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Dispares. Violencia y memoria en la narrativa peruana
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Dispares. Violencia y memoria en la narrativa peruana

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Desde los primeros años del conflicto armado entre el ­Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Estado peruano, la literatura irrumpió en la escena cultural y social con la pretensión de interpretar su contexto inmediato y de contribuir a la producción de sentidos para comprender esa experiencia ­histórica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jul 2021
ISBN9786123176617
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    Dispares. Violencia y memoria en la narrativa peruana - Lucero de Vivanco Roca Rey

    Agradecimientos

    En primer lugar, quiero agradecer a mis colegas del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Alberto Hurtado (UAH) María Teresa Johansson y Constanza Vergara, por compartir mi interés por la literatura peruana y los estudios sobre memoria. Ellas me han acompañado durante los últimos años en distintos proyectos, en Chile y en otros países, lo que ha favorecido nuestros propios trabajos, pero también los vínculos de amistad que tenemos.

    También agradezco al equipo de la Dirección de Investigación y Publicaciones de la UAH: Paloma Aravena, Ana Maliqueo, Camila Ríos y Daniel Castillo, así como a mi vicerrectora de Investigación y Postgrado, Paula Barros, por el continuo respaldo y, sobre todo, por la flexibilidad que me brindan para poder compatibilizar mis labores de investigadora y de directora de Investigación y Publicaciones de la universidad. Asimismo, agradezco al decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH Eduardo Molina por patrocinar la edición de este libro en su etapa final.

    A mis colegas de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) Víctor Vich, Francesca Denegri y Alexandra Hibbett, por los frecuentes y enriquecedores diálogos mantenidos en años recientes. Ellos son un estímulo y un referente de calidad académica para mi propia investigación. También agradezco las conversaciones sostenidas con José Carlos Agüero y Lurgio Gavilán Sánchez, a quienes admiro por el trabajo que realizan para nutrir y complejizar la memoria en el Perú.

    Mi oficio académico tiene una instancia privilegiada de interlocución dentro de la Red VYRAL, dedicada a la investigación y la colaboración académica sobre violencia y representación en América Latina (www.redvyral.com). Estoy infinitamente agradecida a sus miembros, especialmente a Ilse Logie, Geneviève Fabry, Brigitte Adriaensen, Ana María Amar Sánchez, Teresa Basile y Valeria Grinberg Pla, por los múltiples proyectos, seminarios, publicaciones conjuntas, en los que hemos ido creciendo y afianzando nuestros nexos institucionales y, más importante aún, acentuando nuestros lazos amicales.

    Por otro lado, el proyecto REDES Nº 150021, «Truth-Telling: Violence, Memory and Human Rights in Latin America. A multidisciplinary Approach», financiado por el Programa de Cooperación Internacional (PCI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICYT) de Chile (vigente entre 2016 y 2017), me permitió promover fructíferas interacciones con otros colegas peruanos de la PUCP y del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP (IDEHPUCP), como Cecilia Esparza, Rocío Silva Santisteban, Juan Carlos Ubilluz, Ponciano del Pino, Félix Reátegui, Iris Jave y Salomón Lerner, quien fuera presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación; y con colegas de Chile, como Elizabeth Lira, Pedro Milos, Hugo Rojas, Loreto López y Alicia Salomone. A ellos y ellas mi agradecimiento por la generosidad con la que comunicaron sus trabajos, condición fundamental para sopesar, desde una perspectiva comparada, mis propios avances.

    Asimismo, ofrezco mi reconocimiento a la Asociación Internacional de Peruanistas (AIP) que, con la organización de sus congresos anuales, nos da la oportunidad de actualizar y profundizar conocimientos sobre temas y problemas del Perú, aun viviendo en el extranjero. Otros significativos encuentros con peruanos fuera del Perú se han dado con Cynthia Vich, de Fordham University; Enrique Cortez, de Portland State University; Fernando Rivera-Díaz, de Tulane University; y Adriana Churampi, de Leiden Universiteit.

    De igual forma, expreso mi gratitud hacia mis estudiantes de pregrado y postgrado de la UAH, de manera especial a quienes han escrito sus tesis bajo mi tutela o dentro de mis proyectos de investigación. Estas han sido siempre oportunidades de crecimiento intelectual y, por cierto, han supuesto un inmenso aporte para el desarrollo del campo de estudio de la literatura peruana en Chile.

    También quisiera hacer un reconocimiento a Ana Lea-Plaza y a Felipe Aburto Arenas por las acuciosas lecturas que hicieron de este libro y las valiosas sugerencias y comentarios que me ofrecieron. Asimismo, agradezco al Fondo Editorial de la PUCP, por hacer posible la publicación de este libro en el Perú

    Finalmente, el agradecimiento más importante para mi familia: Alan, Ivana y Alhelí, por tanta confianza, apoyo, cariño y aliento que me transmiten de manera incansable.

    Introducción

    .

