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República Sorjuaniana de México
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Libro electrónico263 páginas5 horas

República Sorjuaniana de México

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Imaginen un México gobernado por y para las mujeres. Un México que recuerda a todas aquellas que lucharon por sus derechos y su reconocimiento. Pues bien, ya no hace falta imaginarlo: lo tienen entre sus manos.
Es 2169 y las cosas han cambiado bastante. Para conocer (y reconocer) este nuevo país nos acompañará Lando, un escort que se dedica a complacer a las mujeres que requieren de sus servicios. Sin embargo, en un punto determinado, el protagonista busca romper con el orden establecido y salir de la cárcel a la que está sometido. Para ello, tendrá que enfrentarse a todas las instituciones y poderes gobernantes de México. Y no será una tarea sencilla.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 sept 2023
ISBN9788411813792
República Sorjuaniana de México

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    República Sorjuaniana de México - Victor Loorman

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Víctor Manuel López Ortega

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-379-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Víctor Manuel López Ortega despliega no solo una gran imaginación, sino un conocimiento sin igual a la hora de establecer una distopía mexicana en donde las mujeres se hacen con el control del país y se establecen en los poderes más altos. Gracias a estas dos herramientas magistralmente utilizadas, somos capaces de sentir que estamos en 2169, tal y como nos introduce el narrador, y que las tornas han cambiado.

    Este despliegue no se ve solo en los ingeniosos cambios de nombre que se producen sobre los lugares más emblemáticos, sino en las actitudes y comportamientos de cada personaje, quienes tienen un desarrollo psicológico magnífico, habida cuenta de que viven en una realidad totalmente distinta a la actual. La pluma y el ingenio del autor se hacen palpables en cada párrafo, en cada diálogo, en cada descripción.

    Televisiones, grandes negocios industriales, discursos… Todo está dominado por la figura de la mujer. En esta sociedad, el hombre ha quedado relegado a un papel secundario tras las revoluciones feministas. ¿Qué sucede en los distintos ámbitos, en los diferentes niveles sociales de la ciudad? El autor, con gran claridad, vislumbra qué podría suceder si se diese el caso y construye toda una sociedad, digamos, al revés; las mujeres controlan a los hombres; estos quedan nada más que para complacerlas de todas las maneras posibles.

    Es por esto por lo que República sorjuaniana de México es una novela atrevida, valiente, que busca ir más allá, que construye todo un mundo detallado y complejo y no se amedrenta a la hora de tocar ciertos temas que, por algún que otro motivo, podrían ser espinosos.

    Prefacia:

    Noche de Grita Sorjuaniana

    de auténtica Independencia

    Buenas noches, hermanas de Sororiflix. Las saluda su amiga, Nebraska Salvatierra. Bienvenidas a esta transmisión especial en vivo por los festejos del cuarenta aniversario de la Revolución Feminista de 2129. Nos encontramos en el Estudio 32 de avenida Chapultepec en Nueva Tenochtitlan. Nuestra ilustre paladina de la libertad y presidenta de la república, Carmen Azalia Garro Balbuena, acompañada por su señora esposa, la ingeniera civil Dominga Warren, han salido al balcón de Palacia Nacional para dar un discurso conmemorativo por cuatro décadas de gobierno feminista, para después dirigir el tradicional Grito de Independencia que desde 2131 tiene lugar a las once de la noche del 7 de marzo. Me acompaña mi querida compañera, Siberia Soberana.

    —Buenas noches, hermanas televidentas, amada Nebraska.

    —Estamos viendo a la señora presidenta de la República Sorjuaniana de México, doctora Carmen Azalia Garro Balbuena, con la bandera entre las manos y sus brillantes colores: verde, blanco y violeta, y el escudo nacional: la serpiente devorando al águila que simboliza el patriarcado.

    —Escuchen cómo repica la Campana de Dolores, en medio de los aplausos de júbilo de la gente que aclama a nuestra gobernanta —dijo Siberia.

    —Pongamos atención a las palabras de Carmen Azalia Garro Balbuena —dijo Nebraska.

