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Sociedad y cultura chilena hacia finales del siglo XX: Principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile
Sociedad y cultura chilena hacia finales del siglo XX: Principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile
Sociedad y cultura chilena hacia finales del siglo XX: Principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile
Libro electrónico694 páginas9 horas

Sociedad y cultura chilena hacia finales del siglo XX: Principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile

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Con esta antología se recuperan las principales contribuciones que el Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile hizo al desarrollo de la disciplina en su largo ciclo fundacional que abarca sus primeras cuatro décadas de existencia. Se han recopilado los esfuerzos originales de veintiún profesores, quienes, bajo la senda abierta por su fundador, el sacerdote jesuita Roger Vekemans, investigaron ampliamente y con diversas metodologías las limitaciones estructurales de los procesos de modernización que se impulsaron en el país en esas décadas.
Los límites de estos procesos no fueron solamente estructurales, sino también culturales. El Instituto de Sociología ofreció un amplio espacio para una crítica cultural de la modernización que tuvo su momento culminante en las investigaciones de Pedro Morandé, pero que contó también con una variedad de antecedentes y repercusiones en investigaciones específicas sobre la cultura nacional y latinoamericana. Sea bajo la impronta del estructuralismo en boga o de una sociología de la cultura en ciernes, el Instituto de Sociología de aquellos años construyó una trayectoria y un prestigio en investigación social que esta antología pretende recordar en una versión de conjunto que muestra la diversidad de sus esfuerzos, pero, al mismo tiempo, su unidad en el propósito de hacer nacer y consolidar la sociología en nuestro país.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento9 nov 2023
ISBN9789561431911
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    Sociedad y cultura chilena hacia finales del siglo XX - Guillermo Wormald

    EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    editorialedicionesuc@uc.cl

    www.ediciones.uc.cl

    SOCIEDAD Y CULTURA CHILENA HACIA FINALES DEL SIGLO XX

    Principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile

    Guillermo Wormald y Eduardo Valenzuela, editores

    © Inscripción Nº 2023-A-11151

    Derechos reservados

    Octubre 2023

    ISBN Nº 978-956-14-3190-4

    ISBN digital Nº 978-956-14-3191-1

    Portada: Fragmento de Retrato de un hombre fuerte, de Raúl Eberhard. Se encuentra en la sala de Consejo del Instituto de Sociología UC.

    Diseño: Francisca Galilea R.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

    Sociedad y Cultura chilena hacia finales siglo XX: principales contribuciones del Instituto de Sociología UC a la investigación social en Chile / Guillermo Wormald y Eduardo Valenzuela, editores.

    1. Investigación sociológica - Chile - Historia.

    2. Pontificia Universidad Católica de Chile - Instituto de Sociología - Historia.

    I. Wormald D., Guillermo, editor.

    II. Valenzuela Carvallo, Eduardo, editor.

    III. Pontificia Universidad Católica de Chile. Instituto de Sociología.

    2023 301.0720983 + DDC23 RDA

    La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    PRIMERA ETAPA.

    Más allá del ensayismo: los inicios de la investigación empírica en la reflexión social

    I. Roger Vekemans (S.J.) e Ismael Silva

    El Concepto de Marginalidad. En Marginalidad en América Latina:

    Un ensayo de Diagnóstico. DESAL, 1969

    II. Raúl Urzúa

    La Demanda Campesina, Ediciones Nueva Univer­sidad, UC, 1969

    III. Armand Mattelart y Manuel A. Garretón

    Integración Nacional y Marginalidad, Edito­rial del Pacífico S.A. 1965

    IV. Hernán Godoy

    El Oficio de las Letras: estudio sociológico de la vida literaria, Editorial Universitaria, 1970.

    V. Luis Scherz

    El Camino de la Revolución Universitaria, Editorial del Pacífico, 1968.

    VI. Gabriel Gyarmati

    (Con la colaboración de Pelagia Ortúzar y Luz E. Cereceda)

    El Nuevo Profesor Secundario, Ediciones Nueva Universidad, UC, 1971.

    VII. Dagmar Raczynski

    Tasas y Pautas de Movilidad Ocupacional en el Gran Santiago.

    Cuadernos ISUC, 1971.

    SEGUNDA ETAPA.

    La investigación social en tiempos difíciles

    VIII. Luis Barros y Ximena Vergara

    El Modo de Ser Aristocrático. El caso de la oligarquía chilena hacia 1900.

    Ediciones Aconcagua, 1978. Segunda edición Ariadna Ediciones, 2007.

    IX. Fernando Dahse

    El Mapa de la Extrema Riqueza. Editorial Acon­cagua, 1979.

    X. Pablo Huneeus

    Nuestra Mentalidad Económica. Instituto de Socio­logía, UC y Fundación BHC, 1979.

    TERCERA ETAPA.

    Los desajustes del proyecto modernizador

    XI. Luz Eugenia Cereceda - Max Cifuentes

    ¿Qué comen los pobres? Hábitos alimenticios, estrategias de compra y mecanismos de sobrevivencia. Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1987.

    XII. Darío Rodríguez

    Formación de Oligarquías en procesos de autogestión. Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1982.

    XIII. Pedro Morandé

    Cultura y Modernización en América Latina. Cua­dernos del Instituto de Sociología, 1994.

    CUARTA ETAPA.

    LA CONSOLIDACIÓN DE LA SOCIOLOGÍA ACADÉMICA

    XIV. Mónica Muñoz y Carmen Reyes

    Una Mirada al interior de la Familia. Ediciones Universidad Católica de Chile, 1997.

    XV. Carmen Barros

    Viviendo el Envejecer. Cuadernos del Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1990.

    XVI. Carlos Cousiño

    Razón y Ofrenda. Ensayo en torno a los límites y posibilidades de la sociología en América Latina. Cuadernos del Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1990.

    XVII. Guillermo Wormald (en colaboración con Rubén Kaztman)

    Trabajo y Ciudadanía. Los cambiantes rostros de la integración y exclusión social en cuatro áreas metropolitanas de América Latina, 2002.

    A MODO DE CIERRE

    LISTADO DE AUTORES PRINCIPALES

    INTRODUCCIÓN

    Esta antología tiene el propósito de recuperar el esfuerzo de investigación realizado por los profesores de dedicación completa del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica (ISUC) durante las primeras décadas de su desarrollo institucional que, como sabemos, coinciden con la fundación de las escuelas de sociología y la práctica de la sociología como disciplina científica en el país¹. Si bien el trabajo de estos profesores estuvo principalmente ligado a una estructuración de la carrera y a un quehacer docente volcado a la formación profesional de estudiantes de pregrado, ellos no estuvieron ajenos a la tarea académica de investigación. Por el contrario, si uno recorre sus publicaciones a lo largo de los primeros 40 años de vida institucional (1960-2000)², se aprecia una trayectoria volcada al estudio de algunos problemas acuciantes de la sociedad chilena. Y, en muchos casos, sus investigaciones representan un esfuerzo pionero dentro sus respectivas áreas de interés.

