Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Catecismo en Ejemplos
El Catecismo en Ejemplos
El Catecismo en Ejemplos
Libro electrónico457 páginas6 horas

El Catecismo en Ejemplos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

San Gregorio Magno nos dice que más hombres son atraídos hacia el Cielo por la fuerza del ejemplo que por los efectos de los argumentos. Si esto es cierto con respecto a la humanidad en general, lo es especialmente con respecto al niño. El niño se forma con el ejemplo. Las verdades de fe aprendidas en el Catecismo son en su mayor parte inintelig

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2023
ISBN9798869008046
El Catecismo en Ejemplos

Relacionado con El Catecismo en Ejemplos

Libros electrónicos relacionados

Religión y espiritualidad para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El Catecismo en Ejemplos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Catecismo en Ejemplos - Padre Chisholm

    El Catecismo en Ejemplos

    Padre Chisholm

    image-placeholder

    El Catecismo en Ejemplos fue publicado originalmente por R. & T. Washbourne, Ltd. en 1919, y es de dominio público.

    Edición de Sensus Fidelium Press © 2023.

    En esta edición se han introducido cambios editoriales para corregir errores gramaticales y de puntuación, reformular frases para mejorar la claridad y realizar correcciones menores de errores tipográficos. Además, se han actualizado algunos nombres para reflejar el uso moderno. Se ha hecho todo lo posible por preservar el sentido y la intención originales del autor; estos cambios se han introducido para mejorar la legibilidad y accesibilidad del texto.

    Todos los derechos reservados. La tipografía y la edición de esta edición son propiedad de Sensus Fidelium Press. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, ya sea en formato impreso o electrónico, sin el permiso expreso del editor, a excepción de las citas para reseñas en revistas, blogs o para uso en el aula.

    SensusFideliumPress.com

    ISBN: 978-1-962639-25-5

    PRÓLOGO

    San Gregorio Magno nos dice que más hombres son atraídos hacia el Cielo por la fuerza del ejemplo que por los efectos de los argumentos. Si esto es cierto con respecto a la humanidad en general, lo es especialmente con respecto al niño. El niño se forma con el ejemplo. Las verdades de fe aprendidas en el Catecismo son en su mayor parte ininteligibles para él. Necesita que se las esbocen como en un cuadro antes de poder asimilar su significado. A los niños les encantan los cuentos, y no tardan en captar la moraleja que éstos pretenden transmitir. Si estas historias son realistas y están al alcance de su propia práctica, intentan imitar lo que se cuenta en ellas. La larga experiencia y el ejemplo de grandes y santos hombres, que en esto, como en otras cosas, han seguido el ejemplo del mismo Santísimo Señor, han convencido al autor de este libro de la necesidad de poner de relieve, por medio de ejemplos, las verdades contenidas en el Catecismo.

    Esto fue lo que le indujo a emprender esta obra. Cada ejemplo ha sido cuidadosamente escogido para traer a la mente del niño alguna de las grandes verdades de nuestra santa Fe, y fijarla allí. Cada línea de su libro ha sido escrita con escrupuloso cuidado y en el lenguaje más sencillo, para que la religión resulte atractiva y para que el niño vea que está en su mano hacer mucho por Dios de una manera humilde. Es consciente de muchos defectos en su obra sin pretensiones; pero espera que el resultado de sus momentos de ocio, arrebatados a la continua agitación de una laboriosa vida misionera, no esté exento de frutos. Sólo tenía en vista un fin: la mayor gloria de Dios y la santificación de las almas. Si la lectura de esta pequeña obra hace que un solo niño sea más santo, o que ame más fervientemente a nuestro amado Señor, considerará que no ha trabajado en vano.