    Violencia, representación y memoria

    Desde los primeros años del conflicto armado interno (1980-2000) entre el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) y el Estado peruano, la literatura peruana irrumpió en la escena cultural y social del país con la pretensión de interpretar la coyuntura inmediata de la violencia y, de esa manera, contribuir a la producción de sentidos para comprenderla. Más de un centenar de textos literarios conforman el gran corpus sobre la violencia y la memoria, contando únicamente narrativa. De estos, al menos ochenta han sido publicados después del año 2000; de los cuales, a su vez, al menos veinte en los últimos cuatro o cinco años. Se trata, por lo tanto, de un fenómeno literario en plena vigencia, que concita cada vez más el interés de creadores, lectores y críticos. Los textos en los que se relata la violencia y se construye la memoria cumplen, en este sentido, un rol relevante en la esfera pública peruana, al participar, como «política de la literatura», de lo que Jacques Rancière (2009 [2000], 2011 [2007]) ha llamado el «reparto de lo sensible»: ellos interrogan y cuestionan los significados y los sentidos circulantes, los modos de percepción y las sensibilidades, para hacer evidentes los mecanismos discursivos de inclusión y exclusión, de visibilización e invisibilización, de audibilidad y silenciamiento con los que se promueven y validan, relegan y anulan, precisamente los significados, los sentidos y los valores del mundo que habitamos. Lo anterior supone, según Rancière (2011 [2007]), entender la política como la esfera contenciosa en la que se trazan esas «fronteras sensibles» (p. 16) de los elementos que instituyen lo común y dan forma a una comunidad específica. Pero en esta configuración específica de comunidad, importa no solo qué se discute sino también quién discute, quién es apto para realizar esa delimitación que determina la validez de lo común, ya sea para visibilizar o invisibilizar, para incluir o excluir, para hacer audible o silenciar. En este sentido, por «política de la literatura» no debe entenderse «la política de los escritores […] [ni] la manera en que estos representan en sus libros las estructuras sociales» (p. 15), sino la incidencia de la literatura en ese reparto de lo sensible; el modo en que, desde la literatura, se define qué se debate y se establecen los términos de dicho debate. La política de la literatura implica, entonces, «que la literatura hace política en tanto literatura» (p. 15): tiene la capacidad de intervenir «en el recorte de los objetos que forman un mundo común, de los sujetos que lo pueblan, y de los poderes que estos tienen de verlo, de nombrarlo y de actuar sobre él» (pp. 20-21). Así entendida, la literatura comparte con la política su régimen de litigio, de debate; y allí encarnan sus regímenes de significación, sus esquemas de pensamiento y los modelos de interpretación del mundo.

    La literatura peruana de las últimas décadas ha sido, así, una forma simbólica de primer orden a la hora de procesar los acontecimientos de violencia vividos en el Perú a partir de mayo de 1980. Es decir, en ella no solo la muerte, el miedo, el dolor, la injusticia se hacen presentes; o no solo la vida, la resistencia, el duelo, o la necesidad de reparación. Al margen de la valoración estética que de los textos literarios pueda hacerse, en ellos se está permanentemente dotando de nuevas interpretaciones a los debates nacionales con los que se intenta articular dicha experiencia histórica. Porque, como ha afirmado Víctor Vich (2015), es en la producción cultural y artística en la que se lleva a cabo la reflexión sobre la memoria y la posibilidad de destrabar el camino hacia la reconciliación nacional. Producción que es también una forma de hacer contrapeso a las posturas negacionistas de algunos sectores oficialistas y a la insuficiente capacidad o voluntad por parte del Estado para lidiar con las secuelas del conflicto armado interno

    No es novedad para el campo cultural peruano que la realidad y su representación ocupen a críticos y a artistas, dada la consolidación realista de —al menos— la narrativa peruana¹. Pero desde un punto de vista discursivo, existe cada vez más la necesidad de indagar en los argumentos y los saberes que se elaboran acerca de dicha realidad, como también en la distribución simbólica y efectiva de poder que la producción cultural realiza. En este sentido, la literatura se concibe no solo como un producto imaginario que representa el mundo y que contribuye a configurarlo, sino también como un ejercicio metarreflexivo, en tanto que posibilita el examen y el debate sobre lo que se dice del Perú; los significados, sentidos y valores que se atribuyen a sus relatos; la dimensión ideológica de los lugares de enunciación; y las consecuencias políticas de tales posicionamientos.

    Desde esta perspectiva, este libro tiene como objetivo mapear, mediante una lectura contextualizada, la narrativa peruana cuyo referente es la violencia derivada del conflicto armado interno y la consiguiente elaboración de memorias. Con ello se busca ver, en términos del contenido y la representación, cómo los textos procesan la contingencia que coincide con sus momentos de producción y cómo eventualmente dialogan, afirman o confrontan otros discursos coetáneos; y, en términos de la enunciación, cuáles son las formas verbales, retóricas, genéricas o las estrategias narrativas con las que se construyen los relatos, pues sus sentidos se alimentan no solo de contenidos sino también de las formas de articular dichos contenidos.