    En esta recopilación hemos querido privilegiar los trabajos que dan a conocer sus hallazgos a través de la publicación de un libro que es el medio que mejor refleja las diversas aristas de un esfuerzo sistemático de investigación, especialmente en estos años³. Excepcionalmente, hemos seleccionado algunos capítulos de libros u otra publicación que condensan los hallazgos de trabajos de alto interés y reconocimiento académico de algunos pocos profesores con una trayectoria de más de 40 años en el ISUC.

    Si miramos este esfuerzo de investigación como un todo, se aprecia su vinculación con diferentes etapas del desarrollo institucional y con una creciente diversificación y maduración del quehacer disciplinario en el país⁴. En este contexto sobresalen algunas prácticas y líneas de trabajo que van definiendo una cierta impronta en el trabajo académico del ISUC.

    En una primera etapa, estos trabajos se enmarcan en los planteamientos y problemas que levanta la sociología de la modernización, de fuerte raíz funcionalista, en EE.UU. y su posterior adaptación en América Latina a partir de los años 60s⁵. Ellos se inician –entre otros– con las investigaciones del fundador y primer director de la Escuela de Sociología, el sacerdote jesuita belga Roger Vekemans V.⁶. En sus trabajos sobresalen los temas de pobreza y marginalidad social que enfrentan un conjunto amplio de migrantes rurales quienes movidos principalmente por factores de expulsión del agro deben enfrentar precarias condiciones de vida en los márgenes de las grandes ciudades latinoamericanas: los marginales. Al inicio de esa década este fenómeno adquiere una gran relevancia, no sólo en Chile, sino en la mayoría de los países de América Latina lo que hace que la obra del profesor Vekemans trascendiera con mucho los límites nacionales. Sus múltiples publicaciones alrededor de estos temas y su posterior trabajo como director del Departamento de Estudios Sociales de América Latina (DESAL) fundado en 1960, así lo confirman.

    A lo largo de esta misma década y hasta inicios de los años 70, se desarrolla un conjunto de investigaciones vinculadas con las áreas de sociología rural, demografía, educación, estratificación y movilidad social, todos estos problemas de alta relevancia nacional. Los más destacados son los trabajos de los profesores: Raúl Urzúa F. sobre el proceso de reforma agraria y el rol del campesinado en este proceso; el de Armand Mattelart y Manuel A. Garretón sobre integración nacional y marginalidad; el de Hernán Godoy acerca del oficio de las letras y el desarrollo de la literalidad; el de Luis Scherz centrado en un estudio de la transformación de las universidades latinoamericanas; el de Gabriel Gyarmati sobre el rol del profesor secundario y el nivel de profesionalización que alcanzaba esta profesión en el país y, por último, el de la profesora Dagmar Raczynski sobre movilidad social que contiene resultado los principales resultados de su tesis doctoral en la Universidad de California (UCLA)⁷. La mayoría de estas investigaciones se abocan al estudio y medición de fenómenos sociales mediante la recolección de datos primarios obtenidos a través de encuestas de alguna envergadura y representatividad. Es el momento en que la sociología adquiere el carácter de una ciencia empírica aplicada dentro del país y se aparta de una mera reflexión ensayística y/o de ética social más propia de etapas anteriores⁸.

    En suma, la tarea intelectual de estos profesores puede ser definida como un intento por extender la ciencia al conocimiento de la sociedad. Sus trabajos de investigación están marcados por un esfuerzo de comprensión de la estructura social chilena en el marco de los impulsos modernizadores de los gobiernos de la época. Por otra parte, es un momento de afirmación de una práctica académica volcada hacia la profesionalización de la disciplina y el desarrollo de una sociología empírica de orientación científica. Hacia finales de este periodo, la orientación teórica de raíz funcionalista se ve cuestionada por la recepción del estructuralismo marxista y las teorías de la dependencia con su crítica a los modelos de modernización vigentes. Ello no tuvo una repercusión clara en la actividad de investigación sino, más bien, en los programas de formación docente y en la marcha institucional, que se vio tensionada por una creciente división ideológica en el claustro de profesores alentada por la reforma universitaria iniciada en 1967 y la polarización propia del contexto político nacional⁹. Sin embargo, desde el punto de vista del desarrollo de la sociología en Chile, esta forma de institucionalizar el quehacer disciplinario como una ocupación de tiempo completo, centrada en la producción de resultados de investigación para generar conocimientos sobre la sociedad que sean traspasados a sucesivas generaciones de estudiantes, logra establecerse y afirmarse como predominante¹⁰. En este sentido el abigarrado grupo de profesores de la primera época acometen con éxito la tarea de especializar un discurso sobre la sociedad en términos de instalar una disciplina científica en el quehacer de la universidad y legitimar su reconocimiento social dentro y fuera de ella.

    Durante la década del 70 e inicios de los años 80s, el cultivo de la disciplina se vio fuertemente mermado por el Golpe Militar de 1973. El quehacer universitario en general y el de la sociología en particular perdió autonomía. Los claustros de profesores y la enseñanza de la disciplina que se habían desarrollado y consolidado bajo el alero de la reforma universitaria de fines de los años 60s, sufrió un retroceso importante. La investigación académica no fue una excepción. Los presupuestos y apoyos externos para financiarla sufrieron una fuerte caída. A ellos se sumó una reducción significativa del número de profesores de dedicación exclusiva, sea por procesos de exoneración política o deserción de muchos de ellos. Sin embargo, aún dentro de estas precarias condiciones académicas e institucionales, podemos registrar algunos trabajos de investigación que adquirieron relevancia debido a su significación sociológica y aporte a la comprensión del funcionamiento de la sociedad chilena. Entre ellos, el trabajo de los profesores Luis Barros (en colaboración con Ximena Vergara) sobre el modo de ser aristocrático realizado como un ensayo sobre las formas culturales de la élite tradicional chilena; el del profesor Fernando Dahse sobre la concentración del poder económico resultante del advenimiento del nuevo modelo de desarrollo de impronta neoliberal en Chile y, por último, el del profesor Pablo Hunneus orientado a una exploración de los tipos de mentalidad económica característicos de una sociedad heterogénea en la que se combinan diversas formas de emprendimiento de raíces culturales y sociales muy diversas.

