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El cristianismo: Una aproximación
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Libro electrónico297 páginas7 horas

El cristianismo: Una aproximación

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En la época actual, Jesús de Nazaret cosecha elogios y aplausos en casi todos los frentes. Atrás quedan los virulentos ataques de otros tiempos en los que hasta de su existencia histórica se llegó a dudar.

Pero continúan vigentes las grandes preguntas del pasado: ¿fue Jesús algo más que un gran hombre?, ¿es el Hijo de Dios?, ¿resucitó de entre los muertos? De la respuesta a estos interrogantes depende la «verdad» del cristianismo, tema al que están dedicadas estas páginas.
De la mano de grandes especialistas, Manuel Fraijó recorre los principales acontecimientos que pusieron en marcha el movimiento cristiano. Los evoca con un cordial talante crítico. La principal novedad de este libro radica en su esfuerzo por acceder a la figura de Jesús y a la verdad del cristianismo sin pedir auxilio ni a la fe ni al dogma. Una metodología que de ninguna forma se debe al menosprecio de estas magnitudes, sino al deseo de analizar cómo queda lo de Jesús cuando es abordado «a palo seco», es decir, desde una mezcla de teología fundamental y filosofía de la religión.

El libro incorpora el escrito El futuro del cristianismo.
IdiomaEspañol
EditorialTrotta
Fecha de lanzamiento2 oct 2023
ISBN9788413641447
El cristianismo: Una aproximación
Autor

Manuel Fraijó

Manuel Fraijó es catedrático emérito de Filosofía de la religión en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Es doctor en Filosofía y Teología y miembro de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones. Ha desarrollado una notable actividad como conferenciante en el ámbito de la Historia de la filosofía, de la Teología y de la Filosofía de la religión. También ha impartido cursos y conferencias en diversas universidades de América Latina. Su reflexión gira en torno al hecho religioso en general, con particular atención al cristianismo y a su figura central, Jesús de Nazaret. Especial interés ha dedicado a la relación entre fe y razón. Ha sido decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Es autor, en esta misma Editorial, de Filosofía de la religión. Estudios y textos (abril de 2013), Dios, el mal y otros ensayos (febrero de 2015), Avatares de la creencia en Dios (2016), El cristianismo. Una aproximación (marzo de 2019), Semblanzas de grandes pensadores (2020) y Filosofía de la religión. Historia, contenidos, perspectivas (mayo de 2022), así como del estudio introductorio a Variedades de la experiencia religiosa, de W. James (2017).

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    El cristianismo - Manuel Fraijó

    Cubierta

    El cristianismo

    Una aproximación

    El cristianismo

    Una aproximación

    Manuel Fraijó

    Illustration

    Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura Ministerio de Cultura y Deporte

    Illustration

    COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS

    Serie Religión

    Primera edición: 1997

    Segunda edición revisada: 2000

    Tercera edición: 2019

    © Editorial Trotta, S.A., 1997, 2000, 2019, 2023

    www.trotta.es

    © Manuel Fraijó, 1997, 2000, 2019

    Diseño

    Joaquín Gallego

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-144-7

    CONTENIDO

    Prólogo a la segunda edición

    Prólogo a la tercera edición

    Introducción. El cristianismo como «malentendido»

    1. A la búsqueda de un breve perfil

    2. La figura central: Jesús de Nazaret

    3. Penuria histórica

    4. Reflexión final

    Apéndice. El futuro del cristianismo

    Índice de autores

    Índice general

    A la memoria entrañable de José Luis L. Aranguren,

    cristiano heterodoxo.

    Con cariño y gratitud

    PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

    La principal novedad de esta edición de El cristianismo. Una aproximación es que incorpora como apéndice otro escrito sobre el mismo tema titulado El futuro del cristianismo. Surgió por las mismas fechas y fue publicado, en edición restringida, por la Fundación Santa María, a quien agradezco cordialmente su permiso para incluirlo aquí.