    Contents

    1.Parte 1: Por qué fuimos creados

    2.Capítulo 1: Dios te hizo

    3.Capítulo 2: Dios te hizo para que le conocieras

    4.Capítulo 3: Dios te hizo para amarlo

    5.Capítulo 4: Dios te hizo para servirle

    6.Capítulo 5: Dios te hizo para ser feliz en el Cielo

    7.Capítulo 6: Dios te ha dado un alma y un cuerpo

    8.Capítulo 7: Debes cuidar tu cuerpo

    9.Capítulo 8: Debes cuidar más tu alma

    10.Parte 2: El gran don de la fe

    11.Capítulo 1: La fe: Un don sobrenatural de Dios

    12.Capítulo 2: Por la fe creemos lo que Dios nos ha revelado

    13.Capítulo 3: Cómo Dios nos concede el don de la fe

    14.Capítulo 4: Valor del don de la fe: Cómo Debemos Estimarlo

    15.Capítulo 5: Nunca se debe rechazar el don de la fe

    16.Capítulo 6: Nunca debemos avergonzarnos de nuestra fe, y mucho menos negarla

    17.Capítulo 7: Los mártires mueren antes que renunciar a su fe

    18.Capítulo 8: La fe no basta sin las buenas obras

    19.Capítulo 9: El gran pecado de la incredulidad

    20.Capítulo 10: Herejía

    21.Capítulo 11: Apostasía

    22.Capítulo 12: El Credo de los Apóstoles

    23.Parte 3: Un Dios en tres personas

    24.Capítulo 1: La existencia de Dios

    25.Capítulo 2: ¿Quién es Dios?

    26.Capítulo 3: Dios es el Creador de Todas las Cosas

    27.Capítulo 4: Dios es todopoderoso

    28.Capítulo 5: Dios está en todas partes

    29.Capítulo 6: Dios todo lo sabe y todo lo ve

    30.Capítulo 7: Dios es eterno

    31.Capítulo 8: Dios es infinitamente bello

    32.Capítulo 9: Dios es infinitamente misericordioso y bueno con nosotros

    33.Capítulo 10: Dios es infinitamente justo y santo

    34.Capítulo 11: La Santísima Trinidad

    35.Parte 4: Jesucristo Nuestro Salvador

    36.Capítulo 1: Jesucristo El Hijo Eterno De Dios

    37.Capítulo 2: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre

    38.Capítulo 3: Jesucristo viene a este mundo para salvarnos

    39.Capítulo 4: La divina infancia de Jesucristo

    40.Capítulo 5: Del amor de Jesucristo por nosotros

    41.Capítulo 6: Jesucristo en su Sagrada Pasión

    42.Capítulo 7: Jesús muriendo en el Calvario

    43.Capítulo 8: La vida resucitada de Jesucristo

    44.Parte 5: Jesucristo Nuestro Maestro

    45.Capítulo 1: Aprended de Mí.

    46.Capítulo 2: Jesús en su infancia nos enseña la humildad

    47.Capítulo 3: Jesús en su infancia nos enseña a vivir con Dios

    48.Capítulo 4: Jesús en su vida privada nos enseña la obediencia

    49.Capítulo 5: Jesús en su vida pública nos enseña a ser mansos

    50.Capítulo 6: Jesús en su vida sufriente nos enseña a llevar nuestra cruz

    51.Capítulo 7: Jesús en su vida gloriosa nos enseña a desear el cielo

    52.Parte 6: Jesucristo, nuestro juez

    53.Capítulo 1: El juicio general

    54.Capítulo 2: Ejemplos del terror que produce incluso el pensamiento del último día

    55.Capítulo 3: Los santos y los juicios de Dios

    56.Capítulo 4: Cuán estrictos son los juicios de Dios

    57.Capítulo 5: El Pecado La Única Causa De Temor En El Día Del Juicio

    58.Capítulo 6: La mejor manera de asegurar la condena de los elegidos

    59.Capítulo 7: El terrible juicio de los réprobos

    60.Parte 7: El Espíritu Santo

    61.Capítulo 1: ¿Quién es el Espíritu Santo?