    Durante estos años aciagos, la investigación –si bien limitada por las razones descritas– registra algunos estudios de interés. Unos están alentados por el compromiso de ciertos profesores con el desarrollo de una reflexión crítica acerca del funcionamiento de la vida social y otros por un acercamiento exploratorio a las nuevas realidades que acarrea consigo el advenimiento de la nueva sociedad de mercado. En su conjunto, el trabajo de estos y otros profesores mantuvo vigente la reflexión académica y el quehacer investigativo y, con ellos, la sobrevivencia de la institucionalidad académica.

    Con el correr de los años 80s, el cultivo de la disciplina en el ISUC comienza a dejar atrás sus años más duros. La delgada línea que une el quehacer académico de los fundadores con este nuevo renacer del cultivo disciplinario comienza a robustecerse lentamente. Ello a pesar del cierre de la admisión de alumnos de pregrado que se mantuvo vigente entre los años 1975 y 1990 y las limitaciones en el financiamiento de la investigación científica. La posibilidad de clausura que enfrentó la Escuela en la década anterior comienza a ser reemplazada por una decisión de las autoridades universitarias de la época y del claustro de profesores del ISUC por impulsar nuevos planes de docencia de post grado orientados fundamentalmente a la formación en sociología de profesionales de diversas disciplinas. A este esfuerzo concurren la mayoría de los profesores que se mantuvieron en el instituto, más un conjunto de académicos recién doctorados en universidades extranjeras alemanas e inglesas. De este modo, la investigación comienza a cobrar nuevos bríos alentada por la realización de las tesis de doctorado de estos profesores, la docencia de post grado y los estudios realizados por otros académicos del claustro.

    De este periodo son los trabajos de la profesora Luz Eugenia Cereceda, orientados a develar los desajustes sociales que acompañaron el advenimiento de la nueva economía y sociedad de mercado especialmente en el campo de la pobreza. Entre ellos, hemos seleccionado su trabajo sobre las condiciones especialmente adversas de alimentación de un conjunto amplio de familias urbanas afectadas por graves formas de exclusión del mercado. También, el estudio del profesor Darío Rodríguez sobre las distorsiones que enfrentó el modelo de pequeñas y medianas empresas autogestionadas, el que forma parte de su tesis doctoral dirigida por el profesor Niklas Luhmann de la Universidad alemana de Bielefeld, el que con los años llegará a ser unos de los sociólogos más reconocidos del mundo por su desarrollo en teoría de sistemas. Y, por último, el libro del profesor Pedro Morandé sobre cultura y modernización en América Latina, en el que elabora una crítica audaz e incisiva al desarrollismo y a los paradigmas modernizadores, tomando como referencia una reflexión sobre cultura e identidad latinoamericana, aspecto largamente desdeñado hasta entonces. Este tercer período está marcado por el desarrollo de una sociología crítica a los intentos modernizadores desarrollistas y neoliberales mediante trabajos que exponen sus desajustes y costos sociales y otros que abren nuevas aristas de reflexión e investigación en línea con los avances de la disciplina en las áreas de la teoría de sistemas y sociología de la cultura. De este modo, se recupera el impulso de los precursores recomponiendo el vínculo del quehacer disciplinario con los nuevos avances teóricos a nivel internacional.

    La década de los 90s marca el inicio de una consolidación del quehacer académico del ISUC. El desarrollo disciplinario cobra nuevos bríos impulsado por una reapertura del pregrado en sociología y el desarrollo de una malla de formación completamente renovada. A ello se une un decidido impulso a la investigación en áreas tradicionales de sociología de la cultura, pobreza y vulnerabilidad social, familia y vejez. De este periodo son los trabajos de las profesoras Mónica Muñoz y Carmen Reyes que, en colaboración con Paz Covarrubias, habían venido analizando las trasformaciones que experimenta la familia chilena y los desafíos que enfrenta en una época de cambio cultural y económico acelerado. Carmen Barros, por su parte, consolida una larga trayectoria de investigación sobre las condiciones objetivas y subjetivas que caracterizan el todavía incipiente proceso de envejecimiento en Chile.

    El profesor Carlos Cousiño elabora un análisis crítico de la gestación de la cultura y sociedad ilustrada europea, y una interpretación histórica de la identidad barroca de América Latina e inaugura una fructífera línea de sociología histórica que dará luego frutos en docencia e investigación. Mientras, el profesor Guillermo Wormald (con la colaboración de Rubén Katzman), escribe su obra principal dedicada al estudio de la vulnerabilidad social y ofrece un enfoque nuevo y amplio de las condiciones bajo las cuales se debe investigar la pobreza en una sociedad en que se abrían condiciones inéditas de prosperidad y dinamismo económico.

    En suma, durante estos años se mantiene la preocupación por los temas propios de una sociología del desarrollo y de la cultura que han sido desde siempre los dos ejes principales de formación e investigación. La investigación en áreas específicas y el desarrollo de una investigación especializada comienza también a levantar cabeza en una dirección que será común más tarde. En esta evolución se aprecia una constante renovación dentro de determinadas líneas y orientaciones de investigación que se desarrollan de forma conjunta lo que le entrega una indudable riqueza al proyecto de desarrollo institucional. De esta manera, hacia fines del periodo que contempla esta revisión, se observan esfuerzos investigativos marcados por estas diversas orientaciones teóricas y prácticas de investigación disciplinaria. Ellas, naturalmente, van enriqueciendo el aporte de la disciplina en los programas de formación académica y práctica profesional.

    En la realización de este esfuerzo nos mueve el interés por poner a disposición, en primer lugar, de todos los estudiantes de sociología los resultados más significativos de las investigaciones realizadas por estos profesores en sus diversos campos de cultivo disciplinario. Como se verá más adelante, estos trabajos van analizando un conjunto de problemas que marcan el devenir de la sociedad chilena hacia fines del siglo pasado. Adicionalmente, para todos aquellos interesados en la realización de investigaciones interdisciplinarias, queremos recuperar una mirada desde la sociología para enfrentar un conjunto de problemas de alta relevancia nacional ayer y hoy. Lo mismo para los que dedican su esfuerzo investigativo a una reflexión vinculada con el diseño de políticas públicas, pueden encontrar en estas investigaciones algunos hallazgos seminales de interés. Por último, nos parece que esta antología debiese ser un aporte para todos quienes quieran aproximarse a una comprensión de la estructura y funcionamiento de la sociedad chilena y algunos rasgos culturales más sobresalientes durante las últimas décadas del siglo XX.