    En algún momento pensé en fundir ambos textos; no hubiera sido una operación excesivamente complicada y hubiera dado lugar a un texto relativamente nuevo. Pero, finalmente, he optado por la simple adición. Reconozco que es la salida más cómoda, aunque aspiro a que el imperativo de la comodidad no haya sido lo decisivo. Creo, más bien, que me ha movido el deseo de salvar la identidad y la circunstancia histórica de ambos escritos. Una semana después de concluir la redacción de El cristianismo. Una aproximación, la Fundación Santa María me recordó una vieja deuda: debía entregarle el texto de una conferencia sobre el cristianismo que había pronunciado en la Cátedra de Teología Contemporánea del Colegio Mayor Chaminade. En realidad, El cristianismo. Una aproximación había sido escrito para dicha Fundación; pero, al resultar demasiado extenso, lo entregué a la editorial Trotta. Ahora debía, pues, redactar un nuevo texto para los amigos de la Fundación Santa María. Ese nuevo texto fue El futuro del cristianismo. Tal vez tiene, pues, sentido que ambos escritos aparezcan juntos, pero no revueltos.

    La vinculación entre ambos libros la ha descrito, con su habitual tino, Antonio García Santesmases:

    En su libro El cristianismo. Una aproximación sobresale más el técnico del cristianismo. En su obra El futuro del cristianismo [sobresale más] el filósofo angustiado. Uno se refiere más a Jesús de Nazaret y otro más a Dios, pero los dos objetos y los dos talantes se mezclan en las dos obras1.

    También Juan José Sánchez considera que ambos escritos «forman una unidad»2.

    El cristianismo. Una aproximación es, en algún sentido, un libro ocasional, no planificado. Fue escrito de un tirón, en cuatro semanas3. Mi propósito era redactar una conferencia; pero, sobre la marcha, comprendí que necesitaba decirme a mí mismo algunas cosas a propósito del cristianismo. En este sentido es posible que el destinatario último del libro sea su autor. Con todo, me complace profundamente el amplio y favorable eco que ha alcanzado, tanto entre creyentes como increyentes. Parece que ambos grupos se sienten destinatarios de sus páginas.

    Casi todos los comentaristas coinciden en señalar la idoneidad del libro para los no creyentes. Los amigos de la revista portuguesa Jornal Fraternizar, a los que agradezco las generosas recensiones que dedican a mis escritos, titulan su recensión «Cristianismo para ateos»4. Y es que, al destacar sólo lo esencial, los mínimos imprescindibles, tal vez se favorece el diálogo con la otra frontera. Un cristianismo no dogmático puede despertar el interés de los increyentes no dogmáticos. Entre paréntesis: un cristianismo no dogmático no es un cristianismo sin dogmas. Es, más bien, un cristianismo que razona y argumenta, que intenta esclarecer la desmesura de sus promesas. Un cristianismo, en definitiva, que, en lugar de exigir la fe, procura hacerla posible y plausible con todos los medios a su alcance, entre los que figuran las buenas razones y la recta praxis de vida.

    Mi libro no apela a la fe ni al dogma. Y ello no porque minusvalore tan cruciales magnitudes, sino porque, en un ejercicio de discutible austeridad, se centra en los acontecimientos históricos que, posteriormente, dieron origen a la fe y al dogma. Me he ceñido a la primera hora, a los orígenes del movimiento cristiano. Lo ocurrido después tiene siempre una cita ineludible con el remoto comienzo. Los documentos fundacionales, surgidos durante la segunda mitad del siglo I de nuestra era, son normativos. Es cierto que ellos no lo son todo; pero, sin ellos no hay nada. Los posteriores desarrollos doctrinales sólo gozarán, como se dice hoy, de una autonomía de baja intensidad. Siempre deberán permitir que se los confronte con el mensaje originario, plasmado en los escritos del Nuevo Testamento. En último término: deberán ser capaces de sostenerse ante Jesús de Nazaret, predicado como el Cristo, el salvador.

    El otro escrito, El futuro del cristianismo, que aquí figura como apéndice, estrecha lazos entre el cristianismo y la fe en Dios. Se dialoga con los que sostienen que Dios ha muerto, pero el cristianismo le ha sobrevivido. Hay incluso quien llega a afirmar: a mayor intensidad teológica, menor extensión cristiana. Se supone que la centralidad de Dios, de lo teológico, ahuyenta a la posible clientela. Dios sería, pues, un obstáculo insalvable para la buena marcha del cristianismo.