    62.Capítulo 2: La obra del Espíritu Santo en los comienzos de la Iglesia

    63.Capítulo 3: Primer don del Espíritu Santo - Sabiduría

    64.Capítulo 4: Segundo don del Espíritu Santo - Comprensión

    65.Capítulo 5: Tercer don del Espíritu Santo: el consejo

    66.Capítulo 6: Cuarto don del Espíritu Santo - Fortaleza

    67.Capítulo 7: Quinto don del Espíritu Santo: el conocimiento

    68.Capítulo 8: Sexto don del Espíritu Santo: la piedad

    69.Capítulo 9: Séptimo Don Del Espíritu Santo-El Temor Del Señor

    70.Parte 8: La Iglesia militante

    71.Capítulo 1: La Iglesia católica fundada

    72.Capítulo 2: El Papa es infalible

    73.Capítulo 3: Las cuatro marcas de la Iglesia

    74.Capítulo 4: La infalibilidad de la Iglesia

    75.Capítulo 5: La Necesidad De Ser Miembro De La Única Iglesia Verdadera

    76.Capítulo 6: Cómo Dios conduce a sus elegidos al único redil

    77.Capítulo 7: Celo por la conversión de las almas

    78.Capítulo 8: En este mundo debemos sufrir por la fe

    79.Capítulo 9: Nunca debemos negar nuestra fe, ni avergonzarnos de ella

    80.Capítulo 10: La comunión de los santos en el cielo

    81.Capítulo 11: La comunión de los fieles en la tierra

    82.Parte 9: El sufrimiento de la Iglesia

    83.Capítulo 1: El purgatorio y quiénes van allí

    84.Capítulo 2: La intensidad de los sufrimientos del Purgatorio

    85.Capítulo 3: La felicidad de las almas del purgatorio

    86.Capítulo 4: Podemos ayudar a las almas del purgatorio

    87.Capítulo 5: La Santa Misa ofrecida por las almas del purgatorio

    88.Capítulo 6: La Sagrada Comunión ayuda a las almas del Purgatorio

    89.Capítulo 7: Las oraciones y las buenas obras ayudan a las almas del purgatorio

    90.Capítulo 8: Ayudar a las almas santas nos beneficia a nosotros mismos

    91.Capítulo 9: Descuidar a las santas almas es perjudicial para uno mismo

    92.Parte 10: La Iglesia triunfante

    93.Capítulo 1: ¿Cómo es el Cielo?

    94.Capítulo 2: Una visión de la gloria del cielo

    95.Capítulo 3: De aquellos a quienes Dios ha prometido el cielo

    96.Capítulo 4: Felices los que mueren en la inocencia bautismal

    97.Capítulo 5: Felices los que aquí hacen penitencia

    98.Capítulo 6: Alegría de los santos al entrar en el Cielo

    99.Capítulo 7: Piensa siempre en las alegrías del Cielo

    100.Parte 11: El pecado y su perdón

    101.Capítulo 1: Nuestra obligación de observar los mandamientos de Dios

    102.Capítulo 2: Qué es el pecado

    103.Capítulo 3: El amor de Dios por los inocentes

    104.Capítulo 4: El Terrible Estado De Un Alma En Pecado

    105.Capítulo 5: La ingratitud de quien comete pecado

    106.Capítulo 6: El pecado original

    107.Capítulo 7: El pecado mortal

    108.Capítulo 8: El pecado mortal destruye el mérito de todas nuestras buenas obras

    109.Capítulo 9: El pecado venial

    110.Capítulo 10: Cómo se perdona el pecado

    111.Parte 12: La resurrección de la carne y la vida eterna

    112.Capítulo 1: La resurrección del cuerpo

    113.Capítulo 2: Qué significa la vida eterna

    114.Capítulo 3: La alegría del buen cristiano al morir

    115.Capítulo 4: La recompensa eterna por llevar con paciencia nuestra cruz en este mundo

    116.Capítulo 5: Nuestra recompensa eterna se medirá por el bien que hayamos hecho en la Tierra

    117.Capítulo 6: Las almas de los justos encontrarán en Dios el descanso eterno

    118.Capítulo 7: Una eternidad de castigo para los malvados

    119.Capítulo 8: Amén

    Parte 1: Por qué fuimos creados

    Capítulo 1: Dios te hizo

    Hijo mío, cuando eras muy pequeño te enviaron a la escuela para que aprendieras a leer, escribir y contar. También aprendiste geografía y muchas otras cosas útiles. Cuando crezcas y tengas edad para trabajar, te enviarán a aprender algún oficio o negocio, para que puedas ganarte la vida.

    Todas estas cosas son muy útiles e incluso necesarias. Pero hay una cosa más útil y más necesaria aún, y es conocer a Dios. Debes aprender lo que Dios ha hecho por ti y lo que quiere que hagas por Él.

    El Catecismo comienza diciéndote que Dios te hizo. Por tanto, Dios es tu Padre y tú eres su hijo.

    SANTO DOMNINA Y SU PADRE CELESTIAL.

    A esta gran Santa, ya de niña, se la encontraba a menudo llorando. Las personas que no la conocían pensaban que debía ser muy desgraciada porque lloraba mucho. Pero estas lágrimas no se derramaban porque estuviera triste; era el pensamiento de lo mucho que su buen Padre del Cielo había hecho por ella lo que la hacía llorar.

    Dios mío, ¡qué bueno has sido al pensar en mí! Esto es lo que decía a menudo en sus oraciones. Me hiciste, no porque te vieras obligado a hacerme, sino porque me amabas mucho más que a los demás; y no sólo me hiciste, sino que además me diste muchas bendiciones. Dios mío, qué bueno has sido conmigo".