    Estamos ciertos que esta recopilación abarca sólo una fracción del quehacer investigativo de estos profesores y del ISUC en general. Nuestra selección no ha pretendido ser exhaustiva. Por el contrario, en cada caso hemos querido ofrecer una selección de sólo uno o, quizás, el trabajo principal realizado por cada investigador durante el periodo en cuestión. Ello supone un claro sesgo de selección. Para paliar, a lo menos en parte, este proceder, hemos introducido en la presentación de cada texto –y en los casos que corresponda– una lista con los otros títulos que fueron publicados por el mismo profesor durante estos años o también los venideros.

    La presentación de los trabajos de investigación seleccionados –17 en total– la haremos considerando las etapas mencionadas anteriormente y siguiendo un esquema que incorpora cuatro dimensiones centrales para introducir la lectura de cada texto: el marco histórico y la problemática social en la que ellos se insertan; las principales líneas conceptuales que orientan las preguntas fundamentales que guían la investigación; las características metodológicas del estudio y, finalmente, la relevancia del trabajo y su aporte para la comprensión del problema bajo estudio. Tenemos la esperanza que los textos que aquí presentamos despierten el interés del lector por profundizar en la lectura más detallada de cada uno de estos trabajos, así como también en las publicaciones adicionales que alimentan las líneas de investigación de cada uno de los autores considerados en esta antología.

    Por último, con esta antología hemos querido destacar y recuperar un esfuerzo académico institucional que, aunque heterogéneo y diverso en enfoques y resultados, forjó la impronta de una comunidad académica reconocida en nuestro país: la del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

    I. ROGER VEKEMANS (S.J.) E ISMAEL SILVA

    EL CONCEPTO DE MARGINALIDAD. EN MARGINALIDAD EN AMÉRICA LATINA: UN ENSAYO DE DIAGNÓSTICO. DESAL, 1969.

    1.EL MARCO HISTÓRICO Y LA PROBLEMÁTICA SOCIAL EN LA QUE SE INSERTA EL TRABAJO

    Desde los inicios del siglo XX, muchos países en América Latina debieron enfrentar sucesivas olas migratorias desde lo rural a lo urbano que provocaron una concentración de la población alrededor de las grandes ciudades del continente. Este creciente flujo migratorio, impulsado por factores de expulsión del campo y la búsqueda de mejores condiciones de vida en la ciudad, se enfrentó con un proceso de industrialización sustitutiva¹¹ de dinamismo irregular. Ello se tradujo en un fenómeno particular del desarrollo de muchos países del continente que se origina en un desfase entre los procesos de urbanización y, posteriormente, de industrialización.

    Respecto al primero, su ritmo se va acelerando a lo largo de las décadas, reforzando la concentración y centralidad urbana. En este contexto, se generan nuevas realidades de pobreza y exclusión social gatilladas por la falta de trabajo productivo –tanto en el campo como en la ciudad– y por la insuficiente capacidad de integración a las oportunidades de vida y protección social de amplios contingentes poblacionales. Surge, de este modo, lo que el autor de este libro define como el fenómeno de la marginalidad en la que viven amplios segmentos sociales. Ellos se constituyen en una realidad social que desafía el patrón de desarrollo vigente, generando nuevas urgencias de integración social marcadas por el desarraigo, la anomia y falta de acogida de estos segmentos, especialmente en el mundo urbano.

    2.PRINCIPALES LÍNEAS CONCEPTUALES Y LA PREGUNTA DE INVESTIGACIÓN

    El punto de partida para la construcción del concepto de marginalidad es la existencia de un dualismo étnico y sociocultural de fuerte raíz histórica. Según el autor, la realidad social del continente es fruto de la superposición –no fusión ni homogeneización cultural– entre el mundo ibero-europeo e indígena. Uno subordina al otro –tesis del colonialismo interno– a lo largo de la historia. Ello diferencia a las sociedades del continente de otras experiencias de desarrollo como la europea y norteamericana. La marginalidad, por lo tanto, encuentra su raíz en este fenómeno de superposición étnica y cultural que se entronca con la conocida tesis del dualismo estructural, sustentada por las teorías iniciales sobre modernización en América Latina. Ellas conciben la realidad del continente como una superposición entre tradición y modernidad, la que se combina con fenómenos de exclusión social, política y económica reproducidas a lo largo del tiempo.

    3.CARACTERÍSTICAS METODOLÓGICAS DEL ESTUDIO

    El foco principal del trabajo está puesto en una elaboración conceptual del problema de la marginalidad. Sin embargo, esta reflexión está fundada en un conjunto de datos secundarios acerca de la realidad socioeconómica que enfrentan algunas sociedades latinoamericanas al momento del surgimiento de esta nueva realidad social. Asimismo, el autor utiliza algunas tipologías y tipos ideales para analizar y comparar la situación de los marginales en Latinoamérica. En ellos se consideran dimensiones económicas, espaciales, sociales y culturales que diferencian las situaciones de marginalidad entre países y al interior de cada uno de ellos.

    4.RELEVANCIA DEL TRABAJO Y APORTE DE LOS TEXTOS SELECCIONADOS

    Este libro presenta una buena síntesis del pensamiento del profesor Vekemans en torno a un problema de gran relevancia en el desarrollo de la sociología latinoamericana. De hecho, una parte de las tesis de este libro relacionadas con fenómenos de superposición cultural, colonialismo y etnicidad han sido retomadas y reelaboradas por las corrientes neocoloniales actuales. Por otra parte, la discusión sobre la condición de marginalidad que enfrenta un conjunto creciente de la población del continente hacia mediados del siglo XX es un aporte fundamental para el análisis de los problemas de desigualdad, pobreza y exclusión social que acompañan los procesos de desarrollo en el continente hasta hoy. Otros textos de R. Vekemans que trataron un problema similar en esta misma época son La Prerrevolución latinoamericana (Troquel, 1969) y La Marginalidad en América Latina: un ensayo de conceptualización (escrito en colaboración con Jorge Giusti e Ismael Silva Fuenzalida, DESAL, 1969).

    5.TEXTOS SELECCIONADOS

    De su libro principal sobre marginalidad social en América Latina se ha seleccionado el Punto B, Rasgos Definitorios de la Marginalidad Actual en América Latina. Consideraciones Preliminares (págs. 49-60) y las Conclusiones (págs. 375-392, excluido el punto C Bases conceptuales y de análisis para la superación de la marginalidad).

