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Aventuras y desventuras en los estados juntos
Aventuras y desventuras en los estados juntos
Aventuras y desventuras en los estados juntos
Libro electrónico248 páginas3 horas

Aventuras y desventuras en los estados juntos

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Información de este libro electrónico

Esta obra se inspira en uno de los espacios de tiempo más impactante en mi vida. Dejando todo atrás, un trabajo estable ejerciendo mi profesión, la tranquilidad del sur de Chile, familia, amigos, básicamente una zona de confort que recién se consolidaba. Sin embargo, algo ocurrió que me llevaría cuestionarme todas mis prioridades. ¿Lo que quería realmente de la vida no estaba tan claro, o sí?
El capítulo I "The End of an Era", habla sobre el cierre de una etapa en la costa Valdiviana, lugar que me acogió por 3 años y me permitió sanar, además de consolidar una importante amistad. El segundo capítulo "El Aterrizaje", habla de las peripecias de un latino entrando a Estados Unidos y convierte este incidente en la primera desventura de este libro y este viaje.
Luego de unas semanas dentro de Estados Unidos, el caos desatado ante la incertidumbre del Covid-19 complico aún más la situación, aumentando la intranquilidad y literalmente cerrando las fronteras. Mi vuelo para continuar con el viaje fue cancelado al poco tiempo que comenzó la masificación de la pandemia. Como todos en el mundo, tuve que aceptar el hecho de que había situaciones fuera de mi control.
A pesar de la situación, el universo me llevo a aprender y entender, mayormente a mí mismo. Un sinfín de aventuras vividas, inspiran esta recopilación de hechos y sentimientos en primera persona. Escrito inicialmente como un recuerdo personal, motivado por amistades a compartirlo. Esta historia termina con el regreso a Chile, 10 meses después…aunque pareció toda una vida….
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 may 2023
ISBN9788411449885
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    Aventuras y desventuras en los estados juntos - Inkula Long

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Inkula Long

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-988-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    La vida en Valdivia me presento una serie de desafíos, tanto en el plano laboral, económico y, sobre todo, emocional. Después de haber tenido una pésima experiencia en mi primera cabaña, donde solo estuve dos meses, logré cambiarme a un segundo lugar bastante cerca. Cuando, de alguna manera, ya me había asentado en este lugar, comenzarían una serie de eventos que sacudirían mis cimientos hasta lo más profundo. Un jueves de junio, mientras estaba en mis maratónicas tardes en la sala de microscopios, me llama Iván, uno de mis socios, para contarme que estaba la PDI fuera de la casa de la asociación. Hace poco más de un año habíamos empezado el proceso legal para formar un dispensario de Cannabis Medicinal, para esto, realizamos una gran variedad de trámites legales para inscribirnos en la Municipalidad de Valdivia, además del Registro Civil, el Servicio de Impuesto Internos y el Banco Estado. Incluso habíamos arrendado esa casa, explicándole a la dueña del lugar nuestras intenciones de usarlo como lugar de cultivo. Le enseñamos toda nuestra documentación legal, la que, luego de revisar con su abogado, decidió aceptarnos como inquilinos. Después de más de dos horas con la PDI en nuestra puerta y luego de que nuestro abogado hablara con el juez de turno, nos aconsejó abrir, pues ya que el juez había dado la orden verbal, entrarían a la fuerza de ser necesario. Se llevaron todo: plantas a dos semanas de ser cosechadas, plantas en plena floración, cuarenta esquejes, más de un kilo de medicina lista para ser dispensada a nuestros asociados y todos los sistemas de iluminación. Además, fueron arrestadas las dos personas que se encontraban en el inmueble, pero liberadas al día siguiente. Como si fuera poco, debimos ver como PDI se jactaba en redes sociales, ya que, según ellos, habían dado un gran golpe al narcotráfico.

