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DIME libertad
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Libro electrónico198 páginas2 horas

DIME libertad

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El título de este libro es el acrónimo formado por los principales instrumentos de poder en la ciencia de la estrategia aplicada al mundo actual. Así lo refiere el autor en los primeros párrafos de su obra. Pero hay mucho más.

En primer lugar, este libro tiene cuatro (¡sí, 4!) prologuistas que, desde las múltiples aristas de DIME (Diplomacia – Información – Milicia – Economía) nos adelantan que tenemos en nuestras manos un compendio de anécdotas y entretenimiento, un análisis de la sociedad y sus conflictos, y una invitación a la reflexión.

DIME libertad es una invitación a acompañar al autor a través de numerosos pasos de su vida profesional en la Infantería de la Marina española y provocarnos la imperiosa necesidad de pensar «fuera de la caja» para alcanzar la verdad y la libertad.

Todo esto a través de una narración original y de amena lectura que nos lleva, ¿por qué no?, a reír con anécdotas graciosas y disfrutar de versos de arte mayor y menor.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2023
ISBN9788468579214
DIME libertad

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    DIME libertad - Jorge Enrique Alonso Búrdalo

    PRÓLOGO

    del DIPLOMÁTICO (D).

    Embajador de España en la República de Sudáfrica

    EXCMO. SR. D. Raimundo Robredo Rubio

    El libro que tiene entre manos puede ser leído de muchas formas distintas. Una lectura rápida se centrará en las anécdotas, y seguramente sorprenderá, entretendrá y hará reír al lector que lo aborde de esa forma.

    Otra manera de leerlo es desde el concepto de DIME y lo que eso supone como lente para analizar las sociedades que nos rodean, tanto la nacional como la internacional. Esta lectura hará pensar, puede que cambie la forma en que el lector ve algunos conflictos y puede incluso que salga de la lectura con herramientas de análisis útiles para entender el mundo.

    Una tercera forma de leer el libro es como una breve autobiografía, con todo lo que eso conlleva. Toda persona que cuenta su vida se está desnudando, incluso si intenta no hacerlo. Los episodios que elige contar ya revelarán de qué está orgulloso y de qué no tanto, qué agravios le han causado un sinsabor que no ha podido olvidar y qué éxitos son los que escoge guardar cerca de la memoria. Quien repasa su vida frente a otros está mostrando cómo piensa y cómo siente.

    Al lector que aborde el libro desde este ángulo le espera del otro lado una persona inusual, en el sentido propio de la palabra. Al que ha conocido en persona al autor pocas cosas le sorprenderán de lo que describe en estas páginas. Al que no le conoce, le resultará un personaje casi novelesco, perfectamente verosímil en una trama de Pérez Reverte o de John Le Carré, con un sentido del patriotismo que sería más natural en un personaje de ese otro Infante de Marina, Don Miguel de Cervantes, que en uno de los tiempos que corren. Créame, la versión real es todavía más increíble.

    Creo que Jorge Alonso Búrdalo, alias WiWi, me ha pedido que prologue estas páginas, como diplomático, porque nos conocemos personalmente desde hace casi 20 años (no se me ocurre otro mérito para haber sido elegido) y por eso podré añadir una descripción de WiWi que, por rubor, él mismo no se atrevería a dar.

    Cuando nos conocimos yo era un casi imberbe Alférez de Infantería de Marina SFCM. Esas siglas corresponden a Servicio de Formación de Cuadros de Mando (y no a San Francisco California Malibú, como me dijo el entonces Almirante Jefe de la Zona Marítima de Canarias), que era lo que se conoce como «milicias universitarias», un mecanismo por el que los recién licenciados podían hacer el servicio militar como oficiales de los tres ejércitos. En la época en la que yo hice el servicio militar ya resultaba muy sencillo «librarse» y, de hecho, un par de años después se eliminaría por completo. Los que hacíamos las milicias universitarias lo hacíamos por una cierta vocación, que creo que era más grande cuando se elegía un cuerpo como la Infantería de Marina. Además, este esquema suponía pasar 3 meses en la Escuela Naval Militar, en la que el resto de los alumnos iban a estar 5 años. Huelga decir que eso no nos hacía a «los universitarios» los tíos más populares de la Escuela. Para los profesores o «protos», tampoco era fácil. Éramos inquisitivos, respondones (aunque eso se cura rápido), impacientes, y tenían que darnos 5 años de materia en 3 meses, tanto la teórica, lo cual era relativamente fácil, como la práctica, mucho más difícil. El desafío de convertir a un recién licenciado de 22 o 23 años en un oficial (por provisional que sea) de Infantería de Marina es realmente grande, y los mandos que tuve se emplearon a fondo. Son tres meses de mi vida que ahora recuerdo con cierto cariño, pero que no se los deseo a nadie.