    Personalmente no concibo un cristianismo sin Dios. El eclipse de Dios terminaría provocando la caída del cristianismo. Si Dios se queda sin futuro, el cristianismo se convertirá en una reliquia del pasado. Dios se lleva, pues, la parte del león en este ensayo. Se habla de él preguntándole a los grandes creyentes: Rahner, Barth, Bonhoeffer y muchos otros. Y también se escucha, aunque menos, la voz de la increencia. Al escenario se asoman los hombres del «sí» —un «sí» envuelto en el misterio— y los que obsequian a Dios con un «no» más o menos rotundo.

    El narrador de estos hechos —El futuro del cristianismo aspira a ser un ensayo filosófico-teológico de índole narrativa— es alguien que aún no ha aprendido a afirmar ni a negar. Mantiene un incómodo balanceo entre el «sí» y el «no». Como a Pascal, le parece imposible que exista Dios; y, de nuevo como a Pascal, le parece imposible que no exista. Con Lévinas, se sigue preguntando: «¿Es seguro que la inmanencia sea la gracia suprema?». En fin: como el narrador no considera decoroso hablar de Dios escondiéndose, el lector tendrá sobradas ocasiones de encontrarse con él. Algo, por lo demás, poco importante. Los protagonistas son otros.

    Finalmente: el autor de los dos ensayos que integran este libro no ha logrado aún familiarizarse con los grandes temas que aborda. Tanto Dios como la resurrección de los muertos —por citar sólo los más desorbitados— le siguen resultando extraños, misteriosos, inmensos. Es más: ni siquiera aspira a la familiaridad. Teme que, entre la familiaridad y la obviedad, pueda aparecer un signo de igualdad. Y considera que ni Dios ni la resurrección son obviedades. Lo obvio es la muerte. Es verdad que ya Heráclito dejó escrito que «a los hombres, tras la muerte, les aguardan cosas que ni esperan ni imaginan». Pero, ni Heráclito ni sus insignes sucesores dispusieron de mayor información al respecto. A través de todos ellos habla el deseo poderoso y ancestral, evocado por Freud. Es posible que Kant dejara las cosas definitivamente en su sitio. A partir de él no es ya posible afirmar «sé que existe Dios o la inmortalidad». Hay que contentarse con un entrecortado «deseo que existan Dios y la inmortalidad». Algo en lo que, tal vez, con mil matices diferentes, los creyentes y algunos increyentes puedan coincidir.

    Sólo me queda expresar mi más sincero agradecimiento a todos los que han dedicado algo de su tiempo a leer y comentar El cristianismo. Una aproximación. Se trata, en casi todos los casos, de amigos con los que mantengo un ya prolongado diálogo sobre el hecho religioso cristiano y otros temas afines. Es posible que esto explique el tono altamente elogioso de los críticos. Ya se sabe que, por lo general, los amigos hablan bien de los amigos. Cito a continuación sus recensiones. Es posible que haya pronunciamientos que desconozco; en este caso pido disculpas a sus autores por no mencionarlos:

    J. J. Alemany (Estudios Eclesiásticos 73 [1998], pp. 536 s.); J. Arroyo (Paideia 41 [1997], pp. 519 s.); J. Bosch (Qüestions de vida cristiana 189 [1998], p. 179); I. Camacho (Proyección 45 [1998], p. 132); J. García Pérez (Razón y Fe 1203 [1999], pp. 100 s.); A. García Santesmases (Memoria Académica del Instituto Fe y Secularidad, 1997-1998, pp. 117-123); J. Gómez Caffarena (Isegoría 19 [1998], pp. 219-222); L. E. Larra (Nuevo Mensajero [septiembre, 1998], p. 31); J. Masiá (Vida Nueva, 13 de septiembre de 1997, p. 41); E. Miret Magdalena (El Ciervo [diciembre 1997], p. 38); J. Sádaba (El Mundo, La Esfera, 10 de enero de 1998, p. 14); A. Salas (Biblia y Fe XXIV [1998], p. 214); J. J. Sánchez (Éxodo [noviembre-diciembre 1997], pp. 65 s.); J. J. Sánchez (Estudios Trinitarios 21 [1997], pp. 202-205); F. Savater (El País, Babelia, 31 de enero de 1998, p. 17); J. J. Tamayo (Revista de Occidente 211 [1998], pp. 231-234); J. Vives (Actualidad Bibliográfica [julio-diciembre 1998], p. 180); J. A. Zamora (Scripta Fulgentina 15-16 [1998], pp. 383-386).