    B. RASGOS DEFINITORIOS DE LA MARGINALIDAD ACTUAL EN AMÉRICA LATINA. Consideraciones Preliminares

    La agudización de los problemas de la superposición inicial, frente a los cambios tecnológicos de las últimas décadas, ha determinado la actual generación de latinoamericanos presencie la aparición de enormes focos de miseria en las zonas periféricas de las grandes ciudades¹². Una nueva expresión ha nacido para designar este fenómeno, que no es sino la actualización del problema inicial: «marginalidad». Sobrepasando su acepción puramente ecológica, y que más bien refleja un creciente proceso de marginación antes de marginalidad misma, el término designa a los grupos sociales que, no obstante ser miembros de la sociedad de un país, no llegan a penetrar en la intimidad de sus estructuras. Campesinos e indígenas, como se ha visto, han quedado al margen del proceso de modernización, proceso éste desordenado, pero, sin embargo, efectivo también en el mundo latinoamericano.

    El concepto de marginalidad, tomado o no como expresión de la urgente necesidad de definir un fenómeno social en extremo grave, no deja de presentar ciertas dificultades teóricas y analíticas. Por ejemplo, ¿con respecto a qué orden de cosas se dice que el marginal está excluido? Por una parte, y de acuerdo con la evidencia presentada, resulta incuestionablemente claro que en los diversos países latinoamericanos existen grupos sociales al margen de los beneficios característicos de la vida moderna, y que este fenómeno se extiende no solo a uno u otro aspecto parcial de la vida de dichos grupos, sino a la totalidad de la persona humana. El marginado o «marginal» está radicalmente incapacitado para poner fin, por sí mismo, a su miseria. Pero, por otra parte, este mismo hombre marginado es miembro de una globalidad, por lo menos jurídicamente.

    Se plantearía, entonces, la necesidad de distinguir entre lo marginal y lo incorporado, para así establecer los puntos de ruptura en la escala social, con lo cual se lograrían criterios objetivos para un análisis cuantitativo de marginalidad, el conocimiento de sus formas principales y la naturaleza de la sociedad marginal.

    1.Falta de pertenencia y de participación

    La evidencia empírica que lleva a la distinción entre lo marginal y lo incorporado está dada en el análisis de las superposiciones etno-culturales, ecológicas, económicas y políticas, que señalan y verifican a la vez los puntos estratégicos de ruptura. Si de algo sirven las categorías que oponen lo «moderno» a lo «tradicional», es para poner en mayor relieve la vigencia de la situación analizada. Como se ha visto, la cultura superpuesta es moderna en cuanto está ligada, por su herodianismo, a los centros de desarrollo de la cultura occidental contemporánea, y es tradicional justamente por las connotaciones sectoriales y globales de la superposición misma, herencia vigente de la conquista y la colonia. Como contrapartida, los que no pertenecen o no participan, no sólo no son modernos bajo cualquier definición de modernidad, sino que son tradicionales en cuanto representan la proyección actual de situaciones precolombinas y preindustriales iniciales.

    De hecho, entonces, el concepto de marginalidad guarda íntima relación con el fenómeno ya verificado de la no participación, derivado de la no pertenencia; a su vez, ésta procede de lo no acogida, del rechazo. Así, en primera instancia, la pertenencia a una globalidad jurídico-territorial no hace sino destacar tajante escisión interna entre los que participan y los que son rechazados, puesto que las divisiones limítrofes en América Latina sólo contribuyen a reforzar la situación universal de colonialismo interno.

    Mas allá de la pertenencia formal a una globalidad jurídico-territorial sólo hay no pertenencia y, por ende, no participación. Por ello, estos rasgos últimos se constituyen en categorías definitorias de la marginalidad latinoamericana, reflejando la carencia congénita funcional de ciertos grupos humanos, en el actuar social.

    En consecuencia, puede afirmase que la marginalidad en América Latina es, a la vez, un problema estructural-funcional y de discontinuidad histórica. Por una parte, lo marginal está afuera del «sistema social» y, por ello, no está incorporado y, menos aún, integrado; está, en verdad, fuera de escala, por la falta de participación de sus elementos humanos en el conjunto social. Corresponde señalar a este respecto que el R.P. Roger Vekemans, S.I., en el capítulo «Tesis Fundamentales» del libro «América Latina y Desarrollo Social»¹³ afirma que «integración» en su esencia dinámica es el papel específico que juega el principio de unidad del conjunto social en estrecha relación con la pluralidad de sus componentes. Identifica los cinco contenidos fundamentales del concepto de integración: finalidad (todo existe para un fin); cumplimiento de las normas exigidas por la finalidad; adhesión a las ideas y valores involucrados en esa finalidad y en esas normas; utilización de los medios adecuados y necesarios; tareas, funciones, acción o papeles respectivos y su justa distribución entre los distintos miembros de la comunidad social.

    Relaciona la idea de integración con el concepto de marginalidad, introduciendo el de participación, entendido como «contribución o cooperación de cada uno de los miembros de la base societaria respecto de cada uno de los contenidos ya señalados del término integración»¹⁴. Más adelante se explica con detenimiento cómo la participación puede darse en dos formas: activa y pasiva.

    Sobre el mismo tema, otro autor¹⁵ señala que se da falta de participación en lo que califica como «el consenso universal de los elementos que constituyen la estructura de la sociedad, por no cumplir una función en la existencia del conjunto de la sociedad».

    Por otra parte, lo conflictivo y discontinuo superficial de toda situación dinámica, tampoco se da en lo marginal, por la radicalidad y globalidad de la escisión histórica que es producto de la superposición cultural inicial.

    No sin razón, el autor citado indica, en relación al planteamiento teórico sobre el concepto de marginalidad, que¹⁶ las «actuales sociedades latinoamericanas… son un vivo modelo del fracaso de toda posibilidad de integración sistemática o sistémica de la sociedad. Piénsese solamente… en la combinación de modelos políticos correspondientes a un nivel avanzado comparativamente de sociedad burguesa, con estructuras económico-sociales y culturales correspondientes a un estadio distinto de desarrollo de la misma sociedad (desde el punto de vista del contexto interno), que fue uno de los resultados de la Emancipación. O, en la actualidad, en las discontinuidades manifiestas entre el nivel socio-cultural que caracteriza algunos de los sectores urbano-industriales, y en el que es propio de las áreas rurales, en estas mismas sociedades. En la dialéctica de urbanización-ruralización que caracteriza a las propias sociedades urbanas en desarrollo, en el momento mismo en que transcurren su proceso de industrialización y modernización. O, finalmente, en las superposiciones dentro de una misma sociedad nacional, de un sistema dominante de estratificación de castas, sin embargo históricamente liquidado.»

