Fantástica: Una Lógica para inventar mundos
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Fantástica - Joselín Acosta Gutiérrez
PRIMERA PARTE. FUNDAMENTOS
Un pájaro no canta porque tenga una respuesta.
Canta porque tiene una canción.
PROVERBIO CHINO
Preludio
Esta primera parte precisa elementos comprensivos para inferir la idea de mundo, conocimiento y método subyacente a esta lógica. Se presenta el texto desde cinco momentos, con despliegue a asuntos contextuales, conceptuales y de fundamentación metodológica de la fantástica como lógica para la invención de mundos.
El primero aborda la metáfora gradgrindiana, tipo de una perspectiva de mundo y conocimiento basada en un gobierno de lo real
, al cual le es inconcebible pensar el progreso del conocimiento fuera de una lógica de sumas y restas, hechos y realidades.
El segundo presenta un rastreo sincrónico del concepto fantasía, advirtiendo la larga cuarentena epistemológica
a la que ha sido sometida por las epistemologías tradicionales que le han acusado de ser causante del error en el conocimiento humano.
El tercero indaga sobre esa problemática realidad
que, por lo general, se piensa desde el conocimiento formal en oposición a la fantasía y desde una pretenciosa relación homomórfica entre el concepto racional y las cosas nombradas de una vez y para siempre
. Se revisarán aquí dos concepciones dinámicas de la realidad como tentativa para asumir su estructura
de modo complejo, integrador y emergente.
El cuarto presenta algunas consideraciones para establecer los principios de la lógica fantástica, en clave de su logos y su légein. Y ello, al anverso de dos tradiciones latinas del ingenio: la viquiana y la graciana.
El quinto concreta los principios de la lógica fantástica desde un matiz complejo, relacional e inventivo del conocimiento.
Las lecciones de Gradgrind
En 1853, en un contexto de florecimiento industrial en Inglaterra, Dickens (2009) sugeriría que una nación sin fantasía y sin algo de romance con el misterio nunca podría ocupar un gran lugar
bajo el Sol. En su obra Tiempos difíciles despliega una ingeniosa crítica al auge de las sociedades industriales, encarnanda en Thomas Gradgrind, el prototipo de un profesor de hechos y realidades, fiel representante de una floreciente época que arranca del principio que dos y dos son cuatro y nada más que cuatro, y al que no se le puede hablar de que consienta que alguna vez sean algo más
(p. 86).
En sus lecciones, Gradgrind funda sus razonamientos en una lógica instrumental de la existencia. Las relaciones ocurren y se mantienen mientras se logre calcular y predecir la utilidad que representa el otro para un sistema expansivo de producción
. Las decisiones en esta lógica de arreglo utilitarista minimizan las preferencias de las personas, su emocionalidad e imaginación son consideradas sin importancia para la escuela y la cotidianidad de las personas.
Lo anterior ocurre al abrigo de una concepción unívoca del mundo, la realidad y la lógica dispuesta para organizar la experiencia humana en el mundo. Explicable por asertos deductivos y el trabajo omniabarcante de esa infalible razón formal, que definirá las cosas deductivamente, desde una supuesta claridad y transparencia lograda por los silogismos que la soportan.
Los razonamientos de Gradgrind son categóricos de una época que abrirá el culto a la razón formal
irreflexivamente. En diálogo con el señor Bounderby, el profesor insistirá en que la única facultad a la que hay que encaminar todos los esfuerzos en la educación es la racional
(p. 106). Esta empresa de entronizar la solitaria razón
, como garante del progreso, no ha sido una situación particular de la escuela gradgrindiana en la Inglaterra victoriana que conoció Dickens. A saber de Rojas (2002), la razón se ha convertido en una señora represora en la edad moderna que ha impuesto su reinado sobre cualquier otra forma de saber
(p. 17).
Sobre el anterior asunto se ha enlistado una promisoria cantidad de argumentos críticos que intentan restringir su talante omnicomprensivo y su preeminente lugar en las ciencias. A su vez, se ha acuñado una amplia gama de denominaciones para referirse a los modos de la razón para despedirla, a lo mejor, prematuramente. Este libro intenta establecer una amistad entre la razón formal y una posible lógica fantástica, intuyendo que la razón y la fantasía juntas podrían darnos un lugar distinto bajo el Sol, como refiere Nussbaum (1995): No nos limitemos a la fantasía viviendo toda la vida en el circo, sino que logremos llegar a la razón por la suave luz de la fantasía
(p. 36).