    Un día llegó a su casa un sacerdote. Ella estaba leyendo un libro piadoso cuando él entró. Como de costumbre, las lágrimas que brotaban de sus ojos habían caído sobre el libro, y las páginas de éste estaban mojadas, especialmente en los lugares donde estaba escrito el santo nombre de Dios.

    El sacerdote le preguntó por qué lloraba tanto cuando leía buenos libros, y por qué los lugares del libro donde estaba escrito el nombre de Dios estaban más mojados que los demás.

    Domnina le respondió ¿Por qué me hace semejante pregunta, reverendo padre? ¿Hay algo en este mundo tan bello, tan dulce, tan hermoso como el nombre de mi querido Padre celestial? Nunca oigo pronunciar su nombre, ni lo leo en un libro, sin sentir que todo mi corazón se llena de amor por Él. Él me hizo, por lo tanto soy Su hijo, y sé que me ama, por pobre y pequeño que sea, sólo porque soy Su hijo, y siempre trato de tener esto presente; y me siento tan feliz cuando pienso en esto, que lágrimas de alegría brotan de mis ojos.

    Tú también eres hijo de Dios, porque Él te hizo. Como santa Domnina, procura tenerlo siempre presente, y agradécele su bondad por haberte elegido para ser su hijo.

    Cat. de Perseverancia.

    Capítulo 2: Dios te hizo para que le conocieras

    EL NIÑO EN LA NIEVE

    En el reino de Polonia, el frío es a veces muy grande en invierno, y cuando la gente sale de sus casas se cubre con ropa de piel para abrigarse.

    Un domingo muy frío, tres niños iban por el camino hacia la capilla. Era la hora del catecismo. Temblaban de frío, porque, siendo muy pobres, no podían comprar ropa de piel; además, sus zapatos eran muy malos y delgados, y tenían los pies tan fríos como la nieve helada sobre la que caminaban.

    Uno de ellos, un niño de unos siete años, lloraba. Su hermana mayor, que estaba con él, sabía que lloraba porque tenía frío; así que le dijo amablemente: Vete a casa, cariño, y mamá te calentará; hoy hace demasiado frío para que vengas con nosotros. Dios no se enfadará contigo por faltar a la escuela dominical en un día tan frío como éste.

    Pero el niño dijo: No, no; déjame ir contigo. Es verdad que tengo los pies muy fríos, pero aunque los tuviera helados iría a la escuela dominical para aprender algo más sobre Dios y el camino del Cielo. Y así fue con ellos.

    EL NIÑO EN LA EXPOSICIÓN.

    Durante la gran Exposición de Londres, un caballero fue a visitarla; le acompañaba su hijito Alfred.

    El niño estaba asombrado de la multitud de cosas que veía, y estaba muy ansioso por saber con qué propósito estaban hechas; así que le pedía continuamente a su padre que se lo dijera. Su padre le respondía cuanto podía, y le describía el uso de las diversas cosas a medida que iban pasando; y el niño veía que todo allí tenía su propio uso especial, y estaba hecho para algún propósito especial.

    Ya ves, querido muchacho -le dijo el padre-, que aquí todo ha sido hecho para un fin determinado. Tú también fuiste hecho por Dios para un fin determinado: conocerle, amarle y servirle.

    Sí, padre; estas son las palabras del Catecismo: Dios me hizo para conocerle, amarle y servirle en este mundo, y para ser feliz con Él en el otro.

    Mi querido Alfred, replicó el padre, ten siempre presentes estas palabras, y procura cada día aprender algo acerca de tu Padre del Cielo.

    LOS DOS NIÑOS EN AMÉRICA.

    El padre Gaume escribió una carta desde las tierras salvajes de América, a donde había sido enviado para predicar el Evangelio. En ella dice: "Hay dos muchachitos nativos en mi misión que me han dado gran consuelo. La choza donde viven con sus padres está a siete millas de nuestra capilla, pero durante seis meses estos dos niños vinieron todos los días a oírme explicar el Catecismo. A veces los he visto en la puerta de la capilla por la mañana temprano, esperando a que yo les abriera.

    Una mañana muy fría y húmeda salí como de costumbre a la capilla. Los chicos ya estaban allí y temblaban de frío. Les dije: 'Mis queridos niños, hoy podríais haberos quedado en casa, ya que hace tanto frío'. Pero ellos respondieron que sufrirían aún más frío antes que ausentarse de una instrucción para aprender más acerca de Dios.