    Solo tres semanas después, teníamos un terreno de Geología de la Patagonia andina. Los primeros días transcurrieron con relativa normalidad. El último día de terreno, ya de camino a casa, y en la última parada, ocurriría algo que cambiaría nuestras vidas para siempre. Hubo un desprendimiento de rocas desde una pared, debido a esto, siete alumnos resultaron con golpes y heridas menores, pero, lamentablemente, Cristian no tendría tanta suerte. Fue impactado por un fragmento mayor directo en la cabeza, perdiendo el conocimiento. Lo llevaron en la camioneta del Salva hasta el hospital de Panguipulli, siendo asistido por Benja y Pablo, que contaban con experiencia en primeros auxilios. Luego de estabilizarlo, lo llevarían a Valdivia para una operación de emergencia. La ambulancia esperaba de puertas abiertas, pero Cristian no saldría del hospital. Cuando nos informaron de su muerte al pequeño grupo que estábamos ahí, nos abrazamos y lloramos desconsoladamente. Ahora había que comunicarle al resto de los estudiantes la situación, así que me armé de valor y fuerzas. Primero, hablé con el grupo de lesionados que estaban en la sala de espera, la reacción fue similar. Luego, era hora de comunicarle a la gran parte del curso que estaba afuera, en las cercanías del bus. Los reuní en círculo y les expliqué lo que había sucedido, creo que ese momento es de los más fuertes que he vivido. La pena y el desconsuelo eran un sentimiento generalizado. Estábamos todos en estado de shock y nos consolábamos unos a otros. Decidimos como curso retornar juntos a Valdivia, donde nos esperaba una parte importante de la comunidad de Geo, con velas encendidas, en señal de apoyo.

    Esa noche no podía dormir solo en mi cabaña, no tenía la fuerza para hacerlo. Así que me fui donde el Paco, que me recibió con el Tun en su casa. Luego de unos días, serían los funerales en Puerto Montt, así que viajé en el bus que había dispuesto la universidad para estos efectos. En cuanto vi a la mamá de Cristian, no pude evitar romper en llanto, aunque no sabía en carne propia el dolor de perder un hijo, lo había visto de muy cerca en mi Meme, cuando fue su turno de enterrar a mi tío Juan Andrés. Me sentía culpable, en mi mente revisaba todos los momentos en que podría haber alterado el curso de la situación. Trataba de buscar consuelo en las palabras de mi Tata luego del funeral de mi tío: «Si quizás hubiese salido cinco minutos antes». «O si quizás no hubiese parado por un helado en la Copec». Había tantas alternativas, pero no había cómo saberlo en su momento y, por ende, no valía la pena seguir dándole vueltas a algo que no era posible cambiar. A pesar de esto, no encontraba consuelo en mi interior, la culpa era muy grande. La cuñada de Cristian interpretó durante los funerales una canción de Radiohead, Creep. Hasta el día de hoy, cuando la escucho, recuerdo a Cristian, a veces con más melancolía que otras, al menos, ya sin sentimientos de culpa.

    De regreso en Valdivia, hablamos con Nathan con el objetivo de buscar un lugar para vivir juntos, ninguno de los dos estaba cómodo en su actual lugar y, honestamente, ambos necesitábamos el apoyo. Luego de una ardua búsqueda, que incluiría la decisión de irnos a las ánimas, pacto que sería sellado con un abrazo, aparecería nuestro lugar de ensueños. Una cabaña en Playa Los Enamorados, con una vista que te dejaba sin palabras a diario. Este sería un lugar de sanación.

    Luego de unos meses, en febrero del 2019, me fui de vacaciones con mi mamá y la Javi a Futrono. En ese lugar empezaría a meditar a diario por primera vez. Luego de regresar a casa, me senté a meditar mirando el mar, cuando abrí los ojos, estaba claro en mi interior: me iría a viajar a Norteamérica, iría a lugares con nieve, buscaría trabajo en un Resort de Ski y vería la NBA en vivo. La vida es ahora, y no debía seguir posponiendo mis sueños. Mucho de este viaje interior se debió a lo acontecido después de ese terreno, ese día y los que le siguieron me obligaron a cuestionar los ámbitos esenciales de mi vida. Por esto, siempre te recordaré agradecido, Cristian Contreras Ferreira, la vida es efímera, y nada es seguro, solo la muerte. Es importante vivir hoy la vida que queremos y soñamos.