No obstante, en tal apreciación sigue insistiéndose en una subordinación de la fantasía a los fines de la razón. Este libro considerará que también es posible llegar a la fantasía por esa suave luz de la razón. Y esto, desde una racionalidad incluyente capaz de disminuir las violencias y los abismos propios una vez se pierde la posibilidad de advertir semejanzas entre los mundos y las vidas que los habitan poéticamente. Se intenta, con lo anterior, evitar dejarse llevar por la lógica de lo uno o lo otro
que explica el mundo desde orillas, a veces, irreconciliables. Dewey (1967) y Heidegger (1981) ya habían intuido este infortunado desfase del conocimiento moderno que separa lo que no entiende y luego, secuestrando el mundo
en un secreto laboratorio, le obliga a decir lo que conviene a alguna élite en particular.
Dewey (1967) presentó su objeción frente al gusto que tiene la humanidad de pensar los problemas en forma de oposiciones extremas escindiendo lo uno de lo otro
. Sin posibilidad de puntos intermedios de encuentro y con el peligro de convertir un fragmento insular de alguna disciplina en una teoría irreflexiva y cerrada. Heidegger (1981) refirió su objeción frente a los ismos
como respuesta a la carta de Jean Beaufret en su intención de mantener al humanismo como doctrina. Y ello, con el riesgo de constituirse en una forma más de barbarie orientada al olvido del ser, ignorando, además, que
ya hace tiempo que se desconfía de los ismos
. Pero el mercado de la opinión pública reclama siempre otros nuevos y por lo visto siempre se está dispuesto a cubrir esa demanda […]. En su época más grande, los griegos pensaron sin necesidad de todos esos títulos. (Heidegger, 1981, p. 67)
Considerando lo anterior, el presente texto estará orientado por la siguiente pregunta: ¿cuáles son los principios que soportan una lógica fantástica para la invención de otros mundos y conocimientos?
De señora del error a la facultad de lo posible
Es bueno alentar una rivalidad entre la actividad conceptual y la de la imaginación. En todo caso, cuando se intenta hacerlas cooperar, no se obtiene más que fracasos.
BACHELARD
Históricamente, puede notarse que las epistemologías tradicionales le han cargado a la fantasía¹ un carácter desfigurador de la realidad, antípoda al juicio de la razón. Una alta variedad de etiquetas puestas a su actividad son muestra de su mala fama
en la historia del pensamiento occidental.
Durand (2007) nota que la han acusado de ser un pecado contra el espíritu, una infancia confusa de la conciencia, un objeto fantasmal y pobreza esencial (p. 28). Hasta el punto, como dijera Santa Teresa (Serés, 2015), de considerarla como la loca de la casa
: una entidad que procede caprichosa, desarreglada y azarosamente.
Lapoujade (1988) aludirá como posible causa de este descrédito a una bivalencia confusa en su etimología que la pliega a lo ilusorio y desfigurador del conocimiento cierto
:
La palabra fantasía ya encierra la duplicidad que le es inherente, la bivalencia ambigua (ambivalencia) de aparecer y aparentar, mostrar y engañar; pero más aún, denota un sincretismo muy especial y sorprendente de lo real y lo irreal en cuanto el primero es dado y el segundo ilusorio. (p. 136)
Al parecer, la ligazón de los términos griegos phaíno (aparecer), phainómenon (fenómeno) o phantasmata (imagen engañosa) a la fantasía ha originado una equiparación con lo espectral y engañoso. Consideración que se afirma al referir, como lo hace el diccionario de Ferrater Mora (1999), que los productos de la fantasía son fantasmas. Y con ello se anuncia un descrédito a sus elaboraciones frente al reinado de ideas claras y distintas
de una inequívoca ciencia acuñada en el cifrado de la modernidad cartesiana. Esta sinonimia entre fantasma y fantasía encuentra en el psicoanálisis un lugar que aumenta su ambivalencia, tanto en la perspectiva freudiana como lacaniana, en términos de algunas traducciones al español de las obras.