    Y tú, hija mía, estás tal vez a poca distancia de la iglesia, y tan a menudo descuidas ir a escuchar la Palabra de Dios, o eres desatenta a las instrucciones que se te dan. Este ejemplo, pues, debería inspirarte la resolución de no perderte nunca un sermón o una instrucción, y de escuchar con gran atención las palabras que oigas.

    Capítulo 3: Dios te hizo para amarlo

    Hijo mío, Dios te hizo para amarlo. Debes comenzar a amar a Dios tan pronto como lo conozcas, y debes continuar haciéndolo durante toda tu vida; porque si no lo amas en este mundo nunca lo verás ni podrás amarlo en el Cielo.

    CUÁNTO AMABA A DIOS UN NIÑO PEQUEÑO.

    Una Nochebuena, hace mucho tiempo, una doncellita estaba arrodillada en la capilla y rezaba muy fervorosamente a Aquel que una vez vino al mundo y nació en un establo de Belén. Pensaba en los sufrimientos que el Divino Niño Jesús soportó por amor a ella en aquella fría noche de Navidad, y su corazón ardía de amor por Él.

    Y mientras oraba, una luz brillante llenó la capilla, y María, Nuestra Señora, apareció ante ella con el Divino Niño en sus brazos. Nuestro Señor le dijo: Hija mía, ¿cuánto me amas?.

    Ella respondió con las palabras de San Pedro: Oh Señor, Tú sabes que Te amo.

    Pero, ¿cuánto?, preguntó el Niño Salvador.

    Más que a mí misma, murmuró la doncella.

    ¿Y Me amas de verdad?, volvió a decir la suave voz.

    Sí, sí, Señor, exclamó su pequeña esposa; Te amo, y Tú lo sabes, más que a mi corazón y que a mi vida.

    "¿Cuánto más que a tu corazón y que a tu vida?

    Entonces la doncella bajó la cabeza. No sé cómo responderte, mi amadísimo Señor, dijo, y no pudo decir más. Su corazoncito estaba tan lleno de amor que no pudo contenerse más y se rompió. Permaneció unos instantes consciente en el suelo de la capilla, el tiempo suficiente para contar lo sucedido a los que acudieron a ayudarla, y luego se fue a unirse a los ángeles para amar en el Cielo a Aquel a quien tanto había amado en la tierra.

    MARINA DE ESCOBAR

    Un hombre piadoso llamado Santiago de Escobar, que era abogado de profesión, tenía una hijita llamada María. Esta niña era, desde su infancia, tan dulce y tan mansa que todos hablaban de ella como de una pequeña santa. Tenía una tía que vivía con ella, por la que sentía un afecto especial. La tía también quería mucho a la niña, y pasaba la mayor parte del tiempo enseñando a su sobrinita todo sobre Dios y su santa ley.

    Un día, cuando la niña tenía sólo tres años, su tía le estaba diciendo que Dios nos manda amarle con todo el corazón y sobre todas las cosas. Mi querida tía, dijo ella, ¿qué significa eso? ¿Qué es amar a Dios sobre todas las cosas?.

    Amar a Dios sobre todas las cosas es amarle más que a tu padre y a tu madre y a mí, y que a cualquier otra cosa.

    La niña se repetía estas palabras una y otra vez, hasta que se las sabía de memoria; y muy a menudo se la oía, cuando creía que nadie la escuchaba, decir: Oh Dios mío, yo te amo más que a mi padre, y que a mi madre, y que a mi tía, y que a cualquier otra cosa. Sí, sí; nada amo sino a Ti, oh Dios mío, y quiero buscarte hasta encontrarte.

    Perfecto. Chrét

    ¡OH JESÚS, AMOR MÍO!

    San Ignacio, el mártir, dio su vida para mostrar a Dios cuánto le amaba. ¡Oh Jesús, Amor mío! eran las palabras que siempre estaban en sus labios. Rezándolas tan a menudo obtenía la fuerza y el consuelo que necesitaba en sus muchos trabajos por Dios.

    Un día fue llevado por los paganos ante el juez porque era cristiano, y el juez le dijo que si quería salvar su vida debía renunciar por completo a Jesucristo.

    Pero la única respuesta que dio San Ignacio fue su oración habitual: ¡Oh Jesús, Amor mío!

    El juez dijo: Si no dejas de decir estas palabras, ordenaré que te sometan a las más horribles torturas.

    Pero el Santo, levantando las manos al Cielo, respondió: Nunca mis labios dejarán de pronunciar estas palabras.