    Por existir en el tipo de situaciones descritas –y siguiendo las dimensiones analíticas mayores referentes a un concepto genérico de marginalidad definido por el autor citado¹⁷– limitación en la pertenencia y en la participación en la estructura general de la sociedad, como asimismo inconsistencia en la estructuración de la situación resultante, la forma de marginalidad que corresponde a las verificaciones empíricas efectuadas, constituye, como lo señala ese mismo autor¹⁸, un fenómeno que se establece cuando «a partir de las limitaciones, se configura una situación social que no puede estructurarse de manera consistente respecto del modo integración y de interdependencia de sus elementos, ni estructurar consistentemente sus relaciones con el resto de la estructura global de la sociedad. Es decir, se configura un tal tipo de situación social regido por patrones y tendencias que son propios de otras situaciones, y por cada uno de ellos, de manera limitada y contradictoria. La situación marginal no genera sus propios patrones ni hacia adentro, ni en sus relaciones con el resto de la sociedad.»

    Es ésta, en consecuencia, una forma de marginalidad configurada por elementos que no pertenece a ninguna de las características básicas de la sociedad. Así, por ejemplo, como lo señala Quijano Obregón¹⁹, un recolector de papeles viejos, cuyo «rol es marginal, económicamente, porque no es parte de la estructura fundamental de roles económicos de los que depende la existencia misma de una estructura económica básica [y cuyo status es, por definición] marginal… es [a la vez] analfabeto, vive en una población callampa, etc., etc., el cuadro de marginalidad es muy distinto que en el caso de un marginal cuyo status-set es inconsistente, pero integrado a la estructura básica de status en la sociedad».

    Se trata, entonces, de una sociedad marginal, cuya naturaleza radica en el hecho de que sus miembros, como lo indica el autor citado²⁰, «no participan, no están incorporados, ya sea algunos de ellos o la totalidad, al plano básico de la estructura de la sociedad… [El] conflicto implicado [respecto de la sociedad global] no radica solamente… en la heterogeneidad de los elementos entre sí, sino entre éstos como conjuntos y los patrones fundamentales que rigen la existencia misma de la sociedad global en su conjunto. Es decir, se trata de un conjunto de elementos que no siguen los patrones que guían la lógica interna de desarrollo histórico de la sociedad, y que, en consecuencia, no solamente pueden estar al margen, sino contradecir abiertamente la lógica histórica de existencia y desarrollo de la estructura básica de la sociedad».

    La falta de participación, propia de la forma y de la naturaleza de la marginalidad latinoamericana, tiene dos aspectos.

    A. La Participación Pasiva

    Un autor mencionado anteriormente dice²¹ «la primera forma de marginalidad –la más corriente y visible– se refiere al sentido pasivo de la participación», en el sentido de no participar «de la finalidad, de las normas, de los valores, de los medios ni de la división del trabajo en la base social».

    Para examinar esta forma de marginalidad es preciso considerar a la sociedad como sede de recursos y de beneficios. El grupo marginal se define, en este caso, por su falta de participación respecto del bien que debería fluir en forma equilibrada entre los distintos segmentos que componen la sociedad moderna. En este primer sentido, al concebir la sociedad como sede de recursos y beneficios sociales, la participación toma el carácter de pasiva o receptora. Los bienes constitutivos de la sociedad global no son recibidos de los grupos marginales; éstos no participan de ellos, cualquiera que sea el rubro de que se trata. El grupo marginal no percibe ninguno de esos recursos, ni goza de los correspondientes beneficios sociales.

    Dentro de la forma descrita, el marginal es un hombre que por no pertenecer, no participa. Si se toma la sociedad como un todo, la parte que queda para el marginal es infinitesimal. «Éste es el mejor aspecto investigado y más conocido de la marginalidad –se señala en un artículo que habla del problema²². Los indicadores estadísticos más corrientes prueban que los grupos marginales participan mínimamente de la seguridad social, constituyen las reservas del desempleo y de la cesantía disfrazada y presentan las tasas más bajas de alfabetización, de vivienda, de atención médica y sanitaria, etc.».

    B. La Participación Activa

    Sin embargo, si el examen se redujese a ese primer aspecto de la falta de participación, escaparía lo medular de la marginalidad, como también su dimensión etiológica. De allí que en relación a la Sociedad Global como red de decisiones sociales, esto es, considerando al hombre no solo como receptor de beneficios sino como sujeto que contribuye a pasmar la Sociedad Global con sus decisiones, se percibe en los grupos marginales una falta de participación activa o contributiva. Este segundo aspecto de la falta de participación es el que más propiamente tipifica a la marginalidad, diferenciándola del resto de los sectores sociales. Los grupos marginales no contribuyen con sus decisiones y responsabilidades a la solución de los problemas sociales, ni siquiera de aquellos que les afectan directamente y en que está comprometido su propio bienestar.

    En la línea de pensamiento expuesto en el citado artículo, puede afirmarse que «la sola consideración de la falta de participación pasiva nos mantendría, inevitablemente, en un continuo estadístico, en el cual no habría en ningún momento una discontinuidad, un punto de ruptura. Así por ejemplo, pasaríamos a través de grados sucesivos, de un ingreso anual per cápita norteamericana cercana a los tres mil dólares, a un ingreso de noventa dólares en Bolivia. Pero al tomar en cuenta la segunda faceta de la falta de participación, podemos distinguir un umbral donde termina la sinonimia entre lo marginal y la clase baja. Hay realmente una ruptura en la escala, lo que obliga a recurrir a un concepto que insista en lo no incorporado, en lo marginal. De allí que haya más exactitud cuando se habla de grupos marginales, y no de sectores postergados, clases bajas u otros similares; conceptos todos que se quedan en la sola captación de la falta de participación pasiva. Lamentablemente, la falta de participación activa o contributiva es de difícil estudio, toda vez que no hay información estadística al respecto, salvo el mínimo grado. Existen indicadores, por ejemplo, con respecto a toda la parte formal de la democracia, de tal manera que es relativamente fácil mostrar que en una población determinada hay una participación activa electoral alta o baja. Pero son escasos los indicadores que permitan estudiar otros aspectos de la participación activa».

    Frente a la sociedad concebida como red de centros orgánicos de decisión, los marginales no deciden.