    Durante marzo y abril de ese año, luego de muchos esfuerzos fallidos, descartaría la opción de viajar a Estados Unidos, ya que no me era posible conseguir una visa de trabajo. Luego de intentar con Canadá, tuve resultados similares. Decidí que eso no me detendría, que aplazaría un poco la fecha de comienzo del viaje, pero me adaptaría a la situación y no dejaría de soñar, ni de trabajar por mis sueños.

    Luego de un poco más de un año de la muerte de Cristian, logré encontrar el perdón en mí mismo y dejé ir los sentimientos de culpa que me asediaban internamente. Unos días después, encontraría el valor para comprar mis pasajes. El viaje empezaba a tomar forma, estaría 88 días en EE. UU. y, luego, seguiría rumbo a Barcelona, donde me encontraría con el Elio para, después, seguir avanzando hacia el este por tierra. Apenas compré los pasajes, llamé a mi mamá y a la Javi para contarles; ellas siempre han sido parte de mis alegrías y esta no sería la excepción.

    Capítulo I: The End of an Era

    Mi último día en la costa Valdiviana, tendría de todo. Almuerzo en la Feria Costumbrista con amigos, luego un cafecito en casa, mirando el mar, para luego bajar a la playa a compartir y disfrutar ese hermoso entorno natural. Ese cambiante paisaje que, sin embargo, mantiene una constante, mi paleta favorita de colores: verde, blanco y azul. Hacia donde mires, puedes ver estos tres colores dando vida a un paraje que nunca dejó de asombrarme.

    Al siguiente día, terminé de cargar el auto, miro al mar una última vez, agradezco todo lo vivido y lo compartido y bajo hacia el camino. Al pasar por el mirador que da hacia la playa Los Enamorados, no pude evitar detenerme, sacar una última foto de esa vista que te invita a ver lo infinito del océano. Esta me acompañó muchos almuerzos solitarios de domingo, cuando vivía en el sector Regional de Valdivia. Pero que también estuvo frente a mí en incontables ocasiones durante mi estadía en la costa, donde tuve la suerte de compartir y crear un hogar junto con el Nathan, a quien estaré por siempre agradecido de todo lo que vivimos y cómo nos ayudamos a crecer mutuamente. No pude evitar recordar los dos cumpleaños que celebré mientras vivía en esa casa, los desayunos mirando el mar, las sesiones de yoga mañanera con esa vista; las visitas de amigos y tantas otras instancias que, en su momento, parecieron simples, pero que, finalmente, son lo que da luz a la vida. Reflexiono un tiempo, ¿qué tanto he cambiado desde que llegué a vivir a este lugar? ¿Qué cosas he aprendido? ¿Me acerco a la persona que quiero ser?

    Contento por mis respuestas internas, tomo un último respiro de ese aire marino y sureño que nutre el alma, agradezco lo vivido, dejo ir algunas de las cargas emocionales que me acompañan y tomo valor para dar el siguiente paso. Ya no hay marcha atrás…

    Con el auto cargado hasta el límite, incluido el asiento del copiloto emprendo rumbo hacia el norte por la Ruta 5 Sur. Mi siguiente parada es en Curicó donde, además de dormir y descansar una noche, la idea es despedirme en persona de mi familia. Como siempre, un viaje externo, manejando solo, implica un viaje interno importante y esta no es la excepción. Tantas imágenes, aprendizajes, experiencias vividas en Valdivia, tantas vivencias, tanto que agradecer.