    Amadas hermanas:

    Un día como mañana, hace cuarenta años, la quinta transformación de México fue feminista. El matriarcado triunfó sobre la dictadura opresora de los machos fascistas, quienes abusaban sexual y verbalmente de nosotras. Este pasado hoy en día puede parecerles relatos de terror para espantar el sueño en la noche, pero yo les aseguro que todavía sus madres y abuelas lo padecieron hace cincuenta años, por lo que no debemos permitir que la memoria del ultraje se pierda.

    Durante milenios, las mujeres soportamos con estoicismo el doble mensaje de los patriarcas que, por un lado, querían vernos puras y castas como María, pero fantaseaban con tratarnos como objetos para su placer perpetuando el perfil de un tal don Juan, a quien el viejo régimen tanto le reía sus canalladas. Peor aún, los masculinos nos desaparecían jornada tras jornada a centenares. Nos mutilaban, mataban y, cada vez con mayor frecuencia, descuartizaban, sin importar que fuera a plena luz de la mañana o altas horas de la noche. Asimismo, nos tocaban sin nuestro consentimiento, nos hacían propuestas indecorosas en cualquier lugar, sin importar que fuese público o privado, veían con malos ojos que disfrutásemos nuestra sexualidad y nos enorgulleciésemos de tener aventuras y experimentar, como ellos lo han hecho desde las primeras civilizaciones. Solían insultarnos con calificativos sacados de las hembras para dirigirse a nosotras: perra, gata, zorra, tigresa, víbora, arpía…

    Hace siglo y medio, México alcanzó el primer lugar mundial en feminicidios. En aquella época de terror, los neandertales en el gobierno afirmaban que la culpa de que sus congéneres nos agredieran era nuestra. Ponían de excusa que salíamos a la calle con minifaldas y pronunciados escotes para provocarles la lascivia e impulsos violentos. De igual manera, decían que nosotras no sabíamos darnos a respetar y nos cuestionaban por qué no denunciábamos el acoso de inmediato. Insinuaban que nosotras, al ponernos a las órdenes de jefes o catedráticos violentos, obteníamos ganancias secundarias a las que no estaríamos dispuestas a renunciar; recompensadas, desde su diminuta empatía, por la aspiración de algún día obtener un puesto directivo o la titularidad en algún trabajo, negando la existencia del techo de cristal y el suelo pegajoso.

    Con el argumento de que las mujeres teníamos «debilidades y limitaciones propias y naturales de nuestro sexo», durante milenios los hombres cortaron las alas de incontables jóvenes que querían estudiar, tener un empleo digno, votar y acceder a las mismas oportunidades que ellos para enclaustrarlas en los hogares como amas de casa, reposteras o vendedoras por catálogo para ayudarse a completar el sustento para sus familias, las cuales algunas se veían obligadas a mantener solas, pues el sistema permitía la proliferación de deudores alimenticios: cobardes que huían de una responsabilidad que, por sentido común, debe ser compartida. Injusto también fue hacernos creer que estábamos incompletas si no deseábamos casarnos y experimentar la maternidad.

    A tal punto llegó la indiferencia, falta de sensibilidad y escucha de las bestias que ocupaban los cargos públicos que las próceras de la matria hicimos justicia por nuestra propia mano. El 8 de marzo de 2129, memorable jornada en que estalló la rebelión denominada Movimiento Nacional de Mujeres Sin Cadenas, redujimos a escombros la columna del Ángel de la Independencia y les demostramos que las criaturas subnormales eran ellos. Se perdió un monumento que no tenía el valor de las miles de mujeres desaparecidas y, a partir de entonces, comenzamos a obtener victorias en el congreso que nos permitieron hacer historia.

    Primero, logramos que a los misóginos denunciados por coquetear a sus compañeras de trabajo y hacerles propuestas indecorosas se les prohibiera compartir los mismos espacios laborales que ellas. Recurrimos al linchamiento mediático para destruir sus reputaciones y nunca más volvieran a tener empleo. Gracias a la presión social, los jefes y directivos no dudaron de nuestra palabra y despidieron a todo aquel a quien señalásemos de conducta inapropiada en los centros de trabajo y fueran reemplazados por gente decente y respetuosa. Fue cuestión de pocos años para que nuestro movimiento alcanzara también a los líderes masculinos y los puestos de trabajo de las empresas fueran ocupados al cien por ciento por mujeres. Las empresas mexicanas que contrataron solo a mujeres incrementaron exponencialmente su productividad al abolirse el piso pegajoso y el techo de cristal.

