrigo era muy hábil y me enseñó tácticas de negociación y manejo de conflictos, lo cual, además de ser muy importante para resolver problemas, me entretenía.

    Había factores fundamentales a considerar en cada negociación, tales como la administración del tiempo en las reuniones, identificación de prioridades de la contraparte, identificación de diferencias en los objetivos de las contrapartes (cuando eran varios), características de liderazgos positivos y negativos, cohesión del grupo negociador, entre otros. Sin embargo, lo más complicado de las negociaciones es que no depende solo del propio desempeño, sino de lo que persigan quienes están sentados en frente y de su destreza negociadora. El estudio de sus tácticas, intereses y objetivos se levantaba como algo crucial.

    Recuerdo que, en ciertas oportunidades, fue necesario generar tensión para cambiar el eje de la discusión. En esos casos, cuando las negociaciones llegaban a un punto álgido y sin retorno, rompíamos estratégicamente las negociaciones provocando un quiebre... Luego nos correspondía buscar formas para recomponer los ánimos y comenzar de nuevo. Así, la estrategia negociadora tenía que ser flexible para ir adaptándose hacia el logro del objetivo final, el que debía ser muy concreto para poder planificar aquello en lo que cederíamos (y en lo que no), de acuerdo con los tiempos de negociación. Ese juego de piezas era clave, así como la paciencia. Los procesos de solución de conflictos requieren perseverancia, pues tienen sus vaivenes; se avanza y se retrocede. El que pierde la calma, pierde. El que se lo toma personal, también pierde.

    Volviendo a los camiones del 25 de octubre… Llegamos al lugar de la manifestación (ruta 68) y nos bajamos del auto, escoltados por dos sendas motos de carabineros que nos habían acompañado durante el trayecto. Los motoristas nos habían abierto el paso con su guante blanco, dirigiendo el tránsito en movimiento, raudos por una autopista atestada de camiones que se iban moviendo en forma casi automática hacia la berma, como si estuvieran adiestrados. Me impresionó ver la seguridad con que trabajan los carabineros en las motos, logrando disipar todas las dudas y temores que teníamos respecto de si se podría llegar o no al punto de encuentro con los dirigentes. Se notaba que los carabineros eran muy respetados por los camioneros, les permitían el paso y les abrían camino. Eran cientos de camiones en medio de la carretera, con gritos y bocinas, muchísimas y roncas bocinas.

    Apenas nos bajamos del auto y comenzamos a caminar hacia el centro mismo de la manifestación, se nos abalanzaron decenas de personas. Estábamos los tres con JAT y la Dani. Eduardo (chofer) se quedó cuidando el auto. Sentir encima el griterío fue bien impresionante, agresivo. Varios me miraron de frente, con el ceño fruncido y el peso del cuerpo ligeramente hacia adelante. «¿para qué vienen?», «¡devuélvete mejor!», gritaban con furia. Otros andaban con puños apretados en actitud amenazante, buscando intimidar. Había transcurrido una semana desde el estallido social y algunas personas estaban envalentonadas, prendidas, buscando conflicto. Al segundo llegaron un par de carabineros vestidos de civil y nos dispusimos a avanzar en medio de la muchedumbre hacia los dirigentes.

    Era relativamente fácil identificarnos en medio de la manifestación, pues mientras caminábamos llevábamos a la rastra un enjambre de personas con banderas y gritos. De esta manera, los dirigentes nos visualizaron y se abrieron paso aparatosamente para recibirnos, empujando y aleteando entre la multitud como si estuvieran nadando en el aire. Por mientras, los decibeles se incrementaban cada vez más en un escupido «¡No + TAG!», con tirones de camisa en un ambiente cálido y húmedo de calor humano.

    Andrés Alarcón era el dirigente principal del grupo que se estaba movilizando aquel día: los independientes. No se trataba de los grandes gremios de dueños de camiones, agrupados en la CNDC (Confederación Nacional de Dueños de Camiones de Chile) ni la CNTC (Confederación Nacional de Transportes de Carga), pero era un grupo significativo y con capacidad de generar estragos en la ruta y logística nacional. Finalmente, ahí, en una reunión improvisada, todos de pie en plena calle y rodeados por una multitud de hombre muy enojados, con el ceño apretado, nos pusimos a «conversar». Hablábamos de a cinco al mismo tiempo, por lo bajo, con lo cual la competencia era sobre quien gritaba más fuerte. Ante el desorden, Alarcón impuso su liderazgo para que todos se callaran, e increíblemente le hicieron caso… Parecía un buen líder y lo respetaban.