Sampson (1992) se percató de que en las traducciones al castellano del término (tanto del alemán phantasie y del francés fantasme) era común el uso de la expresión fantasía o fantasma en Freud y Lacan, respectivamente. Mostró que la traducción del francés como fantasma no es un término propio de Lacan, a pesar de su homofonía. El hecho de que se hubiera traducido fantasía como fantasma correspondió más a la ausencia en el idioma francés de una expresión con la misma carga semántica de fantasy, para el caso del inglés, o fantasía, en español:
Si el término en español, cuando se trata de Freud, es fantasía
no podría haber un término distinto cuando se trata de Lacan. Así es de claro y de contundente. Si hay dos, uno para Freud y otro para Lacan, uno de los dos sobra. A nuestro parecer sobra fantasma
. (p. 199)
Como referente para realizar un análisis de la problematicidad y posibilidad inherente del concepto, Grassi (2003) presenta, desde un encuadre filosófico, una tensión entre la concepción platónica y la aristotélica que se ha mantenido vigente. Platón le confirió a la fantasía una labor pasiva y de desfiguramiento de lo real, mientras que Aristóteles insistió en verla como facultad del alma, motor del deseo y de la razón.
A saber de Platón, el verdadero conocimiento ocurre en lo inteligible
, dado que es el único conocimiento que versa sobre el ser inmutable, eterno y sin fluctuación. Supone que el alma antes de que encarnara en el cuerpo se encontraba en el mundo de las ideas conviviendo con estas, contemplando lo verdadero. Por lo que conocer no será una cosa distinta que recordar (anamnesis) lo que ya se sabía desde siempre. Lo inteligible, en esta teoría, es el conocimiento de la ciencia (episteme) y corresponde al mundo de las ideas y las formas. Se logra por la inteligencia propiamente dicha, capaz de elevarse desde la razón (sin intervención de los sentidos) para alcanzar la esencia de las cosas
.
El conocimiento de lo visible (sensible) es una ocupación menor, dado que se ve sometido a la corrupción, el cambio y la fluctuación. Por lo general, se trata de conjeturas referidas a las sombras, reflejos e imágenes del conocimiento verdadero, de lo cual se ocupará la imaginación. La tradición platónica inaugura un dualismo
entre el mundo de las ideas y el de la experiencia, con clara supremacía del primero. Condenará, además, el arte de producir imágenes (phantasmatá) que intenten otorgarles una consistencia real a las apariencias que, según se piensa, extravían los sentidos.
Por su parte, Aristóteles, en el Tratado del alma, señalará que la fantasía es una facultad que arbitra entre la percepción y el intelecto. Su tarea fundamental es hacer, desde las percepciones sensoriales, que ocurran representaciones posibles de las cosas. Así, las percepciones se constituyen en el material con el cual el entendimiento desarrolla las ideas, más concretamente a través del conocimiento sensible (sentidos, memoria, fantasía), que colaboran, resueltamente, con el entendimiento (dianoia). Consideró, además, que la fantasía y la memoria son sentidos internos que hacen posible, junto con el entendimiento, la ciencia (De ánima, 433b14-17, citado en García del Castillo, 1990, p. 25). Y así como la fantasía no funciona sin la sensación, el entendimiento, dice, no se actualiza sin la fantasía. Distingue la fantasía de la percepción y del pensamiento, señalando que es posible imaginarse un objeto sin que haga presencia, como, por ejemplo, los objetos que pertenecen a los sueños.
Cappelletti (1980), en alusión al pensamiento de Aristóteles, indica que
de los sentidos externos difiere la fantasía por el hecho de que ella funciona como sentido interno que es, sin necesidad de la presencia del objeto sensible, mientras los sentidos externos requieren no solo la presencia física del objeto propio sino también el medio adecuado. (p. 115)
Aristóteles le adjudicó a la fantasía un carácter mediador y dinámico entre el entendimiento y la acción, al punto de que la caracteriza como un movimiento ligado a la capacidad de desear que es, en definitiva, un acto deliberativo que se logra por
