Judá: Un anónimo seguidor de Jesús
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Es decir, ya lo amaba, respetaba y admiraba.
Jesús y sus apóstoles no estaban tan lejos y Judá simplemente los siguió de lejos para no perderlos de vista.
Jesús entró en una de las casas para hacer la comida junto con sus apóstoles y la multitud esperaba afuera. Judá, esperó pacientemente el momento de poder seguir a ese hombre con t
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Judá - Fabio Bento
Capítulo 1
Había un hombre llamado Jesús de Nazaret. Un hombre del que habla el pueblo y el Imperio. Un hombre que todos decían que era el Hijo de Dios. Un hombre de bondad y pureza que lo hizo digno de toda su fama. Tales fueron las palabras que Judá y sus amigos oyeron acerca de Jesús, ya que aun no lo conocían de cerca. Pero quieren hacerlo.
Un día, Judá, que trabajaba ayudando en el negocio de su padre, escuchó que ese hombre llegaba a la ciudad. La multitud pronto se agitó y se reunió alrededor del punto por donde se suponía que debía pasar el hombre. Judá también corrió, porque quería verlo de cerca, tocarlo y, si era posible, intentar sentir si era un hombre o un hombre-dios. Mientras se acercaban, mientras muchos corrían a gritar anunciando que estaban cerca, Judá sintió que su corazón saltaba dentro de su pecho, como si fuera a salir de su cuerpo. Apretado entre tantos otros que querían lo mismo, Judá se sintió feliz porque vería de cerca a aquel de quien tanto había oído hablar.
Al entrar a la ciudad, Jesús y sus seguidores inmediatamente causaron alboroto y gritos, pues todos tenían prisa por verlo de cerca, pero había espacio por donde podía pasar. Teniendo que abrir paso poco a poco y con calma para no lastimar a nadie entre la multitud.
Al verlo, Judá no pudo moverse para intentar estar más cerca de Jesús, ya que él no podía hacerlo. Judá solo sintió dulzura en su corazón. Toda esa aceleración del corazón ya no existía, como por milagro. Al ver a Jesús, el corazón de Judá se calmó y experimentó una calma y serenidad tan grande que no necesitó acercarse para sentir la fuerza que poseía este hombre. Judá lloró como llora un niño, pero al mismo tiempo sonrió. Al ver a ese hombre caminar entre la gente, y la forma en que actuaba, sonriendo y siendo amable con todos, con la calma de quien sabe más que los demás, Judá llorando, tuvo la seguridad que su lugar estaba para siempre, cerca a Jesús.
Inmediatamente buscó a su padre, que todavía estaba en el negocio y no había salido a ver al hombre. Cuando llegó, todavía llorando, su padre lo miró y no necesitó decir nada. Su padre estaba seguro que Judá ya no le pertenecía, como su hijo ahora le pertenecía a Jesús de Nazaret. Se abrazaron fuertemente durante unos segundos, hasta que su padre le preguntó qué haría. Judá respondió que seguiría al hombre a dondequiera que fuera y que no podía decir cuándo terminaría. Su padre fue comprensivo y le dio una bolsa con algunas monedas, pero Judá no quiso recibirlas. Instintivamente rechazó la oferta. Solo dije que lo que tenía frente a mí no necesitaba oro para comprarlo. Se despidió de su padre y fue tras Jesús, el hombre a quien, aunque nunca había intercambiado palabras, ya amaba, respetaba y admiraba.
Jesús y sus apóstoles no estaban tan lejos y Judá simplemente los siguió de lejos para no perderlos de vista. Jesús entró en una de las casas para comer junto con sus apóstoles y la multitud esperaba afuera. Judá, esperó pacientemente el momento para poder seguir a aquel hombre con toda la franqueza que sentía en su corazón.
Después de la comida, Jesús y los apóstoles salieron de la casa que los albergaba y se dirigieron hacia la salida de la ciudad, pero antes fueron detenidos por una mujer desesperada, pues su hijo llevaba días enfermo y su estado empeoraba y peor su salud. La mujer agarró a Jesús, se arrodilló a sus pies, tomó sus vestidos y los besó. Jesús la dejó terminar y cuando ella levantó la vista, Jesús sonrió y la ayudó a levantarse. Después de preguntar dónde estaba el niño, ante el asombro de la mujer, que aun no había dicho qué era, Jesús la siguió a su casa.
Luego de unos minutos dentro de la casa, el primero en salir fue el niño, saltando como nuevo, y luego su madre, llorando y corriendo a abrazarlo.
Jesús y sus apóstoles salían de la ciudad y todos aprovecharon los pocos momentos que quedaban, para tocarlo, para verlo de cerca, para tratar de sentir lo que era estar en su presencia.
Luego de varios minutos lograron llegar a la salida y la multitud comenzó a dispersarse. Poco a poco, los que no tenían intención de seguirlo regresaron a la ciudad y solo unos pocos, como Judá, permanecieron en el camino.
Cuando todos se habían ido, solo quedaba Jesús, los apóstoles, una pequeña multitud que ya lo había seguido, pero se alejaba cada vez más del grupo de apóstoles, algunos de los vecinos de la ciudad por donde acababan de pasar Jesús y los apóstoles. Judá y estos otros se unieron a la pequeña multitud y continuaron su caminata en silencio.
Judá sabía que tendría la oportunidad de hablar con Jesús