    Hay una cosa que, sin embargo, es muy difícil de enseñar en tres meses de Escuela. También es muy difícil de describir, pero creo que sería una mezcla de espíritu militar, lealtad a superiores y subordinados, y justicia en el mando. Hoy en día no son pocos los que viven de enseñar esa cualidad, a la que llaman liderazgo. A pesar de que en la Escuela nos dieron las primeras manos de barnizado, faltaban las que se reciben en las unidades, mandando Infantes de Marina y siendo mandado por otros Infantes de Marina. A lo largo de mi vida mucha gente me ha sugerido que la «mili» era una pérdida de tiempo (la mayoría de las veces por gente que no la había hecho) y posiblemente lo fuera para muchas personas. No lo fue para mí. Aprendí cosas muy importantes y útiles; por supuesto, no me refiero a táctica o el manejo de algunas armas. Me refiero a liderazgo.

    Ser un mando despótico es muy fácil. Ser un «padrazo» para todos es incluso más fácil. Ser justo es extremadamente difícil. Dejar sin castigo las faltas es injusto para quienes se esforzaron por no cometerlas; premiar indiscriminadamente es contraproducente. Señalar a individuos destruye el espíritu de unidad, pero ignorar las contribuciones (o faltas) individuales crea un sentido de injusticia que a la larga es tóxico. Exigir tanto como se pueda a la unidad, sabiendo que en su seno hay Infantes que pueden dar más y otros que están al límite de sus capacidades es esencial, pero muy difícil. Todo ese juego de equilibrios es extremadamente complejo. En mi vida profesional como diplomático he dirigido equipos en varias ocasiones y nunca sentí que fuera un desafío tan grande como lo fue mandar una Sección (y durante unas semanas la Compañía) de Infantes de Marina.

    Hace algún tiempo pasó a la situación de excedencia como Teniente Coronel Búrdalo, pero yo le conocí como el Teniente Búrdalo, salido de la Escuela poco antes, y mi mando directo en la Segunda Compañía de la Agrupación Canarias de Infantería de Marina. Lo que entonces pude aprender sobre liderazgo lo aprendí de personas como WiWi, que enseñaban mediante el ejemplo. Por esto mismo es muy difícil aprender liderazgo en un cursillo o en un webinar. El liderazgo se aprende viendo a otros reaccionar en situaciones muy difíciles y complejas, de formas que no son, instintivamente, las más naturales, pero que son las que funcionan. Aprendí a nunca exigir a nadie algo que no estuviera dispuesto a hacer yo mismo, y a hacerlo si era necesario. Si los soldados van a caminar 30 kilómetros, yo los caminaré con ellos. Cuando parece que nadie puede dar un paso más, todavía se puede correr un kilómetro, porque «siempre se puede». Aprendí a ser el último en comer, pero el primero en adelantarme por una ladera escarpada para ver si el sendero continuaba del otro lado. Si las cosas salían bien, el mérito es de la unidad, de los soldados. Si algo había salido mal, la responsabilidad, la culpa, nunca, nunca, nunca es del Infante de Marina que cometió un error garrafal. Es siempre de su oficial al mando, es decir, mía. Es una forma de ver el mundo que puede resultar extraña en el competitivo mundo de hoy, pero funciona. La Infantería de Marina española fue fundada sobre esos valores en 1537, así que algo deben haber hecho bien.