    Entonces los paganos que estaban cerca de él le dijeron en tono de burla: Cuando te corten la cabeza, tus labios no podrán pronunciar estas palabras, ni ninguna otra, y entonces te verás obligado a callar.

    Tenéis poder para hacerme lo que amenazáis; pero cuando hayáis obligado a mis labios a callar, y cuando mi lengua ya no pueda pronunciar el nombre de mi Jesús, mi corazón lo dirá mientras lata.

    Cuando lo condujeron al lugar de la muerte, las últimas palabras que se le oyeron decir en este mundo fueron: ¡Oh Jesús, Amor mío!

    Rep. du Catéchiste.

    ¡OH! ¡QUÉ DESAGRADECIDOS!

    Cuando se habló por primera vez a los nativos del Japón de la grandeza, del poder y de la perfección de Dios, se apoderó de ellos un sentimiento de temor; y éste aumentó cuando oyeron que este gran Dios estaba siempre cerca de ellos, y hasta en sus mismas almas.

    Cuando los misioneros les hablaron de la caída de nuestros primeros padres y de la infinita bondad de Dios al enviar a su Divino Hijo para redimirlos, su asombro no tuvo límites.

    Y cuando por fin comenzaron a contarles cómo aquel Jesús nació en un establo, y que sufrió y murió en la cruz por nosotros, todos exclamaron: ¡Oh, qué amor! Oh, qué bueno debe ser el Dios de los cristianos!.

    Más que eso, hermanos míos, continuaron los Padres, Dios nos da el mandamiento de que debemos amarle con todo nuestro corazón, y nos amenaza con terribles castigos si nos negamos.

    Oh, seguramente eso no era necesario, exclamó uno de los presentes; seguramente, puesto que Él era tan bueno con ellos, no podían dejar de amarle, y considerar el mayor honor que se les permitiera hacerlo. Seguramente los cristianos deben estar siempre al pie del altar de su Dios, todos penetrados de acción de gracias, todos inflamados de amor.

    ¡Ah, ojalá fuera verdad!, dijo el misionero; pero está lejos de serlo. Hay cristianos que no sólo no quieren amar a Dios, sino que incluso gastan su vida en ofenderle.

    Entonces estos pobres salvajes se llenaron de una indignación que no pudieron controlar. ¡Oh, quién ha oído hablar de tanta ingratitud! Oh, bárbaros de corazón duro!, exclamaron. ¡En qué parte del mundo viven estos desgraciados, pues deberían ser todos destruidos de la faz de la tierra, y no permitirles vivir!.

    Catequesis Práctica.

    Hija mía, tal vez tú hayas estado alguna vez entre los que merecían estos reproches. Ten mucho cuidado de no merecerlos nunca más, no sea que en el último día estas pobres gentes se levanten en juicio contra ti y te condenen, por no haber amado a tu Dios y Salvador que tanto te ha amado.

    POR QUÉ UNA NIÑA AMABA A SU MADRE

    Una niña estaba un día jugando con unos juguetes en la habitación donde su madre estaba cosiendo. De repente, la niña corrió hacia donde estaba sentada su madre y, subiéndose a sus rodillas, le echó los brazos al cuello y la besó. Luego, apoyando cariñosamente la cabecita en el hombro de su madre, le susurró al oído estas palabras Mi querida y dulce madre, te quiero.

    Su madre detuvo su trabajo y, mirando a su pequeña, sonrió dulcemente y dijo: Bueno, cariño, ¿por qué me amas?

    Oh, madre, ¿no lo adivinas? Y sus brillantes ojos azules se llenaron de lágrimas mientras continuaba: Es porque me querías cuando yo era demasiado pequeña para corresponderte; por eso te quiero tanto.

    Pero Dios te amó, hija mía, como Él mismo dice, con amor eterno, y te ama más de lo que cualquier madre puede amar a su hijo. ¿No sería, entonces, muy ingrato de tu parte si no le amaras a cambio?

    Si vieras a Dios como lo ven los ángeles y los santos en el Cielo, te sería imposible no amarlo, porque es tan bueno y hermoso. Pero mientras estés en este mundo, no podrás verlo. Esa será tu recompensa en el más allá por amarlo aquí en la tierra.

    Pero puedes saber fácilmente que Dios debe ser muy bueno y hermoso, puesto que hay tantas cosas buenas y hermosas en este mundo; y si tu corazón se llena de deleite cuando las contemplas, cuánto mayor será la alegría y la felicidad que sentirás en el Cielo cuando veas, cara a cara, al gran Dios que hizo todas estas cosas.