    De ese modo, poco a poco ganamos terreno hasta que un glorioso día, el 1.º de julio de 2130, el Partido Ultra Feminista Empoderadérrima (PUFE), conmiga como su candidata, conquistó la presidencia de nuestra querida República Sorjuaniana. El pueblo de México depositó su confianza en una servidora ratificándome como su representante durante seis sexenios, hasta la fecha. Desde mi primer día en la ejecutiva, he gobernado con la firmeza de la Dama de Hierro, pero con la devoción de una guerrera, como Juana de Arco y nuestras soldaderas.

    Unidas, hemos demostrado al extinto patriarcado que nosotras podemos administrar la república infinitamente mejor que ellos. Somos competitivas, pero sororas. Erradicamos el dicho de nuestras choznas: «mujeres juntas ni difuntas», y le dimos la vuelta con el lema: «mujeres juntas, marabunta».

    Erradicamos la violación y los asesinatos por el simple hecho de ser mujeres; además de la actitud machista de superioridad que provocaba el maltrato físico y psicológico por parte de aquellos monstruos inadaptados para la vida en sociedad, que insistían, desde su moral perversa, basada en los estándares de belleza de la modernidad, en controlar nuestros cuerpos y nuestra sexualidad.

    El primer Congreso de mayoría feminista aprobó que mandásemos el apellido de nuestros padres al segundo lugar, y solo de manera opcional para la mujer que lo quisiera portar en sus identificaciones oficiales, dejando el de nuestras ilustres progenitoras al principio. Asimismo, sometimos a los terroristas misóginos al Proyecto Caracol, un programa de campañas de salud pública para tratar sus instintos libidinosos y transformarlos en personas sensibles, tiernas, vigoréxicas, deportistas, metrosexuales, cooperadores, amantes de la madre Tierra y las madres que los parieron. Ahora ellos nos obedecen sin cuestionarnos ni contradecirnos. Lo que hicieron con nosotras sus repugnantes ancestros hoy es un mal sueño. Sin embargo, no debemos olvidar que los posmasculinos son como los gatos: «Fingen que te quieren para tener un hogar, pero, a la primera oportunidad, se van con otra». Así es su naturaleza: infiel, cambiante, corrupta. Por eso, las mujeres nos tenemos siempre a nosotras mismas.

    Cuarenta años después del triunfo de la revolución, los posvarones continúan inhabilitados para los puestos profesionales de alta responsabilidad y en empleos congruentes con sus intelectos. Aunque los amos de casa a menudo sufren de violencia doméstica y a veces, como casos aislados, son asesinados por sus parejas, este gobierno no pretende extinguirlos, como la Comisión Internacional de Derechos Humanos nos ha acusado en más de una ocasión, ni hacerles pagar el mismo precio. Es mentira que mi gobierno genere odio. Aunque no está de más recomendarles a los posmasculinos no andar en la calle a altas horas de la noche para que no sean víctimos de algún delito.

    Posmasculinos de México, la República Sorjuaniana los necesita como aliados. Mantengan el loable esfuerzo de no hacernos sombra y permanecer atrás de nosotras dándonos oportunidad de sacar adelante y transformar a México en la nación desarrollada de Primer Mundo que desde sus orígenes estuvo llamada a ser, pero que, por siglos, el patriarcado saboteó para tratar de subsanar sus propias carencias intelectuales y emocionales hasta el día que por fin cayó en las manos correctas.

    Por último, quiero anunciarles que hemos recuperado la totalidad de los libros y los instrumentos del saber que pertenecieron a sor Juana Inés de la Cruz: su brújula, astrolabio, espejo de obsidiana, telescopio, sus tinteros y plumas. Que esta república conserve dicho legado es de vital trascendencia, ya que, recordemos, nuestra prócera fue obligada a vender sus tesoros y donar su dinero a los pobres para morir intelectualmente derrotada por el enfermizo afán del patriarcado por invisibilizarla. Mañana a mediodía estaré en el Museo del Claustro de sor Juana de esta ciudad para cortar el listón que inaugure la exposición permanente.