    Por ejemplo, aun allí donde algún esfuerzo se ha hecho en el terreno agrícola, el campesino que debiera ser el protagonista de la Reforma Agraria, es apenas objeto de manipulación y no de consulta; igual cosa sucede en materia de vivienda, formulándose y ejecutándose programas enteros sin que jamás se consulte a aquellos que van a tener que vivir en los conjuntos habitacionales ideados «desde arriba»; los símiles en materia electoral, de estructura sindical, educacional, seguridad social, son demasiados para poder citarlos a todos, como son igualmente obvios dada la naturaleza de la superposición cultural examinada. En última instancia, los marginales sólo sirven de masa de maniobra, de clientela electoral.

    2.Falta de integración interna

    Se ha establecido que el marginal no participa receptivamente de los recursos y beneficios de la sociedad, lo que se explica porque está ausente de las decisiones que se toman en la sociedad respecto de esos recursos y beneficios. Resta determinar por qué el marginal no tiene el acceso al ámbito de las decisiones que influyen sobre su propio destino.

    El motivo es que los marginales de hoy, a pesar de ser mayoritarios, han sido pulverizados, atomizados por el colonialismo que la superposición cultural inicial, aún vigente, determinó. Esos grupos han dejado de poseer solidaridades organizadas, o si la tienen, es tan sólo a un nivel micro-social de célula, sin fuerza respecto de la globalidad social. El actual colonialismo intranacional «mantiene» esa atomización a lo largo y lo ancho de los territorios respectivos para que, incapaces de organizar sus solidaridades, los grupos marginales, no puedan tomar el destino en sus manos y exigir su plena incorporación a la sociedad.

    Este hecho destaca un rasgo definitorio de la marginalidad en América Latina: la falta de integración interna.

    En una sociedad moderna, para tener acceso a las posiciones claves que la moldean, es indispensable la existencia de la organización. Ello exige formas de solidaridad a través de grupos organizados a los distintos niveles territoriales y funcionales. Este fenómeno es sólo posible en el marco de la integración interna, es decir, donde el principio de unidad constitutiva del grupo predomina sobre la multiplicidad, aunque siempre respetando a esta última. Corresponde ello al concepto de sociedad moderna, concebida como heterogeneidad articulada y flexible.

    Y es justamente esto lo que no se verifica en la marginalidad. Los marginales se presentan desarticulados: la multiplicidad familiar y local predomina sobre el principio de unificación y, en consecuencia, sobre toda forma de solidaridad libre y consciente. Es por ello que los marginales aparecen atomizados y, por lo tanto, sin integración funcional con la sociedad nacional. Puesto que no están presentes, no pueden participar en la gestión del poder consensual del estado-nación. En este caso, la parte distribuida de los recursos y bienes sociales puede estar y de hecho está, muy por debajo del límite mínimo humano y vital. Una vez más se comprueba que los contingentes marginales están fuera de escala.

    Conceptualmente, lo anterior significa que, al hablar de marginalidad, se hace una clara distinción entre integración de la sociedad e incorporación a la sociedad a través de un proceso de integración funcional interna de los sectores marginales. Las implicaciones de estas distinciones en un esfuerzo de superación de la marginalidad, serán tratadas más adelante.

    Lo que es necesario subrayar debidamente es la pulverización de los sectores marginales que impide la formación de solidaridades en torno a una función, a un interés común. Esta falta de integración interna, como hecho estructural y funcional, corta, aun antes de nacer, todo intento organizativo solidario articulado en la población marginal. Si se examinan con más cuidados los movimientos organizativos «espontáneos», como los surgidos en los sectores marginales urbanos o en las comunidades indígenas de los Andes Centrales, se comprueba que son intentos derivados de las presiones del mundo exterior, por efecto de reacción ante necesidades básicas evidentes, pero no son solidarios por cuanto no tienen vínculos de articulación con otros sectores marginales ni con la sociedad de cultura superpuesta. La organización tiende a desaparecer una vez satisfecha la necesidad, o bien los grupos dominantes la instrumentalización para sus propios fines; en todo caso, el movimiento organizativo es siempre redistribucionista, es decir, receptivo dentro del espíritu tradicional del paternalismo implícito en la relación de dominación-subordinación que ha impuesto la cultura superpuesta. Por definición, entonces, estos intentos jamás llegan a ser contributivos ni pueden articularse a los distintos niveles de funciones y de territorio. Así, esas reacciones «organizativas» son una verificación más de la situación de marginalidad.

    3.Globalidad de la marginalidad

    La no participación, la falta de integración interna son consecuencia directa de la superposición cultural –vigente aún– que se ha analizado. Por hacerse presente ésta en cada esfera clave del actuar social, vale decir en lo socio-étnico y etnocultural, lo ecológico, económico y político, la situación de quienes no participan y no están integrados internamente, es de marginalidad global.

    La marginalidad afecta todos los aspectos de la vida humana y todas las facetas del actuar social de los marginales. Pero el fenómeno va más allá aún: no influyen solo en los marginales sino sobre el todo social. Por una parte, las condiciones involucradas configuran justamente la existencia de una sociedad dual. Por otra, la situación de marginalidad global tiene un efecto de «boomerang» sobre la estructura y funcionamiento de la sociedad participante, sobre la cultura superpuesta misma. Ese efecto, latente desde el momento de la incepción o de la superposición cultural, se desencadena hoy con una fuerza tal que exige, entre otras cosas, un enfoque y una solución tan globales como la marginalidad misma que se trata de superar²³. Este fenómeno de globalidad ha sido también indicado por un autor citado²⁴, quien, utilizando una terminología diferente (marginalidad radical básica), afirma que en tal situación, están afectados todos los sectores básicos, estratégicos, de la sociedad.

    4.Radicalidad de la marginalidad

    Dada la situación de colonialismo interno que conduce a la atomización interna y, por lo tanto, a la incapacidad de los sectores afectados para auto-organizarse y defender ante la cultura superpuesta su derecho a una participación a la vez receptiva y contributiva, resulta evidente que la marginalidad latinoamericana es radical, es decir, constituye un problema que, en su sentido etimológico, alcanza las raíces mismas del ser humano²⁵.

    Esto configura²⁶ «un tipo de situación social que depende de los límites entre los sectores de interés social, que conforma la estructura de dominación o estructura de poder social general y que, por lo tanto, define la situación general de los miembros afectados dentro de esa estructura de dominación…». Por una parte, ya se han definido esos «sectores de interés social» en lo etnocultural, ecológico, económico y político. Por otra parte, se ha establecido también como que la estructura de dominación corresponde a la vigencia de la superposición cultural total inicial. De ahí la concordancia entre el condicionamiento histórico y la situación de incapacidad de los «afectados» para superar por sí mismos la situación de marginalidad debido a la globalidad de ésta.