    Concluido ya este prólogo me llega, aún sin publicar, el texto de la conferencia que, bajo el título «Una visión del cristianismo desde la increencia», pronunció Javier Muguerza en el XXIII Foro sobre el Hecho Religioso, organizado por el Instituto Fe y Secularidad, en Madrid. Se trata de un denso y brillante escrito que, junto con otro, igualmente valioso, de Juan A. Estrada, titulado «La atracción del creyente por la increencia», será próximamente publicado en la serie «Cuadernos Fe y Secularidad» con el título Creencia e increencia: un debate en la frontera.

    Agradezco a Javier Muguerza que haya elegido mis dos escritos como punto de referencia para su diálogo con el cristianismo. Un diálogo que, tal como él lo conduce, rebosa profundidad filosófico-teológica y honda empatía. Un increyente no dogmático se ha asomado con voluntad de comprensión al hecho religioso cristiano. El resultado es una reflexión de gran alcance, un documento de debate civilizado entre creencia e increencia que, al escasear tanto en nuestro país, bien merece el calificativo de histórico.

    Bien poco podía yo imaginar, cuando redacté mis modestos ensayos sobre el cristianismo, que un día disfrutarían de una acogida tan cordial y generosa como la que les ha tributado Javier Muguerza. Ya se sabe que la amistad tiene esas cosas. Habrá que seguir dándole ocasión para que continúe obsequiándonos con escritos de tan hondo calado.

    1. A. García Santesmases, «El cristianismo, la razón y el mal», en Memoria Académica del Instituto Fe y Secularidad 1997-1998, p. 118.

    2. J. J. Sánchez, «Una búsqueda honrada y amable de la verdad del cristianismo»: Éxodo (noviembre-diciembre 1997), p. 66.

    3. Di cuenta de la gestación del libro en la revista Sal Terrae (octubre 1997), pp. 779-781, que tuvo a bien seleccionarlo como «libro del mes».

    4. Jornal Fraternizar 109 (1998), p. 27.

    Febrero de 2000

    PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

    Este libro, que acaba de cumplir veinte años, gozó desde su publicación de una cordial acogida. En el prólogo a la segunda edición informé de las numerosas recensiones y comentarios que sus críticos le dedicaron. Ahora, cuando la editorial Trotta me pide un breve prólogo a la tercera edición, vuelvo a leer el texto y creo percibir que su tenor ha resistido bien el paso de estas dos décadas. Naturalmente, uno no es buen juez en los propios asuntos y puedo equivocarme. Como siempre, la última palabra la tienen los lectores.

    En Así habló Zaratustra, un libro enigmático en el que, paradójicamente, Nietzsche se proponía descifrar enigmas, se narra el encuentro de Zaratustra con el último papa, ya fuera de servicio, puesto que Dios ha muerto. Un papa que sirvió a Dios hasta sus últimos momentos y que ahora vive de recuerdos. «No tengo ya Señor y, sin embargo, no soy libre» musita bellamente el anciano expapa.