    Amadas hermanas, en este cuadragésimo aniversario de nuestra libertad sobran los motivos para celebrar. Salgamos mañana a las calles con entusiasmo. ¡Que afloren la fuerza femenina y la superioridad que hemos sabido ganar a pulso! Quiera la biósfera conservárnosla por los tiempos venideros.

    ¡Muchas gracias!

    Se escucharon los aplausos y gritos de júbilo del público asistente desde la plaza de la Constitución. Desde lo alto, un microdrón grabó a miles de mujeres en medio del ruedo. También captó a los posmasculinos, quienes ocupaban las gradas perimetrales con una cerca que les impedía tener contacto con el sexo opuesto. La presidenta continuó sus arengas:

    —¡Viva las guerreras que nos dieron matria y libertad!

    [¡Viva!]

    —¡Vivan La Malinche y Catalina Xuárez Marcayda!

    [¡Viva!]

    —¡Viva sor Juana Inés de la Cruz!

    [¡Viva!]

    —¡Vivan Josefa Ortiz, Leona Vicario y las heroínas de la guerra de Independencia!

    [¡Viva!]

    —¡Vivan Margarita Maza y la emperatriz Carlota!

    [¡Viva!]

    —¡Viva Carmen Serdán, Josefa Espejo, María Cámara y Sara Pérez Romero!

    [¡Viva!]

    —¡Viva María Félix, Dolores del Río, Marga López, Carmen Montejo y Silvia Pinal!

    [¡Viva!]

    —¡Viva Elena Garro, Chavela Vargas, Elena Poniatowska y Rosario Castellanos!

    [¡Viva!]

    —¡Viva nuestra sororidad!

    [¡Viva!]

    —¡Viva nuestra unión matriarcal!

    [¡Viva!]

    —¡Viva la República Sorjuaniana de México!

    [¡Viva!]

    —¡Vivan los Estados Sororos Mexicanos!

    [¡Vivan!]

    Con la cámara de vuelta en el estudio, Nebraska retomó la conducción del programa especial.

    —En estos momentos, la doctora Garro ondea la bandera nacional mientras las campanas de la excatedral Metropolitana repican.

    —Como todos los años, las mujeres, las animales y posmasculinos gritan y lloran por el fervor hacia nuestra benemérita de la matria —dijo Siberia.

    —Permanezcan con nosotras porque ya viene el tradicional concierto de Sororiflix con sus cantantes favoritas —dijo Nebraska.

    —Pero primero escuchemos a la orquesta, dirigida por Teodora Nieta de la Parra, que tocará el Feminhimno Nacional Sorjuaniano…

    JARDÍN PRIMERO

    Posición uno:

    Noche Sorjuaniana «Emperatriz Carlota»

    Mientras el grueso de la población civil del Distrito Federal de Nueva Tenochtitlan se concentraba en la plaza de la Constitución, o bien seguía la transmisión en vivo del grito desde sus hogares con dispositivos superdotados, las mujeres de negocios más influyentes de la República Sorjuaniana de México habían asistido a la Noche Sorjuaniana «Emperatriz Carlota» en el alcázar del castillo de Chapultepec, no solo para celebrar la independencia femenina, sino para estrechar lazos de sororidad y concretar alianzas para las empresas que dirigían.

    Para 2169, el castillo de Chapultepec había dejado de ser el Museo Nacional de Historia para convertirse en el máximo centro de convenciones de la república. La Noche Sorjuaniana era un evento de etiqueta al que se dio cita la mujer más adinerada del país, Eglantina Palacios, fundadora y directora emérita de la cervecería Malinche-Tzetzangari, fundada en 2121 en Morelia, hoy Ciudad Tarascas, Michoacana de Bocanegra. La empresa fabricaba bebidas espirituosas de exportación mundial que habían posicionado a México como la nación productora número uno de cerveza artesanal sostenible para deleite de los paladares más exigentes.