    SANTA MARÍA MAGDALENA Y LAS FLORES

    Cada vez que Santa María Magdalena de Pazzi veía una flor, o cualquier otra cosa bella que Dios hubiera hecho, sentía su alma toda encendida de amor a Dios. Oh Dios mío -decía-, por amor a mí hiciste esa florecilla, para darme gusto. ¡Oh, cuán amoroso debes ser, mi querido Padre Celestial!.

    UN SANTO VARÓN AVERGONZADO DE SU POCO AMOR A DIOS.

    Había cierto hombre santo que estaba tan avergonzado de su poco amor a Dios, que siempre que veía la belleza de las cosas que Dios había hecho, solía decir: Callad, flores y bellas obras de Dios. Cada vez que os miro, parece que me decís: '¡Qué desgraciado ingrato eres! Dios nos hizo para amarte, y tú no quieres amarle'. Sí, te oigo, y sé que dices la verdad; pero ¡oh, calla, y no me reproches siempre!.

    Hija mía, tú también debes amar a Dios porque Él te hizo. Si Él no te hubiera hecho, nunca habrías estado en este mundo. Sin embargo, no estaba obligado a crearte. Podría haber hecho a otros en vez de a ti. Pero te hizo a ti porque te tenía un afecto especial. Seguramente, entonces, no te negarás a amarlo.

    EL NIÑO Y LA SEÑORA RICA.

    Un niñito estaba una vez sentado a la puerta de una espléndida mansión en una de nuestras grandes ciudades; tenía frío y hambre, y sus ropas eran sólo harapos. Era huérfano, pues sus padres habían muerto, y vagaba por el país sin amigos que le quisieran ni un hogar donde cobijarse. Se alegraba cuando alguien le ofrecía un mendrugo de pan o le permitía dormir al abrigo de un establo o sobre un poco de paja.

    Cuando estaba allí sentado, cansado y fatigado, y las lágrimas corrían por sus mejillas, se abrió la puerta y apareció la señora de la casa. Al principio estuvo a punto de dirigirle palabras airadas y decirle que se marchara; pero cuando vio su rostro triste y oyó su penosa historia, se compadeció de él, lo acogió en su casa y le dio de comer.

    Mientras lo observaba, se le ocurrió una idea. ¿Te gustaría quedarte conmigo? Creo que aquí serías más feliz que vagando sin hogar".

    El chiquillo levantó la vista hacia el rostro de la buena señora; no podía imaginar que había oído bien lo que ella le había dicho. Así que, cuando ella le preguntó por segunda vez, se arrojó al suelo a sus pies, y durante unos instantes no pudo hablar, tan grande era su alegría.

    La señora se alegró del muchacho, y en poco tiempo lo adoptó como hijo, y lo hizo heredero de sus grandes riquezas; y el muchacho, en agradecimiento a su bienhechora, la amó con el más tierno afecto mientras vivió.

    Pero Dios ha hecho por ti algo más que eso. Él te creó y te hizo Su hijo en este mundo, y te ha hecho también heredero de tesoros eternos en el Cielo. ¿Acaso no es digno de todo tu amor?

    JESÚS NOS PIDE QUE LE AMEMOS.

    Un día, cuando la bienaventurada Juana María Bonomi se preparaba para la Sagrada Comunión, el Señor mismo se le apareció en toda su gloria y, arrodillándose a su lado, le dio muestras de gran ternura y afecto.

    Luego le dijo: Hija mía muy amada, te pido que me ames.

    Cuán grande debió ser la alegría de aquella santa niña al oír estas palabras de labios del mismo Jesús. Sin embargo, hija mía, Él siempre te está diciendo las mismas palabras en tu corazón: Hija mía muy amada, te pido que me ames.

    Capítulo 4: Dios te hizo para servirle

    Hija mía, cuando amamos a Dios como debemos, será muy fácil servirle. Cuando una persona ama a otra, cuánto cuidado tiene de no disgustarla nunca, y cuán ansiosa está de hacer todo lo que sabe que le dará placer. Así debemos amar a Dios. Debemos alejarnos de todo lo que pueda desagradarle, observar fielmente sus mandamientos y ofrecerle todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, consagrando así todo nuestro ser a su servicio.

    Hay una pequeña oración que te enseñaron a rezar cada mañana: Mi querido Jesús, que todo lo haga hoy por amor a Ti. Con esa oración, hija mía, ofreces a Dios todos los pensamientos, palabras y acciones del día. Si lo haces con fervor todos los días de tu vida, servirás bien a Dios.