    En realidad, lo que podría enviar a los papas al paro, lo que les podría dejar sin faena, sería, pienso, el olvido de los dos grandes temas a los que este libro dedica sus páginas: Jesús y Dios. Todo lo demás tiene arreglo. A lo largo de sus muchos días, el cristianismo, y la Iglesia, han vivido noches oscuras que, sin embargo, nunca impidieron nuevos amaneceres. Es más: desde su primera hora, la Iglesia supo que siempre necesitaría renovación y reformas. Fueron sus primeros testigos quienes acuñaron el axioma Ecclesia semper reformanda. La Iglesia no ha conocido la placidez de épocas sin males. La nuestra experimenta cada día el estupor que produce la explotación sexual de menores, practicada por algunos miembros de instituciones religiosas. Y no es, desde luego, el único mal que aqueja a la Iglesia. Es bien sabido que toda institución milenaria acumula luces y sombras.

    Pero la tesis de El cristianismo. Una aproximación va por otros caminos: podría darse el caso de una Iglesia católica, convenientemente puesta al día, atenta a todas las reformas necesarias y que, sin embargo, flaquease en lo esencial. Y lo esencial son los dos grandes temas que aborda este libro: Jesús y Dios. Si se desdibujan ellos, si decae el riguroso empeño teológico por iluminar la fe en Dios y en su Cristo, habrá sonado, entonces sí, la hora del «fuera de servicio» de los papas, visionariamente anticipada por Nietzsche.

    En el lejano 1952 escribió el filósofo M. Buber un libro titulado Eclipse de Dios. Desde entonces, Dios sólo ha conocido tiempos oscuros. Pero, sin Dios, no hay cristianismo. El eslogan «Jesús sí, Dios no» careció siempre de sentido. Jesús no lo habría entendido, nada pesó tanto en su vida como Dios, a quien llamó «Padre». El cristianismo no ha partido, pues, de Dios para posteriormente establecerse por cuenta propia y seguir funcionando al margen de la suerte que corra su Dios. La fe cristiana tiene obligaciones de mayor entidad con su Dios. Aunque parezca que se las apaña bien sin él, es probable que no pudiera sobrevivirle por largo tiempo. Dios es el respaldo último del cristianismo. Ya Platón avisaba de que «lo más importante es pensar correctamente en el tema de los dioses». Olvidar la reflexión teológica en favor de otras reformas, por urgentes y necesarias que parezcan, no conduciría a buen puerto. El cristianismo terminaría pareciéndose a una noble ONG, pero imperceptiblemente se iría alejando de la gran promesa de sentido último de la vida que constituye su esencia. Bien lo supieron los grandes e inolvidables maestros que el lector encontrará en las páginas de este libro.

    Uno de ellos, K. Rahner, nos legó en forma de meditación un texto memorable que viene dando que pensar a creyentes e increyentes. Rahner se plantea la posibilidad de que la palabra «Dios» desaparezca. Desde luego, el principal «perjudicado» sería Jesús de Nazaret, la persona que más decididamente apostó por él. Pero también al resto de los seres humanos les afectaría esta pérdida, nadie saldría ileso. Rahner cuantifica los daños en clave filosófica: borrado el término «Dios» de los diccionarios, los seres humanos olvidaríamos «la totalidad y su fundamento». Es más: olvidaríamos que hemos olvidado. Nos convertiríamos en «animales hábiles». Y Rahner no excluye la posibilidad de que «la humanidad muera de muerte colectiva, perpetuándose en lo biológico y lo técnico-racional, y retornando hacia un estado termita de animales enormemente inventivos». ¿Estaremos ante un texto profético? En todo caso, estamos ante una reflexión estremecedora que invita a la vigilancia. También Bergson nos recordó que tenemos un cuerpo muy grande y un alma muy pequeña. Murió, en l941, postulando «un suplemento de alma».

    Etimológicamente, la palabra «Dios» deriva de la raíz div o deiv que significa «brillar». El término tiene su origen en la contemplación del cielo o firmamento. Expresa, por tanto, admiración, sobrecogimiento ante lo que nos supera. Enseguida viene a la mente el «cielo estrellado» que tanto impresionaba a Kant, o el «silencio de los espacios infinitos» que sobrecogía a Pascal. Pero esto no es todo. Existe otra etimología según la cual el término «Dios» podría derivarse de la raíz indogermana hu que significa «invocar». Dios sería, pues, el fundamento último de la realidad al que invocamos desde situaciones de profunda necesidad y desamparo.