    La magnate cervecera tenía ochenta y cinco años de edad, pero aparentaba treinta menos, de acuerdo con los estándares de envejecimiento de inicios del siglo XXI. Su rostro, libre de cirugías plásticas, tenía marcadas algunas líneas de expresión en su frente y labios, los lóbulos de sus orejas un poco colgados, pero su cuello mantenía la tersura. El cuerpo, esbelto, erguido y tonificado. Se pintaba el cabello y los labios de púrpura, quintaesencia de su dignidad. Asimismo, conservaba íntegros e inmaculados sus dientes. La empresaria caminaba divina con su vestido strapless largo y entallado color verde bandera, emblema de la independencia. Su gracia, desenvoltura y energía delataban resplandor y plenitud. No era para menos. Además de ser la mujer más rica de México, Eglantina venía del brazo del hombre más guapo, culto y cotizado de la agencia Hombres Necios Incorporated.

    Eglantina entró a la torre del brazo de Lando Clarke, quien apenas rebasaba los veinte años; con la cara libre de imperfecciones, patilla, barba y bigote elegantemente delineados, cabello en casquete medio, y largo en el casco, aún más crecido el fleco e inclinado hacia la derecha, cuerpo atlético y espalda en forma de «V». El acompañante posmasculino portaba un traje color plata, ajustado al cuerpo, sin una arruga, zapatos del mismo color con agujeta y charol, una loción exquisita de la diseñadora Francesca Rabadán, quien había descubierto el aroma más irresistible para las mujeres maduras, y una camisa blanca de la misma firma, desabotonada hasta el pecho.

    —¿Cómo me veo? —susurró el joven al oído de Eglantina mientras acomodaba los puños de su camisa frente un espejo del corredor.

    —Hermoso, bebé. No me canso de decírtelo. Puedes arreglarte como quieras, tú para mí siempre lucirás despampanante. —Eglantina tomó sus mejillas con ambas manos y le plantó un beso que no dejó huella por la cualidad indeleble de su labial.

    —Gracias, amor —dijo Lando, quien continuó acomodando los cabellos que el viento le había despeinado y el nudo de su moño en el cuello de la camisa.

    —Las que te adornan. Tengo un detalle para ti. —Eglantina abrió su bolso para sacar una caja alargada y dársela a su acompañante.

    Lando la destapó emocionado. Sonrió al descubrir que se trataba de un reloj omnisciente marca Rolex, el último grito de la tecnología, refinamiento y buen gusto, el gadget que estaba presente en todo y al que se le podía delegar la agenda.

    —Gracias, Egla —dijo Lando mientras se abrochaba el reloj en la muñeca sin tener tiempo de encenderlo y configurarlo.

    —No tienes nada que agradecer, yo te quiero mucho y soy capaz de dar hasta mi vida por hacerte feliz. Dame un abrazo.

    Lando la estrechó entre sus brazos, pero Eglantina lo apretó con mucha más fuerza. Enseguida retomaron el paso hacia el salón de registro de las invitadas. Acapararon la atención de todas, no tanto por el atuendo en tendencia que ambos vestían o por lo exclusivo de las prendas, sino por el porte y la seguridad con la que ambos se desenvolvían. Sin estrechar sus manos ni abrazarlas, Lando saludó a las señoras con reverencias. Más de alguna dama lo piropeó diciéndole que estaba hecho un cuero y era un muñeco, elogios que él agradeció con modestia. Varias de las empresarias que asistieron a la cena habían sido sus clientas alguna vez y podía identificar que se derretían de deseo por él. Mas ellas, bajo ningún motivo, lo aceptarían en público.

    La magnate se acercó al oído de Lando para pedirle que la dejara a solas por unos instantes. Necesitaba negociar un convenio publicitario con la dueña de la cadena de entretenimiento feminista más grande de Latinoamérica. El acompañante accedió de buena gana. Él contaba con suficientes habilidades interpersonales para brillar en sociedad.

    Lando caminó por el salón. Se detuvo esporádicamente en uno que otro stand de comida y bebidas internacionales para servirse algunos aperitivos. De igual manera, se interesaba por el vestuario y las novedades tecnológicas de otras

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