    SANTO LA RECOMPENSA DE SANTA GERTRUDIS.

    En el convento donde vivía Santa Gertrudis había muchas jóvenes piadosas que estaban siempre ocupadas en el trabajo, y hacían mucho más que Santa Gertrudis, que no era fuerte de cuerpo. Pero la Santa ganó más mérito ante Dios por lo poco que hizo que todas las demás, aunque hicieran tanto.

    La razón de esto era que ella lo hacía todo por amor a Dios, y ellos hacían muchas de sus acciones por algún otro motivo. Así que perdieron su recompensa por ellas; porque Dios no da recompensa por nada que no se haga por Él. Así que, hija mía, asegúrate de hacer todo por amor a Dios.

    Si deseas servir a Dios y salvar tu alma, tendrás tu cruz que llevar en esta tierra de destierro. Pero no te asustes, pues Jesús ha prometido ayudarte cuando llegue ese momento.

    ¡OH DIOS MÍO, ME HAS ENGAÑADO!

    Hace mucho tiempo, vivía un gran siervo de Dios que estaba muy ansioso por llevar una vida de gran perfección para poder ganar el Cielo.

    Mientras pensaba un día cómo podría hacer esto, por casualidad leyó aquella parte de las Sagradas Escrituras donde nuestro Señor dice: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz.

    Ahora bien, estas palabras asustaron al humilde hombre. ¿Cómo podré tener el valor de sufrir durante toda mi vida las aflicciones que Jesucristo dice que deben sufrir todos sus discípulos, y de tomar la cruz que todos ellos deben llevar? Pero lo intentaré. Debo ganar el Cielo, cueste lo que cueste; y ahora abrazaré de muy buena gana una vida de sufrimientos aquí para poder estar con Dios en el Cielo de aquí en adelante.

    Así comenzó a practicar las virtudes que hacen santos a los hombres. Renunció a su propia voluntad, leyó libros piadosos y meditó a menudo sobre las cosas celestiales. También comulgaba con frecuencia, y soportaba con gran paciencia las aflicciones que encontraba en el curso de su vida.

    Pero en vez de sentir esta clase de vida fatigosa y difícil de soportar, toda su alma estaba llena de la mayor felicidad y consuelo.

    Un día se sintió tan feliz que clamó a Dios: ¡Oh Dios mío, me has engañado! Dijiste que los que quisieran ser tus discípulos y llegar al Cielo debían llevar su cruz y sufrir muchas cosas. Yo pensaba que tendría muchas pruebas y aflicciones, y mucho dolor. Pero desde que empecé a servirte he sentido siempre la mayor alegría, felicidad y consuelo, y no he encontrado nada de esa amargura que dijiste que había de encontrar en tu servicio. Oh Dios mío, me has engañado!.

    Catéchisme Pratique.

    Todos los santos nos dicen lo mismo, hija mía, y si tratas de ser como ellos también estarás llena de alegría y felicidad; también encontrarás consuelo en llevar tu cruz, porque la cruz es pesada sólo para aquellos que le tienen miedo.

    SAN EL GRAN LIBRO DE SAN ANTONIO

    En los desiertos de Oriente vivía en el siglo IV un santo eremita llamado Antonio. Había pasado la mayor parte de su vida en soledad, y sabía muy poco de la ciencia mundana, pero sabía lo que era infinitamente más importante: cómo servir y amar a Dios.

    La fama de su santidad, que se había extendido por todas partes, llegó a oídos de algunos filósofos, que se imaginaban que lo sabían todo, pero no comprendían cómo una persona podía vivir tanto tiempo sola en el desierto.

    Deseosos de ser testigos del tipo de vida que llevaba y de conversar con alguien a quien todos admiraban y de quien todos hablaban, fueron a su celda en el desierto. El aspecto gentil y noble de San Antonio los llenó de un temor reverencial; pero cuando empezaron a conversar con él vieron que toda su presumida sabiduría caía por tierra ante su doctrina sencilla y admirable. Habían venido pensando encontrar a un pobre ignorante, y encontraron a uno cuyos conocimientos eran superiores a los suyos.

    Dinos, santo Padre, le dijeron, ¿en qué libro aprendiste esas sublimes verdades?.

    El Santo levantó la mano hacia el Cielo. "Ese es mi libro -dijo-; no tengo otro. Todo el mundo debería estudiarlo, porque está lleno de signos de la sabiduría, del poder y de la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1