    Todo eso y alguna cosa más aprendí de WiWi hace ya muchos años (y también, es justo decir, de otros Infantes junto a los que tuve el honor de servir a mi país). Esa es la mejor descripción que de él puedo dar: un líder. Siempre voluntario para todo lo que nadie más quería hacer, siempre compañero cuando necesitabas su ayuda, siempre alegre cuando las cosas se ponían difíciles, siempre estricto cuando la disciplina era esencial y, cuando todos los demás estábamos molidos y se había acabado la jornada, siempre dispuesto a buscar el último bar abierto de la remota punta de la isla canaria en la que estuviéramos de maniobras. Todo eso es lo que hace un líder, junto con un sentido grabado a fuego del cumplimiento del deber y el servicio a la Patria. Esas cosas no se aprenden en los libros.

    En los libros sí se puede aprender, claro está, teoría de las relaciones internacionales. Pero lo cierto es que el oficio de diplomático también exige una práctica que, por acumulación de años, da una visión distinta de la que se tiene «desde fuera». Aunque discrepo de algunos de los planteamientos que hace el autor respecto de la diplomacia en general y la española en particular, aprecio esa visión «desde fuera», porque es lo que nos permite crecer y adaptarnos al entorno, como si fuéramos de operaciones especiales… porque a fin de cuentas lo somos.

    Estoy tentado de contar algunas anécdotas que viví con WiWi, pero creo que voy a resistir la tentación porque, si el mismo autor no las ha elegido para figurar en su libro, ¿quién soy yo para hacerlo en su lugar? Pero sí puedo decir, por alusiones, que es verdad que pensé en «reengancharme» y seguir mi vida como Infante de Marina. No lo hice no solo porque WiWi me persuadiera, sino porque realmente lo que la Armada ofrecía era muy poco atractivo como plan de carrera para una vida entera. Con el sistema de entonces, el que no entraba de cadete en las academias militares con 19 años no tenía ninguna oportunidad de llegar a lo más alto del escalafón.

    Recuerdo ahora al recientemente fallecido Colin Powell, que empezó como soldado raso en Vietnam y acabó dirigiendo las Fuerzas Armadas de los EE. UU., justo antes de dirigir a sus diplomáticos como Secretario de Estado. Espero que el actual sistema haya corregido algo esto, pero no soy del todo optimista. Con el sistema que había cuando yo me hice esa pregunta, la respuesta era clara y, sin embargo, siempre he sentido una extraña añoranza por la vida que pudo ser y no fue. Me consuelo pensando que uno no es exinfante de Marina. Como el sacerdocio, imprime carácter. Después de todo, muchas veces canté a paso ligero que «hay dos cosas en la vida que jamás podré olvidar/dos fusiles sobre un ancla y la Corona Real»¹.


    1. Temo que la rima se impone a la aritmética, pero es un reparo menor.

    PRÓLOGO

    del periodista de INFORMACIÓN (I).

    Periodista, Director de La Linterna de la Cadena COPE

    D. Ángel Expósito

    Recuerdo aquel acto de 2020 en que recibí el honor de ser considerado «Amigo de la Infantería de Marina». Y recuerdo perfectamente aquella ascensión a un puesto de vigilancia en Koulikoro (Malí) donde dos Infantes de Marina (naturales de San Fernando) hacían guardia ante el imponente río Níger a la vez que se protegían de las serpientes.

    O aquel programa en Bagdad... donde miembros de la Fuerza de Guerra Naval Especial compartían misión de Operaciones Especiales (u Operaciones Espeluznantes) con los boinas verdes del Ejército de Tierra.

    Y aquel rescate de los turistas franceses en el Índico, en plena oleada de ataques piratas, cuando le pregunté al capitán de la FGNE responsable del comando: «Entre nosotros, capitán, ¿cuántos piratas cayeron en la misión?».

    Su respuesta fue tan precisa como tajante y honrosa: «No estoy autorizado a dar esa información» (vamos... igualito que el expríncipe Harry de Inglaterra).

    O en la Operación Sofía contra la inmigración ilegal en el Mediterráneo y al rescate de seres humanos... Y así, sin yo saberlo, hasta años después, cuando estuve «monitorizado» por uno de esos infantes desde Madrid,

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