    Las obras que sustentan este mapeo y las lecturas y análisis que se proponen de ellas no pretenden agotar la complejidad de la propia literatura surgida en este contexto ni copar plenamente la comprensión de este difícil periodo de la historia peruana. Constituyen —con modestia— un conjunto representativo de textos, al menos tres por capítulo, que permiten ilustrar y ejemplificar el fenómeno antes descrito. En algunos casos, el análisis es más profundo; en otros, solo se hace un planteamiento, de modo de dejar establecido el vínculo del texto narrativo con su respectivo contexto y lugar en el «mapa». No obstante, a través de estas obras, es posible dar cuenta de la íntima conexión entre literatura y procesos histórico-sociales. Pero no entendiendo lo literario como un «reflejo» de lo que sucede en la vida «real», sino, más bien, conviniendo que lo literario es una instancia discursiva más para construir esa realidad y darle legibilidad. Es decir, reconociendo la importancia epistémica de lo literario cuando se le confronta con otras instancias de generación de conocimientos.

    La perspectiva recién expuesta está inspirada también en Mijaíl Bajtín (1999 [1982]). Cuando el teórico ruso se posicionó críticamente frente al inmanentismo formalista, es decir, frente a cierta tendencia teórica que entiende la especificidad literaria fundamentalmente en función de sus aspectos formales, lo hizo proponiendo la articulación lingüística de todas las esferas de la actividad humana: cualquier acto enunciativo, señalaba Bajtín, se trate del género del que se trate, comparte una «naturaleza verbal (lingüística) común» (p. 249). En este sentido, el lenguaje es la materia social compartida en la que encarnan los diferentes discursos, los argumentos del poder, las justificaciones de la violencia, los relatos de memoria. Es preciso, pues, observar las interacciones entre los enunciados y leer cada texto, necesariamente, en diálogo con otros textos. La literatura se inscribe así dentro de un sistema comunicacional marcado por el dialogismo, en el que las distintas versiones de una misma historia conviven, subvirtiéndose o complementándose mutuamente; en el que los discursos sociales interpretativos del pasado divergen entre sí, compiten o se solapan parcialmente; y, por cierto, en el que las ideologías y los intereses políticos dominantes se resisten a perder su hegemonía o luchan por ella. De este modo, la literatura, en términos de su naturaleza lingüística y discursiva, afirma su condición social polivalente: la praxis humana se da en la esfera del lenguaje, esfera en la que se disputan y pactan los significados de una sociedad. Y es en este espacio, en el que se confrontan las interpretaciones del pasado y en el que se libran las disputas por la memoria, que este estudio focaliza su atención.

    Respecto de la definición de violencia, este libro se sirve de la tipología propuesta por el filósofo esloveno Slavoj Žižek (2009 [2007]), quien distingue tres tipos. En primer lugar, la «violencia subjetiva», un tipo de violencia manifiesta, visible, directamente atribuible a un agente concreto, a un sujeto claramente identificable; se trataría de «la violencia de los agentes sociales, de los individuos malvados, de los aparatos disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas» (p. 21). En segundo lugar, Žižek refiere la «violencia objetiva», estructural o sistémica, que funciona de manera soterrada, invisible, y que se sirve precisamente de la violencia subjetiva —de su carácter visible— para legitimarse a sí misma como el estado «normal», naturalizado, no violento, de una sociedad, a fin de cuenta: como el «fondo de nivel cero de violencia» (p.10). Por último, Žižek define un tercer tipo, la «violencia simbólica», que está «relacionada con el lenguaje como tal, con su imposición de cierto universo de sentido» (p. 10). Entiendo «universo de sentido» como el conjunto de significados valorados cultural, social, política y éticamente por una determinada colectividad; y la dimensión lingüística de la violencia simbólica, conforme a la noción de «discurso» planteada por Michel Foucault (2007 [1969], 2013 [1970]): como un sistema que estructura la forma en que percibimos la realidad y no como una traducción simple de la realidad al lenguaje (Mills, 2003, p. 55). En palabras de Foucault (2007 [1969]), los discursos no deben ser tratados como «conjuntos de signos (de elementos significantes que envían a contenidos o a representaciones), sino como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan» (p. 81).

    En cuanto a la noción de «memoria», Andreas Huyssen (1995) ha afirmado que esta ha adquirido mayor importancia y visibilidad desde finales del siglo XX, gracias a la popularidad del museo y al resurgimiento del monumento y el memorial como formas de expresión estéticas e históricas, especialmente después de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial (p. 3). Huyssen también explica lo que él llama la «obsesión con la memoria» (p. 6) como una reacción a las nuevas tecnologías mediáticas que están transformando la vida de maneras muy distintas. La memoria representa un intento por ralentizar la temporalidad acelerada y el procesamiento de información, de recuperar modos contemplativos de baja velocidad y de anclarnos a estructuras temporales de largo plazo (p. 7).

    Para efectos de este trabajo, se tendrán en cuenta al menos tres perspectivas propuestas por Elizabeth Jelin, quien ha reflexionado profusamente sobre el tema y ha realizado una labor de acopio y sistematización de lo que esta categoría significa. En primer

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