    Como siempre, en Curicó me reciben con los brazos y el corazón abierto, y la mesa llena de comida, así se demuestra el amor en mi familia. Me despedido de mis primas, mis tías y, sobre todo, de mis abuelos. Me despido de mi Tata de manera tierna, lo abrazo, le digo que lo quiero, sé que podría ser la última vez que lo vea vivo, no quiero llevarme arrepentimientos. Mi Meme, como de costumbre, llena de valentía, me desea lo mejor, me besa en la frente y me hace el signo de la cruz para protegerme. Aunque no comparto sus creencias católicas, su despedida me da fuerza y me hace sentir protegido por ella. La percibo triste, pero es difícil verla sentir pena, siempre fuerte, un apoyo para el resto, la amo de una manera que las palabras no pueden describir.

    Ya en Santiago, a pocos días de mi vuelo, reviso y preparo todas mis cosas, la organización es un ámbito primordial en la familia, y no soy la excepción.

    Tres días antes de emprender rumbo, hago una fiesta de despedida en la casa de mi madre, el hogar que me vio crecer desde un niño de cuatro años, hasta un hombre de veintisiete. Preparo todo para la llegada de mis amigos, de comida habría curry tailandés, una de las muchas recetas que aprendí y traje conmigo de mi viaje a Tailandia, pero esa es otra historia. Vienen amigos del colegio, del básquet, de la universidad, de la vida. Veo una diversidad impresionante de gente, me siento feliz y querido. El carrete dura hasta altas horas de la noche, cuando ya debo acompañar a los más dañados hasta su transporte a casa (obviamente, nadie se va manejando). Ya más tranquilo, subo a mi expieza a despertar a una amiga de la universidad que se quedó, para tomar el auto y buscar un lugar tranquilo para despedirnos de manera un poco más personal.

    Así, llega el tan anhelado día, el 11 de febrero. Al aeropuerto me acompañan mi madre y mi hermana, mi núcleo, mi soporte; mi base. También va mi cuñado, con quien hemos formado una linda relación. Él nos toma una última foto a los tres, imagen que, más adelante, llegaría a mis manos como recuerdo de la inconmensurable relación que compartimos. Es hora de abordar, debo dejar a mi familia, mis amigos, mi tierra y mi zona de confort, siento miedo y pena. Pero, al mismo tiempo, me inunda una alegría inexplicable, al fin salgo a recorrer el mundo o, al menos, eso pensaba.

    Capítulo II: El aterrizaje

    En esos momentos, el coronavirus recién comenzaba a causar los estragos que todos conocemos. Al momento de hacer la fila para inmigración, decido, como manera de precaución, usar una mascarilla con filtro KN95. Las mascarillas no eran requeridas, pero me hacía sentido ocuparla en un lugar tan concurrido como el aeropuerto internacional de Los Angeles. El plan era usarla solo en esa ocasión y asumía que era más una formalidad que una medida importante. Al momento de mi turno, el oficial de inmigración me mira con una cara que solo podía expresar una superioridad impresionante, luego me dice: «In this country, we don´t need masks». En ese momento, tuve el presentimiento de que se me haría difícil la entrada. Deshaciéndome en excusas, me saco la mascarilla y le paso mi pasaporte. Me pregunta por mi fecha de salida y me exige un pasaje de salida del país. Le digo que tengo todo en el celular, en mi Google Drive, en una carpeta donde, efectivamente, estaban todos los documentos requeridos, pero de los cuales no poseía una copia impresa. Siguiendo los consejos de mi padre, no llevé nada impreso para no generar sospechas. Mientras me escoltaban a otra sala de inmigraciones, me daba cuenta del grave error que había cometido. «¿Quién chucha te manda a hacerle caso a tu viejo?», pensaba, mientras entraba a una sala pequeña de espera, con gente de diversas nacionalidades, asiáticos y latinos eran la gran mayoría.