    Escribió K. Barth que «sólo Dios habla bien de Dios». La frase le habría quedado más redonda si hubiera añadido: «Y Jesús». Al autor de El cristianismo. Una aproximación le gustaría haber hablado bien de ambos, de Dios y de Jesús. En el libro es Jesús quien se lleva la parte del león. Tal vez por eso este prólogo se ha centrado más en Dios. O tal vez ha ocurrido así porque su autor tiene muy presente la secuencia teológica de los últimos cincuenta años: primero, a raíz del concilio Vaticano II, surgieron poderosas reflexiones sobre la Iglesia; pero bien pronto se corrió la voz de que la Iglesia necesitaba un fundamento; fue así como nos sorprendió el regalo de deslumbrantes cristologías: Cristo era el fundamento de la Iglesia. Y, en un último ataque de lucidez, comprendimos con san Pablo que «Cristo es de Dios». Nació así la urgencia de remitirlo todo a Dios, de escribir «teologías», tratados sobre Dios. Este libro es un recordatorio breve, y algo apasionado, de los últimos avatares de los dos grandes protagonistas del cristianismo: Dios y Jesús de Nazaret.

    Enero 2019

    M. FRAIJÓ

    Introducción

    EL CRISTIANISMO COMO «MALENTENDIDO»

    Fue Nietzsche quien consideró que la palabra «cristianismo» era un «malentendido». Una de sus más conocidas sentencias reza así: «En el fondo no ha habido más que un cristiano, y éste murió en la cruz. El evangelio murió en la cruz»1.

    Es sabido que Nietzsche se pasó la vida ajustando cuentas con el cristianismo. Es, sin duda, uno de su grandes críticos. Sin embargo, la frase que acabo de citar podría haber sido escrita por Kierkegaard, uno de los creyentes más decisivos del siglo pasado. Y es que como, poco antes de morir, escribió José María Valverde, nuestro poeta bueno y solidario, el autor de El Anticristo resulta a veces «casi edificante»2.

    Deseo apuntalar el carácter «casi edificante» de Nietzsche con dos citas más. Contra los que consideran que el signo distintivo del cristianismo es la «fe», Nietzsche deja claro que «sólo la práctica cristiana, una vida tal como la vivió el que murió en la cruz, es cristiana [...] Todavía hoy esa vida es posible, para ciertos hombres es incluso necesaria: el cristianismo auténtico, el originario, será posible en todos los tiempos [...] No es un creer, sino un hacer, sobre todo un no-hacer-muchas-cosas, un ser distinto...»3. Y en el mismo párrafo, un poco más abajo: «Reducir el ser-cristiano, la cristiandad, a un tener-algo-por-verdadero, a una mera fenomenalidad de la consciencia, significa negar la cristiandad»4.

    En realidad no sé muy bien por qué comienzo este ensayo pidiendo auxilio a Nietzsche. Seguro que influye mi debilidad por él. Pero hay tal vez algo más: mi sincero aprecio por la profecía extranjera. Lo dicho hasta aquí, con importantes matizaciones sobre el papel de la fe, lo hubiéramos podido extraer de cualquier padre de la iglesia. Pero no hubiera sido lo mismo. Nietzsche habla desde el combate, desde la confrontación. Su palabra, convulsa y entrecortada, posee la autoridad que otorga el sufrimiento. El cristianismo, y la configuración que éste dio a Occidente, fue el origen de la tragedia de Nietzsche. Es sabido que sucumbió en su afán por crear otras alternativas. El cristianismo le venció. Este dato confiere especial fuerza a sus pronunciamientos sobre él.

    Pero deseo apurar la sinceridad: he acudido a Nietzsche porque no sabía cómo comenzar este escrito. Siento un cierto agarrotamiento cada vez que me veo obligado a abordar el tema del cristianismo. Es como una especie de desgarro interior. Algo que no me ocurre cuando hablo del islam o de cualquier otro tema de mi especialidad. Probablemente es el desasosiego del fracasado. Me explico: hace muchos años que, con cierta intensidad y en condiciones muy ventajosas —tuve grandes maestros— comencé a estudiar

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