    Entre los camioneros que tenía al frente había una señora mayor, por sobre los setenta años (única mujer en el grupo). Se trataba de una camionera de tomo y lomo, muy bien considerada por sus colegas. De inmediato nos miramos con cierta complicidad, ya que ella comprendía que yo intentaba ayudar y que la situación no era la apropiada para deliberar sobre nada. Además, yo todavía no tenía una propuesta concreta que ofrecerles ese día, puesto que mi objetivo era establecer un método formal para canalizar sus inquietudes: reunirnos en el ministerio a cambio de que depongan la movilización. Ahí en medio de la calle, con empujones y el griterío de fondo, no era el contexto propicio para tiras y aflojas, ni para negociaciones complejas.

    Cada vez que estaba medio complicado con algún planteamiento o emplazamiento, la señora me ayudaba con alguna frase y así salía del paso. Ella le planteaba a los demás que era mejor sentarse con calma a revisar los planteamientos. Yo complementaba diciéndoles que varias de sus demandas se podrían analizar, aunque había otros puntos que se veían más difíciles de solucionar, al menos en el corto plazo, ya que dependían del contrato con la concesionaria de la autopista. Prefería hablarles con transparencia pues estaba consciente que después tendría que negociar; y no quería generar demasiadas expectativas. En un momento, la señora me dijo con picardía: «Oiga, qué simpático es usted, y se ve harto encachao…». Un viejo la molestó riéndose por su comentario y se produjo una situación divertida que alivianó el ambiente. Incluso hasta en los momentos más impensados, hay sentido del humor, pensé.

    Cuando terminaron de plantear los temas que más les angustiaban y motivaban su movilización, llegamos al acuerdo de reunirnos al martes siguiente en el MOP, con el fin de buscar soluciones reales a través de un trabajo conjunto. Parte importante de sus solicitudes (pago peajes, multas por deudas, etc.) implicaban una modificación del contrato de concesión, los cuales son rígidos y exigen una negociación entre el Estado y la empresa concesionaria, incluyendo compensaciones. Eso nunca es fácil ni rápido, pues colisionan los intereses de la empresa con las restricciones presupuestarias del Estado. Había, sin embargo, varios elementos que perfeccionar en los contratos de concesiones y sus regulaciones. Quizás era un buen momento para abordar algunas modernizaciones y flexibilizaciones. También plantearon solicitudes menos complejas, sobre las cuales haría mi mayor y genuino esfuerzo por alcanzar acuerdos con rapidez.

    Los camioneros me dijeron una y otra vez que ellos solo querían trabajar, pagando sus peajes (TAG) y multas de acuerdo con sus ingresos, lo cual me pareció un muy buen punto de partida. Había buena disposición. Lo que más les complicaba eran las multas por deudas impagas y la tasa de interés que se aplicaba sobre ella, lo cual, en su conjunto, terminaba siéndoles imposible de pagar. A mí no me parecía descabellado revisar ese aspecto, ya que una solución les permitiría trabajar y pagar a la vez. La manifestación y corte de ruta se disolvieron sin mayores complicaciones.

    Terminada la conversación nos abrimos paso entre la personas para volver a la oficina en medio de un griterío que agarraba fuerza por oleadas y luego disminuía. Nos subimos al auto, el que rápidamente fue rodeado por personas furiosas que golpeaban el vehículo por todos lados, entonces Eduardo (el chofer) apuró la partida, pero en vez de salir hacia adelante, ¡salió en reversa! Eso demuestra el grado de nerviosismo que nos invadía. Por suerte, a nadie le pasó nada. En realidad, creo que, más allá de la tensión del ambiente y nuestro estrés, nunca hubo un riesgo real para ninguno de nosotros, puesto que muchas personas y los mismos dirigentes nos protegieron en todo momento de los cabeza-calientes. En el fondo, pienso que respetaban que hubiéramos ido, que hubiésemos salido del confort ministerial.

    Finalmente, pudimos regresar al ministerio. Todo había demorado un par de horas y ya eran cerca de las 16:00.

    —Aló, Rodrigo, ya, resuelto el tema. Depuesta la manifestación de los camioneros. Nos vamos a reunir el martes —le dije a Ubilla por teléfono.

    —Sí, me acaban de contar y salió en los medios. Me alegro mucho, Lucas. La verdad, no lo veía fácil... Los ambientes están muy caldeados. Estamos con varios frentes en distintas partes. Felicitaciones y suerte el martes.

    —Gracias. ¿Quieres sumarte el martes, por si salen temas de seguridad?

    —Dale tú no más. Ya conoces los temas y mejor no enredar la mesa con más cosas —respondió.

    —Ok, te aviso si surge algo.

    —Oye, por acá me informaron que había una señora coqueta que te salvó la vida…—me dijo en tono simpático y luego cortamos.

    Los días posteriores al estallido fueron frenéticos. He relatado en forma sucinta la manera en que pudimos desarticular la movilización de No + TAG, aunque esa no fue la única vez ni el único conflicto que nos tocó enfrentar; cada día se nutría de nuevas complejidades y problemáticas que

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