    A ese lugar, llevaban a la gente que no tenía una entrada garantizada al país, y donde se decidiría mi suerte. A los treinta minutos, llaman a una de las tres ventanillas a un australiano que estaba cerca de mí, si bien no logro identificar el porqué de sus problemas, noto como la conversación va subiendo de tono, generando frustración en el viajero, en quien de alguna manera me veía representado. Una hora después, llaman a una señora chilena (que acento más sencillo de reconocer), a tan solo cinco minutos de que se acercara a la ventanilla se levanta de la silla y empieza a gritar en un tono agresivo y prepotente: «¿Y tú creí que con toda la plata que gano en Chile, me voy a querer venir a vivir a tu cagada de país?». En menos de diez segundos es escoltada por dos policías hacia un vuelo de vuelta a Chile. «Claramente, la agresividad no era la respuesta para salir de esa salita de manera victoriosa», pensé.

    Ya han pasado casi cuatro horas, nadie aún llama mi nombre, a la sala llega gente cada cierto tiempo y a pesar de haber tres ventanillas y varios oficiales de policía, cada treinta o cuarenta minutos llaman a alguien a la ventanilla a explicar su caso. Mis nervios y ansiedad están por las nubes, solo podía tomar agua e ir al baño, la única distracción. A las seis horas de haber ingresado, escucho mi nombre desde una ventanilla, me dirijo hacia ella y me siento, mis latidos retumban en mi pecho. El oficial me mira como si no fuera nadie, y me pide mi pasaporte, se lo entrego. Luego me solicita mi pasaje de salida, a lo que le respondo lo mismo que al primer oficial, lo tengo todo en el celular. Le pregunto si me podría compartir internet y solucionar todo este malentendido. Su cara lo dijo todo, pero aun así me dijo que no podía, que iba en contra de los protocolos de seguridad y que debía tener mi documentación impresa. Tomé aire y traté de explicarle la situación de mi viaje, me hace callar con un gesto de manos, como diciendo «cierra el pico». A punto de reaccionar, recuerdo a la señora chilena de hace unas horas y guardo silencio. En eso pasa otro oficial por detrás de él, entonces se da vuelta y le dice: «Look, this is the sixth chilean I am sending back home today», ambos ríen a carcajadas en mi cara. Se da vuelta hacia mí nuevamente, me dice que le explique el motivo de mi viaje. Entonces, le cuento que renuncié a mi trabajo y que salí a recorrer el mundo, siendo EE. UU. mi primera parada.

    How much time are you planning to stay?

    I am staying for 88 days; the tourist visa is valid for 90 days so I am giving myself 2 extra days in case of any delays or problems with my flight.

    So in case the visa lasted for 12 000 days you would stay for 11 998?!

    No supe qué responder, así que me quedé en silencio. Entonces me preguntó:

    What are your plans for these 88 days?!

    Well, I have tickets to watch two NBA games.

    OK, that’s 2 days, what about the other 86?!

    Ehhh… Honestly, I don´t have everything planned, that´s kind of the idea of this trip, to flow a bit with the experience and see how it´s going.

    Suspicious answer. What other places are you gonna visit besides LA?

    After my second NBA game, I have rented a car to go towards Lake Tahoe. I have a group of friends there.

    Suspicious. What`s your friends name? How long are you staying with him? I am gonna need his phone number.

    His name in Luciano, I am planning to stay about a week.

    A week?! Are you sure about this?! Because I am calling him and if I found out that you are lying you are going to be in some serious trouble.

    Ehhhh… Honestly, I don´t know, maybe a week, maybe two. Like I told you the idea of this trip is…

    Me interrumpió, haciéndome callar nuevamente con las manos. Esta vez más que miedo, era rabia e impotencia lo que sentía. ¿Quién mierda se cree para hacerme callar con ese nivel de prepotencia? Tomé un respiro, y me tragué todo mi orgullo. Lamentablemente, era él quien tenía todo el poder sobre la decisión de si podría entrar o tendría que tomar un vuelo de regreso a Chile.

    Durante unos cuarenta y cinco minutos me siguió haciendo preguntas, donde yo solo asentía o negaba con la cabeza, hablando solo cuando él me lo pedía. No recuerdo todo lo que me preguntó, pero sin importar mi respuesta, todo lo que decía era sospechoso. Durante este tiempo, me pidió mi celular y revisó mis conversaciones, buscando

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