    Concebida así la radicalidad de la marginalidad, el marginal es en cierto modo «otro hombre», con valores y actitudes distintas, con aspiraciones, sí, pero operando sobre la base de mecanismos completamente ineficaces para concretizarlas; es un hombre disminuido, no por cierto en lo tocante a sus valores morales, a menudo heroicos, sino en lo que concierne a su iniciativa y capacidad del actuar individual y solidariamente²⁷.

    Es por esto que muchas veces la gente de buenas intenciones, que desea «hacer algo», o el extranjero, quedan consternados por lo que parece ser una apatía colectiva e individual, abulia o servilismo. Pero en realidad, ¿qué se pretende de gente que ha tenido hambre desde hace cuatro siglos, que en pleno día debe apretarse el cinturón –si lo tiene– o acostarse de espalda para no sentir el dolor de hambre? Es preciso, entonces, ver con lucidez que la marginalidad no solo abarca todas las facetas de la vida, sino que, en su radicalidad, come hasta lo medular de la persona humana. Es por ello que no basta proclamar demagógicamente la unión de los marginales, pues no son ni siquiera proletarios, ni puede movilizárselos racionalmente o con vociferaciones o agitando el argumento de la violencia: no tienen, literalmente, energías para ello.

    La circunstancia de no ser ni siquiera proletarios, fue destacada en varios estudios²⁸. En uno de ellos se afirma que «…quienes hayan observado con detención el mundo marginal latinoamericano, habrán percibido esa incapacidad interna de los grupos marginales para cambiar, por sí mismos, el destino de nuestro continente. No es casualidad el fracaso o la desviación de todas las revoluciones latinoamericanas. Independientemente de la falta de madurez doctrinaria, ideológica o política de las masas latinoamericanas, como primera explicación de tal fenómeno, la intelectualidad urbana o herodiana de nuestro continente no ha constatado con todo el rigor necesario de la radicalidad de esa marginalidad. No se ha percibido que el inquilino chileno o el conuquero venezolano, por ejemplo, no constituye una categoría análoga al proletariado de la revolución industrial europea o norteamericana, y que guarda mayor similitud con los grupos marginales constituidos por las primeras generaciones de inmigrantes, como lo son los argelinos en Francia, los mexicanos y portorriqueños en los Estados Unidos e incluso el negro norteamericano, quien –pese a no ser siempre un proletario– es marginal en esa sociedad».

    La radicalidad, concebida en los términos arriba expuestos, indica una vez más las pequeñas filtraciones –como las del caso brasileño señaladas por Florestan Fernandes– carecen de significación, pues la gran masa de marginales no tiene posibilidad de participación, y no sólo respecto a un sistema de clases, sino de cualquier otro aspecto del actuar social.

    CONCLUSIONES

    Consideraciones generales

    En el capítulo introductorio se subraya la vigencia en América Latina de la superposición cultural, cuya raíz genética proviene de la yuxtaposición inicial de la cultura ibera sobre la precolombina y cuyos efectos resultan visibles en las esferas socio-étnicas, ecológica, económica y política. Dicha superposición determina los sectores estratégicos en los que se manifiesta el fenómeno de la marginalidad, tanto en su dimensión histórica cuanto en su expresión actual. El diagnóstico de marginalidad desarrollado en esta obra ratifica la vigencia de la citada superposición cultural y, en consecuencia, verifica los puntos claves de la marginalidad en América Latina, así como su magnitud en cada una de las esferas ya señaladas.

    En el plano intra-latinoamericano, los elementos cuantitativos de la marginalidad así concebida confirman la relevancia del análisis tipológico aplicado a Latinoamérica, por cuanto la configuración de indicadores en cada una de las esferas examinadas muestra, por país y por grupos de países, el grado de intensidad del fenómeno estudiado.

    Las siguientes conclusiones procuran poner de relieve los aspectos más salientes de la marginalidad en América Latina, mediante la confrontación de los datos más significativos del diagnóstico y sobre las consideraciones expuestas en el capítulo introductorio. Sobre la base de aquel, se esbozan los fundamentos conceptuales y analíticos de la acción destinada a superar los males que trae consigo la marginalidad.

    A. Marginalidad y Vigencia de la Superposición Cultural

    El examen de la superposición cultural pone en evidencia una de sus principales consecuencias: la falta de fusión entre la cultura europea y las culturas y civilizaciones existentes al tiempo de la conquista. La superposición se pone de manifiesto a grandes rasgos de la marginalidad urbana, rural y funcional económica.

    La superposición cultural torna difícil la participación de América Latina en el proceso de creación cultural. Por lo demás, ha estado siempre vinculada a centros de desarrollo que le sirvieron de ejemplo. Puede afirmarse que Latinoamérica creció sin armonía y con modelos parciales, no adecuados a su realidad, hecho éste que también contribuye a explicar la situación presente.

    En la zona rural de América Latina, por ejemplo, se registran los porcentajes más elevados de analfabetismo. Los datos para la población mayor de 15 años –la situación es más grave aún si se computa la población mayor de 6 años y los analfabetos por desuso– revelan porcentajes que oscilan entre 66 y 68% en Brasil, El Salvador, Perú y República Dominicana. Haití, con el 80,3 por ciento es el país más afectado por el analfabetismo en América Latina, mientras que Argentina, Chile, Uruguay y Costa Rica, que se encuentran entre los de más bajo porcentaje, registran cifras superiores al 20% en sus áreas rurales.

    Otro ejemplo significativo puede encontrarse en la familia rural de América Latina. Los vínculos no legales ni religiosos, y la convivencia en torno a la madre de hijos de distintos padres, son indicadores del abismo existente entre la cultura superpuesta y local. Así, en Uruguay, mientras el matrimonio civil y religioso alcanza al 87,5% entre los «patrones grandes», desciende a solo 48% entre los peones, llegando la unión consensual al 19%.

    La desintegración de la familia, célula social básica, se repite entre los marginales urbanos. En las «callampas» de Santiago de Chile las uniones consensuales llegan al 25% y en las «barriadas» de Lima al 24,5%. En las «villas miseria» de Buenos Aires el 50% de los niños allí nacidos son ilegítimos. Por su parte, en el Brasil es tan alto el porcentaje de las uniones consensuales que iguala al de las lícitas.

    Desintegrada como célula social fundamental, la familia se organiza en torno a las relaciones familísticas. Pero en el ámbito urbano, caracterizado por su mayor funcionalidad, la familia así desintegrada se atomiza aún más.

    La falta de funcionalidad de las relaciones sociales y las solidaridades organizadas, como reflejo de

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